Strip póker con mamá

Un tedioso día de vacaciones hace que mamá y yo juguemos una emocionante partida de póker. Podéis ver el relato con fotos pinchando o copiando el enlace que hay al final del mismo.

Nadie me obligaba a hacerlo, pero cuando mis padres se divorciaron, me sentí mal por mi madre. Él la había dejado por una chica de mi edad y aunque tenía amigas que intentaban apoyarla y que se sintiera bien, saliendo algunas noches y haciendo escapadas, ella se había volcado en mi.

Poco a poco veía que estaba mejor, incluso siendo ella la que proponía salir a sus amigas, sobre todo a grandes ciudades, donde pudieran hacer alguna locura, o a veces, quedando directamente con un grupo de amigos, con quienes salían de vez en cuando.

Lo que si fue sucediendo es que se acostumbró a que fuera su acompañante, algo que fue yendo a más y que yo, por comodidad, me fui dejando llevar. Le había convencido para comprar un nuevo coche y ella apenas lo conducía, con lo cual, me parecía justo el peaje que pagaba. Era su chófer y de paso utilizaba también el coche a mi antojo.

Por fin llegó el verano. Pensaba irme con mis amigos a pasar unos días a un lugar de moda en la playa. Al comentárselo a mi madre, me sorprendió que dijera que propondría ese lugar a sus amigas, para que así pudíéramos estar juntos.

  • Pero mamá. Cómo vas a venir con nosotros? No me dejas libertad....
  • Anda, no seas quejica. Tú me llevas y luego hacemos cada uno nuestra vida. Tú compartes una habitación con Carlos y yo otra con Ana. Supongo que iremos al menos seis.

Aunque no me gustaba la idea, acepté. La llevaría y luego estaría a mi aire con mis amigos. No estaba mal. Además, cuando comentaba cosas de mi madre, mis amigos, y sobre todo Carlos, hacían siempre algún comentario de ella, sobre su físico, y lo bien que se conservaba a pesar de pasar ya los cincuenta.

Por fin llegó el momento de coger las ansiadas vacaciones. Mi madre decidió que nos fuésemos un par de días antes que los demás. A pesar de intentar hacerle desistir de la idea, no tuve más remedio que aceptar, ante su insistencia y argumento de poder pasar dos días de vacaciones a solas entre madre e hijo.

Llegamos al apartahotel que había alquilado ya de noche. Nos cambiamos de ropa y salimos a cenar y tomar una copa. El día siguiente lo pasaríamos solos y después yo me iría con mis amigos y ella compartiría ese apartamento y dos más con sus amigas.

La mañana siguiente se levantó tormentosa. Estaba nublado y había llovido algo, con lo que los planes de playa quedaron para mejor ocasión. Nos quedamos en el sofá, bastante aburridos. Decidi bajar a por un par de bebidas. Un martini blanco para ella y otro con naranja para mi. Cuando subí, mamá estaba haciendo un solitario con la baraja de cartas.

  • Pablo. Vamos a jugar a las cartas. Así haremos tiempo hasta la hora de comer.

No me apetecía en absoluto, aunque era mejor eso que no hacer nada. Nos quedaban un par de horas, total que una vez más, me plegué a sus caprichos.

Me propuso jugar al póker. Me dijo que le habían enseñado hacía poco y así podríamos practicar. Comentaba que no era buena jugando, por lo que le vendría bien coger un poco de nivel jugando conmigo.

Paramos para que bajase al bar y volviese a traer bebida. Ahora decidí subir varias consumiciones, así no tendría que volver a hacerlo.

Ya en el apartahotel, y seguir bebiendo, noté como mi madre se iba poniendo contenta, lógicamente por los efectos del alcohol. Por mi parte, la veía guapa, como una mujer madura pero atractiva, muy atractiva. Iba vestida con una camiseta negra estampada y una falda corta blanca. La verdad es que los pechos y las piernas dejaban volar la imaginación, aunque fuese mi madre.

Seguimos jugando un rato más, pero empezó a hacerse insoportable. Me aburría soberanamente e intenté parar la partida. Mamá estaba cada vez más espitosa, y no quería parar.

  • Quieres que juguemos a otra cosa? Aún nos queda un rato hasta la hora de comer.
  • Estoy un poco cansado, creo que me tumbaré un rato hasta que nos vayamos.
  • Venga hombre. No seas muermo. A qué jugáis cuando estás con tus amigos?
  • No solemos jugar a las cartas, pero si quieres jugamos a un strip poker¡¡

No buscaba que aceptase, tan sólo cortarla un poco y me dejase un rato en paz. Pero supongo que el estado de semiembriaguez le hizo dudar inicialmente y posteriormente aceptar.

  • Strip póker? He oído hablar de ello pero no he jugado nunca. – Dijo mientras mostraba una sonrisa picarona. – Cómo es exactamente? De verdad que has jugado?
  • Es póker, sólo que el que pierda se quita una prenda, y quien pierde la última, tiene derecho a que la otra persona haga lo que le pides.
  • Supongo que no hay nada de malo en que juguemos, no crees?

Se me puso dura. Estaba seguro que mi madre no llegaría a la prueba, probablemente ni tan siquiera a quedarse completamente desnuda delante de mi, pero la situación me parecía ya de por sí, muy excitante.

Comenzamos a jugar. Ella reía, y me gustaba verla feliz. Repartió las cartas. Los dos pedimos tres cartas más en el descarte. Llegó el momento de ver la jugada.

  • Pareja de ochos. – Dije mostrando las cartas y esperando ganar la apuesta.
  • Pareja de jotas. – Respondió mamá con aire de superioridad, sabiéndose ganadora.

Reía porque me iba a quitar la camisa delante de mi madre. No tenía mayor importancia, aunque me daba cierta rabia perder, ya que deseaba ganar. Sabía que si lo hacía saldría beneficiado, bien porque vería a una mujer preciosa desnuda y si se negaba a seguir, podría echárselo en cara, por lo que siempre conseguiría réditos al respecto.

Me quité la camisa y seguimos jugando. Debía darlo todo ahora y conseguir que mamá perdiese. Me apetecía verla en sujetador, por qué negarlo.

  • Pareja de ases. – Contestó mamá con aire de ganadora.
  • Doble pareja de doses y ochos. – Respondí. – Ahora has perdido.

Empezó a tontear y a decir que se quitaría los pendientes. Incluso llegó a quitárselos.

  • Mamá. Has perdido. Tienes que quitarte una prenda de ropa.
  • Venga, me quito los zapatos.
  • Mamá. Sabía que no podía confiar en ti. Estaba seguro que no te quitarías ninguna prenda. Venga, vamos a dejarlo.
  • Está bien. Me da corte, pero me quito la camiseta.

Desabrochó su falda y sacó la camiseta. Había visto a mi madre muchas veces en biquini, y como me solía decir Carlos, a pesar de mis enfados, tenía unas tetas enormes. El sujetador negro con bordes blancos le sentaba genial, e imaginaba si su bragas harían juego con él.

Seguimos jugando. Sólo deseaba ganar la siguiente partida y que se quitase la falda. Después de los descartes volvió a ganarme, algo que me sentó muy mal, ya que si volvía a perder todas mis esperanzas de ver a mi madre desnuda se vendrían abajo. Me quité los pantalones y seguimos jugando. Ya no me podía permitir más errores.

Repartí las cartas y de entrada tuve un trío de ases. Era casi imposible que mamá lo superase. Pedí dos cartas a ver si llegaba el cuarto as, pero no fue así. No obstante estaba seguro que ganaría la partida. Al poner las cartas sobre la mesa vi que mi madre tenía un trío de jotas, pero que nada tenía que hacer ante una jugada superior. Mi madre se iba a quitar la falda. No podía evitar que mi bulto fuese evidente ante una mujer estupenda.

Como había imaginado, iba a juego. Llevaba bragas, pero eran preciosas. En realidad mi madre lo era, y le sentaba fenomenal esa ropa interior. Supongo que cualquier ropa que se hubiera puesto.

  • Mamá. Nos hemos quitado dos prendas cada uno, así que el que pierda ahora, se quitará todo y además hará la prueba que le pida el otro.
  • A mi me quedan dos prendas. – Protestó.
  • Si, pero entonces jugarías con ventaja. El que pierda se quedará desnudo y hará lo que el otro le pida.

Teníamos cada uno las cartas en la mano. Mamá, que había seguido bebiendo compulsivamente aceptó. Le tendí la mano en señal de acuerdo y nos dimos un apretón.

Mis cartas en la primera mano eran regulares. Tenía jotas, damas y rey del mismo palo, pero ni tan siquiera una pareja. Me arriesgué y pedí dos cartas. Mamá hizo lo mismo, y dado que su forma de jugar era tremendamente simple, imaginé que tendría un trío. Sólo un milagro podría hacer que ganase esa mano.

Al recibir las dos cartas el milagro que esperaba se produjo. Mi madre sonrió, por lo que supuse que su juego también sería bueno, seguramente un poker, pero si todo pasaba como había previsto, yo habría ganado la última y definitiva partida.

  • Tengo un póker de nueves. – Dijo mamá con aire triunfal.
  • Es una buena mano, – Respondí en tono serio, haciendo que mamá pensase que había ganado. – Pero siempre, una escalera de color, supera a un póker.

Mi madre quedó dudando. Meditaba si había perdido. Hasta llegó a sacar su móvil para comprobar el valor de cada una de las jugadas en el poker. Al final se dio por vencida y tuvo claro que había perdido.

  • Lo dejamos aquí? – Preguntó de forma inocente.
  • No. He ganado. De momento tienes que desnudarte.
  • Pero soy tu madre. – Respondió.
  • También lo eras cuando has decidido que jugásemos al strip poker.

Bebió compulsivamente la copa de martini, que permanecía completamente lleno. Después respiró hondo y se quedó mirándome fijamente.

Se giró para desabrochar el sujetador y sacarlo por detrás. Después se levantó ligeramente y se quitó las bragas. Lo hizo de manera muy natural, sin protestar y sin cubrirse.

  • Sé que tengo que pasar la prueba, pero no te pases, eh. Soy tu madre.

En esos momentos no pensaba en mi madre, si no en una mujer de diez, madura pero perfectamente proporcionada, con unas tetas impresionantes, y un culo que deseaba ver y explorar.

  • Mamá. Gírate y date un poco la vuelta. Quiero ver tu culito. Es precioso. No entiendo como papá pudo dejarte. Estás buenísima. Quiero que te pongas a cuatro patas en el sofá.

Al darme la espalda y notar mis miradas de deseo, quiso taparlo, pero le dije que no podía, que era la prueba que tenía que pasar. De nuevo obedeció. No conocía a mi madre. Pensé que en cuanto hubiera tenido que desnudarse, habría roto el compromiso, pero no sólo no era así, si no que estaba obedeciendo en todo lo que le decía.

  • Voy a sacarte una foto, mamá.
  • Qué dices¡¡¡ Estás loco?
  • Tápate la cara, nadie sabrá que eres tú. Nadie va a pensar que he hecho una foto a mi madre

Tuve la sensación que empezaba a estar excitada. El alcohol no sería suficiente, ya que no estaba completamente borracha, si no tan sólo un poco bebida. El caso, es que una vez más me sorprendió. Se cubrió la cara y dejó que fotografiarse su hermoso trasero.

Después de la foto le pedí que se quedara así. Agarré sus muslos y los separé ligeramente, quedando con las rodillas semiabiertas encima del sofá de cuero en el que estábamos. Seguía completamente alucinado que mi madre siguiese aceptando todo lo que le iba proponiendo.

  • Voy a tocarte. – Advertí con ciertas dudas sobre sus reticencias.

No contestó, tan sólo apoyó sus codos sobre el respaldo del sillón, como claro signo de aprobación y de resignación. Al pasar mis dedos sobre su vagina noté que estaba completamente empapada. En ese momento supe que podría consumar totalmente lo que habíamos empezado como un juego.

Agarré a mamá por encima de las rodillas y llevé mi lengua a su sexo. Notaba su excitación que mojaba mi lengua, desplazándose totalmente engrasada. Ella, con vergüenza, se agarraba la cara con su mano.

Empecé a tocar por todos los lados, las piernas, rodillas, muslos, hasta llegar a sus pechos. Los pellizqué y ella gimió, haciéndome entender que estaba tan excitada como mostraba su sexo.

Retozaba como una auténtica ninfómana. Llevó la mano a su raja y comenzó a masturbarse mientras sus gritos, cada vez más fuertes, debían oírse en la piscina.

Mientras ella rozaba su clítoris con su mano yo introduje un par de dedos en la vagina. Comencé a meterlos y sacarlos con rabia, mientras gritaba como poseída. No le miraba la cara y olvidaba que era la mujer que me había parido, tan sólo notaba y sentía que tenía enfrente de mi a una hembra en celo.

Mi calentón era enorme. Tan sólo pensaba en penetrarla, en hacerla mía. Fue cuando ella lo dijo.

  • Pablo, cariño. Hazme tuya. Fóllame como a una perra.

Estaba deseando oírlo. Si no hubiera sido ella quien estaba allí, llevaría follándola ya un rato. Ahora era mi turno. Ella se mantenía a cuatro patas, estilo perro. Saqué mi polla y la rocé por todas sus zonas erógenas. La oía gemir y respirar agitadamente.

Mi madre me miraba mientras de una embestida llevé mi pene hasta dentro de su vagina.

  • Así hijo, así. Métesela así a tu madre. Vuélveme loca.

Sin duda lo estaba haciendo, estaba desatada. Hacía lo que me pedía. La llevaba a su ritmo. Me pedía más fuerte, más dentro mientras mi excitación iba aumentando a la vez que la suya.

Ella me decía todo gritando. En todos los años, jamás la oí gritar con mi padre, aunque en muchos momentos sabía que estaban manteniendo relaciones, pero se comportaba como la dama que era, ahora parecía una jovencita totalmente salida, una perra en celo.

La cabeza de mi madre cayó sobre el asiento del sofá. Se tapaba la cara, tal vez avergonzada de sus gritos, que a ella misma sorprendían. Por mi parte seguía tan empalmado que no podía dejar de meter y sacarla, lo que provocaba que se retorciese sin ningún tipo de pudor.

De un golpe me apartó y se giró para colocarse mirando hacia arriba, estilo misionero. Abrió sus piernas y pude ver con todo su esplendor su coño totalmente depilado y abierto para mi.

Empezó a masturbarse, exponiéndose con sus piernas abiertas para mi. Miraba sus enormes tetas, que a pesar de sus años seguían manteniéndose firmes, aunque probablemente más grandes.

No pude evitar de nuevo que mi boca fuese buscando su sexo. Ella me ayudaba tocándose y abriéndolo para mi. Sus piernas estaban totalmente abiertas, apoyadas en el respaldo del sofá y en el suelo.

  • Mete tu dedo. – Pidió.

Tenía levantada ahora las piernas. Mientras ella se tocaba el clítoris yo metí mi dedo índice dentro de su vagina. No aguanté demasiado sin volver a llevar mi lengua hacia su abertura, y tampoco demasiado en volver a ponerme en guardia y penetrarla otra vez.

Al sentir mi pene dentro de ella comenzó a gritar de nuevo. Ahora me parecía muy sexy. Sus grandes pechos se mostraban desafiantes, con sus pezones como flechas. Su cuerpo se mantenía erguido y tenso y sus piernas totalmente abiertas para facilitar mi trabajo.

Me gustaba tocar sus tetas y agarrar su cintura, mientras sus pechos cada vez parecían mayores. Por eso no pude evitarlo y de nuevo mi boca se dirigieron a ellos. Los succioné, algo que originó de inmediato una reacción en mi madre, que dio un grito roto, muestra de su excitación y placer.

  • No sabes cuanta falta me hacía esto¡¡¡

No quise contestar. No quería pensar demasiado, y sobre todo sólo quería seguir follando a la mujer tan estupenda que tenía delante.

Por su parte, creo que estaba más excitada que yo. Agarró con fuerza mi cara y metió su lengua dentro de mi boca. Me pidió que no parase, que la hiciera llegar a la locura, y a mi no hacía falta que me animasen demasiado.

Seguía penetrándola. A veces me parecía una mujer enamorada, por como sonreía, me acariciaba o me miraba, y otra una hembra en celo que se volvía loca ante mis embestidas.

  • Sigue, sigue, no te pares. – Decía acercando su boca a la mía.
  • Me vuelves loco, estás buenísima y eres una mujer impresionante.

Me empujó y sacó su pierna derecha para ponerla por encima de mi hombro. Quería que siguiera y separaba aún más sus piernas para que su vagina quedara completamente abierta. Sus manos se aferraban a mi cara y me besaba con absoluta pasión.

La posición que había adoptado me permitía ver como la penetraba, y a ella también como era follada por su hijo. De repente oí como sus gritos se intesificaron y su boca no se cerraba. Sabía que estaba a punto de tener un orgasmo. Yo también estaba muy caliente, pero aún me quedaban un par de minutos de placer intenso antes de llenarla de semen.

Noté como se relajó y empezó a mirarme con cara seria. Yo aún estaba excitado y no quería pensar en nada más, pero viéndola sabía que estaba completamente arrepentida de lo que había pasado.

Aún así, mantenía sus piernas abiertas y seguía agarrando sus pechos. No sabía si quería que dijera algo, estaba muy caliente y lo último que quería en ese momento era que me dijese que parase, pero no lo hizo.

  • No te corras dentro. Aún puedo quedarme embarazada.
  • Tranquila mamá. – Dije, arrepintiéndome justo en el momento que hablé, por haberla llamado así.
  • Acaba ya, por favor¡¡¡ – Respondió mientras giraba la cabeza.

La saqué justo un par de embestidas antes de que mi semen llegase a su útero. Me ayudé de mi mano y me vacié encima de su estómago. Miré a mamá. Estaba seria y apesadumbrada. Yo también me sentía mal. Sería mejor que saliese a dar una vuelta y no volver hasta por la tarde.

Ella se puso por encima su ropa interior. Había sido una locura lo que había pasado, pero en el fondo de mi interior, no me arrepentía de nada. Era algo que me había gustado, y a mi madre también, aunque ahora se sintiera apesadumbrada.

Podéis ver las fotos pinchando el siguiente enlace.

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