Soy una sexo adicta

Necesito satisfacer mis ansias de lujuria.

Soy una sexo adicta.

Caliente, como gata en celo en noche de verano, estoy sola en casa.  Mi hijo en el cole, a mi hija se la han llevado mis padres de paseo. Quizás sean ellos los culpables de mi calentura, no me dejan tener la ración de sexo que como una enganchada a la droga necesito. Me quitan horas de intimidad con mi marido. Llevan viviendo con nosotros, en Buenos Aires, cuatro días y las dulces y apasionadas sobremesas nocturnas donde se mezcla cine y sexo han cambiado por análisis de la situación económica del país, de España y del mundo, mis padres tienen a mi chico por un gurú.

Me he hecho una pajita mientras me duchaba pero necesito más. Debo tener las hormonas al máximo.

Busco hasta encontrar el body negro que me regaló mi cuñada, me lo pongo, no lo he usado desde antes de quedar embarazada de la niña. Me calza como un guante, me sube la moral al mirarme en el espejo, estoy  buenísima y con una pinta de guarra fenomenal. Los aros me levantan los pechos, los cortes dejan al descubierto los pezones y el sexo depilado. Si midiera10 centímetrosmás podría actuar en una revista de la calle Corrientes.

Saco las botas negras que me llegan a medio muslo y tienen un taco de infarto, me las calzó y me vuelvo a contemplar. Una golfa total.

Remarco las cejas, muy poco, rimel en las pestañas, un toque de rouge en los labios. Mini de cuero. Pulóver beige de lana fría ceñido que me marca los pezones.

Un poncho negro que mi marido me regaló en Chile, hacía un frío terrible, estoy dispuesta para hacer lo que quiero.

Camino despacio hasta el subte. Los hombres me miran, no suelo llevar tacos tan altos y al hacerlo muevo la cola como un vaiven seductor e incitador.

En el anden hay bastantes personas, no es hora punta, pero el tren viene lleno. Es lo que busco. Quiero que me metan mano. Lo necesito. Al abrir el poncho, mis senos se muestran orgullosos con sus pezones erectos que parecen querer romper la lana. Voy hacia el centro del vagón. Estamos apretados, noto un roce en las nalgas. No lo rechazo, al revés, me  muevo haciendo que el contacto sea más pleno. Es una mano que me toca el culo a través del cuero. Me doy cuenta que me calienta. El deseo que genero me pone. Al agarrarme a la barra, levanto el brazo remarcando los pechos.

La mano deja paso a una pelvis que se restriega contra mí. Tiene la verga dura, roto mi cola para excitarle aún más.

En la parada siguiente, suben más viajeros. Un joven queda frente a mí, me mira a los ojos con lujuria, bajo mi mirada como aceptando lo que va a hacer. Se acerca aún mas, se empotra contra mi cuerpo, estoy emparedada entre dos machos que me soban procurando que nadie se de cuenta. Yo me dejo hacer. Me encanta.

El muchacho mete su muslo entre los míos. Me restriega. El hombre que está a mis espaldas se mueve como si me estuviera cogiendo, sus empujes tienen el ritmo de una penetración.

El dorso de la mano izquierda del joven que sujeta una carpeta se apoya en mi seno derecho, justo a la altura del pezón.

Estoy totalmente mojada, espero que no se me moje la mini.

Es el momento, me despego diciendo “perdón” y voy hacia la puerta. No tienen tiempo de seguirme. Llego y salgo antes de que puedan reaccionar. Me envuelvo en el poncho. Subo la escalera. Al salir el aire frío me aplaca un poco.

Llego a mi destino. Saludo al portero que me valora con esa mirada de los hombres cuando ven una mujer linda. Monto en el ascensor. Llamo y me abre Sofía, me da un beso de bienvenida. Le pido que no diga nada y voy hasta el despacho de mi marido.

Entro y cierro la puerta. Voy hasta la mesa, tiro por el camino el poncho, apoyo mi tronco en el tablero, me subo la mini, para dejar a la vista mi sexo libre en el body.

Le espero, mis senos pegados a la madera, la cola en pompa, expuesta a sus ataques. Su glande tantea mis labios íntimos, juega con ellos.

-“Fóllame de una vez. No seas cabrón.”-

Y lo hace, me la mete hasta el fondo. Doy un suspiro. Lo deseaba tanto.

Se queda quieto. La noto bien dura y gorda, llenándome. Empiezo a descansar el cuerpo en un pie, luego en el otro, sintiendo contra las paredes de mi lubricada vagina la carne pétrea que me posee.

Es una delicia. Me doy cuenta que no puedo más. Que me voy a ir. Muevo el culo adelante y atrás sin dejar el bamboleo. Lalo se da cuenta que estoy a punto y me da un mete y saca terrible. Con fuerza, como una bestia que se ha vuelto loca de lujuria. Me llega el orgasmo tan potente que sólo me doy cuenta que mi marido también se ha corrido cuando se desploma sobre mi torso.

Agarro un pañuelo de papel de su mesa, se lo doy. Cuando la saca lo apoya en mi concha para que el semen no caiga al suelo y manche la moqueta. Me lo da, lo dejo encima de la mesa. Me vuelvo, está gracioso y tierno, con los pantalones y los calzoncillos en el suelo. La sigue teniendo gorda.

Me arrodillo, tomo su verga en la mano, la lamo hasta  limpiarla . Se alegra el instrumento. Le miro a los ojos y entregada le pregunto:

-“Te hago una mamada”-

  • “Sí. Gatita me vuelves loco.”-

Con la mano sujeto la base del vástago, con la lengua juego con su glande. La saco, la uso para golpearme la boca con el zurriago de su sexo. Y me la meto, uso los labios y la mano. Me agarra la cabeza para evitar que me vaya y se descarga en la boca.

Me levanto y le beso, quiero que saboree su propia leche.

Yo me compongo la mini. Él se sube los calzoncillos y los pantalones.

Apenas han pasado quince minutos desde que he entrado en su despacho.

-“¿ Me invitas a un café con medias lunas? He venido en subte sin cartera.”

Me toma del brazo, salimos, me despido de su secretaria, Sofía, un encanto de sesenta años, y bajamos a la confitería donde suele desayunar. Tiene zona de fumadores al aire libre, pero calefaccionada.

Tomamos un promo de tres medialunas y café con leche y un cortado en jarrito, mientras me deleito con un lucky le pregunto a mi marido:

-“¿ Tú crees que soy una adicta al sexo?”-

  • “Sí y me encanta.”-