Su última vez

Sus ojos brillaron con los últimos rayos de lujuria que le quedaban, una tímida ola de calor subió a sus mejillas.

Fue su última vez, sus ojos brillaron con los últimos rayos de lujuria que le quedaban, una tímida ola de calor subió a sus mejillas, apenas si enrojecieron sus labios, abrieron sus poros enmohecidos, sus manos abrieron sus dedos como viejas ventanas y dejaron pasar aquel caudal de piel rebosante de juventud. Era como dejar pasar los rayos ondulantes y aromáticos de la primavera al frío interior de un mausoleo.

Al recibir aquellos besos era como una daga que traspasara sus entrañas, que removiera antiguos deseos olvidados.

Sus olores de mujer le dolían profundamente, el bosque íntimo de su sexo le anegaba, lo inundaba con una fuerza tan violenta que le sofocaba. Aquel olor cada vez más húmedo de su sexo le abría viejas puertas de deseo, de recuerdos.

Cuando ella con su cálida boca tomó su verga -ya endeble- una brecha dolorosa se abrió en su mente. Sentía lujuria, y eso le dolía, sentía placer y se remordía de no devolverlo. Su falo siguió flacido, cansado, debil.

Sus manos se enterraron, recorrieron aquella piel como el del ocaso veraniego que se despide de los campos de trigo y los acaricia lascivia y morosamente.

Y luego quedo dormido a su lado. Adormilado con el rítmico aliento de aquella joven, a la vera de un campo de flores, de una pradera fresca.

Para él será como un último sueño, un último y agitado recuerdo de su fertilidad. Mañana no volverá a soñar, mañana será más viejo. Cuando despierte estará de pie a la orilla del acantilado para dejarse caer al abismo.

Es anciano, su vida habrá terminado.