Subterfugio

Una noche, ya de retirada, me depararía una sorpresa.

Quizás fuera el alcohol lo que impedía que me envolviera la sopresa. El alcohol y la noche, que me habían puesto allí, delante de aquella belleza conocida. Aquella chica, sola, en la calle, en aquel portal, durmiendo, desgastada y derrotada por una noche de excesos. Yo la conocía. La conocía todo lo que se puede conocer a alguien, hoy en día, sin conocerla personalmente.

Me senté a su lado. Mi anónimo trasero sobre el frío escalón, al lado de su culo de instagram.

Abrió los ojos, me vió, pero no se inmutó. Su belleza era real, aunque su lenguaje gestual, seguro alterado por algún gin tonic de más, no parecía tan hipnótico como el que lucía en su canal youtube.

Sobrio me habría amedrentado pero aquella noche no.

Quise hablar pero ella no respondía. Su cabeza caía hacia adelante, tapada por su densa melena. Me acerqué y balbuceó. La toqué y braceó.

Algo se apoderó de mí. Un impulso. Un "por qué conmigo no". Mi mano apartó su melena y mi boca besó su mejilla. Ella protestó en un ronroneo desganado. El siguiente beso fue a sus labios que sentí calientes y ella opuso resistencia, pero sin fuerza. Y cuando mi lengua invadió su boca sentí el placer de llenarla y el orgullo de su entrega.

En otro contexto ella no habría aceptado. Y qué. No era mi culpa. La besé y ella movía su lengua, con los ojos cerrados y ya no apoyándose en la puerta si no en mí. Se apoyaba en mí y bailaba en esa línea entre besarme y dejarse besar. Mi mano se coló entonces por debajo de una camisola digna de su blog de moda y, bajando su sujetador, sobé aquellas tetas que parecían más pequeñas que en sus posados de playa.

Tras unos minutos en los que mis manos no cesaron de catar su torso se pudo oir un:

—¿Quieres follar?—

Mi propia pregunta me cogió por sorpresa. Su silencio no.

Le insistí y me apartó. Se puso en pie. Como pudo. Luchando como un boxeador al que ya le han contado. Pero no podía. Fui yo quien la sostuvo, quién la sujetó contra la pared. Me pareció escuchar un "déjame", pero fue tan tibio que no me convenció.

Así, de pie, la volví a besar, se volvío a apartar y me volvío a corresponder. Mi mano no pudo más y fue más abajo. Y le volví a preguntar, y calló.

Ella, exánime y torpe, intentaba que mi mano no degustase el interior de sus muslos pero accedí. Recuerdo repetirle "tranquila", cuando mi mano apartaba una seda negra y mi dedo corazón se abría camino por un sendero extraordinariamente estrecho. La besé así. Ya invadida. Se relajó, y me dejé caer lentamente sobre ella, con aquel dedo dentro, y no se rebeló.

Me la follé. Me la follé en aquel portal. Enterré mi polla en ella, que, con los ojos cerrados, no gimió ni protestó. La penetré y sentí un inmenso placer; por ser tan guapa, porque de otra forma ella no habría accedido, pero sobre todo por ser ella. Mi polla entraba y salía de su cuerpo y yo quería que gimiera pero no lo hacía, quería que me mirara pero no abría sus ojos, quería notar sus pezones duros en mis manos pero apenas crecían. Solo respondía a mis besos, pues cuando la besaba su lengua sí respondía.

Cuando en un tono casi inaudible escuché de aquellos labios perfectos un "Sigue...", entrecortado, pero dulce y tiernamente gemido. Por fin. Esta vez sí. Fue una petición tenue y apocada, pero provocó en mí una descarga que desembocó en orgasmo. Un orgasmo resoplado y bufado, yo sí, plenamente desvergonzado. Quise correrme fuera pero el alcohol y la lujuria actuaron por mí.

Me recompuse y tras escuchar su arcada la ayudé a vomitar. Me fui y allí se quedó, dormida de nuevo en aquel portal.

De esto han pasado dos días y obviamente no he sabido nada de ella. Hasta hoy. Esta mañana en las noticias he escuchado: "Famosa bloguera de moda pone denuncia en la policía por violación".