Su pequeño y paupérrimo sexo
Una joven esposa está dispuesta a lo que sea con tal de ayudar a su marido a salir de un mal momento laboral que está pasando.
Su pequeño y paupérrimo sexo
La suerte de mi marido estaba echada, nada de lo que hicieron él y sus compañeros de lucha sirvió para algo, sólo se beneficiaron aquellos que nada aportaron por defender sus trabajos y por ser menos combativos se acomodaron a los nuevos tiempos. Yo trataba de consolarlo de cualquier manera pero no había caso. En aquellos días cayó en un furioso pozo depresivo, fue cuando recibió la visita de un delegado gremial para consolarlo, a los día vino un dirigente sindical, le dijo algunas palabras esperanzadoras con la idea de alentarlo.
En esa visita, el Dirigente, casi ni habló conmigo pero si me miró más allá de una mirada común, a los días regresó aduciendo interés en la salud de mi esposo que ya se sentía mejor. El sujeto no desaprovechó para mirarme de nuevo con insistencia, cuando nos volvimos a quedar solos dijo que yo debía hacer lo imposible para ayudarlo, le juré que hacía todo lo necesario, entonces él quiso saber qué tan dispuesta a hacer lo que fuera estaba para ayudar a mi marido, por supuesto respondí lo que hiciera falta, el me sonrió con cierto sarcasmo mientras me acariciaba el mentón; más evidente no podían ser sus intensiones.
Mi marido se resistía a sumarse en la lista de aquellos que debían acogerse a los retiros voluntarios, como lo llamaron por entonces, aún se negaba a creer que habían sido derrotados y menos aún traicionados. Mientras mi esposo estaba en el Sindicato esperando al Dirigente para hablar con él este pasó por nuestra casa con una excusa muy tonta. Ese día yo tenía un jean gastados, con unos tajos en las piernas como se usaba por entonces, zapatillas y una musculosa, apenas abrí la puerta el sindicalista entró para cerrarla de inmediato, casi al instante le dije que mi marido había ido a verlo al Sindicato, masculló algo que no pude entender, sonrió sin dejar de masticar su goma de mascar, se acercó a mí y sin vueltas metió su mano en uno de los tajos del pantalón para tocar mi pierna.
Yo me sentía incómoda, casi diría asustada, el aliento de menta mezclado con cigarro me daba en la cara mientras me preguntaba si estaba dispuesta a ayudar a mi esposo y a sacrificarme por él. Respondí con un gesto de afirmación, su mano tomó una parte del pantalón donde estaba roto para tirar de él y hacer que este se rajara más aún, siguiendo la costura, hacia arriba; continuó hablando, diciendo que había veces era necesario soportar cosas terribles para socorrer a un marido, incluso romperse el culo llegado el caso.
Sus manos desprendieron el botón del jean, quedé ante él con unas braguitas de algodón color amarillas que tenía en ese momento, luego hizo que me sacara la musculosa quedando sólo vestida en ropa interior. Mientras desprendía mi corpiño me besaba, después que miró mis tetas desnudas comenzó a chupar, en forma alternada, mis pezones; dijo gustarle mi predisposición al servicio de mi marido, yo sí que era una buena mujer, fue entonces que me ordenó que lo esperara en la cama mientras él se desnudaba en medio del comedor. Se acercó a mí vestido únicamente con sus medias negras, yo lo miraba apenas cubierta por la sábana, cuando estuvo a la par mía tomó un puñado de mis cabellos para darme un fuerte y muy doloroso tirón e hizo que mi boca quedara delante de su erección, un sexo pequeño, torcido hacia un costado, con el glande cubierto por el prepucio a pesar de su estado, una barriga que le caía encima, su Rolex en su muñeca, sus cadenas de oro en su cuello, toda la bijouterí que estaba lejos de un sueldo de un empleado estatal. Quiso saber si me parecía bonito su pene, le mentí; nunca me han gustado sus formas aún cuando los gozo y disfruto mucho. "Chupala" dijo y me la empujó contra los labios y así lo hice, con sus dos manos me sujetaba la cabeza de los cabellos moviéndome a su antojo, yo trataba de ayudarlo con mi lengua, los labios en tanto me decía que lo mirara a los ojos mientras se la mamaba. Sentí que su final estaba muy cerca, me preparé para mandármela bien adentro cosa que soltara su esperma en mi garganta así pasaba de largo evitando, de esa manera, sentir su sabor; me daba asco a mí misma.
De repente la sacó de mi boca, urgido ordenó que me sacara mis bragas y como me demoraba demasiado para sus gustos nuestras manos se enredaron en el momento de tironear haciéndolo de tal forma que sentí el elástico cortarse y yo que estuve a punto de irme al suelo, como si repartiera bofetazos hizo que separara mis piernas, con la otra mano sostenía su pequeño y paupérrimo sexo, se subió sobre mí, empujó mal y creyó haberme penetrado pero no, se había ido para abajo, su glande, ahora sí al descubierto, se rozaba con la base de mis nalgas, entre ellas, se movió en un intento desesperado por algo parecido a la cópula, se sacudió dos o tres veces para dejarse caer sobre mí mientras sus espermas untaban mis nalgas y manchaban las sábanas. Quiso saber si me había gustado, ¿qué le podía decir? Fui a enebrar una respuesta pero él mismo descubrió su fatal error, la mancha de esperma estaba en las sábanas manchando mis nalgas, sus dedos... Su rostro se desfiguró, su seguridad y urgencia parecieron desvanecerse en ese mismo instante, su sexo era de una insignificancia que invitaba a la risa, apenas si había restos de su propios fluidos, se disculpó, dijo que yo lo había calentado demasiado, que nunca le había pasado, que él creyó estar adentro, que..., que..., que... No dije nada, sólo lo miraba a los ojos mientras me limpiaba el culo con las sábanas sucias, después me levanté, fuí hasta el cajón de mis ropas, saqué bragas limpias y un shorts, él permanecía sentado en la cama, en el revuelto de sábanas, mirándome como un niño asustado.
Cuando regresé de lavarme, ya vestida, todavía estaba desnudo, sentado en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas, sosteniendo con sus manos su cara mientras la panza caía sobre sus piernas, tenía la mirada perdida y era más ridículo con sus medias caidas en los tobillos. Balbuceaba algo acerca de volver a intentarlo en otro momento, le dije que sí, total... Comenzó a soltar una lista de excusas de índole política por lo cual su virilidad dejaba mucho que desear, también le dije que sí, total... Que debíamos volver a vernos, y sí, total... Me senté en el comedor, encendí la tele y me dispuse a ver en ella lo que fuera, ni siquiera lo miré vestirse, en silencio acomodó sus ropas, puso su manos en mi hombro y sin que quitara los ojos de la pantalla dijo que no podía quedarse, que tenía trabajo que hacer, le dije que sí, total...
Se fue unos segundos después, nunca más volví a verlo y a mi marido nadie lo ayudó, hice lo que pude, pero no alcanzó; después fuí una más de las que pasaron a engrozar las estadísticas acerca de la violencia familiar y de mujeres severamente golpeadas.-