Su atmósfera (2)

Pensaba en qué era lo que su extraña (como había decidido llamarla al no saber su nombre) tenía para haber espantado el aire de sus pulmones sin siquiera notarlo.

Guardó su número y volvió a poner su teléfono en el bolsillo. Isabella esbozó una media sonrisa y volvió a su mesa. Cuando se sentó en su viejo lugar sintió como todo el peso de la gravedad la aplastaba contra la silla. ¿Qué acababa de pasar? Notó que su pulso estaba acelerado y le costaba respirar. Esa chica había hecho de esos quince minutos, que tan habitualmente Isabella vivía con todo tipo de mujeres, algo completamente diferente. No había sido nada, no habían hablado mayor cosa; sin embargo, había sido todo. Algo se sentía distinto dentro de ella. Comenzó a normalizarse su respiración pero ella estaba absolutamente ensimismada en sus pensamientos.

− ¡Hey! Tierra llamando a Bella. – Era Martín, su mejor amigo. Sacándola de su ensueño, le extendió la mano ofreciéndole una cerveza fría y burbujeante. Ella solo negó con la cabeza indicándole que tenía el trago que acababa de obtener en la barra. − ¿Qué te pasó? Parece que viste un fantasma. −

− ¿Crees en el amor a primera vista? – Dijo casi que susurrando.

− ¿Qué? – Gritó él, señalándose el oído ya que la música alta no les permitía hablar en un tono normal.

−Nada. – Le devolvió ella, sonriéndole para que él pudiera pasar del tema.

La noche siguió su curso, Isabella dejaba escapar de vez en cuando un suspiro y de forma más frecuente una mirada hacia el sitio en el que había visto a aquella chica. Notando que las demás mujeres del bar ya no atrapaban su interés, se dedicó a pensar en lo que había pasado. Pensaba en qué era lo que su extraña (como había decidido llamarla al no saber su nombre) tenía para haber espantado el aire de sus pulmones sin siquiera notarlo. La repasó de pies a cabeza. Su cabello castaño oscuro a pesar de las luces intensas, liso y peinado a la mitad. Su cuello, terminando en una “v” perfectamente alargada que formaban sus clavículas, apenas notables, pero lo suficiente para que Isabella las recordara. Sus hombros y espalda, su torso delgado, su cintura y esos huesos que tanto la mataban, aquellos que sobresalían de sus caderas y que hacían que toda mujer que pudiera lucirlos se viera increíblemente sensual en un jean cualquiera. Sus piernas, firmes a simple vista, sus tobillos (reconocía que tenía una debilidad por unos tobillos pronunciados) y los pies perfectamente adornados con esos zapatos. Sin mencionar su ropa. Pero a pesar que todas esas características tenían su especial atención, era algo más lo que la había hecho despegar los pies del suelo. Seguramente era algo que la oscuridad no la había dejado ver.  Seguía intentando averiguarlo cuando un golpe y una sensación húmeda la devolvieron a la realidad.

− ¡¿Pero qué rayos…?! – Alguien que estaba pasando justo a su lado se había tropezado, cayendo sobre la mesa y derramando toda una botella de cerveza sobre ella. No podía creerlo, su suerte no acababa de sorprenderla.

De repente unas manos agitadas tomaron un par de servilletas de encima de la mesa y comenzaron a limpiar el líquido chorreante de la ropa de Isabella, las siguieron unos ojos verdes grandes que la miraban de forma suplicante.

−Discúlpame, lo siento muchísimo. Soy una torpe, debo fijarme por donde camino. Mira nada más lo que hice. – La chica intentaba desesperadamente limpiarla, miraba el desastre y a los ojos de Isabella. Ella estaba paralizada y miró a Martín, el cual le devolvió la mirada con cara de interrogante y levantando los hombros. Se volvió a fijar en la señorita que estaba de rodillas ante ella limpiándola y notó sus ojos. Wow, esa mirada la hizo olvidarse por un momento de su extraña. – ¿Estás bien? – Le preguntaron aquellos ojos con voz.

−Eso debería preguntar yo, tú fuiste la que cayó. ¿Te lastimaste? – Estiró sus manos para detener los movimientos afanados de la chica. Ella se tocó una rodilla y se limpió el pantalón y la chaqueta. Después de acomodarse,  se puso de pie, dibujó una sonrisa apenada y miró al suelo. –No es nada, no te preocupes, igual ésta ropa ya estaba de lavandería. – Se puso de pie también, sacudiendo los últimos residuos de cerveza que quedaban sobre ella. Levantó la cabeza y quedo frente a frente con los ojos verdes que la miraban. –Si no hubiera estado tan distraída, seguramente me habría fijado en esa mirada tuya y entonces sería yo la que hubiera quedado de rodillas a tus pies.­− Dijo sonriendo. Pudo notar como la chica se sonrojó a pesar de la oscuridad. – Déjame reponer esa cerveza. –

− ¡No, no! Ni más faltaba, no te preocupes. Fue mi culpa, no tienes que hacerlo. –

−Me encantaría hacerlo, ojos. – Le dijo mientras le hacía señas a Martín para que le pasara una cerveza. Se sentó con ella a su lado. La chica se rio un poco al escuchar como Isabella la había llamado.

−Anastasia. –

− ¿Disculpa? – Casi no la oyó por lo bajo que habló.

−Anastasia. Así me llamo. Claro que “ojos” también me gusta. – Dijo con una sonrisita mientras recibía la cerveza que Martín le acercaba.

Anastasia. Ese nombre le gustaba. Le recordaba a un personaje de su pasado. Sonrió también. Sintió que por fin podía dejar de pensar en su extraña. Y que esta chica, Anastasia, podría regalarle un buen rato. Valdría la pena terminar la noche de esta manera.

−Anastasia. Lindo nombre. Soy Isabella. – Dijo sosteniéndole la mirada. Era la inocencia en sus ojos algo que realmente le llamaba la atención.

Habían pasado casi dos horas, se acercaban las 2:00 a.m. y llevaban un rato conversando y riendo. Isabella realmente se sentía cómoda alrededor de Anastasia, era como si la conociera  de antes. El tiempo pasó volando y eso era una buena señal. Pero fue la última frase de Anastasia lo que había acabado de confirmarle que, tal vez,  después de toda la mala suerte de la noche, tendría su recompensa.

− ¿Qué te parece si salimos de aquí? La música alta realmente termina molestándome. No vivo muy lejos, y podríamos terminar la conversación en mi casa. – Una mirada encendida y una sonrisa se fue dibujando en la cara de Isabella. Le parecía perfecto pero no necesitó responder para que Anastasia entendiera que su idea había sido bien recibida.

Comenzó a recoger sus cosas, y le avisó a Martín. Al fin y al cabo él era como su protector, necesitaba tenerlo en aviso. Revisó su celular: 2:07 a.m. La noche apenas comenzaba. Tomó la mano de Anastasia y dio el primer paso hacia la salida. Justo en ese momento su teléfono vibró, avisándole que tenía un nuevo mensaje.

Número Desconocido: ¿Sigues acá? Mi novio al fin no llegó. ¿Puedo verte?

Su mirada quedó congelada en la pantalla de su celular. Justo cuando creía que ya había dejado de pensar en eso, en ella.

Buen intento.


Queridos lectores,

Espero que mi historia, a medida que vaya avanzando, capte su interés. Recibí un consejo de llevarla con calma (gracias, por cierto) y así lo haré. Supongo que esperan acción pronto, veremos cómo se va desarrollando. Agradezco sus comentarios y opiniones si he logrado atraparlos aunque sea un poco en estas dos primeras entregas. Gracias por el tiempo que toman para leerme. Un abrazo.

Alice.