Soy virgen

Aquella imagen de pequeña de mi padre sobre mi madre follándosela, marcó una etapa fundamental de mi vida.

Soy virgen

Aquella imagen de pequeña de mi padre sobre mi madre follándosela, marcó una etapa fundamental de mi vida. Me abrió las puertas a un mundo que desconocía. Caras sin rostros y gemidos en la penumbra, así comenzó mi vida en este mundo.

Siempre creí que era especial, quizás era mi conciencia quién me lo hacía pensar y seguramente tenía un ángel de la guarda que me protegía aunque a veces me fallaba, por lo menos en cuanto a mi vida amorosa.

La primera decepción la tuve una semana antes de cumplir los 14 años. Ocurrió en la fiesta del pueblo, mis amigas y yo fuimos a ver si ligábamos, como decíamos - a ver si cae algo. Me encontré a un chico que había visto en dos ocasiones, con el cuál no había cruzado más de dos palabras y pensé - ahora o nunca. Todas habían besado a un chico y yo era la única que no lo había hecho. Me llevó hasta unos aparcamientos y allí entre los coches, unimos nuestras bocas. Pero lejos de terminar ahí, colocó sus manos en mis pechos y los apretó duramente. Su pene se clavaba en mis pantalones y sentía ganas de tocar su tacto, de tenerlo entre mis manos, así que le desabroché la cremallera y metí la mano. David, que así se llamaba el chico, me giró, me agachó hacia delante y comenzó a frotar su pene contra mí. Le dije – soy virgen, a lo que me respondió – y lo seguirás siendo, hay muchas más maneras de pasar un rato agradable los dos. Y acto seguido, introdujo un dedo en mi ano. Intenté incorporarme pero su fuerza me lo impedía, le gritaba – para, sácalo, no me gusta tu juego. La sensación de su dedo dentro de mí no me gustaba, era desagradable, en cuanto lo sacó suspiré y le di las gracias, pero cuando creía que todo había terminado sentí como su pene entraba en mi ano de un golpe seco.

Me ardía, dolía muchísimo y gritaba para demostrárselo pero eso no le impedía que dejara de hacerlo. El cuerpo me temblaba, intenta liberarme sin éxito y acabé comprendiendo que sería imposible liberarme de él, me abandoné a su suerte y decidí someterme a su voluntad, - es peor poner resistencia- pensé.

Sus manos comenzaron a apretar mis pechos y fueron deslizándose hasta mi cintura y de ahí hasta mi clítoris. Empecé a notar como me masturbaba agradeciéndoselo porque me hacía olvidar el sufrimiento al que estaba siendo sometida.

Su sexo se movía cada vez más deprisa y sus caricias comenzaron a ser más intensas. Pronto mi cuerpo comenzó a erizarse hasta que llegué al orgasmo y, de esta manera las caricias que me habían producido buenas sensaciones ahora me resultaban molestas. Mi ano me dolía de nuevo, gritaba de dolor, le pedía que se detuviese pero hacia caso omiso a mi situación. Cuando mi cuerpo estaba a punto de desplomarse sentí una humedad por dentro, se había corrido, suspiré y me desmayé. Cuando reaccioné estaba en la ambulancia, un enfermero me hablaba pero no le entendía, le pedí una bolsa y vomité.

Al despertar estaba en el hospital, mi madre hablaba de una violación, comprendí que era a mí a la que habían violado y, mi padre a mi lado me agarraba las manos.

Me desgarró hasta casi la vagina, me tuvieron que dar puntos pero como decía mi madre – al menos no te desgraciaron. Así llamaba a perder la virginidad, para ella había que estar muy segura de lo que hacías porque no se le podía entregar a cualquier persona ese bien tan preciado. Decidí olvidar todo, ahora lo recuerdo y sonrío porque me parece una tontería.

Dos años después salí con mi primer chico, estuve a punto de acostarme con él en varias ocasiones pero cada vez que lo tenía sobre mí, mis piernas se ponían a temblar y mi novio se ponía muy nervioso así que decidía no tocarme y dejarme así temblando hasta que se me quitaba para no hacerme daño. Años más tarde descubrí que me ocurría en todas mis relaciones y se debía a mi alto grado de excitación.

Al terminar con él, empecé a relacionarme con más gente, a tener más amigos sobre todo del género masculino. Al principio, aunque salía con ellos a algún que otro botellón no sabía en realidad lo que se escondía tras aquel grupo de amigos. Me extrañaba muchísimo que al poco de llegar, las chicas del grupo me preguntaban sobre mis relaciones sexuales, las cuales eran nulas porque seguía siendo virgen, se sorprendían al saberlo y entre ellas cuchicheaban a mis espaldas.

Un día el líder del grupo me invitó a salir con ellos a una fiesta privada. Acepté porque era la mejor forma de acercarme a ellos aún más y ganarme su confianza. La noche empezó genial, quedamos en la puerta de un local, bebimos durante dos o tres horas, charlamos y decidimos entrar.

Me sorprendí muchísimo porque tras la puerta de entrada se cruzó con nosotros una camarera que llevaba como única vestimenta un delantal. El líder pasó delante y me agarró de una mano.

Ven te enseñaré este lugar- me dijo.

Nos adentramos en el pasillo que había allí, en las paredes de ambos lados se erguían hermosos cuadros en los que aparecían pintadas las diferentes posturas del kamasutra. Al fondo había una habitación, en la izquierda de esta varios camareros nos daban la bienvenida y en la derecha una niña de unos 12 años completamente desnuda me observaba con gran interés desde una mesa mientras le hacia una mamada a su compañero. Continuamos nuestro camino por la puerta del fondo de la habitación, Daniel, el líder, la abrió y pude observar un gran espectáculo: a la izquierda una pareja se besaba mientras dos chicas de unos 20 años le metían los dedos por el ano a ambos y ellas a su vez se masturbaban mutuamente. A mi derecha, un joven penetraba a otro mientras este último lamía los jugos que salían de la vagina de una camarera.

Queda poco – dijo Daniel.

Queda poco ¿para qué? – pensé.

En la siguiente habitación, había otra barra a la derecha con dos camareras subidas sobre ella que se metían la boca de una botella por la vagina. A la izquierda dos camareras más les hacían una mamada a dos hombres mayores mientras estos les metían los dedos a dos mujeres más.

Daniel se acercó a la barra y pidió un vodka con lima. Una de las chicas sin sacarse la botella colocó sobre la barra u vaso, le añadió unos hielos, la lima y sacándose la botella de su sexo comenzó a llenar el vaso. Daniel se acercó a su sexo -¿puedo?- preguntó. Ella asintió. Le lamió el clítoris de arriba abajo varias veces y mientras colocaba mi mano sobre su pantalón para que notase como su bulto tomaba forma.

Quieres probar – me dijo.

Puse cara de extrañada.

Vamos no seas tonta, ya verás que bueno está.

Y así sin más, hundí la cabeza entre las piernas de la camarera. Le lamí el clítoris poco a poco pero después me di cuenta de que no podía dejar de hacerlo porque su sabor me trastornaba y lo hice con más rapidez. Le gustaba muchísimo porque apretaba cada vez más mi cabeza contra ella llegándome a clavar las uñas y cada lametón mío producía un grave gemido en ella.

Detente ya – me dijo Daniel, debes dejar algo para los demás.

Me levantó y me lamió los líquidos que corrían por mi barbilla.

Seguimos caminando y abrió la última puerta, al fondo se distinguía sobre un gran sillón, la figura de un chico con la cabeza entre las piernas. Avancé hasta donde podía distinguirlo bien. Elevó la cara y me quedé paralizada al ver que el chico que estaba viendo de pelo negro, ojos oscuros y grandes con largas pestañas era David. Las piernas comenzaron a temblarme, creía que era de miedo pero no, mi cuerpo se había excitado al verle. Sentía ansias de besarle, tocarle, de sentir su verga dentro de mí, sí la misma que en el pasado me había producido tanto dolor. Daniel me quitó la chaqueta ante la mirada de David, no me podía mover pero sentía como mi sexo se humedecía.

¿Sigue siendo virgen – preguntó David.

Sus palabras hicieron que mis pezones se erizaran, sabía que se notaban bajo mi camisa y que David lo iba a ver. Y así fue, los vio y mostró una gran sonrisa.

No sé si es de miedo pero estás erizada.

Daniel comenzó a besarme el cuello y David se acercó hasta mí, puso sus manos sobre mis pechos y los apretó.

Ay, no seas bruto.

Pensé que te habías vuelto muda.

Le sonreí, me acerqué a sus labios y lo besé. Colocó sus manos en mis caderas y llevándolas a mis nalgas me dio una pequeña nalgada.

Chica, ¡como has crecido!

Bueno os dejo solos, más tarde os mandaré a Estela – dijo Daniel.

Al salir por la puerta, David me abrazó fuertemente, me cogió en brazos y me lanzó sobre el sillón. Se acostó sobre mí, mis piernas temblaban al sentir su pene presionando mi pierna.

Lo siento me ocurre cuando

Cuando estas cachonda. Lo sé, le ocurre a muchas chicas – añadió.

Se quitó la camisa y levantó la mía hasta la altura del pecho, me dijo: echaba de menos tu piel.

Terminó por quitármela completamente, observó que no llevaba sujetador ya que la mayoría de veces no lo llevo debido al gran tamaño de éstos y me acarició los pezones. Se puso de pie para quitarse el pantalón y luego bajar el mío para colocarlos bien doblados en una silla que había a un lado. Se acarició el pene bajo el bóxer que ya asomaba su cabeza desde hacía rato.

Decidido se quitó el bóxer y me quitó mi tanga. Se colocó sobre mí y con la punta del pene acarició mi clítoris. De la silla cogió un bote, lleno su mano de la sustancia que había en su interior y lo extendió sobre mi pecho, era aceite hidratante. Lo extendió por cada uno de mis pechos, mi cintura, mi clítoris, mis muslos, mi espalda, mis nalgas y finalmente por mi ano. Me ofreció el bote para que hiciera lo mismo con él. Cuando terminé se levantó a apagar la luz. Allí sentada sentí como unas manos abrían mis piernas, una boca tocaba mi clítoris y me metían un pene en la boca para ahogar mis gemidos. El sabor de aquel pene me fascinaba y no podía parar de chuparlo.

Me hicieron arrodillarme en el suelo con los brazos apoyados en el sillón. Noté como alguien se sentaba delante de mí y empujaba mi cabeza hacia abajo hasta un sexo húmedo con un clítoris caliente y una vagina que sabía a fresas como el de aquella camarera. ¿Será ella? – pensé.

A continuación sentí como de un tirón se introducía un dedo dentro de mi ano, supe que era David el que lo había hecho pero lejos del sufrimiento que me había producido aquel gesto hacía años, ahora era el más `puro goce para mí. Después, David sacó el dedo de mi ano para introducir su pene y comenzó a cabalgarme. En cada embestida se introducía mi lengua cada vez más en el interior de aquella vagina que estaba explorando. David bajó su mano a mi clítoris y me masturbó poco a poco. Recordé aquella noche que había pasado con él y me di cuenta que era muy distinta a la que estaba viviendo en este instante. Todo lo que recordaba como doloroso ahora era para mí lo mejor que me había ocurrido hasta entonces. Llegué al orgasmo al tiempo que mi amiga lo conseguía. David incrementó el ritmo y pude notar una vez más como la humedad me invadía por dentro al correrse dentro de mí. Caímos uno sobre otro en el sillón, alguien encendió la luz, era Daniel. Observé como la camarera yacía dormida abrazada a mí y David abrazado a ella. Daniel se acercó.

Estela está agotada- dijo David levantándose conmigo. Estela despierta.

La camarera tras el esfuerzo se levantó a duras penas apoyándose en David.

Estela es mi esposa, llevamos tres años casados, somos los dueños del local. Le he hablado de ti desde que la conozco y le gustaste mucho – dijo David.

Al oír esto no me decepcioné, simplemente me sorprendí.

Le ha hablado de mí – pensé

Me vestí, me despedí de ellos ambos con sendos besos en la boca y salí de allí agarrada de Daniel y, de la misma forma que llegué sin saber nada de aquel lugar me marché para no regresar jamás. Sabía que no los volvería a ver pero eso era algo que por el momento no me importaba.

Ahora tengo casi 44 años, no me he casado ni lo pienso hacer y por mi vida han pasado cientos de hombres, quizás miles pero ninguno ha sido como David. Ah, y soy virgen porque así lo decidió mi ángel de la guarda.