¿Sueño?
No sabrías decir el tiempo que llevabas allí.
Mucho.
Ya no sentías el frío de la mesa.
El hormigueo en los dedos de pies y manos, culpa de unas ataduras demasiado prietas, hacía tiempo que se había impuesto a tus fuerzas.
Ya no luchabas por mantener la circulación en ellos.
Llegaba un murmullo de la habitación de al lado. Se oían voces y risas. También lamentos.
Se abrió la puerta.
Te agitaste. Querías hablar, pero la bola de tu mordaza lo impedía.
- Ssshhhhh, estate quieta. No quiero azotarte más, pero lo haré si te mueves.
Esa voz… te embriagaba.
Algo muy fino, no sabrías decir si de una uña o de un cuchillo y, la verdad, tampoco importaba mientras estuviera en su mano, comenzó a dibujar sobre tu piel.
Muy lentamente.
A su paso, cada poro se abría, cada vello se levantaba, cada terminación nerviosa se asomaba buscándolo.
Bajó por el mentón.
Se entretuvo, presionando, en el hueco bajo la garganta.
El calor volvía, intenso, al agitarse tu respiración.
Siguió bajando y volvió a pararse.
Giró, con una exasperante lentitud, alrededor del pezón.
Notaste como se endurecía...... hasta doler.
Notaste el calor de un aliento.
Notaste la humedad de una lengua.
Notaste el frío de un soplo mantenido.
Notaste un pinchazo intenso ¿Sus dientes? ¿Hielo? ¿Fuego?
Gemiste.
La mordaza no te dejaba hacer más.
La espalda se arqueó levantando la cadera.
Solo en ese momento fuiste consciente de la humedad de tu sexo. Cuando la gota llegó a mojar el pliegue de tus nalgas, la puerta ya se había cerrado.
Otra vez el frío.
Otra vez el murmullo
Otra vez el hormigueo en los dedos.
El cansancio. ............ El sueño.
La puerta volvió a abrirse.
De golpe.
Despertaste.
De golpe.
Las carcajadas.
El olor a alcohol que se acercaba. Aquella voz, ahora pastosa, no venía sola.
Tu cuerpo se tensó.
Miedo.
Una lengua, áspera, se adueñó de tus labios, tirantes por la bola.
El olor a alcohol te revolvió el estómago.
Un líquido se derramó por tu pezón, aun sensible. Quemaba. Entró en tu piel por las marcas de unos dientes, aún sangrantes.
La tela del antifaz absorbió las lágrimas.
Se te escapó un quejido.
- Ssshhhh, aquella voz, otra vez. Ahora si me apetece azotarte, no me des motivos.
Sin embargo, esta vez no podías callar. Necesitabas ir al baño. ¿Cuánto tiempo llevabas allí? No podías aguantar más. Alzaste el tono de tu lamento. Pero no escuchó.
Su voz sonó dura.
- Te dije que no te movieras. ¿Qué debo hacer ahora?
Te derrumbaste. Las lágrimas volvieron. El antifaz ya no absorbía más, resbalaron por tus sienes. Te preparaste para el castigo.
Pero no sucedía nada.
Nada.
Nada.
Espera!.
Algo húmedo.
Suave.
Una lengua se abría paso entre tus piernas.
Lamiendo tu coño.
Saboreando el flujo que nunca había dejado de manar.
Miedo.
No podrías aguantar.
No podías liberarte.
No en su boca.
El esfuerzo por gritar agotó tus exiguas fuerzas.
El mundo desapareció.
Volvió la luz entre sacudidas.
Y esa voz.
Despierta!! ¿Qué te pasa?
Tardaste aún unos segundos en ser consciente.
Cuando volviste del baño, traías otra cara. La verdad es que me habías asustado.
- Nunca más, ¿me oyes? No vuelvas a traer comida de ese mejicano nunca más. Tanto picante me hace beber demasiado. – dijiste-
- Parecía que soñabas, ¿con que? - pregunté-
- Nada, nada, no te preocupes. Por cierto, ¿que hacías justo antes de despertarme? ¿quieres seguir?
Y volviste a tu sueño.