Stag Life 26 Baby Face 2 (1986)
En esta cinta del omnicálido Alex De Renzy colisionan los setentas, representados por un Jamie Gillis poseído por Dionisios, con los ochentas, representado por un puñado de bellezas. Gillis es como Austin Powers, pero dirty. De lo mejor de la década.
Stag Life 27: Baby Face 2 (1986)
Título: Baby Face 2 (1986)
Dirige: Alex De Renzy
Título Región 4: Posesión Sexual.
Performancers:
Kristara Barrington [Facial]
Lois Ayres [Facial]
Cuadro de honor:
Candie Evans
Reseña:
Con frecuencia hago uso de voces inglesas, ya porque no hay una traducción exacta al español, o bien porque al traducirla se pierde el ingenio con el que el hablante de esa lengua extraña expresa lo que dice. Más que palabras son expresiones que encierran una forma de ser y pensar. Por citar un ejemplo referiré la siguiente expresión que se la leí decir a alguien en un foro : “ Alex De Renzy is hot ”.
Quien así se expresaba quería decir que, antes de ver la película, bastaba con saber que la rodaba Alex De Renzy para saber que la cosa iba a quemar. “ Is hot ” no tiene traducción posible. Literalmente se podría traducir como “está caliente” o “es caliente”. En español, decir que alguien “está caliente” obedece a un momento febril, mientras que “es caliente” supone que dicha persona es propensa a la calentura y a la excitación sin mayor motivo que decir que así es él o ella. Sin embargo, en español, el que alguien diga, por ejemplo, que Alex De Renzy es caliente, en forma alguna sugiere un vínculo entre éste y quien le está diciendo caliente. Es como si ser caliente fuese problema de Alex De Renzy, y quien le llama así no hace sino describir una característica innata de Alex, característica que por cierto, nada tendría qué ver con quien lo cataloga de caliente.
Lo curioso es que todo juicio que emitimos tiene qué ver con nosotros. Por ejemplo, si dices que fulana es fea porque es negra y se ha hecho una extensión en el labio inferior con un plato, eso tiene qué ver con uno. Obvio, habrá algún varón de la tribu etíope Masai que diga que sólo con tal extensión una chica es hermosa (Me es difícil creer que semejante plato colgando de la boca sea sexy. Ya queriéndole encontrar una utilidad, imagino que una eyaculación en la boca ha de ser muy distinta allá, pero ni aun esa utilidad me persuade a que semejante modificación sea hot ). Es cuento de nunca acabar. Ignoro qué es hot para un japonés, aunque lo imagino; pero no vayamos tan lejos, sabrá Dios que es hot para el vecino.
La expresión “ Is hot ” que usan principalmente los estadounidenses, compromete un poco a quien lo dice. Escuché en un programa de chismes que una comentarista decía: “ Oh my God, Ricky Martin is hot!”. Los ojos abiertos, la mímica de las manos como si entre sus dedos sujetara las nalgas de Ricky Martin, dejan en claro que está colgándole al cantante latino, gay confeso desde hace muy poco, la etiqueta de caliente, pero a la vez exhibe que era ella la que se calentaba viéndolo bailar.
Aclarado el punto de que las etiquetas que le colgamos a los demás tienen siempre nuestro toque, me atrevo a decir que Alex De Renzy is hot .
Alex De Renzy es uno de esos contados directores que no sólo tienen consistencia y sello propio, sino que además cuentan con un instinto privilegiado para capturar un sexo impresionante.
Hay directores de menos a más. Hay directores que todo lo que tocan lo echan a perder. A veces uno ve la lista de actores que participan en un filme y se soba las manos como mosca hambrienta, confiando que la cinta será espectacular, pero luego te encuentras con que la cinta está tan mal rodada que nada luce en su sitio. Me recuerda esto a un concierto de Iron Maiden al que fui, en el Autódromo Hermanos Rodríguez, en la Ciudad de México. No era la primera vez que los había visto, de ahí que me consta lo buenos que son en vivo. Pues he aquí que el sonido estaba mal regulado y todo se escuchaba mal. Sólo se escuchaba uno de los tres guitarristas que trae el grupo. Salí de ahí encabronado porque sé que el grupo se esforzó igual, se oyera bien o mal. Debían de haber entregado a la muchedumbre enardecida al encargado del sonido, para que el pueblo le hiciera comprender la importancia de su trabajo.
Peor que una película mala son aquellos productos que ni a película llegan, entiéndanse: lo simples videos que muestran contenido sexual, tan en boga hoy en día.
Luego están las cintas malas. En un filme porno mal rodado los actores se esforzarán lo mismo, pero se les rodará mal, se ignorará las expresiones del actor y la actriz, la cámara se centrará en tomas clínicas e insípidas, la iluminación estará mal, el money shot se enfocará desde el peor ángulo, apenas y si se sabrá el cuerpo de quién o de qué está participando en la faena. Una mala película confía demasiado en el instinto sexual y cree que basta con exhibir el desempeño carnal para ganarse el favor del público, como si el sexo fuese una croqueta de perro que premia al espectador. Una de las películas más horribles que he visto, y vaya que he visto películas horribles, es “Bimbo Cheerleaders from Outer Space (1988) ”, La referencia a " Plan 9 from Outer Space " es obvia. No en la trama, sí en el nombre. Lo único que tiene esta cinta es un nombre que llamará la atención, pero nada más. Si se espera alguna referencia a la cinta de Ed Wood Jr., no la hay.
La escenografía es de teatro guiñol, con decorados dibujados con crayola que simulan ventanas, botones de nave espacial, galaxias. En un intento de justificar el nombre se hace una introducción al estilo de Star Wars donde se plantea que las chicas que intervienen en la cinta tienen como misión el organizar una fiesta de graduación (¿De qué escuela?) donde haya mucho putero (no sé traducir "bitching"). Ya entrada la película, los actores y actrices están tan desenfocados, riondos y desconcentrados, que no sólo no excitan, sino que lo vuelven a uno impotente con sólo verles. Ni la presencia de Tracy Adams y Nina Da Ponce salvan en lo más mínimo la película. Es tan desagradable que pareciera estar uno viendo una pijamada donde la gente coge por indiferencia a la vida en general. En fin, un bodriazazazo. Si hubiere que elegir una escena de memorabilia escogería la escena en que Tracy Adams enciende la mecha de un cohete colgante y explica su misión. La escena no es sexual, sin embargo, verla intentando darle el más mínimo sentido a la trama, teniendo como fondo la horrible nave espacial que cuelga de un hilo, es al menos anecdótico. Hay otra razón por la que elegiría esta escena: ocurre al principio, no se tiene que buscar otra, se coloca la cinta, se ve la primera escena, se tira la cinta.
Existen otras películas que ya son más enteras, de directores como Chuck Vincent o Anthony Spinelli, que saben filmar y sencillamente eligieron el porno como género. Estas películas bien hechas y, dentro de lo que cabe, políticamente correctas, se realizaban en su mayoría en Nueva York. Cuando se habla de De Renzy y se hace énfasis en su origen californiano, también se alude a que en la Costa Oeste el cine era más iconoclasta que en la Costa Este de los Estados Unidos. Mientras en Nueva York se perseguía la elegancia y la distinción, en California se rodaban películas más estridentes, como las filmadas por los hermanos Mitchell o las del propio De Renzy. Para muestra está la película que se reseña en esta entrega de Stag Life, misma que fue objeto de censuras.
Otros, además de tener oficio para rodar películas, suben un pequeño escalón al incluir cierto sello personal que podría catalogar sus filmes como de autor , como sería el caso de Cecil Howard. Luego están los directores sui generis que además de tener talento para rodar películas poseen un sello característico y un instinto perruno que les identifica del resto. Ahí están, por ejemplo, Shaun Costello (a veces bajo el seudónimo de Warren Evans) con sus filmes aguerridos, con un compromiso tal que le llevan a participar gustosamente como banderillero en muchos de sus títulos, siempre en secuencias verdaderamente marranas. Directores de sello inconfundible como el sibarita Mario Salieri, que rueda con ángulos preciosistas y elige tramas siempre morbosas. Y por supuesto, el indefinible Alex de Renzy.
En el libro “Sexo en el Cine y el Cine de Sexo” de Ramón Freixas y Joan Bassa, se escribe lo siguiente acerca de Alex De Renzy:
“Californiano de pura cepa y en ejercicio, espíritu bohemio, todo un resistente de la praxis de San Francisco como cuna cultural de una determinada opción pornográfica. Si bien el gremio le ha reconocido sus méritos, siempre ha permanecido en un discreto segundo término, sin reivindicar la categoría de maestro, al pie del cañón productivo, dilapidando su talento en utilidades… hasta hoy mismo.”
Debo aclarar que la edición del libro que yo tengo, publicado por editorial Paidos, está fechado en el año 2000, de ahí que se hiciera referencia a que Alex De Renzy se encontraba en activo al momento de la publicación. De Renzy murió luego de un coma diabético el 06 de agosto de 2001, es decir, este 2011 cumple ya diez años de muerto. Se habla de que dilapida su talento en manos de las utilidades porque ya en sus últimos años rodaba pornografía de acuerdo a las exigencias del mercado y no de acuerdo a las de su renombre. Títulos como “Gang Bang Wild Style 1 (1993)” o “ Gang Bang Face Bath 1 (1993 )” son muy gráficos acerca de los nuevos contenidos de sus filmes, los cuales filmaba bajo el seudónimo de Rex Brosky. El libro de Freixas y Bassa continua diciendo:
“Un filme erótico de Alex De Renzy (casi) siempre es algo más que un filme cualquiera. Es irónico, dialogado con intención e interpretado á bout de soufflé. Sus fantasías vencen por la vía rápida. La “fisicidad” de los encuentros, de tan encendida, deviene refrescante. Los abigarrados bucles de una obra inabarcable hacen que el rastro de su filmografía salude la evolución del género (sus modos, tendencias, reajustes…), aclimatándose a sus demandas. Sus comienzos son espléndidos y fijan las propuestas más diamantinas de su carrera. Un picoteo de títulos refrenda su valía. Fantasy Girl (1976) es una radiografía del deseo, del trabajo del sexo y del sexo en el trabajo de un grupo de masajistas (fantasía vs. realidad). Un propósito: despertar el ansia masculina. Una constatación: el dominio sexual ejercido por la mujer sobre el hombre. Femmes de Sade (1976) aprisiona el itinerario desgarrado del titán Ken Turner, desde que abandona la prisión hasta su vejación en un paroxístico party animado con bondage, lluvia dorada, fist fucking… este filme, en su descenso documentalista a los bajos fondos del sexo más desenfadado de San Francisco, parece plantearse como una relectura de las angustias existenciales/istas de Gerard Damiano. El mito de las adolescentes de sexualidad arrolladora disfruta de estimable predicamento en Alex De Renzy. Inocencia mancillada (pero menos), conflictiva adolescencia precoz, se barajan en su propuesta. Un óptimo ejemplo: Baby Face (1977) o cómo los caballeros maduros se atontan ante el despliegue de los encantos de una lolita. Un toque bizarro y voluptuoso define al cineasta, que propone una de las primeras formulaciones de la noción aún no estatuida del gang bang, con protagonismo de la solariega Kristine Heller que rinde exhaustos a diez gañanes. En Pretty Peaches (1978) pone en circulación las hilarantes aventuras de una jovencita (el “bollycao” Desiré Cousteau), que pierde la memoria, la recupera a golpe de enema, tiene y mantiene citas sexuales harto exóticas y de un erotismo fulgurante con los personajes que le rodean, y hasta seduce a su progenitor (John Leslie) –muy en la onda de los títulos sobre díscolas muchachitas en periodo de formación del jaez de Bella y sexual (Bella, Alexander kubelka, 1974), Portrait of a Seduction (Anthony Spinelli, 1976) o Desires Within Young Girls (Ramsey Carson, 1977)-. De Renzy saca tajada de la virgen seductora, actitud ideal para la transgresión, con humor adulto y ácido (es)toque a la idea de la familia, desmitificación del incesto, en un tono muy setentero y underground.”
Pasando a la película que nos ocupa, pienso que es una conjunción de singularidades. Es como si en ella se dieran un encontronazo lo más pop de los ochenta con lo más sleazy de los setenta. El resultado es raro e intenso. En esta cinta de verá un ramillete de bellezas juveniles, de esas que dominaban la escena del porno a mediados de la década de los ochentas, ya no hay más la figura de la pornstar de treinta años, peluda y con ganas de dialogar; la onda eran de veinte, veintidós, máxime veinticinco, con poca disposición para la plática y mucha para todo lo demás. La mujer hecha brillaba por su ausencia, y lo único visible era la tiranía de las putas escapadas de algún campus universitario. Los grandes estrellatos también eran cosa del pasado, no había estrellas, pero eran muchas con brillo similar.
El momento en que esta cinta surge es muy particular. La época de oro del porno se diluía en el video, las producciones se abarataban. Traci Lords había hecho estragos profundos en la industria. Según mi opinión, esta cinta se emparenta, lo crean o no, con “Blue Velvet (1986)”, de David Lynch y con, sorpréndanse, “Evil Dead (1981)” de Sam Raimi.
En Wikipedia se lee el siguiente comentario relativo a “ Blue Velvet (1986) ”: “ La película muestra el dualismo existente en el mundo. Por un lado, lo superficial de la vida lleno de aparentes buenas sensaciones; y por el otro, la pura realidad, el lado oscuro que se esconde tras todo lo que a simple vista parece bello” . Esto mismo es “Baby Face 2 (1986)”. Ignoro si Alex De Renzy vio en el cine la cinta de Lynch y se inspiró para hacer “Baby Face 2 (1986)”, pero lo cierto es que hay paralelismo entre una película y otra. Ambas comienzan con un ambiente sospechosamente cristalino, con amplios espacios abiertos, césped, un sol muy bonito. Sin embargo, detrás de este mundo feliz parece haber otras historias.
En “ Baby Face 2 (1986)” el mundo feliz es interpretado por una estival Candie Evans, la cual no sólo está buenísima, sino que su bronceado es impecable. Yace ahí tomando el sol, disfrutando de una tarde que se antoja de domingo. Se comunica a la cámara, lo cual no es muy usual, pues hace a un lado los formalismos y platica con el espectador. Su diálogo es extenso, animoso, por un momento te hace sentir que estás junto a ella en un día de campo. Tú sabes que esa chica linda terminará haciendo de todo, pero por ahora capta tu atención platicándote cosas.
En un toque de simplicidad, cada personaje de la película se llama como el actor que lo interpreta, así, el personaje interpretado por Marc Wallice, se llama Marc; el encarnado por Tom Byron se llama Tom, el interpretado por Taija Rae se llama Taija, y así. Candie Evans se llama Candie en el filme, obvio.
Debe decirse que esta película se comercializó con contenidos diferentes en Estados Unidos y en Europa, ello debido a la censura que cada productora aplicó. La comercializadora europea suprimió pasajes que, pese a que no contienen contenido sexual (quitaron la paja, según ellos), daban algún tipo de coherencia a la trama, cuando no que daban trama a la cinta. Uno de estos pasajes es la narración de Candie. “¿A quién le interesa lo que ella tiene qué decir?”, han de pensar.
Pienso que no hay desperdicio. Candie es bonita, y está buena, y si no te interesa lo que dice, pues no la escuches, mírale las tetas y listo, después de todo las trae bastante descubiertas. Mírala hablar, especula acerca de su boca, imagina lo que puede hacer por ti, aprópiate de su manera despreocupada de decir la muletilla “ anyway ” y fantasea, piensa que una chica que dice “ anyway ” con tanta convicción hará locuras porque nada le importa. No pretende ser lista, eso queda claro. Ella, estival y aparentemente ordinaria como es, está ahí para contarte la historia más loca que ha escuchado, misma que le contó a ella su amigo Marc (Marc Wallice). Advierte que es una historia increíble, pero que igual te la cuenta para que seas tú quien juzgue si es cierta o no.
Lo que ves en la pantalla es algo así como la recreación de lo que ella está contando. La cinta tiene, así, dos partes bien definidas, la primera, un viaje sencillo a los placeres juveniles. Esta parte es, digamos, convencional. Se muestra a Candie Evans y a sus amigas sosteniendo encuentros sexuales con sus amigos y novios. Aparecen en una pista de carreras de autos Lois (Lois Ayres) y Lynn (Lynn Francis), ambas vestidas de porristas. Se están poniendo de acuerdo para la fiesta de despedida de soltera de su amiga Careena (Careena Collins). Será un día largo hasta ese entonces.
Ahí se quedan de ver Lois Ayres y Kevin James. Se suben a un Chévrolet Camaro de él y, de inicio, se van junto a un río. Ella le saca la verga del pantalón, pero no llegan a mayores. De ahí deciden irse a una cabaña a fajar. En la versión francesa esta interacción también es cercenada y, de subir al auto, aparecen ya desvistiéndose en la cabañita. Evidentemente tienen su encanto las escenas en exteriores, pues si vives en la ciudad donde se rodó la película, verás que los actores estaban frente al puente que recorres todos los días para ir a trabajar, ves que se sientan en la banca del parque en la que tú te comiste una torta el otro día. En Francia eso les importa un comino, supongo. Este recurso se da mucho hoy en día con los videos de ligue callejero donde supuestamente contactan mujeres comunes y corrientes en la calle, las cuales por un dinerillo, y sin mucho regateo, se van de marranas con un actor o una pandilla de ellos dispuestas a ser filmadas. Obviamente son actrices y el ligue es un montaje, pero el entorno es real, la “ligan” afuera del 7-Eleven donde compras la cerveza, la van paseando por las calles de tu ciudad, cuando no que se las van cogiendo dentro de una furgoneta que se detiene en los mismos semáforos que tú.
Ya en la cabaña Kevin es efectivo como siempre, mientras que Ayres hace lo suyo. En esa época ser joven y estar buena no era suficiente para distinguirte del resto del universo. El toque distintivo de Lois es ese cabello suyo rubio platino con raíces negras, y en general la bicoloridad, pues su piel es blanquísima (aunque trae un morete en una pierna) y sus raíces del cabello son negras, al igual que sus cejas y pestañas, y ni se diga el vello púbico, mientras que los labios de si coño son también de una tonalidad salvajemente oscura. Uno puede apreciar todo esto porque De Renzy es de esos directores que saben resaltar lo que sea que el actor aporte. En el caso de Ayres, su ano y coño oscuros, su rostro tierno. Kevin termina por regarse sobre sus nalgas y ella se queja de que el semen le da algo de aprehensión, que por favor no la embadurne de dicha sustancia (este dato del asco de Lois será relevante más adelante, en una escena en la que no sólo no sentirá asco, sino que lo perseguirá con sed). La escena, aunque bien filmada, es convencional.
Sigue Candie con su narración. Sigue gozando del sol y recuerda que el día en que todo pasó el día era tan soleado como éste, y que se la pasó muy divertida. Da risa que cuando sale ella para narrar lo que sea, ponen una música muy de la época que es un vil plagio de la canción “Magic” del grupo The Cars.
Se da paso a otra escenita que cortaron en la edición europea, en ella coinciden Tom (Tom Byron), Marc y Kevin. Están decidiendo a donde ir. Kevin habla de un lugarcito donde pueden chapotear un poco. De la nada aparecen Candie y Melissa (Melissa Meléndez). Uno pensaría que Candie Evans es una chica delgadita, pero en esta escena puede constatarse que tiene un culononón. ¿Qué hacían en bikini en la calle, lejos de la civilización? No se sabe. ¿Qué mierda de tardeada iba a ser la que tendrían los chicos de haberse ido a chapotear sin las chicas? Tampoco se sabe. Invitan a Marc, pero éste se resiste porque dice que debe hacer tarea. Nadie le cree. Él se queda, y los otros se van.
Ya en donde está la alberquita, Melissa Melendez se divierte con Kevin James, mientras que Candie Evens se merienda a Tom Byron. Todo es extremadamente ochentas, desde la música hasta los chicos y las chicas. Hasta aquí, la cinta no ha dejado de ser una película como otras de su época, sin embargo, todo eso cambiará drásticamente.
Terminada la jodienda en la alberquita, el día parece haber terminado para Candie y Melissa, quienes por razones desconocidas no fueron invitadas a la despedida de soltera de Careena, siendo que, al parecer, son amigas. Lo que sigue lo narra Candie, porque así se lo contó Marc. Ella explica que aquello de hacer tarea era sólo una excusa, porque lo que Marc en verdad quería era espiar la fiesta de Careena. Esta explicación de que es mentira lo de hacer tarea resulta ilógica en la edición europea, donde se suprimió la escena en que se reúnen para irse al balneario casero, que fue donde Marc expresó esta excusa.
Tom Byron
Lo común en una cinta porno sería que se diera un salto en el tiempo y se llegara hasta el momento en que la acción (entiéndase sexo) fuese a comenzar en la fiesta de despedida de soltera; sin embargo, Alex De Renzy no es un tipo común, y nos muestra un enfoque algo distinto. Toda fiesta de despedida de soltero o soltera tiene un “antes de la fiesta” las cuales constituyen, digámoslo así, su antesala. De Renzy ofrece un vistazo de esta antesala, desde complicaciones como llegar a la casa donde será la fiesta, donde la madre y el padre de la agasajada se tienen que marchar de ahí para dar libertad a las invitadas, pasando por cómo se visten algunas de las amigas de Cereena, de cómo revisan las bolsas donde guardan los consoladores, prueban a mordidas unos calzones comestibles y juegan entre ellas. Especialmente hilarante es cuando Stacey (Stacey Donovan) corretea a Taija portando una verga enorme en la cintura. Le da alcance en una cama y finge que la penetra, mientras Taija gime como si se estuviesen cogiendo a una ardilla. Obvio esto no pasa por escena lésbica, sino como una simple escena de juego.
Por otra parte de la casa Lois prueba un vibrador, mientras que Careena está frente al televisor viendo el video de la cinta “Ball Busters (1985)” del propio De Renzy. Esta ocurrencia es muy irónica, pues se acerca Kristara a Careena y ésta le dice que es muy extraño lo que se hace en estas cintas pornográficas. Recordemos que detrás de ellas está su amiguita Lois probando un vibrador enorme y, suponiendo que comenzase Careena a ver “Ball Busters (1985)” por el principio, que es lo común, habría de notar que la escena inicial es precisamente de su amiga Lois, sólo que con corte de cabello a la mohicano, y que le dan una cogida tremenda entre dos caballeros, uno de ellos un adefesio que está en vísperas de conocer (Gillis).
Lo que ve Careena Collins en la TV.
Su amiga Lois en “Ball Busters (1985)”
Cada quién anda en lo suyo, preparándose para la picardía sexual, pero sin que haya escenas de verdadero escarceo carnal. Supongo que a la editora europea le pareció que carecía de valor esta antesala de la fiesta, sin embargo, estas pequeñas interacciones van dándole perfil a las invitadas, que de lo contrario no dejarían de ser carne indistinguible una de otra; es aquí que descubres que Taija es remilgosa; que Stacey es infantil y juguetona; que Lynn es seria o cosa seria, que Kristara (Kristara Barrington) es agresiva y curiosa; que Lois es asquerosilla y más dada a estar sola, y que Careena es fiel y deseosa de hacer las cosas bien, de casarse conforme a las buenas costumbres, y que es, sobre todo, ingenua, como bien puede desprenderse de verse sorprendida ante las prácticas que ve en la cinta pornográfica de su televisor.
Otra particularidad del cine de Alex De Renzy es que suele incluir en sus películas a uno que otro freak. A veces son simples freaks, como el personaje que recibe en plena cara un pedo lluvioso de parte de Desiré Cousteau (del enema con el que, según Freixas y Bassa, recupera la memoria) en “Pretty Peaches (1978)”; o bien freaks que participan activamente en las escenas sexuales, como ocurre en “Baby Face (1977)” donde aparece como estelar masculino Dan Roberts, alias Big Don, un gigantón cuya enormidad de proporciones hace lucir pigmeas a sus contrapartes femeninas. Este sujeto tiene el andar de cualquiera que sufre de gigantismo, y es su talla la que hace mayor énfasis de lo pequeña que es Lyn Cuddles Malone (en la cinta se le presenta como menor de edad a la cual no sólo la desvirgan, sino que lo hace un gigante). Otro ejemplo de freak lo es Ken Turner, quien en “Femmes de Sade (1976)” le enseña como mamar verga a la malograda Melba Bruce, mamándosela él mismo, en un acto de contorsionismo sorprendente.
En “Baby Face 2 (1986)” el freak viene dentro de un pastel. Ya iniciada la fiesta, las amigas de Careena le acercan un pastel de cartón. La usanza sería que de él emergiera, haciendo gala de un baile sensual, un stripper. En vez de esto, se retira la superficie del pastel y de él sale un adormilado Jamie Gillis, en una mano sostiene una cerveza barata y en la otra un puro que comienza a llenar de humo la habitación. Va desaliñado, sin rasurar, con una estampa de borrachín en lunes, vestido con una camiseta de tirantes y un bóxer arrugado que inspira desconfianza.
La cara de las chicas es de incredulidad, en especial la de Taija, que muestra una mueca de asco, y la de Careena que simplemente no puede creer lo que está pasando, abriendo la boca como diciendo “¿Se trata de una broma, no es cierto?”. Todas están sorprendidas, y como no se sabe si es broma o no, toleran un poco al nefasto Gillis.
A continuación llega otra de las secuencias que fueron borradas para el mercado europeo. No quiero afirmar que se trate de una escena que de gusto ver, sino que el hecho es que se filmó, formó parte de la idea del director, y torna la película en algo todavía más extraño. Seguro que la secuencia no gusta a mucha gente, sin importar el continente en el que habite, sin embargo, ahí brilla la rebeldía de De Renzy, quien de un trazo rompe los estereotipos. Jamie Gillis realiza entonces una danza anti simpática, anti sexual, y anti todo aquello que sea agradable. Se supone que hace un baile sensual, jalándose los calzones hacia el culo, levantándose la camiseta para mostrar las tetillas, mismas que se talla con los dedos mojados con su propia saliva. La panza no puede ignorarse, ni el aspecto de la barba, además lleva puestos los calcetines. Es de pésimo gusto.
Un stripper no convencional.
Una danza como ésta se vuelve a ver en “Austin Powers International Man of Mystery (1998)”, donde Austin Powers (Mike Myers) baila dizque sexy ante un grupo de fembots (robots con forma de mujeres esculturales), ocasionándoles corto circuito, según esto, por la intensa excitación sexual que les produce. Esa secuencia la gente se la tomó por el lado amable y produjo innúmeras carcajadas (me cuento entre los que lloraron de risa con esta secuencia), pero esta secuencia de Gillis no produce carcajadas, si acaso una risa nerviosa. Las chicas poco a poco van sacando conclusiones de que se trata de una tomada de pelo, y poco a poco se empiezan a reír de él en el peor de los sentidos.
El paso siguiente es que lo echen a patadas, y sin pagarle. En este momento, cuando Gillis se da cuenta de que ellas están comenzando a despreciarle, que han comenzado ya a tomar la iniciativa con chistes acerca de que lleva mucha ropa, que están comenzando a querer tomar el control de la situación y convertirlo en un payaso, se torna serio y les dice que, si bien está feo, conoce una invocación que activa los poderes de la naturaleza.
Ellas le dan por su lado y le piden que haga su conjuro. En realidad no creen que vaya a suceder nada sobrenatural ni mucho menos, pues lo que en verdad quieren es que Gillis le haga al payaso todavía más y se hunda aún más en la de por sí abundante auto humillación que le rodea. Gillis se deja ningunear porque sabe que su invocación funciona. Alza sus manos e invoca… ¡A Afrodita!
Cual Dionisio teporocho, invoca el santo nombre de su bisabuela para armar el desmadre orgiástico (en griego bakcheia ). Nadie le cree, al principio, pero un viento extraño comienza a recorrer la casa, las luces parpadean cual relámpagos, la música se torna bizarra en una onda a la Tangerine Dream, pero acidificada con una máquina ochenterizadora.
Comienza la orgía. Son muchas y constantes las genialidades de esta mega escena de la orgía, que en realidad son dos.
En la primera, las fuerzas de bakcheia toman posesión de todos los ahí presentes. Careena se quita el calzón no bien el espíritu la empieza a poseer. Sus amigas igual. Aquí es donde la cinta se parece a “Evil Dead (1981)”, la invocación maldita trae a la tierra a un demonio y, en segundos nadie tiene ya voluntad. Todos quedan reducidos a un bulto de carne necesitado de satisfacción.
A Careena no le importa su inminente boda, simplemente no puede resistir la cachondera y se masturba de manera muy agresiva. Si bien en Europa editaron todas las partes no sexuales, so pretexto de que nada enriquecen a la cinta, dejaron cosas que en América quitaron de la venta comercial. Algunos acercamientos de Cereena metiéndose prácticamente la mano en el coño fueron eliminados, al igual que escenas de Jamie Gillis pellizcándole las tetas y los labios del coño, además de las nalgadas. Mientras las energías de la naturaleza se apoderan de todas, Gillis se ríe en una forma satánica que se le da muy bien.
Careena, que minutos antes se burlaba del freak, ahora no puede resistir la tentación poderosa de mamarle los testículos. Lynn, que ya había visto a Marc merodeando afuera de una ventana, va a por él y lo mete a la casa para violarlo. Stacey y Taija se están dedeando sabroso sobre un sillón, hasta que Stacey no soporta más y se abalanza sobre Taija para gozar de su rechoncho cuerpo. Mientras tanto, Kristara, que también está dándose una dedeada frenética, se arrastra hasta donde está una vela de color rojo, y comienza a utilizarla de consolador. Las escenas en que se mete y se saca la vela fueron censuradas para la edición americana, mientras que subsistió para la francesa (en Francia eso de meterse cosas en el coño es cosa de todos los días en el cine X). Lois se da gusto con un vibrador.
Son muchas las tomas sorprendentes, el ritmo es trepidante, y tan intenso es que uno no lamenta cuando una toma salta a otra distinta, pues, la que elijas, es visualmente interesantísima.
La cosa se aplaca momentáneamente. Marc, exprimido a la fuerza por Lynn, corre a donde están sus amigos para alertarles del peligro. En la cabaña del inicio, que es como una especie de taller, están Kevin, Tom y Jerry (Jerry Butler), quien no había salido en la cinta y resulta ser el prometido de Careena. Marc está hecho un idiota, además trae la respiración alterada de tanto correr para avisar del peligro en el que se encuentran sus amigas, así que balbucea cosas inentendibles.
Jerry le pide que se explique. ¿Qué? ¿La fiesta de mi novia? Ajá. Ajá. No le hacen caso, y no es sino hasta que Marc pronuncia la palabra orgía, es cuando acapara toda la atención de Jerry, pues claro, no le agrada la idea de que su noviecita linda esté envuelta en una orgía junto a las putas de sus amigas. Aquí empieza la segunda parte de la megaorgía, pues llegan refuerzos.
Sin razón alguna, a no ser que sea para salvar a las chicas, no sólo van Tom, Kevin, Jerry y Marc, que ya era una cantidad de héroes suficiente, sino que se suman Francois (Francois Papillon) y Dick (Dick Rambone). Es cómico cómo el exterior de la casa es silencioso, pero abren las puertas de la casa y sale de ahí el estruendo de la posesión infernal y dionisíaca.
En cuanto entran, los chicos son apañados por las chicas, quienes prácticamente los violan. Incluso Jerry, que entró muy valiente para defender a su chica de Gillis, que se la está cogiendo, poco pudo hacer, pues de inmediato es apresado por Taija y Kristara. A duras penas platican Jerry y Careena de lo mal que se ven las cosas, pues a él le mama la verga Taija y le da de chupar coño Kristara, mientras que a Careena le sigue dando Gillis por detrás, a la vez que le toquetea el rostro en forma obscena. Se dan más encuentros grandiosos como el de Lois y Marc, que termina con una regada en la boca, de esas que Lois decía horas antes que nunca haría. Mientras que Kristara le da una mamada suprema a Kevin. Y se alternan en más ocasiones, Taija con Tom en un palo estelar; Stacey con Francois, y Lynn que le da una mamada voraz a Dick.
Sería interminable enumerar los detalles. Son muchos en una escena que es de las más intensas del cine ochentero.
Al final, todo es muy raro. Justo como en una película de David Lynch, el desenlace es sencillamente inexplicable. Llegan los padres de Careena y llevan consigo a la abuela, en una silla de ruedas. La abuela no es otra que Marion Eaton, que en “Baby Face (1977)” la hiciera de madre de la baby face, que en la escena última envuelve en plástico a Big Dan y luego le da una mamada. Si en 1977 ya lucía algo viejona sin serlo realmente (nació en 1934), en 1986 la cosa está recrudecida. Al llegar a la casa hay orgía por todas partes. Gillis voltea a verla, como si la conociera de antes, como si sus caras resultasen familiares luego de conocerse de algún infierno particular. El chiste es que a la llegada de la abuela, por arte de magia, el poder de bakeia se desvanece, y Gillis queda sin poderes, así es, porque la energía de la abuela neutraliza la vibra de Gillis.
Abuela disgustada porque se
cogen a su nieta.
Mientras todos corren en una dirección a otra como en un pandemonio, la abuela mira a todas partes con cara de pervertida pero gritándole a los chicos “Pervertidos, pervertidos”. Todos huyen sin saber por qué, las chicas despiertan de la energía de bakcheia y se descubren que han cogido con quien sea. La novia censura a su novio porque cogió con otra y le da amnesia del duro tratamiento que le dio Gillis.
Luego hay escenas con la abuela empuñando un rollo de plástico, y quienes hayan visto, y sólo quienes la hayan visto, la primera cinta, la de 1977, entenderán lo que ello significa. Luego está jamie Gillis envuelto en plástico dando saltos como un hongo ambulante. Esta escena última es la única conexión entre Baby Face 1 y 2.
Se corta todo para aparecer de nuevo con la estival Candie Evans, quien aclara “Les die que era extraño. En fin (anyway), créanlo si lo quieren creer. Sólo espero que el resto del verano sea así de divertido”.
Memorabilia:
El aquelarre que desata Jamie Gillis es un todo en sí mismo. Resulta memorable cada secuencia de esta escena. Es una de las películas más hot de los ochenta.
Por otra parte, al decir memorabilia pareciera que se alude a cosas que uno quiere recordar de manera gozosa. Entrarían aquí aspectos que por intragables sucediera que uno no quiere recordarlos pero, sin embargo, tampoco se les puede olvidar. En esta segunda categoría quedaría la danza “sensual” de Jamie Gillis.
Por cierto, no fui justo al no nombrar en el cuadro de honor a Jamie Gillis, siendo que es quien pone la chispa a este filme. Tengo una razón, inválida si cabe: Todos los participantes de la megaorgía forman un mosaico muy sólido de genialidad, por lo que señalar a alguno en particular puede ser injusto para los demás. Ante esa alta posibilidad de falta de ecuanimidad, prefiero allanar esto con una injusticia hecha adrede. Estar buena no es razón para esta distinción, eso queda claro. Nombré en el Cuadro de Honor a Candie Evans porque su desempeño es tan irregular en todo lo que ha hecho que difícilmente estará así de cerca de quedar en dicha mención honorífica (si es que a alguien le importa esta mención de pacotilla), pues por una parte las películas en las que participa no valen tres cacahuates, y si alguna de ellas ameritara una reseña de Stag Life, competiría con otros bombones súper competentes. Lo que sea de cada quien, hace bien su trabajo como narradora, da ese toque insólito y Lynchiano a esta misteriosa cinta. La historia trepidante que vemos es, por así decirlo, regalo suyo.
Calificación:
Cinco chiles.
Salpicaduras:
El 19 de febrero se cumple un año de la muerte de Jamie Gillis. Una cosa es la muerte, personalísima, y otra el duelo, que puede pesar a todos aquellos que por alguna razón nos guardaron afecto. Hay duelos más complicados que otros, pero todos son complicados, no hay duda de ello.
Luego de la muerte de un ser querido prosigue la avalancha de ausencias. Siempre hay un día siguiente a aquel en el que murió nuestro ser querido, y ello es aplastante, ver que el mundo no se detiene ante la ausencia de quien sea, que las casas y los objetos permanecen ahí, a veces sin dueño. Le suceden las festividades que pasan a tener un significado diferente. El primer cumpleaños sin él o ella, la primera navidad sin él o ella, el primer fin de año, catorce de febrero, aniversario de boda, de noviazgo. Todo es nuevo, todo presume una mancha inevitable que se cura sólo con la fuerza del tiempo, nunca a tallones.
Hay en México, sin embargo, festividades que sin muerto no son festividades. Específicamente me refiero al Día de Muertos, fecha en la que los mexicanos montan un altar con ofrendas para sus muertos. Un rito de recuerdo en el que, según la creencia popular, se montan altares con las fotos de los que se han ido, que pueden ser muertes recientes o lejanas, a quienes se dedica el altar. En el altar se colocan muchos elementos rituales que no tiene caso citarlos aquí, así como golosinas, platillos u objetos que el difunto apreciaba o amaba. Así, a un borrachín se le pone una botella de vino, a un comelón un plato de mole, o carne asada, y pan.
Ya en el “Stag Life 19: Jamie Gillis ha muerto (2010)” señalaba que al final de sus días él era pareja de la chef de origen mexicano Zarela Martínez. En la página de Zarela, como le dicen de cariño, apareció en el mes de noviembre la siguiente nota, extraña, si cabe:
“Jamie Gillis recordado durante el Día de Muertos”
“Durante los 23 años que el Restaurante Zarela ha estado abierto, he hecho muchos altares de Día de Muertos: para mi ex marido, mi padre, mi madre, mi querido amigo Robert Palmer, el comediante Johnny Carson, actor Paul Newman, El Santo, Lola Beltrán, pero este año las celebraciones del Día de los Muertos tienen un significado especial para mí porque el altar estará dedicado a mi compañero de siete años, Jamie Gillis, quien falleció en febrero ¿Por qué? Porque él me lo pidió. Jamie amaba la tradición y se comprometió a pasar por acá y ver cómo lo había montado. Admiré la manera Jamie abrazaba cada bocado de cada momento de la vida que vivía, y como estaba decidido a experimentarlo todo. Estoy feliz de que llegué a conocerlo en esa parte post porno de su vida. Era un “ buen chico malo” que fue intelectualmente estimulante, y sobre, todo trajo disfrute.”
La foto es pequeña, pero les diré que tratándose de parejas sentimentales se acostumbra colocar fotos ovaladas, como las que se colocan dentro de un camafeo. En este caso, hay una imagen de la Virgen de Guadalupe, abajo hay una foto como de una persona con gorro de chef, abajo un pan de muerto (el pan oscuro que se ve ahí), encima del pan está un rosario, y debajo está, sostenido con un nudo de listones, una pequeña foto ovalada de Jamie Gillis.
Llama la atención la aclaración de Zarela de eso de conocerlo en una parte “post porno”, pues las personas somos una realidad total, incluido nuestro pasado, y no hay tal separación, somos lo que hoy por lo que ayer .
Ignoro si podríamos hablar de una época post porno tratándose de Jamie Gillis, pensar que ello es posible debe tenerse como algo alentador para el espíritu, como un mensaje clarísimo de que esta realidad tiene caminos insondables, a veces inexplicables, donde puedes atravesar las realidades más trepidantes y poder salir limpio, si es que la limpieza significa algo.
Hay creencias que sostienen que uno viene al mundo a experimentarlo todo, y yo creo eso en parte, pero con la limitación de que ese todo es muy recortado por el interés. No sé si en alguna vida pasada yo habría sido un depravado o un malo total; las historias de malos que se imponen a la niebla me han seducido desde siempre, incluso, mi libro preferido de muchos años fue “Yo Necesito Amor” de Klaus Kinski, que es una bestia desagradable que se redime al final. La historia de un santo que muere en paz me parece linda, pero me resulta sumamente ajena; no así la del paria que renace; sobre todo si renace sin renegar de aquello que te ha hecho aprender y crecer. Más que malos, Kinski, o muchos performancers de porno, no tienen mayor pecado que haber tenido una curiosidad poderosa. Y admiro mucho a quienes han atravesado su vida sin chillar ni quejarse de cuan injusta ha sido la vida, pues la vida es lo que es. Gente así me simpatiza.
Siguiendo la tradición, supondríamos que el maese Gillis nos visitó por allá de noviembre pasado. Llama la atención el verle dentro de tan bonita tradición, y vienen a la mente toda serie de ideas estridentes, acerca de cuáles, de las cosas colocadas en el altar, son aquellas que el buen Gillis vendría a degustar. No las coca colas que se ven en el altar de la foto, por supuesto. Sería burdo suponerlo. Cabe la pregunta ¿Qué es lo que a él le gusta? ¿Debieron colocarle en el altar de muertos una rubia atada con una soga? ¿Debieron formar al pie del altar una hilera de colegialas empinadas y con las faldas levantadas? ¿Tal vez habría que poner junto al altar un retrete con una cadena que descarga eternamente?
O quizá, y prefiero pensarlo así porque, como dijo alguna vez Juan Pablo II (de quien no soy fan, desde luego, pero cuya frase me gustó mucho) “La realidad es el plan de Dios”: se sentará Zarela en una mesilla, enfundada en un vestido sencillo, probablemente con un collar de ámbar y turquesa en el cuello, su cara pintadita, radiante, se sentaría allí y serviría un buen plato que incluye una pechuga y pierna de pollo, recubierto con mole almendrado y arroz rojo, con sus respectivos frijolitos. Zarela serviría una porción generosa en el plato de Gillis, y su brazo con el cucharón sería como un instrumento mágico que distiende sabores que trascienden el más allá. Gillis, o lo que de él acude a visitar, salivaría de manera sepulcral. Por segundos puede oler el mole, olerla a ella, por momentos podrá tocar de nuevo, saborear.
Ella se sentaría frente a él, y él le dirigiría una mirada inquietante, como diciendo “Estoy muerto, querida”, reirían, porque no me cabe duda de que Gillis reía. Ella de estar ahí en su compañía, él de saberse más allá del bien y el mal. Ella le sonreiría con tristeza, haciéndole saber que lo extraña y que en el mundo hay pocos, o ninguno, como él. Él la miraría con ternura, y su mirada le diría a ella que es la mujer más hermosa que ha visto, y no miente. Ustedes encontrarían eso inverosímil, renegarían, recordándole a Gillis la cantidad de chicas con las que estuvo, y cuan buenas estaban, y cuan lindas eran. A él le vale madre. Él no está ahí para ser entendido, ni para ser congruente con lo que fue, porque como todos, podemos reinventarnos de un día a otro, y los muertos, perecederos como fueron, ven ya realidades diferentes, más vinculadas a lo imperecedero. Así de inescrutable es esto.
Eso es lo que lo hace tan singular. Gillis es, o fue, un marrano bien hecho; pero nunca fue un marrano total. Tenía también esa otra parte intensamente humana que a veces reflejaba en pantalla. Por lo que hace a mí, no me resultaría tan insustituible este actor si éste no hubiese tenido esa otra parte profunda, le tendría yo como una verga más en el bosque de trancas que es el porno.
Luego de la muerte de Jamie Gillis se me había ocurrido escribir una historia en la que un muchacho lo invoca con una ouija , provocando que el espíritu del actor lo poseyera, pero intermitentemente. La historia se antojaba jocosa, sobre todo por la bipolaridad incontrolable en la que quedaba el muchacho, que de practicar un sexo, digamos, normal, saltaba de la nada a terrenos bizarros. La historia me pareció después que resultaba muy obvia, y ya no la escribí, ni pienso que lo vaya a hacer.
En Stag Life recordamos a Jamie Gillis a un año de su partida.
PD. Como cronista de los hechos relevantes del porno estoy dado a la calle, pues el 5 de diciembre de 2010 murió el gran John Leslie, y yo me he venido a enterar hace muy poco. Con él se va otra de las grandes figuras de la época de oro del porno, pionero desde los muy setenteros loops, personaje muy dotado (no alburear) ya al final de su vida con un ojo envidiable, capaz de atrapar con su lente los detalles finos que hacen de cada encuentro lo que es, un hecho único e irrepetible. Dios sabe que es un actor que se merece tanto como Gillis un fascículo tipo “John Leslie ha muerto”, pero creo que ya estoy a destiempo.