Sueño. Aquel señor.

Desperté de mi sueño por culpa de las contracciones del tremendo orgasmo cuando sentí en aquella rara ensoñación los dedos del desconocido apartar mi braguita blanca y penetrar mi sexo resbaloso y caliente.

Estaba casi dormida.

-¿Duermes?-

Continué con mis ojos cerrados.

En aquel sitio olía a ambientador barato. La tele sonaba, no recuerdo muy bien el programa, seguramente algún noticiario.

Intuía su presencia cercana al sofá donde me había acomodado. Creo que se había arrodillado porque su voz sonó mucho más cerca esta vez.

-No despiertes niña. Sigue durmiendo-

Yo estaba tumbada boca abajo. Todavía llevaba el uniforme del colegio. Faldita tableada, camisa y calcetines blancos. Mi pelo recogido en una coleta que caía sobre el cogín.

Sentí la mano de aquel señor acariciar mi pelo, mi oreja y mi mejilla.

-¡Qué bonita eres niña!-

Su voz sonaba cargada de excitación. Le costaba respirar con normalidad.

La barba mal afeitada pinchó mi piel delicada, blanca y joven al posar aquel beso sobre mi rostro, muy cerca de la comisura de los labios.

-No despiertes mi amor. Sueña con ese chico que te gusta. Sé que hay un chico que te gusta.

Y sé que has soñado con que ese chico te besa.

Puso sus labios sobre los míos, apenas rozándolos.

No pude evitar recordar a Ernesto. Un chico de pelo rubio y largo, de apariencia algo afeminada, pero que me tenía totalmente prendada en aquellos años.

Imaginé que eran sus labios los que acariciaban mi boca. Me excité mucho.

-¿Te gustaría sentir las manos de ese joven acariciar tu cuerpo?. Sí, los sé. ¿A qué sí?-

El hombre puso su mano sobre el gemelo de mi pierna derecha, en el calcetín blanco que llegaba hasta la rodilla.

-Sueña, no dejes de soñar-

Entreabrí muy ligeramente los ojos. Lo suficiente para poder verle sin que él lo notara.

Se había sacado el pene. La mano llibre, la que no acariciaba mi media, se encargaba de dar cobijo al nabo duro, manoseándolo desde la base hasta la punta, una punta roja y redonda. Su olor llegaba hasta mi pequeña nariz chatita.

Me excité muchísimo más. Quise pensar que era el pene de Ernesto y sentí unas irrefrenables ganas de acercar mi boca a él. De besarlo y lamerlo.

-Ese chico te va a acariciar y tú le dejarás. Porque lo deseas desde que le conocieste. Porque cuando piensas en tu amorcito te pones cachonda y te sientes una zorrita de patio de colegio-

Su mano abandonó el gemelo, paseó la parte posterior de la rodilla y  se instaló en mi muslo, subiendo poco a poco, en cada caricia, un poco más la faldita tableada azul y roja. Y así siguió hasta conseguir arrugarla por encima de mi trasero.

En la tele ponían anuncios cuando sus dedos rozaron, en mis bragas de ganchillo blanco, las endiduras ya húmedas por la excitación que supuraba entre los púberes labios.

Él debió de darse cuenta de mi estado.

-¿Lo ves mi niña? Te gusta que ese chico te toque. ¿A que sí?-

Me abrió las piernas. Seguía masturbándose. Después volvió a colocar su mano entre ellas y acarició el interior de los muslos hasta llegar a su objetivo.

El contacto con mi chochito, sobre el ganchillo, se hizo fuerte, contundente. Casí metía el tejido dentro de mi rajita, que palpitaba deseosa.

Sentí algo posarse en mis labios, pero esta vez no eran los suyos, tardé unos instantes, con mis ojos cerrados en comprender que se trataba del pene del señor.

Desperté de mi sueño por culpa de las contracciones del tremendo orgasmo cuando sentí, en aquella rara ensoñación, los dedos del desconocido apartar mi braguita blanca y penetrar mi sexo resbaloso y caliente. Cuando abrí mis labios y aquella polla dura entró en mi boca y soltó un rio salado y caliente.

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