Subasta sorpresa - Jaime - El Amo novato 2

La sorpresa de una subasta inesperada y lo barato que le ha salido la primera esclava, que además hace que pueda pujar en esta, llevan a Jaime a acabar con dos mujeres completamente opuestas.

Jaime ha ido a un club BDSM para comprar una esclava. Una mujer de 45 años es subastada de forma permanente por su dueño para una relación 24/7. La mujer no es lo que él esperaba. Parece mucho más mayor y no es guapa, Con gran cantidad de marcas, piercings, tatuajes y otras alteraciones no despierta interés y al final Jaime se hace con ella por la miseria de 5 céntimos.

—Ultima subasta de la noche —anuncia el subastador—. Fuera de inscripción y llegada a última hora se subasta a sí misma. Os presento a Rocío.

Muchos prorrumpieron en aplausos. Sabían que era mayor de edad, ya que para subastarse debían ser socios y entregar la documentación en el club, pero parecía aún adolescente. La joven vestía una minifalda que dejaba ver los pelillos pelirrojos de su pubis a juego con el de su cabellera, y un mini top en el que apenas resaltaba nada. Llegaría al metro ochenta y cinco con las sandalias de stripper trasparente de altísimo tacón y plataformas de unos cinco centímetros.

—Dado que ha llegado a última hora y sus condiciones son un poco peculiares mejor que las cuente ella misma.

Le entregó el micrófono.

—Bien… soy nueva en esto… y soy… un poco lenta. He llegado tarde. Sí. Quería subastarme para unos meses, pero me han dicho que ya tendría que ser otro día. Así que he decidido hacerlo de forma indefinida.

—Las condiciones —le insistió el subastador.

—Ah sí, las condiciones. Pues eso quien me compre me tendrá a su disposición hasta que se canse de mí. —Risas generales—. Solo hombres. —un «¡Oh!» se oyó por la sala—. Amos… ¿se dice así? —Nuevas risas—… amos que tengan al menos una sumisa. Y por sumisa me refiero a una mujer sumisa… no travestidos y similares.

Empezaron a abuchearla. Ella espero que callasen.

—No tengo nada contra ellos… no me importa si hay alguno más en la cuadra… ¿se dice así? Pero quiero al menos una mujer que me pueda ayudar. —Nuevamente risas generales—. Y quiero que sea flexible con mis límites. Soy novata y muchas de las practicas más duras no podré hacerlas… algunas podré intentarlas otras no. Quiero que acepte eso, así como que ahora no conozco todo lo que se puede hacer… —La interrumpieron nuevas risotadas—. Sé que se pueden hacer muchas cosas… pero no lo sé todo. Por eso sé que hay cosas que no podré , pero no conozco.

Medio llorando entregó el micrófono al subastador.

—Bien ahora desnúdate. —La chica se quitó el top y la falda. Los presentes confirmaron que era mujer, por la ausencia de protuberancias entre la escasa mata de pelo rojo de su pubis y lo gruesos de sus pezones, ya que estos apenas despegaban de la planicie de su torso—. Esta vainilla aspirante a sumisa de dieciocho años sale a subasta. Como siempre abrimos con cien euros, caballeros… ya que ella ha excluido a las damas, ¿alguien puja?

Varias manos se levantaron. El subastador nombró a uno y los demás empezaron a anunciar con sus voces cantidades mayores. En poco tiempo las pujas habían subido hasta mil euros en incrementos de diez o veinte euros.

—Mil cien —anunció Pedro Orgaz.

Se hizo el silencio. El aumento bastante brusco hico que muchos se lo pensasen.

—Mil cien para Orgaz —anunció el subastador—, ¿Alguien más?

—Mil cien a la una.

—¡Dos mil! —gritó uno de los moteros. El resto hicieron coro riéndose.

—Sabes que no cumplís las condiciones —pronunció el subastador por el micrófono—. No tenéis ninguna sumisa mujer.

—¡Sí! -aceptó el motero—. ¡Pero la cara de susto de la piba no tiene precio!

Nuevas risas.

—Mil cien a las dos…

Jaime pensó que era el momento de humillarlo que no había podido con la compra de Maria. Además tenía seis mil euros que había preparado para Maria y la chica aunque aun poco flta de desarrollo no era fea.

—¡Tres mil! —pujó Jaime.

Todos se giraron hacia él.

—Tres mil ofrece el antiguo caballero solitario —anunció el subastador.

—¡No puede! —objetó Pedro—. No cumple las condiciones.

—¿Qué condición o cumple? —preguntó el subastador.

—No es un amo con sumisa mujer… yo no he firmado aún.

—Sabes que puja pagada puja comprometida. Si no firmas serás expulsado.

—Pero ese adefesio no puede ser considerado mujer.

—Técnicamente es una mujer —replicó el subastador—. Tres mil a la una.

Silencio, algunas risas por lo bajo.

—Tres mil a las dos.

—Tres mil a las tres. ¡Adjudicada al propietario del adefesio!

Todos empezaron a reír por la salida del subastador.

Jaime subió al escenario por segunda vez.

—Bien. Como esta vez es la propia sumisa la que se subasta y a ella no le puedes pagar, porque sería prostitución, le pagas al club. Y una vez cumplido el contrato ella recibirá su parte… si no objetas incumplimiento.

Jaime entregó los tres mil euros al subastador que indicó a Rocío que fuese con él.

—Pero el dinero es mío.

—Y se te dará… a su debido tiempo. —El subastador cogió sus ropas junto con el dinero—. Ahora ves con él a esperar en la sala. Os iremos llamando para realizar el papeleo.

La jovencita puso un gesto de disgusto pero lo siguió desnuda y calzada. Maria estaba arrodillada en la misma posición que se quedó al bajar con él de la subasta. Rocío se sentó en la silla a la vez que él.

—Un caballero me habría ofrecido la silla —protestó la chica.

—Y un amo más exigente te haría quedarte de pie o arrodillarte en el suelo. —Jaime hizo un gesto hacia la sala para que viera que ningún otro sumiso estaba sentado—. Pero no me apetece bajar la cabeza para mirarte ni levantarla si te quedas de pie, así que no haré que te levantes de momento.

»¿Dónde vives?

—¿Qué quiere decir con eso?

—Tendrás casa, supongo.

—Sí… más o menos… pero pensaba que iba a vivir en la tuya. ¿No es así cómo se hace?

«Esta tía es tonta —pensó Jaime—. O sabe menos de esto que yo».

—Es una posibilidad —aceptó Jaime—, pero no suele ser la habitual al principio.

—Ella también va a vivir contigo ¿no? ¿Por qué yo no puedo?

—Ella tiene experiencia y tú eres novata. — «¡Joder! —pensó Jaime—. ¿No ves lo machada que está? ¿De verdad te gustaría acabar así como ella? Si me da pena hasta a mí, que aún la voy a machacar más. Y a ti si insistes»—. De momento puedes venir unos días… hasta que decidamos nuestro acuerdo definitivo.

—¿Definitivo? ¿Creía que ya…?

—Puesto que no tienes claros los límites tendremos que hablar mucho —la interrumpió—. Primero veremos hasta dónde estas dispuesta a llegar…

—Quiero probar…

—¡Silencio! —la cortó en tono seco—. Veremos hasta donde estas dispuesta a llegar y como aseguro mi tranquilidad. No quiero que me denuncies luego diciendo que no has dado tu consentimiento si algo no te gusta.

»Empecemos por el protocolo —hizo un gesto con la mano para que callase—: para empezar te callas. Solo hablaras cuando te de permiso. O cuando te haga una pregunta directa. Y en ese caso me responderás única y exclusivamente a la pregunta que te haga. Y ahora, para empezar, imita a Maria y arrodíllate hasta que nos llamen ara hacer el papeleo. —Jaime miró el reloj—. Y ten en cuenta que cuando lleguemos a casa te daré ciento ochenta golpes en el culo… No hables. Uno por cada minuto que has estado sentada en esta silla, contraviniendo el protocolo.

Rocío miró a la mujer mayor, se levantó de la silla y se arrodillo como ella. Tenía miedo por la elevada cantidad de golpes que la había anunciado… pero su choco estaba húmedo de excitación.

Jaime miró alrededor y vio que los demás enviaban a sus esclavos por las consumiciones. Le dio una patada en el lateral del muslo a Rocío.

—Ves y tráeme un gin tonic.

Ella se levantó y fue hacia la barra. Habló con el camarero, señaló hacia la mesa, discutió… Y regresó llorando.

—No me lo quieren dar.

—¿Cómo que no te lo quieren dar? ¿Les has dicho que es para mí?

—Sí… pero dicen que no te conocen.

—Arrodíllate inútil. Recuerda cuando lleguemos a casa que te fije castigos por no pedir permiso para hablar, no cumplir mis deseos y no seguir el protocolo adecuado. —Ella se arrodilló llorando mientras él se giraba a la otra mujer—. Maria ves y tráeme un gin tonic.

Maria empezó a andar de rodillas, pero antes de dejar la mesa se levantó, apoyándose en esta y se acercó a la barra. Era la única mujer descalza en el local.

Discutió también con el camarero, pero al final se lo puso. Depositó la copa sobre la mesa junto con un papel.

—¿Fa su fermiso fara hablar, Amo?

—¿Qué?

—Si fuedo hablar, Amo.

—Sí, sí —concede Jaime cuando se da cuenta de lo que quiere—, habla.

—Fisculpas, amo, fero es que sin fientes no fuedo fronunciar fien. El gamarero fice que no fiene guenta y que fiene que fagar ya la fefifa. —Acompañó su gesto por mostrarle el papel de la cuenta—. Le he fefifo que me fejase la fefifa y que ahora le fagafa.

Jaime vio la cuenta y le dio un billete de cincuenta. Ella hizo una reverencia y se aceró a la mesa a pagar. Él pegó una patada a Rocío en el abdomen.

—Ves —la reconvino mientras se doblaba de dolor—, eso es una esclava eficiente y no tú. Por mucho que seas más guapa que ella tendrás que ganarte mi aprecio son eficiencia.

—Sí Amo —respondió ella recordando las lecturas que tanto la excitaban—, gracias por enseñar y castigar a esta tonta esclava.