Su primera vez.
Una amiga tiene un problema gordo, y yo la ayudo con mucho gusto.
Su primera vez.
Hace un par de años que voy a un gimnasio cerca de mi casa, y como pasa en todos, está lleno de gilipollas. Claro, que es posible que esos gilipollas, piensen lo mismo de mí. Me relaciono poco con esa gente, solo con personas contadas y sin profundizar mucho. Una de ellas es Alicia, una mujer muy menuda, casi diminuta, pero con muy buen cuerpo, de unos treinta años. Coincidía con ella en clases de spinning y pilates, siempre se ponía delante de mí, o yo detrás de ella, y la verdad es que me ponía cardiaco cuando la veía subir y bajar el trasero. A mí me parecía una chica simpática y agradable, con la que era fácil conversar. Pero en las conversaciones del vestuario, tenía fama de calientapollas, los mismos que reían y la saludaban con un beso a diario, por la espalda la menospreciaban, y la denigraban. Son muy machitos. El caso es que un día me decidí, y la invite al teatro y a cenar por ahí. Después de cenar, nos metimos en un garito del centro para tomar unas copas. Mientras charlábamos, su lengua se fue desatando hacia confidencias muy intimas, posiblemente a causa del alcohol. Yo bebo poco, y en el tiempo que yo me tome mi gin tonic, Alicia se tomó tres, a lo que hay que añadir el vino que tomo durante la cena.
— Ya sé que tengo fama de calientapollas, —me dijo de pronto en medio de la conversación—. Y no lo entiendo.
— ¿Y por qué te sigues saludando con esos gilipollas? —la pregunte.
— No sé, será porque yo también soy gilipollas, —contesto con expresión triste.
— ¿Has tenido malas experiencias con ellos?
— ¡Qué va! No se de que se quejan, ellos siempre lo pasan bien. Es un problema mío, yo con ellos lo doy todo para no defraudarles, —contesto con la lengua cada vez más pastosa.
Pidió otros dos gin tonics, y mientras los servían salimos a que se fumara un canuto. Cuando regresamos a nuestra mesa, siguió con las confidencias.
— ¿Entonces, donde esta el problema? —la pregunte.
— En mí, tengo dificultades en llegar al orgasmo.
— No entiendo. Me has dicho que ellos se corren.
— Si, si, siempre.
— Pues sigo sin entender dónde esta el problema. Da igual, no me interesa, pero lo tuyo sí. ¿Dices que tienes dificultades para llegar al orgasmo?
— Si, de hecho, nunca he llegado.
— ¡Tía, no jodas! —su respuesta me dejó perplejo—. Pero esos anormales que…
— No, no, no es culpa de ellos, —me interrumpió—. Es mía. Cuando me llega, me pongo muy nerviosa y no les dejó continuar. Y cuando han intentado forzar, me he puesto violenta, y doy manotazos. A uno incluso le mordí.
— ¡Hostias, tía! Me estas asustando.
Quería pedir otra copa pero se lo impedí, ya llevaba más que demasiadas. Salimos del garito, la metí en un taxi y la lleve a su casa, a donde casi la tengo que subir en brazos. Entramos a su dormitorio y la desnude, con lo pequeñita que era, era fácil manejarla. La estaba metiendo en la cama cuando hizo un amago de vomitar. Por si acaso, le lleve al baño, casi la metí la cabeza en el váter y la introduje los dedos en la boca. Estuvo un buen rato soltando todo lo que tenía. Hay que ver lo que entra en un cuerpecito tan pequeño. Envolví su sudoroso cuerpo en una toalla, y la lleve a la cama, estaba K.o. Cuidadosamente seque su cuerpo. Lo hice despacio, con pausa, deleitándome con el placer de recorrer con la toalla un cuerpo tan perfecto, si no fuera por la estatura. A mí me gustan las pibas pequeñitas. Abrí la cama y metí dentro su desmadejado cuerpo. Exhalé un suspiro, la arrope, y después de apagar las luces me fui a mi casa con la polla a punto de reventar. En el taxi, iba pensando en cuantas ocasiones Alicia habría llegado a su casa, borracha y en compañía de alguno de los gilipollas del gimnasio, que la habría violado. ¿O era lo que ella buscaba ante su incapacidad? Total, así el tío de turno, la echaba un polvo y listo. Fin del problema. Sentí una pena terrible por ella.
La llame por la tarde, pero tenía el móvil apagado. Hasta el martes no apareció por el gimnasio, cruce un par de palabras con ella y quedamos para tomar un café después de la clase de pilates. Nos sentamos en una mesa y estuvimos charlando sobre cosas sin importancia.
— Bebiste una barbaridad el sábado, —la dije llevando la conversación a donde me interesaba.
— Bueno, no pasa nada. Se me fue un poco la mano.
— Fue una lastima, lo estaba pasando muy bien contigo…
— Supongo que lo seguirías pasando bien de todas formas, —me interrumpió un poco chula, pero ante la expresión de mi cara, comprendió que había metido la pata.
— Mira Alicia, yo no abuso de mujeres borrachas. No te equivoques, —la dije levantándome muy irritado. Pagué en la barra y me fui dejándola sola en la cafetería.
Me llamo varias veces durante esa semana, pero no conteste, y en el gimnasio la ignore.
Finalmente, el sábado por la tarde llamaron a la puerta y abrí. Me encontré a Alicia de rodillas sobre el felpudo, con las manos en gesto de súplica. En ese momento se abrió la puerta del ascensor y un matrimonio mayor que vivía en mi misma planta salio de él. Se quedaron con los ojos como platos mirando a Alicia, que impertérrita siguió en la misma posición mirándome. Luego me miraron a mí y emprendieron el camino a su puerta.
— Es una amiga un poco payasa, — les dije con una sonrisa cuando pasaban frente a mí—. Pero es inofensiva, no se preocupen.
Cogiéndola del brazo la hice levantarse y pasar a casa. Hizo un intento de arrodillarse otra vez, pero seguí sujetándola por el brazo y se lo impedí.
— ¿Quieres un café? —la pregunte señalándola el sofá para que se sentase.
— Preferiría una copa, —respondió quitándose la cazadora y sentándose en el sillón.
— No, no quiero que bebas, y en mi casa te lo puedo impedir.
— Bueno vale, un café.
— Si quieres curiosear por la casa mientras preparo el café, es toda tuya, —la dije dirigiéndome a la cocina—. ¡Ah! Tampoco se fuma.
Un par de minutos después, regrese al salón con la bandeja con las tazas y la cafetera.
— Antes que nada quiero pedirte perdón por lo que te dije el otro día, —me dijo sentándose en el sofá después de cotillear un poco—. Soy una burra y una idiota.
— No te preocupes. ¿Qué tal el domingo? —la pregunte—. ¿Te levantaste muy tarde?
— Por la tarde. Con ganas de meter la cabeza en el váter y tirar de la cadena. Me dolía de cojones.
— Ya lo hiciste, —la dije con una sonrisa irónica, y ante la cara de no entender de Alicia, añadí—.Vomitaste en el baño.
— ¡Joder tío! Lo siento.
— No te preocupes.
Seguimos charlando hasta casi la hora de cenar y entonces aborde el tema más delicado.
—¿Entonces, no quieres tener orgasmos? —la pregunte.
— Pues claro que quiero tener orgasmos, pero no los puedo tener.
— ¿Pero por qué?
— Ya sabes porque, ya te lo he contado.
— Yo puedo hacer que tengas un orgasmo, la solución es muy sencilla, pero tienes que confiar en mí.
— ¿Cómo seria? —preguntó después de guardar silencio unos segundos.
— Muy fácil. Solo tengo que atarte para que no te resistas, y no me des manotazos ni me muerdas, —y después de guardar silencio yo también, añadí—. Tienes que estar muy segura y confiar en mí. Puedo ser un psicópata y sacarte las tripas con un tenedor.
Me miro fijamente y después, sonriéndome, dijo— no eres un psicópata, eres un buen tío.
— Piénsalo…
— Ya lo he pensado. Átame.
— Vale, pero primero vamos a cenar, —la dije levantándome del sofá.
Entramos en la cocina y preparamos una ensalada y algo ligero para picar. Abrí una botella que tenía de champán y cenamos allí mismo, en la cocina. Después, con las copas y la botella, volvimos a sentarnos en el sofá.
— ¿Te importa que me ponga más cómoda? —me preguntó coquetona.
— Para nada, me encanta que te pongas más cómoda.
Se levantó y comenzó a desnudarse contorneando elásticamente su cuerpo al son de la musiquilla, que tenue, despedía la tele. Se sentó en el sofá de frente a mí flexionando una de sus piernas y mostrando de manera elocuente su vagina, perfectamente depilada. La llene la copa de champán, y brindamos chocando las copas.
— ¿Cuándo me vas a atar? —me preguntó con los ojos brillantes de deseo—. ¿Y por qué no quieres que beba? —añadió frunciendo el ceño.
— A lo segundo, porque me gusta estar con una mujer, que sienta y que goce, no con una muñeca hinchable. Y a lo primero, cuando estés segura de querer hacerlo. Ten en cuenta, que cuando empiece, no voy a parar. Posiblemente me dirás que pare, pero no voy a hacerte caso.
— Estoy preparada, y no quiero que pares aunque chille, grite o llore.
Salí del salón y regrese con una manta, una madeja de cuerda de montaña y una bolsa de deporte donde guardo los juguetes. Coloque la manta doblada sobre la mesa redonda que tengo en el salón, y cogiéndola en brazos la puse bocarriba sobre la manta. La ate las manos a los laterales de la mesa. Ate una cuerda a la altura de una de sus pantorrillas, y pasándola por debajo de la mesa la até a la otra pierna, dejándola totalmente abierta, expuesta y con los pies hacia lo alto. Por cierto, muy bonitos. Pase otra cuerda en torno a su cinturita y la amarre también a los laterales.
— ¿Me vas a follar atada a una mesa? —preguntó mientras asistía interesada a mis preparativos—. Mira, nunca lo he hecho.
— ¿Quién te ha dicho que te voy a follar en la mesa? Vas a tener un orgasmo, nadie ha hablado nada de follar, —y sonriendo añadí—. Esto es como el chiste, ¿estamos a setas, o estamos a Rolex?
— ¡Joder tío! Como no vas… —dejó de hablar cuando empecé a acariciarla la vagina mientras la lubricaba con un gel.
— ¿Que tal respiras por la nariz? —la pregunte—. No quisiera que viniera la policía a causa de tus gritos.
— Bien. Das por seguro que voy a gritar, —dijo con la voz entrecortada.
— Creo que lo harás, –dije mientras observaba como su respiración se hacía más agitada—. Esto es una pequeña maldad.
La introduje su tanga en la boca, y la coloque una mordaza de bola que saque de la bolsa. Me senté en una silla, junto delante de su esplendida vagina y continúe estimulándola. Alicia estaba cada vez más agitada y ya comenzaba a retorcerse levemente. Seguí con mi mano estimulando el clítoris, y comenzó a forcejear y a gruñir. Notaba por sus gestos como se aproximaba el momento, como empezaba a forcejear intentando liberarse. Cuando estaba a punto, pare la estimulación y pase a acariciarla el cuerpo con las manos. Unos segundos después, reinicie la estimulación hasta que volví a parar. Lo hice varias veces, y Alicia estaba como loca, en ocasiones me miraba con ojos desorbitados. Finalmente, la estimule con intensidad, y mientras ella crispaba su cuerpo haciendo fuerza contra las cuerdas, se corrió en un orgasmo tremendo y largo. La deje descansar mientras veía con interés como sus jugos salían de su vagina. Cuando se calmó, comencé de nuevo a estimular su sensible vagina y al poco tiempo tuvo otro en medio de un alubión de gemidos y gruñidos, que con la mordaza era lo único que podía proferir. Nuevamente la deje descansar, y nuevamente volví a la carga. La introduje mis dedos en la vagina, mientras con la otra mano presionaba su bajo vientre para alcanzar su punto G. Fue fácil encontrárselo, y con la punta de mis dedos se lo estimule directamente. Unos minutos después alcanzo otro mientras sus esfuerzos por resistirse disminuían, y un charquito blanco se iba formando sobre la mesa, debajo de su trasero.
— ¿Te está gustando? —la pregunte poniendo mi rostro a escasos centímetros de su cara. Agotada, asintió levemente, y añadí—. Pues queda la traca final.
Me miro sin entender a que me refería. Me senté en la silla y saque dos vibradores, uno fino y otro grueso, de cinco centímetros. El gordo se lo introduje y comencé con el mete y saca. Unos segundos después, cuando Alicia comenzaba a reaccionar, con el fino la estimule directamente el clítoris. La reacción su instantánea, como una descarga. Intentaba retorcerse, pero las ataduras se lo impedían. Unos minutos después la llegó otro, pero seguí insistiendo, y hubo un momento que no sabía si encadenaba orgasmos o era el mismo, muy prolongado. Pare cuando su cuerpo comenzó a temblar sin control. La saque el vibrador gordo y mis labios fueron besando su vagina detenidamente mientras con mis manos la acariciaba las tetas. Mi lengua se abrió paro entre sus pliegues vaginales.
— ¡Joder Alicia! Que bien sabes.
Alicia ya no temblaba, pero estaba como en trance. Seguía gimiendo pero mucho más sosegadamente. Finalmente, gracias a mi insistencia —reconozco que chupando soy muy pesado— tuvo otro orgasmo e incluso eyaculo, aunque en menos cantidad.
La desate, la quite la mordaza y la saque el tanga de la boca. Se incorporó y rodeándome el cuello con sus brazos me beso apasionadamente.
— Quiero que me folles tío, —me dijo entre beso y beso.
— ¿No has tenido suficiente? —la pregunte sonriendo muy chulos.
— No, no he tenido suficiente, —y repitió cabezona—. Quiero que me folles. Además, tú te tienes que correr.
— Alicia, tu placer es mi placer…
— ¡Unos cojones! —se bajo de mesa y se tuvo que sujetar a ella—. ¡Joder tío! Tengo las piernas flojas.
La cogí en brazos y la lleve a la cama. Me desnude, y por primera vez vio mi verga. Se quedó impresionada, suele pasar.
— Átame las manos otra vez, —me dijo mientras se tocaba el chocho y no apartaba la vista de mi aparato—. Y ponme la mordaza, pero sin tanga. No quiero que tengas problemas.
La até las manos a la espalda, la coloque la bola y me tumbé sobre ella. Presione la entrada de su vagina con mi glande, y entro con una facilidad inusitada. Se la pusieron los ojos en blanco, parecía la niña del exorcista.
— Te hago daño, —la pregunte preocupado por el tamaño de mi polla y el de su cuerpecito.
— Un poco justa, pero sigue, —balbuceo con la bola en la boca.
Seguí follándola a ritmo tranquilo, pero no dure mucho. Por fortuna, Alicia tuvo otro orgasmo a mismo tiempo que yo me corría resoplando y bufando como un búfalo en celo. Si lo hubiera querido hacer aposta, seguro que no lo habría conseguido. A pesar de las cuerdas, durante el último orgasmo, Alicia había tratado de resistirse. Si quiere tener orgasmos, tiene que estar inmovilizada.
Alicia y yo, no somos pareja porque los dos somos demasiado independientes, y demasiado celosos con nuestra intimidad. Ella tiene el vicio de los jovencitos que la sacan a cenar, a bailar, y a beber, que es lo que la gusta. Después la echan un polvo, o se la chupa, y en paz. Por mi casa pasa una vez a la semana, más o menos, y la hago correrse como una perra salida. Salimos poco juntos, a mí las discotecas, o los garitos de copas, no me gustan.
En fin, es una rutina a gusto de los dos. Y nos va bien.