Stephane en casa

Segunda y última parte.

NOTA: Quisiera pedir perdón a algunos lectores que han visto mis dos sagas principales de todorelatos.com estancadas, por motivos ajenos a mi voluntad. Cada saga tiene su respectivo blog. Desde ahora podrán seguirse más allá de donde acabaron y con ilustraciones y animaciones en:

Alex: Noli me tangere: http://alexnolimetangere.blogspot.com

Pintres: Un lugar perdido: http://pintres.blogspot.com

Los relatos podréis seguir leyéndolos solamente en todorelatos.com

Gracias a todos.

Stephane en casa

1 – Mudándonos

El viaje de vuelta a casa me permitió conocer a un amigo que, en contra de lo que yo había pensado, tenía miedo a todo pero no dudó a la hora de hacer sexo conmigo aún sin conocerme.

  • Creo que te equivocas, Mati – siguió mirando el paisaje -; no soy un tío fácil ni me acuesto con el primero que conozco. En cuanto te vi aparecer por la puerta pensé que eras mi chico y tus gestos y tu mirada me dieron la seguridad que necesitaba para tocarte

  • ¿Es que se me nota mucho? – reí - ¡A lo mejor te parecí afeminado!

  • ¡Te equivocas, Mati! – volvió sus ojos hacia mí -; ni eres afeminado ni yo soy un descarado. Sé cuándo un chico prefiere a otro chico y no he dado ese paso descaradamente ni compadeciéndome de tu dolor de garganta. Me gustaste desde el segundo cero y te deseé desde el mismo instante.

  • ¿Tu madre sabe algo de esto?

  • ¡No, no! – casi me pareció asustado -; sólo mi padre lo sabe desde el año pasado. No es que le hiciese mucha gracia al principio, pero ahora me acepta tal como soy. Puedo apostar contigo lo que quieras a que si te ve conmigo sabrá que estamos juntos.

  • ¡Joder, qué vergüenza! – exclamé -; mi madre intuye algo, pero nunca me ha visto llevar a casa a nadie.

  • Pues imagino entonces que cuando me vea llegar contigo – se removió en el asiento – va a pensar que ya tienes pareja y… ni siquiera sé lo que piensas de mí en ese aspecto.

  • ¡Me encantas, Stephane! – le hablé al oído - ¡No creo que haya alguien en este mundo, hombre o mujer, que no pensara al verte que eres bellísimo! Pero no todo es la belleza. Intimar contigo fue un placer, por supuesto, pero no sé si mañana buscarás

  • ¿Qué estás diciendo? – me miró muy serio -; no sé si me he enamorado de ti. Posiblemente sea demasiado pronto para decirlo, pero ahora mismo no podría follar con otro más que contigo.

Aquellas palabras me hicieron pensar. Stephane era muy joven; ni siquiera sabía si había follado antes (aunque me pareció un experto), pero coincidíamos en algo: yo ya no me empalmaría con otro que no fuera él. Pensé dejar que el tiempo me diera la respuesta, pero estaba deseando de meterle mano cuanto antes. Aprovechando que tenía el libro abierto sobre sus piernas hice un movimiento como si quisiera consultarle algo sobre sus lecturas y mi mano se escabulló por debajo del libro para acariciar su miembro ¡Estaba empalmado!

  • ¡Esto me pasa sólo por tenerte a mi lado!

2 – Asentándonos

Cuando mi madre abrió la puerta después de oír varios timbrazos, se asustó de tal forma que se echó a mis brazos. Pensó en que algo malo había ocurrido cuando volvía tan pronto y acompañado. Una vez que le expliqué lo que me pasaba con la garganta, que era el motivo de mi vuelta, miró pensativa a Stephane ¿Qué pintaba aquel chico guapísimo, educado, callado y tan culto a mi lado? Se acercó a él y lo abrazó como a mí.

Dejamos todo en mi dormitorio y pensamos en ducharnos antes de almorzar pero… ¿cada uno por su lado o los dos juntos? Era demasiado pronto para que mi madre viera claramente algunas señales.

  • ¿Por qué tienes dos camas en tu dormitorio? – me preguntó intrigado -.

  • Mi hermano Alejo estudia en Barcelona – le expliqué -; su cama va a estar libre mucho tiempo; no viene en verano y me da la sensación de que no va a venir más.

  • Y… - se me acercó insinuante - ¿tendremos que dormir cada uno en una?

  • ¡A ver si te atreves! – lo abracé meciéndolo -; mientras tu padre no venga y te vayas, comeremos, dormiremos y… todo lo demás… ¡juntos! ¿Quieres?

  • Esa pregunta sobra, Mati – me besó mirando a la puerta -; lo que no quiero es que tu madre piense que soy un aprovechado o que te estoy pervirtiendo.

  • ¿Cómo? – reí escandalosamente -; puedo asegurarte que mi madre ya sabe lo que va a pasar. Nunca te va a tomar como un aprovechado ni un pervertido. En todo caso… pensaría que soy yo el que te estoy pervirtiendo ¡Vamos, dúchate tú antes! Tienes ropa limpia de sobra y… ¡slips! Luego me ducharé yo, nos vestiremos y esperaremos al almuerzo. A mi madre le va a encantar hablar contigo… ¡No tanto como a mí!

  • Espero que no te limites estos días a hablar solamente – se dirigió a la puerta -; tenemos muchas más cosas que descubrir.

Me lanzó un beso al aire, abrió la puerta y se encerró en el cuarto de baño. Sólo de pensar en su cuerpo desnudo bajo el agua de la ducha, deseaba verlo volver, ir a ducharme y hacerme una paja para darle descanso a mi cuerpo hasta el momento apropiado ¡Todo a su momento!

3 – Comprometiéndonos

  • ¡Vamos, chicos! – oímos a mi madre - ¡La comida está en la mesa y no quiero que se enfríe!

No nos entretuvimos nada… sólo el momento de rematar aquella cadena de besos que nos mantuvo sentados en la cama, en silencio, casi media hora.

  • Sentaos en el sitio que más os guste – retiró mi madre un par de sillas -; ahora ya no hay que guardar el mismo orden que antes.

Stephane me miró algo serio. Sabía que mi madre se refería a la ausencia temporal de mi hermano, a su propia presencia y a la falta de mi padre para siempre. Nos bastó una simple mirada para saber dónde queríamos sentarnos y esperé a que mi madre comenzase a comer.

  • ¡Perdón, señora! ¡Perdón, Mati! – dijo mi amigo tímidamente - ¿Les importaría que orase antes de comer?

  • ¡No, hijo! – lo miró mi madre atónita - ¡Muy al contrario! Bendice tú la mesa y oraremos los tres.

  • ¡Sí, claro, pero en español, por favor!

Después de sonreírme como lo había hecho en aquella primera cena del pueblo, cruzamos todos nuestros dedos sobre el mantel y le oí una oración por nosotros y por los alimentos. Incluso después del amén esperamos a que mi madre comenzase a comer. Estaba seguro de que Stephane tenía una educación mucho más rígida y mejor que la nuestra, pero aquellos momentos religiosos de recogimiento no encajaban con los otros que habíamos vivido desde el día anterior. Otra vez me empalmé al mirarlo. Necesitaba imperiosamente unir mi cuerpo al suyo sin dejar aire entre nuestras pieles.

  • Esta tarde, Mati – comentó mi madre -, pensaba ir a ver a tía Ángela

  • ¿Y no vas a ir?

  • No creo que os importe que vaya… - nos miró inexpresiva -; tal vez te hubiese gustado venir a verla, pero creo que preferirías descansar y estar con nuestro huésped.

La mirada sonriente de mi madre dejó desarmado a Stephane; sabía que, aunque fuese una aventura de dos chicos, había algo entre nosotros. Le hubiera dado las gracias por su gesto; sabía también que, en cierto modo, quería dejarnos solos. No me equivocaba.

Hablamos de muchas cosas. Mi amigo remedaba a su desagradable madre y le contaba a la mía cómo era y cómo se comportaba con él. Mi madre no podía dejar de escucharle ensimismada. Lo que contaba no le parecía real… pero lo era. Recogimos los dos la mesa y le dije que descansase o que se fuese a ver a mi tía cuando quisiese. Se fue a su dormitorio después de besarnos y dejamos las cosas en la cocina para volver al dormitorio.

  • ¡No sé cómo puedo aguantar tanto tiempo sin tenerte! – me dijo -; no quiero sorpresas. Esperaremos a que tu madre salga.

  • Respetará nuestra intimidad – quise tranquilizarlo -; con lo poco que hemos hablado ya sabe lo que hay

  • Pues cuando venga mi padre – me dijo misteriosamente – vendrás a conocerlo, pero prométeme que no vamos a separarnos ¡No sé cómo vamos a seguir juntos!

  • Me comprometo a no dejarte solo nunca – lo besé en la mejilla -; ya veremos qué hacemos. Podrías quedarte para siempre, pero imagino que querrás estar con tu padre y… mucho después… ¡hay que seguir estudiando!

  • Hay algún problema en esas cosas, sí – asertó -; tendría que volver a París para estudiar o quedarme y estudiar aquí ¡No sé cómo vamos a hacer eso!

  • ¡Estoy seguro de que tu padre sí lo sabe, Stephane! Él sabrá lo que podemos hacer, pero quiero tenerte a mi lado. París está muy lejos y allí también hay muchos chicos

  • ¡Arrète-toi! – era la primera vez que me hablaba en francés y muy enfadado - ¿Piensas que yo me iría y te dejaría aquí con otros? ¡Me lo has prometido! ¡Sólo yo!

  • ¡Sí, sí! – casi le estaba rogando - ¡Sólo tú y yo, por favor! Ya veremos la solución… ¡La tiene!

4 – Intimidando

En cuanto cerró mi madre la puerta para ir a ver a tía Ángela, corrimos el uno al otro y comenzamos a arrancarnos las ropas mientras nos besábamos desesperadamente.

  • ¡Tengo amigdalitis, bonito! – susurré -.

  • ¡Dámela!

Besándonos y empujándonos llegamos al dormitorio en slips y agarrándonos con fuerzas los miembros, caímos en la cama; no hizo ningún otro comentario. Se echó sobre mí y nos rozamos sin descanso hasta estar empapados en sudor. Se incorporó y se movió despacio hasta que supo que la punta de mi polla estaba encajando en su culo; se dejó caer apretando lentamente.

El placer era demasiado para aguantar mucho tiempo y su movimiento me estaba haciendo disimular antes de correrme. Pero se dio cuenta cuando me derramé a cañonazos en su interior mientras acariciaba sus huevos con mi izquierda y lo masturbaba suavemente con la derecha.

Al ver cómo contenía el dolor y el placer, se levantó muy despacio y paró cuando me oyó suspirar; acababa de salir de él, pero no solté sus partes. Reptó lentamente sobre mi pecho hasta que tuve su capullo rosado y brillante ante mis ojos. Se dejó hacer y se limitó a mirarme sin parpadear. Cuando su respiración se aceleró y su cuerpo se estremeció, varios chorros, como aspersores, derramaron su interior sobre toda mi cabeza. Me lamí.

  • ¡Voy a limpiarte! – susurró - ¡Te he puesto perdido!

  • En ese mueble hay toallas – respondí ingenuo -.

Pero no se movió de su sitio; agachó la cabeza y comenzó a lamer su propio semen mientras me besaba y murmuraba en mis oídos:

  • ¡No necesito toallas! Contigo tengo todo lo que necesito.

Aunque pensábamos – y deseábamos – seguir follando, nos quedamos dormidos.

5 – Uniéndonos

Cuando llegó mi madre nos encontró dormidos en la misma cama y abrazados. Sin abrir la puerta apenas, nos avisó de que estaba allí. Nos asustamos algo, pero salimos a ducharnos, nos vestimos y fuimos al salón.

  • ¡Hola, mamá! – saludé - ¿Cómo lo has pasado?

  • Tan bien como vosotros – respondió sonriente - ¡Venid aquí!

Nos acercamos a ella y nos abrazó sin distinguir al uno del otro.

  • ¿Por qué no dais un paseo? – propuso -; os prepararé mientras la cena.

Mi madre había asumido lo que estaba viviendo y no hicieron falta palabras para que supiésemos que íbamos a estar juntos, allí, mucho tiempo.

Cuando llegamos, encontramos con ella a dos hombres. Se identificaron seriamente. Eran una pareja de la policía secreta. Pidieron hablar con Stephane a solas y pasaron a la salita. No estuvieron allí ni siquiera diez minutos. Salieron sonrientes y se despidieron con amabilidad. Sólo querían saber si Stephane estaba allí por su propia voluntad y si estaba atendido. La sonrisa de mi amigo hizo el resto. Comprendimos que doña Pepa tuvo que decir dónde podíamos estar, pero se encargó de advertir a la policía de que «la madán» nunca debería encontrar a su hijo. Ellos tenían datos suficientes y sólo se encargarían de comunicarle que su hijo estaba muy bien.

Tuvimos muchos más días para divertirnos. Fuimos a jugar, a hacer deporte, a la piscina, al cine, de compras… ¡Fue muy divertido, pero corto! Su padre ya estaba en Madrid.

Tomamos el metro y fuimos a visitarlo por la mañana. Al abrir la puerta, miró con pasión a su hijo y volvió su rostro hacia mí. Ya sabía lo que estaba pasando. Abrazó a Stephane como me abrazó a mí y hablamos mucho.

  • Puedo preparar en pocos días todos los papeles – dijo -; Stephane se quedará a estudiar aquí. Esta es vuestra casa, pero me parecéis muy jóvenes para estudiar y mantenerla en orden.

  • ¡Podemos seguir en mi casa! – exclamé - ¡Mi madre está muy contenta!

  • Lo creo, hijo – acarició mi rostro -, pero las cosas no son gratis. Pagaré todos los gastos de Stephane y vendré a veros de vez en cuando. El resto lo decidís vosotros. Aquí tenéis las llaves de vuestra casa.

Sólo nos separábamos cuando íbamos a la facultad – cada uno iba a una distinta -, pero compartíamos todo el tiempo y, la noche, era una sola cosa para los dos.

Él me enseñó cómo se aprende sin que tu madre ni tu padre te enseñen y, así, aún vivimos juntos y todavía no nos hemos descubierto totalmente.