Sucederá mañana

Anticipación novelada de lo que sucederá mañana...

Ella lo sabe. Serán las nueve de la noche. Sus piernas se habrán equilibrado sobre unos largos tacones de caucho, revestidos de cuero negro. Saldrá de casa avergonzada, tolerando el eco del sonido de yegua que rebotará en las paredes del portal antes de la calle. No hace falta que confiese que esto sucederá mañana, mientras la espero en la puerta de algún cine antiguo de barrio. Y tan viejo como el cine, será el hombre que desde un banco clavará un palillo entre sus dientes al verla contonearse, agitar su falda como una prostituta cara. Y yo le miraré cuando él la observe y en su boca aparezcan los efectos de la sed, del ansia, del despropósito.

También sabe que caminará algún paso detrás de mí, como si fuera arrastrada por una cadena tensa pero invisible. Que no me saludará, que el mejor motivo de celebración será su cabeza baja, sus pezones inquietos bajo la camiseta ajustada. Acordaros de ello. Podéis buscadme mañana. Sobre todo vosotras que leéis este relato tan verdadero como la humedad que empieza a acomplejaros.

Y, después, comenzará la película. La estrenaron el viernes. Es apta para todos los públicos pero a esa hora no habrá jóvenes ni niños. En la primera nota de música ella separará las piernas, aún no habremos hablado. Dejará que su coño quede iluminado por una lejana pantalla que hará brillar un reguero de humedad. Sacaré mi pequeña bolsa negra de golosinas. De ranas, gusanos y escorpiones dulces sin azúcar. E introduciré uno de ellos en su sexo, como quien introduce una tarjeta en la máquina solitaria de un parking. Sé que ella abrirá la boca, exhalará un gemido pornográfico tras una vacilación y, luego, observará al gordo de al lado, por si deja de comer palomitas y se vuelve tan cerdo como ella, y la mira, y la desea, y descubre que ahí abajo hay un lugar para los dos. Pero no. De momento, hasta que yo lo decida el tesoro brillará solo para mí.

Extraeré el gusano tricolor, lo meteré en su boca y ella lo chupará como una perra hambrienta. Seguramente alguien esté muriendo en la pantalla, ajeno a todo, a la auténtica película que se desarrolla en la fila veintisiete. Veintisiete han sido siempre las veces que la penetro antes de darle permiso para estallar cuando la transformo en un pedazo de carne embestido. Y ella las cuenta como un rezo, disciplinada, obediente, jadeante.

Y luego, morderá el gusano, como mordía los pezones de aquella puta que encontramos en Internet. Se lo tragará mientras le introduzco la rana más grande que encontré en la confitería. No me habré dado cuenta, pero el gordo llevará algunos minutos mirando. Claro que le dejaré que pellizque sus pezones. Que introduzca su mano bajo la camiseta y la palpe con la torpeza de un hambriento, mientras su mujer –seguramente tan viciosa como él – sigue pensando en alguna gilipollez del trabajo.

Como os he dicho sucederá mañana, y mientras hojeáis mi última novela en alguna tienda, un coño se estará deshaciendo en la oscuridad. O quizás ya lo esté haciendo más de uno…

Solo si este relato supera las 3000 lecturas volveré.