Succubus

La extraña conducta de mi madre.

Succubus

En la demonología medieval, un succubo es un demonio que se convierte o posé el cuerpo de una mujer hermosa para robar el esperma del hombre. En el marco de la psicología moderna, succubo se le llama a un sueño angustioso y asfixiante .

No estaba seguro de sí relatar o no estos sucesos. Finalmente caí en cuenta de que debo compartirlos. Lo haré a lo largo de tres relatos, siendo este el primero, donde narro como empezó todo.

Antes que nada tengo que decirles dos cosas: Primero, que no soy una persona supersticiosa que se cree cuentos fantasmas, vampiros, demonios o cosas por el estilo. Segundo, que todo lo que estoy por relatar es ciento por ciento verídico (con ciertas omisiones propias de la pérdida de memoria) Claro que no pretendo convencer a nadie de nada; pero quien haya tenido experiencias similares (incluso de la misma magnitud) encontrará verdad en mis palabras, quien no, pues puede quedarse con un relato "extraño", que desde mi perspectiva y mi vivencia, es sumamente excitante.

Me presento. Mi nombre es Gabriel, tengo 24 años ahora y estoy por terminar la carrera en comunicaciones, además de que soy músico. Mis padres se divorciaron cuando yo era niño y quedé a la tutela de mi madre, con quien he vivido desde entonces. Papá es un buen hombre, divertido, alivianado, somos buenos amigos. No hace mucho se casó por segunda vez y ya tengo dos pequeñas medias hermanas muy lindas. Mamá siempre ha sido el reverso de la moneda: Es una mujer de piel blanca, rubia de más o menos 1.65 de estatura. Tiene 43 años, es arquitecta y vive para su carrera. Nunca se casó después del divorcio y que yo sepa nunca entabló una relación, al menos formal con ningún otro hombre. Es rígida y perfeccionista. A parte de su trabajo su única vocación es el deporte, creo que ha hecho de todo: tenis, natación, gimnasio, aeróbics, spinning, ahora pilates y estoy seguro que seguirá con cualquier otra cosa nueva que salga. Eso la mantiene en buena forma, aunque lo disimula muy bien, dado su manera de vestir que podría considerarse hombruna: pantalones de mezclilla flojos, camisetas, blusas amplias o camisas, blazers con zapatos bajos o tenis, a parte que siempre tiene el pelo amarrado en una cola de caballo simplona, y usa poco maquillaje (aunque resaltan sus facciones naturales muy refinadas) es en suma, muy, pero muy poco llamativa. No obstante su es una mujer guapa: su rostro es bello, resaltan sus ojos grandes y azules; tiene atributos muy notorios, senos grandes y caderas anchas que encontraste con su cuerpo bien formado a fuerza de ejercicio, la hacen centro de las miradas en muchas ocasiones.

Tengo que decir para este punto, que nunca, ni de niño ni de adolescente, tuve fantasías con ella ni nada por el estilo. Incluso en un momento dado su cuerpo se me volvió motivo de vergüenza cuando en la secundaria notaba las miradas de mis amigos sobre ella como perros de presa.

En cuanto a nuestra relación, puedo decir que es típica: nos llevamos bien, pero mantenemos distancia, yo no le cuento de mi vida y ella tampoco. El tema de conversación es normalmente la escuela, y entenderán que las pláticas son muy cortas, casi monosilábicas.

En fin que todo empezó el verano pasado cuando fuimos los dos de vacaciones a Acapulco. Mi mamá había rentado una casa en las afueras del puerto e íbamos a hospedarnos ahí cinco días. Llegamos a eso de las doce del día de un martes con un calor mortal. La casa era vieja y grande, como de los años sesenta pero muy bien cuidada, recién remodelada según dijo el cuidador, un tal don Juan. Tenía una alberca grande, dos canchas de tenis, una cocina bien equipada y cinco cuartos con baño en la parte alta, en resumidas cuentas la casa estaba bien, pero… ¿nunca han tenido una sensación de extraña incomodidad al llegar a un lugar? Había en ese lugar una especie de soledad, de tristeza, como si hubiera murmullos en las paredes, no se, es difícil de definir, digamos una vibra pesada.

Yo sentí esa vibra la primera noche. La cama donde me quedé era enorme, y presa de un insomnio incómodo, no hacía otra cosa que dar vueltas en ella. Sugestionado creo por el ocio de la madrugada, empecé a pensar en los murmullos que percibí en las paredes al llegar, a tal punto, que pude llegar a oírlos. Luego los sonidos se hicieron imágenes al interior de los párpados: eran como caras, como imágenes de esos demonios que aparecen en las portadas de los discos de metal. Como les anticipé, ese tipo de cosas no me asustan, pero a esa hora de la madrugada resultan incómodas. Convencido de que esa noche no iba a poder dormir me fui a la cocina. Pasé por el cuarto de mi mamá, pero ella no estaba en la cama, la luz del baño estaba encendida y supuse que estaría ahí, normal. Lo que me pareció extraño fue que, después de haber estado unos cuarenta y cinco minutos en la cocina, al regresar rumbo a mi habitación mamá seguía en el baño. Se me ocurrió detenerme a preguntarle si todo estaba bien, pero por fin me había dado sueño y no quería desperdiciarlo, eran casi las cinco de la mañana.

Al día siguiente desperté como a eso de la una de la tarde; mi mamá no estaba y Don Juan estaba limpiando la alberca. Me bañé, me puse el traje de baño y bajé a platicar con él. Me enteré que el dueño de la casa (él que nos la había rentando) había heredado la propiedad de su abuelo, pero que nunca iba, solo la tenía para rentarla. Entonces pregunté los precios y las comodidades, elucubrando en que se podría usar la casita para armar buenas fiestas (finalmente estaba casi aislada y prácticamente no había vecinos que se quejaran del ruido)

En eso estábamos cuando enmudeciendo los dos volteamos sincronizados a ver una figura monumental que caminaba desde el garage: cabello suelto, gafas oscuras, top rosa entallado con tirantes develando unos senos enormes y una falda blanca diminuta que mostraba unas piernas firmes y torneadas… ¡era mi mamá!

Caminó hasta nosotros como ajena a nuestro asombro. Sacó unos billetes y dirigiéndose al hombre le dijo:

  • A ver, Don Juan, tenga. Le doy lo del mantenimiento de los próximos tres días. Ya ve que no traemos muchas cosas, y pues nos podemos arreglar bien solos.

El viejillo balbuceante trató de apelar a su responsabilidad, pero mi mamá estaba determinada. Le dio otro tanto de dinero, y finalmente el hombre no se pudo rehusar. Luego que se había ido, mamá me confesó que aquel hombre no le daba confianza, y que tenía la idea de nos bastábamos solos, además de que quería estar sola para descansar.

Para que entiendan mi asombro les cuento que desde que tengo memoria de las vacaciones, recuerdo a mi mamá con traje de baño completo para nadar, e invariablemente en pantalones o shorts de mezclilla largos para salir a la calle, nunca llegué a imaginármela con tal atuendo, se veía realmente bien. Esa tarde fuimos a la costera a comer y literalmente paraba el tráfico. Pero no para ahí.

En esa nuestra primera noche solos, nuevamente me quedé sin dormir: además de la sugestión que me había creado la vibra de la casa ahora había dos elementos nuevos que turbaban mi sueño: primero estaba la historia del viejillo Don Juan. ¿Porqué el dueño de la casa no venía si técnicamente es un lugar fantástico? Y segundo los ruidos que venían del cuarto de mi mamá, era como si hubiera estado caminando toda la noche por la habitación. Nuevamente el sueño me venció a eso de las cuatro de la mañana, un sueño pesado, casi parecido a un desmayo. Al día siguiente sin embargo, no me levanté tan tarde.

A eso de las once bajé a la alberca con una toalla, el bronceador y mis gafas y me tumbé en un camastro. Mi mamá se estaba bañando (lo supe pues cuando pasé por su cuarto estaba la regadera abierta) Estuve tumbado ahí unos quince minutos, hasta que ella llegó.

Si el día anterior me había sorprendido, esa mañana quedé anonadado: Llegó "vestida" con un bikini azul diminuto, casi morvoso compuesto por un top que apenas le cubría los pezones y se ataba con dos ligeros listones en la espalda y una tanga de hilo que se perdía en el volumen de sus nalgas grandes, suaves y bellas.

  • ¿qué te parece?- dijo levantando su cabello con las manos y girando un poco para mostrarme su vestuario. - no sé. Se me hizo lindo cuando lo vi y tuve que comprarlo; es perfecto para quitarme este color de papel que tengo.

  • Si, está bien, se te ve bien- respondí boquiabierto tratando de contener la necesidad de mirarla. Después de un simple "gracias" y como si el cambio de los últimos días en su forma de vestir fuera cualquier cosa, tendió su toalla en el camastro contiguo, se untó algo de protector solar en las piernas, el abdomen y la cara y se acomodó para broncearse. No pasaron más que unos minutos de eso (se imaginarán que aunque trataba de clavar los ojos en otro lado, la mirada se me escapaba por el rabillo del ojo hacia ella) se incorporó un poco, para, con un leve tirón en el listón de su top, despojarse de él liberando sus magníficos senos.

Para este punto ya no tenía idea de lo que estaba pasando: Sorprendido por una súbita erección, me meto a la alberca tratando de disimular, y me acomodo en una esquina de la alberca dónde puedo seguir apreciando la belleza de mamá a través de los lentes oscuros. Había algo en ella, un no se qué que nunca había percibido; no se trataba de verla semi-desnuda, ni de sus evidentes atributos. Se trataba de una especie de "aura" o "vibra" que despedía que me hizo olvidar por un instante la distancia natural entre madre e hijo y me llevó a apreciarla como el monumento de mujer que es, con las consecuentes evidencias físicas que ello conlleva.

En un momento dado, se levantó lenta y tranquilamente; dejó sus lentes sobre el camastro, se retiró el exceso de bronceador con la toalla (mis ojos estaban encajados en su cuerpo, no perdí un detalle) se acercó a la alberca, se quitó sus sandalias y sin más se clavó en el agua formando una flecha que la impulsó hasta donde yo estaba. Emergió a un metro de distancia de mí, con los ojos cerrados, la piel húmeda un poco enrojecida por el sol, y los pezones todavía endurecidos por el contacto con el agua fría (bueno eso pensé en ese momento). Sus senos libres, grandes, ¡divinos! se mecían de un lado al otro mientras levantaba sus brazos para acomodar su cabello sobre uno de sus hombros. El agua le llegaba a la altura de las costillas, sobre el ombligo, y la silueta de su cadera ancha y de sus muslos fuertes y bien torneados aparecía bajo el agua completando, con la visión de su impresionante frente y su rostro bello, un horizonte de fantasía.

Yo estaba completamente anonadado, petrificado (y a mil con una erección que ya lastimaba al roce del traje de baño) No pude evitar tragar fuertemente saliva cuando abrió los ojos con los pestañas pesadas de agua y empezó a avanzar acortando la distancia de nuestros cuerpos a apenas unos centímetros.

-¡Guau! El agua está rica, fría; pero con este calor queda perfecta- dijo esbozando una sonrisa despreocupada y plena; casi tierna. Yo contesté con un gemido, o un pujido, ¡quién sabe! Fue una de esas respuestas sosas y torpes que das en vez de un cuando estás ante un portento de mujer como ese (no importando que sea tu mamá) Por supuesto que lo notó: su rostro se iluminó por una especie de fulgor rojo, su sonrisa se tornó zorruna, y tras pasear sus ojos por sus senos (obvio objeto de mi admiración y excitación) me lanzó una mirada delatora: no se decir si fue una mirada de agradecimiento dada la obvia admiración que mostraba yo, un joven, por su cuerpo todavía hermoso; o si era esa la mirada de una fiera en celo; creo se trataba de lo segundo. Era más bien como un reflejo ajeno que había aparecido en su interior y que ardía en la ventana de sus pupilas. Era eso que había percibido extraño: el reflejo de una especie de demonio morboso y lascivo que le había entrado en el cuerpo a mi mamá y que, gradualmente, iba tomando el control sobre ella desde el momento en que llegamos a esa casa.

-¿Porqué me dejas solita, eh?- dijo tomándome de la mano.

  • ¿Cómo sola? Si estoy aquí, estamos aquí, juntos- Nada más acerté a contestar de esa manera estúpida con lo poco que me quedaba de aliento ¿Quién puede culparme? Como si fuera poco tan extraña situación, la distancia entre nosotros era ya mínima; incluso el leve oleaje de la alberca empujaba sus senos al punto de casi rozar mi pecho. Como si no se diera cuenta de lo que estaba pasando, (empezando por la extrañeza de verla sin sostén, cosa que nunca había hecho) continuó con la mayor "naturalidad" sin poder esconder, sin embargo, una especie de desesperación.

  • Si, siempre es igual. En la casa, aquí; siempre estás como ajeno, encerrado en tu cuarto, no me hablas, ¡no nos comunicamos! Es como si fuéramos extraños, y acuérdate que somos la única familia que tenemos, los dos, tú y yo.

  • Si, ya lo se.

  • dime, ¿cómo te sientes?

-¿Cómo me siento de qué?

  • No se. De todo. ¿Qué sueñas? ¿Qué esperas de la vida?

  • Nada, bueno, no; bueno es que no entiendo.

  • Si dime, ¿Qué es lo que más deseas en este momento? (valiente pregunta en esas circunstancias)

  • No se. Grabar un disco con la banda y eso.

  • Ah… ¿y ya han visto algo, no se, alguna disquera o grabar un demo?

  • Pues algo así, hay un cuate que igual nos presta el estudio.

  • Pero no piensas dejar la escuela, ¿verdad?

  • n… no, ¿cómo crees?

Un golpe de calor en las sienes casi me tumba. En medio de la cotidiana plática con mi madre, estaba como loco tratando de no mirarla, hermosa y deseable; tratando de ignorar el hecho que estaba semidesnuda y tan cerca; luchando por disimular mi excitación. Estaba a punto de estallar sintiendo esa mirada perversa suya, y el roce de sus pezones pequeños, endurecidos, ¡dulces! que en un momento dado de la plática, acercó intencionalmente a mi pecho arrancándome un gemido que distorsionó mi voz y casi le arranca una carcajada a ella. Quería escapar, quería apretar uno de sus pechos, acariciarlo; reprenderla por lo que me estaba haciendo sentir; quería tomarla por las nalgas y acercarla a mi para devorarla a besos, mientras me llenaba de la sensación de su carne cálida… ¡Mi cabeza era un caos! Sumido en sendo huracán perdí el hilo de la plática hasta que llamó mi atención con un gesto:

  • Gaby, hijo; ¡Hola! ¿Qué onda? Estás como ido… ¿Me oíste?

-Si, si

-¿a ver qué te dije?

  • Qué tenemos que platicar más, que no debo alejarme.

  • ¡Ay, Gabriel! Siempre en la luna. Siempre, no se, se me hace que es cosa de artistas. Desde chiquito te la vivías soñando, perdido en el espacio.

  • Si.

  • Bueno, pero entonces en que quedamos, ¿vamos a estar más unidos? ¿me vas a platicar tus cosas? ¿me vas a abrazar y a decir que me quieres mucho como cuando eras chiquito?-

  • Si, claro.

  • Bueno, conste.

Quedar más unidos no es un término muy común, menos en esas circunstancias. O estaba ya viendo moros con tranchete, o una doble intención empezó a aparecer en sus palabras… o lo hubo desde el principio en que despidió a Don Juan y me dijo que nos bastábamos solos, y no había caído en cuenta. Como fuera, antes de poder continuar con mis ideas, mamá se estiró modosa, como cansada y continuó.

  • ¡No sabes que ganas tenía de unas vacaciones! ¡Uff! Estoy molida, soy una bola de nervios. Ay, mira, mira (dijo señalándose la nuca, e invitándome a tocarla) me duele aquí, ¡Ay! (gritó con una mezcla de dolor y placer) cómo si hubiera estado cargando piedras.

Cuando tomó mi brazo para acercarlo a su nuca, este estaba frío, rígido cómo (casi) todo mi cuerpo. En el momento en que sentí su piel tersa y tibia, una descarga casi dolorosa entró por mis dedos y recorrió todo mi cuerpo hasta llegar a mi pene erectándolo (como si fuera posible entonces) todavía más. Como deseando librarme de lo inevitable (aunque sea imposible de creer, todavía en ese momento me sentía capaz de evitar la tentación por mi mamá) le encajé el dedo pulgar en el mismo lugar donde me había dicho que le dolía, esperando crear distancia. Pero resulta que pasó todo lo contrario. Motivada por el apretón que le había dado gimió de nuevo (y no se pueden imaginar lo excitante que es escucharla gemir con esa voz roquita y cálida) me pidió que continuara, y antes de dejarme hacer nada, se volteó, acomodó su cabello sobre el hombro y me pidió un masaje.

La convicción de su actitud no dejó espacio para negativas. Como queriendo no tocarla, sobre todo para que no notara mi erección (como si no la hubiera notado ya) empecé a apretar sus hombros con la yema de los dedos, sin poder salir del asombro que todo aquello me había causado. El tacto de su piel me estaba llevando a los últimos límites, mi pene había adquirido tal dimensión, que creo que pude haber roto el short. Después de unos instantes de tan mediocre masaje me detuvo:

  • ¡Ay, no, no! Hazlo bien. Acércate bien para que lo hagas, ¡ándale! Ni que te fuera a morder.

Me adelanté medio paso y ella retrocedió otro tanto, de modo que pude sentir el calor de sus nalgas en mi glande. A medida que mis manos se afianzaron en su espalda empezó a gemir de nuevo, muy quedo, como para su interior. El sol del medio día ya caía sobre nosotros, pesado y contundente, llenando nuestros cuerpos de perlas de sudor y elevando la temperatura de nuestra piel. Estábamos como sumidos en un letargo hipnótico, en silencio los dos. Ahí, detenidos en la mitad de la alberca, parecíamos estar solos en el universo. Pronto me dejé llevar por la sensación, y mi mente se vacío de todas las ideas que me habían molestado antes: éramos solo un hombre y una mujer piel a piel a mitad de la nada, éramos mis manos cubriendo su cuello y su nuca. Ella seguía gimiendo levemente y repitiendo frases del estilo de así, que rico. En tal sensación me hallaba , que no me di cuenta cuando nuestras pelvis se encontraron. Gradualmente el roce se hizo más y más fuerte: en un momento dado, ya simulábamos copular, yo, con mi pene estirado sobre mi cuerpo hasta mi ombligo buscando acomodarlo entre sus nalgas, ella lanzándolas hacia atrás buscando atraparlo. Despertamos de ese sueño cuando ella se incorporó y se alejó un poco librándose de mis manos.

Sin decir más dio la vuelta quedando de frente a mí. Antes de que pudiera decir algo (cosa que intenté hacer, aunque no sabría decirles que pretendía decir) selló mis labios con uno de sus dedos, y con su mano libre tomó mi mano y la posó sobre su pecho mientras se acercaba para besarme. Fue un primer beso tierno, de sus labios a los míos. Nuevamente se separó y nuestras miradas se trabaron hasta el momento en que sus ojos viajaron por mi cuerpo hasta la carpa de mi traje de baño. El gesto fue tan rotundo que sin preguntar nada me despojé de la ropa sin poder evitar la complicación que representaba mi miembro rígido. Cuando lancé el calzoncillo por encima del hombro, no pudo más que embozar una sonrisa que antecedió un nuevo beso, igual, labio con labio solo que más largo. Mi pene se encajó en una zona entre su ombligo y su pelvis haciéndola retroceder de nuevo. En ningún momento habíamos soltado la mirada: ella parecía acecharme, y yo estaba perdido en el embrujo de esa llama desconocida que había en sus ojos, que créanlo o no estalló en un fulgor violento cuando su mano aprisionó mi pene. Soltó una especie de rugido y se lanzó sobre mi boca para fundirnos en un beso violento, pleno, absoluto; nuestras lenguas se trenzaban, se acariciaban atrapadas en el torbellino de nuestra respiración, pude sentir como me robaba hasta la última gota del aliento.

Las caricias durante ese beso infinito fueron fuertes, casi salvajes. Gimiendo y rugiendo se afianzaba a mi cintura, surcaba mi espalda con sus uñas y yo apretaba sus nalgas con tal fuerza como nunca lo había hecho, queríamos estar el uno en el otro, ansiosamente.

Siguiendo la ruta de su cuello llegué hasta sus tetas: quería devorarlas, apretarlas tanto que cupieran enteras en mi boca, pero eso es humanamente imposible. En vez, me puse a besar sus pezones dulces, a chuparlos y lamerlos, mientras ella amasaba mi cabello como si quisiera ahogarme en la suavidad de sus senos. En un momento, entre bramidos y gemidos dijo: "muérdeme" Tan caliente estaba, que no hice más que obedecer: fue una mordida leve, como de juego, pero ella no estaba jugando. "Muérdeme, fuerte, cómeme" gritó con voz imperativa. Entonces intensifiqué la mordida, abarcando con mi boca todo su pezón, su aureola y cada vez más de su carne blanca y suave. Cuando me separé pude ver que había dejado la marca de mis dientes muy profunda en su pecho, pero a ella no parecía molestarle, todo lo contrario.

En un momento dado de mi aventura en sus magníficas mamas, le había arrancado (literalmente) la tanga, y poseído por el calor ácido de su vulva, la masturbaba, separaba sus labios con mi dedo índice frotando su clítoris al paso, de suave a fuerte nuevamente, tanto que su orgasmo parecía inminente. Podía sentir las descargas de su cuerpo en el mío, como si aquella fuerza extraña literalmente nos hubiera unido.

Justo un momento antes de su orgasmo, se separó de mí, y empujándome con su mano sobre mi pecho, me hizo retroceder hasta caer sentado en el borde de la alberca. En otras circunstancias, con el golpe de mis pantorrillas en la piedra hubiera lanzado un grito o una maldición de menos, pero no estaba para esas cosas. Mamá emergió del agua lentamente en actitud felina, aprisionó mi verga suavemente, la agitó un poco comprobando su dureza, la masturbó un poco y besó el glande. Luego besó mis testículos jalando suavemente el escroto con los labios, y sacando su lengua al límite lanzó una lamida sobre todo el cuerpo del pene que me hizo estremecer.

Mientras empezaba a chuparme, levanté mi cabeza absorto en el placer, y pude comprobar que el sol ya se estaba retirando del cielo. Llevaba rato aguantando la eyaculación, pero el momento estaba cerca. No se si fueron mis contracciones pélvicas pero ella se dio cuenta. Se la sacó de la boca, y todavía unida a ella por un hilo de saliva, la masturbó hasta conseguir una erupción blanca que se derramó por su cara, su cabello y sus senos, aunque la mayor parte la dirigió al interior de su boca.

Después de tragar mi semen como si fuera miel, y de esparcir por su pecho los chorros aislados que habían quedado, dio un último beso sobre mi glande, se levantó y susurró a mi oído:

  • Voy a enjuagarme, te veo arriba en cinco minutos- y se retiró lentamente sin decir más, ofreciéndome una perspectiva exquisita de sus nalgas.

Quedé ahí sentado recuperando el aliento y las fuerzas para lo que seguía, y que ya deseaba ferozmente. No alcanzaba a comprender que estaba pasando, era algo no natural, pero si realmente había una fuerza extraña en mi mamá, ahora también estaba en mí.

Cuando llegué al cuarto, mi mamá estaba sobre la cama acostada completamente desnuda, había prendido algunas velas (que supongo encontró en algún armario) que colocadas sobre los burós, daban a la cama un aspecto de altar. La visión era avasallante: parecía una diosa, con sus senos al aire, su cintura de odalisca, el vello que había dejado en su pubis depilado reshumando frescura en la cima de sus muslos firmes y tersos. La luz que entraba por la ventana y por la puerta abierta detallaba cada línea de su cuerpo haciéndola ver radiante, y al mismo tiempo la sumía en un claroscuro profundo que le daba una intensidad dramática a su cuerpo que me estremeció.

-Gabriel, hijo, ¿Eres tú?- La pregunta era por demás extraña considerando que éramos los únicos por ahí. Yo asentí con un pujido sin salir del asombro de la visión. Sin decir más, se incorporó para quedar sobre sus rodillas y sus codos (en cuatro patas, pues) y levantando su culo hermoso, mientras hundía su cabeza en la almohada dijo:

  • Ven, tómame. Soy tuya, tuya y de nadie más, te quiero en mi cuerpo, soy tu mujer. - Esa frase me pareció (y me parece todavía) escalofriante, sobre todo como la dijo: con una voz seca, como si fuera sonámbula. Pero aunque no lo crean, no pude detenerme, estaba lleno de ella y quería más. Me acerqué nuevamente, y con la misma fuerza con que lo había hecho en la alberca me prendí se sus nalgas que mostraban las huellas rojizas de mis caricias, y las besé, las lamí, besé su ano y su vulva, separé sus labios dejándome llenar el rostro y la boca con su jugo; ella gemía y suspiraba ahogando su voz contra la almohada, la leona que rugía en la alberca se había convertido en una gatita modosa en la cama que me suplicaba que la penetrara. Y en esa posición lo hice.

Asiéndome de su cintura le introduje mi verga arrancándole un gemido, la metía y la sacaba dejándome llevar por el ritmo de su pelvis que se movía adelante, y atrás y en círculos, y por el sonido que hacían sus senos al chocar con su abdomen y su pecho, cada vez más fuerte, cada vez más duro, haciéndome llegar a la gloria, hasta que alcanzamos un nuevo orgasmo. Y así continuamos toda la noche, experimentando todas las posiciones, lo hicimos en el piso, en la regadera, incluso a cierta hora de la madrugada regresamos a la alberca. Fue magnífico, ¡espectacular! Y lo hubiera seguido siendo, pero

Desperté al día siguiente ya entrado el medio día. Solo, cansado y muerto de hambre (pues si han seguido la historia, se darán cuenta que desde la mañana del día anterior no comí nada) Mamá no estaba, a alguna hora de la mañana abandonó el tumulto de las sábanas. Todo estaba en silencio. Me asomé al balcón y me di cuenta que en la alberca no quedaban restos de lo ocurrido, alguien (obviamente ella) había recogido la ropa que nos arrancamos en el arrebato de lujuria. Su ausencia de pronto me hizo dudar que aquello hubiera sido solo un sueño, pero no: estaba agotado, desnudo en la cama que ella ocupaba y en mi cuerpo y en mi rostro había residuos de sus jugos, las sábanas sin embargo, no estaban.

Tuve que ir al otro cuarto (al mío) por unos shorts para ponerme. Todo parecía intacto, como si recién hubiéramos llegado a aquella casa; parecía que no hubiera abierto la maleta: incluso la ropa con la que llegué y la que me puse el día anterior, estaban dobladas dentro, los shorts que me había quitado frente a ella en la alberca estaban tendidos en la regadera, ya casi secos. Era como si un día de nuestras vidas (tal vez el más raro y rico) nunca hubiera ocurrido.

Después de darle vueltas a todo, de repensar mil veces todo lo ocurrido me lavé la cara y bajé a la cocina. Ahí estaba mi mamá, recién bañada, envuelta en su bata de toalla con el pelo recogido en una cola de caballo, frente a una taza de café. Su gesto era como de piedra, hubiera parecido una estatua si no hubiera tenido los ojos irritados e hinchados de llorar.

Era un glacial, y su presencia me dejó helado. Cuando por fin notó que estaba parado en el umbral de la puerta, se soltó en un llanto silencioso, expresión un tanto de dolor y vergüenza. Yo todavía confundido me acerqué a ella con la intención de abrazarla, de consolarla, de saber qué demonios estaba pasando. Pero me alejó con un brusco manotazo:

-¡Suéltame! ¡Cómo te atreves! ¡No me toques!

-Mamá…- respondí en serio asustado por su actitud.

-No te me acerques. Lo que hiciste no tiene nombre, Gabriel- Pueden suponer que me quedé completamente helado.

  • Mira, no me digas nada. ¡Nada! No quiero oírte, no quiero saber nada de ti, ni oír tus explicaciones, te juro que estuve así de hablarle a tu padre para contarle tu…. ¡ni siquiera se cómo decirle, cerdo!

-Pero mamá

-¡No me digas mamá!- dijo con la fuerza de un grito que descargó con una contundente bofetada en mi rostro. Después de eso, respiró profundo, apretó sus puños, y sosegando un tanto su furia continuó.

-Sube y recoge tus cosas, ya nos vamos. Llegando a México recoges tus cosas y a ver a donde te largas, porque no te quiero ver en la casa. Puedes ser muy mi hijo, pero lo que hiciste no tiene… ¡nunca te lo voy a perdonar!- Y descargo una nueva cachetada sobre mí, y esa, en serio dolió.

Lo que pasó después se los relataré en la siguiente parte de esta historia. Solo les anticipo que ni me fui de la casa, ni mi papá se ha enterado de nada. Tampoco (y no quiero adelantar gran cosa) fue este encuentro que acabo de narrarles el último con mi mamá… puedo decir con certeza que ni siquiera ha sido el mejor… pero eso lo dejo para la próxima.

Por cierto, esa mañana en que nos fuimos de la casa de Acapulco el fulgor extraño que había visto en los ojos de mi mamá había desaparecido, y sin embargo… tampoco sería la última vez que lo vería.