Su cuerpo en la música

Sebastián muere por Chris, su mejor alumno de Danzas Pop. Luego de que el descarado estudiante lo acose en medio de una presentación en vivo, Sebastián le exigirá explicaciones... y tal vez algo más.

SU CUERPO EN LA MÚSICA

Era evidente que me coqueteaba. O bien el resto de los chicos no lo notaba, o cada uno estaba en su heterosexual planeta personal. Creo que me inclino por lo segundo. Christian (o Chris, como me exigía que lo llamara) tenía diecisiete años y el mejor culo que jamás había visto. Bueno, lo estoy menospreciando demasiado. Chris era uno de mis alumnos más destacados, el mejor bailarín de toda la academia. Había sido seleccionado para un par de videos musicales y también podía vérselo en algunas de esas revistas de moda, posando junto a las chicas que eran demasiado bajas para las pasarelas.

Cada vez que su rostro iba a aparecer en esas bizarras páginas, vistiendo jeans de Kevingston o Lacoste, yo era el primero en enterarme. Llegaba a mi clase dando saltitos de felicidad. Y yo me moría de risa. ¿Cómo negarlo? Chris me encantaba. Amaba lo que hacía, amaba bailar; los parlantes estallando en sus oídos y toda la música goteando por su cuerpo en sensuales oleadas hasta que el silencio se hacía omnipotente y sólo quedaba el sudor. Cuando bailaba entraba en éxtasis, yo podía sentirlo, verlo y olerlo. Pero quería tocarlo y tenía miedo de que luego, el Dirty Sex Remix se transformara en un requiem . ¿Me comprenden? ¿O es que tengo que escarbar en las heridas del pasado...?

Nos contrataron para bailar en una fiesta de quince. No sé cómo sea en otros países, pero acá en Argentina las chicas suelen festejar su decimoquinto cumpleaños en enormes salones decorados con flores y cintas de seda. Velas, trajes de gala, vestido blanco (o a veces rosa), sidra para los adultos y coca-cola para los chicos. Casi siempre cuentan con animación y los más elegidos son los números de baile: brasilero, salsa, hip-hip, pop. En esta fiesta bailaríamos una canción elegida por la cumpleañera: un remix techno de Gimme more, esa canción de Britney Spears.

Habíamos estado ensayando todos los días. Éramos diez, cinco parejas mixtas. Como las chicas eran cuatro (bendita casualidad), a mí me "tocaba" bailar con Chris. No se quejó cuando, en el reparto, le adjudiqué la coreografía femenina... podría haberlo hecho... pero, ¡si él disfrutaba volviéndome loco moviéndose en frente mío como si fuera a desarmarse! El chico era de plástico, sí, y debo admitir que bailaba mejor que algunas mujeres. Y mejor que todos los varones.

Ese día era jueves, y debíamos esperar que se desocupara nuestro salón para comenzar con el último ensayo. Llovía a cántaros y la música árabe ya me tenía harto. Aburrido, dejé mis cosas en la salita de profesores y me fui a salón de pull dance, donde señoras y algunas mujeres no tan señoras trepaban por el caño en baratas imitaciones de cabaret. Penoso.

Cuando me acerqué a la puerta (cerrada), oí música. Miré el reloj. Eran las cuatro de la tarde y se suponía que a esas horas esa sala estaba vacía. Sigilosamente, me asomé, y... casi se me escapó el alma por la boca. ¿Era de Chris el cuerpo que se enredaba en el caño y daba vueltas y giraba y...? ¿Era de él la cascada de pelo rubio que se agitaba en el aire...? ¿Eran de él esas piernas y esos brazos esbeltos, desnudos, que se aferraban al frío metal para trepar cual felino?

Sí, era Christian. Y la canción era Get Busy, de Sean Paul.

Get busy, just shake that booty non-stop, when the beat drops just keep swinging it

Chris resbaló limpiamente por el caño hasta tocar el piso y, quedando de espaldas a mí, se aferró a él con sus manos. Fue deslizándose hacia atrás, como queriendo adoptar la posición del puente y justo en ese momento quedamos mirándonos a los ojos. Sus ojazos azules y enormes se abrieron de par en par y las manos casi le traicionaron. Creo que hasta pude oír el crujido de su espalda.

-Guau -dije-. No sabía que... -Señalé el caño.

Entonces me tocó a mí abrir los ojos como platos: ¿Chris se había sonrojado? ¿El chico que me guiñaba el ojo mientras bailaba... el que me rozaba intencionalmente las zonas peligrosas en plena coreografía... ese chico, se había sonrojado?

-Tengo que practicar para el video de Misthic -susurró, encogiéndose de hombros.

-Ah, cierto

Se secó la transpiración con una toalla de mano y se acercó.

-¿Todo bien, Sebas? -me dijo, empinándose un poquito y besándome en la mejilla. Me aguanté las ganas de rodear esa cinturita e hincarle los dientes en el cuello.

-¿Sí, vos? ¿El cole?

-Bien. -Chris cursaba el quinto año de secundaria y tenía buenas notas. Me inquietaba el no saber si lo volvería a ver al año siguiente, pero no quería preguntar. Aun así...

-¿Y ya sabés qué vas a seguir? -Nos sentamos en unas colchonetas. Me refería, claro estaba, a si pensaba seguir estudiando en una universidad. Su rostro pareció transformarse, así como le sucedía en medio de la música. Pero lucía triste.

-Quiero ser coreógrafo -me reveló, abrazándose las rodillas. Vi que tenía las palmas de las manos enrojecidas: no se había vendado para practicar-. Pero mi viejo no quiere... quiere que sea doctor o abogado o contador... -Suspiró. Yo apoyé la mano en su espalda. La camiseta estaba agradablemente húmeda. Quise meter la mano bajo la tela y acariciarlo, o tal vez quitarle la camiseta y recorrer su columna con la lengua. No sabía qué decir. Nadie se había opuesto ni a mis sueños ni a mis inquietudes. Mi padre había sido tan sólo un nombre en una lápida, y mi madre se había ganado el pan enseñando tango. Ni vendiéndole el alma al diablo le habría nacido un hijo doctor o abogado. Pero ahí estaba mi Chris, mi mejor alumno, mi chico de ojos azules y astutos, de movimientos sexies y felinos... lamentándose de que el jeropa de su padre decidiera algo que estaba demasiado fuera de sus obligaciones.

-¿Te llevas mal con tu viejo? -quise saber. Comencé a acariciarle el pelo distraídamente, sorprendiéndome de los suaves que eran esas mechas rubias. Era como tocar seda húmeda.

-Para la mierda. Casi no nos hablamos. Ya me amenazó con dejar de pagarme las clases cuando le dije que... -Se tensó-... Que soy gay...

Fruncí el ceño. ¿Se lo había tenido que decir? Digo, él no era amanerado, pero tenía sus cositas . Que bailara canciones de Madonna y Britney Spears... eran sólo detalles. Pero, desatando nudos, era la primera vez que me confesaba su sexualidad. No era bisexual, era g-a-y.

Fui bordeando el lóbulo de la oreja. Tenía un par de argollitas plateadas en la izquierda y un brillante en la derecha.

-¿No te hiciste el piercing en el ombligo al final? -dije, tratando de cambiar el tema, de entibiar la atmósfera. Sonrió, y yo amé esa sonrisa. Me miró. La constelación de sus ojos brilló con luz y malicia propios.

-Fijate -susurró, pícaro, y dos hoyuelos se le dibujaron en las mejillas todavía sonrojadas por el ejercicio.

Parpadeé.

¿Cómo?

Alzó las cejas, rubias, delgadas. Quería aguantarse la risa, pero no podía. Se relamió los labios. Mocoso...

Muy bien. Estaba claro que quería ser atacado. ¡Y vamos, que yo tenía todas la ganas de comérmelo entero! Pero...

Se me acercó. La música seguía sonando, y un par de segundos de silencio anticipó el comienzo de una nueva canción. Comenzó Break it off . Era el CD que tenía todas las canciones que habíamos bailado.

Me levanté de un salto, sonriéndole.

-¿Bailamos? -Extendí la mano. Era una oferta con doble intención, por supuesto. Él lo comprendía porque amaba la música tanto como yo. Tomó mi mano y se irguió con perfecta elegancia. Seguía descalzo, pero no importaba. El suelo era apto para los pies desnudos. Lo guié hasta el centro de la pista.

-¿Nerviosos? -les pregunté a mi grupo de alumnos. Estábamos listos para la presentación y Chris se veía ansioso. Daba saltitos, chillaba y se mordía los labios. Como era mi pareja de baile, había tenido que vestirse al tono de las chicas; llevaba una musculosa blanca, pantalones negros y una sobrefalda corta y lisa. Yo babeaba, jamás lo había visto tan sexy. Por cábala, nos pusimos en círculo y juntamos las manos.

«¡A romper la noche!», gritó una de las chicas, y levantamos las manos en el aire.

-¡Y ahora... -comenzó el presentador de la fiesta-... recién llegados de Las Vegas... -mentira, obviamente-, el grupo Scharon!

Bajaron las luces. Se oyó el silbido característico de las máquinas de humo, y el aire se llenó del olor del hielo seco. En medio de la oscuridad tomamos nuestros lugares, y cuando sonó la explosión, seguida de chispas de fuego, cientos de lucecitas blancas comenzaron a girar a nuestro alrededor.

Y comenzó la música.

Ahora ya no éramos más Scharon: éramos Chris y yo.

La postura era descarada. Ese era el mensaje que queríamos transmitir: sensualidad. El varón y la chica (en mi caso, mi chico, mi Chris), estaban pegados, pecho contra pecho.

Yo (varón) miraba al frente y tenía las piernas separadas.

Chris (chica), se ubicaba de costado; con una mano en mi cintura, la otra en su cadera, la pierna izquierda entre las mías.

Mi mano, sobre su falda fingida para no romper el hechizo con las demás faldas.

Éramos Chris y yo... y la música.

I see you... and I just wanna dance with you...

Su cuerpo se encendió, como picado por electricidad. Con un ágil saltito, sus piernas se cerraron alrededor de mi cintura. Lo sostuve, y así giramos: él, bien adosado a mi cuerpo y yo, con sus escasos kilos sobre mis caderas. De otro salto se soltó y se meneó frente a mí, recorriendo con las manos el contorno de mis formas.

Comenzó la interacción con el grupo. Los hombres nos separamos de las chicas, y Chris también se alejó, con sus bien ensayados movimientos felinos.

Every time they turn the lights down...

Quedamos a dos metros de distancia y, si bien era evidente que se diferenciaba de las mujeres por estatura, complexión e indumentaria, su desempeño no dejaba nada qué desear.

Giró en vueltas perfectas, se sacudió la melenita rubia cuando tenía que hacerlo, fornicó con el suelo y se levantó de entre los humos y las luces cuando me tuvo bien sobre él, exigiéndole que me diera más...

We can get down like there's no one around

We keep on rockin' (we keep on rockin')

Extendí las manos y él las tomó. Se irguió, se pegó a mí, se frotó contra mis piernas y, cuando debería haberse aferrado a mi espalda, se aferró a mi culo. Sentí un chispazo de nervios: nunca se había propasado frente a un público... pero, ¿qué importaba!?

Sonreía, el muy descarado, sonreía y se relamía los labios. No podía evitarlo, y yo lo sabía. Estaba acostumbrado a cantar con la música y durante una presentación no debía hacerlo, por eso se conformaba con gesticular con labios, dientes y lengua.

You got me in a crazy position

If you are on a mission,

You got my permission

Por detrás, lo tomé de la cintura con ambas manos. Él se inclinó hacia la izquierda y luego, hacia la derecha. Y sucedió de nuevo: lo obvio, lo inevitable, lo que yo estaba seguro que iba a suceder. De un pequeño saltito imperceptible, pegó el culo contra mi entrepierna.

¡Por Dios!

Gimme, gimme more!

Gimme (ohhh!)

Gimme gimme (more!)

Estaba loco, loquito, y yo se lo iba a decir, ¡cómo no! ¡Durante los ensayos estaba bien! ¡Pero en una presentación en vivo y frente a cientos de heterosexuales alegres...!

Mentira. No iba a decirle nada, obvio que no...

¡Si me encantaba!

(It's Britney, bitch...)

Cayó al suelo nebuloso con la delicadeza de un pétalo. Yo quedé sobre él, sobre mi pareja, sobre mi chico, con sus manos atrevidas muy cerca de mi paquete cuando en realidad tendrían que haberse quedado en mis rodillas. Creo que suspiré.

Mantuvimos la posición final por cinco segundos exactos, hasta que las luces se encendieron y explotó la bomba de los aplausos.

Habíamos estado genial, estupendos, insuperables...

Gracias, gracias, señor. Gracias, señora. Sí, soy el profesor. Sí, soy coreógrafo profesional. No, no soy personal trainer (jajaja), lo siento. Tengo veinticuatro años. No, no estoy casado ni tengo hijos. No, no tengo novia. ¿Que por qué estoy tan bueno?

Basta.

-¿Me esperan un segundo por favor? -pedí, con mi mejor sonrisa. Chris estaba picoteando unos sándwiches y miraba, con algo de recelo, cómo las mujeres me habían acorralado.

-Dame -le exigí, quitándole de las manos el vaso de coca-cola. El gas frío bajando por mi garganta sedienta fue como un elixir mágico. Chris me miraba, con esa sonrisita tan pícara y tan suya. Se me acercó unos pasos.

-¿No me vas a decir cómo estuve? -me preguntó casi al oído, acariciándome el cuello con su aliento tibio.

-Excelente, como siempre -respondí sin dudar-. Pero en ciertas partes de la canción, creo que se te fueron los movimientos, ¿me entendés? -dije.

Lo que yo quería era poner las cosas en claro. Me había decidido y no estaba dispuesto a seguir con el juego. Decime qué pasa acá. Comprendía, a pesar de todo, que Christian ya lo había dicho todo: lo había dicho con su cuerpo, que era su mejor manera de decir lo que fuera.

No apartó sus ojos de los míos. Me sacó el vaso de plástico, lo dejó sobre una mesa y se dio la vuelta. Comenzó a caminar hacia el camerino. Yo lo seguí.

De nuevo había música: nuestra misma canción sin remixar, Gimme more, sonando como tema de fondo. Subimos las escaleras, él delante. La cortísima pollera era de una tela que parecía hecha de lentejuelas plateadas. Brillaba, pude apreciar, captando los diferentes tonos de luz.

Entró al camerino y cerró la puerta de un golpe. Parpadeé, algo contrariado: la pequeña habitación estaba a oscuras.

-Chris...

Lo sentí cerca, muy cerca. Sentí sus manos en mis hombros, la presión de sus muslos sobre los míos, su pecho. Luego pude oler su aliento a chicle y coca-cola. Sus labios me rozaron.

We can get down like there's no one around...

Gruñí. Lo rodeé furiosamente un brazo, le tomé el rostro con la otra mano y le enterré la lengua hasta la garganta. Él chilló en medio del beso y comenzó a agitarse, a pedir más. Se apretó contra mí y la dureza de su verga rozó la mía en medio de los primeros delirios. Le apreté el culo con ambas manos, lo empujé más y él echó la cabecita rubia hacia un costado y soltó un jadeo disfrazado de suspiro. Abrí la boca y con la lengua fui lamiéndole el cuello, algo salado por el sudor, pero no por ello menos sabroso...

Estaba acostumbrándome a la oscuridad.

Chris me manoteó el paquete y comenzó a acariciar el bulto por encima de la tela. Con timidez, con sus diecisiete años por fin ganándoles a todo los miedos. Cuando se atrevió a apretar, me volví loco. Lo arrinconé contra la puerta, le arranqué la sobrefalda y le bajé los pantalones sólo lo necesario, lo suficiente. Devoré su erección por encima de la ropa interior y él gimoteó y llevó las manos a mi pelo. Le bajé el slip y dejé que su verga joven y tierna me saludara con su calor y su naciente humedad. La vi allí, divina, preciosa, unos dieciocho centímetros de carne de machito adolescente rodeada por un vello púbico castaño. La acomodé hacia arriba y lamí los huevos, saboreándolos con sumo deleite y riéndome interiormente con los sonidos bonitos que se le escapaban de la garganta.

-Ahhh... Sebas...

Chupé la punta de la verga y él sacudió las caderas, todo convulsionado. Comencé a chuparla, succionando con más fuerza, a la vez que acariciaba y masajeaba el tronco con los dedos. Christian no podía más.

-Sebas... mnghhh... Se... bas...

Oímos risas que se aproximaban.

¡Horror!

Me levanté como pude, puteando y con el corazón en la tráquea. Chris se subió los pantalones. Tenía los ojazos azules abiertos del terror y un bulto bastante prominente allí en su entrepierna.

-Dios mío...

Los chicos entraron.

-¡Nos echan, como siempre! -dijo Jose (sin acento), con una carcajada.

-El tipo dijo que nos podíamos quedar -objetó Sofía, sacándose la blusa. Los chicos y chicas comenzaron a desvestirse, para cambiarse los trajes por otros trapos con los que no les ofrecieran dinero desde los autos. Había que decirlo, las chicas estaban bien putas. Y los chicos... muuuy sexies.

-Error -replicó Jose-, dijo que vos te podías quedar. Que no es lo mismo, nena.

-¿Qué te pasa, Chris? -le preguntó Valeria-. ¿Te sentís mal?

Mi chico estaba rojo como un tomate, con taquicardia y la respiración desarticulada. Lo miré, sintiéndome culpable.

-Voy al baño -chilló.

En media hora las chicas ya estaban listas.

Los muchachos se habían cambiado en cinco minutos.

Estábamos en la puerta del salón, ya fuera de la fiesta, medio cagados de frío y mirando por las ventanas con ojitos de cachorro abandonado. Estaban por servir la mesa de los postres.

-Bueno -dijo Marixu, la belleza negra de las chicas-. Yo me voy a mi casa, ¿ustedes salen?

-Ni en pedo, el lunes tengo parcial.

-Yo también.

-Nosotros vamos a Cotty's.

Cotty's era un pub roñoso donde el alcohol y las mujeres eran baratas.

-¿Vos, Chris?

Él se encogió de hombros.

-Sebas me lleva a mi casa -susurró.

¿Eh?

-Sí -afirmé. Miré la hora. Eran las dos y media de la mañana y pasando.

Saludamos a los chicos. Algunos se quedaron allí esperando el colectivo, otros giraron en la esquina y tres se subieron a una moto a pesar de mis ruegos de que no lo hicieran, que era peligroso y que iban a quedar hechos empanada en medio del Puente Pueyrredón.

-Váyanse a cagar... después cuando se mueren se quejan.

Los pibes soltaron una carcajada y yo también tuve que reírme.

-Tengan cuidado...

Pero siguieron riéndose y el motor de la moto sonó en estruendo de humareda. Se alejaron. Y en la calle quedamos sólo Chris y yo.

Comenzamos a caminar hacia el estacionamiento. Las calles estaban oscuras, la luna espiaba detrás de un par de nubes cómplices y las estrellas parpadeaban, somnolientas, en un cielo demasiado grande y obtuso. Paso a paso, Chris se me acercaba, y cuando sentí su mano tibia rozando la mía, mis dedos buscaron los suyos y se entrelazaron suavemente. Algo caliente se sacudió en mi interior y yo tenía ganas de reír y llorar a la vez; ganas de comérmelo a besos y ganas de estar matándolo en la cama.

-¿Adónde vamos? -me preguntó, abrochándose el cinturón.

-¿Querés venir a mi casa? -le ofrecí, mirándole las manos de dedos largos, dedos blancos, dedos atrevidos.

-¿Vamos a coger? -chilló con emoción; yo no pude hacer más que volver a mirarle a los ojos, mudo del asombro. Sonreí, me mordí el labio.

-Si vos querés, sí... podemos coger. Podemos hacer muchas cosas.

Nunca había manejado un auto estando tan nervioso. Cuando por fin llegamos a casa, suspiré de puro alivio. Además, las expectativas me estaban ahogando, la imaginación se había desplegado como unas alas gigantescas y monstruosas.

El viajecito en el ascensor hacia el noveno piso fue bastante tranquilo. Había esperado que Chris se me tirara encima, pero él también hervía de nervios. Y también podía imaginarme, de miedo.

Cuando quise meter la llave, le erré un par de veces. Esperaba que para otras cosas tuviera más puntería. Creo que me reí bajito y Chris también lo hizo.

El departamento estaba a oscuras, tibio, acogedor, pequeño, ordenado. Un piso de alguien que hacía mucho que no llevaba a nadie a su cama. Un cuchitril agradable al fin de cuentas, la madriguera de un hombre que deseaba olvidar los fantasmas que dormían en sus rincones, los recuerdos de alguien que deseaba no recordar...

-¿Querés tomar algo?

-No, quiero coger.

Y yo quería que el piso me tragara. Lo miré, serio. Fruncí el ceño.

-¿Nada más?

Pude ver la lenta transformación de su rostro: cómo se desvanecía su sonrisa, cómo bajaba la mirada. Estaba avergonzado.

-Agua.

Fui hasta la heladera. Agua mineral bien fría. Dos vasos.

Me senté en el sofá.

-Sentáte -dije.

Lentamente, como pidiendo permiso, se acercó a mí y con sus ojos azules semicerrados un poquito por el sueño y otro poco por la pena, soltó de sopetón:

-Te quiero... ¿Entonces vos me querés, no?

¿Y qué era esa pregunta? ¿Acaso éramos lo bastante estúpidos para no decirlo cuando ya habíamos llegado al departamento y estábamos a un paso de la cama?

Él era joven, casi un niño, tenía miedo, en el secundario era "el trolo", en su casa "el hijo maricón", "el hijo puto".

¿Hacía bien en ilusionarse con un hombre como yo?

Se moría de ganas de tener sexo por primera vez, quería saber qué se sentía, si dolía, como era que acariciaran su próstata, que su interior se sacudiera en medio de la batalla. ¿Y yo qué quería? ¿Cogérmelo y ya? Si yo quería eso... él estaba dispuesto a dármelo sin más.

Y sí, yo quería hacerle ver las estrellas, quería llevármelo a la cama y hacerle jadear como a un gato en celo.

Pero yo había sufrido por alguien que también me había hecho jadear como a un gato en celo.

Y ahora, yo de Christian quería su cuerpo, su música y todo lo que él estuviera dispuesto a ofrecerme. Quería todo, todo lo que le perteneciera, cualquier cosa, que me lo diera, que yo lo guardaría junto a mi corazón y por las noches, lo pondría bajo la almohada.

«¿Entonces? -pareció preguntar-. Me querés... no querés sólo coger...»

Rocé su nariz con la mía y le di un pico.

-Te quiero, pendejo. -Le abracé el labio inferior y lo chupé entre los míos. Se estremeció y lo abracé. Le lamí la oreja y comencé a darle pequeños besitos en el cuello. Lo noté más sensible que antes, en el camerino. Entonces así me gustaba más, tal como ahora. Cerré el trato con otro beso de mariposa y me levanté. Le tendí la mano. Sus ojos volvieron a iluminarse, sus mejillas se encendieron y casi pude oírle el corazón, latiéndole desbocado.

Prendí la luz de la habitación. Allí todo estaba tal cual como lo había dejado en la mañana. La cama hecha, la ropa bien colgada, todo en orden.

-Tenemos compañía -susurró Chris. Mi gato estaba ahí arriba, llenándome de pelos el cubrecama. Chris se lanzó a la cama y le dijo-: te vas a tener que ir. Ahora tu papá y yo vamos a hacer cosas sucias.

-Muy sucias -aclaré yo, y el gato, como si hubiera entendido, salió disparado del dormitorio.

Yo me saqué la camisa, ante la atenta mirada de mi chico, cada vez más ansiosa. Cuando iba a quitarme la camiseta, él me detuvo.

-¿Me...?

«¿Me dejás?»

Le sonreí. Asentí.

-Sí...

Me subí a la cama, de rodillas, y él me la sacó, con cuidado, con las manos que nunca habían desnudado a otro hombre. Me acarició el pecho, ahora sin nada que le impidiera el contacto directo, el contacto perfecto. Bajó hasta llegar a ese hueso de la cadera que se marcaba por encima del elástico de los pantalones y luego volvió a subir. Se detuvo y, muy tímidamente, rozó las tetillas. Le vi tragar saliva. Alzó la vista, como pidiendo permiso.

¿Permiso? ¿Para qué, mi vida, mi amor, mi machito?

Le sonreí, temblé, tragué saliva.

«Sí.»

Su cabecita rubia se inclinó y su boca se abrió apenas. La lacia melena le rozaba los hombros y ahora a mí me rozaba el cuello y la barbilla. Olía a champú de fruta. Los labios se cerraron alrededor de un pezón, pero sin tocarlo aún. Suspiré por la nariz, me ladeé y le besé el pelo.

«Sí.»

Cuando sentí su lengua caliente atreviéndose a lamer, fui cerrando los brazos alrededor de él, las manos, de su cintura. La piel era muy suave, joven, casi lampiña; perfecta para besar, acariciar, morder, chupar. Perfecta para disfrutar.

Él estaba nervioso, y me di cuenta de que los sonidos le incomodaban un poco. Esos sonidos de succión que hacía su boca, que para mí no eran más que música. Le incomodaban, porque para él, la música seguía siendo eso: música.

Lo aparté con mucho cuidado.

-Esperá...

Salí del dormitorio y volví trayendo un CD.

Instantes más tarde, nuestra canción personal nos llenaba los oídos otra vez. No tan fuerte, no tan alta. Respetuosa. Regresé a la cama, donde Chris me esperaba, con su sonrisita de no poderlo creer. Estábamos allí por fin. A punto. Le hice un gesto y él se acercó, ondulante.

-Es lindo -expliqué, acariciándole la nuca-, hacerlo con música. Pero creo que es más lindo escuchar la música del cuerpo. -Entonces comencé por quitarle la polera y fui paseando los labios por su pecho hasta detenerme en las tetillas rosadas y preciosas, enhiestas. Tal como lo había hecho él, las chupé y dejé que los sonidos salieran libres y vibraran con su magia carnal y venenosa. Se oían, sí. Él los oía, supe que le gustaba-. ¿Ves? -Abrió los ojos, dos gotas de acuarela azul.

-Sí... -Y su voz fue el retazo de una voz que estaba anclada en un puerto de mares muy turbulentos.

-¿Entonces la apago? -La música.

«Sí.»

-¿Eh?

-Sí.

Me senté sobre él y por un par de minutos no hice nada. Él estaba quieto. Demasiado quieto para haberse mostrado tan descarado antes. Pero no importaba, porque lo comprendía. De repente, sus manos comenzaron a subir por mis piernas. Aferraron la tela del jean , tal vez intentando arrancarla. Miraba mi entrepierna, atento. Entonces comprendí que lo que estaba mirando era mi cinturón. Le tomé las manos, con delicadeza y se las apoyé ahí, para que no pidiera permiso, para que lo hiciera, para que no tuviera vergüenza; porque si íbamos a hacer el amor, la vergüenza no era bienvenida. Chris liberó la hebilla y lo fue deslizando. Se atrevió a soltar el botón y bajar el cierre. Acarició y apretó allí, tal como lo había hecho en el camerino. Me levanté y me quité los pantalones, pero no el slip. Él volvió a mirarme a los ojos, a preguntarme, a pedir permiso. No dije ni hice nada. Dudó, y se relamió los labios. Mi erección era un bulto sobresaliente.

«¿A qué le tenés miedo? Es tuya, agarrála, tocála... chupála si querés.»

Con las dos manos, tiró de elástico. No acabó de quitármelo, tan sólo lo hizo hasta que lo que deseaba se mostró ante él sin reservas. Tuve que encargarme yo de terminar el trabajo, pero no me importó.

No obstante, apenas me hube tumbado en la cama, Chris se apresuró a hacerse lugar entre mis piernas. Yo, febril, las separé para dejarle espacio.

Se inclinó, agarró, tocó.

Y luego comenzó a chupar.

Al principio tan sólo dejó caer sobre el glande su aliento tibio, provocándome un estremecimiento. Después la puntita de su lengua se asomó y lamió, mientras el aterciopelado labio inferior la acompañaba. Cuando se dio cuenta de que las ganas de hacer más le ganaban a cualquier pudor, dijo basta y se la metió en la boca.

Yo ahogué un jadeo y cerré los ojos para no mirarle y no ponerle más nervioso. Él también tenía los suyos cerrados. Recorrí su cabello, su cuello, sus hombros... bajé por su espalda tibia, por las gotitas de sudor que resbalaban entre las vértebras. Llegué al culo, tibio, exquisito, deseado.

De un tironcito le hice entender que quería bajarle los pantalones, pero él parecía realmente estar disfrutando el sexo oral. Mi chiquito... Lo tumbé boca abajo y chilló.

-Auuu... -se quejó, con ese dejo caprichoso de chico al que se le niega un caramelo. Su espina dorsal quedó perfectamente dibujada sobre su carne pálida. Con cuidado, me ubiqué sobre él y fui lamiendo y besándole la espalda. Cada cuatro o seis segundos se estremecía. Llegué a los jeans y comencé a bajarlos junto con la ropa interior. Sus piernas eran pálidas y tenían tan sólo unas finísimas pelusitas rubias. El culo quedó preciosamente expuesto, blanco, suave, redondo, rico.

No pude evitarlo, fue más fuerte que yo.

Tensé la lengua y la deslicé por ese tierno recoveco de carne mientras Christian jadeaba y se revolvía. Mi verga estaba muerta de ganas de entrar en ese culito hermoso, en ese culito virgen que nadie jamás había osado explorar. Yo sería el primero en probarlo, yo lo estrenaría. Ese pensamiento tenía un morbo particular. Excitado, me incliné sobre él hacia la mesa de luz para sacar el equipo obligatorio. En el trayecto y durante los pocos segundos en que yo no lo había mirado, Chris se había puesto en cuatro patas. Quise abrazarlo, quise besarle todo el cuerpo, quise comérmelo. Volviendo a ponerme detrás, le besé las nalgas y abrí el gel lubricante. Cuando acerqué los dedos, se tensó y chilló.

-Tranquilo, bebé -le dije-. Tratá de relajarte, dale. -Y volvió a chillar. Estaba claro que no se relajaría y así no podría penetrarlo.

Comencé la estrategia. Le separé las nalgas y volví a lamer la jugosa entrada, alternando lengua y labios. Jugué con ella tal como lo habría hecho con su boca y él suspiraba, muerto de placer-. ¿Te gusta?

-Sí... sí -jadeó-. Metémela, dale... metémela...

Volví a intentar con un dedo y ahora sí, se dejó resbalar lentamente por la carne tibia. Metí otro, y pude sentir esa caverna exquisita ensanchándose para mí, para mi verga. Empujé más y me dediqué a acariciar su interior, a recorrerlo. Él deliraba. Cuando introduje el tercer dedo, pude usar mejor el pulgar para hacer presión desde afuera, moviéndolos al ritmo que él mismo comenzaba a imponer, meneándose hacia adelante y hacia atrás. Casi sin darse cuenta, estaba disfrutando.

-Sí... dame...

Fui retirando los dedos, que salieron sin dificultad gracias al lubricante y al sudor. Él sabía lo que seguía y estaba preparado. Separó más las piernas y juraría que hasta tomó aire. Pero entonces yo le di una palmadita en el culo y le dije:

-Ponéte boca arriba.

-¿Ehh? -giró la cabeza hacia atrás.

-Que te voy a coger de frente.

Él se volteó con torpeza y separó las piernas para mí. Me miraba como si no entendiera nada de lo que pasaba; me miraba con miedo y expectación, con las cejas fruncidas y la boca en un puchero. Me preparé y me ubiqué, pero antes me eché sobre él y volví a besarlo en la boca. Fue tranquilizándose y cuando nos separamos, me sonreía. Perfecto. Me puse el preservativo.

-¿Entro? -Cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes. Me reí muy bajito para que no oyera.

-Sí. -Comencé.

Coloqué la verga allí, en su cuevita caliente, y la fui metiendo a empujones suaves. Cuando lo hacía con más fuerza que la vez anterior, veía que su vientre se agitaba, que sus párpados temblaban y que sofocaba un gemido. Después se mordía o se relamía los labios.

Era un espectáculo, un paraíso.

Y era mío.

De una última sacudida, me enterré por completo. Aguardé. Qué, no sabía… Algo, una señal, un suspiro.

-Aaahhh... -o un jadeo prolongado.

-¿Qué? -apremié, sin moverme aún. Chris abrió los ojos despacio y se agarró de la cabecera de la cama. Abrió la boca.

-...eme... –le oí sollozar.

-¿Cómo?

-Cogéme... -Y fue una súplica. ¡Una súplica!

Por favor, que no tenía que rogarme nada. Me aferré a la pierna que mantenía en el aire y empecé a embestirle fuerte y duro, pero aminorando cuando recordaba que era virgen y que no quería dañarle. Deseaba que se acostumbrara al sexo para que con la práctica lo pudiéramos disfrutar en toda su intensidad.

-Ahh... sí... cogéme, mi amor, ¡cogéme!

Y ante tales palabras, ¿qué otra cosa podía hacer más que obedecerle?

Entraba y salía rápidamente de esa caverna maravillosa, clavándome en sus entrañas, oyéndole gritar, revolviendo todas sus células y haciendo crujir sus huesos. Mientras arremetía, centré la atención en sus piernas. Nervudas, aunque delgadas y muy, muy largas. Lindas, muy lindas. Suaves, blancas. Así, con la pierna derecha flexionada (además de completamente desnuda) el muslo parecía aún más largo.

Fui ralentizando. Y empecé a jugar, otra vez. Empecé a hacerlo en cámara lenta, para que disfrutara, para que lo recordara. Yo sacaba lentamente la verga casi hasta el final, y luego la metía de golpe. Cuando lo hacía, él casi gritaba.

-Cogéme, Sebas... mngh… rico...

O a la inversa. La sacaba de una, la sacudía un poco allí en las carnosas orillas, y la metía muy despacio. Le fascinaba.

Cuando lo hice con más fuerza que la vez anterior, sentí por fin el terremoto. Era su primer orgasmo real, verga incluida; toda su carne fue palpitando a mi alrededor, ahogándome, exprimiéndome la leche. Me clavé bien profundo por última vez, y salí. Un poco del semen se quedó en el condón y otro poco, entre las sábanas. Chris respiraba entrecortado, pero yo no podía parar. Le agarré la pija y me la tragué entera, chupándola toda, lamiéndola y acariciándola con labios y garganta. Lo hice más rápido y él empezó a correrse en descargas perladas que parte tragué y parte se mezclaron con las mías.

Volví a derrumbarme sobre él y lo besé. Me devolvió un beso desesperado, ansioso, como si nunca hubiese experimentado el verdadero goce de besar. Lo hicimos por varios soñolientos minutos que se fueron alargando con el paso del tiempo.

-¿Y? -no pude evitar preguntar. Christian sonrió y dejó caer la cabeza sobre la almohada.

-Buenísimo. ¿Cuándo repetimos?

Yo le aparté el pelo de los ojos y le acaricié la mejilla.

-Cuando quieras.

Nos quedamos tumbados sobre la cama por largo rato, muy juntos, hasta que le silbó la panza. Me reí y fue hasta la cocina a preparar algo.

Volví con una bandeja de sándwiches y dos vasos de yogur, pero él ya se había dormido.

Dejé la bandeja sobre la mesa de luz y lo recorrí con la mirada, desnudo, todavía transpirado. Estábamos hechos un asco, la verdad; con el sudor seco desde la presentación; y encima ahora, con las sábanas llenas de leche seca… Me reí casi en voz alta y me recosté a su lado con cuidado.

¿Acaso me estaba quejando?