Soy una zorra

Es la historia de Marta y Juan, de su noviazgo, su matrimonio y la conversión de ella en una zorra burguesa abierta a toda clase de perversiones sexuales.

Cuando conocí a Juan yo era una atractiva joven de 23 años que se encontraba terminando sus estudios universitarios de Derecho en la Complutense. Nací en Cádiz en el seno de una familia acomodada que se trasladó a Madrid, ciudad donde mi padre ejerce la profesión de abogado y mi madre la de profesora de Instituto. Tengo dos hermanos mayores, también con estudios universitarios, con los cuáles siempre he estado muy unida, manteniendo con ellos una muy buena relación.

Ente mis gustos y aficiones os diré que me encanta bailar, moverme de forma sexy, quizás incluso dirían mis amigas que soy algo provocativa en la pista, pero de ahí no suelo pasar. En mi época universitaria carecía prácticamente de experiencias sexuales interesantes, si bien me había acostado con dos de mis anteriores novios y había mantenido contactos menos intensos con alguno de los otros chicos con los que hasta esa fecha había salido, consistentes principalmente en caricias, besos y masturbaciones mutuas. En definitiva conocía el sexo, lo practicaba (no muy a menudo), y eso sí, la verdad es que me gustaba mucho, me encantaba la sensación de correrme desde que de niña descubrí la masturbación, el placer que alcanzaba al frotarme el sexo con alguna superficie. De todas formas, creo que no fue nada extraordinario que hiciera adivinar la ninfómana que había en mí.

Con Juan, hoy mi marido, mi amante, la persona a quien entrego complaciente mi cuerpo para su disfrute y el mío, he ido aprendiendo a convertirme en una auténtica zorra que sabe cómo excitar a cualquier ser viviente con apetito sexual, atravesando una serie de etapas de aprendizaje en las que primero hemos ido conociendo nuestros deseos más ocultos, descubriéndonos mutuamente nuestras fantasías, hasta someterme por entero a la voluntad de mi esposo, y en otras ocasiones he sido yo misma, por propia iniciativa, por morbo, por vicio o simplemente porque en el fondo me gusta ser tratada como una vulgar puta, sentirme humillada, exhibida, expuesta, sometida y usada sexualmente, la que se ha degradado, tanto en privado ante mi marido como en público ante él y terceras personas.

Antes de que comencemos con la narración nuestras experiencias, de las diversas etapas de mi iniciación a la perversión sexual, a mi conversión en una mujer obediente y viciosa, libre, pero entregada sexualmente a la voluntad de Juan, a los juegos eróticos y sexuales que a ambos nos gusta practicar, os diré que a los dos años de conocerle nos casamos, y que actualmente tengo 30 años. Falta deciros mi nombre, Marta, y que hoy ejerzo de abogada en un despacho colectivo en Madrid, con otros cinco compañeros de profesión, y nuestro matrimonio goza de una acomodada posición social y un alto nivel económico en razón a nuestros respectivos trabajos.

Físicamente soy morena, morena andaluza como dice Juan ("La fulana andaluza" como a veces me llama cariñosamente ante nuestro amigos y partícipes de nuestros juegos), mido 1,67 cm, delgada, con una hermosa melena larga y negra, algo rizada por las puntas, y unas buenas tetas, bonitas, redondas y duras, del tamaño necesario para disfrutar tocándolas y para atraer las miradas cuando luzco un atrevido escote, los pezones bien formados, y un culo redondo, bien formado, algo salido, de los que a los hombres les gusta observar cuando una mujer pasa ante ellos. El sexo lo llevo ahora prácticamente depilado a excepción de una pequeña línea de vello en forma de triángulo invertido encima de mi caliente abertura y que tanto a Juan como a mí nos parece más sugestiva. También es verdad que otras veces voy totalmente rasurada y en otras, las menos, con todo el vello que me crece, pues en la variedad está el gusto. No obstante, al principio de mi historia, de mi vida sexual, llevaba el vello "virgen", pues nunca había considerado la posibilidad de arreglarlo.

Juan, mi marido tiene cinco años más que yo, también es profesional liberal, arquitecto, mide 1,78 cm, delgado pero fuerte, bien dotado y lo considero un buen amante. Sabe cómo complacerme si bien no tanto por el tamaño de su polla (que ronda los 17 cm) sino por cómo intuye mis deseos y descubre mis más oscuras pasiones.

No es mi intención extenderme más en esta presentación, pues seguro que vais a conocerme mejor a través de la narración de nuestras experiencias. Una veces seré yo la narradora y otras, por el contrario las contará Juan:

Nuestra Primera Vez (I):

Juan y yo nos conocimos por casualidad a través de un amigo común, Paco, a finales de un mes de Junio. Como os he dicho, tenía 23 años y me encontraba terminando los estudios de derecho. Ese día acababa de examinarme precisamente de Derecho Mercantil, penúltimo examen de la carrera, y tanto Paco como yo habíamos decidido darnos un pequeño respiro en nuestro marathón de estudios y salir a tomar algo por Moncloa, pues llevábamos casi un mes encerrados preparando los malditos pero inevitables exámenes.

Quedamos sobre las siete de la tarde y para mi sorpresa no apareció solo sino con Juan, a quien yo nunca había visto antes. Hechas las presentaciones los tres fuimos a un par de sitios a tomar algo y charlamos animadamente, sin que me diera apenas cuenta de lo rápido que transcurría el tiempo. Juan era Arquitecto y realizaba prácticas en un estudio de Madrid, y a diferencia de nosotros ya tenía sus propios ingresos y vivía independiente de sus padres desde hacía bastantes años, pues su familia era de Avila y el había estudiado en Madrid. Me sentí enseguida atraída por él, si bien tengo que decir que no era especialmente guapo, tenía una voz suave, pero autoritaria, muy firme, que hacía que le prestaras atención a todo lo que decía, y te embelesaba, ...uff!!.. Pronto propuso Juan irnos a cenar y a bailar, pues lo estábamos pasando muy bien. Paco se disculpó explicando que tenía que madrugar al día siguiente para afrontar el estudio del último examen, y claro, no quería demorarlo ni tirar el curso por la ventana por salir una noche. Yo debería haber hecho lo mismo, pero entretenida como estaba e interesada en conocer "mejor" a Juan acepté su invitación. Quedamos los dos solos.

Fuimos a cenar a un restaurante, reímos, hablamos de un montón de cosas y yo me iba enamorando de él como una colegiala. Le miraba como si fuera tonta, de tal forma que pienso que él se daba cuenta de que me tenía en sus manos y no iba a desaprovechar la ocasión. Tras la cena fuimos de copas a un par de sitios y finalmente cogimos su coche y nos dirigimos a una céntrica discoteca de Madrid, cercana a la Plaza Mayor.

Yo iba vestida como es habitual en una estudiante que se encuentra en plenos exámenes de forma sencilla, con una camiseta floja de colores y un pantalón vaquero ajustado, prenda que me sienta muy bien pues tengo un culo muy sexy y redondo. De la ropa interior mejor ni hablar, sujetador de lo más normal y unas braguitas blancas, tipo bikini; vamos, nada especial que pudiera hacer enloquecer a los aficionados a la lencería.

Ya en la discoteca lo primero que hicimos fue tomar una copa en la barra y luego nos fuimos a bailar (me encanta). A Juan también le apetecía. Me gusta bailar suelta, mover las caderas, los pechos, el culo, y a veces pierdo un poquito el control pues sin pretenderlo suelo "competir en movimientos" con la persona que tengo junto a mí en la pista. También me gusta algo coquetear con los chicos pero sin mayores pretensiones que parecer sexy. A Juan no le debió hacer gracia ver como bailaba frente a dos chicos que se nos habían acercado y a los cuáles sonreí en un par de ocasiones. Es curioso pero a veces una no sabe la razón por las que hace las cosas, ya que sin siquiera pensarlo empecé a darle celos a Juan con estos dos chicos, moviéndome cada vez más cerca de ellos, y pronto les estaba bailando los pechos bajo sus rostros, balanceando cintura y caderas de forma excitante, e incluso llegando a acercar mi culo a sus entrepiernas.

Entre el deseo por cautivar a Juan, el baile, las copas que había tomado y lo caliente que me estaba poniendo yo solita no me di cuenta de que la escena se me iba de las manos y Juan, supongo que bastante mosqueado, se fue a sentar al reservado donde habíamos dejado las consumiciones. Cuando me percaté de ello abandoné la pista de baile y me dirigí a donde se había sentado.

Uff, ¡Qué cansada estoy!. Ha sido divertido, verdad, comenté para iniciar la conversación pero sin obtener respuesta alguna de Juan. Tras unos momentos en silencio, insistí:

¿Te pasa algo? ....... ¿No estarás enfadado? .......

En ese momento Juan me espetó: ¿Te gusta ser puta?

No podía ser verdad lo que me había parecido oír: ¿Qué?, ¿qué has dicho?, no te he oído bien.

Me has oído perfectamente Marta. Si te gusta ser puta, me dijo secamente.

Juan, no entiendo por qué me dices eso. Estarás de broma, no?. ,Creo que no he hecho nada como para que te pongas así conmigo ......, solo bailábamos ......., esos chicos no me importan nada, ni los conozco. Le sonreí.

El no contestó. Se limitó a mirarme fijamente a los ojos, mostrándome su malestar. Pasaron unos interminables momentos sin que ninguno dijéramos nada hasta que por fin Juan preguntó de nuevo:

¿Te han follado alguna vez?

Atónita por la pregunta, así de directa, refiriéndose además a mi vida sexual. No me lo podía creer. Vaya forma de ligar que tenía este chico. Era un imbécil, pensé para mí. Le respondí, crecida: Y eso ¿a ti que te importa?. No creo que sea de tu incumbencia.

Mira guapa, si quieres que sigamos juntos me contestas, y si no, cojo y me marcho. ¿Te han follado alguna vez? ¿Cuántas? ¿Te gusta que te follen?

Me quedé helada, no sabía cómo reaccionar. Juan me gustaba, de su enfado tenía yo la culpa por haber querido ligármelo dándole celos, pero nadie me había hablado antes así, dándome órdenes y diciéndome claramente que si no me agradaba ya sabía lo que tenía que hacer.

Iba a levantarme pero de mi interior salió, con voz queda un "sí, ..... lo he hecho con dos ex - novios, un par de veces con cada uno, ..... no estuvo mal ... contesté.

¿Que es lo qué has hecho con tus ex - novios?

Pues eso, el amor.

Yo no te he preguntado si hiciste el amor, te he preguntado si te han follado y si te gusta que te follen.

Las lágrimas empezaban a asomar por mis ojos. Sentía una vergüenza enorme ante esta clase de preguntas, esa forma de hablar conmigo tan vulgar, tan sucia, era como si estuviera desnudándome y yo no estuviera preparada para hablar así de sexo con otra persona, desvelando mis intimidades. ¡Contesta! insistió.

Sí Juan, me gusta.

Dilo claramente, replicó.

Me gusta que me follen.

¿Les chupaste las pollas?

No, solo se las toqué, me escuché asombrada la contestación. Le estaba complaciendo y Juan me conducía por un camino nuevo de sensaciones. Notaba que me encontraba realmente excitada, más en cada pregunta que me hacía, exponiéndole mis debilidades en cada contestación.

¿te follaron por el culo?

No, claro que no, eso es una guarrada. No me gusta, respondí.

¿te gusta que te azoten el culo?

Pero Juan, qué dices. No, por supuesto que no.

Después de ese pequeño interrogatorio, Juan quedó callado y pensativo. Yo no sabía qué hacer y permanecí junto a él, esperando su siguiente acción, ansiosa por continuar con ese juego de la verdad que en el fondo me encantaba, me excitaba someterme a sus atrevidas e indiscretas preguntas.

Bueno Marta, ¿quieres que te folle? Si es así, pídemelo; si no quieres, lo dejamos y en paz. Eso sí, antes quiero que te quites, sin disimulo alguno, el sujetador, y tienes que pedírmelo en voz alta y clara, usando la palabra "follarme", y mientras me lo pides te vas a subir la camiseta y mostrarme tus tetas. Hasta que no te conteste no te la bajarás. ...... Vamos, a qué esperas.

Pero Juan, aquí, delante de todo el mundo, no puedo, de verdad. Vamos al coche. Haré lo que quieras en él.

Juan ni siquiera contestó. Finalmente, aunque parezca mentira, accedí a hacer lo que me había ordenado. Miré a mi alrededor. En la discoteca no parecía que nadie estuviera pendiente de nosotros. Deslicé mi mano bajo mi camiseta y en un rápido movimiento desabroché el sujetador. Luego eché otro vistazo a mi alrededor y me despojé de la camiseta allí mismo, en medio del reservado de la discoteca. Notaba mi sexo ardiendo por el morbo de la situación, desnuda de cintura para arriba, mostrando los pechos en público, delante de Juan, hasta entonces prácticamente un desconocido. Me lo quité, se lo di y entonces le dije: Juan, quiero que me folles. Necesito que me folles.

Entonces Juan sonrió y me dijo. Vamos al coche, y ponte la camiseta.

Me vestí y mientras salía no quise mirar para ningún sitio que no fuera el suelo. Tenía vergüenza por si alguien me había visto enseñar las tetas en la discoteca. Incomprensiblemente para mí había hecho más de lo que Juan me había pedido. Me había quitado la camiseta por entero, quedando semidesnuda, y eso no era necesario para quitarme el sujetador. ¿por qué lo había hecho? ¿Qué me estaba pasando?.

Salimos de la mano, y mientras íbamos hacia el coche nos besamos apasionadamente. Yo estaba más encendida que nunca, y se me notaba pues mi lengua y mi boca parecían querer devorar la de Juan, y éste asistía complacido a mi entrega, a mi estado de excitación fuera de lo normal en una chica educada a lo clásico como yo, que estaba desfogándose como nunca antes lo había hecho.

El coche estaba estacionado en una calle cercana a la Plaza Mayor, y serían alrededor de las dos o tres de la madrugada. Si bien no es una hora en la que sea habitual encontrarse con gente paseando tampoco es extraño, por tratarse del centro de Madrid, que aparezca gente de forma esporádica.

Nos metimos en el coche y allí Juan de nuevo me ordenó que me quitara la camiseta. Esta vez le obedecí sin pestañear siquiera, y tras dejar de nuevo libres de ropa mis tetas, mostrando mis pezones totalmente tiesos y erguidos, que daban fe de mi estado de excitación, nos abrazamos.

Seguidamente, tras tocarnos mutuamente, dejarle sobar a placer mis pechos, acariciarnos y besarnos sin parar, escuché voces, y levantando la cabeza observé que venía gente por la acera, tres o cuatro personas al menos.

Juan, para, le pedí. Viene gente. Tal como estaba, con las tetas al aire, no tenía interés alguno en que pudieran verme así. Cuando fui a coger la camiseta para ponérmela, Juan me detuvo:

. Espera Marta, no te cubras. Siéntate, coloca los brazos a cada lado de tu cintura, sin taparte los pechos, separa las piernas, y espera así a que pasen de largo.

Estás loco, me van a ver. Me da vergüenza.

Hazlo. Y allí estaba yo, sentada en el asiento delantero del coche, a plena luz de las farolas, semidesnuda, esperando a que pasaran unos desconocidos junto a mí con el riesgo de que vieran esa parte íntima de mi cuerpo. No se si me vieron o no. Juan tampoco me lo dijo. Solo recuerdo mi respiración entrecortada mientras pasaban junto al coche.

Uff, Juan, cómo me has puesto, vamos, fóllame, lo necesito, ....., y dirigí mi mano a su entrepierna, buscando su sexo. El me detuvo.

Espera, Marta, primero sal del coche, quítate el vaquero en la acera, y entra de nuevo únicamente con las bragas puestas.

Qué cabrón eres, Juan. Quieres que me vean en bragas, en mitad de la calle. Haces que me sienta muy puta, .......... Y salí del coche, me quité los vaqueros mirándole a la cara, me quedé en braguitas en plena calle y volví al coche. Te ha gustado. ¿Es lo que querías?.

Ahora Marta, sin quitarte las bragas, sube sobre mi pierna, estírate y frota tu coño contra ella, masturbándote hasta que te corras. No voy a follarte, solo quiero que te masturbes para mí, quiero ver tu cara mientras te corres, mirándome a los ojos.

No me lo podía creer. No iba a follarme y yo necesitaba algo en mi sexo, saciar mi excitación. Me subí sobre su pierna. Como si se tratara de una almohada (de pequeña alguna vez me había masturbado contra ellas) empecé a cabalgar, mi coño contra su pierna, a frotarme como una perra en celo, cada vez más fuerte, gimiendo. Mientras notaba cómo me iba llegando el orgasmo, Juan me susurraba que era su pequeña puta, que era una buena zorra y eso todavía me exaltaba más. Cuando iba a correrme de nuevo escuchamos voces pero esta vez continué con mis movimientos. No me importaba que pudieran verme, asistir en directo a lo que hacía una joven cubierta únicamente con sus braguitas blancas y corriéndose sobre su pareja, frotándose rítmicamente contra ella (completamente vestida al contrario que yo), en un coche aparcado en plena calle y con la expresión totalmente extraviada del placer que sentía. El orgasmo que tuve fue único, irrepetible, alcanzándolo cuando levanté la vista y noté como los ojos de dos chicos se fijaban en mí. En ese instante me corrí.

Afortunadamente la cosa quedó ahí. Siguieron su camino, entre risas, descansé y recuperé el aliento. Iba a cogerle entonces la polla a Juan, para darle satisfacción a él, pero inesperadamente me rechazó.

Marta, eso lo dejaremos para otro día. Hoy ha sido suficiente. Te llevaré a casa. Y arrancó el vehículo.

Durante el trayecto no me vestí, no hablé. Pensaba en lo que había pasado, en cómo me había comportado, quizá avergonzada de mi misma, sin saber qué decir a Juan. Llegamos a casa y Juan de dijo que me vistiera fuera del coche, en la calle.

Le repliqué, ¡por favor, Juan, ya no más!, pero dándome un beso en la mejilla me dijo que estaba muy contento, que era una buena puta. Salí del coche y en mi propia calle me encontré de nuevo vestida solo con mi ropa interior, en braguitas. Me puse nerviosa el pantalón vaquero, la camiseta y en ese momento Juan me dijo: Te llamaré mañana. Y se marchó.

Al llegar a casa, me masturbé otra vez. No se qué me pasaba, pero Juan me había hecho enloquecer de placer sin siquiera tocarme.

Continuará.