Sueldo extra
La elaborada interpretación de una prostituta de lujo
Había sido una puta mierda de día. De esos que piensas que nunca acabarán. Mi jefe me había dejado sólo con todo el marrón de la cuenta Bernat y se había ido de fin de semana, dejándome enterrado bajo una tonelada de papeles. No había podido salir del trabajo hasta las 10 de la noche. Catorce horas interminables sudando como un cerdo porque, para más INRI, el aire acondicionado se había estropeado y el encargado de mantenimiento, ese sí, estaba de vacaciones...
Cuando llegué a casa en la nevera solo encontré un trozo de pizza frío y un par de botellas de cerveza. Agarré una de esas y busqué el abridor en los cajones de los cubiertos. Después de abrir y cerrar varias veces cada uno de ellos recordé que el abridor estaba en la pica donde yo mismo lo había dejado el día anterior, junto a la pila de platos sin lavar. Asqueado abrí la botella y le dí buena cuenta. Estaba fresca y pareció animarme un poco. Pillé el teléfono para llamar al Telepizza de la esquina y un post-it arrugado cayó del bolsillo del pantalón. Había olvidado por completo el post-it. Me agaché para recogerlo y lo abrí. En él había apuntado un nombre y un teléfono.
“Qué coño”, pensé. Con la parienta y los niños en el pueblo desde hacía dos semanas y el día tan horroroso que había tenido bien me merecía un regalito. Sin pensármelo mucho llamé al teléfono. “¿Claudia? Hola... sí... pues estaba interesado en... eeexacto...¿Cuanto? ¿Y eso qué...? Sí, sí, de acuerdo. Ah! Lo que quieras, sorprendeme. De acuerdo. Mi dirección es calle Balmes 245, sexto cuarta. ¿Media hora? Perfecto. Sí. Hasta ahora...”.
Me daba tiempo de bajar al cajero y pillar de paso unas pocas cervezas más y quizá algo de comer. Cuando volví a casa metí las cervezas en la nevera y saqué la otra que quedaba. Apenas le había dado un trago cuando llamaron a la puerta. Al abrir me encontré de cara con una chica joven, de unos 25 años, enfundada en un traje de chaqueta y pantalón oscuros y una blusa blanca. Llevaba el pelo moreno recogido en un moño y la cara maquillada de manera sobria. Muy guapa de facciones pero me espanté al descubrir que apretaba contra el pecho una carpeta y un fascículo de Altaïr.
Buenas tardes vecino. ¿Me permite unos minutos? Tengo algo muy importante que explicarle. - Su voz sonaba melosa y tranquila y junto con unos ojos oscuros y brillantes me dejaron momentáneamente hipnotizado. - ¿Ha oído alguna vez la palabra de Dios? - Había algo en esa chica que me fascinaba y me impedía pensar con rapidez. Miré el reloj y habían pasado 25 minutos desde la llamada.
Verá, es que estoy esperando a una persona...
Tan sólo serán cinco minutos. Estoy segura que sacará provecho de lo que tengo que enseñarle – y su sonrisa iluminó el recibidor. Miré al rellano de la escalera para ver si había alguien y la dejé pasar.
Adelante por favor, al fondo está el salón – y cerré la puerta tras ella.
La seguí por el pasillo y mientras ella parecía fijarse en los cuadros que colgaban de las paredes yo le dí una pequeña repasada por detrás. Era un chica alta, quizá metro setenta y cinco. El traje le ceñía ligeramente marcando una cintura estrecha. El pantalón mostraba un larga y perfectamente recta raya que únicamente se desdibujaba por el contacto con sus glúteos, que se movían al compás de sus pasos y me provocaron un pequeño pinchazo en la entrepierna. La Testigo no estaba nada mal.
Al llegar al salón aparté una silla para que se sentara y yo me senté a su lado, de manera que tuviera la oportunidad de echarle un nuevo vistazo a su cuerpo. Sin perder un segundo empezó su perorata de que si Dios esto, que si Dios lo otro, que si la palabra de Dios,... Apenas estaba poniendo atención a lo que decía porque volvía a estar embelesado por el movimiento de sus labios sonrosados y carnosos. No tardé mucho tiempo en hacerme la película de tener esos mismos labios cerrados alrededor de mi polla y, evidentemente, de manera inmediata tuve una dolorosa trempera que me obligó a moverme en mi silla para “colocar” mejor el paquete.
¿Se encuentra mal? - volví de pronto a poner los pies en el suelo y la vi mirándome con cara preocupada.
No, en absoluto... - dije intentando pensar algo más rápido – solo tengo un poco de calor.
Sí. No me extraña. Ha hecho un día caluroso. Yo llevo toda la tarde caminando con este traje y también me noto sofocada por momentos. – Me miró y pareció dudar – ¿Le importa que me quite la chaqueta?
En absoluto, por favor. - Y me levanté de la silla ofreciéndome a ayudarla situándome a su espalda y aprovechando de paso para colocar bien a mi amigo.
Cuando volví a tomar asiento junto a ella mis ojos volaron instintivamente a su pecho. La sencilla blusa blanca que llevaba apenas podía contener un par de pechos grandes y redondos. Los botones soportaban la tensión como podían. A través de la tela se podía ver claramente el dibujo ribeteado de unos sostenes. La Testigo continuaba hablando de la redención, la salvación,... pero yo era incapaz de pensar en otra cosa que en su cuerpo. De vez en cuando respondía con un “ahá” para intentar dar una cierta impresión de interés en lo que estaba diciendo.
Vi que cogía la revista y pensé que me haría mirar algo de su contenido, pero en vez de eso la utilizó para abanicarse. El movimiento de su brazo hacía que todo el pecho se balancease de un lado a otro dentro del corsé del sostén. La situación comenzaba a ser insostenible. Pensé en relajar un poco el tema y le ofrecí un vaso de agua que aceptó. Eso me permitió salir un momento del salón y, de camino a la cocina, colocarme nuevamente el paquete para evitar el creciente dolor en la entrepierna.
Al volver al salón la Testigo me esperaba donde la había dejado y con una sonrisa agradeció el vaso de agua. Mientras bebía me quedé en pie a su lado, con la mirada nuevamente perdida en su piel. Desde esa privilegiada situación y mientras ella bebía del vaso, podía observar su clavícula y su cuello, contrayéndose ligeramente con cada sorbo, y un corto pero tremendamente sugerente escote. Perdido en ese escote no me dí cuenta de que había acabado de beber.
Veo que aquí hay alguien más que tiene calor. - Al principio me costó entender qué había dicho y me forcé a separar la vista de su pecho para mirarla a ella. Lo que encontré fue su mirada clavada en mi entrepierna.
¿Cómo? Vaya,... perdona... no pretendía...
No hay nada que perdonar. - Me dijo con esa sonrisa entre los labios que tan cachondo me estaba poniendo. - Todos tenemos derecho a refrescarnos un poco cuando hace calor.
Y dicho ésto dirigió su mano al bulto de mi entrepierna y me lo apretó con delicadeza. Me quedé petrificado, sin entender qué estaba pasando ni saber qué hacer. La Testigo, mientras tanto y sin dejar de mirarme, me bajó la cremallera del pantalón con una habilidad sorprendente e introdujo su mano en mis calzoncillos. El flechazo fue monumental. Un escalofrío recorrió mi espalda y se hundió en mis riñones contrayendo dolorosamente los músculos de mis piernas, brazos y abdomen. El contacto de su mano fresca en mi pene, a través de la pequeña abertura de los boxers, hizo que éste se tensionase. Noté como mi escroto se arrugaba y mis huevos se apretaban. Por un momento pensé que me corría allí mismo.
Un poco de aire fresco no le hará ningún mal. - Dijo la Testigo a la vez que hacía asomar mi pene por la cremallera del pantalón.
Mirando hacía abajo comprobé orgulloso que mi miembro estaba tieso y henchido como pocas veces lo había visto. Su mano apoyada en la base de mi polla no abarcaba ni de lejos toda la longitud del perímetro. Noté como me apretaba la polla y la volví a mirar a la cara. Vi entonces como abría los labios y me mostraba sus blancos dientes y la boca llena de saliva. Un gota de líquido seminal empezó a caer de la punta de mi glande pero rápidamente la Testigo la recogió con la lengua antes de engullir mi pene entero de una tacada. Realmente en ese momento la Testigo de Jehová consiguió hacerme ver el paraíso.
Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos concentrándome al máximo en no correrme, no aún. Notaba la humedad de su boca, sus dientes rozándome con cuidado, su lengua jugando con mi glande como una experta. De vez en cuando hundía mi tallo completamente en su boca y notaba la presión de su garganta contra la punta a la vez que un pequeño cosquilleo en el vello púbico cuando su nariz chocaba contra mi pelvis. Después se la sacaba de la boca y su lengua recorría toda la longitud de mi pene por debajo, haciendo eses, hasta llegar a mis huevos, que engullía también y masticaba con delicadeza.
No aguantaría mucho tiempo, apenas me tenía en pie gracias a que había apoyado una mano en la mesa del salón. Bajé los ojos y vi que me miraba. Continuaba sentada en la silla y ligeramente inclinada para poder acceder a mi miembro. Lianas de saliva se tendían entre mi miembro y su boca cuando ésta se retiraba un poco. Sin dejar de mirarme a los ojos me mordió la punta del glande con una sonrisa. Mi pene respondió a su mordisco con un nuevo conato de eyaculación que a duras penas logré contener.
Nuestro amigo está realmente muy necesitado. Pero que no sufra, ha encontrado una buena samaritana que le ayudará a “descargar sus penas”.
“Descargar mis penas” era la único con sentido para mi en ese momento. Notaba mis pelotas en ebullición. Pensé que continuaría trabajandome el pene con la boca pero entonces se levantó de la silla y me apartó ligeramente posando su mano en mi pecho. Sus tetas me miraban enfundadas en la blusa blanca y no pude evitar dirigir las manos a ellas. Apreté sus pechos y los amasé a través de la tela de la blusa notando la magnitud y consistencia del asunto. Ella me permitió manosearla así durante unos segundos pero cuando quise ir a más y desabrocharle la blusa me paró las manos. La miré extrañado y contrariado, pero ella reía.
Libre ya de mis manos dirigió las suyas al botón de su pantalón y la cosa comenzó a ponerse seria. Tras el botón bajó la pequeña cremallera y situó los pulgares bajo la tela para quitarse los pantalones, pero en el último momento se giró dándome la espalda. Por un instante pensé que era un signo de pudor pero rápidamente comprobé que todo lo contrario. Poco a poco fue deslizando la tela del pantalón a la vez que se inclinaba hacia delante sobre la silla en la que había estado sentada. El espectáculo era digno de una gogó en un club de alterne. Bajo el sobrio corte del pantalón apareció un culo pequeño, prieto y redondo, moreno y de piel sedosa, encuadrado en la tela negra de un tanga. La curvatura de los glúteos acababa en unos muslos cincelados en gimnasio y sin una pizca de celulitis. A medida que el pantalón caía ella se inclinaba más, y más y más piel dorada se mostraba a mis ojos ávidos. Pero también los cachetes del culo se separaban mostrando la delgada tira del tanga que no llegaba a tapar unos labios sonrosados y abiertos de excitación.
Eso fue demasiado. No podía esperar más. Mi pene libre y erguido apuntaba a un objetivo concreto e irrenunciable. La agarré del culo con cierta rudeza obligándola a apoyarse sobre la silla para evitar caerse. Los pantalones acabaron en el suelo. Sin darle tiempo para nada aparté la tela de la braguita mostrando su sexo esplendoroso, sonrojado y abierto, visiblemente húmedo, apetecible.
Y embestí. Al igual que su boca con mi pene, su coño engulló centímetro a centímetro toda la longitud y anchura de mi miembro sin apenas obstáculo hasta que mis pelotas golpearon su clítoris. Ella dejó ir una exclamación de sorpresa y yo un grito gutural de placer. La cogí con fuerza de la cintura y empecé a penetrarla una y otra vez de manera animal, frenética, como si nada existiera en el mundo más que la indescriptible sensación de ese coño húmedo y prieto rodeando mi pene. La Testigo gemía de placer agarrada con fuerza a la silla, que se movía con cada embestida.
Mi pene se hundía y emergía continuamente, brillante y blanco por sus fluidos. Noté como abría un poco más las piernas, todo lo que le permitían las perneras del pantalón arremolinado en sus tobillos. Ese pequeño cambio facilitó que pudiera penetrarla más profundamente aún, hasta notar la punta del glande chocar contra la entrada de su cérvix y abrirla. Al mismo tiempo noté como ella comenzaba a contraer la musculatura de la vagina cada vez que yo retiraba mi pene de su interior, literalmente ordeñándome. Demasiado para mi cuerpo.
En apenas dos embestidas más, golpeando con fuerza su interior y notando su vagina apretándome el pene como si fuera su presa, me corrí hundiendo mi miembro con fuerza y arrastrándola a ella y a la silla contra la pared del comedor. Una tras otra, olas de placer nacían en mis riñones y me quemaban el pene por dentro antes de depositarse en lo más profundo de su vientre. El orgasmo duró lo que me parecieron minutos, a lo largo de los cuales me corrí y me corrí hasta que me dolieron las pelotas y los músculos de todo el cuerpo se me agarrotaron.
Cuando por fin conseguí separarme caí rendido sobre mi silla. La Testigo se puso en pie y, sin perder la sonrisa, me preguntó donde estaba el lavabo. Mientras oía como corría el agua en el servicio intenté recuperar el aliento y pensar un poco en lo que acababa de pasar. Había sido increíble, excitante, erótico y terriblemente caliente. Cuando salió del lavabo volvía a estar perfectamente vestida, como cuando había entrado en mi casa. Se acercó sonriendo pícara y colocó correctamente la silla en la mesa antes de recoger sus cosas.
En fin, ha sido un placer hablar con usted. Espero que para usted también lo haya sido. - Y su sonrisa se hizo más ancha mostrándome sus blancos dientes. - Ahora tengo que irme, pero no sin antes pedirle una pequeña ayuda en forma de voluntad para la Iglesia de los Testigos de Jehová.
Entonces fui yo quien sonrió, por fin viendo claro en mi mente todo el episodio. Comprobé en el reloj que apenas hacía media hora que había sonado el timbre de la puerta por primera y única vez. La miré riendo y negando con la cabeza como cuando aceptas que te han tomado el pelo. Metí la mano en el bolsillo del pantalón y saqué los trescientos euros que acababa de sacar del cajero y se los tendí. Ella los cogió dándome las gracias y se despidió dirigiéndose a la puerta, no sin antes echarme una última sonrisa divertida. Ciertamente mi postura no era demasiado elegante, prácticamente tumbado en la silla, con el pene aún fuera de la bragueta y cubierto de fluidos resecos.
Cuando Gloria salió del edificio miró el reloj y comprobó que no se le había hecho excesivamente tarde. Levantó la mano al paso de un taxi y entró en él dándole al conductor la dirección de la esquina más próxima a su casa a la vez que se quitaba la chaqueta del traje para no arrugarla contra el asiento del taxi. Durante el trayecto comprobó que el taxista le echaba un par de miradas a sus pechos pero no le importó en absoluto.
Al llegar a casa abrió la puerta y gritó un “ya estoy aquí”. Al poco, mientras se descalzaba de los zapatos de semi tacón que había llevado todo el día, apareció su marido en recibidor y le dio la bienvenida con un cálido beso en los labios.
¿Un día largo, no? - dijo Juan.
Como todos últimamente... este proyecto nos lleva a todos de culo.
Me da un poco de rabia que dediques tantas horas...
No pasa nada, cariño.
Sí que pasa... me hace sentir mal. - Gloria le miró cansada de volver a tener nuevamente la misma conversación. - Lo sé, lo sé. Pero pronto podrás relajarte un poco. Hoy he tenido una entrevista y creo que tengo muchos números.
¿Sí? ¿Dónde? - Gloria preguntó sin verdadera curiosidad. No era la primera vez que a Juan prácticamente lo habían cogido en un buffet.
¡En “Gil y Asociados”! ¿No te suena? - Gloria negó con la cabeza mientras colgaba la chaqueta del traje en el armario. Juan pareció desesperarse. - ¡Si salen todos los días en las noticias! Son los que llevan el caso Bernat, el banquero que se fugó con los depósitos de crédito... - A Gloria le sonaba algo vagamente. - Es igual, cuando tenga el curro podrás dejar esa olla a presión en la que trabajas y buscar algo más cerca y más tranquilo. O quizá descansar una temporada...
Pero cariño – protestó Gloria – si a mi me gusta el trabajo que hago... - Juan resopló contrariado – No seas tonto... - Y cambiando de tema dijo - Estoy muy contenta de verte tan ilusionado...
Gloria sonrió y sus labios carnosos se separaron mostrando sus blancos dientes. Abrió los brazos y rodeó el cuello de su marido. Juan no pudo evitar responder a la radiante sonrisa de su mujer y la rodeó por la cintura. Ambos se fundieron en un largo y cálido abrazo, él notando sus generosos pechos y ella su creciente trempera.
Fin