Sudor frío

Durante una de mis clases en la facultad de historia, me llevé una ¿grata? sorpresa.

Caminaba hacia una de las clases de los primeros cursos, como normalmente hacía un par de mañanas cada semana. Pese a ser ya un veterano, tenía alguna asignatura atravesada y no me quedaba otra opción que tragarme de nuevo algunos temas que ya había dado en cursos anteriores (lo cual no es que me hiciera especial ilusión). En las clases de los novatos solía ponerme en las últimas filas, donde pocos chavales se sentaban, no es que fuera tímido, pero ya tenía mi grupo hecho y pasaba de juntarme con los novatos.

Elegí una de las baldas que se encontraban totalmente vacías y coloqué mis cosas de forma que ocuparan todo el espacio disponible en ella, de forma que el primer pensamiento que se le ocurriera a alguien que quisiera sentarse cerca de mí fuera irse a otro lado. El bullicio del aula fue disminuyendo poco a poco cuando Don Gustavo subió a la tarima y comenzó a escribir cosas en la pizarra. Aunque hice el intento de tomar apuntes, ni siquiera habían pasado cinco minutos cuando comencé a dormitar.

Unos movimientos a la altura de mi pantorrilla me sacaron de mi duermevela, al principio me sentí confundido; pero en unos instantes esa confusión dio paso a un pequeño ataque de pánico cuando bajé la mirada. Una chica rubia forcejeaba con mi pantalón desde debajo del pupitre, no podía verle bien la cara, pero por su corte de pelo intuí que se trataba de una compañera de clase que me había cruzado alguna que otra vez.

  • ¡¿Se puede saber que estás hacien…?!-por el volumen de mi voz seguro que se enteraron los alumnos de dos filas más adelante, aunque por suerte ninguno giró la cabeza hacia atrás.                                                                                                                                                                                                                         - ¡Shhh! -la chica se llevó el índice a los labios conforme levantaba la cabeza hacia mí y al fin pude verle la cara- ¿Acaso quieres que todo el mundo nos mire? -susurró    -Pero a ver, chica, no entiendo a qué viene que estés ahí agachada y menos aún que me hallas bajado los…

Estaba tan enfrascado en mi queja que no me di cuenta de que, deslizando sus dedos por mi pierna derecha, la mano de la chica había llegado hasta mi entrepierna y se estaba dedicando a masajear suavemente mis testículos por encima de la ropa interior. Enmudecí totalmente cuando observé que se mordía el labio inferior mientras me sobaba a placer.

  • ¿Ahora si te callas? – un fuerte apretón acompañó su comentario, provocándome un gemido- ya veremos si en un ratito sigues tan mudo- una risita tonta se le escapó mientras introducía su mano por mi ropa interior y sacaba mi polla, con el capullo apuntándole directamente a la cara. Encantada con al ver que con una única mano difícilmente abarcaba la mitad del tronco, inició una masturbación lenta. Cuando ya prácticamente me había rendido prácticamente al placer y al morbo de la situación, de repente recordé que seguíamos en clase.

Con la cara de póker más creíble que fui capaz de poner en ese momento, levanté la vista. Di un vistazo rápido a toda la clase, para cerciorarme de que nadie nos estuviera mirando. En las primeras filas todo el mundo parecía estar completamente concentrado en la lección de la profesora. Espera…juraría que había entrado en la clase de Don Gustavo…bueno, no creo que se pueda pensar con claridad mientras una preciosa rubia te está haciendo la paja de tu vida.

De repente noté un mordisquito en la base del pene. Parecía que mi compañera quería asegurarse de que la estuviera mirando cuando se echó el pelo un poco para atrás y acercó mi polla a sus labios. Quise derretirme del gusto. A partir de ese momento sólo pude concentrarme en sus movimientos. Comenzó recorriendo con su lengua todo mi capullo mientras me volvía a acariciar la base de los testículos con la mano libre. Una vez que se acostumbró al tamaño, al principio con mucha tranquilidad (y más tarde, incluso con frenetismo) se dedicó a introducir y sacar mi pene de su boca.

Llegado a ese punto, mi cuerpo no pudo aguantar mucho más. Ni siquiera dos minutos más tarde, dejé que mi orgasmo la inundara. Ella, en lugar de parar abruptamente, fue disminuyendo poco a poco la intensidad de la mamada. Durante una eternidad, las únicas cosas que pude oír fueron mis propios gemidos y el sonido de su garganta al tragar una vez tras otra.


Cuando desperté, el aula se encontraba completamente vacía, los rayos del atardecer entraban por los resquicios de las ventanas. Un poco agobiado, recogí mis cosas y me dispuse a irme a casa. Al salir al pasillo, se observaba el trasiego habitual en la facultad a estas horas de la tarde. ¿Había estado prácticamente el día entero dormido en clase? ¿Había ido a clase de Don Gustavo o por error me había metido en otra asignatura?

Justo al salir por la puerta principal, pude ver como un chaval me miraba fijamente desde el otro lado de la calle. Cuando quise responder a su mirada, me dedicó media sonrisa y, dándose media vuelta, echó a andar.