Su atmósfera.

Una noche como cualquier otra de las tantas que pasaba huyendo de su pasado, de su presente y de la rutina,la vio.

Una noche como cualquier otra de las tantas que pasaba huyendo de su pasado, de su presente y de la rutina, estaba Isabella. En el lugar de moda, con sus tres amigos de siempre, tomando algo, bailando, conociendo chicas y buscando la mejor candidata para culminar la noche.

De repente, en un momento de aburrimiento cuando ya tenía varias cervezas encima, la vio. Apoyada en la barra de una manera peculiar. Se soportaba en los codos, lo que hacía que sus hombros sobresalieran de su espalda y mostraran una perfecta línea de su figura, adicionalmente estaba perfectamente vestida, cosa que encantaba a cualquiera. Le daba vueltas a una bebida con cara de no querer acabarla nunca y miraba para los lados como si esperara a alguien.

Isabella supo de inmediato que era esa la chica con la quería salir de ese sitio esa noche. Avisó a sus amigos que se iría de la mesa por un rato y ellos tan entretenidos con sus nuevas conquistas prácticamente no le prestaron atención. Se puso de pie decidida, arregló el cuello de su camisa, revisó la hora en su celular: 11:30 p.m. Y comenzó a caminar hacia la barra asegurándose que la mujer por la cual estaba a punto de arriesgarse realmente estuviera sola.

Llegó y se soportó en la superficie de la barra casi que imitando la posición de la elegida. Le hizo señas al hombre detrás de la barra, viejo amigo de ella, para que le trajera un trago y calculó el tiempo exacto que esa seña entre ellos significaba. Quince minutos para hacer su magia y entonces el traería el trago para que ella se pudiera ir. Era la estrategia estrella.

−Una chica como tú no pertenece a un lugar como éste. − Le soltó de primera mano.

−Soy heterosexual, no estoy interesada, gracias. – Replicó ella con dureza. Isabella lo recibió como un golpe en seco. «Grandioso» pensó, de todo un bar de mujeres gay se había fijado en la única hetero. Sí que tenía suerte ese día. Sin embargo decidió seguir intentando, igual aún contaba con 14 minutos y 15 segundos hasta que llegara su bebida.

−Tranquila, hermosa. No venía en busca de nada, solamente quería preguntarte por esos increíbles zapatos que traes esta noche. – Isabella sabía que por alguna razón esto solía llamar la atención de una mujer, a veces le funcionaba, otras no. 13 minutos y 45 segundos.

−Ah, discúlpame. He pasado la noche entera esquivando a todo tipo de mujeres. ¿Mis zapatos? Fueron un regalo así que no puedo decirte mucho sobre ellos, mucho más que son mis favoritos. –Respondió mirando al suelo, seguramente preguntándose cómo aquella extraña había logrado ver sus zapatos en la oscuridad en la que se encontraban.

−Lástima, no todos los días veo a alguien que lleve unos zapatos así, con tanta elegancia como tú. – Se sentía idiota, normalmente el palabrerío de los zapatos siempre era su plan z, así que cambió de tema, tenía con qué. 11 minutos y 33 segundos. –Entonces, ¿qué haces aquí si no estás buscando una mujer y al parecer tampoco un trago? Luces extraviada. – Le preguntó señalando la copa que tenía en frente, con el líquido al mismo nivel que estaba cuando la vio por primera vez un rato antes.

−El imbécil de mi novio insiste en una estúpida fantasía de tenerme a mí y a otra en la cama al tiempo. Al principio le seguí el juego pero se lo está tomando muy en serio. Me pidió venir acá hoy, prometió que bailaríamos y solo daríamos un vistazo al ambiente. Aún lo estoy esperando. – Así que tenía razón, esperaba a alguien, solo que no pensó que fuera a su novio. De haberlo sabido no se le hubiera acercado nunca. No le gustaba jugar de esa manera. Se quedó un instante en silencio mirando como su interesante mujer de esta noche se incomodaba ante la presencia de otra chica muy cerca a su espalda. 8 minutos y 16 segundos.

− ¿Y por qué eso te asusta? – Estaba jugando con fuego. La regla número uno era nunca volver la conversación algo personal.

− ¿Me asusta? ¿De qué estás hablando? – Le respondió con algo que podría ser desprecio en su mirada. Cambio de planes, necesitaba poner las cosas a su favor.

−Tal vez estar en la cama con tu novio y otra chica te haga sentir cosas nuevas, te asusta dudar de tus gustos. − ¡¿Qué estaba diciendo?! Esta chica estaba haciéndola decir barbaridades.

En ese momento un par de amigas de Isabella se acercaron a saludarla, pero se aseguró de despacharlas rápido. Estaba perdiendo tiempo. 4 minutos y 52 segundos.

−No, estoy muy segura de a quien quiero entre mis piernas. – Respondió con severidad. – Igual, creo que esta conversación está tomando otro rumbo. Ya te dije que no estoy interesada, gracias.

Fin. Se dio cuenta que el hombre del bar estaba listo y ella ya no tenía mucho más que hacer ahí. Se la jugó por su último movimiento. Tomó la servilleta del vaso que llevaba un rato frente a ellas y sacó un esfero como por arte de magia (siempre estaba preparada). Anotó su número de celular en el papel y guardó el esfero. Sin nombres, sin explicaciones, sólo 10 números.

−Si algún día se te quita esa fobia tuya a las mujeres, llámame. Tal vez podemos conversar un rato.− Tomó el trago que el hombre de la barra acababa de entregar, le guiñó un ojo, le dio la espalda y se fue perdiéndose entre la multitud de gente agitada bailando.

­Apenas estuvo en un lugar estratégico donde ella no la vería, volteó para conocer los resultados de su última jugada, se sorprendió al ver a aquella chica tratando de agudizar la vista para encontrarla entre la muchedumbre. Sin éxito, cogió la servilleta y sacó su celular. Comenzó a digitar en él, lo que para Isabella pareció ser una buena señal. Estaba guardando su número.