Star Trek - La Alférez TKu (2/2)

T´Ku pretende pasar el celo vulcano en la nave, ayudada por una simulación holográfica. Al ver que no funciona, el teniente Lawson Mckee decide actuar al margen de las ordenanzas de la Flota Estelar.

  • Ordenador, abra el diario personal del jefe de seguridad Lawson Mckee. Fecha estelar 45236.5, inserto. Los esfuerzos de T'Ku por superar el "pon farr" dentro de la nave han debido ser infructuosos a juzgar por su comportamiento. No parece haber servido de nada el escaneo subatómico de mi cuerpo que la ofrecí para que lo usara como personaje en sus simulaciones eróticas. Desde hace un par de días no come, ni siquiera sopa de Plomeek, y responde a las ordenes tan irasciblemente que ha terminado por solicitar al capitán unos días de permiso, y él, ignorante de la situación, se los ha concedido, aunque no sin preocupación. Hoy lleva todo el día encerrada en su camarote, supongo que meditando para soportar el celo vulcano, o absorta en cualquier proceso místico propio de su especie y que escapa a mi comprensión. Me siento tan culpable por haber mantenido mi palabra durante estos días; de haber revelado su secreto al capitán ahora podríamos estar llegando a vulcano y su vida no correría peligro. Por tanto y teniendo clara ya la posibilidad de traicionarla, he preferido estudiar la situación por si pudiera ayudarla de alguna otra forma antes de llegar a ese extremo. Bien ha merecido esto la noche entera escudriñando lo más significativo de la base de datos de la nave y, abusando de mi acceso como jefe de seguridad, he espiado los registros de sus movimientos en el ordenador. “¡Voila!”  a última hora de ayer estuvo modificando su programa y tiene planeado ir a la holocubierta a las veintitrés horas de hoy. Debe estar queriendo quemar un último cartucho; alguna idea que se le haya ocurrido a la desesperada. Igual de atropelladamente yo también he urdido un plan creyendo que me permitirá mantener mi palabra y, sobre todo, que a ella le permita seguir con vida. Está decidido, voy a intercambiarme por mi personaje entrando con T’Ku al simulador. Estoy seguro que una persona real, por el motivo biológico que sea, puede llegar a ser efectivo satisfaciendo sus primarias ansias sexuales. Además, de culminarlo con éxito, yo no me veré expuesto a posibles consecuencias.

Llegué unos minutos antes que ella la holocubierta uno, accedí a su interior y di instrucciones al ordenador para que me ocultara. Una vez T´Ku arrancara su programa, el propio sistema me integraría dentro de la farsa haciéndome parecer parte de la simulación, como si fuera un holograma más. Al poco, la Alférez entró como una exhalación, sudaba jadeante por haber llegado a la carrera. Recuperando el resuello esperó unos instantes.

  • Ordenador, ejecuta la "Simulación Personal Tres" - dijo después de un rato sin quitar ojo a la puerta, parecía haber llegado huyendo de alguien. Al tenerla tan cerca, mi corazón palpitó, incluso diría que más que al entrar en combate. El simulador generaba una imperceptible capa de fuerza que refractaba la luz a mi alrededor para que fuera invisible a sus ojos. Procuré calmarme permaneciendo ese tiempo inmóvil, aguantando la respiración frente a esa implacable feminidad, deleitándome con su esbelta figura de firmes y redondeadas formas apretadas contra el azul uniforme de la flota. Eran suyas las puntiagudas cejas y orejas, el recto flequillo y ese rostro de mirada felina tallado para hipnotizar, sin embargo, estaba tan alterada que no parecía ella misma. Temí que estuviera atravesando el último estadio de ese letal celo vulcano.

La simulación comenzó y yo me hice visible al tiempo que un pueblo vulcano aparecía en lo alto de las montañas de un valle. La temperatura y la gravedad subieron y un rojo apagado coloreó el cielo despejado. Me encontraba rodeado por un tumulto de vulcanos, todos hombres, ataviados con ropas y armaduras plateadas y de aspecto ceremonial. Me miré; yo vestía igual. Luego lo hice alrededor: esperábamos en lo profundo del valle, en la arena a la orilla de un lago de aguas oscuras; pero que destelleaba reflejando el cielo. Un hermoso templo tallado en piedra se erguía imponente ante nosotros y a este lo presidía su ornamentado balcón en forma de púlpito al que se accedía por dos escaleras curvas situadas a cada uno de sus lados. Sin duda le tenía que haber costado mucho trabajo a T´Ku recrear cada uno de aquellos detalles en tan fabulosa simulación y pensé que debía ser su pueblo natal o algún sitio importante para ella. Sonidos de cascabeles anticiparon la llegada de lo que entendí que era una comitiva vulcana, que bajó parsimoniosamente por el camino del pueblo cruzando el umbral del arco que daba acceso a tan singular emplazamiento ceremonial. No llegaban a treinta entre hombres y mujeres, la mayoría cubiertos por túnicas claras, y de entre ellos destacaban los cuatro guardias que portaban a pulso a lo que debía ser la sacerdotisa, que viajaba sobre una silla ornamentada también con respecto a sus tradiciones. Una vez en el centro del púlpito, los guardias bajaron a la sacerdotisa y esta, tomando una vara, anduvo hacia el centro y golpeó el gran gong que presidía en él... los cascabeles cesaron de sonar.

  • ¡Koon-ut-kal-if-fee! - proclamó la sacerdotisa abriendo los brazos hacia nosotros, el tumulto a la orilla del lago en el que yo me encontraba - ¡Que comience el ritual de la "fiebre de la sangre"! - volvieron a sonar los cascabeles, ahora incluso con más fuerza. La sacerdotisa se hizo a un lado y esperó a que se abriera la puerta del templo, siendo esta, durante unos instantes, el foco de todas las atenciones. Emergió de la oscuridad de su interior una joven cabizbaja con las manos abiertas y unidas entre sí de esa particular manera vulcana que adoptan para meditar. Estaba abstraída, como en trance. Lucía un peculiar tocado en su negra melena, engalanado por perlas y joyas que apenas pude apreciar desde la distancia. Tampoco era menos peculiar su metálico vestido de cuello alto y anguloso; en su cintura comenzaba una falda acolchada realmente extraña para mis estándares humanos. Fue entonces cuando reconocí su busto, ese tan redondeado y puntiagudo que tan malas noches me estaba dando. Sin duda era el de...

  • ¡T´Ku, hija de T'Shaa y Sijek! – dijo la sacerdotisa desvelando su identidad - ¡Separada por siempre de Skac y nunca tocada! ¡Para ti sólo hay dos formas de llegar a este anochecer! ¡Desposada con el vencedor de tus pretendientes o privada de la vida consumida por la fiebre de la sangre! ¡Puedes elegir ahora a tu campeón o callar en espera del vencedor de tus pretendientes! - atenta a esto, T´Ku levantó mirada y pude contemplarla en plenitud. Estaba más bella que nunca.

  • ¡Elijo a Lawson Mckee, el humano! ¡Hijo de Sarah y Ronald! - me tensioné al escuchar su fría y dulce voz pronunciando mi nombre y el de mis padres, sin tener muy claro lo que significaba aquello dentro del ritual.

  • ¡Da un paso al frente y muéstrate! - solicitó la sacerdotisa mirando al tumulto. Yo lo avancé firme, para liderar a ese grupo de vulcanos - ¡Nada te ata a nuestras costumbres hijo de Ronald y cómo humano que eres, sólo deberás ascender por las escaleras en caso de querer casarte con T´Ku y estar dispuesto a defender, en combate singular frete a los otros pretendientes, tu posición de Campeón!

  • ¡Señora, yo amo a T´Ku y defenderé con orgullo la posición que me ha otorgado! - ¿lo había dicho en serio? Sólo era una simulación, pero me sorprendió la facilidad con las que aquellas palabras brotaron de mi boca. No pensé ni por un instante en la cara que hubiera puesto mi novia, la Alférez Puket, de haberme escuchado decir tal cosa.

  • ¡El campeón ha sido elegido! - proclamó y sonaron los cascabeles. Yo mientras subía al púlpito creyendo que sabía lo que hacía - ¡Ahora preguntaré solo una vez a los varones aquí presentes: ¿Alguno quiere retar a muerte al Campeón por la mano de T´Ku?! - “maldita sea” me dije, “¿combate a muerte? Cómo se las gastan en vulcano para conseguir algo tan normal como el matrimonio” y di gracias a dios por que toda aquella locura fuera sólo una simulación sometida a los protocolos de seguridad de la flota, con ellos activados, hasta el holograma más intimidante resultaba inofensivo y carente de riesgo físico. A parte de todo también me sorprendió que hubiera programado a dos vulcanos para que dieran un paso al frente, a cual más corpulento. Kolviat y Linau dijeron que se llamaban cuando fueron preguntados. Era costumbre que sólo el ganador de entre los pretendientes se enfrentara al campeón elegido por la novia, por lo que los dos subieron al púlpito y se dispusieron a enfrentarse entre sí. Ofrecieron a ambos una especie de lanza corta y pesada. Un extremo lo coronaba un hacha y otro la cabeza de una maza a modo de contrapeso. Dos partes metálicas unidas por un asta de madera al que llamaron Lirpa.

Recuerdo que lo blandieron diestramente enfrentándose con brutal arrojo. Hay que tener en cuenta que muchos humanos dicen que un vulcano tiene la fuerza de diez hombres. Yo no creo que sea tanta la diferencia, he conocido a hombres muy fuertes, pero si es evidente que por lo general son físicamente superiores a nosotros. Kolviat, más bajo y enjuto, encimaba a su rival y lo condujo por puro desgaste hasta el centro del púlpito, después de un tiempo de lucha. Algo me llamó la atención entonces en la comitiva. Era T´Ku, pareció perder el control observando el combate. Dos jóvenes vulcanas, con las túnicas decoradas diferentemente, bordadas en azul, la agarraron por los brazos para evitar que se revolviera. Parecía querer lanzarse al centro de la pelea. Chorretones de sudor se le derramaban por la nariz de tanto que transpiraba y, de vez en cuando, le daban de beber para que no se deshidratara. De nuevo, no me pareció ella misma en ese estado salvaje.

Besó el suelo uno de los pretendientes y volví a mirar al enfrentamiento. Allí, caído frente al gong, Linau intentaba evitar un amenazante círculo de rocas incandescentes. Eran translucidas, parecidas al cuarzo, y refulgían intermitentemente en varios colores, crepitando envueltas entre abrasadoras chispas. Con la madera de la Lirpa de su rival al cuello, el caído luchador intentó no abrasarse la cara contra ellas. Se revolvió rodando por el suelo con la mala fortuna de quedar a merced de Kolviat. Este, sabiéndose en superioridad, de un mandoble decapitó a su rival. La cabeza, arrancada de cuajo, rodó hasta los pies de T´Ku dejando un reguero de sangre verde por el enlosado. Ella bramó al cielo forzando a sus cuidadoras a emplearse a fondo. No parecía apenada por ese infeliz precisamente. Pude escuchar seguidamente el sonido de la lirpa del ganador, la arrastró por todo el púlpito caminando al encuentro de la sacerdotisa.

  • ¡Reclamo mi derecho de exposición al salir victorioso tras arriesgar la vida! – solicitó a la jefa de la ceremonia.

  • ¡El derecho te corresponde Kolviat, hijo de Skos y V'les! ¡Que las damas de honor traigan a la novia!

Los guardias de la comitiva relevaron a las damas de azul una vez hubieron arrastrado a T´Ku ante el ganador y la sujetaron por los brazos con mayor ahínco. En esos momentos, inmovilizada, perdía la mirada en el infinito. Kolviat levantó la lirpa frete a ella para mí sorpresa, de veras que no sabía que esperar. Con el filo del extremo de hacha y lentamente fue cortando en dos jirones su vestido ceremonial que se abrió de arriba a abajo y cayó al suelo. Aún dentro de la extrañeza de aquella situación, no pude evitar ruborizarme al contemplar a T´Ku prácticamente desnuda. Tan sólo estaba cubierta por unas botas altas y unas braguitas, y tuve la sensación de estar viviendo el momento más único de mí vida. Era tan perfecta… solo podía tratarse de una diosa. Forcejeó con los guardias para liberarse de ellos y quedé hipnotizado por el bamboleo de semejantes redondeados y turgentes senos puntiagudos. Su tez morena brillaba por el sudor, resbalándole este por el canalillo y abdomen hacia las ingles. La rociaron con agua, querían calmarle la “fiebre de la sangre”, pero su piel pareció evaporarla al contacto.

  • ¡Ha llegado el tiempo del combate final por la mano de T´Ku! ¡Que se acerque el campeón y el vencedor de los pretendientes! - así lo hice y cuando sopesé la lirpa pude comprobar que la aleación de sus metales era más ligera de lo que me había parecido en un principio. Momentos antes de comenzar el combate miré a los ojos de mi oponente, sólo eran los de un holograma sin alma, y me sentí confiado. Fue él el que abrió la contienda lanzándome un tajo que esquivé sin problemas. El aumento en la gravedad y calor del planeta no parecían afectarme especialmente. Sin darme cuartel lanzó otro golpe y luego otro y me obligó a retroceder. Miré a T’Ku, estaba como enloquecida observándonos, no paraba de forcejear con los guardias gritando y coceando. Un hilo de líquido azul discurría por el interior de sus muslos y distraído en esto no pude esquivar completamente el cuarto mandoble que tiró mí adversario. Golpe de soslayo, armadura perforada y un rasguño en todo el ancho de mi pecho para mostrar así a los presentes lo roja que era mi sangre. “¿Herido? ¿Cómo podía haberme herido con los protocolos de seguridad activados?” entonces pensé en las modificaciones de última hora que T´Ku debía haber hecho al programa. Seguramente había pensado que, al desactivarlos, la simulación resultaría más real y por tanto más efectiva para aliviar su celo. No me puse nervioso ante tal cosa, había estado en circunstancias peores, pero si tomé conciencia de lo real del combate y de que tanto T´Ku como yo nos jugábamos la vida en él. Pasé al ataque blandiendo aquel armatoste primitivo como si de una katana se tratara, en mi juventud había estudiado kendo japonés. Algunas técnicas resultaban efectivas, aunque mi oponente se manejaba en una liga, el dominaba las artes específicas de la lirpa. Siendo como fuere, esto me permitió resistir un tiempo y no morir como un perro. Retrocedí poco a poco recibiendo golpes menores, los que no conseguía parar o esquivar, y partes de mi armadura metálica saltaron por doquier. Ya casi sin su protección y al borde del círculo de piedras incandescentes recordé a Linau y a su cabeza volar. Tenía que cambiar de estrategia. Esquivé el golpe que me hubiera postrado a los pies de las abrasadoras rocas y me deshice de la lirpa tirándola a un lado. Kolviat dudó un instante… No necesité más, aproveche para arrearle el más fuerte directo a la nariz que le haya dado nunca a nadie. Hincó las rodillas en el suelo agarrado a un hilo de sentido. Con el golpe prohibido de Muay thai se lo quité del todo, en cualquier campeonato me hubieran descalificado por una cosa así.

  • ¡Sólo es completa la victoria al morir uno de los pretendientes! - me advirtió la sacerdotisa. Nunca me ha resultado fácil quitar la vida a alguien, incluso sabiendo que tan solo era un holograma. Sin embargo, caminé hacia mi lirpa mascullando… me recordaba la razón por la que hacía todo aquello. Levantándola me fijé en T’Ku, estaba realmente alterada: chillaba y se meneaba para zafarse de los guardias; se frotaba las piernas la una contra la otra. Al bajar el metal y sonar el crujir del cuello de Kolviat, de la entrepierna de ella manaron, en pequeños espasmos pélvicos, un par de hilos más de ese líquido azulado.

  • ¡El campeón ha ganado! ¡Puede reclamar a la novia! – Los cascabeles volvieron a sonar y todos los presentes, tanto en el púlpito como en la arena, me aclamaron con vítores efusivos. Resultaba tan impropio para los vulcanos que sonreí al comprender que pocos humanos debían haber presenciado nada tan íntimo y secreto de su cultura.

  • ¡Reclamo a T’Ku, hija de T'Shaa y Sijek como mi esposa!

  • ¡Que las damas de honor preparen al novio para el ritual final de consumación! ¡T'Pril hermana de la novia y Sarath prima de ella! - y estas se despojaron de las túnicas ornamentadas en azul quedando sólo tapadas por pequeñas braguitas negras, tal y como ocurría con T´Ku. “Empieza fuerte esto” me dije sujetándome la mandíbula abrumado. Pocas mujeres en la tierra podrían haber rivalizado en belleza con ellas. Eran tan hermosas, altas, atléticas… esbeltas; ambas morenas y en boyante plenitud juvenil. Sus afiladas cejas y orejas las conferían una mirada de apabullante exotismo y no pude más que encogerme por lo apretado de mi pantalón. Me condujeron de la mano a una suerte de potro de torturas que había pasado por alto al estar en el otro extremo del púlpito y me ataron a él con cuerdas, fuertemente de pies y manos. No opuse resistencia no pensaba que fueran a fustigarme ni nada parecido, ¿o sí? Los guardias llevaron a T’Ku tras ellas y allí, frente a mí, la mantuvieron sujeta. T'Pril su hermana, hábilmente me quitó lo poco que me quedaba de armadura en el torso, rozándome en un par de ocasiones con los pezones por mi espalda y cara. Era tan parecida a T´Ku, hubiera jurado que más joven y alta que ella, con menos pecho, aunque igual de puntiagudo. Se movía contoneándose con gracilidad. En su prima sin embargo se notaba la diferente genética; era más clara de piel y ancha de hombros, como los de una nadadora, y esto le permitía lucir un pecho grande y llamativo, de natural bamboleo algo descolgado. Ella me bajó pantalones y al rozarme por encima del calzoncillo respingué intentando prepararme para lo inesperado. Por supuesto que no podía imaginarme que me lo arrancara de una dentellada y escupiera a un lado el trozo de tela que le había quedado en la boca. Del susto perdí erección, en un instante me dio la impresión de que me arrancaría los genitales. No fue así, por lo que quede desnudo, sentado y atado frente a T´Ku, los guardias que la retenían y las damas de honor, siempre bajo la atenta mirada del resto de vulcanos. T'Pril, arrodillada ante mí junto a su prima, me lanzó la cara a la entrepierna para recorrerme el pene de abajo a arriba con un lametón intenso y evolvente, ardiente e intencionado, y gesticulé para encajarlo. A cada milímetro de ascensión mi pene fue recuperando la dureza y yo, rendido a ellas, no hacia más que preguntarme los motivos de tan histriónico ritual que, igual que me hacía luchar a muerte, me regalaba tan maravilloso momento con sus damas de honor. No era momento de cuestionarme el plan, había llegado el punto de no retorno con T´Ku apunto de explotar, aunque algo en mi interior me hiciera sentir culpable. Meneaba la cabeza resoplando cuando, seguido a esto, Sarath, acompañando desde el otro flanco, prefirió meterse mis testículos en la boca siempre atendiendo a no interrumpir los lametones con los que su prima me sometía. Varias veces se intercambiaron la tarea y en esos impases aproveché para recuperar el resuello. Es tradicional en la cultura vulcana estudiar los puntos del cuerpo con más terminaciones nerviosas y de mayor sensibilidad para, mediante masajes relajantes, aumentar el autocontrol. Lo llaman “neuropresión” y nunca hubiera imaginado que se pudiera aplicar oralmente y con fines tan marcadamente eróticos. Continuaron uniendo los labios dejándome el sexo en medio y así frotaron al unísono. Inspiré hondo apretando los puños a merced de ese roce húmedo por el que terminaba penetrando al aire. Se susurraron algo, aún con mi polla en el medio de sus bocas y abundaron atacándome el glande con la punta de la lengua. Alcé la mirada buscando consuelo y allí, estaba T´Ku, contemplándonos desquiciada, retorciéndose; rabiando y babeando… gritando por lo que la ardía dentro y la mataría si no se desfogaba. La prima se apartó y T'Pril procedió introduciéndose todo mi sexo en la boca, hasta la garganta. No me terminaba de acostumbrar a ese calor interno de las vulcanas y luché por no correrme, quería reservar todas fuerzas para T´Ku ya que entendía que tarde o temprano tendría que hacerla el amor para aliviar la fiebre de su sangre. En ningún momento comprendí la acuciante necesidad que tenían las damas de honor, dentro del ritual, por hacerme eyacular. Yo seguía transpirando, jadeaba y apretando los dientes me resistí, una vez más, para su decepción. Apartó entonces la voluptuosa vulcana a su prima, tomando el control, y hundiendo mi virilidad entre aquellos enormes tetones se los agitó con fuerza para que botaran; apretándoselos por las axilas con las manos. En cada rebote mi glande asomaba entre ellos, momento en el que T'Pril aprovechaba para lamérmelo. Rebasado mí límite, en uno de esos arreones, bañé la cara de una y los melones de la otra, apretando los puños y tensando las cuerdas que me ataban. Lo habían conseguido y temí por T´Ku. Supuse que era costumbre comprobar la virilidad del novio y temí no dar la talla por segunda vez.

Pensaba en esto cuando T'Pril se incorporó, con dos dedos se acarició la mejilla recogiendo una muestra del semen que le chorreaba por la cara y se encaminó hacia la sacerdotisa. Ya frente a ella y alzando la mano, restregó por los labios de la jefa de la ceremonia esos dos dedos embadurnados. La sacerdotisa se relamió y, con un gesto de aprobación, pareció permitir que continuara el ritual. Solo fue después de este gesto cuando T'Pril fue ante su hermana y repitió el proceso dándola a probar a ella también mis secreciones. T´Ku recorrió sus labios con la lengua calmándose de súbito… Se paró el mundo y me miró a los ojos tan ardientemente que no creo que ningún hombre pudiera resistirse a algo así, aunque le fuera la vida en ello. Miraban los guardias a las damas de honor, parecían estar esperándolas para soltar a T´Ku, otra parte del rito que se me escapaba. Alguien de la comitiva, con una reverencia, ofreció a Sarath un ánfora de barro a medio llenar, y ella, parsimoniosamente, fue recuperando cada gota de semen que le escurría por el pecho para echarlo adentro. Las dos damas de honor hundieron las manos en el ánfora, removieron el interior y las sacaron embadurnadas de un ungüento incoloro. Me frotaron la fláccida entrepierna con él y automáticamente se convirtió en una roca. Yo me la admiré pensando que podría batear en un partido de baseball con ella. “Eso era su as en la manga, lo que me permitirá comportarme como un hombre”. Mi sonrisa se fue desdibujando con la mirada de T´Ku, parecía querer devorarme.

Entonces sí, los guardias la soltaron y se abalanzó sobre mí arrancándose las bragas por el camino. De un violento salto se subió encima mío agarrándome la cara con las dos manos. Bajó las caderas y se penetró de un tirón, fuerte y abajo. Acto seguido miro al cielo y gritó, más parecía un animal que una persona. Estaba tan caliente por dentro que me asuste temiendo quemarme, burbujeaba en ebullición. También en su interior sentí movimientos extraños retorciéndose como si de pequeños gusanos se tratara y me acariciaron suave pero rápidamente. En cualquier circunstancia, sólo esto debería haberme provocado el mayor orgasmo de mí vida, sin embargo, el ungüento hizo su función y me permitió soportar aquellos extremos. Furiosa, comenzó a botar sobre mí salvajemente, apretándome con mayor fuerza los pómulos con sus pulgares y restregándome las tetas sudadas de estrógenos por la cara, maldiciendo mientas al aire en su idioma. Conseguí zafarme de la presa que me hacía en la cara para contemplar las expresiones de impaciencia de todos los que nos miraban.

El enloquecido botar de T´Ku continuó, y más y más que lo hizo. Babeaba, aullaba y parecía gustarle sacársela para volvérsela a meter hasta el fondo, penetrándose frenéticamente entera a cada empellón, y de este modo lo hizo un largo rato, en el que en el que su intensidad y desesperación fueron aumentando.

De pronto paró.

Yo estaba dentro de ella cuando lo hizo, se quedó muy quieta y clavándome las uñas en la espalda se mantuvo así unos instantes. Los gusanos de su interior hirvieron. Atónito, y con T´Ku encima de mí tiritando, miré a mi alrededor, la comitiva nos observaba con el alma en un puño… unos segundos más y la sobrevino a borbotones una abundante explosión de flujos azules incandescentes, con ella resoplando y convulsionando entre espasmos pélvicos sobre mí. La gente rompió entonces en vítores y los cascabeles volvieron a sonar. Se había salvado.

  • ¡Os declaro marido y mujer! - proclamó la sacerdotisa. “¡Qué manera de casarse!” pensé.

Fueron unos momentos tan raros como todo lo demás al ser envueltos por el gentío enfervorecido. T´Ku se separó de mí y pude apreciar de nuevo el rictus serio de la Alférez T´Ku, el que siempre había conocido.

  • Ordenador - susurró aún resoplando -, finalice la “Simulación personal tres” - el ordenador volvió a hacerme invisible a sus ojos al tiempo que disolvía el rojizo valle vulcano y daba paso a las rectangulares formas de artificiales colores del simulador.

  • Ordenador, quite la capa de ocultación al teniente Lawson Mckee - mi cara debió ser un poema al hacerme visible ¿Cómo podía haber sido tan descuidado como para no encriptar esa rutina del programa?

  • ¿Cómo está alférez? - tartamudeé.

  • Estoy mejor.

  • ¿Cómo ha sabido que yo, bueno, que mi holograma no…?

  • Puedo percibir la actividad mental con el contacto físico - e hizo una pausa -. Teniente, entiendo que nuestro acuerdo bidireccional de confidencialidad sigue vigente. Sólo quería agradecerle el esfuerzo que ha hecho con respecto a mi problema y le aseguro que no le supondrá ningún problema con el capitán ni con su pareja, la Alférez Puket.

  • Era lógico intentar salvarla - ella asintió dando por bueno lo ocurrido y se dispuso a salir del simulador.

  • Ordenador, vístame de uniforme - el azul uniforme científico se materializó sobre T´Ku dejando de nuevo sus curvas apretadas dentro de él.

  • ¿Qué va a hacer ahora?

  • Voy a informar de mi vuelta al servicio. Aún no se ha conseguido optimizar el funcionamiento de los escudos de la nave. Tengo mucho trabajo por hacer - y antes de salir se giró hacia mí - teniente.

  • ¿Sí?

  • Póngase algo encima - yo seguía desnudo, más tieso que un totem andoriano y empapado de líquidos azules.

Cámberbun y BustyLucía

Lucía, muchísimas gracias por leer mis borradores, orientarme, darme ideas y sobre todo por animarme a escribir (soy un poco pesao!!)