Succubus (2)
Continúa el relato de la extraña conducta de mi madre.
Succubus 2
Hay veces que se pierde la dimensión de las personas conocidas; de la familia, de los amigos; son instantes, apenas unos segundos en relaciones de años en que pareciera que has vivido rodeado de extraños. Entonces llegas a dudar de ti mismo, incluso llegas a dudar de la realidad.
Los días siguientes a nuestro regreso a la ciudad mamá no me dirigió la palabra. De aquello de que me fuera de la casa no se habló más, eso, con el resto del tema, se perdió en un silencio incómodo de parte de los dos. Como suele suceder después de las vacaciones, la vida cotidiana nos absorbió rápidamente. Ella salía temprano al trabajo (en las mismas terribles fachas de siempre) y de ahí se iba al gimnasio donde pasaba dos o tres horas, regresando ya a eso de las 22:30 solo para encerrarse en su cuarto; en suma, me sacaba la vuelta.
Sin embargo el poder de la rutina (que todo lo puede) terminó por reconciliarnos, al menos volvimos al punto de hablarnos. Mi retorno a la escuela marcó el retorno de nuestras charlas triviales, cortas y sin sentido. Acerca de lo ocurrido en la casa de Acapulco, parecíamos haber hecho un acuerdo no dicho de olvidarlo y simplemente seguir adelante. Por mí estaba bien, pero solo en parte: borrón y cuenta nueva, de lo pasado (por más dudas que tuviera al respecto) ni hablar. Pero ¿Quién podría, en toda la vida, olvidarse en realidad de algo como lo que yo había vivido con mi madre?
No, esas cosas no se olvidan. El daño estaba hecho: aún vestida de manera tan terrible, en ciertas ocasiones no podía evitar quedarme absorto mirándola, casi con nostalgia: veía sus nalgas grandes y hermosas, ese culo de mujer deseable que yo había besado, mordido ¡estrujado con tal hambre! Veía sus senos apretados en el brassier aprovechando cualquier oportunidad que daba su camisa y como un golpe me llenaba la boca del sabor de sus pezones dulces y exquisitos Es un echo probado: cuando haz hecho el amor con una mujer nunca puedes volver a mirarla como la conociste; no importa que sea tu amiga, tu maestra, un ligue ocasional en un antro, de todas formas se convierte en objeto de fantasías, deseo e incluso nostalgia, y cuando esa mujer resulta ser tu madre, la pertenencia del uno al otro resulta ser tan abrumadora que agota.
Tal vez en el día ocupado en mis cosas podía distraerme, pero en las noches, ¡esas noches! Al menos los dos primeros meses en los momentos previos a dormir, empezaba a recrear todas las imágenes y los sucesos: El cuerpo de mamá, las caricias que compartimos, sus palabras Pasé mucho, mucho tiempo tratando primero de entender qué había pasado realmente, y porqué había tenido ese cambio en la mañana, como si no recordara nada; pero mi conclusión era siempre la misma: había tenido el mejor sexo de mi vida con una mujer hermosa y deseable, que además (no se si en perjuicio o en beneficio) era mi madre.
Invariablemente (y me comprenderán sin duda) al recordar el sabor de su piel, el tacto de sus labios al besarnos, sus gemidos, ¡La manera en que me mamó el pene, hambrienta y feroz! Me excitaba, y sin embargo, al llegar al punto del recuerdo en que me dijo con una voz extraña que era mi mujer teniendo ese resplandor en las pupilas; me inhibía (cuesta aceptarlo) llegando al punto de angustiarme: Del cielo al infierno en un segundo, y eso, antes de dormir, puede resultar muy molesto.
En esos tiempos soñaba, y mucho. La mayoría de aquellos sueños los he olvidado, pero tengo la conciencia de haberlos tenido. No había mucha variedad, o eran fantasías eróticas, o eran pesadillas.
Las fantasías solían ser violentas: se trataban de sexo salvaje a veces con mamá y a veces con otras mujeres, no había mucho argumento en ellas. Eran sueños raros, sobre todo porque aparecían mujeres que nunca he conocido. Había sobre todo una chica morena de cabello y piel, con grandes ojos negros en un rostro precioso; senos grandes, caderas anchas y nalgas firmes parecidas a las de mi mamá, y un pubis cubierto de abundantes vellos negros rizados. Recuerdo que en algunas de esas aventuras oníricas llegué incluso a confundirla con mamá, no obstante las diferencias físicas. Podría decirse que inventé un personaje para volcar mis fantasías y frustraciones, o ese tipo de cosas que dicen los psicólogos. Pero resulta que Ella (nunca conocí o le inventé un nombre) se volvió habitual protagonista en mis sueños eróticos de aquella época, y también lo fue de una pesadilla que todavía tengo muy presente.
En las pesadillas volvía a escuchar los murmullos que percibí en los muros de la casa de Acapulco. Veía rostros horribles, deformes; criaturas de cuerpos anchos y sucios cubiertos de pelos oscuros. Estas visiones invariablemente se reían, no; se carcajeaban ruidosamente, con morbo, no puedo precisar si de mí o conmigo, pero siempre despertaba sudando, genuinamente asustado y sin poder conciliar el sueño hasta la mañana siguiente.
La pesadilla que les anticipé en que la morena era la protagonista iba más o menos así:
Yo llegaba a un bar de playa y me acercaba a la barra a pedir un trago, ella me observaba a cierta distancia desde una mesa. Seguía bebiendo sintiendo su mirada sobre mi, pesada e insidiosa; hasta un cierto momento en que se levantó y avanzó hacia donde yo estaba.
Su simple cercanía en ese momento me produjo un terrible escalofrío de pies a cabeza, aún cuando se veía hermosa: Llevaba un vestido blanco de minifalda, y el cabello suelto con un mechón sobre su rostro sin maquillaje. A pesar de ser una visión muy agradable, tenía la sensación de que debía evitarla, así que pagué y cuando estaba a punto de retirarme me tomó de la mano.
Vámonos, te tengo una sorpresa- dijo con voz juguetona. Viendo aquello como inevitable (cosas que pasan en los sueños) levanté los hombros y me dejé llevar tomado de la mano mientras ella me miraba sobre el hombro. En el bar ya no quedaba nadie más que nosotros. Entonces, como si hubiera tenido un lapso de conciencia, me detuve presa de un miedo inexplicable y aventando su mano le grité:
¡Suéltame! Ya se quien eres y a donde me llevas- En ese instante se volteaba hacía a mi cundida en rabia. Su rostro otrora hermoso, se había convertido en la mueca grotesca de un monstruo, descarnada, terrible.
-No tienes idea de quien soy, te vas a arrepentir- gritó, o rugió mejor dicho, mientras caminaba hacia a mí. Entonces desperté. Este sueño no tendría mayor trascendencia, sobre todo para los sucesos que ahora les relato, sin no fuera por dos cosas: primero, fue la última vez que soñé a la morena, y segundo, marcó el inicio de una serie de sueños vívidos que tuvieron conclusiones muy extrañas.
La pesadilla con la morena ocurrió, digamos, un sábado (disculparán que no recuerde la fecha precisa) Toda esa semana tuve sueños vívidos, tanto que llegaba a dudar de si había estado dormido o despierto, a pesar de ello (y por raro que suene) poco recuerdo de ellos. Puedo asegurar que no fueron ni pesadillas ni sueños eróticos, solo me queda la sensación de que fueron inquietantes. Llegado el jueves, sin embargo, las cosas tomaron otro cariz.
Esa noche llegué tarde. A la mañana siguiente tenía que pagar la colegiatura, así que fui con mi mamá que estaba en la cocina tomando un té.
Oye, ma, mañana tengo que pagar en la escuela, es el último día.
Está bien- dijo con voz seca; con un tono apagado y desentendido que se usa para hablarle a un extraño desagradable. Sin mirarme, tomó un sorbo de té y recobrando súbitamente la memoria continuó -No espérame. Dejé la chequera en el despacho.
-Pero tengo que pagar mañana.
- Lo que vamos hacer es que te voy a dejar el número para que hagas el traspaso por Internet.
-¿no lo puedes hacer tú?
- No. Estoy muy cansada y mañana me voy a las cinco a la construcción para recibir unos materiales. Entonces lo haces tú antes de irte, ¿no?
-Si está bien.
-Bueno, ándale buenas noches.
- Si, adiós.
Eso fue todo. Ni besitos de buenas noches ni nada por el estilo, como se dice acá en México, no estaba el agua para bañarse. Desde que regresamos de Acapulco había tratado de abstraerse de todo lo concerniente a mi y a mi vida; así que era de esperarse que no quisiera pagar mi colegiatura, ni verme a la hora de la comida, menos los fines de semana; es más, se acabaron las preguntas aquellas de a dónde vas y a que hora regresas. Para ser honesto, la entendía. No podía (no puedo todavía) precisar que había pasado en las vacaciones, pero oír su voz o verla, después de lo que vivimos resultaba incómodo. Después de mucho pensarlo, había llegado a las más diversas conclusiones, incluso a concebir la idea de que la había violado durante un lapso de desvarío, de alucinaciones, pero entonces recordaba el momento en que me sedujo en la alberca, su piel al sol, los besos y basta decir que me enredaba más que antes.
Ese día en especial estaba algo cansado, los días anteriores no había podido dormir mucho, y ese día había estado ensayando con la banda toda la tarde. A pesar de eso, otra vez, no pude dormir. El ambiente estaba tenso, no sabría explicar por qué. Entonces pueden imaginarme: en boxers y playera, hastiado y desesperado dando vueltas en la cama. En ese incómodo lapso, a penas pude conciliar breves intervalos de sueño: hacía calor, no podía acomodarme, me molestaban las sábanas, en fin, creo que habrán tenido alguna noche parecida. La última vez que miré el reloj eran las 2:40 de la madrugada.
Cuando por fin pude pegar los párpados y estaba entrando al sueño una presencia frente a mi cama me turbó haciéndome incorporar de un golpe.
Gabriel, hijo, ¿estás dormido?- era mi mamá que ya se había cambiado para dormir. Traía puesta una camiseta larga que en noches de calor como aquella usa como camisón. No podía distinguirla bien entre las sombras: Una luz que venía del pasillo hacía brillar sus piernas desnudas hasta la rodilla, los mechones lacios de su cabello tendidos a los lados de su rostro y el contorno de sus brazos cruzados sobre el pecho. Por lo demás, estaba sumida en la oscuridad.
Necesitamos hablar- continuó mientras yo trataba de afinar mi vista tallándome los ojos con una mano y buscaba con la otra el apagador de la lámpara del buró. Cuando pude verla claramente, sentí una presión en el pecho.
Hijo, esto es muy difícil, no podemos seguir así. Me parece que dejamos algo muy importante pendiente-
-Mamá, yo - empecé a arrastrarme sobre la cama hasta quedar con la espalda recta sobre la cabecera. Estaba confundido, incluso asustado; me dolían las piernas, los brazos y el cuello como si dejara de fluir la sangre de mis venas; la piel de mamá estaba enrojecida, parecía palpitar; su rostro brillaba, y sus ojos esos ojos
- No espérame, es importante, déjame terminar- continuó al tiempo que se sentaba en la cama. Al hacerlo, como si fuera un accidente (demasiado obvio para serlo) dejo que su camisón se levantara enrollándose hasta descubrir la mitad de sus muslos blancos todavía tostados por el sol de la costa, que esa noche se antojaban especialmente bellos. Hizo una pequeña pausa, distraída por la visión de sus piernas. Luego, acariciándose el muslo derecho, como si tuviera frío a pesar de la temperatura, continuó.
-Sobre lo que pasó en Acapulco...- tenía tiempo que no escuchaba tal candidez en su voz, murmuraba, arrastrando cada palabra pacientemente, como si descubriera el placer del roce de su aliento en los labios. Retomando el hilo de la conversación, me encajó de nuevo la mirada, y después de sostenerla un instante dijo lo inesperado:
-Creo que he sido muy injusta contigo yo - un esbozo de risa nerviosa (otra vez fingida) la interrumpió- yo no se, es muy difícil bueno ¿me entiendes, no?
-Si si, claro- dije evadiéndome completamente extrañado.
-Bueno, entonces, ¿hacemos las paces?
-Si, como quieras.
-Bueno, ven, dame un besito.
Me acerqué despacio, no se si temblando, pero muy nervioso, sentía que la fuerza se me iba del cuerpo. Buscando evitar cualquier mal entendido, incliné mi rostro buscando claramente su mejilla, ni siquiera quería tocarla con los labios; pero, con un movimiento rápido, se encargó de que encontrara su boca.
Me separé bruscamente después de aquel beso fugaz y tosco para volver a mi refugio pegado a la cabecera. Traté de hilar una palabra que me excusara obviamente ella había sido la responsable del contacto, pero dado el antecedente, me supuse responsable.
Ella sin embargo, no pronunció palabra. Se quedó sentada, como si nada hubiera pasado con las manos cruzadas sobre las piernas mirándome fijamente. Incluso parecía desconcertada por mi desprecio, era un gesto elemental, casi inocente que me hizo sentir nuevamente que me había perdido una parte de la historia. Ante mi incertidumbre su expresión se tornó siniestra, levantó los cejas y sonrió como una bestia que muestra sus colmillos ante la presa vencida. Aunque sus ojos parecían mirarme, estaban perdidos, ahogados en ese fulgor rojizo que no había podido sacar de mi mente. Traté de moverme, de dar un salto fuera de la cama, pero fue imposible. No me respondieron ni mis piernas ni mis brazos, estaba completamente petrificado, ni siquiera podía abrir la boca, menos hablar; sentía la sangre palpitar dentro de mi cuerpo inerte, la vibración de mi piel, las gotas de sudor en mi frente, frías, metálicas; solo podía mover los ojos ¡y los movía como loco! Eran como dos peces asustados atrapados, casi cruelmente, en la deliciosa imagen de mi madre.
Lo que más me preocupaba en ese momento era mi pene: la visión de sus piernas lo habían despertado y durante la "charla" (si se le puede llamar así a lo que me dijo) había tratado de disimularlo apretando las piernas, levantando la rodilla, etc. Pero mi estado estático permitió que se catapultara completamente erecto a través de la ranura de los boxers, quedando expuesto en toda su longitud. Mamá no se inclinó a mirarlo, solo esbozó una sonrisa dando por supuesta su presencia. Parecía que cada palabra que había dicho, su camisón, la hora, mi erección de ese momento, su frialdad y su desprecio diurnos, incluso mi insomnio eran partes de un plan que tenía muy calculado, un plan que había empezado a gestar en Acapulco.
Sin decir más, con un movimiento seguro y lento se despojó de la camiseta, quedando completamente desnuda. Solo usaba una tanga cuasi transparente de tono oscuro, que dejaban ver las líneas de su incipiente vello púbico sobre el monte depilado. No era una prenda elegante, ¡para nada! Puedo decir que incluso era vulgar: los burdos cordones de latex se encajaban en su cadera dejando marcas rojas en su piel, y la tela sintética que cubría su vulva parecía incómoda, asfixiante; era en suma, una de esas prendas que usan las prostitutas de poca monta; y sin embargo, ¿alguien puede negar que en lo vulgar hay mucho de excitante?
Había subido maliciosamente la camiseta desde su cadera hasta su cabeza, como si pudiera sentir, incluso controlar, las descargas eléctricas que recorrían mi cuerpo al mirarla, al sentir a la distancia el tacto suave y tibio de su vientre y de la curva de su cintura. Me turbo ahora de solo recordar cuando sus senos retumbaron suavemente al paso de la camiseta: eran dos gotas de miel, grandes, bellas y sabrosas. Sus pezones estaban completamente erectos, invitaban a ser besados, mordidos; salivé ansioso, por instinto: ya conocía su sabor y me encantaba.
Sin quitarme la mirada de encima, acarició su cuello y el espacio entre sus senos haciendo una pequeña pausa para remarcar la cicatriz que le quedó en la aureola por mis dientes. El toque sobre la marca todavía visible, parecía hacerla revivir lo que vivimos, arrancándole un morboso suspiro de placer.
Con actitud felina se hincó sobre la cama, dejando mis piernas inertes entre las suyas, podía oler su piel sudada y la humedad entre sus piernas al tiempo que mi pene llegaba a su máxima extensión.
Se dio tiempo para acomodar el resorte de la tanga que visiblemente la había lastimado, posó sus manos sobre mi vientre, y empezó a besarme el pecho y el cuello. Llegando a mi boca, se detuvo para posar un beso profundo y suave, que fue sin embargo doloroso: el contrastante roce de sus labios húmedos y los míos, secos como papel, me hizo sentir como si me arrancara un pedazo de la boca. No obstante quise devolvérselo; dejar entrar su lengua en mi boca, llenarla con mi aliento, pero seguía petrificado. Digo, no soy un santo. Aquello habrá sido raro y todo, pero comprenderán que el tacto de su cuerpo sobre el mío, sobre todo de su monte sobre mi pene y de sus senos en mi vientre, y las sensación de sus besos como pequeñas picaduras en mi torax, me habían hecho perder el miedo y las dudas, las olvidé de pronto; solo las mujeres tienen ese poder. La angustia por no poder moverme lejos de desaparecer, se hizo más intensa: Ya no quería escapar, para nada; quería tomarla entre mis brazos abrazarla y besarla, como si reencontrara después de un tiempo a mi mejor amante; pero era imposible.
Conciente de mi estado, y adivinando mis intenciones y mi angustia, me miró y se rió tiernamente, como si mi inmovilidad fuera parte de un juego del que obviamente ella tenía pleno control.
-¿Porqué te escapas de mí?- dijo al tiempo que se inclinó para besar de nuevo mi boca. Más que besarme me lamió los labios. Luego, sin abandonar la cercanía que exige el beso, tomó mi labio inferior con sus dientes, pasando de un tirón suave a una mordida fuerte que me arrancó un pujido de dolor.
Sangraba, estaba seguro, podía sentir la pequeña herida en carne viva. Mi mamá se incorporó quedando "sentada" sobre mi abdomen. No decía nada, me miraba, me estudiaba, puedo decir que me admiraba, asombrada por la visión de mi rostro con los labios teñidos de sangre, cuyo sabor ya empezaba a llenar mi boca.
Limpió con su dedo el exceso de sangre de mis labios, y lo lamió absorta en mí.
-¡Eres tan bello, amor!- dijo recostándose sobre mi cuerpo, dejando su boca a la altura de mi rostro, para susurrarme al oído- y eres mío, solo mío, por fin. Como yo soy tuya; soy tu mamá, tu mujer, tu amante.
Dio un salto quedando nuevamente incorporada sobre mí. Me miró, miró su cuerpo y percatándose de que todavía tenía puesta la tanga dijo:
-¿Qué te parece? Está linda ¿no? Es rica, me encanta como se siente-
Ok., lo reconozco. Entonces si me asuste. ¿Qué clase de mujer, sea mi madre o cualquier otra, en condiciones tan inusuales dice una bobada como esa? Y además, otra vez, habló con esa voz (ya familiar para este punto) que me daba escalofríos. Un poco de cordura me llegó entonces, esa lucidez que solo da el miedo. Primero caí en la conclusión de que estaba loca; que se había deschavetado por falta de sexo o algo así. Pero la locura solo afecta al loco, no a las demás personas, ni al ambiente, que tengo que decirles que era pesado, se hubiera podido cortar con un tenedor. Además ¡Yo seguía vuelto un maniquí, un mero espectador de una pesadilla gótica! Finalmente sus ojos la delataron: De alguna manera que no entiendo, ella estaba controlando todo, me tenía así inmóvil, a su merced. Comprendí que liberarme no estaba en mí, que me dejaría ir hasta que concluyera lo que fuera que tenía planeado
Como si también se percatara de mis pensamientos continuó - La compré afuera del metro, en Tlalpan, ahí donde se ponen los puestos con la ropa de las putas y eso.
Omitiendo la rudeza de la frase, inusual en mi mamá, me extraño (incluso me incomodó) oírla decir putas. No es que me asuste ni nada por la palabra, pero en la vida la hubiera pensado escuchar de ella. No crean que exagero, es sumamente conservadora. Normalmente no dice malas palabras, se molesta si alguien las dice; cuando se refiere a las putas usa palabra prostituta, y si está de buen humor, dice prostis; pero tampoco es que saque mucho el tema. En fin que ese detalle, al parecer insignificante, me llevó a pensar, al menos por un momento, que esa no era mi mamá.
Como fuera escenificaba un monólogo ante un bulto, y su pie para cambiar de actitud y línea eran mis pensamientos. Viendo que su charla "común" ( como si estando yo congelado, con el labio sangrando, y ella semidesnuda sobre mí, algo pudiera ser común) me había inducido a dudas escalofriantes, cambió la estrategia: dejo las risitas, el tono fácil, y dando un salto feroz a un lado de mi cuerpo, tomó mi pene erecto entre sus manos, lo miró hambrienta y después de masturbarlo un poco lo introdujo en su boca.
Fue la mamada de una experta: no se atragantó, ni siquiera lo chupó completamente; solo envolvió el glande con sus labios húmedos deslizando su lengua esporádicamente para acariciarlo, mientras frotaba mis huevos pasándolos de un lado al otro de su mano. Nunca dejó de mirarme, como si calculara al mismo tiempo el placer y el dolor que me estaba propinando.
Si la idea era ganar algo, con eso ganó. No niego que con el antecedente del labio, un frío mortal me atravesó la espalda cuando tomó mi pene, pero cuando sentí su boca, tierna y cariñosa olvidé todo: el miedo, las hipótesis, ¡todo! Incluso la inmovilidad me pareció entonces deleitable, ¿qué importaba no poder moverme, mientras pudiera sentir todo el placer que ella estaba dispuesta a darme?
Así me entregué, cerré mis ojos con la firme convicción de que me había vuelto loco mientras ella me masturbaba con sus pequeñas manos húmedas de sudor ansioso. A todo lo largo y ancho de mi pene iba dejando besos de enamorada, cálidos y profundos; hasta llegar al punto en que se lo metió a la boca, con tal voracidad y fuerza, que pude sentir el golpe de mi glande en su garganta. Así pasamos, me pareció entonces, una deliciosa eternidad.
Después lo sacó de su boca, y se acomodó para masturbarlo con sus senos. Sus ojos que no habían dejado de mirarme brillaron al verme satisfecho, más que satisfecho mientras empujaba aquellas majestuosas tetas una contra la otra en círculos en torno a mi verga ¡Qué delicioso resulta verte libre de la responsabilidad de contener la eyaculación! No acababa de inclinarse a besar mi glande cuando lancé un chorro impresionante de semen que se dispersó por su cuello, su pecho, sus senos y la parte baja de su cara. Ya había terminado y ella seguía masturbándome, quería arrancarme hasta la última gota y creo que lo hizo.
Se incorporó rápidamente y empezó a embarrarse en el cuerpo las gruesas gotas de leche, haciendo pausas ocasionales para chupar sus dedos sucios.
-¿te das cuenta de lo que hiciste, hijo?- dijo súbitamente con la voz agitada- Por eso te pegué, por eso me enojé contigo. ¡me volviste una puta!- se inclinó levantando sus hermosas nalgas para dar una lamida prolongada a mi pene todavía duro- pero no puedo evitarlo, me encanta, tu me encantas soy tuya, soy tu mamá, tu mujer, tu puta, tu esposa ¿ves? Y tu eres mío, solamente mío
Sin decir más se levantó de la cama, tomó su camiseta del piso, y todavía chupando sus dedos, se encaminó hacia la puerta sin dejar de mirarme esbozando esa maldita sonrisa traviesa, y exagerando el movimiento de su delicioso culo que sabe que me encanta.
Tenía que alcanzarla ¡No podía dejarme así! Me concentré, tomé toda la fuerza que me quedaba y empecé a levantar mis brazos, tan pesados como lápidas. Apreté los ojos, las mandíbulas: era un esfuerzo tal que creo que hubiera haber podido voltear un auto con la fuerza que junté. Por fin empecé a recobrar el control sobre mi cuerpo, y justo cuando estaba a punto de incorporarme . Desperté.
¡Desperté! Había sido un sueño ¿había sido un sueño? Miré el reloj y marcaba apenas las 2: 48 de la madrugada era imposible, habíamos estado así al menos un cuarto de hora. Parecía que realmente había sido un de esos sueños lúcidos. Pero yo tenía el pene todavía medio erecto y había eyaculado, obviamente, pero no había restos de semen ni en la cama ni en mi cuerpo agotado, además, todo el cuarto olía a mujer, a hembra excitada. Solo podía haber una respuesta que esclareciera todo aquello, y estaba en el cuarto contiguo.
Llegué dando traspiés al cuarto de mi madre. Había dejado la televisión encendida, y estaba completamente dormida al lado de un libro, que obviamente estuvo leyendo antes de caer, todavía tenía los lentes puestos. Tampoco usaba la camiseta: se había quedado vestida con los pants negros con los que la había visto al llegar a la casa.
¿Qué había pasado? Creí en serio que me había vuelto loco. Cuando sueñas, por más real que sea el sueño, tienes la conciencia de que no fue real. Y sin embargo, yo sabía a ciencia cierta que había pasado todo: el camisón, la inmovilidad, ¡todo! Aunque todas las cosas indicaran lo contrario.
Así me sorprendió el día. Pasé casi dos horas acostado sobre la cama mirando al techo tratando de entender mi estado mental, hasta que escuché que mi mamá se levantó, entró a la ducha y se arregló. Entonces me levanté y la intercepté en la cocina, tenía que saber la verdad.
- ¿y eso que madrugas? ¿a que horas entras?- dijo sin mirarme con la misma voz seca y cortante de todos los días.
A las nueve- respondí confundido por su contundente desprecio.
- Pues regrésate a dormir, ándale, ya te dejé el número ahí en la computadora para que pagues (en esa época solo teníamos una computadora en la casa). Y ya me voy, porque ya se me hizo tardísimo. Nos vemos. Y límpiate la boca, todavía tienes sangre.
Podrá parecer hasta tonto, pero me tardé un rato muy largo en comprender, o tomar conciencia de lo que me había dicho antes de salir de la casa a toda prisa. Incluso en el momento en que me lo dijo, comprobé con el brazo que tenía una pequeña herida todavía fresca en el labio inferior. De lo que no me di cuenta, fue del "todavía" que resultó especialmente extraño cuando llegué a la computadora.
Llego, me siento, recojo el papelito amarillo con el número de cuenta pegado en la pantalla, prendo la computadora y enciendo un cigarro. Cuando acaba de cargarse la configuración veo que en la pantalla, mezclado con los íconos de Windows, hay un documento de World titulado "para ti" cuyo contenido (que por supuesto todavía conservo) transcribo a continuación:
Gabriel, hijo:
No tengo palabras para decirte cuanto te amo, cuanto te deseo, la forma en que me haces sentir y cuanto me duele el tiempo del día en que estamos separados. Me gusta verte, es el mejor momento de mi día; porque me acuerdo de lo nuestro, de nuestro compromiso, que espero no olvides, como no lo hago yo. Anoche fue maravilloso, no puedo dejar de pensar en ello, ningún hombre me había hecho sentir así, eres un semental amor, y yo soy tu hembra, soy toda tuya ya te lo dije: tu mamá, tu amante, tu puta, y tu eres mío: eres mi hijito, carne de mi carne, mi amante, mi hombre sueño con que fueras mi esposo para tenerte en mi cama todas las noches y sueño con ser tu esposa, con que tu hubieras sido el primero (aunque es imposible, claro) en mi cuerpo, pero lamentablemente no fue así.
Tenemos que terminar hoy lo que empezamos anoche amor, quiero que seas mi esposo, regalarte la última virginidad que me queda, esa que no quise darle a nadie, ni a tu padre.
Nos vemos en el hotel real a las cinco, ya hay un cuarto reservado a nuestro nombre. Te tengo una sorpresa muy especial..
Tu mami que te adora.
Así estaban las cosas, y hasta aquí me quedo por ahora. Ya les contaré la conclusión de esto en el próximo envío de este relato.