Soy una zorra (3)
Juan enseña a Marta a masturbarse con toda clase de objetos.
Aprendiendo a usar mi cuerpo (III):
Marta aprende a masturbarse ...............
Tras mis dos primeros encuentros con Juan me notaba cambiada. De ser una chica bien, universitaria, acostumbrada a no escandalizar, a vestir correctamente, a disfrutar hasta aquel momento de experiencias sexuales consistentes en follar a lo clásico, incluso prefiriendo el romanticismo (aunque alguna experiencia no fue como previamente la había imaginado), había pasado a preferir el sexo por el sexo, a ser más salvaje, a gozar comportándome como una mujer vulgar, asumiendo que lo que se pasaba por mi cabeza se podía realizar. Y así acepté excitada desnudarme en medio de la calle o subir las escaleras de la casa de mi novio completamente en cueros, lamí excitada su culo, y me gustó, me bebí su semen, le permití sodimizarme ...... ¿Dónde había dejado mi inocencia, mi buena educación, mis modales en público? ¿Por qué me atraía comportarme como una ramera si siempre había sido comedida?.
.................Todavía me quedaban diez días para examinarme de civil, lo que hizo que durante la siguiente semana Juan y yo nos limitáramos a dar una vuelta a última hora del día, a conversar, tomar algún café, darme ánimos con los estudios, etc. De sexo, solo deciros que al dejarme en el portal de casa de mis padres y al despedirnos con un apasionado beso, Juan siempre aprovechaba ese momento para mojarme, para acariciarme el coñito por encima del pantalón, o de la braguita si llevaba falda, dejándome caliente y con ganas de marcha. Le había prometido que el sábado le dedicaría toda la tarde a él, y habíamos quedado de nuevo en su casa para "ensayar y adiestrar mi sexo", según sus propias palabras.
Juan me había dado la llave de su apartamento así que esta vez no llamé al portero automático. Durante la semana había renovado mi ropa interior y me había comprado dos braguitas de encaje, muy sexys, una blanca y otra negra, y dos tangas uno rojo, y otro negro, muy pequeño, con solo un cordón o hilo por la parte posterior. Si los hubiera visto mi madre seguro que habría pensado que me había vuelto puta o algo así, o al menos una desvergonzada (y no estarían muy desacertados). El tanguita negro es el que decidí ponerme para encontrarme con Juan, no sin antes haber precisado de un recorte del vello de mi pubis para que no sobresaliera por los bordes. Subí las escaleras andando y en el cuarto piso me desvestí quedándome solo con el tanguita puesto. La verdad es que desnudaba mi culo por entero, y me hacía parecer una de esas mujeres brasileñas de los carnavales (tener en cuenta que en esa época los tangas no estaban tan de moda como ahora).
Llamé al timbre y la cara de Juan al verme fue de estupefacción y también de satisfacción. Él no me había pedido ni que me desvistiera, ni que me pusiera ninguna ropa especial, ni nada. Todo lo había hecho por mi propia iniciativa, quise sorprenderle gratamente, y lo había conseguido. Sonriendo, abrió la puerta por entero y me dijo:
¡Menuda zorra estás hecha, Marta, vaya bragas de fulana que te has puesto!. Estas divina. Espera aquí un momento, y desapareció, dejándome así en la puerta de su apartamento. Al cabo de unos instantes volvió con una cámara de vídeo en sus manos y me dijo:
- Marta, voy a inmortalizar este momento, tu entrada en casa vestida como una vulgar furcia. A ver cómo te mueves y meneas ese trasero. ¡Vamos!.
Le sonreí lascivamente, empecé a caminar hacia él, hacia la cámara, me di la vuelta, mostré mi culo, me bajé ligeramente las braguitas, me volví a girar para enseñarle el coñito, y todo ello HABLANDO a la cámara, bailando sensualmente y diciendo: Me llamo Marta, soy la PUTA de Juan, he subido así por las escaleras, en tanga, y ahora le voy a pedir que me follle.
Juan dejó la cámara en una mesa, grabando, cerró la puerta y me besó.
Te quiero, le dije, y me tienes dispuesta y preparada para que me enseñes a usar mi cuerpo como a ti te gusta. Haré todo lo que me pidas.
¿Todo?
Sí, cariño, lo he pensado y tendrás mi sexo a tu entera disposición. Puedes hacer conmigo todas las marranadas que se te ocurran, seré tu cerdita, una verdadera guarra para ti, le dije, poniéndo la mayor cara de vicio de que era capaz.
Juan me explicó que lo primero que íbamos a hacer era preparar y acondicionar mi coño, conocerlo mejor, hacerme comprobar para qué puede servir, qué cabe en su interior, cómo tocarme el clítoris, cómo acariciarme. etc.
Me coloqué tumbada en el sofá, desnuda, y con las piernas totalmente abiertas. Juan se arrodilló frente a mi conejito y empezó a lamer mi coño, a comérmelo, llenándolo de saliva, a ratos escupiendo sobre él. Pronto introdujo un dedo, dos, y hasta tres, metiéndolos y sacándolos como si me follara hasta que obtuve mi primer orgasmo. Cuando me acostumbré a ellos, trajo un bolsa que contenía unos cinco consoladores de diferentes tamaños, los cuáles fueron entrando por mi coño sucesivamente. Cuando Juan los sacaba yo los limpiaba con la boca. Juan me animaba diciendo que era una su putita y que si me gustaba, que en menuda guarra viciosa me había convertido y otras lindezas parecidas. Yo no paraba de correrme una y otra vez, despatarrada da en el sofá. El último consolador era enorme, negro, y tuvo que metérmelo con vaselina, pero lo conseguimos, me ensartó con él y yo misma lo moví hasta correrme, gritándole excitada y fuera de mí: ¡Mira Juan, me cabe, qué cerda soy, tu puta, mira como me follo yo solita!.
Tras el consolador negro Juan me dijo que todavía podían caber más cosas en mi coño.
Le dije que ya no podía más, que me había corrido un sinfín de veces, pero fue inútil: Me acercó un montón de objetos y me dijo que quería ver como me los iba metiendo dentro de mi coño: Así, me introduje el mango de un martillo, un plátano, unas zanahorias juntas, un pepino, una vela, el cuello de dos o tres botellas diferentes y por hasta cuatro dedos de la la mano de Juan, que me cupieron sin apenas dolor, ya que tenía el coño muy abierto pues llevaba casi una hora sacando y metiendo los objetos que os he descrito, y con la ayuda de la vaselina, claro está. Lo último que probamos fueron unos pinceles que, todos juntos, haciendo un ramillete, me los introdujo y que arañaron levemente el interior de mi sexo pero que me ocasionaron un brutal orgasmo. Todo ello lo había grabado en vídeo, inmortalizando todas las escenas para poder recrearlas juntos, me dijo, en otras ocasiones.
Nunca me había masturbado tantos tiempo seguido, y había perdido la cuenta de las veces que me había corrido. Estaba tumbada en el suelo, con las piernas y el coño completamente abiertos, agotada pero feliz. Juan estaba recostado a mi lado, acariciándome los pechos dulcemente. Estuvimos así, sintiendo el calor de nuestros cuerpos juntos, sin hablarnos, dejando que mi cuerpo se recuperase del trato recibido.
Estoy destrozada, agotada, le dije.
¿Has gozado? ¿Te arrepientes de algo?
Como una posesa. Juan, me has hecho muy feliz, me he corrido hasta la saciedad. Te quiero. Le besé.
Yo también. Eres la mujer con la que había soñado, me gusta verte dispuesta a probar cosas nuevas, sexo diferente, distinto, por perverso que sea lo que te pido, te prestas a ello.
No me importa ser viciosa contigo. No hacemos nada malo, me gusta ser tuya, tu zorrita, solo disfrutamos del sexo, verdad?. Oye Juan, me gustaría saber una cosa, ..............
¿Qué?
Lo has grabado en vídeo, no? Lo de cuando llegué a casa vestida solo con el tanga, y a cuatro patas, y metiéndome los consoladores y lo demás, no? ¿Para que lo quieres?
Todavía no lo sé. Te filmaré otras veces más, veremos juntos la cinta y luego ya veremos, cuando tengamos más material lo decidimos juntos. A lo mejor lo vendo, o lo cuelgo en Internet.
Venga en serio, no digas tonterías.
Ya veremos. Ahora, y hablando de filmar, ¿por qué no me grabas a mí un poco?
Vale, pero esta vez harás lo que yo te pida, conforme?
Sí, guarra.
Cogí la cámara, la encendí de nuevo y le indiqué que se pusiera mi tanguita negro y adoptara la postura del perrito.
Cabrón, a mí también me gusta tenerte a cuatro patas y ahora te voy a meter los consoladores por el culo.
Dejé la cámara sobre la mesa, grabando sola, y cogiendo uno de los consoladores empecé a penetrarle. La verdad es que entraba bien, se notaba que Juan ya tenía abierto el culo. Me puse la otra parte del consolador en la boca y comencé a follarle su cálido pompis.
- Eres un marrano, lo tienes ya abierto, a lo mejor incluso te cabe el negro. ¿Lo probamos? ¿Quieres tenerlo en el culo?
Juan, gimiendo, asintió. Y se lo metí, parecía que le rompía el culo.
Vamos zorra, me voy a correr, agárrame del rabo y hazme una paja mientras me follas.
Casi al instante de asirle la polla con mi mano derecha se corrió, inundando de leche el suelo de madera.
Uff, ... ha sido bestial, qué corrida.
Yo le contesté: Ya lo creo, es increíble que tuvieras dentro esa cantidad de leche, después de todo lo de hoy.
Entonces me dirigí gateando hacia donde se había depositado toda la corrida y le dije que me enfocara bien con la cámara. Juan se levantó y cuando estuvo preparado, mirando a la cámara, a cuatro patas, saqué la lengua empezando a lamer toda la leche desparramada por el suelo, limpiándola con mi lengua, degustándola como una cerdita, relamiéndome de gusto y poniendo la mayor cara de vicio de que era capaz.
Descansamos un rato, cenamos, vimos la televisión y entonces le dije a Juan si podía poner en la tele lo que habíamos grabado.
Se levantó y montó todo el tinglado de conexiones y cables entre la cámara de vídeo y la televisión necesarios para poder reproducir la cinta, y nos pusimos a verla. No sabéis lo mojada que me puso el hecho de contemplarme a mí misma follando, chupando la polla y el culo de Juan, verme abierta de piernas sin pudor alguno, contemplar mi cara de viciosa mientras me corría. Tanto me excité que le dije a Juan que necesitaba correrme. Estaba todavía desnuda por completo. Juan apagó la tele y puso la cámara en función de grabar. Me cogió la mano e indicándome que le siguiera me llevó hasta el sofá. Me hizo subir al brazo de la butaca, y entonces me pidió que me masturbara frotando el coño y moviendo mucho el culo, para mostrarlo a la cámara de vídeo y grabar mis movimientos, más rápidos a medida que iba llegando al clímax.
Y así volví a correrme, yo sola, mientras él actuaba de simple espectador, miraba como me satisfacía sobre un sofá, restregándome como una vulgar perra, como un animal que solo busca satisfacerse y saciar su deseo sexual.
Continuará.