Strip Póker en Familia [13].
Póker para Ocho.
Capítulo 13.
Póker para Ocho.
Cuando le dije a mi mamá que tenía luz verde para organizar una nueva noche de póker, creí que lo haríamos ese mismo fin de semana, por eso me sorprendí cuando llegó el sábado y me dijo que iba a cenar a la casa de unos amigos, junto con mi papá. Le pregunté qué pasaba con el póker y me dijo que no había apuro para eso, y si dejábamos pasar unos días, todos lo disfrutaríamos más. Tengo que admitir que eso es cierto, porque la tensión se acumula con cada hora que pasa, y poder liberarla toda de golpe va a ser un gran alivio.
Pasaron algunas semanas en las que volvimos a ser una familia normal: hubo buenos momentos, discusiones, peleas, llantos, risas, de todo un poco. Yo tuve que afrontar un pequeño gran problema en el que me metí, por pelotuda; pero es algo que prefiero no pensar ahora mismo.
Además pasé algunos días horribles con mi período, ya que llegó más doloroso de lo habitual. Pero nada de qué alarmarse.
Lo que peor me pone es haber discutido con Mayra. Con ella casi nunca peleo, nos entendemos muy bien. Sin embargo a ella pareció molestarle mucho que yo me dejara coger por el tío Alberto. Me sentí como una estúpida, y me dolió mucho que ella me mirara con esa carita de desilusión. ¿Cómo no lo vi venir antes? Ella es la favorita de Alberto, todos lo saben. Es muy probable que Mayra hubiera pensado que Alberto tenía una “relación especial” con ella, y que por eso se la llevaba a su cuarto de vez en cuando… para que Mayra se pusiera a jugar con su verga. Algo que mi hermana hacía con mucho entusiasmo… hasta que se enteró que Alberto también me cogió a mí, fuera del contexto del póker. Le aseguré que no pretendo competir con ella por “el trato especial” del tío Alberto; pero fue inútil, el daño ya estaba hecho. Desde ese día Mayra apenas me habla y ya no volvió a “jugar” en la pieza de Alberto.
Una noche mi mamá cocinó uno de mis platos favoritos, ravioles con salsa y estofado; pero mi estado anímico no era el mejor, casi no toqué la comida. Me sentí culpable por esto, después de que ella pasó tantas horas amasando, por lo que decidí ayudarla a lavar los platos. Era lo mínimo que podía hacer.
Cuando terminamos con esto, ella me miró con una amplia sonrisa y dijo:
—Te tengo buenas noticias…
—¿Cuáles? —pregunté, sin mucho entusiasmo.
—Estaba esperando que pasara tu período para hacerlo…
—¿Hacer qué?
—El juego de póker, Nadia ¿No te pone contenta? —No pude responder—. Mañana mismo lo hacemos.
—¿Mañana es sábado? —me sorprendió que la semana hubiera terminado tan rápido.
—Sí… y voy a necesitar de tu ayuda para organizar todo. Espero que ya te sientas mejor. Bueno, me voy a dormir porque ya es tarde y mañana quiero estar lúcida —me dio un beso en la mejilla—. Hasta mañana.
—Hasta mañana —le respondí de forma automática.
Permanecí de pie en la cocina con la mirada perdida, ya no tenía tanto entusiasmo por esa partida de póker, no ahora, que la relación con mi hermana no era la mejor. No sabía cómo iba a reaccionar conmigo al verse forzada a jugar este juego tan peligroso. Rogué que algo sucediera pronto, cualquier cosa, siempre y cuando impidiera que juguemos.
Al parecer mis plegarias fueron oídas y hasta llegué a sentirme un poco mal por mi madre, quien se había pasado toda la tarde haciendo compras para el gran juego de la noche. Su entusiasmo era tal que había comprado un nuevo paño de póker con fichas y barajas nuevas. Compró un gran surtido de bebidas alcohólicas que pudieran satisfacer los gustos de todos y algunos snacks. Hasta planificó nuevas reglas de juego, para hacerlo más difícil y entretenido. Para su desgracia, y mi fortuna, todos estos planes se vieron alterados por una visita inesperada.
Analía, la hermana menor de mi papá, decidió hacer acto de presencia justo esa misma noche, para colmo trajo con ella al imbécil de su hijo, es decir, mi primo Ariel. Un pibe muy egocéntrico que suele sacarnos de nuestros cabales a mi madre y a mí, hasta la pequeña Mayra siente rechazo hacia él.
Como si esto fuera poco, mi efusiva tía se auto invitó a cenar, con lo que supimos que no se iría hasta muy tarde en la noche. A mi papá siempre le molestó mucho esa actitud de su hermana, de llegar a la casa sin previo aviso y apoderarse de ella como si fuera la dueña. En general nadie hacía mucho caso a sus pedidos, de hacerlo nosotros seríamos sus súbditos y ella nuestra reina y señora, dejando a mi primo Ariel como nuestro príncipe. El pedante de mi primo se lleva bastante bien con mi hermano, esto no es de extrañar, ya que ambos tienen el cerebro pequeño.
Apenas estábamos sirviendo la cena y el imbécil de Ariel ya comenzó a jactarse de ser el único rubio de la familia. En su limitada capacidad mental, ser rubio le confería alguna clase de superioridad que solo él era capaz de comprender. Más de una vez le dije que importa una mierda el color de pelo, eso no te hace ni mejor ni peor persona; pero es inútil dialogar con un narcisista.
Lo que no le gustó tanto fue cuando le dije que si él era rubio se debía a que su padre lo era… pero él ni siquiera sabe quién es su padre. El tipo nunca se hizo cargo de su hijo, ni siquiera se quedó para verlo nacer. Sí, sé que esto fue un golpe bajo; pero este pendejo me saca de quicio. Siempre termino discutiendo con él cuando empieza con sus comentarios racistas. Es como si le molestara ser el hijo de una mujer de piel morena y cabello oscuro, a pesar de que mi tía Analía es preciosa. Aunque no suelo decirle esto a mi tía, ella también es un poco narcisista, a su manera.
La discusión con Ariel pudo seguir hasta convertirse en un verdadero problema familiar; pero esta noche no tenía ganas de llamar la atención. Solamente tenía que tolerar a Ariel y a Analía, y ellos me salvarían de tener que jugar al póker con mi familia.
Luego de cenar, Viky fue hasta la cocina a buscar un rico postre que ella misma había preparado, me levanté para ayudarla y cuando estuvimos solas noté una angustia en su rostro que me conmovió. La pobre estaba realmente ilusionada, como si fuera una niña ante la promesa de recibir una inmensa casa de muñecas para ella sola, y de repente esa promesa se disolvió en el aire. Todo y cuando había hecho durante ese día estaba destinado a pasar un gran momento durante la noche, un momento un tanto morboso y tal vez hasta enfermo, pero un momento en familia al fin.
—Es una pena que la tía haya venido otra vez sin avisar —le dije mientras la ayudaba a servir el postre.
—Qué se le va a hacer… es la hermana de tu papá, no la puedo echar.
—Como poder, podrías. Como aquella vez que echaste a los amigotes del tío Alberto.
—Eso fue muy distinto, ni siquiera conocía a esos tipos y estaban borrachos… me bastó escuchar que uno hacía un comentario aludiendo a la cola de Mayra para que los rajara a la calle a escobazos.
—De haberlo escuchado el tío, él mismo los hubiera echado a patadas —aseguré—. No le gusta que nadie se meta con su querida Mayra. —Viky notó el doble sentido de mis palabras pero no dijo nada al respecto.
—Espero que sepan jugar al póker —dijo de pronto. Parpadeé dos o tres veces y miré fijamente a mi madre para asegurarme de haber escuchado.
—¿Pensás seguir adelante con el jueguito?
—¿Por qué no? —Esa mujer no parecía mi madre, quien siempre empleaba la lógica. Algo ardía en su interior, no podía culparla ya que yo había sentido lo mismo, estaba cegada por la sed de morbo y placer.
—Porque es una locura… mamá, ese jueguito que hicimos no es muy normal que digamos.
—¿Te creés que no lo sé? Sin embargo todos lo disfrutamos. Hay dos opciones, o tu tía se niega a jugar y se va, o decide participar en el juego.
—O llama a la policía y nos denuncia a todos… por incesto.
—Ella no haría semejante cosa.
—¿Cómo sabés eso? Esa mujer es una arpía cuando se lo propone.
—No es tan mala. Hasta puede ser divertida si la situación lo requiere. Le gusta la fiesta.
—¿La fiesta?
—Bueno… no me refiero a “ese” tipo de fiesta. Habló de las fiestas normales, con amigos, tragos, música, etc.
—Pero mamá, poné los pies en la tierra, ya suficientes problemas trajo el haber jugado entre nosotros.
—¿Problemas? ¿Qué problemas? —Sonrió maliciosamente y me miró a los ojos— Nadia, yo me entero de todo lo que pasa en esta casa. No soy tan ingenua como vos pensás y si te digo que podemos jugar es porque podemos hacerlo; pero para conseguirlo necesito tu ayuda.
—Me parece una locura.
—Tu tía se va a ir. Estoy prácticamente segura de eso.
—Pero mamá, vos la conocés. No es una mujer a la que le guste irse temprano a su casa, menos en un fin de semana.
—Y si no se va temprano, se va a ir más tarde. Lo importante es que los demás quieran jugar.
—No van a querer —agaché la cabeza—. Si realmente sabés todo lo que pasó, entonces ya te habrás dado cuenta de que discutí con Mayra… y ahora ella está enojada conmigo, y con el tío Alberto. Y con Erik también tuve algunos roces...
—Nadie te odia, hija. Con Erik te peleás todos los días, y después se llevan bien. Mayra te adora, puede que esté un poquito molesta, porque le cuesta procesar lo que siente; pero ya vas a ver que todo sale bien. Vení, vamos a llevar el postre. ¿Confiás en mí? —Me limité a mirarla—. Respondeme, Nadia, ¿confiás en mí?
—Sí, mamá.
—¿Me vas a ayudar?
—Sí.
Tomamos el rico tiramisú que preparó mi mamá y regresamos al comedor, el pecho me latía casi con la misma fuerza que solía hacerlo cuando tenía relaciones sexuales. Este vértigo producido por el riesgo me estaba despertando de mi letargo poco a poco.
A Viki se le ocurrió acompañar el postre con una copita de coñac, lo cual me dio a entender que ya estaba planeando emborrachar a más de uno; esa copita sería la primera de muchas.
Mientras servíamos el coñac me contó una nueva idea. El primer paso era el más sencillo: dejar que las horas pasaran; tal vez mi tía decidiera poner fin a su visita y se iría sin más.
Aproveché el rato que pasaba mi familia charlando de forma natural, para darme un baño. Una de las quejas de mi madre fue por la ropa que yo tenía puesta, era triste, aburrida, vieja y gastada. Parecía una persona que se escapó de un hospital psiquiátrico. Me dijo que si quería dejar atrás la depresión, debía arreglarme un poco, ya que ese holgado pantalón de jogging y el buzo manchado no tenían nada propio de mí.
Bajo la ducha pude despejarme un poco, dejé que el agua recorriera a gusto las curvas de mi cuerpo, acaricié mis pechos con delicadeza y permití que mis dedos juguetearan con cada rincón de mi anatomía. Dejé la mente lo más blanca posible, y cuando esto resultó imposible, me centré en recuerdos agradables, principalmente eróticos. Después de un rato descubrí que ya no quería sentirme tan agobiada y triste. Mi vida es mía y yo puedo hacer con ella lo que quiera, si a los demás le molesta, es problema suyo; aunque sean miembros de mi familia.
Salí desnuda del baño llevando una toalla en mi mano, dejé que el agua goteara por todo el piso. En el corto trayecto hasta mi cuarto, nadie pudo verme; pero ya sentía un leve cosquilleo revigorizante, producto de haberme permitido semejante proeza. Fantaseé con la idea de cruzarme con mi primo Ariel; me hubiera encantado su reacción al descubrir que su pequeña e insoportable primita ya era toda una mujer con enormes tetas y un culo de infarto. Mi narcisismo volvió. Creo que ya estoy mejor.
Debo agradecer este cambio en mi actitud a las palabras de mi querida madre, justo antes de que yo fuera a bañarme me dijo: “Si pensás que todos te odian, al estar depresiva sólo les das la oportunidad para detestarte, porque te ven débil. Mostrales lo feliz que podés estar, a pesar de los problemas, y no van a saber cómo reaccionar.”.
Una pequeña tanga de encaje roja es todo lo me puse como ropa interior. Busqué en lo más profundo de mi ropero hasta que di con lo que buscaba: una calza blanca que había usado tan sólo dos veces en mi vida, fue dejada de lado debido a lo indiscreta que me veía con eso puesto. Sí, aún más indiscreta que con las calzas que uso para ir al gimnasio. La elástica tela se adhería a mi anatomía como si se tratase de una capa de pintura. Al ser tan ajustada me marca mucho la división de la concha, y la tela blanca es tan delgada que se transparenta un poco. El rojo de mi tanga se podía adivinar con facilidad. Las pocas veces que usé esta calza lo hice con algo que cubriera mi voluminoso culo; pero ésta vez hice todo lo contrario. La frutilla de este postre llamado Nadia es el top blanco y negro que usé para cubrir mis grandes tetas. Decir “cubrir” es un mero formalismo ya que el top es tan pequeño que deja a la vista la parte inferior de mis tetas y todo mi abdomen. Al no llevar corpiño, mis pezones se marcaron mucho en la tela.
Sacudí mi húmedo cabello haciéndolo flotar por el aire y dejé que éste colgara y se secara de forma natural, sabía muy bien qué efecto produciría esto, me dejaría con una melena de cabello castaño similar a la de mi madre. Admiré mi anatomía frente al espejo y tuve otro pequeño desliz narcisista, pero a la vez objetivo. me sentí vulgar, pornográfica… era el atuendo perfecto para esta noche. Para aumentar este efecto deslicé la parte superior de la calza hacia abajo un par de centímetros, esto permitió que se viera el contorno de mi cadera y justo en el centro de ella, mi pubis dibujaba un suave tobogán que llevaba hasta aquel pequeño rincón oculto bajo la diminuta tanga. Me había depilado recientemente y no había línea que dividiera mi cintura de la parte baja de mi anatomía, este efecto jugaba un papel morboso ya que aquel que analizara detenidamente las proporciones de mi cuerpo, se darían cuenta que podían ver perfectamente buena parte de mi pubis… esa zona que debería estar cubierta de pelitos.
No me molesté en maquillarme ya que quería aparentar cierta normalidad morbosa, como si tan sólo me hubiera puesto ropa cómoda después del baño nocturno. Para no salir descalza de mi cuarto me puse un par de zapatillas deportivas y regresé al comedor.
El efecto fue inmediato. Los ojos de mi hermano se clavaron en mi cuerpo. Al notar esta reacción, mi primo, quien estaba sentado frente a mi hermano, casi se disloca el cuello al girar su cabeza para mirarme. Caminé hacia el sofá, en el cual estaban sentados mis padres y me senté junto a mi mamá. La única que continuaba hablando sin cesar era mi tía Analía, al parecer estaba narrando el pequeño viaje a Venezuela que hizo en sus últimas vacaciones, nadie le prestaba atención.
Mi papá me miraba de reojo cada cinco segundos y mi tío Alberto se estiró en su asiento para admirarme cómodamente, él tenía la mejor posición, ya que podía verme directamente de frente. A mi derecha, sentada en una silla, que había sido llevada hasta allí, estaba mi hermanita, quien tuvo la reacción más inesperada.
—Me voy a bañar —dijo con severidad al mismo tiempo en que se ponía de pie.
Noté cierto disimulo de sonrisa en mi mamá, al parecer a ella no le sorprendía para nada la actitud de Mayra. Un par de minutos más tarde mi tía se dio cuenta de que nadie estaba escuchando a su monólogo y decidió ponerle fin de forma sutil.
—Por cierto, qué rico estaba ese tiramisú, ¿se podrá probar un poquito más?
—Yo te traigo, tía —me ofrecí sólo para poder ponerme de pie.
Mientras me dirigía hacia la cocina, les regalé una buena visión de mi parte trasera. Busqué el postre en la heladera y en cuanto me di vuelta me sobresalté al ver a Erik.
—¿Qué querés? —le pregunté con poca simpatía, él sonreía con su mejor cara de bobo.
—Vine a ayudarte con el postre.
—No es tan difícil servirlo en un platito, Erik. —Se me dificultaba mucho hablar con él ahora que la tensión sexual entre nosotros era tan fuerte; pero había decidido mejorar mi actitud, por lo que dejé de estar tan tensa.
—Ya sé, pero cuando vos te fuiste Ariel pidió más… y papá y el tío también.
—Bueno, está bien. Alcanzame los platos.
Dejé la bandeja con el postre sobre la mesada del centro de la cocina y poco después Erik se acercó desde atrás y uno a uno fue depositando los platos junto al tiramisú, al hacer esto aprovechó para pegarse a mi cuerpo de forma indiscreta, no sabía qué tenía este chico en la verga, parecía ser un interruptor que la paraba en cuestión de un segundo, cuestión que pude sentir la punta de su rígido garrote clavándose entre mis nalgas. Recordé que debía ayudar a mi madre y sabía que si él estaba excitado, colaboraría conmigo, por lo que presioné hacia atrás con mi cadera indicándole que me gustaba lo que estaba haciendo. Lentamente fui sirviendo el postre en cada uno de los platos levantando la mirada a cada segundo, en cuanto viera a alguien aparecer por la puerta de la cocina le daría un buen codazo a mi hermano, para que se apartara; pero de momento estábamos completamente solos.
Las inquietas manos de Erik no tardaron en caer sobre mi tenso abdomen, al mismo tiempo apoyó su barbilla en mi hombro derecho y yo meneé la cola como una perrita feliz. Su pene estaba rozando una parte muy sensible de mi cuerpo y resultaba imposible no reaccionar a eso.
Sus ásperos dedos prácticamente rascaron mi vientre al deslizarse hacia abajo. Me incliné un poco y solté un leve suspiro cuando tocó la zona púbica que estaba al descubierto. No podía criticar su “interruptor” para poner dura la verga, al parecer yo tengo uno similar, que me moja la concha al instante. Palpó toda mi entrepierna, ejerciendo presión con sus dedos y con la palma de su mano, obligándome a separar las piernas un poco. Comenzó a besar mi cuello con una delicadeza impropia de él, como si quisiera demostrarme que sus intenciones iban más allá de lo sexual. Necesitaba cortar esta pasión de alguna forma, transformarla en algo pura y netamente sexual.
—Chupame la concha —le susurré.
Él se apresuró tanto que casi me hace tirar un plato al piso, se agachó detrás de mí y me bajó de un tirón la calza y la tanga hasta la mitad de los muslos. Su boca se acercó a mi vagina como ésta fuera un imán atrayendo metal. Lo primero que sentí fue el choque de sus labios contra los míos seguido de su lengua, que desde el primer momento intentó colarse por el agujerito. Continué sirviendo el postre muy lentamente simulando que nada pasaba. Esto era más arriesgado, si bien la persona que entrara a la cocina, sea mi primo o mi tía, no podría ver a mi hermano ya que la mesada lo ocultaba, sería muy difícil mantenerlo de esa forma y deberíamos dar muchas explicaciones sobre qué hacía el ahí abajo y por qué yo estaba medio desnuda. La temeridad del momento me hizo excitar mucho más. Separé las piernas tanto como pude y me dejé hacer todo lo que él quiso hacerme con su boca. Chupaba de una forma apasionada, como si realmente hubiera extrañado mi concha. Este entretenimiento duró apenas unos segundos, volvió a ponerse de pie y sin darme tiempo a nada, ni siquiera a pensar en lo que iba a hacer, me clavó.
El desgraciado había sacado su verga mientras me chupaba la concha, y en tan solo un intento la introdujo por mi huequito. Presionó hacia adentro hasta que sus huevos impidieron avanzar más. Proferí un bufido y casi tiro al piso todo lo que tenía delante de mí, tuve que apoyar mis manos contra el borde de la mesada. Lo peor no fue sentir mi vagina dilatándose vertiginosamente, ni sentir la rigidez de ese trozo de carne en lo más hondo de mi anatomía, lo peor de todo fue lo mucho que me gustó. Tal vez se debía a mi corto período de abstinencia sexual pero allí, de pronto, como si hubiera despertado de un sueño, recordé lo bien que se sentía ser penetrada y más si llegaba por parte de alguien tan cercano a mí, como mi propio hermano, a esto debo sumarle la sorpresa. Debía felicitarlo, el que me haya tomado tan desprevenida fue un gran acierto de su parte. Cuando recibí una segunda y luego una tercera embestida no aguanté más, debía decirle algo que demostrara el placer que estaba sintiendo.
—¡Ay por dios, cómo me gusta! —Esta exclamación lo hizo acelerar el ritmo.
—¿Te gusta, hermanita? —Él seguía siendo un poco estúpido, acababa de decirle lo mucho que me gustaba y me lo estaba preguntando otra vez, pero no quería discutir con él.
—Me gusta muchísimo, pero tenemos que parar. Nos pueden ver. —El traqueteo constante contra mi concha me impedía hablar y pensar con claridad.
—No quiero parar.
—Ni yo quiero que pares… pero hay que hacerlo.
—Sólo si me prometes una cosa —aprovechó para seguir dándome, me incliné más hacia atrás para que las penetraciones fueran más profundas—. Después lo vamos a seguir... en mi pieza.
—Lo seguimos —suspiré, jadeé, gemí—. Lo seguimos donde vos quieras. Te lo prometo.
—Perfecto —se apartó y su verga se deslizó con un sonido viscoso hacia afuera, mi conchita quedó goteando juguito.
Tuve que tomar una servilleta de papel para limpiarme la entrepierna. Tenía miedo de que la abundancia de flujo sexual traspasara la delgada tela de mi ropa. Pensé rápido, yo debía irme de la cocina lo más rápido posible antes de que alguien sospechara, pero mi hermano tenía una terrible erección, la cual no podría disimular.
—Erik —le dije mientras acomodaba mi calza—. Yo llevo los platos con el postre, vos esperá a que eso se te baje. —Miré su tiesa verga y me mordí el labio inferior lamentando no poder comérmela en ese preciso instante—. En la heladera hay algunas botellas de vino, destapá un par y después llevalas, con algunas copas… no rompas nada.
—A vos te voy a romper —se acercó repentinamente y me dio un cortito beso en la boca.
—Eso lo vamos a ver después —dije, dibujando una mueca libidinosa en mi cara—. Ahora hacé lo que te digo.
Colocando los platos entre mis manos y mis brazos, como si fuera el mozo de algún bar, salí de la cocina mirando muy bien por donde caminaba rogando no tropezar con nada. Cuando regresé a la sala lo hice de frente a mi primo, él no me sacó la vista de encima ni por un segundo. Sus ojos parecían un radar equipado con rayos X, seguramente se estaba imaginando cada centímetro de mi cuerpo. El primer plato se lo alcancé a mi tía, inclinándome hacia adelante, al hacer esto mi cola quedó prácticamente contra la cara de mi papá, de reojo pude ver como a mi primo le saltaban los ojos hacia afuera. Luego giré y le di otro plato a él, sus ojos se perdieron entre mis tetas. Simulé no notar esto y una vez repartido el último plato, me senté a la derecha de mi madre. Ella seguía con su sonrisa intacta y yo sentía que mi energía sexual se revigorizaba cada vez más.
Mientras Pepe y Alberto mantenían una conversación sobre algún partido de fútbol que solamente ellos dos habían visto, Mayra regresó. La pequeña estaba impecable, con su cabello húmedo cayendo sobre uno de los lados de su cara, lo que intensifica el efecto hipnótico que poseen sus grandes ojos. Tenía una pequeña blusa verde claro sin mangas que permitía adivinar la sutil loma de sus pequeños pechos y una minifalda de jean algo vieja y gastada, pero muy cortita. En cuanto se sentó en su silla, miré con disimulo a Ariel, él podía verla directamente de frente y si yo podía notar la bombachita blanca que se asomaba entre las piernas de ella, seguramente mi primo también podía verla. No me extrañaría en absoluto si el pobre llegaba a tener una erección en cualquier momento, hasta me pareció notar que mi tío Alberto cruzaba sus piernas para disimular un bulto que crecía lentamente dentro de sus pantalones.
Casi al mismo instante Erik regresó cargando dos botellas de vino, había tenido la brillante idea de traer una de vino blanco y la otra de tinto. Las colocó, sobre la mesa ratona que estaba en el centro, rodeada por los sillones, y preguntó cuántos querían tomar. Todos dijimos que sí, por lo que tuvo que volver a buscar ocho copas. Yo había imaginado que él intentaría traer todo en un solo viaje y que posiblemente destruyera algunas copas o incluso alguna de las botellas, pero me demostró que no siempre era un completo idiota.
El vino fue un arma de doble filo, por un lado hizo entender a mi tía que la reunión familiar iba a durar mucho más tiempo (me dio la impresión de que no se iba a ir), y por otro lado comenzó a menguar la cordura de varios de los presentes. Mi tío Alberto hizo uno de sus típicos chistes picantes, pero éste fue un tanto más fuerte de lo habitual. Cuando me paré y luego me incliné hacia la pequeña mesita para volver a llenar algunas de las copas con vinos, le regalé a varios una amplia vista de mi culo enfundado en la tela blanca de la calza.
—Hermana, deberías controlar más a tu hija —comenzó diciendo el panzón—. Ese culo no lo hizo sentada en una silla. Ahí debe haber varios metros de “trabajo duro”.
Los primeros en reírse fueron mi hermano y mi primo, para mi sorpresa mi tía Analía también encontró graciosa la broma. Estaba segura de que a mi tío le cachondeaba decir eso porque él fue uno de los que “trabajó” muy duro contra mis nalgas.
—Hey, lo que yo haga con mi culo no les importa.
—Confesá Nadia, seguramente ya le diste un buen uso —la voz vino desde detrás de mí, aunque sabía de quién era volteé para mirarla; mi hermana sonreía con una simpatía tan natural que me fue imposible determinar si lo dijo con malicia y bronca o si realmente se estaba sumando a la diversión familiar.
—¡Epa! —Exclamó Ariel—. No te tenía en esas andanzas, primita. —Volví a sentarme, estaba un tanto disgustada pero me mantuve lo más animada posible.
—Bueno, sí —dije sin dejar de sonreír—. Se podría decir que le encontré una utilidad bastante… entretenida —sabía que este comentario dispararía el morbo de más de uno de los presentes.
—¡Ay che! Hoy en día hacen cada cosa —exclamó mi tía ruborizada—. En mi época se disfrutaba mucho sin necesidad de usar lo de atrás.
—En tu época eras peor que las chicas de hoy en día —dijo mi papá riéndose de su hermana—. Perdí la cuenta de los “novios” que tuviste.
—No es mi culpa ser tan… solicitada —noté cierto tono de orgullo en sus palabras.
Analía puede estar orgullosa de su belleza, cada rasgo de su cuerpo y de su cara son señal de que años atrás fue una mujer muy bonita, aún lo seguía siendo, sólo que ya tiene algunas sutiles marcas, de esas que dejan los años. Pero hasta las pocas arrugas que podían verse realzan sus bonitas facciones. Otro detalle que puede jugar a favor o en contra, depende del gusto del que lo viera, es que ahora está un tanto entrada en carnes, no mucho; pero sí tiene las piernas y la cadera más anchas de lo que yo recordaba haber visto varios años atrás.
—Eso es cierto, eras la morocha más linda del barrio —agregó mi papá.
—Y lo sigo siendo.
—Mentira —intervino Ariel—. La mejor de todas es Magali, esa pendeja sí que está buena. Está para cogerla durante todo el año.
—Che, que Magali es mi amiga —me quejé.
—¿Y eso qué tiene que ver? No quita que esté buena… y que esté para cogerla.
—¡Ariel! —lo retó su madre— más respeto che, así no se habla de una dama.
—¿Dama? Pero si Magalí debe ser más puta que las gallinas, todos los pibes del barrio se la quieren voltear.
—Para tu información —comencé diciendo— ella no le da bola a la gran mayoría de esos pibes. Tuvo un par de novios, sí, pero no anda con cualquiera… esa mala fama que le hacen ustedes es porque asumen que al ser linda ya debe ser puta.
—Doy fe de eso —dijo mi hermano—. Yo reboté como diez veces con ella. Nunca me dio bola.
—¿Intentaste levantarte a Magali? —preguntó Ariel sorprendido.
—Sí, varias veces, pero no me dio ni la hora.
—Todo muy lindo, ya sabemos que la mina no es puta y que Nadia entrega el culo —dijo mi tío con su gran vozarrón—. Pero ¿cuándo empieza la timba? —obviamente se refería a la partida de póker, me sobresaltó un poco que el tema saliera a la luz de una forma tan directa.
—Si quieren busco ahora mismo las cartas —mi mamá estaba entusiasmada por empezar a jugar lo antes posible.
—¿A qué van a jugar? —Preguntó mi tía.
—Al póker —le respondió Mayra— ¿Sabés jugar?
—¡Claro que se! Y soy muy bueno. —Mi primo había heredado la soberbia de su madre y ella lo estaba demostrando— ¿Juegan por plata? Sino no tiene gracia.
—Hay algo que tiene más gracia que la plata —dijo mi hermano, tuve que reprimir el impulso de arrojarle una botella por la cabeza, me aterraba qué pudiera pensar mi tía de nuestro morboso jueguito.
—¿Qué cosa?
—Por ropa —miré a Erik con unas frías ganas de asesinarlo.
—¿Ropa? —Mi tía dudo y miró para todos lados—. No es mala idea… espero que nadie tenga un calzón agujereado y viejo porque los voy a dejar pelados.
Comenzó a reírse de su propias palabras, me sorprendía su reacción favorable, pero me di cuenta de que ella creía que sólo llegaríamos a quedar en ropa interior, lo cual no era tan malo para una familia, uno siempre ve a algún pariente en calzoncillos deambulando por la casa y no se escandaliza; pero este caso era diferente, nosotros pretendíamos llegar mucho más lejos.
—Me gusta el juego, yo me sumo —dijo Ariel con algarabía mientras miraba a su alrededor, estaba casi segura de que ya podía imaginarnos a mi hermana, a mi madre y a mí en ropa interior.
Nos llevó varios minutos organizar todo en nuestra querida mesa de vidrio hexagonal, pero esta vez, al ser ocho, tuvimos que sentarnos mucho más apretados. A mi izquierda se instaló Ariel, antes de que alguno se le anticipara, y el asiento a mi derecha lo ocupó mi hermana, supuse que lo hizo para impedirle a Alberto sentarse allí. Él ocupó el sitio a la derecha de Mayra.
Mientras distribuían el nuevo paño y preparaban el nuevo mazo de cartas mi madre nos explicó las nuevas reglas que tendría el juego, las cuales consistían en una fusión de dos estilos de póker y hacían el juego mucho más entretenido y agresivo. Para comenzar, quitó del mazo toda carta que fuera menor a un ocho, a excepción de los As, lo cual dejaba una variante de juegos mucho menor. Cada uno recibiría dos cartas en la mano, las cuales se podían incluir en cualquier juego que se desee armar, y se pondrían otras cinco boca abajo sobre la mesa. Aquel que no confiara en sus cartas podía retirarse ni bien las recibía, luego se darían vuelta tres cartas, allí debíamos decidir si seguir o no en el juego, ya que era la última oportunidad para retirarse. Luego llegaba el momento más interesante. Se daban vuelta las últimas dos cartas, habría un ganador y tantos perdedores como participantes que hayan decidido seguir jugando.
Este nuevo reglamento aumentaba la importancia de ganar o perder, ya que el ganador decidiría qué prenda de vestir deberían sacarse los que hayan perdido. La parte de la habilidad para mentir entraba en la última fase del juego, luego de que las cinco cartas de la mesa estuvieran boca arriba, un jugador podía levantar la apuesta a dos prendas asegurando que tenía mejores cartas que los demás, al hacer esto concedía una nueva chance de retirarse a los demás jugadores, pero él debería quedarse hasta el final. Si todos se retiraban ante esta amenaza, entonces el ganador podía volver a ponerse una prenda que ya se hubiera quitado. Al parecer mi madre se había pasado un buen rato pensando el nuevo reglamento; este esfuerzo valió la pena, todos quedaron encantados con la nueva modalidad de juego.
Para equiparar el juego tuve que sumar ropa a mi atuendo, me puse una remera mangas cortas sobre mi pequeño top y una gorra con visera que le robé a mi hermano y no pensaba devolverle nunca más ya que me quedaba muy bonita. Para igualdad de condiciones todos debían tener algo en la cabeza y la misma cantidad de prendas de vestir.
La partida inició y todos estaban muy entusiasmados, hasta ese momento mi tía ni siquiera sospechaba nuestras perversas intenciones. El alcohol no se hizo extrañar, mi madre nos mostró el abundante surtido que había comprado, yo decidí probar un vino espumante con sabor a frutilla que resultó ser delicioso. Lo primero que volaron fueron los sombreros y el calzado, ya que los ganadores fueron bastante piadosos, pero cuando llegó el momento en que mi tío Alberto se levantó triunfal humillando con sus cartas a mi hermana, a Erik y a mi padre, decidió ser un poco más agresivo con la sentencia y los obligó a despojarse de sus pantalones y minifalda, en el caso de Mayra. No hace falta que aclare que el centro de atención fueron las redondas y blancas nalgas de mi hermana que quedaron apenas protegidas por una tierna bombachita blanca con detalles en color rosa.
El juego siguió su curso con música de fondo y vasos que se llenaban y vaciaban a velocidades vertiginosas. Llegué a quedar tan sólo en ropa interior, mi primo casi sufre desprendimiento de retina al intentar adivinar lo que había debajo de mi pequeña ropa interior semitransparente. En su defensa debo decir que no era el único que aprovechaba cualquier oportunidad para clavar su mirada en mí, además mi madre ya estaba en corpiño y sus pechos también eran bastante llamativos. Mi tía conservaba casi toda su ropa ya que solía abandonar en casi todas las rondas, evitando así perder.
Llegaron buenas cartas a mi mano y mientras jugaba miraba a mi primo y a mi hermano, los cuales ya estaban en bóxer y se les notaba un leve bulto creciendo en el interior de los mismos, desconocía que tan bien equipado estaba mi primo, pero por lo poco que podía ver, no sería nada despreciable. Cuando llegó el momento de dar vuelta las últimas dos cartas me di cuenta de que estaba en un mano a mano contra Ariel, ya nadie quería perder más prendas de vestir por lo que abandonaban apenas veían que sus cartas eran malas.
—Doblo la apuesta —dijo mirándome de reojo con arrogancia, era la primera vez que alguien hacía eso, miré una vez más mis cartas y las de la mesa, tenía un full, lo cual me parecía realmente bueno.
—Acepto —dije al mismo tiempo en que ponía mis cartas boca arriba.
El muy desgraciado destrozó mi juego con un póker de reyes, por apurada no había notado que sobre la mesa había dos reyes y él podría tener los otros dos en mano. Había perdido.
—¿Con qué va a pagar Nadia? —preguntó mi tía con cierta ingenuidad.
—Con ropa, ¿con qué más? —afirmó mi primo relamiéndose.
—Pero si no tiene más ropa.
—¿Cómo qué no? Le quedan justo dos prendas.
—Pero es la ropa interior.
—Que se joda, por apostar de más.
—No Ariel, no te excedas —la madre del muchacho parecía preocupada—. Que pague con plata.
—Yo no quiero plata —aseguró el rubio—. Quiero que muestre la concha.
—¡Ariel, es tu prima!
—Sigue siendo una mujer… una que se arriesgó demasiado. Que muestre —todos en la mesa me miraron fijamente.
—Si es el precio que hay que pagar… —dije poniéndome de pie, los ojos de mi primo me acompañaron todo el tiempo.
—¿Qué tan lejos pretenden llegar con esto? —Analía estaba espantada.
—Estoy dispuesta a llegar tan lejos como sea necesario.
Luego de decir esto me quité el top, mis grandes tetas dieron un leve saltito y volvieron a su posición original, mis duros pezones apuntaban hacia arriba, producto de la excitación. Di media vuelta, dándole la espalda a todos y lentamente fui bajando mi tanguita roja, agachándome poco a poco mientras lo hacía y regalándoles una impactante vista de mis abultados labios vaginales que seguramente estarían brillando por el líquido que manaba de ellos. Una vez desnuda por completo, volví a mirarlos de frente, lo primero que noté fue la brusca erección que había tenido Ariel, su verga parecía estar a punto de agujerear la tela blanca de su bóxer, mi tío y mi hermano estaban en circunstancias similares, el único que pudo contenerse fue mi padre. Miré a mi tía y pude ver el terror ilustrado en sus ojos negros. Ella no tenía idea de que esto era sólo el comienzo.