Strip Póker en Familia [03].
Pacto entre Hermanas.
Capítulo 3.
Pacto Entre Hermanas.
El domingo comenzó a las dos de la tarde, cuando volví a la vida. En mi cabeza tenía un embotellamiento de neuronas, que discutían entre ellas a bocinazos. Algunas pretendían sacarme de la cama, otras imploraban por un ratito más… las peores eran aquellas que parecían quejarse solo porque estaban padeciendo las consecuencias de haber tomado tanto alcohol.
Me levanté solo porque tenía ganas de hacer pis. Caminé hasta el baño como una bella zombie, en tetas y con la concha al aire. Luego de orinar, me metí debajo de la ducha fría. Hacía calor y el agua fresca reactivó un poco mis sentidos… e hizo que los pezones se me pusieran duros.
Me quedé como mil horas bajo la lluvia de la ducha, lidiando con la resaca. Pensaba quedarme a vivir a allí durante el resto de la semana, pero mi queridísimo y troglodita hermano empezó a golpear la puerta al mejor estilo Pedro Picapiedra.
―¡Dale, pendeja! ¡Que yo también me quiero bañar!
Definitivamente tengo que seguir insistiéndole a mi papá de que debe construir un segundo baño para la casa… un baño para los hombres, otro para las mujeres. Al fin y al cabo él es maestro mayor de obras, y mi hermano es albañil ¿Cuánto les puede costar construir un baño pequeño y medianamente decente… para ellos?
Erik no iba a dejar de azotar la puerta, y cada golpe resonaba como un bombo en mi cabeza. Tomé una toalla y sequé un poco mi cuerpo, estaba por cubrirme con ella cuando recordé que, durante toda la noche anterior, Erik tuvo tiempo más que suficiente para ver cada centímetro de mi anatomía femenina. Me pareció una estupidez tomarme la molestia de cubrir mi desnudez.
Salí del baño, con mi disfraz de Eva, y a Erik casi se le salen los ojos cuando me vio las tetas. Me reí de él, en su cara, al mejor estilo Maléfica.
―¿Qué pasa? Ni que nunca hubieras visto un buen par de tetas ―le dije, con socarronería.
Él se quedó mudo, su mirada subió y bajó varias veces, como si estuviera escaneando y memorizando cada rincón de mi cuerpo.
―Erik, si yo me entero que entrás al baño a hacerte una paja pensando en esto ―señalé todo mi cuerpo―, te mato.
―¿Pero qué decís, tarada? ―Saltó como un resorte―. Mirá si me voy a hacer una paja pensando en vos. ¿Quién te creés que sos?
―Entonces, ¿por qué me mirás así? ―Puse los brazos en jarra y sostuve la toalla con una sola mano, no había nada que cubriera mi cuerpo, él podía ver perfectamente mis grandes tetas y mi concha depilada.
―Porque no me imaginé que ibas a salir desnuda del baño. Cada vez que te veo las tetas, te enojás conmigo, como si yo quisiera espiarte para verlas. Y ahora salís en pelotas, sin taparte nada, como si no te importara.
Él es un poco bruto, pero debía reconocer (no en voz alta) que esta vez tenía razón.
―Sinceramente, después del juego de póker de anoche, no me pareció tan importante estar tapándome. Al fin y al cabo, todos los de la familia ya me vieron la concha.
Él esbozó media sonrisa, con picardía. Acto seguido se quitó el bóxer, de un tirón, mostrándome su poronga, la cual colgaba como la trompa de un elefante. Me pareció que estaba a medio camino de una erección. No estoy tan acostumbrada a mirar vergas, como suelo aparentar. Tampoco me imaginé que mi hermano fuera tan descarado como yo. Me tomó sorpresa, y ahora era yo la que estaba en desventaja.
―¿Y vos por qué mirás tanto? ―Preguntó.
Era cierto, yo le estaba mirando la pija directamente. Me quedé asombrada por esas venas que la cruzaban, y por la forma en la que se asomaba el glande. Se la había visto durante la noche anterior, pero verla fuera del contexto del juego, me dejaba completamente descolocada. Pero yo no iba a mostrar debilidad. Recobré la compostura y con total naturalidad le dije:
―Nada, estaba pensando que tal vez a alguna de mis amigas le gustaría conocerte.
―¿Qué, de verdad? ¿A cuál? ¿A Ximena? Decime que Ximena… o la hermana, cualquiera de las dos. Están re buenas.
―No estaba pensando en ninguna en particular… pero quizás a Ximena, o a su hermana Vanesa, les interese conocerte. Al menos sé que no me vas a avergonzar tanto si te las presento.
―Por favor, presentamelas… a una… las muy chetas no me dan ni la hora. Cuando la saludo me miran como si yo fuera un perro sarnoso.
―Es porque las saludas cada vez que volvés de trabajar, y con toda la mugre que tenés encima, estás a un paso de tener sarna. Ellas te vieron pocas veces fuera de ese contexto ―mientras hablaba, no podía apartar la mirada de esa verga, que definitivamente se estaba poniendo dura. Sabía que él me estaba mirando las tetas, y la concha; pero no le dije nada al respecto―. Tal vez, si te vieran bañado y bien vestido, por una vez en tu vida, podría convencerlas de que te den una oportunidad. Tengo un argumento a favor que les va a encantar.
―Sí, por favor. Yo me pongo la ropa que vos digas, me disfrazo de payaso, si querés. Pero presentame a alguna de tus amigas.
―De payaso te disfrazás cada vez que salís a bailar, con esas camisas horribles que usás. Antes de presentarte a alguna, te voy a llevar a comprar ropa… o mejor aún, podés pedirle algo prestado a papá. Él sí que sabe vestirse.
―Papá usa ropa de viejo.
―Claro que no… ¿nunca lo viste con camisa negra, y pantalón de gabardina? Es un dandi. Así deberías vestirte vos, haceme caso. ―De pronto se me empezó a mojar la concha… mucho. Hasta diría que me dio un poquito de morbo estar teniendo esa conversación con mi hermano, estando los dos desnudos. No porque sintiera algo especial por él; sino porque de por sí la situación era extraña.
―Está bien, te voy a hacer caso. ¿Cuándo me vas a presentar a Ximena, o a Vanesa?
―Mmm… no sé. ¿Qué obtengo yo a cambio?
―Em… ¿querés plata?
―No, eso sería demasiado fácil. A vos nunca te importó tirar la plata. Quiero algo que te cueste de verdad.
―¿Algo como qué? Decime.
―No sé… pensalo. Cuando se te ocurra algo bueno, decimelo. Si la propuesta me gusta, yo te presento a una de las dos… o a las dos.
―¡Genial!
En un arrebato de felicidad, él me abrazó. Mi hermano nunca hace eso, por lo que me quedé petrificada. Sus fuertes brazos me envolvieron, como si yo fuera una muñeca de trapo, y su gruesa verga se apretó contra mi concha. Estoy segura de que él pudo sentir la humedad de mi sexo, porque al instante se le puso como un garrote. La verga estaba apuntando hacia el piso, pero luchaba contra la presión ejercida por mi cuerpo, para poder alzarse como un mástil. Esto lo sentí bien clarito en cada rincón sensible de mi vagina, especialmente en los labios, que se me estaban abriendo, ante el roce con ese venoso tronco. La calentura que me había dejado la partida de póker, me traicionó. Cuando Erik hizo un ademán por soltarme, yo lo abracé a él, pegando más mis tetas a su pecho.
―A las putas de mis amigas les va a encantar tu pija, apenas la vean.
Jamás, pero jamás de los jamases, se me hubiera ocurrido hacerle un halago a mi hermano… sobre su verga. Pero lo había hecho, y él lo había escuchado claramente, ya que mi boca estaba junto a su oreja. La presión que ejercía su pija, ya erecta, contra mi concha, era brutal. Mis labios se abrieron, como si quisieran envolver ese falo, y los flujos se encargaron de humedecerlo bien.
―¿De verdad pensás eso? ―Preguntó él, con cierta timidez. Al parecer la situación también le estaba afectando, ya no se mostraba tan cavernícola como antes. Hasta parecía un cachorro asustado.
―Sí, estoy segura. A esas putas les encantan las pijas grandes. Siempre lo dicen.
―Vos te enojás cada vez que le digo putas a tus amigas.
―Porque yo sí puedo decirles putas, pero vos no. Son mis amigas.
Sentí la pija de mi hermano vibrar contra mi concha, y ahí me aparté. Ya había tenido suficiente de eso, no quería que él se formulara una idea equivocada.
―Bueno, andá bañarte ―le dije―. Yo me voy a cambiar. Después hablamos. Pensá en qué vas a hacer por mí, para que yo me tome el trabajo de convencer a mis amigas de que te den una oportunidad.
―Lo voy a pensar mucho. ―Tratándose de él, ésta sería una tarea titánica.
Se metió al baño y yo me fui a la pieza. Mayra seguía durmiendo, y yo seguía desnuda… y caliente. Lo que me dio una gran idea. Me acosté en la cama, poniendo la toalla sobre la almohada, porque tenía el pelo todo mojado; y odio que la almohada quede húmeda.
Abrí las piernas y empecé a acariciar todo mi cuerpo, partiendo desde mis tetas, las cuales estaban muy sensibles. Al rozar la punta de mis pezones sentí una descarga eléctrica en mi cuerpo, que me hizo gemir. No tardé mucho en bajar mis dedos, hasta que se encontraron con mi concha, empecé a frotarme el clítoris sin ningún tipo de disimulo.
―Ah bueno… ¡qué forma de empezar el día! ―Dijo mi hermana, quien seguramente se despertó por mis gemidos.
La claridad del día entraba por las rendijas de la persiana, por lo que ella podía ver mi cuerpo completo, con total nitidez. Se sentó en la cama y miró como yo introducía dos dedos en mi concha. Apartó la sábana, mostrándome que ella también seguía tan desnuda como anoche.
―Perdón, Mayra… pero te juro que ya no aguantaba más.
―No te preocupes, a mí no me molesta que te hagas la paja. A veces yo también hago lo mismo…
―Sí, lo sé… más de una noche te escuché haciéndolo.
―Y yo a vos.
―¿No te da vergüenza? ―Pregunté, sin dejar de meterme los dedos.
―Un poquito, pero se ve que a vos no te da mucha vergüenza que digamos.
―Sí me da, pero la calentura que tengo es más fuerte.
―¿Esto tiene que ver con la partida de póker de anoche?
―Sí, en parte sí… también me gusta tocarme un poco cuando me despierto.
―A mí también, es una linda forma de empezar el día, una paja mañanera.
―Son más de las dos de la tarde ―dije, el chasquido húmedo de mis dedos al entrando en la concha resonaban en toda la habitación.
―Pero la intención es la misma.
―Entonces, ¿no te molesta si lo hago delante tuyo?
―No, sonsa. Para nada. Al contrario, a mí lo que me molesta es que tengamos que disimular, como si estuviéramos haciendo algo malo. Hace rato quería hablar de este tema con vos. A veces te escucho haciéndote la paja… y ya sabés que más de una vez te vi haciéndolo… como cuando te metiste el desodorante en el orto…
―Eso sí que me da mucha vergüenza ―dije, recordando que la noche anterior todos en mi familia habían sido testigos de cómo me entraba el consolador en el culo.
―Es tu culo, sos libre de meterle lo que quieras. A lo que voy es que ya estoy harta de tener que disimular cuando me hago una paja… y seguramente a vos te pase lo mismo. Tenemos que compartir pieza y por lo visto las dos somos bastante pajeras… creo que podemos llegar a un acuerdo.
Detuve mis dedos y la miré.
―¿Qué acuerdo?
―Mientras estemos solas en la pieza, podemos pajearnos cuando se nos dé la regalada gana. Yo no me voy a ofender por ver cómo te metés los dedos en la concha, o el desodorante en el culo. Hacé lo que quieras… siempre y cuando yo también pueda hacer lo que quiera.
―Me parece un buen trato… me da un poco de vergüenza, pero creo que es lo mejor, dada la situación.
―Sí, porque vamos a seguir compartiendo pieza… y la vergüenza, bueno… me imagino que se nos pasará después de unas semanas. Ya hasta me estoy acostumbrando a verte la concha… que por cierto, es muy linda.
―Gracias, Mayra ―dije, reanudando mis movimientos masturbatorios―. Tu concha también es muy linda. No sabía que te la depilaras toda, te queda preciosa.
―¡Gracias!
Estaba sorprendida por lo bien que Mayra manejó todo el asunto. Siempre creí que ella era más tímida en cuanto a las charlas sexuales; pero bueno, yo soy su única hermana y llevamos varios meses compartiendo el cuarto. Nos tenemos la confianza suficiente como para decirnos las cosas de frente. La partida de póker con mi familia ayudó mucho para que nuestra confianza saltara a otro nivel y eso quedó perfectamente claro cuando Mayra se acostó en su cama y empezó a frotarse la concha de a misma forma en que yo lo estaba haciendo con la mía.
No puedo decir que nos hayamos hecho una paja super candente, supongo que aún estábamos algo cohibidas ya que era la primera vez que lo hacíamos las dos al mismo tiempo, con la luz encendida. Pero para ser la paja que selló nuestro acuerdo como compañeras de cuarto, estuvo muy bien. Más que bien. Hasta pude escuchar el aumento de sus gemidos cuando ella llegó al orgasmo y ví cómo arqueaba su espalda y comenzaba a frotarse más rápido. Sin duda ella disfrutó más que yo.
―――――――――
Unas semanas antes de la noche de póker, Mayra y yo estuvimos buscando alguna actividad de ocio que pudiéramos hacer juntas. Además de ser mi hermana menor, ella es una de mis mejores amigas. Como nos tocó compartir cuarto, después de la llegada de mi tío Alberto a la casa, pensamos que hacer algo divertido juntas podría ayudarnos a entendernos mejor. Por eso decidimos empezar a ir a un gimnasio.
Claro, esto fue antes de que llegáramos al acuerdo de pajearnos estando juntas en la misma habitación. Sin duda eso suponía el mayor salto de confianza que podía dar nuestra relación de hermanas. Pero no por eso vamos a descartar la idea del gimnasio, mucho menos después de haberlo pagado por todo el mes.
El gimnasio en cuestión queda apenas a dos cuadras de nuestra casa.
―Qué bueno que esté tan cerca ―dijo Mayra, cuando salimos de casa―. No me gusta andar por la calle con esta ropa.
Ella, al igual que yo, llevaba puesto un top deportivo y una elástica calza negra. A mí lo que me complicaba un poco la vida era el top, ya que mis grandes tetas amenazaban con escaparse en cualquier momento. La calza me quedaba pintada y sé que mi culo atrae muchas miradas; pero no se compara con el culo perfecto y redondo de Mayra. Si alguien nos veía desde atrás mientras caminábamos con estas calzas, seguramente sus ojos quedarían fijos en las nalgas de Mayra. En su caso sí que la tela parecía pintada. La calza apenas disimulaba los contornos de su culo y su vulva.
―Estás hermosa ―le dije―. Y no te preocupes, estoy segura de que en el gimnasio habrá otras chicas vestidas así. Es lo más normal.
―Sí, pero me pone incómoda que todo el mundo me esté mirando el culo. Vos eso lo llevás mejor que yo. Siempre me dio la impresión de que no te molesta que la gente te mire… con ganas.
―No me molesta, es cierto. A veces sí me puedo poner un poquito incómoda; pero estoy muy contenta con el cuerpo que tengo.
―Por eso subís a Instagram tantas fotos de tus tetas.
―No subo fotos de mis tetas.
―Claro que sí. Casi todas las fotos están tomadas desde arriba, y usás escotes, para que se te vean las tetas. ¿Sabés la cantidad de pajas que se deben hacer los que te siguen en Instagram? En especial esos que van con vos a la universidad.
―¿De verdad pensás que las fotos dan como para hacerse una paja?
―Y… sos re tetona. Que muestres esos escotes puede calentar a más de uno… o de una ―aseguró Mayra, mientras miraba alrededor, alerta ante cualquier curioso que quisiera mirarle el culo; pero en la calle no había nadie.
―No subo esas fotos para provocar las pajas de nadie. Estoy contenta con mis tetas, me encantan. No me molesta mostrarlas un poquito… pero tampoco es que las muestre completas.
―¿Alguna vez te dijeron algo en la universidad? Acerca de esas fotos.
―Bueno, sí… algunas veces. Un pibe medio pajero dijo que me seguía en Instagram y que estaba enamorado de mis tetas. Me preguntó por qué no uso esos escotes cuando voy a la universidad.
―¿Y por qué no los usás?
―Y porque no dá, Mayra. Los profesores me perderían el respeto en menos de una semana, y las chicas andarían pensando que les muestro las tetas para que me aprueben.
―Entonces sí te da un poco de pudor que te miren…
―Un poco, sí… depende del contexto. Me daría mucha vergüenza que mis compañeros de universidad y profesores pensaran que soy una puta. Pero bueno, más de uno ya lo debe pensar.
―Especialmente los que te siguen en Instagram ―subrayó Mayra―, o Twitter, porque ahí también subís las mismas fotos. Un día compartís algo sobre una charla educativa que se va a dar en la universidad, y al otro día metés un primer plano de tus tetas.
―No lo había pensado de esa manera. Creo que por un tiempo voy a dejar de subir ese tipo de fotos.
―Eso le va a doler mucho a todos los pajeros que te siguen.
―Pero va a mejorar mi imagen… al menos un poco.
Llegamos al gimnasio. El lugar era pequeño, pero bonito. Todo estaba muy limpio y ordenado. Cerca de la puerta de entrada había un mostrador y detrás estaba sentado un tipo de unos treinta años. Tenía puesta una camiseta negra, sin mangas, y sus brazos parecían salidos de una película de acción. Cada uno de sus músculos estaba tan bien definido que parecían haber sido moldeados a mano, uno por uno. Tenía el cabello corto, especialmente a los lados de la cabeza, la parte de arriba se asemejaba a un cepillo negro. Tal vez su cara no era perfecta, no estaba nada mal, pero tampoco resultaba atractiva; sin embargo su cuerpo hacía toda la magia. Los ojos del tipo saltaron de la revista que estaba leyendo a mi escote, se detuvieron allí durante unos segundos, después me miró a los ojos y sonrió. A Mayra le dedicó una rápida mirada y volvió a fijarse en mi escote.
―Hola, bienvenidas ―nos saludó con simpatía―. Mi nombre es Darío, soy el dueño del gimnasio. ¿Y ustedes son…?
Guardé silencio durante un segundo, para ver si mi hermana se animaba a hablarle, pero ella se quedó tan rígida como una muñeca.
―Qué tal. Yo soy Nadia, y ésta es mi hermanita, Mayra. Queremos anotarnos en el gimnasio, si es que hay lugar.
―Sí que hay, el gimnasio es nuevo y todavía no viene mucha gente, así que son más que bienvenidas.
―Eso me agrada ―dijo Mayra.
―¿La bienvenida? ―preguntó Darío.
―No, que venga poca gente.
El tipo la miró confundido.
―No te lo tomes a mal ―le dije―. A Mayra no le gusta mucho socializar, y se siente algo incómoda vistiendo ropa de gimnasia. Piensa que la van a juzgar o algo así.
―Ah, ya veo. Bueno, acá te podés sentir cómoda con esa ropa, todas las mujeres usan calzas para hacer gimnasia, y algunos hombres también. Son muy cómodas.
Me dio la impresión de que estas palabras tranquilizaron un poco a Mayra. Nos acercamos al mostrador, Darío miró mi escote y luego, con una sonrisa picarona, me dijo:
―¿Nombre y apellido?
―Nadia Evanson.
―¿Tu familia es de origen escandinavo?
―No sé, supongo ―dije, encogiendome de hombros. No sabía mucho sobre mis antepasados y me pareció que el profesor de gimnasia intentaba impresionarme mostrando un mínimo de conocimiento cultural―. Ella tiene el mismo apellido ―señalé a mi hermana con el pulgar―, y Mayra se escribe con “Y griega”. No lo pongas con “I latina” porque se va a enojar mucho.
―¿Tiene mal carácter?
―Muy mal carácter, si la hacen enojar. A pesar de que ahora esté muy calladita, la petisa es una fiera cuando se enoja.
Mayra sonrió con su simpatía juvenil.
―Lo tendré en cuenta.
Después nos pidió la dirección y algún número de teléfono y nos dijo que en unos días tendríamos el carné del gimnasio. Lo bueno de este lugar era que nos permitían venir a cualquier horario, sin aviso previo.
―Bueno, ya están inscriptas. ¿Qué tipo de ejercicio tienen en mente? Es decir, ¿cuál es el objetivo que se proponen?
―A mí me gustaría tonificar los glúteos ―le dije, sin dudarlo. Estoy muy feliz con mi culo, pero no me molestaría para nada tenerlo un poquito más firme y mejor moldeado―. No creo que Mayra necesite lo mismo, ella ya tiene una cola perfecta. ¡Auch!
La enana me dio un codazo en las costillas. Admito que me lo merezco, pero no pude evitar recordarle lo linda que es, aunque esto la avergonzara frente al profesor de gimnasia. Además dejé en evidencia su mal carácter. Siempre me resultó muy curioso que una chica tan bonita y dulce pudiera hervir de furia ante determinadas situaciones.
―Hay varios ejercicios para tonificar glúteos y piernas, pero lo más importante antes de empezar a ejercitarse es dedicar un par de minutos a la elongación. Párense delante de mí y hagan lo mismo que yo.
Esta fue la parte más sencilla, Darío nos mostró cómo elongar nuestros músculos flexionando y estirando nuestras piernas, tocando la punta de nuestros pies con los dedos y demás ejercicios simples. Nos dio algunas correcciones para que lo hagamos apropiadamente y no perdió oportunidad de mirar dentro de mi amplio escote cada vez que me agaché. Me divertía que él fuera tan malo para disimular, o tal vez es que ni siquiera lo estaba intentando.
―¿Puedo empezar con esto? ―Preguntó Mayra, señalando una silla que tenía barras laterales para levantar peso con los brazos y otra barra inferior, para ejercitar las piernas.
―Sí, claro; pero empezá con poco peso. De a poco lo vamos a ir aumentando.
Me dio la impresión de que Mayra prefería esa máquina para poder estar sentada, así nadie podría verle la cola. Aunque de momento estábamos solo nosotras dos y el profesor, y no noté ningún intento de Darío por espiar la retaguardia de mi hermana; él parecía más concentrado en mi voluptuosa anatomía.
Cuando Mayra se sentó en ese aparato y empezó a ejercitarse, Darío se acercó a mí y dijo:
―A vos te voy a enseñar a hacer sentadillas, es un ejercicio simple que podrías realizar tranquilamente en tu casa, siempre y cuando aprendas a hacerlo bien.
―Perfecto.
―Empecemos con lo más básico ―dijo, colocándose detrás de mí―, la sentadilla clásica ―sus grandes manos se aferraron a mi pequeña cintura―. Bajá conmigo. ―Él comenzó a agacharse lentamente y tuve que hacer lo mismo, ya que me tenía bien sujeta. Obviamente no pude verlo, pero estoy segura que al quedar agachada como una rana, mi culo debió inflarse dentro de la calza. ―Muy bien, perfecto. Ahora vamos para arriba otra vez. ―Subimos juntos, lentamente, hasta que nuestras piernas quedaron bien estiradas. Me dio la impresión de que él se acercó un poco más a mí―. Bajemos de nuevo, flexioná bien las rodillas y separá las piernas… eso, mantené la espalda recta y la cabeza derecha. Muy bien, vamos a probar otra vez, ¿te parece?
―Sí, perfecto. Me encanta este ejercicio.
Me sentí un poco picarona, culpo por esto a la calentura que me agarré luego de la partida de póker con mi familia. Retrocedí un paso, para ver qué tan lejos pretendía llegar Darío. Mayra seguía repitiendo su ejercicio de piernas y torno, mirándonos fijamente. Pude sentir el bulto de Darío contra la cola. Él también tenía un pantalón de tela muy fina y elastizada. Sus manos acariciaron mi abdomen por debajo de la camiseta y la temperatura corporal se me subió al instante.
Nos agachamos juntos, una vez más; pero en esta ocasión su bulto se frotó contra mis nalgas todo el tiempo. Quedé con las piernas abiertas y separadas, la tela de la calza me marcaba la concha. Darío agarró mis rodillas y comenzó a separarlas aún más de lo que estaban, pude sentir mis músculos estirándose. El profesor acarició la parte interna de mis muslos y luego me pidió que volviéramos a subir. No perdió la oportunidad de seguir arrimandome, y no es que yo pueda decir que me ofendí de alguna manera, porque sería una burda mentira.
Así transcurrió casi todo el resto de la clase. Mayra no se alejó de su máquina de ejercicio, solo pidió que le pusieran un poco más de peso.
Darío me explicó cómo hacer distintos tipos de sentadillas, usando un pie por delante y otro por detrás, o bien levantando una pierna antes y después de cada sentadilla. En todo momento me dio indicaciones para que lo hiciera de forma apropiada y él aprovechó cada ocasión que tuvo de rozar su bulto contra mi cola y de posar alguna de sus manos sobre mis nalgas y muslos.
Toda la clase duró más o menos una hora. Salí del gimnasio toda transpirada, con los pezones duros y la concha mojada.
Durante el camino de regreso Mayra no dijo ni una palabra.
――――――――――
Llegamos a casa y lo único que nos importaba era darnos una buena ducha luego de unas intensas horas de ejercicio. Bueno, tal vez no fueron tan intensas y en realidad Mayra y yo no tenemos tan buen estado físico como creíamos. El sudor cubría nuestros cuerpos y la ropa se sentía pegajosa.
―Me voy a bañar primero ―dijo Mayra, adelantándose para abrir la puerta del baño.
Se quedó paralizada, mirando hacia adentro. Escuché el ruido del agua cayendo, debía haber alguien allí. Empujé suavemente a Mayra, para que entrara al baño y me asomé. Yo también quedé congelada.
De pie, dentro de la bañera, estaba mi papá, completamente desnudo. Sus manos masajeaban suavemente su cabeza, llenándola de shampoo.
―Perdón, papá… no sabíamos que estabas acá ―le dije―. Mayra y yo queremos bañarnos, pero podemos esperar.
―¿Esperar por qué? ―Preguntó Mayra. No supe qué responderle―. Papá ya me vio desnuda… y no aguanto más la transpiración. Me quiero bañar ya.
Mientras hablaba se fue despojando de toda su ropa. Quedó completamente desnuda antes de que mi cerebro fuera capaz de reaccionar. Su cuerpo lucía precioso, con el brillo del sudor.
―Papá, ¿te molesta si me baño con vos? ―Preguntó, con una simpática sonrisa.
―Em… no, claro que no.
El domingo había tenido un encontronazo con Erik y los dos estábamos desnudos. Eso pude manejarlo, por alguna razón mi hermano no me inhibía tanto. Pero éste era mi papá. Había algo en mi interior que me decía: “Nadia, no es una buena idea que te bañes junto con Pepe”. Sin embargo a Mayra no parecía importarle. Ella seguramente vería todo a través de un velo de inocencia. Para ella no habría ninguna connotación sexual al desnudarse frente a su padre y a meterse en una bañera junto con él.
Mi papá se alejó un paso de la ducha y Mayra se colocó justo debajo de la lluvia de agua tibia. Frotó sus pequeños pechos, su estómago y su pubis.
―Papá, ¿me pasás la esponja y el jabón?
Pepe obedeció con su característica sonrisa. Se lo veía muy tranquilo, tal vez él tampoco vería nada extraño en ducharse junto a su hija menor. En cambio yo no me moví ni un milímetro. Podría haberme quitado la ropa y acompañarlos, al fin y al cabo Mayra tenía razón: mi papá ya nos había visto desnudas, y nosotras a él. Pero no podía. La voz de mi consciencia no dejaba de repetirme que no era buena idea.
―¿Qué tal les fue en el gimnasio? ―Preguntó mi papá, con total naturalidad, mientras enjabonaba la espalda de Mayra.
―Muy bien, el lugar es muy lindo y no hay mucha gente, eso me hace sentir un poco más cómoda. ―Ella también hablaba con tranquilidad, y no tenía ni un poco de pudor al momento de frotarse la concha con la esponja. Mis ojos se quedaron atrapados cuando se cruzaron con el pene de mi papá, que colgaba imponente, como la trompa de un elefante, muy cerca de las nalgas de Mayra―. Me molesta un poco que los desconocidos me estén mirando el culo ―al decir esto paró un poco la cola, como dándole más énfasis a sus palabras, y pude ver como el pene flácido quedaba justo entre esas dos firmes nalgas.
―Si alguien te hace un comentario fuera de lugar ―dijo mi papá―, entonces avisame… y yo arreglo el asunto enseguida.
―Gracias, papi ―dijo ella, con una tierna sonrisa.
Ellos siguieron bañándose con total tranquilidad y yo, como una boluda, me quedé parada junto a la puerta, sin poder moverme. Noté que en varias ocasiones el pene flácido de mi papá rozaba contra las nalgas de Mayra, pero a ella pareció no importarle en absoluto, ya que no se apartó ni una sola vez. Permitió que Pepe le pusiera shampoo en la cabeza y que le lavara el pelo. Mi papá se tomó su tiempo para hacerle un buen masaje capilar que Mayra aceptó con actitud relajada y con los ojos cerrados, mientras pasaba la esponja enjabonada por todo su cuerpo. Me pareció que ella dedicaba especial atención a frotar sus pequeñas tetas. Los pezones estaban completamente erectos, parecían timbres rosados.
Cuando Mayra empezó a enjuagarse el pelo, mi papá abandonó la bañera, tomó un toallón y comenzó a secarse. Paso a mi lado y me dedicó una de sus carismáticas sonrisas. Salió con el toallón atado a la cintura y cerró la puerta detrás de él.
―¿Qué pasó? ―Preguntó Mayra―. ¿Por qué todavía estás vestida? ¿Acaso ahora te va vergüenza que te vea las tetas? ¿O no querés que te las vea papá?
―Eh… no, lo que pasa es que no había lugar para mí, la bañera no es tan grande.
Era una muy mala mentira, había sitio suficiente para los tres, siempre y cuando permanecieramos parados.
―Ajá… bueno… ―dijo Mayra, poco convencida―. ¿Venís a bañarte? Ahora no está papá. No puedo creer que te dejes arrimar por el profe de gimnasia y que de pronto te de vergüenza que papá te vea desnuda… especialmente después del juego del sábado.
―No me da vergüenza… y el profe no arrimó… mucho.
―Sí, claro. Ví cómo se le paraba la pija, por poco te coje ahí, de parada, y sin quitarte la calza.
―¿No será que vos estás celosa de que se haya fijado en mí?
―¡Celosa tu madrina!
Me tiró con la esponja llena de jabón. Tenía el entrecejo fruncido, al igual que la nariz. No estaba jugado, de verdad se había enojado conmigo. Me sentí una boluda por haberle dicho eso. Darío no hubiera tenido ningún problema en arrimar el hermoso culo de Mayra, pero ella no se lo hubiera tomado tan bien como yo. De haber ocurrido algo así, probablemente hubiera vuelto traumada del gimnasio.
―Perdón ―le dije, agachandome para juntar la esponja. La dejé en la pileta lavamanos y empecé a desnudarme―. Tenés razón, el tipo me arrimó bastante. Para mí fue como un pequeño juego, pero creo que no tendría que haberle permitido llegar tan lejos.
―Se va a aprovechar la próxima vez que vayas.
―Sí, lo sé… va a ser difícil sacarle de la cabeza la idea de que soy una puta fácil.
―Bueno, eso te pasa por portarte como una puta fácil con un tipo que no conocés.
―Sí, es cierto.
Mis tetas quedaron en libertad, me quité la tanga junto con la bombacha y cuando estuve totalmente desnuda me metí en la bañera. Abracé a Mayra por detrás, apoyando mis grandes melones en su espalda mojada y acaricié su vientre y parte de su lampiño pubis.
―Perdón por haberte hecho enojar.
―Todo bien, ya se me pasó ―dijo ella, con una agradable sonrisa.
Estiré la mano para agarrar la esponja que había dejado en la pileta y en ese preciso momento se abrió la puerta. Pensé que se trataba de mi papá, que había vuelto a afeitarse o algo así, pero la cara que apareció fue la de Erik.
―¡Hey! ¿No te enseñaron a golpear antes de entrar? ―Le gritó Mayra.
―¡Sí, tarado! ―Exclamé, sumándome a la protesta―. Fuera de acá, que nos estamos bañando.
Le tiré con la esponja enjabonada y ésta impactó de lleno en su cara. Me quedé paralizada porque conocía muy bien el temperamento vengativo de mi hermano. Ya me lo veía venir, con toda su furia de orangután salvaje, a pellizarme el brazo o a tirarme de los pelos.
Pero nada de eso ocurrió. Él se quedó mirándonos, atónito. Le llevó varios segundos procesar que esas dos mujeres desnudas que lo insultaban desde la bañera eran sus hermanas.
―¡Uy, perdón, perdón! ―dijo, cuando reaccionó―. Fue sin querer… es que yo…
―Mientras más explicaciones des, más tiempo nos vas a estar mirando las tetas ―dijo Mayra, con el ceño fruncido.
―Eh… ya me voy, ya me voy. Fue sin querer. Chau.
Cerró la puerta del baño de un portazo y las dos comenzamos a reírnos al instante.
―Qué mala que sos ―le dije a mi hermana―. A papá si le permitís que te mire las tetas, el culo, la concha… pero a Erik lo puteás.
―La que le tiró con la esponja fuiste vos. Además él es un pajero… papá no.
―Eso es muy cierto, ahora el muy pajero seguramente se va a hacer… bueno, lo que hacen los pajeros. El domingo se le paró la pija cuando me vio desnuda.
―¿De verdad?
―Si, de verdad. Se notó muy clarito, él también estaba desnudo ―sabía que estaba siendo muy injusta con mi hermano, porque a mí se me mojó la concha cuando lo abracé. Al fin y al cabo esas reacciones son involuntarias.
―Bueno, si es tan pajero como yo pienso que es, le dimos una imagen que para recordar. Pero más vio durante el juego de póker… todavía se debe estar pajeando pensando en tu culo.
―Eso es tu culpa ―le dije, abrazándola otra vez y restregando mis tetas contra su espalda. Ella soltó una risita―. Vos fuiste la desgraciada que me metió un desodorante en el orto, frente a todos.
―No te hagás la puritana, Nadia… que bien que empezaste a pajearte cuando metí el desodorante.
―¿Ah sí? ¿Me vas a decir que vos no te hubieras pajeado en esa situación?
―¿Delante de todos? No sé, no creo… además yo no soy tan pajera como vos.
―Veamos.
Bajé mi mano por ese suave pubis hasta llegar al botoncito sexual de Mayra. Empecé a frotarlo suavemente, trazando círculos. También acaricié sus labios vaginales, permitiendo que un dedo recorriera todo el centro de su concha. No lo metí porque no quería invadir su virginidad; pero sí dedique mucho esmero a la superficie.
Después de pocos segundos de caricias, Marya comenzó a frotar su cola contra mi pubis y yo, actuando instintivamente, acompañé ese movimiento. Volví a concentrarme en su clítoris, esta vez fui un poco más intensa. Se sentía muy extraño tocar una vagina que no fuera la mía, con toda la intención de provocarle placer. Seguí haciéndolo durante un poco más, pero aparté la mano cuando escuché el primer gemido de Mayra. Eso me hizo bajar a la realidad. Estaba yendo demasiado lejos, al fin y al cabo es mi hermana… y a mí ni siquiera me atraen las mujeres.
Me aparté de ella y me puse bajo el chorro de la ducha y comencé a ponerme shampoo en el pelo, dándole la espalda.
―Desgraciada ―me dijo ella con teatralidad―. ¿Así me dejás?
―¿Qué pasa, acaso ahora tenés ganas de hacerte una paja?
―¡Sí, obvio, por tu culpa!
―Bueno, ahora sabés cómo me sentí yo cuando… ¡Ay!
La muy maldita se acercó a mí cuando yo tenía los ojos cerrados y el pelo lleno de shampoo. Me empujó hacia adelante, obligándome a inclinarme, para poder apoyar las manos contra la pared, y así evitar la caída. A continuación sentí sus impertinentes dedos tocando mi culo, como si estuviera tanteando la entrada.
―No, Mayra… ni se te ocurra…
―¡Ahora vas a ver!
―¡Auch!
El primer dedo entró sin mayores problemas, aunque me produjo un poco de ardor. El problema empezó cuando ella quiso meter un segundo dedo. Mi culo parecía no estar preparado para esa penetración; pero Mayra fue persistente, trabajó el orificio con una maestría inusitada, hasta que consiguió meterlo. Cuando tuve los dos dedos dentro del culo, mi concha ya estaba produciendo flujos y mis pezones estaban completamente duros. Mayra empezó a masturbar mi agujero de la misma forma que lo había hecho durante la partida de póker y yo, recordando la tremenda calentura que me dejó ese momento, empecé a frotarme la concha.
No le pedí a mi hermana que se detuviera. Mi mente estaba divagando entre el recuerdo del juego de póker y el placer anal que estaba sintiendo en ese preciso momento. Los dedos de Mayra entraban y salían cada vez más rápido y mi mano castigaba con severidad mi clítoris.
―¡Cómo te calienta que te la metan por el culo! ¿Eso es lo que pensabas cuando dejabas que el profe te arrimara?
No le respondí, ella tenía razón en todo. Su mano libre se aferró a una de mis tetas y empezó a amasarla. También le permití esto, porque con la paja localizada en tantas zonas sensibles, yo estaba a punto de alcanzar el orgasmo.
Pero, como si ella hubiera notado las señales, se detuvo. Sacó los dedos de mi culo, y abandonó la bañera.
―¿Ahora quién de las dos tiene más ganas de hacerse una paja? ―Me preguntó, mientras agarraba una toalla.
Me quedé jadeando, bajo la ducha, mirando su hermoso durazno bamboleándose con altanería. Mayra salió del baño y cerró la puerta, dejándome con una calentura tremenda.
Tuve que pasar veinte minutos más frotándome la concha, dentro de la bañera, hasta que conseguí acabar. Al parecer mi cuerpo se quedó con las ganas de sentir algo duro dentro del culo.
Pero bueno, al menos puedo decir que salí de la ducha con una alegría enorme y totalmente agotada, por el ejercicio físico y la tremenda paja que me había hecho.
Antes de entrar a mi cuarto me pregunté si la partida de strip póker se repetiría alguna vez y si Mayra se animaría a meterme el desodorante por el culo frente a todos mis parientes. La idea me calentaba tanto que estaba dispuesta a tolerar la humillación.