Soy usada y dominada como muñeca inflable
Tras usar una muñeca inflable, me ofrezco a mi marido para que haga conmigo lo que quiera. Historia basada en hechos reales con fetichismo y dominación.
Esta es una historia basada en hechos reales. El día que ocurrió estaba mojada y excitada a un nivel incontrolable y todavía me pone a mil cada vez que lo recuerdo. Espero lo disfruten tanto como yo.
Debo empezar, como contexto, a explicar que mi marido y yo somos muy abiertos con el otro sobre nuestra sexualidad individual. Me refiero a que sin problemas sabemos que el otro se masturba, lo entendemos y respetamos. No solo eso, sino que también nos compartimos experiencias que tenemos en solitario. Desde hace tiempo empecé a hacerme de todo un cajón lleno de juguetes sexuales que usamos juntos y que yo uso para darme placer sola.
A mi marido no le llamaban mucho la atención los juguetes existentes para hombres o me decía que había menos variedad y solían estar más caros que las opciones para personas con vulva. Pero sin duda cada vez le interesaba más la experimentación, sobre todo al verme a mí muy feliz con mi colección de juguetes que yo usaba para pasarla muy rico.
Sucedió que un día planeé un viaje con mis amigas. Esto fue después de la cuarentena por la pandemia de covid, así que era la primera vez en muchos meses que mi marido y yo nos separaríamos. Yo estaba muy emocionada por irme, lo que haría desde un viernes hasta el domingo. Él no estaba muy feliz con quedarse en la casa solo todo el fin de semana, pero a la vez esta fue su oportunidad para ponerse creativo.
Sin dar más rodeos, sabía que era una buena oportunidad para matarse a pajas, como solía hacerlo cuando era soltero y vivía solo: hacer sesiones de masturbarse en cualquier lugar de la casa donde se le antojara, a la hora que quisiera y las veces que deseara, con porno en la pantalla grande y a todo volumen si así lo deseaba, cosas que no se sentía cómodo haciendo en la vida de pareja. Entonces, como parte de ese plan, empezó a buscar juguetes sexuales.
Entre sus opciones, encontró una muñeca inflable, no tan grande, de más o menos un metro cincuenta, para que no fuera tan difícil de inflar. Tenía lo típico: una boca abierta, grande, delineada de un labial rojo corriente. Este modelo tenía el cabello corto, rubio, únicamente pintado en la cabeza de la muñeca, con una tira de velcro para tener la posibilidad de comprarle por separado pelucas y ponérselas. Tenía los ojos azules, grandes, bien abiertos. También tenía unos senos plásticos prominentes en comparación con su delgado torso, con unas protuberancias que representaban sus pezoncitos, aunque eran del mismo color y no tenía areolas. Entre las piernas estaba su abertura, un pequeño hoyo, muy estrecho pero profundo. No tenía la apariencia de vulva ni vagina: solo era un hoyo. Sin embargo, la página donde compró la muñeca daba la opción de añadir un accesorio que era un cilindro largo de plástico muy suave y flexible con forma de vagina y que cabía perfectamente bien a presión en el hoyo de la muñeca. Estaba diseñado, por supuesto para masturbarse penetrando dicho cilindro. Al insertarlo en la abertura de la muñeca, no solo mejoraba la apariencia, sino también mejoraba la textura y quedaba más apretadito para darle más placer al miembro.
Mi marido compró la muñeca y el accesorio, así como un juego de lencería para la muñeca. Se iba a quedar solo con ella todo el fin de semana para disfrutarla a su antojo. Yo estaba sumamente excitada de pensarlo y follamos varias veces imaginando su calentura.
Llegó el viernes y me fui de viaje. No hablé mucho con mi marido esos días porque nos gusta darnos nuestro espacio. El domingo que regresé nos pusimos al tanto de nuestro fin de semana, le conté del viaje y él me contó que no hizo gran cosa. Lo noté reservado con el tema de la muñeca, pero yo moría de curiosidad. Le pedí que me contara cómo había estado, cómo se sentía, etc. Muy reservado aún, me dijo que había estado bien, que nada como follar con una mujer de verdad, pero que mejor que masturbarse con la mano o frotándose con la cama o la almohada, como a veces hacía. Pero yo quería detalles: tan solo con imaginarlo ya me estaba calentando. Así que le pedí que me describiera dónde y cómo lo había hecho, con qué frecuencia, etc. Me dijo que lo había hecho en la cama y en el sofá, y que en total se habría corrido unas ocho veces cada día. Cuando me lanzó ese dato yo abrí los ojos de sorpresa, no podía imaginarse lo caliente que debió estar para pasar prácticamente cada día pajeándose con la muñeca o más bien cogiéndosela. En ese momento sentía cómo la entrepierna me palpitaba, estaba segura de que ya estaba mojada solo de escucharlo e imaginarme.
Le pedí más detalles y me dijo que empezó por aburrimiento, pero que el morbo de follarse a la muñeca era muy grande, que le mataba verla ahí tan calladita y vulgar, con su boca de un rojo corriente abierta a todo, y su panocha suave siempre dispuesta. Me dijo que al penetrarla le encantaba sentir cómo su cuerpo la abarcaba toda (pues como dije era pequeña), la dominaba, y se la follaba una y otra vez sin que ella pudiera decir o hacer nada. Ella estaba para su servicio y para complacerlo en todo lo que quisiera.
Mi marido me contó que le mordió las tetas con salvajez, que la pellizcaba y azotaba: le magreaba los senos y las nalgas con fuerza. Ni decir de que se corrió en todo su plástico e inerte cuerpo: en la vagina, por supuesto, en la boca, la cara, las tetas, las nalgas, el vientre y demás. Me dijo que al final casi ni le salía semen, solo un poco de líquido pues, como se imaginaran, después de veinte corridas (y más) estaba casi seco. Se vació y se exprimió en esa muñeca todo lo que le fue posible.
Después de contarme eso, yo estaba empapadísima, por lo que le pedí que me follara ahí mismo. Estábamos en el comedor y nos empezamos a besar apasionadamente, aunque más bien diría que de manera muy sucia y cachonda. Me empezó a magrear las tetas y me pellizcó los pezones. Sentí su erección y me froté contra ella. Pero entonces se me ocurrió una idea: ahora yo quería ser esa muñeca inflable. Me excitó la idea, se lo dije y también le prendió. Le dije que fuéramos a la habitación, que yo me iba a quedar inmóvil en la cama y que me hiciera lo que quisiera, sobre todo, que me mostrara todo lo que hizo con la muñeca. El trato era que yo no podría hablar ni moverme. Él me iba a mover como quisiera si quería cambiarme de posición.
Así que entramos a la habitación, me desnudé y me acosté sobre la cama, boca arriba, lista para entrar en papel. Abrí la boca y las piernas, tratando de imitar la posición de la muñeca. Entonces mi marido me observó unos segundos primero, luego me acomodó en el centro de la cama, se puso sobre mí, insertó su miembro palpitante en mi vagina y empezó a bombear. Tuve muchas ganas de gritar desde que lo sentí metérmelo, pero tenía que callar para seguir con mi papel.
Después, se salió antes de acabar, se subió más en mí, y acercó su pene a mi cara. Me penetró la boca. Como yo no podía cerrarla por voluntad propia, él la cerró un poco con sus manos, para que los labios quedaran completamente pegados a su miembro. Comenzó un mete y saca primero lento y luego muy rápido. Me hubiera encantado intervenir y hacerle una mamada más completa, usar mi lengua y mover más mis labios, pero estaba metida en mi papel. Me siguió follando la boca un rato más y pensé que iba a correrse, pero se salió.
Después de tantas venidas que había tenido, supongo que no le interesaba correrse por correrse, sino disfrutar más de cada sensación y retardar el orgasmo. Se acomodó para penetrar mi vaginita nuevamente, pero primero se acercó a mis tetas. Las lamió bruscamente y me mordió los senos, alrededor de los pezones. Yo quise dar un grito de dolor y de placer, pero no podía. Luego me volvió a follar y se acercó a mi boca a besarme, pero como yo la tenía semiabierta y no podía moverme, más bien pasó su lengua por mis labios, la metió a mi boca y me lamió un par de veces, luego me escupió en la boca y como no podía hacer grandes movimientos que se notaran, para cumplir con la fantasía, no me lo tragué y me quedé sintiendo su fría saliva en mi lengua.
Después aumentó el ritmo del mete y saca follándome con más intensidad y me tomó del cuello con una mano, mientras la otra bajó hacia uno de mis pezones. Comenzó acariciando mi cuello suave, pero siguió aumentando la intensidad de la presión que ejercía hasta ahorcarme. Como sus manos son muy grandes, una sola le bastaba para rodear mi cuello. Con la otra mano, contrario a lo que hacía con mi cuello, sobeteaba suavemente mi pezón. Él sabía que mis pezones eran una zona muy erógena de mi cuerpo, casi tanto como mi clítoris, por lo que esa combinación de limitarme el aire mientras me daba placer por medio de mi teta me estaba matando de placer. Separó su mano de mi cuello, habíamos hecho esta práctica antes por lo que aun sin que yo dijera nada, ya tenía calculado cuando era buen momento de parar.
Se separó y salió de mí y con brusquedad me volteó. Ahora, con mis nalgas arriba, me las empezó a magrear y a sobar, luego me dio unas nalgadas muy fuertes que me dolieron y me excitaron. Usualmente en estos juegos yo le digo “no, papi, no me pegues” o, al revés “sí, papi, pégame, dame mi merecido” y él me responde que me tiene que castigar por puta o algo por el estilo, pero ahora que yo no podía decir nada, el sólo me dijo, “eres una vulgar puta”, mientras siguió nalgueándome. Me mojé más pensando en que eso fue lo que le decía a su muñeca y que así como ella se veía vulgar y corriente yo también me veía así ahora.
Sentí cómo su mano se fue en medio de mis nalgas, en mi rajita y con algo muy frío (probablemente lubricante), me empezó a dedear el culo. Me metió un dedo, lo metía y lo sacaba y cuando estaba dentro hacía círculos para dilatar mi anito. Luego hizo lo mismo con otro dedo. Finalmente, susurró “la ventaja de esta muñequita es que tiene más agujeritos que perforarle” y acto seguido me metió su miembro en mi culito. Otra vez quise dar un grito de dolor y placer, pero tuve que callármelo. Empezó un mete y saca primero muy suavecito, luego tomó mi cabello y lo jaló con fuerza mientras aumentaba el ritmo de la penetración. Escuchaba cómo gemía y jadeaba y eso me ponía más cachonda. Bajó el ritmo de la penetración otra vez y me folló despacio, suave, casi haciendo sólo lo necesario para que no se le bajara la erección. Siguió así un largo rato, metiendo y sacando, jalándome el cabello, a ratos pellizcándome las nalgas, a veces me metía las manos por debajo del pecho para sentir mis pezones y magrear mis tetas. Me araño la espalda cuanto se le antojó. Me pellizcó la piel de las caderas. Se aferraba a mí con fuerza mientras me seguía perforando el culo. Siguió en ese lento pero continuo mete-saca durante un largo rato sobre mi cuerpo inerte. A ratos se recargaba completamente sobre mí, para descansar, supongo, pero siguiendo solo con el movimiento de pelvis, sin atreverse a interrumpir su gran placer. Me decía “te voy a coger toda la noche, mi muñequita puta, te voy a dejar bien abiertos y chorreados todos tus hoyos”. Cada que me decía algo sucio yo me excitaba mucho. Me moría por gritar, gemir y decirle “sí, soy tu putita”, pero no podía.
Luego de un largo rato de cogerme así, sentí cómo aceleró el movimiento y soltó un chorro caliente dentro de mí. Soltó un grito y se retorció de placer sobre mí durante unos segundos, para luego caer rendido sobre mi cuerpo aún inmóvil. Sentí su sudor y su olor a hombre.
Después de recuperarse, aunque todavía agitado, se levantó de mí, me volteó nuevamente y recostado junto a mí, me empezó a masturbar. Me acariciaba el clítoris, pasaba sus dedos y luego la palma de su mano. Me metía los dedos por la vagina y por el culo abierto cuando se le antojaba. mientras no paraba de estimular mi clítoris. Yo quería gemir y retorcerme de placer, pues estaba sintiendo riquísimo, pero no era momento de salirme del rol de muñeca sin vida. Lo más que hice, que no pude controlar, fue un ligero temblor en mis piernas. Con la boca todavía abierta, respiraba despacio y muy profundamente para evitar gemir, gritar, berrear o hacer cualquier otro ruido.
Luego mi marido se acomodó de tal forma que empezó a mamarme las tetas como si fuera un bebé succionando la leche. Me pregunté si también había hecho eso con la muñeca y quise imaginar que sí, pues le encanta mamar teta, aunque supongo que la sensación y el placer no fueron iguales con el plástico de los senos de su juguete que conmigo. Siguió succionándome alternadamente una y otra teta al mismo tiempo que me frotaba mis partes, hasta que ya no pude más y sentí cómo iba a explotar en un orgasmo. Por un instante pensé si debía seguir con mi rol de muñeca y callar y, además, no sabía si lo iba a lograr. Como llevaba horas excitaba, empapada de la calentura que la situación me provocaba y más que estimulada, antes de decidir qué hacer estallé en un orgasmo que me hizo gritar y retorcerme. Entonces se terminó el juego y la fantasía, aunque después seguimos follando.
Me gustó mucho el sentirme inmóvil, dominada y a merced de lo que mi marido quisiera hacerme. Terminé con varios moretones sobre mi cuerpo, cansada y con el culo abierto e irritado. Todavía esas escenas me hacen excitarme muchísimo, así como pensar a mi marido como un pervertido adolescente caliente follando a la muñeca repetidamente día y noche. Mi siguiente objetivo es poder aguantar más sin moverme ni hablar, para que me pueda hacer lo mismo que le hizo a la muñeca ese fin de semana y dejarme llena de su leche por todos lados. Ya les contaré qué pasa.