Sueño de Borregos I
Después de varios años el autor reencuentra a su amada y la obliga a realizar cosas inmencionables en su casa y en lo más sensual e íntimo de su alma.
Sueño de Borregos I
Hace unas cuantas noches hubo luna llena, mi habitación a pesar de estar a oscuras lucía iluminada a las dos de la mañana, tengo varios meses cargando un insomnio tenaz que de vez en cuando me permite apreciar el silencio y degustar esos rayos azulados que iluminan mi casa, mi cuarto y todo el paisaje hasta donde mi vista alcanza en la serena tranquilidad de la noche; ayer mientras me sentaba en el filo de mi cama sin poder dormir me puse a observar los muebles, comienzan a parecerse mucho a la descripción de la habitación del conde Drácula… la primera coincidencia –que me llevó a pensar en ello- fueron las monedas regadas en el piso, en la novela Stoker describe montones de monedas de oro antiguas de diferentes países cubiertas por el polvo como si nadie las hubiese tocado en siglos; de igual manera varios detalles del mobiliario y su permanencia en el tiempo me hicieron pensar en esta habitación donde hay –como en la novela- artículos nuevos que jamás se han usado cubiertos de polvo, libros, cuadernos, papeles de arte, cajas con cientos de cosas guardadas y un sinfín de trebejos arrumbados…
Mi habitación es parte de mi alma tanto como la del conde de sus circunstancias, hay algo que me falta, algo que tiene la culpa de ese escenario polvoriento, algo que añoraba Drácula de su pasado y que a mi no me deja dormir, miro mis pies desnudos, el muro que a estas horas luce magenta justo enfrente y busco insectos invisibles que me escriban una respuesta en el amplio lienzo de la noche, a veces en ese muro se refleja como una proyección de cine antigua la silueta de D.
No es una imagen fija, es mejor dicho la repetición fílmica y cíclica de la esencia de D. en movimiento. D. era especial por eso, porque era movimiento –ollin- porque la canija se dejaba calentar con la inocencia de un cachorro en la cama, cariñosamente permitía que la besara entera desde sus mejillas, su frente y su boca por todo su hermoso cuerpo hasta sus tobillos y cuando más enamorado y comprometido con su sensualidad estaba, con sus brazos poderosos me apartaba y se clavaba en mi fierro ardiente con lujuria romana,
Recuerdo su mano tomando el tallo de mi verga y metiéndosela entera con la premura de sus caderas que ya se movían, su excitación, su olor a linaza, su movimiento rítmico y ese empuje de látigo que hacía al final de cada vaivén, -hay cosas que ni el polvo puede cubrir- todavía hoy me hace estremecer el recuerdo de su rostro con la boca chueca y sus ojos de ensueño llenos de placer, cuando D. cogía no pertenecía a este mundo vertical y gravitatorio sus ojos se convertían en universo entero, libre y sus pupilas planetas distantes sin dimensiones…
Aquella noche no podía dormir y evité a toda costa pensar en D. así que después de caminar en círculo por la recámara prendí la luz para tomar un libro y entretener mi falta de sueño, de entre una pila de cuadernos amontonados encontré La Tregua de Mario Benedetti y al sacarlo cayó a mis pies una hoja doblada por la mitad, un ejercicio del test de Rorschach que le había aplicado campechanamente a uno de mis sobrinos hacía varios días, miré la mancha de tinta azul simétrica y orgánica interesado por el hechizo de la noche que vuelve todo intrigante y seductor y como una epifanía que se me acababa de manifestar pude entender porqué D. fue tan importante para mi:
A la luz de la luna sobre el papel pude observar una mancha femenina llena de curvas y recordé la poesía de Jesús Lizano esa que precisamente habla de Las Personas Curvas, A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo
y la tierra es curva
y el movimiento es curvo;
y me gustan las curvas
y los pechos curvos
y los culos curvos,
los sentimientos curvos;
la ebriedad: es curva;
las palabras curvas:
el amor es curvo;
¡el vientre es curvo!;
lo diverso es curvo.
La noche se manifestó ante mi en una composición orgánica llena de segmentos libres y en armonía que me recordaron que soy un remedo de don Quijote cuyos entuertos todavía luchan por la libertad, todavía creo en las libertades de las cosas, en el régimen del caos, quizá por eso tengo esa predilección por la acuarela y el libre movimiento del agua en todas sus formas y entre esos anhelos madrugadores de libertad una idea nació potente: de pronto me encontré admirando la mancha con un poco de desprecio y algo de suspicacia, algo no me gustaba, algo primigenio en mi estaba llamando en la puerta…
Y es que prefiero las asimetrías.
No sólo las prefiero, me encantan,
Amo las estructuras orgánicas, las arquitecturas que encierran diferentes dimensiones, diferentes grosores, las proporciones que emulan la naturaleza, los muros de adobe irregulares, las redes de pescar, el caos antes que el orden…
La cadera de D. era como la luna creciente, como una sandía, su estructura estaba hecha para el balanceo, le encantaba dejarse penetrar y rozaba sus labios con los vellos de mi sexo en un vaivén libre que rayaba en el pecado, a veces se cargaba sutilmente del lado derecho para satisfacer el botoncito de su higo, otras veces recargaba su peso del lado izquierdo y jugaba con el momento que producía su torso, su bamboleo no era simétrico, era como ella, lleno de pasiones, caótico, su cuerpo era tan caótico como sus orgasmos… su pecho aunque pequeño guardaba dos tetas juveniles y duras coronadas por unos pezones bien definidos, verlos y morderlos era electricidad dentro de la tormenta, sus tetas también eran asimétricas su aréola izquierda más chica que la derecha, su ojo derecho la maldad pura mientras que el izquierdo pudo haber formado parte de la faz de la virgen de la Piedad…
Un mal día la dejé de ver, no supe que pasó, dejé de verla muy pronto, muy fácil… yo conservé su olor en unos frascos de aceite de linaza y parte de su alma en una camiseta negra, han pasado muchos años de eso, más de los debidos y hace poco la encontré en otro lugar, con otro novio, con algunos amantes de chocolate y chispas, lucía radiante aunque atada, más hermosa que el día que la vi por última vez, su caos la desbordó, D. perdió el camino de su esencia y se entregó a las siniestras porfías del arte que entreteje naderías.
Yo la amo todavía y voy a recordarle las siniestras malicias de su libertad, iniciaré un diario relatando lo que suceda en este viaje…