Sucia Navidad
Un cuento navideño para celebrar estas fechas. Debido a la premura de tiempo apenas le he dado un par de repasos así que espero que perdonéis las meteduras de pata.
Sucia Navidad
No sabía por qué había ido allí precisamente en Nochebuena... ¿O lo sabía demasiado bien?. Quizás fuese la profusión de neones que alumbraban cada esquina del edificio lo que le hacia recordar a un gigantesco árbol navideño. Aquel local de striptease era algo más que un bar, era una especie de gigantesco monumento a los pechos y los culos, con tres pisos y otros tantos ambientes diferentes dónde cualquiera podía sacar a relucir sus más bajos instintos.
Se lo pensó de nuevo, pero finalmente entró y fue directo a la barra del primer piso, la menos sofisticada. Como cualquier policía era un hombre de gustos sencillos. Peggy Sue estaba en la barra como siempre, mostrando una sonrisa tan amplia y natural como su escote.
—Hola, Harry. ¿Se puede saber qué haces aquí en Nochebuena? —le saludó la mujerona poniendo una cerveza y un chupito de bourbon ante sus ojos.
—Supongo que lo mismo que el resto de pringados que ocupan esta sala, olvidar que ya no tengo mujer, que mis hijos adolescentes me odian a muerte solo porque no les ahorro las verdades como su madre y que mis compañeras de trabajo creen que soy un cerdo misógino cuando todo el mundo debería saber a estas alturas que odio a todo el mundo por igual. Mujeres, hombres, abogados, fiscales, pederastas, eunucos, irlandeses, pakistaníes... yo soy el único tipo realmente democrático en este jodido país.
—Harry, cariño. Deja ese rollo que a mí no me la pegas. —dice Peggy señalando con su dedo la pechera del policía— Ahí dentro hay un corazoncito.
—Te equivocas, lo único que hay ahí es un revólver Magnun 44 capaz de arrancarle la cabeza a cualquier Papa Noel que se ponga excesivamente cariñoso. —sentenció bebiendo un trago de cerveza y apurando el chupito.
Peggy soltó una carcajada y le sirvió otro Whisky mientras pensaba que aquel hombre no tenía remedio. Conocía a Harry Callahan desde hacía mucho tiempo. Siempre que había un asesinato especialmente cruel y sórdido la policía y la ciudad recurría a él. Cuando lo resolvía, normalmente con métodos prácticos, pero demasiado expeditivos para el gusto de una sociedad del siglo XXI, el jefe de policía dejaba que los de asuntos internos le diesen unas semanas la tabarra y lo archivaba en algún sección como el almacén de pruebas o la sala de tiro hasta que se desatase una nueva crisis. Por sus métodos poco convencionales, sus compañeros lo conocían como Harry el Sucio. El insistía en que era Sucio porque todos los casos de mierda le caían a él.
—Lo que yo no me explico es que demonios hacéis vosotras aquí en Nochebuena. —dijo Harry cogiendo un par de cacahuetes de la fuente que tenía a su lado.
—¿Acaso no sabes que la demanda de marisco y por tanto su precio se triplica en navidad? Pues la almeja no es una excepción. —contestó la camarera sarcástica— Esta es una de las mejores noches del año todos los infelices y todos los pringados, o vienen aquí o se pegan un tiro.
Harry contestó con una mueca difícil de interpretar y se giró para observar con más atención a la parroquia. Los había de todos los tipos; ejecutivos en viaje de negocios en vez de estar en sus casas con su familia, divorciados, tipos que aun viven con sus madres, delincuentes de poca monta...
—Vaya, veo que tienes razón. No falta nadie. Ni siquiera ese perdedor de Van Houten. —dijo el detective señalando a un tipo especialmente mohíno, de gafas de culo de vaso y nariz de patata— Le detuve una vez por tráfico de drogas, pero no le pude empapelar.
—¿Qué pasó? ¿Te pasaste arreándole hostias hasta en el cielo de la boca?
—¡Qué va! Apenas le di un par de soplamocos. Lo que pasó es que cuando le intervinimos el paquete con la droga, resulta que el muy gilipollas había gastado quince mil pavos en un kilo y medio de sacarina.
Esta vez los dos rieron al unísono y tan fuerte que hasta el aludido se dio la vuelta. En cuanto vio a Harry su rostro se demudo y pálido como un muerto recogió los cuatro billetes de dólar que tenía preparados para la estríper y se alejó del lugar como un perro apaleado.
—Por cierto, ¿Kassandra ha venido a trabajar? —inquirió intentando que la pregunta pareciese casual.
—Sí —respondió la camarera lanzándole una mirada maliciosa. Creo que está a punto de salir en la pista dos.
Harry torció el gesto y pidió otra cerveza. En cuanto Peggy se la sirvió, él la cogió y se dirigió a la pista que la camarera le había indicado. Se sentó en un taburete que había al lado de tres yupis que discutían sobre no se qué mierda de un fondo de inversión. A pesar de su aspecto, había algo que no encajaba en ellos, pero apenas tuvo tiempo de echarles una mirada antes de que las luces se apagaran y el DJ presentará a Kassandra, desviando su atención y adormilando su instinto de sabueso.
Kassandra era una belleza peculiar; Tenía una el pelo pajizo cortado en una media melena y su cara era delgada y delicada. No había ni labios operados ni pómulos esculpidos y su gesto no era el de alguien deseoso de complacer. Todo aquello unido a una nariz puntiaguda y unos ojos grandes y castaños que mantenía siempre muy abiertos a pesar de los focos, le daba siempre un aire de cervatillo asustado. Su cuerpo tampoco era convencional. Era delgada para ser una estríper y no mostraba ninguna señal de cirugía y aunque su culo y sus tetas no eran grandes los tenía deliciosamente redondos y turgentes.
Lo mejor era su manera de moverse. A algunos no les gustaba porque a pesar de su aspecto de colegiala no se dejaba intimidar. Harry la había conocido en la calle y la había sacado de la espiral de drogas y sexo en la que le había metido su novio, el jefe de una banda del Downtown y la había conseguido aquel trabajo. Para agradecérselo ella había hecho de gancho en algunas de sus operaciones contra pederastas, gracias a su aspecto juvenil.
Aquello había derivado en una relación de confianza que se había convertido en algo más cuando Harry se había divorciado. Nada serio por supuesto. Harry no se veía con una mujer veinte años más joven que él y a ella no le gustaba atarse a nadie.
Kassandra apareció vestida con chaparreras y un minúsculo sujetador en medio de una tormenta de música tecno. La joven no se movía, flotaba sobre el escenario. Harry observó como bailaba agarrada a la barra por las piernas mientras que el resto de su cuerpo rotaba alrededor. En ese momento fijó los ojos en él.
—Hola, Harry. ¿Qué haces hoy aquí?
—Hola, Kassandra. Tenía unos cuantos billetes y no sabía en qué gastarlos.
—¿Un regalo para tus hijos? Preguntó ella sarcástica mientras se daba la vuelta y se quitaba el sujetador.
Harry ignoró la puya y observó aquella espalda mientras daba lustre a la barra con la raja del culo. La gente pareció animarse al fin y ella, consciente de que era el momento, se agarró a la barra y se estiró poniendo su cuerpo al alcance de las manos de los clientes. Dos de los hombres acercaron sus manos y piropeándola le metieron unos cuantos billetes en la cinta del tanga.
Harry hizo otro tanto. Era una especie de broma entre ellos. Al principio ella no quería que la relacionasen con un poli y él había accedido a comportarse como cualquier otro para hacer ver que su relación era puramente comercial y ahora que había superado aquello el insistía en seguir haciéndolo. Ella ponía los ojos en blanco, pero en el fondo le gustaba.
Volviendo a la barra la joven se empleó a fondo aprovechando que el ritmo de la música se había intensificado y los hombres comenzaron a jalearla. Con tres nuevas piruetas volvió a acercarse al público y hizo una memorable demostración de twerking mientras aquellos salidos se empeñaban en meter billetes en su ropa interior. La música terminó y Kassandra se despidió con un bonito volante de billetes adornando su tanga.
Harry siguió aquellos pechos hasta que desaparecieron tras unas brillantes cortinas. No esperó mucho para seguirla hasta su camerino y apenas se fijó en el gesto de nerviosismo de los agentes de bolsa.
Como una de las bailarinas más deseadas, Kassandra tenía un camerino para ella sola. Pequeño y apartado, pero lo suficientemente grande para albergar un espejo, un tocador, una silla y un cómodo sofá donde pasaba el rato entre función y función.
—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! —dijo la estríper que ya le esperaba tumbada en el sofá con las piernas sobre el reposabrazos y la bata de seda estudiadamente abierta.
Harry ignoró aquel gesto de desprecio. Desde que se conocieron la atracción había sido mutua. A él le gustaban las rubias y a ella los tipos silenciosos y violentos. Mientras estuvo casado solo se limitó a sacarla de apuros, pero ahora que su mujer le había dejado se veían de vez en cuando. Sexo rápido, duro y sin contemplaciones, como a ambos les gustaba.
Harry la miró con evidente lujuria a pesar de que pretendía hacerse el duro. Pero el pecho que asomaba en casi su totalidad por la abertura de la prenda llamaba poderosamente su atención.
Ella le volvió a mirar con desprecio y dio una calada al cigarrillo que tenía entre los dedos. Con la mano libre se acarició el muslo y estiró el pie dentro de la sandalia plateada con la que había bailado en la barra.
—¿Te gusta? ¿O prefieres que me vista de colegiala, con una faldita de tablas, una blusa blanca, unas sandalias y unos calcetines hasta las rodillas? En el fondo estoy convencida de que me enviabas a esas misiones solo para verme vestida así. —siguió desafiándolo y poniendo morritos.
—Lo que debería hacer es azotar ese culo insolente hasta que pueda freír un huevo en él. —replicó el policía medio en broma medio en serio.
Kassandra se revolvió en el sofá y la bata se abrió totalmente dejando su cuerpo totalmente a la vista, pálido y magnifico, agudizando aun más su deseo. Antes de que pudiese acercarse se dio la vuelta y se puso sobre el sofá a cuatro patas. La líquida seda resbaló de nuevo ocultando su anatomía a la vez que revelaba sus formas. Con el culo en pompa comenzó a moverse ligeramente hacia delante y hacia atrás mientras le miraba.
—Vamos... Por favor... Muéstramela. ¡Es tan grande y tan dura!
A Harry no le gustaba enseñar su instrumento más querido, pero a Kassandra no podía negarle nada. Con un movimiento rápido se metió la mano bajo la americana y sacó su revólver Smith&Wesson Magnum 44 de la sobaquera. Comprobando que tenía el seguro puesto lo acercó a la joven y repasó sus muslos y su culo con el cañón del arma.
—Mmm, sí... ¡Cómo me gusta! —exclamó ella entre suspiros.
Con una mirada de concentración, Harry introdujo el cañón del revólver bajo la bata y recorrió el interior de los muslos de la joven con él. Kassandra temblaba de excitación y entre jadeos y suspiros se deshizo de la bata. Sin dejar de acariciar su cuerpo con el revólver la cogió por aquella fina melena pajiza y la obligó a mirarle a los ojos. Aquellos ojos grandes y castaños ya la miraban velados por el deseo. No esperó más y obligándola a incorporarse le dio un largo beso. Sus lenguas se juntaron y lucharon intentando imponerse a su amante, pero no lo conseguían. El beso sucio y húmedo estaba acompañado de caricias y magreos aun más sucios.
Harry dejó caer el revólver al suelo y abrazó a la joven que se retorció en sus manos como una culebra. A Harry le encantaba aquella fiera indomable. Arañaba, mordía y gritaba. Era como follar con una leona; hirviente y a la vez indómita.
Con un empujón la puso de cara al respaldo del sofá, con las rodillas sobre el mullido cojín y el culo en pompa. No esperó más y sacándose la polla totalmente erecta del pantalón se frotó contra el sexo de la estríper. Como esperaba estaba húmedo y caliente. No dejó que ella le suplicase. Con dos ligeros golpes le separó un poco más las piernas y la penetró. Su coño, estrecho y acogedor, recibió su polla con un estrecho abrazo que le obligó a lanzar un ronco gemido.
—Vamos, cabrón. —le exhortó ella tras un largo gemido— ¿No es lo que estabas deseando? ¿Follarte una chica a la que le llevas veinte años?
Harry respondió dándole un sonoro cachete en las nalgas. Kassandra se revolvió e intentó arañarle, pero él se dejó caer sobre ella, clavándole el miembro hasta el fondo de su sexo y haciéndola aullar de placer.
—¡Hijo de perraaa!
Estaba acostumbrado a los insultos, todo el mundo le insultaba. Los compañeros, los delincuentes, las feministas, los políticos, los fiscales... hasta los lavanderos chinos, pero los únicos que le ponían eran los insultos de Kassandra. A cada insulto él respondía con un pollazo. A cada momento ella volvía insultarlo, cada vez más rápido, cada vez más sucia, hasta que el ritmo de las penetraciones la dejaba sin aire y solo podía gemir.
A punto de correrse el detective se separó. Ella, hecha una fiera cubierta de sudor, se abalanzó sobre él, abrazándole con manos y piernas, comiéndole a besos, arañando su espalda y frotándose contra su polla.
Como si se tratase de alguna especie de lamia, le mordió el cuello y tuvo que verse obligado a cogerla por el pelo para apartarla. Con un movimiento rápido la lanzó contra el tocador donde quedó sentada.
La estríper conocía el efecto que ejercía sobre los hombres. Sin apresurarse abrió las piernas mostrando la abertura de su sexo, aun ligeramente dilatada por la intrusión de la polla de Harry y se acarició el interior de los muslos mientras lo miraba desafiante.
El detective hizo el amago de acercarse con la polla palpitando dolorosamente y en el último momento cerró las piernas, apoyando los tacones de las sandalias en la americana del detective.
Él reaccionó cogiéndola por los tobillos y besándole los dedos de los pies. Aquella era una de las cosas que más le excitaban, unas piernas largas con unos pies pequeños de dedos finos. A su exmujer le parecía una especie de aberración y jamás se ponía unos zapatos de tacón para él.
A la estríper, sin embargo parecía excitarle tanto como a él y le gustaba adornarse los dedos de los pies con algún que otro anillo. Harry los besó y los chupó unos instantes hasta que los gemidos de ella volvieron a llamar su atención. Separando sus piernas de nuevo la penetró. La sensación de estar de nuevo en ella fue espectacular. Harry agarró uno de sus pechos y lo estrujó mientras que con la mano libre enlazaba su cintura y acercaba su cuerpo cada vez que la penetraba. Los sexos chocaban con violencia con un ruido húmedo y excitante.
La joven se colgó de su cuello y le recibió con las piernas ciñendo sus caderas y su lengua lamiéndole la mandíbula el cuello y los labios. Cuando se dio cuenta estaba follándola con todas sus fuerzas, haciendo temblar todo el mueble y provocando que el espejo se ladease.
—Vamos, más rápido. —le urgió ella a punto de correrse.
En ese momento una serie de estallidos le hicieorn parase en seco.
—¡Malditos gilipollas! ¡Qué manía con tirar petardos aquí dentro! —exclamó ella agarrándose a Harry.
—Eso no han sido petardos. —dijo Harry con su instinto de nuevo alerta.
—Vamos, Harry. Olvídalo y termina, ¡Estoy que ardo!
—Por supuesto. —dijo él dándole un par de profundos pollazos a la estríper antes de apartarse y correrse sobre su vientre y sus pechos.
Inmediatamente se metió la polla en los pantalones y se agachó para coger el Magnum 44. Kassandra cabreada se lanzó sobre él.
—Hijo de perra, ¿Me vas a dejar así?
—Tranquila en cuanto acabe con esto volveré donde lo he dejado. —respondió él quitando el seguro al revólver y guiñándole el ojo.
—¿Y si te matan?
—Aprovecha el rigor mortis, muñeca. —respondió Harry guiñando un ojo y esquivando un jarrón que le lanzó la estríper justo antes de salir al pasillo.
Avanzó por el pasillo amparado en la profunda oscuridad con el arma preparada. Casi estaba fuera del pasillo cuando un hombre entró en el voceando y pegando un par de tiros al techo con un MP5:
—¡Vamos, señoritas! ¡Todas fuera! ¡Que no tenga que ir a buscar esos culi...!
Harry no se lo pensó y antes de que el tipo supiera lo que pasaba una bala de calibre 44 le atravesó la cabeza interrumpiendo el discurso del tipo y de paso abriéndole un agujero en la cara por el que casi se podía meter el puño.
El estampido en aquel pasillo tan estrecho fue ensordecedor, pero Harry no se paró a esperar a que desapareciesen los pitidos de sus oídos y se acercó al cadáver. En cuanto lo vio, lo reconoció al instante, era uno de los ejecutivos y enseguida se dio cuenta porque había algo que le chocaba en ellos; trajes de mil dólares y botas de trekking baratas. Debería haberse dado cuenta antes.
El baile de Kassandra le había distraído y le resultado era que podían haberle matado. Avanzó evitando el charco de sangre que se estaba formando alrededor de la cabeza del cadáver y se agazapó justo a la salida del pasillo, detrás de un pesado macetero. Asomando la cabeza desde detrás de la palmera que había plantada en él echó un largo vistazo. Por lo menos no había estado del todo en las nubes y solo eran tres los secuestradores. Habían mandado a uno de sus colegas a vaciar los camerinos mientras los otros dos vigilaban a los que estaban en el local.
Todos los asistentes permanecían tumbados en el suelo con las manos en la cabeza mientras los delincuentes se paseaban entre ellos con los MP5 listos. Parecían tipos duros, pero Harry enseguida los caló. Era su trabajo y estaba seguro de aquellos tipos eran unos aficionados. En vez de quedarse quietos en dos de las esquinas del garito se paseaban constantemente por el local interfiriéndose constantemente sus líneas de tiro.
Lo suyo no era la sutileza, así que no se lo pensó dos veces, en el momento en que los dos tipos se cruzaban salió de detrás del macetero. Con el primero no se lo pensó y le disparó directamente en el cogote. Sangre, sesos y trozos de hueso explotaron justo sobre la cara del otro secuestrador cegándolo por un instante. Por puro terror el otro hombre levantó el subfusil y disparó una ráfaga a ciegas que se perdió muy por encima de la cabeza del detective que avanzó un par de pasos y disparó de nuevo.
No necesitó disparar de nuevo. La bala impactó en el hombro del delincuente que hizo una vistosa pirueta y cayó al suelo retorciéndose de dolor, con el arma fuera de su alcance.
—Hola, ¿Cómo va eso? ¿Animando la fiesta? —dijo poniéndole al tipo el cañón del revolver debajo de la nariz mientras lo registraba. No encontró nada, ni cartera, ni carnets. Solo dos cargadores de repuesto.
—Bien —dijo cogiendo al tipo de la solapa y plantándole la placa delante de la nariz— Ahora vas a decirme que coños haces aquí el día de Nochebuena en vez de estar hartándote de pavo en casa de mamá.
—No pienso decirte nada, polizonte.
—¿De dónde has salido? ¿De una peli de los setenta? No sé tú, pero yo tengo prisa por volver a casa y hasta que no solucione esto no podre hacerlo. Así que voy a empezar a volarte pedazos de tu cuerpo que no utilizas o no necesitas, ya sabes; orejas, nariz, dedos...
—No te atreverás. Eres un poli. No podéis hacer esas cosas. Tienes que llamar una ambulancia, joder. ¡Me estoy desangrando! —gimió el tipo.
—Claro que puedo hacerlo. Me basta con sospechar que eres un jihadista y tengo pista libre. Puedo hacerte lo que me da la gana, de hecho estoy pensando en esparcir tus sesos por el suelo. Solo me quedarán dos más y me darán una medalla al merito policial.
—No te...
Un nuevo estampido resonó en el local como un cañonazo haciendo un agujero en el suelo justo a tres centímetros de la oreja del delincuente.
—Está bien, está bien. Te diré lo que quieras saber.
—¿Qué hacéis aquí?
—Hemos venido a robar el Club.
—¿Qué pensabais? ¿Sacar los billetes de los tangas de las chicas? Vaya mierda, ya no hay honor entre delincuentes.
—Yo no... Si lo digo, Mark me matará.
Harry no insinstió. Simplemente se limitó a aplicar el cañón del revolver sobre la herida de aquel cabrón.
—¡Ahhh! ¡Está bien! —respondió el tipo entre gemidos— Pero no me hagas más daño, por favor. El Club es una tapadera. El dueño blanquea los beneficios del narcotráfico en él. Guarda el efectivo en una caja en el último piso.
—Mmm un gran plan, sí señor. Robar a un capo de la droga. Muy listos. ¿Cuántos sois? Y sin trucos. Si me mientes, volveré y te arrancaré la lengua a tiros.
—Somos diez. Tres por piso y cuatro en el de arriba donde está el botín. —se apresuró a contestar. Otros dos más están cubriendo la salida en un Oldsmobile marrón.
—Bien, ahora se buen chico y no te muevas. —dijo Harry tirando del brazo bueno del secuestrador y arrastrándolo hasta una de las barras de baile donde lo esposó. A continuación se irguió y se dirigió a los presentes que seguían en el suelo observando la escena estupefactos.
—Muy bien. Señoras y caballeros. Policía de San Francisco. —dijo levantando la placa para que todo el mundo pudiera verla— Todo está bajo control. Por favor, tomen asiento y esperen a que lleguen refuerzos para rescatarles. Peggy ¿Tienes las llaves de la sala? Hazme un favor. Cuando salga cierra con llave y no abras hasta que todo haya pasado.
—Vale, Harry. Cuídate. —dijo Peggy saliendo de la barra y acompañándole a la salida.
Harry salió al pasillo y recargando el arma se dirigió a las escaleras. Antes de subir al siguiente piso cogió el móvil y llamó a su capitán.
—¿Harry? ¿Qué diablos haces llamándome a estas horas? Como me jodas la cena de navidad te mando directo a lavar coches procedentes de tiroteos.
—Hola, jefe. Tengo un 10-4 en curso...
—¿Qué diablos? ¿Un robo con rehenes? Todos los bancos están cerrados a estas horas. Como esto sea una broma, te pego un tiro.
—Más me gustaría McClusky. Estoy en un Club. —le explicó Harry— Unos tipos han entrado a robar. Al parecer es una tapadera para blanquear dinero sucio.
—No me jodas. ¿No estarás en Las Tetas Saltarinas?
—Sí. ¿Por qué?
—Los de narcóticos han estado vigilando a Tony, el dueño. Felicidades has jodido una operación de tres años.
—Si lo prefieres me largo y dejo que estos mastuerzos maten a todo el mundo. —dijo Harry empezando a cabrearse.
—Está bien. Está bien. ¿Pero seguro que tú no lo empezaste?
—Claro que no. Yo lo único que quería era pasar una noche entretenida.
—¡Pues la próxima vez aprende a hacer cestas de mimbre! —la voz del capitán McClusky sonaba realmente cabreada— Esto le va a costar un dineral en horas extras al departamento. Hazme un favor y vete cargándote a unos cuantos. Voy a hacer unas llamadas. En cuanto pueda te enviaré refuerzos.
—Gracias, señor. Es todo un detalle por su parte. —aquel chupatintas gilipollas le ponía de los nervios, siempre preocupado por el dinero.
El detective escupió en el suelo y apagó el móvil, consciente de que todo el mundo estaba cenando con sus familias y de que como muy pronto los refuerzos estarían allí en quince minutos. En ese tiempo estaba seguro de que, para bien o para mal, todo habría terminado.
No le extrañaba. Mientras subía los peldaños, confiando que la información que le había dado aquel gilipollas fuese verdadera, se sentía tan solo como siempre. Por eso no le gustaba tener compañeros; o morían o terminaban odiándolo. Lo suyo era resolver los casos sin tener en cuenta las normas, pero esa chocaba con todo el departamento, obsesionado con el reglamento y las relaciones públicas. Estaba harto, todo el mundo se había vuelto políticamente correcto. Hasta los delincuentes. Cuando entraba en una sala de interrogatorios solo había dos tipos de imbéciles, los simpaticopatas que pedían el abogado con una sonrisa y los psicopapanatas que se dedicaban a cometer crímenes para poder hacerse fotos en las redes sociales con sus víctimas. Cada vez se sentía más viejo y deprimido, fuera de época. ¿Volverían alguna vez los años ochenta con su mala leche y su violencia gratuita?
Al llegar al último escalón desechó aquellos pensamientos y de nuevo se concentró. El frió metal de su revólver le tranquilizó y le ayudó a serenarse justo antes de dar una patada a la puerta del segundo piso.
En este caso el lugar estaba ambientado con motivos orientales, un batiburrillo de farolillos de papel y trastos chinos, japoneses y coreanos atiborraba el escenario, las barra y todas las esquinas que no estaba ocupadas por mesas y asientos. En cuanto escucharon el estruendo, los tres secuestradores se giraron. La verdad era que tener a todos los rehenes tumbados era una ayuda. Antes de que pudiesen reaccionar, Harry había tumbado al más cercano de dos tiros a bocajarro y le había descerrajado otros tres o cuatro a un tipo negro y esmirriado que estaba amartillando una escopeta.
El tercero se creyó más listo y en vez de enfrentarse directamente, cogió a una de las estríper por el pelo y la utilizó de escudo humano mientras apuntaba con una Beretta a su sien.
Durante unos instantes Harry se quedó parado observando unos enormes y turgentes pechos, totalmente naturales, temblar y bambolearse de puro terror.
—¡No te acerques más, cabrón! —gritó el delincuente— ¡O te juro que la mato!
Harry no se movió simplemente alzó de nuevo su revólver y lo miró como si se tratase de una sucia garrapata.
—Suelta el arma o la mato. —insistió el secuestrador.
—Creo que has visto muchas películas, chaval. —replicó Harry avanzando sin dejar de apuntar a aquel hijo de puta.
Sabía que el tipo estaba en un problema. Si quería apuntarle a él tenía que apartar el arma de la chica y podría matarlo y si mataba a la estríper se quedaría sin ninguna defensa. El delincuente lo confirmó y se quedó congelado al ver que Harry no reaccionaba como se suponía que debía hacer. Sin saber que hacer se limitó a mirarlo hasta que el detective estuvo tan cerca que pudo apoyar el cañón del revólver en la sien del delincuente.
—Sé lo que estás pensando. Si disparé las seis balas o solo cinco. Francamente, con todo este jaleo, ni yo mismo estoy seguro de ello. Pero siendo este un Magnum 44, el mejor revolver del mundo, capaz de desintegrarte los sesos de un tiro, ¿No crees que deberías pensar que eres afortunado? ¿Verdad que sí, vago?
El tipo sabía que tenía las de perder. En el fondo eran todos una pandilla de aficionados y por encima de todo querían sobrevivir. Así que le echó una última mirada, soltó a la chica y dejó caer la pistola al suelo.
Sin más ceremonias enfundó el revólver, con un sujetador ató las muñecas del tipo a una de las barras y le dio la pistola a la chica a la que el delincuente había amenazado.
—Sí se mueve, pégale un tiro.
El hombre no se atrevió a moverse, con la pistola de la chica apuntándole a la frente. Aun así se dirigió a Harry que ya se alejaba en dirección a las escaleras:
—¡Eh! ¡Necesito saberlo!
Harry se dio la vuelta, le miró y encogiéndose de hombros, sacó el revólver de la pistolera y se dirigió hacia él. Cuando estaba a tres pasos levantó el revólver, apuntó al delincuente directamente a la cara. El tipo cerró los ojos en el último momento a la vez que apretaba los dientes en una mueca de terror. Harry, con una sonrisa en la cara apretó el gatillo. Solo se escuchó un chasquido metálico y la risa cascada del detective al darle de nuevo la espalda para continuar con su misión.
—¡Cabrón, hijo de perra! —dijo el hombre forcejeando con sus ligaduras.
En ese momento Harry escuchó un estampido y se dio la vuelta. La estríper mantenía la pistola aun humeante en su mano.
—Me dijiste que si se movía...
—Está bien. Pero la próxima vez intenta disparar a una pierna. —dijo Harry observando el limpió agujero en la frente de aquel desdichado.
Con suavidad le quitó el arma a la chica y la dejó en manos de su compañera mientras recargaba de nuevo el revólver. Le esperaba la última planta.
Al llegar al final de la escalera sabía que no podía contar con el factor sorpresa. Estaba claro que los ladrones eran unos principiantes. Hay que ser muy imbécil para pensar que varios millones de dólares iban a estar esperándolos sin protección ninguna.
De la puerta abierta surgían los ruidos de una refriega. Los fogonazos y los estampidos eran inconfundibles, había montada una jarana de tres pares de cojones. Durante un momento pensó en quedarse allí esperando a que aquellos facinerosos se matasen entre ellos, pero luego pensó en las inocentes estripers y en lo agradecidas que le estarían y no se lo pensó.
El último piso rebosaba decoración navideña. El espumillón, las luces de colores, los renos y los duendes de pega estaban por todas partes, creando múltiples siluetas a las que disparar. Esta vez se dejó de tonterías y entró como una exhalación matando a uno de los atracadores para poder ocupar el abrigo que le proporcionaba un trineo navideño volcado.
Lo bueno de todo aquello era que todo el mundo estaba tan ocupado matándose entre sí que apenas habían reparado en él. Lo malo era que su Magnum se estaba quedando sin balas, así que tuvo que recurrir al MP5 del atracador que había derribado.
Aquellas armas no le gustaban nada. Eran demasiado rápidas e indiscriminadas. Por cada objetivo que eliminabas solías matar a tres o cuatro inocentes. Renegando le dio un golpe al selector para disparar en ráfagas y asomó la cabeza por encima del trineo para echar un vistazo.
Debían llevar un rato dándose estopa y la cosa se había estancado. La sala era del mismo tamaño que las de los pisos inferiores pero el techo era más amplio, lo que le daba una mayor sensación de amplitud. En el fondo, entre la barra y los escenarios había una escalera que llevaba a una oficina que estaba separada de los gritos y las estripers por un enorme ventanal que ahora había volado hecho añicos. Desde allí, con la ventaja de la altura dos tipos habían tumbado un escritorio y desperdiciaban munición como si no hubiese un mañana.
Las estripers y los clientes yacían esparcidos por el suelo, unos vivos, otros muertos, otros no sabía muy bien cómo. Entre los muertos, aparte del que se había cepillado él, estaba un tipo blanco con pinta de heroinómano cosido a balazos justo al pie de las escaleras. Los dos restantes devolvían el fuego que recibían desde las oficinas y la barra, desde detrás del escenario. Harry echó otro vistazo y decidió que no haría distinciones. Tanto los atracadores como los que se defendían no mostraban ningún respeto por la vida de chicas y clientes.
Los que tenía más fáciles eran los dos atracadores que estaban a apenas a cinco metros de distancia y sin ningún obstáculo, ya que creían que tenían las espaldas cubiertas. Por un momento pensó en cargárselos, pero luego decidió que ya que tenía la barra enfilada podía darle al camarero aunque estuviese un poco más lejos y así poder despejar la parte de abajo del local sin mucha dificultad.
Esperó pacientemente. Una nueva ráfaga de los atracadores hizo volar copas y botellas por los aires. ¡Qué jodido desperdicio! El camarero esperó a que los atracadores soltaran el gatillo para levantarse y responder con su Remington recortada. Ese fue el momento que esperaba el detective y en cuanto tuvo al camarero en la mira, le disparó con el Magnum. La bala del calibre 44 impactó en el camarero justo por encima del corazón levantando su cuerpo del suelo que chocó contra el fondo de la barra a la altura de la cintura. El cuerpo, ya inerte, se volteó y cayó de cabeza fuera de la barra.
Uno de los gilipollas se levantó un instante y le levantó el pulgar creyendo que era uno de sus colegas. Cuando se dio cuenta, Harry ya le había metido una ráfaga del MP5. Las balas le atravesaron el cuerpo desde la ingle hasta el cuello en una explosión de sangre y vísceras que regaron a Relámpago y a Rudolph. El otro era un pelín más listo y encañonó al detective, pero no fue lo suficientemente rápido y recibió el resto del cargador del subfusil.
El tipo cayó hacia atrás a la vez que su arma escupía un torrente de balas que se incrustaba en el techo. Alguna de aquellas balas debió dar en algún cable o conector haciendo que una nube de purpurina y confeti comenzase a caer del techo, acompañada por la luz intermitente de los focos, creando aun más confusión.
Harry no se lo pensó era su oportunidad y sin apresurarse, intentado ocultarse en la nube de confeti, avanzó por la sala atestada de cuerpos que no podían o no se atrevían a levantarse. Justo al lado de uno de los atracadores muertos pudo ver al cagón de Van Houten temblando. Al parecer se había largado de las brasas para caer en el fuego ... cruzado. Ignorándolo avanzó hasta estar a unos cuatro metros de la cristalera destrozada y esperó con el Magnum 44 preparado. Tal como esperaba, al acabar el tiroteo súbitamente, un tipo asomó la cabeza por detrás del escritorio volcado, momento que aprovechó para pegarle dos tiros. Uno le dio en el hombro y otro en plena cara.
Harry no disfrutaba viendo volar huesos y dientes por los aires, al contrario de lo que pensaban los de Asuntos Internos. En lo único que pensaba era en evitar que aquella basura humana dejase de causar sufrimiento a sus congéneres.
Solo quedaba uno, por la pinta debía ser el jefe porque en vez de sacar el hocico para apuntar se limitó a asomar la mano con su metralleta y rociar todo el local con una prolongada ráfaga hasta vaciar el cargador. Harry ni siquiera se agachó sabía que las posibilidades de recibir una de aquella balas eran infinitesimales.
En cambio apuntó cuidadosamente al escritorio. Aquel gilipollas no sabía que el pesado mueble no constituía ninguna defensa ante una arma, capaz de atravesar el bloque del motor de un Chevrolet V8. En cuanto volvió a asomar el arma del delincuente hizo un rápido calculo y vació el tambor del revolver separando ligeramente los disparos para asegurarse de tocar carne. El aullido de dolor le indicó que no estaba equivocado. De detrás del escritorio emergió un tipo agarrándose el vientre y el cuello, intentando inútilmente evitar que la vida escapase por dos enormes boquetes. Dio tres pasos y se derrumbó.
Harry sonrió satisfecho y guardó el revólver humeante en la pistolera esperando que ninguno de aquellos imbéciles fuese un infiltrado de narcóticos. Miró a su alrededor. Los renos tiroteados, la gente sangrando... Aquel lugar no volvería a ser lo mismo. Era una lástima, le gustaba aquel garito.
Se acercó a la barra. Era su día de suerte, sobre ella había un chupito de bourbon intacto. Lo cogió y se lo acercó a la boca.
—¡Cabrón! ¡Es la última vez que veo tu feo jeto de polizonte!
Harry se dio la vuelta, aun con la copa en el borde de los labios. Frente a él estaba Kirk Van Houten con una de las armas de los atracadores en sus manos temblorosas.
—¡Por fin abandonarás mis pesadillas y podre mirar a mi hijo a los ojos!
—¿Me dejarás al menos tomar mi última copa? —replicó Harry inclinando el chupito sin esperar la respuesta de Van Houten.
—Cerdo, hijo de perra...
Van Houten levantó el arma y justo en ese momento apareció Kassandra por la puerta y sin una sombra de duda cosió a aquel pobre infeliz a balazos.
Harry no se inmutó y terminó de apurar su copa antes de dirigirse a la estríper.
—Podías haberte conformado con pegarle un par de tiros. No hacía falta dejar a ese pobre diablo como un colador.
—Mira quien lo dice. —repuso ella bajando el arma— De una docena de delincuentes, un superviviente que no creo que pase de la medianoche si Santa Claus no le trae un par de bolsas de cero negativo.
Harry abrió la boca pare decir algo, pero la joven lo cogió de la mano, tiró de él y se lo llevó hacia las escaleras.
—Vamos, tanta acción me ha puesto aun más caliente y aun me debes un orgasmo.
—¿Dónde me llevas? ¿Quieres follarme sobre el cadáver de tu jefe?
—Deja de decir idioteces y sígueme.
Subió las escaleras y abrieron la puerta que daba al despacho. La habitación estaba hecha un desastre. Llena de cristales rotos y decorada con profusión con la sangre y los sesos de los dos delincuentes.
—Estas manchas no salen ni con Blanco Nuclear. —comentó Harry mientras era arrastrado por una Kassandra cada vez más impaciente.
La estríper le guió al fondo del despacho donde una puerta camuflada daba paso a un impresionante nidito de amor.
—Será hijoputa. Qué bien montado lo tenía. ¿Aquí era dónde pasabais por caja?
—Solo algunas. Una vez lo intentó conmigo y recibió un rodillazo en los huevos.
Harry se quedó quieto mirando la cama en forma de enorme corazón rosa, llena de cojines y el espejo que cubría todo el techo. Una serie de focos iluminaban el campo de juego como si lo que fuese a disputarse allí fuese la Superbowl.
Cuando se giró hacia Kassandra ella volvía a estar desnuda y él totalmente empalmado. Consciente de que había captado su atención, se acarició el suave triángulo rubio que cubría su pubis y sin dejar de mirarlo se dirigió a un columpio que había instalado en una de las esquinas de la estancia.
Sin ningún pudor se sentó y abrió las piernas mostrándole el sexo congestionado por el deseo.
—¡Anda, alégrame el día! —dijo ella inclinándose ligeramente para balancearse.
Harry no se lo pensó y las embistió con todas sus fuerzas. Aun estaba bajo los efectos del chute de adrenalina y no se cortó. Con golpes duros y secos la penetró haciendo que los ganchos que sujetaban el columpio temblasen y amenazasen con caer.
Kassandra recibió los pollazos con gemidos e insultos, arañando y mordiendo como una tigresa en celo. Una vez tomada la medida le dio un empujón y el columpio se separó un metro antes de volver a caer con fuerza. Su polla entró en el coño lubricado de la estríper hasta golpear el fondo arrancándola un grito de placer. Cada vez más excitado, siguió empujando una y otra vez mientras su amante gemía y arqueaba la espalda con cada pollazo.
A punto de correrse se tomó un descanso y besó sus pechos, su cuello y su boca. Unos besos húmedos y sucios y aun así incapaces de satisfacer su deseo. Con un empujón Kassandra le obligó a tumbarse en la cama. Con deliberada lentitud se sentó sobre su erección y comenzó a frotarse contra ella antes de inclinarse un poco hacia adelante y meterse la polla entera. Entonces comenzó una cabalgada salvaje que no se interrumpió ni siquiera cuando ella se corrió. Harry intentando hacerse el duro se dedicaba a manosear el delicado cuerpo de la joven estríper con el rostro pétreo a pesar del intenso placer que sentía.
Cuando creyó que iba a explotar Kassandra volvió a separarse y se dio la vuelta. Apoyando las manos en su pecho, separó las piernas y las puso a ambos lados de él. Con un movimiento rápido se metió la polla y empezó a mover las caderas de un lado a otro y de arriba abajo. Harry adelantó la mano y comenzó a acariciar aquel pubis indefenso cada vez con más intensidad hasta que la chica no aguantó más y se corrió. Sin darle tiempo a recuperarse, el detective se giró para ponerse sobre ella y eyacular en medio de brutales empeñones.
—Eres un bestia, Harry. Pero como me gusta. —dijo ella tapando a ambos con un sábana de raso rosa.
Apenas había cerrado los ojos cuando se abrió la puerta de un empeñón. A la cabeza de un pelotón del SWAT el capitán MClusky entraba con el arma en ristre.
—Joder, Callahan. ¿Acaso te crees James Bond? El Club parece un matadero y tu follándote a una estríper.
—No hace falta que te pongas así. La culpa es tuya por haber llegado tarde. Te has perdido la fiesta.—dijo Callahan con tono almibarado.
—Déjate de idioteces y saca el culo de ahí. Creo que te vas a pasar el resto de las fiestas haciendo el informe de esta degollina. —gritó McClusky con una vena de la sien a punto de reventar.
—Está bien, jefe. No hace falta que se ponga así. Yo solo me limité a hacer mi trabajo. —dijo saliendo de la cama totalmente desnudo.
—Joder, Harry. ¿No puedes ser un poco más discreto?
—El que no quiera ver que no mire. —respondió él cogiendo los pantalones.
El capitán viendo que allí ya no pintaba nada salió de la habitación dejando que terminase de vestirse en paz.
—Bueno, nena. Me gustaría repetirlo, pero ya ves que tengo papeleo que hacer. Ya nos veremos.
No esperó a que ella respondiese y salió de la habitación. Con la bajada de la adrenalina, al fin fue consciente de la destrucción. Parecía increíble que solo hubiese tres muertos y dos heridos a parte de los delincuentes. Con lentitud bajó las escaleras. Solo quería llegar a casa y emborracharse. Estaba a punto de salir a la calle cuando dos hombres se acercaron y le enseñaron las placas.
—Asuntos Internos. Harry... está vez te has pasado dos pueblos, y encima has jodido una investigación de narcóticos. Te vas a caer con todo el equipo.
—Taylor, se que estás cabreado. Estas cosas pasan, pero si la próxima vez que estés comiéndole la polla al jefe Richmond me avisas, prometo comportarme hasta que termines.
—¡Hijo de perra! —rugió el detective— ¡Esta vez voy a crucificarte! ¡No te irás de rositas! ¡Pienso encontrar testigos de tu brutalidad!
—Buena suerte, creo que todos los clientes están locos por explicar qué diablos hacían aquí la noche de navidad. Quizás tengas suerte con Santa Claus, creo que estaba frotándose contra una chica en el segundo piso. Yo me voy a casa a emborracharme y a dormir la mona todo el día de navidad. Ya te enviaré el informe cuando lo haya terminado.
Sin dedicarles otra mirada a aquellos chupatintas salió del edificio. Una barahúnda de policías, bomberos, sanitarios, periodistas y curiosos se habían apelotonado. Respondiendo a las preguntas de los periodistas con un comedido "iros todos al carajo" se abrió paso a empeñones y se metió en el coche. Mientras lo arrancaba echó una última mirada al Club sobre aquella multitud destacaba el letrero sobre la puerta del Club. Sus parpadeantes destellos de neón se empeñaban en repetir la misma estúpida frase. FELIZ NAVIDAD. FELIZ NAVIDAD. FELIZ NAVIDAD...
Este es un pequeño homenaje a mis películas navideñas favoritas; La Jungla de Cristal 1 y 2, Arma letal, Bad santa, Pesadilla antes de Navidad, Los Fantasmas Atacan al Jefe y por encima de todas El día de la Bestia. Espero que disfrutéis del relato tanto como de estas fiestas. Un saludo y ¡Feliz Navidad!