Sueño blanco
Una atmosfera de luz eterea propicia para despertar los sentidos, la humedad de los cuerpos que se entralazan en el recorrido del camino al placer.
RODANDO a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.
Siento un cansancio réplica del que ocurre después del sexo. Alegre languidez e ingravidad que desafía los sentidos. Al inicio del largo pasillo tomo un respiro. Los ojos se entrecierran bajo las incontables lámparas fluorescentes que bañan de un blanco de oficinas, el gran salón. Escucho el rumor habitual de quienes presurosos se visten, conversan apresuradamente o deambulan desnudos en todas direcciones.
Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.
Un paso, dos. Volteo a la izquierda, sobre mi hombro. Se desviste. Reconozco su nariz. Veo sin ver. Dias antes, en el cuarto de vapor me percaté de su presencia. Impúdicamente ejercitaba en medio del calor; de espaldas al radiador flexionaba el torso perfecto hasta tocarse los pies. En el camino dejaba a libre vista el saco armonioso de su sexo. Incircunsiso, la lanquidez de su miembro reposaba en la espesura del terciopelo. Una vez Otra más Observaba su nariz evocadora de estatuas y de mármol. Su pecho liso brillaba bajo la luz tenue de la habitación seccionando cada músculo, mostrando la humedad en cada centímetro de piel.
Pasos más hacia la banca. Estoy mojado pero todavía percibo el olor a almohadas y sábanas limpias. Tibieza que invita al calor del alba. Frente a mi, deambulan rostros desconodidos. Duermo. Conozco a pocos. Con casi nadie hablo. La duermevela lo impide. Nos conocemos, sin conocernos. Nos vemos desnudos y no nos conocemos. Me cubro el rostro con las manos aún humedas de sudor. Después de un instante, suelto la presión hecha sobre la cabeza, dejando la visión nebulosa que, cuando se desvanece, permite descubrirlo. Lo he percibido antes junto a mi, o en los alrededores. Medio vestido, medio desnudo; deja ver el perfil de su cuerpo. Se ciñe el slip y acomoda diestramente con las fuertes manos la camiseta por sus costados. Llanuras planas que terminan en la redondez de sus glúteos ocultados ahora por la ropa. Quizá sexo complacido después de un abrazo interminable. Platica pausadamente con alguien mientras se acomoda el paquete antes de cerrar el pantalón. Sus manos hacen acarician brevemente la bragueta contenida. La desnudez se ha cubierto dejando la visión pública permitida. Merecería no hacerlo sin embargo. Sin embargo, merecería poder caminar desnudo por allí, mostrando aureamente su proporción, la espalda de valles y cuencas, los muslos perfectos y planos, los brazos largos de músculos en tensión. Merecería dejar el ambiente perfumado con el aroma de su sexo, del breve sudor recogido por su caricia entre las piernas.
Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.
Me quito la ropa con cansancio. Mis músculos se niegan a reaccionar al mandato. Cierro los ojos nuevamente ¿he de seguir el camino? ¿he de abrir una vez mas la puerta al final del pasillo? ¿he de seguir dormido pero despierto, con ensoñaciones quasi-reales?
Prefiero cubrirme con la pequeña toalla. Cubrir el pudor de penes que en balanceo pueden abandonar intermitentemente la flexibilidad ante el roce continuo de telas o miradas, mostrando protuberancias delatoras.
Empujo la puerta y ahora estoy en el cuarto de paredes blanquísimas que aumentan el brillo por el agua que las baña. El rumor se queda detrás de la puerta que cierra automáticamente una vez dentro, presagiando el encierro. Un silencio sordo invade la escena vacia, despojada de todo.
La habitación solo cuenta con bancas, extensiones de las paredes. Algunos bidés colocados al azar, tan blancos como el piso, rompen el vacio. Una esquina cubierta con espejos permite ver multiplicados, los cuerpos reposados en medio del calor.
Veo los sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.
Miro sin ver. Cuerpos repetidos como clones que no son muchos. La esquina cubierta de espejos permite ver en variados ángulos, a quienes se besan sin reclamo alguno de mi presencia. De espaldas, reconozco al David de Miguel Angel. Pétreamente fundido en un abrazo con su clon. Sus cuerpos son parecidos. Lustrosos por miel o aceite, cubierta sus pieles por una espesa capa transparente, se abrazan mientras las manos de ambos repasan la espalda del otro, responden ante el guiño de sus gluteos, recorren las redonceces bajo la cintura... el vaho de sus bocas se hacen uno mientras una mano acaricia el rostro del otro, extendiendo el recorrido hasta la base del cuello.
Me intimido ante la escena. Siento la sensación de no estar en el lugar correcto. Permanezco inmóvil clamando obicuidad silenciosa, deseando ser invisible y al mismo tiempo, ser material. Mas allá, otros dos conversan. Un tercero se les une. No parece importartes ni el David ni su clon. Ni su beso ni las erecciones que intuyo, pero que desde su perspectiva son evidentes.
Uno de ellos talla sin ningun reparo la espalda de otro. Sus manos resbalan con seguridad bajo las axilas, cubriendo el pecho. El otro rie mientras cubre con su cuerpo a ambos. Manojo de moluscos imposible de atrapar para cualquier par de manos. El balanceo de los cuerpos se hace relativo, en medio de movimientos circulares de espaldas, de muslos, de sexos que enhiestos rosan unos con otros. Lúbrico juego interminable que los transporta de la vertical al piso, a la esquina, a otros lados. El manojo se convierte en poliedro acuoso de gozo contenido y risas breves. De besos en la piel que succionan musculos o fibras nerviosas. De dedos ávidos, de grosores y humedades. De lenguas que recorren párpados y penes, paquetes pélvicos duros y planos, superficies suaves sobre los muslos, rugosas por los sexos contenidos. Mis manos no podrian abarcar aquél racimo. De hacerlo, escurrirían espesamente entre mis dedos.
No hay nadie mas. Solo el racimo, el David con su clon y el caleidoscopio de cuerpos fragmentados en trozos de imágenes que en variedad de tonos barro ofrecen un manual entero de anatomia: pantorrillas-base, muslos como almohadas, gluteos de algodón, pechos abiertos por la fuerza muscular, brazos que sostienen columnas sin doblarse, testículos dorados que pueden comerse como bombones sobre el fuego; penes derechos que apuntan al cielo, escurriendo gotas espesas entre telarañas de hilos brillosos que no se rompen, manos que acarician, que suavemente intentan escudriñar lo secreto de ser hombre, manos que piden permiso para simular el ultraje del roce de los cuerpos unos con otros. Manos que hacen de las caricias un apretón poco sutil a la vista y placentero para el receptor. Pelvis que chocan unas con otras como dos manos que se estrechan. Mienbros que lo mismo se escurren entre las pieras que entre las axilas o entre los gluteos.
Y entonces hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
La espesa gelatina que cubre al David y su clon evidencia el placer de sus cuerpos. El calor circunante se extiende en al vaho de sus exalaciones jadeantes y entrecortadas. La ternura casi pueril en que se funden incrementa gozo del roce de sus pechos.
Trato de continuar mi camino como si nada ocurriera, pero es imposible. Aun clamando obicuidad avanzo timidamente. Nadie me percibe. O no parece importarles. Me han visto sin embargo. Sus miradas fugaces han caido sobre mi y despojándome de todo. Ahora me sostengo de la toalla que no me cubre mas. Avanzo. Un halo de luz resplandece alrededor de los Davides. Avanzo cautivado por la luz y por el calor que despide. Calor de sábanas al alba que invitan, que evocan.
El clon intenta levantarse mientras el David permanece pétreamente sentado sobre el pulcro bidé. Me acerco. Entre ambo descubro engarsados sus sexos encima de un racimo de ciruelas exquisitas. Se separan ligeramente. El aceite que los cubre no se derrama, no fluye. Permanece uniforme sobre ambos. No puedo mas. Mis manos sienten la atracción de imanes ante el acero brillante y denso. Nos observamos. Siento una hinchazón debajo del vientre que evidencia el placer retenido. De pronto estoy en medio de todo. De pronto siento el calor de sus labios, la fuerza uniforme y semejante de sus manos, la ingenuidad de sus miradas, la dureza infinita de las estacas que portan y que descaradamente pasean por la piel. La duermevela me obliga a dudar de todo. A dudar de la realidad del David y su clon, del racimo de hombres de la esquina, de la fuerte erección que experimento desde muchos minutos antes que la decisión fuera certera ante la atracción de los cuerpos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,
y con las dos mitades del alma miro el mundo.
Pero es real, como real es la boca del David ávidamente abre para recibir mi glande hinchado; real como la belleza repetida de los rostros. Real como los brazos del clon que me abrazan para alargar el tiempo y contener el placer hasta el final. Real como el descubrimiento que mis manos hacen sobre sus nalgas, sobre los talles perfectos que sostiente la pelvis y que golpean mi cara en balanceo interminable. Descubro mi cuerpo fundido en el suyo. En el cuerpo de ambos. Cubierto por el mismo espeso aceito que lo hace maravilloso. Cubierto ahora por el charol de la luz que descubre protuberancias e imperfecciones que son suculento plato de pasión.
Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,
veo caer agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.
Los de allá siguen su concierto marino. Envuelto por Davides añoro calladamente obicuidad. La luz lo cubre todo. El calor constante aumenta. Las exalaciones repetidas recuerdan los fuelles de las funciones o el vapor de los trenes. Espesos hilos de gelatina entre nuestros cuerpos. Besos que acarician y que roban suspiros. Miradas donde me reflejo, donde el David se refleja, donde el reflejo del clon se hace claro. Cinturas que chocan, pechos que chocan con espaldas violentamente, suavemente, según las posiciones. Descubrimiento de entrañas y de carne. De músculos y fuerza. De voluptuosidad interminable. Parezco ser otro ante mis manos.
La electricidad me recorre hasta los dedos en cada estertor al roce con mi vientre. Caen espesas gotas del techo blanco. Llega el presagio de la lluvia.