Su último capricho
¿Y si el último capricho de tu tía recién separada fueras tú...?
Podría decirse que la mujer de mi tío ya no es más mi tía desde que ella recibiera una cuantiosa herencia. Y no sólo porqué al poco tiempo se separaran, más bien ella lo mandó a la mierda, sino porque ella ha cambiado. Ha cambiado tanto que podría decirse que no es la misma persona. Han cambiado sus hábitos, sus gustos también han cambiado, e incluso su apariencia. Se la ve mucho más joven que tan sólo unos meses atrás. Se cuida, sus ropas son más elegantes…simplemente se permite los caprichos que antes no podía permitirse. Y me parece que el último de esos caprichos he sido yo.
Nos encontramos un atardecer entre semana en una calle comercial. La vi saliendo de una boutique con un par de bolsas en las manos, y aunque en el seno de la familia se habían oído algunos comentarios negativos contra ella por haber dejado a mi tío, yo no tenía nada contra ella, así que me acerqué a saludarla.
- “Tía –yo seguía llamándole así- ¿Qué tal estás?”- pregunté acercándome.
-“ Ay, hijo - siempre me había llamado así, tal vez porque ellos no pudieron tenerlos- ¡que alegría me da verte!” - contestó mientras acercaba sus labios a mis mejillas y nos dábamos los consabidos besos de saludo.
Hablamos durante unos segundos parados en la calle. Olía extremadamente bien, supongo que a un perfume caro, y su aspecto y sus ropas eran completamente distintas a las que vestía cuando convivía con mi tío.
- “¿Vas hacia casa? - preguntó de pronto- si quieres te llevo, y así ves mi nuevo coche”.
-¿Tienes un coche nuevo?- pregunté yo.
- Si, y te va a gustar, ya lo verás- contestó ella.
Accedí a su propuesta. Fuimos caminando hasta el parking donde estaba su vehículo mientras charlábamos. En un momento dado, ella se agarró de mi brazo. No sólo no me incomodaba, sino que me llenaba de orgullo llevar una mujer así de mi brazo. Flipé con el coche tanto como había flipado con su cambio. Un coche como ese vale varios miles de euros, lo sabía de verlo en las revistas, así que la expresión que debí poner al verlo, provocó su risa. Me preguntó si quería conducirlo yo, y yo apenas me lo podía creer. Dijo que estaba cansada y que no le apetecía conducir, aunque más bien creo que lo hizo al ver la ilusión que me había provocado la visión de ese automóvil. Le pregunté si hablaba en serio, y cuando ella respondió que si, ni lo dudé. Me cedió las llaves, le abrí la puerta, dejé sus bolsas en el maletero y me senté al volante de ese deportivo. Arranqué, y el sonido del motor distrajo mi atención. Estaba entusiasmado con ese coche en mis manos, y apenas reparaba en que mi tía me miraba sonriente. Me dijo que íbamos a hacer una cosa: la dejaba en casa, yo le guardaba el coche por esa noche, y a la mañana siguiente temprano, se lo devolvía. Yo, por supuesto, encantado con su idea. Sólo podía pensar en el coche, pero ella, por lo que después sucedió, creo que ya estaba pensando en otra cosa. Así lo hicimos. La dejé en su nueva casa, un bonito chalet, y continué mi trayecto. Al llegar a casa, lo dejé en el garaje, y a la mañana siguiente, tal y como habíamos quedado, lo cogí de nuevo y rehice el camino del anochecer anterior hasta llegar a su casa.
Llegué pronto, demasiado quizás, pues cuando llamé al timbre, mi tía apareció en bata y zapatillas de andar por casa.
- “¿Ya estás aquí? No te esperaba tan temprano”- dijo cómo único saludo.
- “Pensé que necesitarías el coche”- contesté yo.
- “Todavía no, luego tengo que hacer algunos encargos, pero podías haber venido un poco más tarde. Estaba preparándome el desayuno. ¿Has desayunado?, pero no te quedes ahí, pasa” – dijo mientras que con un gesto de su mano me invitaba a pasar.
Yo ya había desayunado, pero como todavía tenía un rato antes de ir a la facultad, acepté pasar. Me hizo sentar en una silla de la cocina mientras ella abría armarios, el frigorífico y por fin el pitido del microondas indicaba que su café estaba caliente. Se sentó frente a mí mientras le daba un primer sorbo al humeante café.
- “Por las mañanas sólo dos cosas pueden acabar de despertarme: un café bien cargado o un buen polvo, pero como ahora estoy solita…me tengo que conformar con el café” - dijo riendo al tiempo que volvía a beber de la taza.
Yo no soy de esos que se escandalizan por hablar de sexo, pero si que estaba sorprendido pues no era la clase de conversación que uno espera mantener con su tía, y menos a las 8 de la mañana.
- “Por cierto, ¿qué tal el coche, te gustó?- dijo al terminar el sorbo de café.
- “Genial. Ayer lo puse a 200 casi sin apretar” - respondí yo con una mezcla de orgullo y vergüenza.
- “Tienes que tener cuidado. Esta clase de coches son como las mujeres calientes. Cuando nos descontrolamos, es imposible pararnos”- replicó guiñándome un ojo y riendo y volviendo a los mismos derroteros de antes.
Yo me quedé callado, puede que incluso me pusiera colorado. Ella apuró el café, dejo la taza en la fregadera y continuó diciendo: “si me esperas, te acerco a la universidad. Ahora me voy a arreglar un poquito que tengo que estar hecha un adefesio”
- “¡Que va, tía, estás guapísima!” - le dije yo.
- “Que zalamero eres. Cómo me sigas dedicando piropos voy a tener que dejarte el coche todas las semanas”- la oí decir mientras desaparecía de mi vista por un pasillo.
Tal vez hubiese sido un cumplido, pero mi único ánimo era el de resultar agradable. Además, era verdad. Con la cara lavada y sin arreglar quizás se le notaran más los años, pero aun así seguía resultando atractiva. Mientras ella se preparaba, yo seguía pensando. La verdad es que no sabía la edad de mi tía, pero sí la de mi tío, y aunque ella tuviera unos años menos que él, debía estar más cerca de los 50 que de los 40, y sin embargo no aparentaba más de 35. Con sus ropas caras, sus cremas y perfumes, era una mujer de lo más sofisticada y elegante.
- “Javier, puedes venir un segundo”- oí su voz sacándome de mis pensamientos.
- “Si, claro, tía” - le respondí incorporándome.
- “No me llames así, me hace sentir mayor, llámame Marta” - dijo.
Su voz me servía para saber donde estaba, pues yo no conocía esa casa. Era una puerta entreabierta unos cuantos metros más adelante. Antes de abrirla del todo, pedí permiso.
- “¿Puedo pasar?” - pregunté.
- “Pasa, Javier. Dime, ¿crees que debería operarme el pecho?” - preguntó sorprendiéndome una vez más.
Yo me quedé estupefacto. Por su pregunta y por lo que vi. Prácticamente desnuda, tan sólo llevaba una braguita color lila, se asomaba después de mirarse en el espejo que había por la parte trasera de una de las puertas de su armario.
- “Pero dime, ¿tú qué piensas?, ¿me las tendría que operar?”- volvió a preguntar.
- “ No sé, a mi me parece que las tienes muy bonitas. Además, yo las prefiero así, naturales”
- respondí honestamente aunque totalmente avergonzado.
- “¿Tu crees? Ya no soy una niña y me da miedo que con los años se me caigan aún más”- dijo mientras que con ambas manos se subía las tetas y volvía a mirarse al espejo. “Bueno, todavía están duras, ven, tócalas. He empezado a cuidarme un poquito, ¿se me nota que voy al gimnasio?”.
Por supuesto que no se las toqué, ni siquiera respondí, pero si, se le notaba que iba al gimnasio y que se cuidaba. No sé, me sentía extraño. No me atrevía a acercarme y tocarle los senos como ella me había pedido, pero tampoco me apetecía marcharme, verla desnuda exhibiéndose para mí me gustaba. El problema no era estar a solas con una mujer que me doblaba la edad y que me seducía sin tapujos, el problema es que esa mujer de bandera había sido, como quién dice, hasta hace dos días, mi tía Marta. Ella sonreía. Estaba seguro que tramaba el siguiente paso. Y tardó poco en darlo. Se plantó a apenas un metro de mí, y bajó ligeramente la tela de la parte delantera de su braguita, hasta dejar casi a la vista su raja. Lo llevaba afeitado, enseguida me fijé, pero por si acaso, ella añadió:
- “¿Ves?, lo llevo depilado. Ahora se lleva así, ¿no? ¿Te gusta o también lo prefieres natural?-
- “Me gustan como el tuyo, no me gusta encontrarme pelos cuando se lo estoy comiendo a alguna” - contesté en voz baja acercándome a su oído y creyendo que ella no tendría respuesta. Si quería jugar a provocar, quería demostrarle que yo también sabía jugar. Me equivoqué.
- “Pues a mí me encanta sentirlos en mi boca”. -dijo con la más sugerente de las voces y con sus labios rozando mi oreja. “Ya ves, me gustan las cosas sucias” – añadió al tiempo que deslizaba una de sus manos por mi crecida entrepierna.
Touché. Estaba perdido. Había querido entrar en su juego y lo que había hecho era caer en su trampa. La excitación del momento me impedía pensar. Me debatía entre reprimirme porque era mi tía, o mandar todos los valores a paseo y lanzarme a por esa mujer que se me insinuaba casi desnuda y que empezaba a soltar, muy lentamente, la hebilla de mi cinturón. Afortunadamente para mi, ella no se planteaba tanto las cosas. Cuando por fin soltó el cinturón, se centró en el botón del pantalón. Lo soltó, luego bajó la cremallera y deslizó su mano por debajo del calzoncillo. Agarró mi pene ya bastante crecido pero todavía flácido, y lo hizo salir. Mi polla, y todo yo, éramos un juguete en sus manos. Me manoseaba el rabo mientras me hacía mirarla a los ojos, separados por no más de 20 centímetros. De pronto sentí sus dedos jugueteando en mi vello púbico. De un tirón seco me arrancó unos cuantos pelos y se los llevó a la boca. Los chupó todo lo que quiso dándoles el brillo de su saliva. Todavía no sé cómo no me corrí en aquel mismo instante, con su mano agitando mi polla y con su boca demostrándome lo cerda que podía llegar a ser. Aún conservaba alguno de mis pelos en su boca cuando sus labios se abalanzaron sobre los míos. Abrí la boca para recibirla y nos fundimos en un morreo eterno, violento, sucio…
Me sacó la camiseta y sus cuidadas y pintadas uñas arañaron mi espalda y mi pecho. Su cabeza fue bajando por mi cuello, mordisqueó el escaso vello de mi pecho, se aferró a mis pezones hasta llegar a hacerme daño. Tenía la forma de sus dientes dibujada en mis pezones cuando continuó su camino. Besó mi vientre, al igual que el suyo, trabajado en el banco de abdominales. Por fin llegó al lugar ansiado. Terminó de empujar el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos, y antes de meterse en faena, me dedicó la más picante sonrisa. Agarró mi pene, ya erecto por sus manoseos, con ambas manos y lo repasó con su lengua. Yo cerré los ojos, enterré mis manos en sus cabellos, y me dediqué a “padecer” ese maravilloso suplicio. Sentía como la saliva de mi tía bañaba la piel de mi polla. Su mano se deslizaba arriba y abajo despacio masturbándome. De pronto sentí mi glande desaparecer en la caliente humedad de su boquita. Empezó a cabecear adelante y atrás, sumergiéndome más y más en ese intenso placer. Apenas se detenía unos segundos para respirar y al poco continuaba. Mis manos se apoyaron en su nuca para impulsar sus movimientos rítmicos. Yo estaba como flotando. No sentía nada y lo sentía todo. El extremo placer de mi polla abriendo sus labios, el leve roce de sus dientes en mi verga me hacía delirar, y la mano de Marta sobando mis testículos era el mejor de los masajes posibles. Ausente como estaba no sabía cuanto tiempo llevábamos así. Tan sólo sentía mi polla grande y dura como nunca a punto de estallar. Cuando ella incrementó el ritmo de sus cabeceos supe que la eyaculación era cuestión de segundos. Ella también lo adivinó. La mano que apretaba mis cojones pasó a masturbarme con fuerza, al tiempo que con uno de los dedos de su otra mano, rondaba el agujero de mi ano. Al correrme grité como nunca, tal vez porque nunca me habían metido un dedo en el culo en ese preciso instante, ni nunca me habían hecho una mamada tan brutal, ni nunca había sido la boca y la cara de mi tía la que recibía mi cuantiosa descarga.
Cuando bajé de los cielos por los que me había llevado mi tía, la levanté en brazos, y tras compartir el semen que había arrojado sobre su cara en otros morreos igual de antropófagos, la deposité sobre la cama. Ella misma se quitó las bragas mientras yo hacía lo propio con mis zapatillas y mi pantalón. Cuando me acerqué, Marta ya me esperaba con las piernas separadas y flexionadas. Antes, cuando le dije lo de los pelos y lo de comer coños, me había tirado un pequeño farol. Sólo lo había hecho una vez, y ni siquiera sabía si lo había hecho bien, pero parecía que ella esperaba que yo le devolviese la comida de sexo. No me quedó más remedio. Sumergí la cabeza entre sus piernas y lo primero que hice fue agarrar débilmente entre mis dientes su clítoris. Ver a mi tía suspirar y sonreír con cara de felicidad, me indicó que lo hacía bien. Llené de pequeños y suaves besitos toda la zona. Mi lengua jugaba con sus labios, abriéndolos, mordisqueándolos…frotaba mi cara contra su sexo y parecía funcionar. Sus manos se agarraban al edredón que cubría aquella cama y su cuerpo comenzaba a agitarse. Yo no me detuve, e introduje mi lengua apenas en su vagina cuando ella comenzó a gemir más y más. Movía mi lengua en su interior como podía. Ella sólo acertaba a decir “si, así, sigue así” . La descarga de sus flujos mojando mi lengua me confirmó que se estaba corriendo. Puede sonar ridículo y estúpido, pero me sentí orgulloso de aquello. Me detuve por unos instantes mientras su cuerpo se apaciguaba. La miré. Se estaba mordiendo el labio inferior. Estaba disfrutando, así que decidí seguir. Me acerqué a su cara para que me premiara con uno de sus besos. Así lo hizo. Luego le di dos de mis dedos, y los tragó con avidez. Cuando creí que estaban bien húmedos, se los quise sacar, pero ella no parecía dispuesta a parar. Con mis dedos impregnados en su saliva, volví a acercarlos a su coño. Se los introduje de golpe hasta el fondo. Una mueca de placer se dibujó en su cara. Los saqué despacio mojados en ella y volví a clavárselos. Ella gimió. Repetí unas cuantas veces la operación. Comencé a penetrarla rítmicamente con mis dedos y a frotar su clítoris con mi pulgar. Funcionaba otra vez. Y cómo funcionaba, yo no paraba. Tuvo otro orgasmo que yo prolongué repitiendo sin cesar ese gesto. Sus piernas, abiertas al máximo, se agitaban como si tuvieran vida propia. Fue al menos un minuto en el que ella no paró de moverse, yo no paré de follármela con la mano, y en el que mis dedos se bañaron una y otra vez en el fruto de su orgasmo.
Su cuerpo se agitaba todavía cuando de su boca salió una sola palabra, que yo acaté como la orden que era: “Fóllame” .
Volvía a tener la polla tiesa, así que me la agité un par de veces para terminar de ponerla a punto y me hice un hueco entre sus piernas. Su coño empapado me acogió sin problemas. Reposé unos segundos en él, como convenciéndome de lo que estaba a punto de suceder. Después comencé a moverme. Primero despacio, adaptándonos el uno al otro. Al poco ella ya estaba gimiendo de nuevo. La estaba haciendo sentir un orgasmo continuo. Mirándonos cara a cara, apoyaba el peso en los brazos y al flexionarlos caía en su cuerpo. Apretaba las nalgas y en cada empujón mi polla recorría toda su vagina. Empujaba más fuerte, queriendo llegar más adentro. Eran golpes de riñón, violentos, sin ritmo. Marta me hizo parar y cambiar de posición.
Me vi tumbado boca arriba, con mi tía sentada sobre mí tratando de clavarse mi polla, y con sus preciosas tetas bamboleándose de un lado a otro al compás que empezaba a marcar el movimiento de sus caderas. Con sus brazos sujetaba los míos. Con los ojos entreabiertos yo la veía moverse dibujando círculos. El pelo alborotado se le pegaba al sudor que mojaba su cara y caía por su cuello. A medida que aumentaba el ritmo de sus movimientos, estos se hacían más bruscos, hasta que terminó botando con fuerza sobre mi polla. Se volvió a correr. Arqueó el cuerpo hacia atrás y después hacia delante, hasta que aplastó sus tetas contra mi pecho. La abracé. Rodeándola con ambos brazos la retenía junto a mí. Nos besábamos por toda la cara, sentía sus pezones en mi pecho y el desacompasado reflejo del cansancio hacía agitarse a su vientre. Sentía mi polla a punto de reventar, así que empecé a moverme lo más rápido que pude hasta que exploté en su coño. Cada chorro que expelía mi pene, era un viaje a las estrellas. Permanecimos en reposo, recuperando el aliento. Mi polla poco a poco fue recuperando su tamaño natural hasta que terminó por salir del coño de mi tía, de Marta, y al hacerlo permitió también la salida de la mezcla de semen y fluidos vaginales que se acumulaba en él.
Al rato, y aunque yo hubiese querido permanecer abrazado a ella para toda la eternidad, ella se incorporó. Se puso de nuevo las bragas, caminó unos cuantos pasos hasta el armario, se puso una blusa bastante sugerente, y aun más sin sujetador pues según dijo nunca lo había usado, y unos pantalones ceñidos y se peinó frente a un pequeño espejo de mesilla. Me vestí en escasos segundos y la seguí hacia la calle. Montamos en su coche. Una vez más me dejo conducirlo. “Te lo has ganado ” me dijo. Al llegar a la facultad, los dos salimos. Al cruzarnos nos besamos con furia, como queriendo acortar el tiempo que pasaría antes de volver a vernos, antes de volver a follar. Ahora lo hacemos cada vez que ella quiere. Me deja su coche, su potente deportivo, cada vez que se lo pido, pero me ha puesto un precio: antes de montar en su coche, tengo que montar en ella. Y cuando lo hago compruebo que mi tía tenía razón: tanto ella como su coche son dos máquinas potentes, exigentes, excitantes…y los dos chupan mucho, aunque para chupar, nada mejor que los nuevos labios con relleno de colágeno de mi tía. Un capricho, como el coche, como yo.