Soy una zorra (2)

Continúa la historia de Marta y Juan en el apartamento de éste, culmimando con un ardiente encuentro sexual.

En el apartamento de Juan (II):

Ya os he contado la forma en que conocí a Juan, con quien hoy estoy felizmente casada, y también lo que ocurrió en nuestro primer encuentro. Ahora os narraré nuestra segunda cita, ya en su apartamento, donde Juan se descubrió como un gran aficionado a todo lo relacionado con el sexo, haciéndome partícipe de sus extravagantes gustos e inclinaciones que pronto comenzaría a compartir.

Al día siguiente estaba hecha un lío. Le había dado muchas vueltas a todo lo que había pasado, al modo en que me había comportado. No acertaba a comprender qué me había impulsado a acceder a los deseos sexuales de Juan, a masturbarme sobre él, a perder mi estima sometiéndome a ese ridículo capricho de Juan (al menos ahora así calificaba yo lo que había acontecido), y sobre todo, intentaba analizar el porqué en el fondo me había gustado desnudarme ante él en público y hacer algo que si antes alguien me lo hubiera pedido, o siquiera insinuado, hubiera obtenido una merecida bofetada por respuesta.

En ello estaba cuando sonó el teléfono. Era Juan, quien tras preguntarme qué tal había dormido me invitó a conocer su apartamento. Le contesté que tenía que encerrarme a estudiar para mi último examen, y que si quería podíamos dar una vuelta corta a eso de las nueve de la noche, para airearme, pero que hasta el sábado no pensaba salir (faltaban tres días). Le pareció bien y me hizo prometerle que el sábado saldríamos de marcha. Esos tres primeros días me recogió puntualmente a eso de las nueve de la noche e íbamos a tomar algo hasta las diez y media aproximadamente. Me venía muy bien ese pequeño descanso de libros.

Esos momentos los aprovechamos para conocernos mejor y, he de reconocerlo, para enamorarme por completo de Juan, me gustaba muchísimo. El jueves, en la cafetería, mientras hablábamos de nuestras aficiones, Juan me manifestó que era un adicto al sexo. Le miré atónita y le pregunté qué quería decir con eso. Añadí que a mí también me gustaba el sexo, y disfrutar con él, y que por ello no me creía una adicta. Y que si era por lo de la otra noche, le dije que a veces también era bueno perder el control, abandonarse a nuevas sensaciones y que había disfrutado mucho con nuestra travesura. Él me contestó que quería decir que le "encantaba el sexo", que constituía, además de la arquitectura, una de sus "pasiones". Me explicó que le gustaban las revistas y las películas porno, que le encantaba masturbarse, follar, probar experiencias y situaciones nuevas, sin excluir ningún tipo de práctica sexual. Incluso me confesó que mantenía una relación homosexual con un amigo llamado Javi, pero no sentimental, solo sexo, que alguna vez se había vestido con ropa femenina, que se había llegado a acostar con dos chicas y que una vez había follado con un matrimonio donde al marido le gustaba observar cómo su esposa era follada por otro hombre y luego la habían penetrado entre los dos. Me preguntó qué me parecía todo eso, como aclarando que era el momento de decidir si quería seguir saliendo con él o por el contrario escapar corriendo, ya que no pensaba renunciar al sexo tal como lo entendía y disfrutaba. Añadió que si quería salir con él debía mentalizarme en pensar de forma abierta en materia sexual, probar nuevas experiencias, desinhibirme por completo de posibles tabúes que tuviera, y que aprenderíamos juntos.

Resumiendo, y hablando claro, Juan quería como novia a una mujer que en el terreno sexual llegase a ser una buena zorra. Sorprendentemente, no le dije que sí, pero tampoco que no, y además quedamos para el día siguiente. ¿Era en realidad mi forma de decirle que sí, que estaba dispuesta a lo que me pidiera?

Y llegó el sábado. Sobre las ocho cerré el libro de Derecho Civil y decidí que ya era hora de vestirme para ir a casa de Juan. Abrí el armario y me quedé pensando qué ropa ponerme. Todavía no conocía los gustos de Juan, y por otro lado esperaba acostarme por fin con él y hacer el amor. De la ropa interior no cabía esperar mucho. No era aficionada a ella así que elegí unas braguitas negras, tipo bikini, con algo de encaje, y un vestido granate, de largo hasta por encima de las rodillas, que me sentaba bastante bien pues tengo las piernas largas y una figura estilizada. Decidí que me presentaría sin sujetador, hecho que consideré todo un exceso de sensualidad y atrevimiento. Además, seguro que a Juan, como a todos los chicos del mundo, le encantaría tener accesibles mis pechos, al menos a la vista, ya que el escote del vestido, recto, era de los que si me agachaba descubría mis tetas por entero. Por último me calcé unas sandalias también granates, a juego con el vestido. Me miré al espejo complacida, ¡estaba atractiva!.

Sobre las nueve menos cinco llamé al timbre del portero automático de su casa. La voz de Juan me indicó que esperara un momento, que bajaba enseguida, y a los dos minutos apareció sonriente. Nos besamos en los labios, nos miramos, y me preguntó si me apetecía ir a tomar algo. Le contesté que de acuerdo y fuimos a una cafetería frente al portal de su casa. Era el típico establecimiento especializado en desayunos y meriendas de refrescos y sandwichs. En su interior habría unas diez mesas, una barra amplia, dos camareros y apenas unos ocho clientes.

Nos sentamos en una mesa cercana a los servicios, frente a la barra y a la izquierda de la puerta de entrada. Pedimos una cerveza cada uno y empezamos a charlar. En un momento dado Juan me dijo:

Sabes Marta, tengo muchas ganas de ti, de ver tu cuerpo desnudo, de que te abras de piernas delante de mí.

Me sonrojé. Todavía no estaba acostumbrada a que me hablaran así, de esa forma tan vulgar.

Yo también, contesté, si tu quieres, luego podríamos hacer el amor, casi se lo susurré.

Juan se echó a reír por mi franqueza. ¿Estás caliente por todo lo que te he contado, porque no imaginas lo que te puede deparar este encuentro, verdad?. ¿has pensado en ello?

Bueno, la verdad es que sí, lo he pensado en varias ocasiones durante el día. Incluso ....... me interrumpí. Iba a decirle que me había tocado, masturbado, pensando en lo ocurrido en el coche, imaginándome escenas eróticas donde yo era la protagonista, las cosas que podría Juan llegar a inventar para mí, pero me callé

Incluso ¿qué?. Vamos Marta, ¡cuéntamelo!, sin secretos entre nosotros, vale?

Me acaricié, murmuré. El me hizo una seña como que no me comprendía. Me masturbé, dije más alto.

Eres deliciosa. Me encanta lo dócil que eres.

Yo no había pensado que nuestra sesión de sexo iba a consistir de nuevo en sexo oral, en el sentido de hablado, pero parece que Juan siempre me conducía a contarle este tipo de cosas y la verdad es que lejos de no gustarme, me excitaba, así que me dispuse a aumentar la temperatura de la conversación, y pronto me pude escuchar a mí misma diciendo palabras y frases que nunca creí diría a nadie.

Te gusta que sea una cachonda, que te diga las cosas que me gustaría que me hicieras, verdad?, que te cuente que tengo muchas ganas de que me folles, de comerte la polla y de que te corras dentro de mí. ¿Es eso lo que quieres oír, Juan?.

Mientras todas esas palabras brotaban de mi boca le acariciaba con mi pierna por debajo de la mesa y empecé a mirarlo lascivamente.

Juan me dijo entonces:

¡Martita, menuda cara de zorra pones cuando dices eso!. ¡Separa las piernas, que voy a acariciarte por encima de las bragas!,

Y en ese mismo momento deslizó su mano por entre mis piernas, llegando a mi sexo, tocándome el coño por encima de las braguitas, que ya empezaban a estar empapadas. Cada vez me acariciaba con más fuerza, agarrándome incluso el coño con su mano, cogiéndome del vello y tirando de él levemente, haciéndome estremecer de placer, jugando con los bordes de las braguitas, juntándolas, tirando de ellas para que se me metieran por dentro del coño, incluso hasta hacerme daño, volviéndolas a su sitio. Era una gozada. Me iba a correr allí mismo, sin poder evitarlo, y entonces se detuvo.

  • ¡Sigue, por favor, haz que termine, solo un poco más!, le supliqué, pero Juan había decidido que prefería dejarme así, totalmente salida, fuera de control. Estaba agitada, insistí: Por favor, Juan, ¡haz que me corra, sigue!.

Juan, como si no me escuchara, dijo: Veo que no llevas sujetador. Verás, voy a llamar al camarero para que nos cobre las consumiciones y cuando venga dejaré caer alguna moneda al suelo. Quiero que te agaches para recogerlas y que como sin querer le muestres las tetas. Con ese escote que llevas no te costará mucho enseñárselas.

Le sonreí, y le dije: Eres un cabrón. Parece que lo que te gusta es exhibirme, que otros vean mi cuerpo. ¿Te pone eso, verdad?. ´

Sí, contestó él. La verdad, es que me excita que otros puedan verte desnuda, expuesta, humillada, sometida a mis deseos. Si no lo quieres hacer no pasa nada.

No te preocupes. Solo de pensarlo me estoy poniendo más húmeda y cachonda , le repliqué pícaramente.

Juan avisó al camarero, un señor de unos cincuenta años, calvo, regordete y bajito. Le pregunto cuánto le debíamos y al ir a pagarle se le cayeron unas monedas. Ahora era mi turno. Tanto el camarero como yo nos agachamos a la vez para cogerlas, adelantándome a él, por lo que éste volvió a incorporarse mientras yo permanecía a sus pies, recogiéndolas. Noté como el escote del vestido se abría al estar inclinada, permitiendo, si el camarero se encontraba mirando, contemplar mis pechos. Solo de pensarlo se me pusieron duros los pezones, totalmente en punta. Otra vez me estaba mojando. Al levantarme dirigí mi mirada al camarero, y en efecto, estaba con la vista fija en la abertura del escote. Le sonreí, y le di las monedas. Se le veía radiante y se marchó murmurando algo así como "gracias por la propina".

Juan me dijo: Marta, te has portado muy bien. Venga, vámonos a casa.

Entramos en el portal, me empujó contra la pared, me levantó el vestido y empezó a acariciarme el coño. Yo me subía sobre su mano para sentirla más. Estaba muy caliente y deseaba correrme de una vez, que un orgasmo me tranquilizara. Me bajó las bragas hasta dejarlas a la altura de debajo de mi culo, impidiéndome así que me abriera de piernas tanto como mi cuerpo me lo pedía.

Cuando por fin su mano acarició mi coño desnudo sentí un inmenso placer. Por fin me tocaba directamente, su mano en mi carne desnuda, sobre mi vello, en mi coño mojado, dispuesto a recibirle. ¡Fóllame!, Juan, métemela, por favor.

Pero Juan ni siquiera se desabrochó el pantalón ni me permitió hacerlo a mí. Sin embargo, el muy cerdo lo que sí hizo fue meterme dentro del coño primero un dedo, luego dos, luego los sacó y me los metió en la boca para que se los chupara, volvió a meterlos en mi sexo.

¿Quieres tres dedos dentro, cerda?, me preguntó.

Sí, quería tres, cuatro, la mano entera, quería correrme de una vez en pleno portal de su casa, entregada y sudorosa a su mano. Introdujo tres dedos, y luego casi los cuatro dentro de mi coño, lo notaba reventar, y los sacó una vez más para que se los limpiara. Me dio la vuelta y esta vez me metió un dedo en el culo, luego dos y repitió la operación, volviendo a ofrecérmelos mientras me decía:

  • !venga guarra!, ¡chupa la mierda de mis dedos!. Me estaba humillando y yo me sentía sucia y vulgar, pero me entregaba a él, estaba teniendo la mejor experiencia sexual de toda mi vida.

Finalmente me corrí, sin que en ese momento me hiciera nada especial, salvo llamarme puta, o estar comentando que no imaginaba que yo era una chica tan sucia y viciosa, una auténtica zorra. Solo con esas palabras retumbando en mi cabeza me corrí.

Ya más tranquilos, y el sonriente, todavía en el portal, le espeté: Juan, qué pasa contigo, quiero tu polla, quiero que me folles. Ya me has tocado bastante. ¿es que no quieres que yo te haga algo?. No me respondió, limitándose a hacerme una seña para que subiéramos a su piso.

Juan vivía en el ático, en un pequeño apartamento. Estaba en la planta sexta y solo él la ocupaba. Me dirigí al ascensor, pulsando el llamador. Cuando abrí la puerta y me disponía a entrar en él, Juan me sujeto del brazo y me dijo:

Espera Marta, tu vas a subir por las escaleras. Son solo cinco pisos (dos viviendas por piso, derecha e izquierda), pues en el mío solo vivo yo. Pero antes me vas a dar el vestido y subirás en bragas. Si oyes algún ruido o voces te paras en el piso anterior, te escondes y esperas. Cuando llegues al rellano de la planta de mi apartamento, te quitas las bragas y me las das, y así entras completamente desnuda a casa. El único peligro que tienes es que a algún vecino le dé por bajar las escaleras y no tengas sitio donde esconderte, pero para tu tranquilidad caso todos utilizan normalmente el ascensor.

Eres un pervertido Juan, le contesté quitándome el vestido y entregándoselo. Quedé desnuda de cintura para arriba, los pechos al aire, vestida con mis braguitas negras y las sandalias. Juan se acercó, me besó en la boca, me acarició los pezones, tirando levemente de ellos, arrancándome un suspiro de placer, y finalmente, dándome una palmada en el culo, me dijo.: Vamos, zorra, a casa.

He de deciros que me corrí de nuevo mientras subía las escaleras vestida solo con las braguitas. Era excitante sentir que podía ser vista en cualquier momento, quedar expuesta ante cualquier vecino, que no tendría nada con que cubrirme y tampoco ninguna excusa que ofrecer. Eso me ponía a mil. Nunca había imaginado que disfrutara tanto exhibiendo mi cuerpo. Llegué a la sexta planta sin percance alguno, y allí estaba Juan, esperándome. Le miré, y tal como me había ordenado, me quité las braguitas, quedando completamente desnuda ante él. Me acerqué, me pasó el brazo por la cintura y descansó su mano en mi culo, que empezó a acariciar sin pudor.

Mira que eres puta, Marta, subir así desnuda. ¡Vamos, entra y ponte a cuatro patas en el recibidor.!

Le obedecí, Juan se desabrochó el pantalón y sacó por fin su polla. Se puso frente a mí y me la metió en la boca. Era grande, y empecé a mamársela despacio, mirándole a los ojos, pasando mi lengua a lo largo de su miembro, deteniéndome en la punta, para luego introducírmela casi por entero. La sacó y empezó a darme con ella en la cara y a decirme si me gustaba su polla.

  • Ummmm, !qué bien la chupas, Marta!, vamos putita, sigue así, métetela entera en la boca, ahhhhh, qué gozada .....decía Juan gimiendo de placer.

Yo me separé un poco y le pregunté, mirándole a la cara: ¿Te gusto así de puta, verdad Juan?. ¡Venga cabrón!, ¡fóllame el coño de una vez, trátame como si fuera una cualquiera, como una perra, soy tu puta, aquí mismo, a cuatro patas, y no cierres la puerta de casa, no me importa que me puedan ver cómo me follas!.

Juan metió su polla en mi sexo y empezó a joderme fuerte, sacudiéndome en el culo con azotes intermitentes, como su fuera un caballo al que montar, hasta que se corrió dentro de mí. Entonces rápidamente me separé de él, cogí su polla y se la chupé para limpiarla de mis jugos y extraer hasta la última gota de su semen.

Sin sacarla de la boca, continué mamándosela hasta conseguir que volviera a ponerse erecta, y entonces me tumbé sobre el suelo, abierta por completo de piernas, acariciando mi coño, notando que mi rostro reflejaba el de una mujer próxima al éxtasis sexual, suplicándole que me follara otra vez. Juan me respondió que me iba a dar por el culo.

Yo era virgen por el culo y enseguida y le hice partícipe de mis temores:

Juan, nunca lo he hecho por detrás. No me hagas daño, por favor.

Tranquila, colócate como las perras. Así, levanta el culo, que te lo voy a preparar.

Se acercó a mi trasero, lo acarició, y empezó a tocar mi agujerito, estrecho y cerrado. Luego introdujo su lengua dentro de mi culo. ¡Que gozada era sentir sus lamidas!, ¡qué morbo tenía estar en esa postura, tan humillante, con mi trasero en pompa, permitiendo que la lengua de Juan profanara mi culo, lo visitara!. Era algo, no sé como sucio o asqueroso, pero que en el fondo me producía un placer inmenso, me hacía sentirme muy viciosa, me ponía loca. Luego noté como escupía dentro de mi culo (que guarradas estábamos haciendo y lo peor es que disfrutaba como una cerda), cómo volvía a besarlo.

¡Juan, guarro, dame tu lengua, vamos, quiero tu lengua con sabor a mi culo, bésame, joder!, le supliqué volviendo mi cara y acercándola a su boca.

Nos besamos, trasmitiéndome todos los olores y sabores de mi cuerpo, haciéndome sentir totalmente sucia, salvaje, salida como una perra, sometida a sus caprichos, sumisa. Luego fueron dos de sus dedos, debidamente cubiertos de vaselina, los que se deslizaron por mi interior, abriéndome más el culo, poco a poco. Yo gemía suavemente, y Juan me indicó:

Si te acaricias el clítoris mientras te doy por el culo te gustará más, susurró,

Y yo obediente acaté su consejo.

Me acercó un tubo de vaselina y me ordenó siguiera preparándome yo misma para acoger su polla en mi culo, que lo dejara bien lubricado para que su pene entrara sin dificultad. Luego se subió prácticamente sobre mi culo, casi sentado, y me la metió, destrozándome, pero me gustaba, me tocaba frenéticamente el coño y el clítoris mientras sentía su pene deslizarse dentro de mí.

Marta, Ummm, ¡qué estrecho lo tienes! Menudo culo, me encanta, dios ...., que caliente está, ......pedazo de zorra, muévete, vamos, menea el culo mientras te follo!

Sí cabrón, dame por el culo, soy tu cerda, me gusta, vamos, más fuerte, dame tu leche en mi culo, vas a correrte dentro, verdad?

El muy cerdo, antes de correrse, todavía conseguiría de mí que le chupase obediente la polla, que degustase el sabor de mi propio culo, que le besara intercambiando nuestros sabores, que volviera a comerle la polla, luego me la metería otra vez en el culo, la sacaría, la volvería a meter, hasta que se corrió dentro de mi esfínter, llenándome el culo de semen.

A continuación introdujo dos dedos en mi recto y sacando un poco de leche me la hizo saborear, y la verdad es que no solo accedí gustosamente sino que me recreé en ello. Luego me puse en pie. Todavía tenía restos de leche en el culo, la notaba resbalar por mis glúteos. Juan estaba tumbado y me arrodillé sobre su cara, dejando el agujero de mi culo sobre su boca. Juan sacó la lengua y me lamió el semen que quedaba. Luego nos besamos. Ya me había convertido en su cerda, en su marrana particular.

Quedamos los dos tendidos en el suelo, descansando. Cuando se dio cuenta de que aún tenía la puerta del apartamento abierta me pidió que la cerrara, Me levanté, cansada y desnuda, y la cerré. Al volver me dijo:

  • Marta: quisiera que me pusieras tus braguitas sucias, me besaras la polla por encima de ellas y me lamieras después el culo. Sabes, me excita ponerme braguitas. Seguro que a ti también te excitará.

Ya nada podía sorprenderme, así que le vestí con mis braguitas negras, le besé, le pasé mis pezones por encima de ellas. Era muy morboso ver a Juan con mis bragas, era como si el hombre fuera yo, y acabé metiéndome su polla de nuevo en el coño, pero esta tercera vez no conseguí que mantuviera la erección.

Juan me susurró: el culo, Marta, ¡cómeme el culo!.

Nunca me habría imaginado que iba a llegar a lamer el culo de ningún hombre, y lo hice, le abrí de piernas, me tumbé en el suelo, metí mi cabeza entre sus piernas e introduje mi lengua dentro de su culo. Sabía como salado, me gustaba lamerle y más al comprobar el efecto que tenía en su polla mis lengüetazos, como iba irguiéndose hasta ponerse dura.

  • Juan, ¡eres una maricona!, le dije, ¡me gustas con mis bragas, me mojo solo de verte así vestido!, Esta vez quiero que te corras en mi boca, quiero beber tu leche, y así a los pocos minutos se derramaba sobre mí.

La velada la finalizamos desnudos los dos, hablando sobre lo que habíamos hecho, sobre nuestros gustos, fantasías, etc. Él me explicó que en los próximos encuentros me iba a enseñar a masturbarme y a utilizar mi coño para satisfacerme y saciarme cuando estuviera caliente.

Cuando salí de su casa medité si era normal todo lo que había pasado, y si una relación con una persona así sería perjudicial para mí. Sexualmente había disfrutado como nunca en mi vida, pero no sabía hacia dónde podría conducirme y si la soportaría en el futuro. Finalmente me concedí que quería realmente a Juan, me gustaba, tenía que conocerle mejor, complacerle y fortalecer nuestra relación, y que de todas formas no pasaba nada por explorar este mundo que se abría ante nuestros pies.

Continuará.