Sublime amor materno (2)

Mamá es más ardiente de lo que pensaba. He de admitir que mi propia madre me parece una puta.

SUBLIME AMOR MATERNO (SEGUNDA PARTE)

Con mi brazo roto, mamá me ayudaba a meterme en la bañera y a asearme hasta que una de esas veces me cogió mi erguida verga y me masturbó, mientras me dejaba acariciarle los senos. Pero de ahí no pasaba la cosa. Mamá sólo me hacía pajas cuando me metía en la bañera y como yo quería más le pedí con vehemencia que me proporcionara más placer sexual, que me hiciera una felación o que me dejase acariciarle el coño. Pero ella se negaba. Se lo pedí en muchísimas ocasiones, pero siempre me decía que no. Y ante mi desesperación por la excitación y los deseos que tenía por poseerla me encaré con mamá y la insulté llamándole puta, zorra, cerda, aldultera ramera y todos las palabras que la degradaban que se me ocurrieron en aquel momento. La amenacé incluso con contarle a papá que me había masturbado. Mi madre se quedó silenciosa e incluso estuvo a punto de llorar, pues a sus ojos asomaron unas lágrimas. Se sintió muy ofendida y decepcionada conmigo. No me dirigió la palabra en muchos día. Yo por mi parte me arrepentí de haberle hablado así, me lamenté mucho y no tardé en pedirle perdón de modo vehemente, pero no me habló, no dijo que me perdonaba. Parecía estar resentida conmigo y eso me preocupó. Entonces fui yo el que lloré pues pensé que mi madre me detestaba y me odiaba.

Eso sí, días después me quitaron la escayola y me hicieron unas radiografías para ver cómo había quedado el brazo. Mi madre me acompañó en el hospital, siempre silenciosa, sin dirigirme la palabra. Después me condujeron a la consulta del traumatólogo a hacerme unas últimas pruebas en el brazo. Mi madre entró conmigo. Allí nos recibió don Alejandro, un amable doctor de unos 55 o 60 años con pelo entrecano y una estatura de por lo menos un metro ochenta. Era amable y parecía uno de esos actores galanes del cine de Holliwood. Me hablaba a mi pero miraba intensamente a los ojos de mamá. Con él había un enfermero, no una enfermera como en la mayoría de los casos. Don Alejandro se dirigió al enfermero con el nombre de Saúl. Saúl, era bajito, casi calvo y bastante gordo. Se le notaba bastante tímido y creí adivinar que con las mujeres no se comía una rosca. Tendría unos cuarenta años, más o menos como mamá, a la que tampoco pudo evitar mirar. Ir con mamá por ahí era eso, tenías que acostumbrarte a que los hombres la mirasen pues estaba lo que se dice muy buena. Su falda corta y su blusa desabrochada hasta el tercer botón del escote la hacían aún más atractiva.

Don Alejandro nos hizo entrar a mi madre y a mi en un cuartito aparte de la consulta donde había una camilla. Cerró la puerta y Saúl se quedó fuera. El doctor me hizo tumbar en la camilla para reconocerme el brazo. Mamá mientras observaba. Me hizo algo de daño y eso me incitaba a moverme y a intentar levantarme de la camilla.

  • Si no te estás quieto no puedo hacer un reconocimiento –me dijo el doctor-. Así que es mejor que te ponga estos cinturones para sujetarte a la camilla. No te preocupes no te harán daño, es solo para inmovilizarte y que no te dañes el brazo.

Me inmovilizó de un modo que no podía ni siguiera mover un centímetro ninguna parte de mi cuerpo. Entonces siguió con el reconocimiento y hablándole a mi madre de cómo tendría que ser mi recuperación y mis ejercicios de rehabilitación.

Mamá y el doctor no dejaban de mirarse y de hablarse ambos con mucha delicadeza.

-Aquí dentro hace calor –dijo mamá-, y se desabrochó otro botón de la blusa.

  • Sí – afirmó don Alejandro-, mire yo, ni siquiera llevo camisa debajo de mi bata de medico.

El doctor dejó ver un poco su torso desnudo. Pude ver que al muy cabrón se le había levantado la polla, lo dejaba claro la abultada bragueta que mostraba, y el colmo, a mamas se le habían puesto tiesos los pezones, se notaba a través de la fina tela de la camisa. Los dos se habían calentado, incluso en mi presencia, lo que me llevó a pensar que conmigo allí delante nada sucedería, pero...

  • Doctor, mi hijo ha sufrido mucho con el brazo escayolado, sabe...-dijo mi madre-.

  • ¿De verdad? –preguntó él- , ¿le dolía el brazo?

-No –dijo mamá- , le dolía otra cosa...

  • No la entiendo señora...

  • Su aparato se ponía duro y no podía consolarse con la masturbación.

Mamá me dejo estupefacto al contar aquello, pero el doctor ni se inmutó.

  • ¿No podía hacerlo con la mano izquierda? –preguntó él.

  • No –dijo mamá, es muy torpe, no sabía.

-¿ Entonces que ha hecho para consolarse?

  • No lo creerá doctor, yo misma le he estado haciendo pajas.

  • Vaya –dijo el médico- eso es una madre que ama a su hijo.

-Sí, pero es un hijo desagradecido, porque después de hacer todo eso por él me ha insultado y me ha llamado puta. ¿Usted cree doctor que yo soy una puta? (mamá hizo esta pregunta mientras se bajaba las bragas por debajo de la falda y me las ponía a mi encima de la cara, pues yo seguía inmovilizado).

  • Usted no es ninguna puta, su hijo es un desagradecido.

El doctor se quitó la bata y se fundió en un beso con mamá. Le arrancó la blusa y el sujetado y empezó a sobarle las tetas conmigo allí delante. Mamá se estaba vengando así de mi; era injusto y comencé a llorar y a protestar.

  • ¡Calla! –dijo don Alejandro abofeteándome- , y mira como me voy a tirar a tu madre. Si sigues protestando te pongo una inyección con un somnífero y así te quedarás dormidito y calladito. Y tú mi vida –dijo dirigiéndose a mamá- ¿porqué no te inclinas y me chupas la polla?

  • Lo haré encantada. A mi hijo no se la he chupado, pero a usted se lo haré con gusto...

Mamá chupaba con ansia y gana mientras el tío se retorcía de placer. Empecé a excitarme, aunque estaba enojado con la puta de mi madre. Don Alejandro no aguantó y se corrió poniendo perdida a mamá de semen. En aquel momento Saúl entró y se encontró la escena. Tímidamente dijo:

-Don Alejandro, su mujer le llama por teléfono.

-Dígale que se vaya a tomar por culo, ¿no ve que estoy ocupado?

El doctor dio un violento portazo y dejó a Saúl fuera con cara de lelo. El enfermero debió deshacerse pronto de la llamada de la mujer del doctor porque regresó y abrió la puerta para ver que sucedía dentro.

  • ¿Qué hace aquí? –le preguntó don Alejandro.

  • Yo sólo quería ver...

-Déjelo pasar –dijo mamá- también quiero hacerle una mamada a este gordito.

Saúl se bajó los pantalones en un santiamén y en un santiamén se tragó su polla mamá.

  • Sí, -dijo el doctor- su hijo llevaba razón señora. Es usted una puta.

  • Sí, puede que lo sea, pero ¿no lo van a aprovechar...?

Ya lo creo que lo aprovecharon. Aquellos dos hombres se la follaron cuantas veces quisieron. El cerdo de Saúl no iba a desperdiciar la ocasión y le hizo toda clase de guarradas. Se hartaron con ella. Después salieron de allí y nos dejaron a mamá y a mi solos. Yo seguía atado. Le dije a mamá que si lo que quería era vengarse por haberla insultado lo había conseguido, porque me sentí realmente mal.

  • No pasa nada hijo mío –me dijo perdonándome-.

Mamá bajó la cremallera del pantalón, sacó mi polla dura y me hizo lo que días atrás le pedí: una buena mamada.

Continuará.