Su esposa

Una instalación averiada, su esposa y mi polla.

SU MUJER

Mi nombre es Róber, vivo en el sur de España y aún no he cumplido los treinta. Soy alto, elegante y mestizo. Tengo rasgos árabes, unos grandes labios, mirada penetrante y la tez oscura. Hago mucho deporte, aunque no soy ningún cachitas ya que me gusta correr y montar en bici. Por lo demás, subrayar que visto con estilo, no soy de los que se ponen lo primero que pillan.

Ahora tengo otro oficio, pero de joven le echaba una mano a mi padre siempre que podía. Él era electricista pero principalmente se dedicaba a montar y reparar instalaciones de televisión, internet, porteros automáticos, etc.

Precisamente les voy a contar algo que me ocurrió en aquella época donde no tenía tantas preocupaciones y responsabilidades como ahora.

Recuerdo la fecha exacta, veintinueve de febrero. Aunque estuviéramos en pleno invierno hacía tanto sol que parecía el mes de junio. Lo malo es que sobre las once de la mañana sonó el teléfono para dar un aviso.

Se trataba de un fallo en la instalación de telecomunicaciones de un bloque de viviendas. Como mi padre tenía mucho lío, me mandó que fuera echando un vistazo a ver si lo podía solucionar yo.

Al personarme allí me abrió uno de los vecinos. Se llamaba Juanjo, del bajo A, aún lo recuerdo. Me acompaño al cuarto de telecomunicaciones, pero tras una rápida revisión no vi nada raro, por lo que decidimos ir a su casa por si el problema estaba en su casa. Juanjo me acompañó al pasillo, donde tenía el registro de telecomunicaciones, y me explicó que el problema era la mala calidad de imagen del televisor del salón.

Como siempre, el registro principal de la casa era un completo desastre. Primero tendría que comprobar que la señal que llegaba era buena y después comprobar las líneas que salían una por una para averiguar cuál era la del salón.

― ¿Vas a tardar mucho? ―no tardó en preguntar el hombre.

― Pues que quiere que le diga. Una hora, no sé, depende de lo que tarde en dar con el problema.

― Bueno, estaré en aquí trabajando ―me dijo indicándome un pequeño despacho atestado de estanterías.

―No se preocupe, gracias.

Contemplando con desolación el embrollo de cables del registro de telecomunicaciones se me ocurrió que lo mejor sería empezar mirando se era cosa de la toma del salón. La gente siempre cree que tienen un gran problema, pero muchas veces es una tontería que se resuelve en un minuto.

En el salón me encontré con una mujer que supuse sería su esposa. Me sorprendí, no la había oído. Se encontraba realizando tareas sobre una mesa de esas inclinadas, como de arquitecto. Aunque había un taburete la mujer estaba de pie inclinada sobre la mesa.

― El técnico, señora ―salude cortésmente cuando me miró. A lo que respondió con un levísimo movimiento de cabeza y una fugaz sonrisa.

Al parecer estaba comprobando o repasando algo ayudándose de una regla y un escalímetro. Medía y comparaba los datos en su táblet. Se la veía muy atareada y concentrada.

Al acercarme me pudo la curiosidad y miré los dibujos, pero ella no levantó la cabeza. Eran los planos de un bloque de viviendas. Entonces vi el diminuto cable de unos auriculares entre sus cabellos rubios. Escuchaba música. También pude ver otra cosa, su seno izquierdo.

A causa del calor su piel tenía un bonito tono rosado y por eso mismo estaba en camiseta de tirantes y no llevaba sujetador. Sin duda aquel edificio debía contar con una de esas viejas calderas comunitarias de gasoil. Era una señora bonita, algo delgada y bien conservada para los cincuenta y algún años que debía tener.

De pronto me di cuenta de que estaba sonriendo. Me había pillado mirándola embobado. ¡Qué vergüenza! Menos mal que volvió a lo suyo sin decir nada.

Momento en que la voz de su marido, proveniente del despacho me preguntó en voz alta:

― ¿Has visto algo?

― Aún no ―mentí divertido. Sí que había visto algo, las pequeñas tetas de su mujer.

Eché una última ojeada a ese pezón puntiagudo que pedía a gritos ser lamido, pero entonces ella se me quedó mirándome extrañada. Bastó un segundo para que siguiera la dirección de mi mirada y comprendiera que le estaba mirando las tetas.

“La curiosidad mató al gato”. Pensé que la señora formaría la de Dios, que me insultaría y llamaría a su marido. Llegué incluso a imaginar que me echaban a patadas de aquella casa. Sin embargo, lo que aquella mujer hizo fue cogerse el escote y bajarlo sin dejar de mirarme.

La mujer de Juanjo me estaba mostrando sus bonitas tetas. Si “los caminos del Señor son inescrutables”, los de las putas son fehacientes.

Un nuevo grito de su maldito marido me obligó a serenarme.

― ¿Las ves?

Me había quedado tan pasmado mirándole las tetitas a su mujer que casi respondo que sí. No recordaba para qué demonios estaba allí, pero entonces ella volvió a cubrirse.

― No, ¿dónde están las conexiones? ¡Maldita sea! ―refunfuñé enfadado.

― ¡Detrás de la tele, ten cuidado!

“¡GUAY!” ―pensé― Su mujer estaba justo ahí.

Tras correr las cortinas me arrodillé, desmonté el cuadro de la pared y ¡BINGO! Ahí estaba el problema. El cable que iba a la clavija de la antena esta casi fuera de su sitio. Me incorporé para decirle a Juanjo que había dado con el problema, pero me quede mudo.

La muy zorra se había bajado los leggings y sonreía mostrándome ahora el culo. Llevaba un estridente tanga de color rojo que apenas cubría su abultado chochito. Su escueta y colorida prenda íntima se perdía al introducirse entre sus glúteos dejándolos completamente a la vista. Por si fuera poco ella alzaba deliberadamente su pálido trasero.

Nuevamente me quede absorto, había caído en su trampa.

― ¿Ves algo? ―dijo pícaramente.

― ¡Estoy en ello!

Nunca me había encontrado en un aprieto semejante. Aquella mujer casada se me estaba insinuando de forma impúdica, y ello a pesar de que su marido estaba en la habitación de al lado. Debía estar cachondísima para hacer algo así. Aunque prácticamente me doblaba la edad la cabrona estaba buena de cojones. Cuando súbitamente la tía coge y, como si tal cosa, aparta la tela del tanga para mostrarme la entrada de su coño.

― ¿Y ahora? ―insinuó la rubia.

―Sí, ahora sí ―respondí atontado. “¡Joder con la señora!” ―pensé― “Tengo que hacer algo”.

― ¡JUANJO! ¡VAYA ABAJO Y CORTE LA LUZ DEL CUARTO DE TELECOMUNICACIONES! ― girté― ¡Y QUÉDESÉ ATENTO AL MÓVIL! ¡O.K.!

― ¡VOY! ―respondió de inmediato.

En cuanto se cerró la puerta le agarré el culo a su mujer con las dos manos. Seguía arrodillado en el suelo, y no pude evitar relamerme. Sin pensarlo dos veces metí la lengua en aquel aperitivo con gusto a marisco.

¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS!

― ¡UMMM! ―rezongó.

Tras un rápido bocado, me centré en castigar su endurecido clítoris para hacerla ver las estrellas lo antes posible.

¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS!

― ¡UFFF! ¡SÍ QUE ESTAS HAMBRIENTO! ¡AY! ¡UMMM!

Tenía un culo de primera, no podía parar de besarlo y morderlo. Sentí se erizaba la tersa piel de su trasero. Mi corazón latía a mil por hora. Arrodillado le bajé el tanga con decisión y poniendo una mano en cada nalga y las separé enérgicamente

― ¡Ogh! ―jadeó.

Tenía el ano bastante más oscuro que el resto de su pálido trasero. Era inaudito, a su edad tenía el culo tan firme como una adolescente.

Fui descendiendo lentamente hacia sus muslos, y con muchísima pasión pasé mi lengua por el pliegue que separa el final de sus nalgas del comienzo de sus muslos. Acerqué mi boca a sus nalgas, comencé a besarle el culo con delicadeza y entonces le mordí.

― ¡AAAY! ―protestó cuando oportunamente me sonó el móvil.

¡RING! ¡RING!

¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS!

No le hice caso durante unos segundos, aquel coño se me figuraba un delicioso pastel caladito de licor. No podía dejar de devorarlo. Encima su dueña había comenzado a agitarse excitadísima.

¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS!

¡RING! ¡RING!

― ¡OOOGH! ¡Cógelo o subirá mi marido! ―intentó hacerme entender.

― ¿Juanjo?... Sí… Vale… Ése, sí… Bueno, mejor desconecta todo, ¿de acuerdo? ―le fui indicando al marido para tenerlo entretenido. Cuando la señora me susurró al oído.

― Tengo hambre… Sácate la polla.

― Sí, sí, todos, todos. Mejor ―seguí conversando con el marido al tiempo que me erguía y me bajaba la bragueta.

―O.K. Nada, no te preocupes. No tengo prisa ―le comenté al marido mientras que su mujer ya mamaba con ganas.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS!

Se notaba la veteranía. Tenía una destreza y un estilo fuera de lo común. La chupaba con fuerza. La lamía entera, recorriéndola con la lengua de abajo. Me masturbaba algo bruta. No sé cómo la tendría su marido, pero desde luego ella estaba encantada con mi polla, eso saltaba a la vista.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS!

― ¡Muy bien! ―voceé al teléfono― Venga, te llamo en diez minutos, o bueno mejor quince ―corregí antes de cortar la llamada.

¡UMMM! ―gemía la muy zorra con la boca llena.

― ¿Cómo te llamas?

― Luisa ―dijo. Al sacársela de la boca se un espeso hilo de saliva colgó uniendo sus labios a mi polla como un cable de alta tensión.

“¡SSSSH!” lo sorbió al instante.

― Nunca me la habían chupado así, Luisa… ―mentí, claro. Yo tenía a mi novia bien enseñada, pero sabía que eso la halagaría. A su edad debía haber hecho cientos de mamadas.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS!

Llevaba unos grandes pendientes que se balanceaban con su continuo cabeceo. Gracias a su saliva mi polla brillaba como si estuviera untada de aceite.

― Ahora voy a follarte, pero luego puedo correrme en tu boca. Si quieres, claro ―añadí educadamente.

Ella sonrió jugueteando con la punta de su lengua justo bajo el frenillo.

― ¡Que listo eres! Eso te gustaría, ¿verdad? ―me devolvió puntilla.

― Por supuesto, pero… con una condición ―puntualicé.

― ¿Cuál?

― Te tragarás hasta la última gota ―sentencié.

Luisa empezó a meneármela y abrió la boca como un pajarillo hambriento.

La mujer de Juanjo estaba encendida como ascua centelleante. Necesitaba que la follaran de inmediato, así que la agarré del pelo e hice que se tumbara boca abajo en el sofá, con el culo sobre el reposabrazos.

Escuchaba su respiración agitada y los gemidos que escapan de su boca. Metí las manos entre sus muslos obligándola a separar las piernas. Su sexo estaba en plena efervescencia, sus hinchados labios emergían hacia fuera, señalando con claridad la entrada de su coño. Sin embargo opté por un ataque por sorpresa a su hipersensible clítoris. Empecé a rozar su hermoso botoncito con la punta de mi miembro.

― ¡OOOGH! ―exclamó excitada.

La mujer de Juanjo no paraba de gemir, pero pronto poso su mano sobre mi vientre y dijo:

― ¡MÉTEMELA POR FAVOR!

Se iba a enterar de con quién estaba jugando. Cuando forcé su carnosa abertura dejó escapar un pequeño grito al notar como mi polla hurgaba en su pringosa vagina. Como continué introduciéndole mi miembro me empujo hacia atrás con su mano. Notaba como la punta chocaba con su útero. Sí, la pequeña Luisa estaba llena, pero aunque faltaba un buen trozo fuera. Cogiéndola con fuerza de los hombros di un contundente golpe de cadera y toda mi polla desapareció en su interior.

― ¡AAAGH! ―se resintió.

No le di tiempo de formalizar una queja, empecé embestirla de inmediato.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Con mi mano izquierda estrujé una de sus tetas al tiempo que la follaba.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

No tardé en notar como sus secreciones vaginales empapaban mis testículos. ¡Cómo chorreaba la cabrona! Aquello era un derroche intolerable.

Utilicé aquel mejunje para embadurnar su ano y meterle un pulgar por el culo, siempre sin dejar de joder su fantástico coño.

La pobre no dejaba de gemir y suspirar con intensidad abocada a un inminente orgasmo.

― ¡OOOGH! ―jadeó al fin formando una gran O con sus labios.

Luisa comenzó a estremecerse y convulsionar obligándome a clavársela a fondo para evitar que mi polla se escapara de du coño. En cuanto dejo de tiritar retome la follada.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

― ¡AAAAAAH! ―grita desesperada, como si no pudiera aguantar más placer.

Observo su cara, se muerde el labio inferior y tiene los ojos cerrados, pero los abre en cuanto le meto dos dedos en el culo.

Saboreo un jugoso primer orgasmo me doy cuenta de cómo su cuerpo arquea inconscientemente la pelvis empinando el culo, para facilitar así la penetración.

“Está preparada”, me urgí. Estraje con cuidado mi polla de su sexo, y acto seguido encajé la punta en el mismísimo centro de la diana que un momento antes había ocupado con mis dedos. Me aproximé a ella y susurré en su oído tres palabras que la hicieron estremecerse.

¡¡¡NO, NO, NO, NO!!! ―chilló como loca al comprender cuan depravadas eran mis intenciones.

Reaccioné arrancándole el tanga con violencia y metiéndoselo en la boca como había visto hacer a en una película porno. Luisa apretaba los dientes asediada por el dolor, pero no me detuve, seguí empujando contra su obstinado orificio anal. momento que aproveché para introducir una mano entre sus piernas y volver a estimular su sexo.

Ella no dice nada, sólo jadea.

¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH!

Todo su cuerpo se retorcía, cuando deslicé mis dedos hacia el interior de su vagina y de repente ¡PLOP! Mi glande traspasa su esfínter logrando que el cuerpo de Luisa se quedara completamente rígido.

Su ano oprime con tal fuerza mi rabo que cuando empiezo un ligero vaivén parece como si mi polla estuviera atorada.

¡OOOGH! ―empieza a gemir.

Ella se lo había buscado. Estaba claro que yo no era el primer hombre que le daba por el culo, pero su cara es todo un poema. Sonrojada y jadeante su mueca de estupor es indescriptible.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Cuando su culo se fue acostumbrando alcancé sus tetitas. Sus pezones se agitaban durísimos, tenía la piel de gallina y jadeaba con extenuación.

¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH!

Cruelmente sodomizada, la mujer de Juanjo parecía enloquecer por momentos. Su orificio anal se había dilatado, pero seguía extremadamente sensible. Ella intentó que apartara mi mano de su sexo pero no lo consentí. Yo quería que alcanzara su segundo orgasmo con mi polla dentro del culo, así que apreté los dientes y empecé a follarla con verdadera rabia.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

¡OOOGH! ¡OOOGH! ¡OOOOOOOOOOOOGH! ―gritó conmocionada y temblando de pies a cabeza. Tuve que taparle la boca para ahogar sus gritos.

La mujer se quedó tendida, aturdida, con la mirada perdida. Tenía el ano muy enrojecido. Si volvía a metérsela por ahí le iba a hacer sufrir, pero su coño seguía disponible. La ensarté y retomé mis movimientos ahora ya pensando sólo en mi propio placer.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

La follaba como si la odiara, ensartándola con brutalidad.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Viendo mi polla entrar y salir a toda velocidad, caí en la cuenta de que era la primera vez que follaba a la mujer de otro, follando como un animal a la esposa de otro hombre. Esa perturbadora idea precipitó mi orgasmo.

Saqué apresuradamente mi polla de su ardiente vagina y agarrándola del pelo la obligue a levantarla cabeza.

¡¡¡CHUPA!!! ―grité.

Del tirón que di a su pelo Luisa abrió la boca. Ella hizo lo que pudo, que no fue gran cosa. Estaba exhausta, así que ni corto ni perezoso me puse en cuclillas delante de ella y empecé a follar boca.

¡AGH! ¡AGH! ¡AGH! ¡AGH!

Tuve un orgasmo brutal, y eyaculé en su boca hasta la última gota de semen…

― ¡OYE! ¿QUÉ PASA CON EL TELÉFONO? ―voceó Juanjo― ¡TE ESTOY…! ―su voz se quebró al entrar al salón― Te estoy llamando ―terminó de decir.

Cuando vio a su mujer tirada en el sofá y con el culo en pompa se quedó pasmado.

― ¡¿Qué cojones…?! ―exclamó.

Yo me incorporé.

― ¡Cómo que qué cojones! ¿No ve que me he follado a su esposa? ―me mofé sabiéndome claramente más fuerte que él, y separé las nalgas de su mujer para que comprovara el desastre.

― ¡¡¡ZORRA!!! ―gritó despechado.

― ¡La culpa la tiene usted por tenerla con tantas ganas de polla! ¡¡¡PLASH!!!

¡AY! ―gritó Luisa.

Acababa de atizar un fuerte azotazo a su trasero. Luisa yació asustada, y su marido se quedó mudo.

― Bueno, aquí les dejo. Ya he sudado bastante por hoy. Por cierto, la avería es una chorrada, el enchufe de la antena que se ha soltado. Lo de su mujer es más grave...

Basado en “La hija de mi compañero” escrito por “Jhosua”.