Spanking, una sumisa azotada y educada en el tren
De pronto alguien llamó poderosamente su atención; un hombre alto, elegantemente vestido, impecable, que la miraba divertido por encima de las páginas de su periódico. Inmediatamente algo en él destacó ante su mirada; una pulsera de cuero con un símbolo Triskel grabado a fuego. Ese hombre pertenecía
Spanking, una sumisa azotada y educada en el tren
Cuando irrumpió con el paso acelerado en el amplio hall de la estación, con su faldita corta de vuelo ondulando al ritmo de sus pasos y sus tacones resonando contra las paredes, llamó la atención de todos los presentes. Estaba acalorada, a pesar de que siguiendo las instrucciones de su Tutor, ese día no llevaba ropa interior, lo cual provocaba que sus pechos se intuyeran de forma más que evidente a través de la seda de su blusa. Estaba nerviosa por el encuentro al que se dirigía, se había cambiado como cien veces antes de salir de casa, lo cual había hecho que llegase a la estación muy justa de tiempo, corriendo, a falta de 10 minutos y… ¡sin el billete! Dos semanas con el billete preparado y ahora se daba cuenta de que se le había olvidado encima de la de mesa. Al acordarse de ello frenó en seco, mirando a su alrededor aturdida, sin saber si dirigirse hacia el arcén y colarse billete, o a la taquilla y arriesgarse a perder ese tren.
De pronto alguien llamó poderosamente su atención; un hombre alto, elegantemente vestido, impecable, que la miraba divertido por encima de las páginas de su periódico. Inmediatamente algo en él destacó ante su mirada; una pulsera de cuero con un símbolo Triskel grabado a fuego. Ese hombre pertenecía a su mundo y de pronto se sintió a salvo.
Él ya se había fijado en ella, por supuesto, su aspecto y su actitud eran “rotundos” en el amplio espacio casi vacío, y el símbolo que llevaba colgando al cuello, un Triskel como el que él lucía en su muñeca, le había dicho que esa muñequita, de una forma u otra, estaría a su servicio en breve. Al verla desconcertada y como perdida, dejó a un lado su periódico y se acercó a ella decidido:
- Pareces necesitar ayuda, preciosa –dijo él, acercando un dedo para acariciar el símbolo plateado de su collar-. ¿Le importará a tu Amo que otro Domine te saque de tu apuro?
- No, Señor –contestó ella bajando la mirada-, no tengo Amo todavía. Estoy aprendiendo con un Tutor que me está preparando para un Domine que está interesado en mí, pero aún no me ha acogido bajo su protección.
- Entonces ¿Cuál es tu problema, sumisa?
- He olvidado el billete en casa y necesito tomar ese tren, pero no tengo ni dinero para sacar otro billete y el tren está a punto de salir.
- ¡Qué casualidad! Yo debo tomar el mismo tren. No te preocupes, yo he reservado un compartimento, tomaremos el tren y en cuanto veamos un revisor le explicaremos la situación y yo pagaré tu billete. Vamos, camina delante de mí.
- Muchas gracias, Señor –dijo ella evidentemente aliviada.
El Profesor Domine se colocó tras ella, mirando el bamboleo de su faldita y las nalgas que por momentos asomaban bajo la tela, sobre todo al subir los empinados escalones del vagón. Su culito era redondo, sutilmente bronceado, con una piel suave a la vista… perfecto para ser azotado. Él se moría por comprobarlo.
Una vez en el compartimento, sentada frente a él, ella sacó de su bolso un Tablet y empezó a leer, mientras los músculos de su cuerpo se tensaban por momentos. El Profesor la miraba curioso, viendo cómo por momentos separaba sutilmente las piernas, o arqueaba un poquito su espalda como ofreciendo sus pechos…
- ¿Qué lees, sumisa?
- Repaso las posturas, Señor. Debo aprenderlas y practicarlas por orden de mi Tutor.
- ¿Quieres que te ayude a practicarlas?
- Eso sería estupendo, Señor.
El Profesor Domine cerró las cortinillas de las puertas del compartimento y se sentó relajado frente a la chica, observándola con detenimiento de arriba abajo.
- Primera postura –comenzó a recitar la sumisa-, de pie, con los talones elevados, con las manos a los lados, sacando un poquito el culo y con la espalda arqueada para mostrar los pechos, cabeza humillada y mirada baja.
- Necesito que te quites la blusa para ver si es correcta esa posición, sumisa.
La chica se sonrojó por un momento, y miró directamente a los ojos del Profesor.
- Sabes que eso es intolerable, niña, no debes mirar nunca directamente a tu Domine a menos que él te ordene. Creo que voy a tener que adiestrarte. Obedece, quítate la blusa y adopta la posición she-sleen, ¿la conoces?
- Sí Señor –dijo ella bajando inmediatamente la mirada-.
- Pues, ¿a qué esperas?
Ella, cohibida, se desabrochó la blusa y se la quitó, dejándola sobre uno de los asientos, y se puso de rodillas y apoyó las manos en el suelo, quedando a cuatro patas frente al Profesor Domine. Él repasó minuciosamente su postura, viendo su cabeza agachada, sus pechos desnudos apuntando al suelo, la espalda perfectamente plana, las piernas separadas ofreciéndose. Tras tenerla así un par de minutos, el Profesor apartó su falda subiéndola hacia la cintura, descubriendo completamente su culito redondo y apetecible, acariciando su piel suavemente y sintiendo cada una de sus curvas. Ella no lo esperaba, soltó un respingo y volvió a girar su cabeza para mirar al Profesor.
- ¿Otra vez, sumisa? Vas a necesitar unos cuantos azotes para que no olvides nunca que eso no lo debes hacer.
Ella, avergonzada, volvió a bajar su cabeza, humillándola para marcar su sumisión. El Profesor dejó un momento la mano abierta sobre una de sus nalgas, para calentar la piel un poquito, mientras le daba instrucciones a su joven alumna:
- Ahora voy a azotarte, sumisa. No quiero que te muevas ni un milímetro, mantén la postura pase lo que pase. Quiero que cuentes los azotes, inmediatamente y en voz baja, pero que yo te oiga, y que des las gracias por cada uno de ellos diciendo “Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta”. ¿Lo recordarás?
- Sí, Profesor –dijo ella, mientras sentía como su coñito se humedecía con solo oír esas palabras.
El Profesor Domine apretó un poquito los dedos que aún apoyaba sobre su culito, pellizcando sutilmente su nalga izquierda y rápidamente separó la mano y propinó el primer azote a la sumisa.
- ¡Uno! Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta.
- Más bajo, no quiero que se entere todo el vagón de lo que estamos haciendo –dijo el Profesor mientras pasaba las uñas por la piel recién azotada, causando en ella un pequeño estremecimiento.
Aquello iba a llevarle su tiempo, así que se quitó la chaqueta, se dobló los puños de la camisa hacia arriba remangándose y volvió a poner su mano blandamente sobre la piel recién azotada, moviéndola para acariciarla suavemente. De repente, separó su mano y volvió a lanzarla para impactar en la misma zona exactamente.
- ¡Dos! Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta.
- Así mejor. No te muevas, sumisa –acariciando de nuevo la zona enrojecida.
- Tres. Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta –su voz empezaba a quebrarse por la excitación, y su respiración se empezaba a descontrolar, pero ella se esforzaba por mantenerse ofrecida al castigo-. ¡Cuatro! Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta –sintió otro azote más, justo en el mismo sitio, la piel empezaba a escocer a pesar de la caricia de la mano del Profesor Domine -. Cinco. Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta.
El Profesor Domine estaba excitado viendo el cuerpo de aquella muñequita arrodillado, expuesto para él, apenas cubierto por una franja de tela en la cintura, con las piernas abiertas, mostrando su culito y los labios de su coñito depilado… Al pasar hacia el otro lado de su culito rozó con sus dedos la humedad que empezaba a abrirse paso entre ellos.
- Eres una perrita muy caliente, sumisa –dijo sonriendo, mientras apoyaba su mano húmeda sobre el otro glúteo de la chica-; me gusta.
La chica se sentía muy avergonzada por muchos motivos. Primero, por haber cometido un fallo tan tonto como aquel, segundo por estar siendo usada por un perfecto desconocido como era el Profesor Domine para ella, pero sobre todo por la evidente posibilidad de que alguien abriese la puerta del compartimento y por estar tan cachonda con toda aquella situación. ¡Y esos azotes!
Esos azotes, esas palabras, estaban consiguiendo que su deseo creciera sin poder controlarlo, tal vez por eso con el siguiente azote junto con su “Seis. Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta” su voz se entremezcló con un sonoro gemido. Él dejó la mano pegada a su piel, estirando los dedos para pellizcar toda su nalga, tensando su piel y abriendo su culito y los labios de su coño con ese movimiento. La respiración de la sumisa era rápida y sonora, su pecho se movía al ritmo, haciendo cada vez más evidente su desnudez.
El profesor no podía dejar de sonreír al propinar el siguiente azote… y al siguiente… y el siguiente… y al observar la vibración que éstos causaba en la carne, y al acariciar con sus uñas la zona enrojecida, y al pasar sus dedos arriba y abajo por la rajita expuesta de la sumisa… “Siete. Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta… Ocho. Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta… mmmmm ¡Nueve! Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta”.
Al llegar al “Diez. Gracias, Profesor…” el Profesor Domine sentía la piel de su mano ardiendo. Quería continuar con ese castigo que tanta satisfacción le estaba reportando, pero no quería seguir usando su mano, así que, a falta de un instrumento más apropiado, se quitó el cinturón que llevaba puesto, lo dobló cogiéndolo por los extremos y volvió a prestar su atención a la chica que seguía a cuatro patas con respiración jadeante. El primer azote con el cinturón, que fue a impactar en horizontal, a sus dos nalgas y a sus labios ofrecidos, causó un grito de dolor en la chica. Intentó retomar su posición inmediatamente y controlar el tono de su voz para decir “Once. Gracias, Profesor, por usar mi culo de puta”. La franja sonrosada que había quedado marcada en la piel de la sumisa era un aliciente delicioso para el Profesor. Sin dar a la chica tiempo para contar y agradecer, fue repartiendo azotes por todo el culito y los muslos de ella, enrojeciendo toda la zona, y deleitándose con aquella visión. Al llegar al número “Veinte…” se detuvo, dejó su cinturón a un lado y volvió a acariciar aquel culito y aquel coñito ofrecido.
- Se te ha puesto muy rojito, sumisa, con veinte azotes nada más. Deberías ir azotándote tú misma en casa para ir acostumbrando tu piel a los castigos. ¿Llevas en tu mochila algún tipo de crema?
- Sí, Señor.
- Pues no te muevas, que te voy a poner un poquito.
El Profesor Domine sacó de la mochila un tubo de crema hidratante, ayudó a la chica a incorporarse y la tumbó sobre sus rodillas con el culito hacia arriba. La crema fría, junto con la suave caricia del Profesor sobre su piel sensible, llevó a la sumisa a un estado de excitación extremo.
- Te has portado bien, sumisa. Estoy seguro de que tu futuro Amo podrá sentirse muy orgulloso de ti –dijo Él mientras untaba la crema y acariciaba al mismo tiempo el pelo de la chica.
- Gracias, Profesor.
Una voz anunció por la megafonía que el término del viaje estaba próximo, así que la chica volvió a ponerse la blusa y ayudó al Profesor Domine a ponerse el cinturón, cerrar los botones de los puños de su camisa y colocarse bien la chaqueta.
Una simple sonrisa entre ambos sirvió de despedida y el Profesor Domine vio cómo esa muñequita se alejaba para encontrarse con su Tutor, mostrando la rojez de sus nalgas y sus muslos con el bamboleo de su minúscula faldita.