Sucedio con mi ex

Tres años después de divorciarnos, volvemos a practicar sexo mi ex y yo. Pero esta vez será distinto...

Habíamos pasado, como muchas parejas, por varias fases en nuestra relación. Empezamos siendo los amigos íntimos que lo comparten todo, que no tienen secretos, que cuando se juntan al final del día se cuentan sus emociones, sus experiencias y que escuchan al otro aportando igualmente sus vivencias y consejos.

Esta fue la época de nuestra mayor actividad sexual, en donde nuestra sintonía personal también existía en lo sexual. Follábamos todos los días y ella me decía lo que le gustaba follar conmigo, y me pedía que le metiera mi polla en su coño, y lo decía así, con todas las letras, polla y coño, y ello me excitaba aun más y a ella también. Yo también le decía lo que me gustaba follarla, ver como mi polla entraba y salía de dentro de ella y se lo decía, y más me pedía ella que se la metiera y que le dijera que se la metía hasta el fondo, más nos excitábamos y nuestra excitación iba cada vez en aumento hasta que era ella la que normalmente se corría en primer lugar, con espasmos que iba notando en mi pene, al contraerse su vagina en torno a él en abrazos húmedos y deliciosos. A mi me gustaba ese momento, al que había llegado sin correrme sabiendo la recompensa que me esperaba, y me mantenía dentro de ella, besándola en la boca y jugando con nuestras lenguas, hasta que ella nuevamente comenzaba a mover sus caderas. Y si era ella la que estaba debajo, me abrazaba con sus piernas, y con sus talones me empujaba el culo animándome a penetrarla cada vez más rápido y más fuerte. Y si era ella la que estaba arriba, se sentaba en cuclillas, dejándome ver cómo mi polla entraba y salía de su coño, cada vez más rojo e hinchado. Pero cuando a mi más me gustaba era cuando estábamos de pie, dándome ella la espalda, y yo se la metía desde atrás mientras al mismo tiempo ella se acariciaba el clítoris. Con ambas manos agarradas a sus caderas miraba como mi pene iba entrando en su coño y soñaba que un día me dijera que se la metiera por el culo y tal era la excitación de ese pensamiento que no tardaba en correrme.

Y fue pasando el tiempo y llegando los niños y la convivencia se fue complicando y al cansancio del trabajo se fue uniendo el del cuidado de los niños y los períodos sin sexo se fueron haciendo cada vez más largos mientras que los tiempos sin disputas y enfrentamientos lo fueron más cortos. Pronto se hizo evidente lo necesario de la ruptura y a ella llegamos de forma no demasiado traumática, acordando rápidamente los términos de nuestro divorcio.

Ahora llevábamos tres años divorciados y aunque el primer año abundaron más los mutuos reproches que los elogios, poco a poco ambos fuimos comprendiendo que nuestra separación, aunque inevitable, podía sin embargo conducirnos a mantener otro tipo de relación, más sana tal vez, en la que ni esperábamos que el otro cayera en falta para expresarle todos nuestros reproches ni tampoco que la otra persona estuviera allí por la noche para escuchar nuestras penas y alegrías del día a día. Sabíamos, eso sí, que podíamos recurrir uno al otro en caso de necesidad y esa seguridad nos daba confianza y tranquilidad. Además, tenemos dos hijos, de 12 y 16 años, que son un vinculo entre nosotros y que procuramos criar y educar sin que echen de menos nuestro tiempo de convivencia.

Ninguno de los dos tenía por el momento pareja estable. Ambos habíamos tenido relaciones de distinta duración, incluso de meses, pero creía que mi ex, al igual que muchas mujeres de su edad, no querían renunciar a la independencia y libertad de la soltería; que una vez alcanzada la conciencia de la nueva situación, no quieren arriesgar el beneficio indudable de ser las únicas dueñas de sus decisiones en solitario por el incierto de compartirlas con otros. Nuestra relación, como podía deducirse de lo dicho, no era mala. A veces fueron inevitables las críticas, esos vestigios del pasado que tanto daño hicieron a nuestra convivencia, pero ambos habíamos aprendido a reprimirlas y habíamos alcanzado un nivel de confianza que si no mayor al que disfrutábamos en los inicios de nuestro matrimonio, sin duda si lo era al de la mayoría de las parejas divorciadas.

Mi ex mujer es alta, delgada, de buena figura y aunque no tiene unas tetas muy grandes, a mi siempre me han gustado, pequeñas y firmes, de las que se pueden abarcar totalmente con una mano. Sus pezones, de un bonito color marrón claro, enseguida se contraen y endurecen cuando se excita y yo solía disfrutar de su dureza jugando con ellos, metiéndolos en mi boca, cubriéndolos con mis labios y mordisqueándolos y cogiéndolos entre los dedos, apretándolos incluso, aumentando con ello su excitación y también la mía.

Se mantiene en buena forma con la ayuda de un gimnasio al que acude regularmente y desde la separación ha mejorado incluso su forma física y tonificado los músculos, especialmente los del culo, que ahora presenta unas formas más rotundas que se imaginan fácilmente debajo de la ropa ajustada que suele llevar. Tampoco en el rostro aparenta los 40 años que tiene, ya que le gusta arreglarse y su pelo, que habitualmente lleva corto, aparece siempre arreglado. Yo, por mi parte, también procuro mantenerme en buena forma y tras la separación conseguí perder algunos de los kilos que fui ganando a los largo de los años que duró mi matrimonio, de manera que ahora, al tiempo que controlo mi alimentación, también visito el gimnasio tres o cuatro veces por semana, lo que hace que parezca asimismo más joven de lo que soy realmente. Llevaba semanas pensando en tener una aventura con mi ex, en comprobar cómo sería de nuevo el sexo con ella dado el tiempo transcurrido y las distintas experiencias que ambos habíamos ido acumulando durante esos tres años. No sé como esa idea se fue apoderando de mi y continuamente hacía planes para llevarla a cabo, que fui rechazando uno tras otro por absurdos y comprometidos.

Aquel día sin embargo se me presentó la oportunidad y no la quise desaprovechar. Teníamos que tratar del reparto de las vacaciones de verano de los niños, así que la llamé y le propuse vernos para comer en algún restaurante. Ella aceptó y quedamos en un restaurante cercano a su lugar de trabajo, un lugar ni demasiado lujoso ni demasiado informal, un sitio frecuentado por profesionales y funcionarios, con platos sencillos y sabrosos. Apareció puntual y al saludarla me pareció notar en sus ojos un brillo distinto del habitual. Será posible, pensé, que ella también esté utilizando la excusa de la comida con alguna intención distinta de la de tratar el asunto de los niños. Rechacé rápidamente esa idea, que me estaba excitando y endureció rápidamente mi pene, y tras darle dos besos nos sentamos en la mesa y pedimos la comida.

Al poco rato, no se si por efecto también del vino, mi ex me estaba contando cómo habían sido sus experiencias sexuales desde nuestra separación y lo hacía con inocencia, preguntándome a su vez sobre las mías y ni que decir tiene que compartir dichas experiencias elevaron cada vez más el tono de nuestra conversación, hasta que le propuse ir a un hotel cuando termináramos de comer y poner en común de forma práctica esos nuevos conocimientos.

Aceptó, y así lo hicimos, y en mi coche nos acercamos hasta uno de los nuevos hoteles de la ciudad, que quedaba a las afueras. Tras pasar por recepción, en el ascensor empezamos a besarnos y nuestras lenguas se introducían en nuestra bocas y buscaban frenéticas las del otro y nuestras manos acariciaban nuestros cuerpos hasta que el pitido de llegada a la planta indicada nos volvió a la realidad. Salimos y encontramos nuestra habitación a la que entramos ansiosos y excitados.

Nos desnudamos mutuamente y, tres años después, volví a ver su cuerpo, sus senos, su culo y lo besé y recorrí con la boca, parándome en su sexo, que acaricié con mi lengua.

Ella había cogido mi pene con sus labios y lo chupaba, sacándolo y metiéndolo en su boca y lo asía con la mano, apretándolo, subiéndola y bajándola, hasta que se lo introdujo en el coño. Estábamos así, de pie, ella dándome la espalda, y yo recordaba todas aquellas veces en que lo habíamos hecho de aquella forma y la veía moverse acercándose y alejándose, adaptando su moviendo al mío. Y así estaba yo cuando en un momento oí de su voz aquello que tantas veces había soñado y nunca habíamos llegado a hacer durante nuestro matrimonio. Ella me dijo, "fóllame el culo, quiero que me la metas por el culo".

Casi me corro en ese momento al oir esas palabras que me sonaban a gloria, pero pude controlarme y comencé a lubricarle el ano con un dedo mojado en mi saliva. Ella movía su culo ofreciendo su esfínter, que quedaba cada vez más expuesto y que empezaba a responder a las caricias que recibía de mi dedo, hasta que se lo introduje, primero uno, que metía y sacaba lentamente, y luego otro, hasta que ambos entraban y salían con facilidad. Ella seguía pidiéndome que la follara así y sacando la polla de su coño, la apoyé contra su ano lubricado y poco a poco fue entrando en ella.

Recibió la punta de mi pene con un estremecimiento y me pedía que siguiera, que la metiera toda. Así lo hice, hasta que mis huevos chocaron con su vagina y se encontraron con su mano, que estaba acariciando su clítoris.

Me pidió que no me moviera, que dejara que fuera ella la que lo hiciera y así comenzó un movimiento de caderas, sinuoso, que sacaba mi polla de su culo casi hasta la punta para volverlo a meter a continuación. Yo veía mi polla entrar y salir de aquel culo estrecho y hacerse realidad mi sueño de tantos años, y apenas podía creerlo, y deseaba prolongarlo y que durara eternamente. Sin embargo, la excitación de mi ex era también mucha y pude comprobar que tenía el coño completamente empapado y cuando me dijo, "fóllame el culo, cabrón, así, no pares, no pares," y noté que estaba alcanzando el orgasmo, pude aguantar más y me dejé llevar llegando asimismo a un orgasmo como nunca había sentido, eyaculando en su interior y notando los chorros de semen salir, uno tras otro, en sacudidas intensas e interminables.

Me pidió que no la sacara, que dejara mi polla dentro de su culo un poco más sin moverla, sintiendo su presión, y así lo hice, hasta que empezó a perder la erección y no pude evitar que saliera arrastrando con ella algo de semen que había quedado en su interior, dejando un reguero sobre su espalda.

Nos tumbamos rendidos sobre la cama y nos sonreímos cómplices. Tal vez si hubiéramos practicado sexo así, no nos hubiéramos divorciado, le dije yo. Tal vez hayamos tenido que divorciarnos para poder practica así el sexo, me respondió.