¡Soy una puta!

Bea es una joven con un brillante futuro como locutora de radio que está a punto de estrenar su propio programa en la emisora de Appletown. Lamentablemente, una mañana al despertar descubre que sólo puede decir tres palabras. Tres palabras que cambiarán su vida para siempre.

-¡… queridos oyentes! ¡Y bienvenidos a “Despierta Appletown”, vuestro programa de radio favorito!

-Bueno, Bill, puede que no sea su programa favorito.

-Tienes razón, Ronnie. Pero me juego lo que quieras a que este es el único programa que trata a nuestros oyentes como los adultos que pretenden ser.

-Oh, Bill… ¡Estás como una cabra!

Bea despertó con el sonido de la animada conversación intercalada con risas enlatadas que salía de su radio despertador. Un recordatorio ideal de lo maravilloso que iba a ser ese día.

-Por cierto, ¿no echas de menos a alguien, Bill? –continuó Ronnie, mientras Bea, en su casa, se dirigía al baño a darse una ducha. Iba tarareando la sintonía de “Despierta Appletown”.

-¡Sí, Ronnie! Como ya os dijimos en el último programa, amigos, nuestra compañera Bea Bergman no estará con nosotros hoy. Bueno, ni hoy ni mañana ni pasado… ¡Porque le han dado su propio programa!

Se escuchó de fondo un efecto sonoro pregrabado que simulaba un largo y multitudinario aplauso.

-¡No lo olvidéis! Después de “Despierta Appletown”, podréis disfrutar del espacio de nuestra querida ex copresentadora en “Las Mañanas de Bea”, un pedazo de programa dedicado a moda, estilismo y demás chorradas modernillas que no os podéis perder.

-Yo por mi parte estoy preocupado –añadió Bill-. Bea era la única voz en este programa que no hacía sangrar los tímpanos de los oyentes. ¡Espero que no nos robe la audiencia!

-Oh, Bill… ¡Estás como una cabra!

Los presentadores siguieron de cháchara hasta que Bea volvió de la ducha envuelta en una toalla y apagó la radio. Sonrió, recordando a ese par de cabezas huecas. Echaría de menos “Despierta Appletown”, pero tener su propio programa era una oportunidad formidable. Bien podría acabar presentando las noticias locales junto a Rick Robertson. Y de ahí a las emisoras nacionales sólo había un paso. Tenía el carisma y la voz adecuados para conseguirlo.

-Soy una puta –dijo, secándose su larga melena negra con una toalla. De pronto, una expresión de sorpresa se dibujó en su cara-. ¿Soy una puta?

¿Pero qué…? Bea se aclaró la garganta y tomó aire lentamente.

-Soy una puta –dijo de nuevo.

Vale. La cosa se estaba poniendo rara de verdad. Bea trató de decir su nombre.

-Soy una puta…

Ahora sí que estaba empezando a preocuparse. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué era incapaz de decir nada salvo… eso? Intentó decir su nombre una vez más, lenta y cuidadosamente, parándose en cada sílaba si era necesario:

-Soy… una… puta –su cara se tornó en una mueca de espanto-. ¡Soy una puta!

No… No… ¡No! Eso no estaba pasando... ¡No podía estar pasando! Saldría en directo en dos horas. No podía empezar su nuevo programa de radio diciéndole a todos que era una puta. ¡Era de locos!

-¡Soy una puta!

Probablemente sólo fuera cosa de los nervios. Sí. Tenía todo el sentido del mundo. Sólo estaba nerviosa porque era un día muy importante para ella y para su carrera en la radio. Constantemente pasaban cosas así, ¿verdad? La gente se ponía nerviosa y no acertaba a hablar correctamente. Sólo tenía que mantener la calma y…

-¡Soy una puta! ¿Soy una…? ¡Soy una puta! –gritó, sabiendo que era inútil.

Siguió tratando de decir su nombre, su dirección, su número de teléfono… ¡Incluso el código de su tarjera de crédito! ¡Cualquier cosa excepto eso! Cada vez más nerviosa, la mujer deambulaba por el dormitorio sosteniendo la toalla de algodón que cubría su desnudez, repitiendo a intervalos esa maldita frase que no podía quitarse de la cabeza.

¿Y si le había dado un derrame cerebral mientras dormía? Era una explicación lógica y bastante aceptable. Pero de ser así… ¡necesitaba ir al hospital cuanto antes!

-Soy una… -Bea cerró la boca, frustrada. ¿Por qué le pasaba eso a ella? Tenía que haber una solución para…

En ese momento, el teléfono comenzó a sonar.

-Soy una puta… -trató de maldecir, al ver el nombre en el identificador de llamadas.

Nina Walters, una de sus nuevas compañeras en “Las Mañanas de Bea”. Una chica lista y ambiciosa con una vocecilla chillona que la hacía sonar como una niña pequeña. Pero Nina no era una niñita. Nina era una zorra cabrona que esperaba impaciente la oportunidad para quitarle a Bea el sitio en la radio, y el nuevo programa era una excusa perfecta para enfrentarlas a ambas. La aterciopelada y sueva voz de Bea contrastaba estupendamente con la de Nina, por eso las dos quedaban tan bien juntas en la radio. Los productores lo sabían, y por eso habían contratado a Nina como copresentadora. A Bea no le hacía ni la más mínima gracia.

-Soy… una…

El teléfono seguía sonando. Bea estaba segura de que algo estaba pasando en la emisora. La cosa no podía ponerse peor para ella.

-¿Soy…? –dijo, contestando al teléfono.

-¡Beatrice! –dijo Nina. Su voz sonaba aún más chillona cuando estaba enfadada-. ¡Tendrías que haber llegado hace veinte minutos! ¡¿Dónde coño estás?! ¡Tenemos que empezar a preparar el programa!

¿Veinte minutos? Con el corazón en un puño, Bea miró el reloj que colgaba de la pared. En efecto, había perdido la noción del tiempo y ahora encima llegaba tarde a su propio programa. Otro problema más.

-So… soy… uuuh…

-¿Sabes qué? ¡Me da igual! ¡Ven cagando leches! No te creas que eres especial sólo porque el programa lleve tu nombre. Estás en una emisora tercermundista que no conoce ni Dios. La única estrella del programa es el dinero del Sr. Murphy. Y ese cabroncete se va a pillar un buen cabreo si no estás aquí AHORA! No voy a dejar que me dejes en mal lugar sólo porque seas una irresponsable incapaz de llegar a su hora. ¡Joder!

-So… oooh…

-¿Te pasa algo en la voz? Suenas como si…

-Soy… ¡una puta!

Bea colgó el teléfono, rindiéndose ante las circunstancias. Pero lo cierto era que Nina tenía razón. La voz de Bea sonaba rara. No eran sólo los nervios, sonaba como si… Oh, Dios. ¿Desde cuándo hacía tanto calor en el dormitorio?

-Soy una… una… soy una…

¿Cómo era posible? ¡Bea se estaba poniendo cachonda! ¡No podía ponerse cachonda en un momento así! ¡Toda su carrera estaba a punto de irse al garete!

-¡Soy una puta! ¿Soy una puta? ¡Soy una puta! –repitió, soltando la toalla y corriendo desnuda hacia el cuarto de baño.

Bea se colocó en el plato de la ducha y abrió el grifo del agua fría, tan nerviosa que apenas atinaba.

-¡SOY UNA PUTA! – gritó cuando la lluvia helada comenzó a descender sobre ella-. ¡Soy una… JODER!

Salió del baño, temblorosa y jadeante. La ducha fría no había servido de nada, porque estaba incluso más cachonda que antes. Pero al menos… ¡había conseguido decir otra palabra!

-Soy una pu… puta. ¡PUTA! ¡Soy una puta!

No era tarea fácil concentrarse estando tan cachonda. Estaba tratando de resistirse al impulso de llevarse los dedos al coño para comenzar a jugar con él cuando descubrió que, en efecto, ya tenía la mano en la entrepierna. ¡La cosa se estaba descontrolando por momentos!

-Soy una puta… ¡Soy una puta!

Era como si cada vez que repetía esa frase, se pusiera más y más cachonda. Y, cuanto más cachonda estaba, menor control parecía tener sobre esas palabras. ¡Era peor que una pesadilla! Necesitaba encontrar ayuda enseguida. Y el teléfono no parecía ser una opción.

Cubierta en sudor, jadeante y todavía desnuda, la locutora corrió hacia al salón para encender su ordenador portátil. ¡Pero ese jodido trasto iba demasiado lento! Mientras esperaba a que el portátil arrancara, había empezado a masturbarse distraídamente, pendiente de la pantalla de carga. Lo único que conseguía era ponerse aún más cachonda, sin llegar siquiera a rozar el orgasmo. Estaba tan excitada, tan fuera de sí, que sin darse cuenta había estado susurrando aquel diabólico mantra ¡por más de cinco minutos! Y su voz… sonaba tan… tan... ¡Cómo una puta! Sólo su tono ya parecía el de una mujerzuela desesperada por una… una…

No podía perder más tiempo. En cuanto el ordenador estuvo listo, Bea se sentó en la silla del escritorio y emitió un gemido al notar el roce del material sobre su trasero desnudo. Su mano izquierda seguía entre sus piernas mientras manejaba el ratón con la otra, accediendo a su cuenta de e-mail y buscando la dirección del productor de “Las Mañanas de Bea”. Tenía que avisar por escrito del contratiempo y pedir ayuda. Probablemente aplazarían el programa y alguien del estudio iría a su casa para foll… ¡AYUDARLA! Comenzó a redactar el mail con su única mano libre.

-¡Soy una puta! –exclamó al darse cuenta de lo que acababa de escribir. Mantenía la vista fija en la pantalla del portátil, sin poder creerse lo que veía.

"soyunaputasoyunaputasoyunaputasoyunaputaso"

Lo intentó una vez más, pero por mucho que se esforzaba, eso era lo único que conseguía escribir. Tratar de pulsar teclas diferentes era imposible; siempre se iba directa a las mismas letras. No podía comunicarse sin proclamar una y otra vez lo puta que era. Lo mismo ocurrió cuando trató de escribir a mano con un bolígrafo. ¡No consiguió nada aparte de una hoja de papel garabateada con la misma puñetera frase en bucle!

-¡Soy una puta!

¡Ya era suficiente! Bea retiró la mano impregnada en sus propios fluidos de entre las piernas y fue a su dormitorio. Tenía que vestirse e ir a un hospital, a la comisaría o a cualquier sitio en donde pudieran ayudarla. No importaba si no era capaz de explicarse. La gente se daría cuenta de que algo no andaba bien con ella. Y quizá… ¡quizá podrían ayudarla!

Bea abrió el armario y tomó un jersey verde y un par de vaqueros desgastados. Lo primero que tuvo a mano. No tenía tiempo para trivialidades ni tampoco era capaz de concentrarse lo suficiente. Seguía cachonda y estaba recurriendo a toda su fuerza de voluntad pata evitar decir…

-¡Soy una puta! –chilló nada más abrir la puerta de su piso.

Sobre la moqueta del pasillo había una lustrosa caja de color rojo con las palabras “PUTA” escrita en letras grandes y brillantes, para que ella pudiera verlas bien. Porque, evidentemente, estaba dirigida a ella. A Bea la Puta.

-¡Soy una puta! Soy una… ¡puta!

Bea trató de no pensar en la caja. Realmente lo intentó con todas sus fuerzas. Habría sido tan sencillo como seguir su camino e ignorarla… Pero era su caja. Su caja de puta. No había la menor duda de ello. Estaba escrito con letras grandes y bonitas, hechas con lentejuelas negras que brillaban. Un rutilante “PUTA” en letras mayúsculas que la llamaba por su nombre. ¿Acaso no era ella una…?

-¡PUTA! ¡Soy una puta!

No podía ignorarla. ¿Alguien ignoraría una cartera llena de dinero? ¿Una cartera grande y roja con la palabra “PUTA”? La caja era suya… ¡Tenía que meterla en su casa! La agarró y cerró la puerta de un culazo. Más que correr, saltó en dirección a la mesa del comedor, en donde depositó su cajita de puta y la abrió, con la ilusión brillando en sus ojazos castaños de puta.

La caja estaba bien surtida, sin duda. Bea soltó un grito de sorpresa al descubrir unos brillantes tacones de aguja revestidos de lentejuelas rojas, unas medias de red y… ¡Oh! Un microvestido de una pieza, todo en cuero rojo y brillante, sin mangas ni tirantes ni mierdas… ¡Las putas no necesitaban esas cosas!

La morenaza prácticamente se arrancó su sosísima vestimenta y la arrojó por ahí, sin preocuparse de donde cayera. Tenía que lucir esa ropa de puta para que, al salir a la calle, todo el mundo supiera que era una… una… una…

-¡Puta! ¡PUTA!

Bea cerró la caja de golpe, apartando la mirada para no ver más los tesoros de su interior. Algo iba muy mal. Algo muy poderoso se estaba adueñando de ella. Algo ajeno... algo… algo…

“Mierda”, pensó al darse cuenta de que ya se había puesto ese ridículo vestido de puta con medias de puta y zapatos ¡de puta! ¡Joder! Habían bastado los dos minutos de descontrol al abrir la caja para embutirse en el apretadísimo y provocativo vestido. Con esas medias que resaltaban de forma exquisita sus piernazas morenas y su…

-¡Soy…!

¡No! ¡Tenía que quitárselo! Tenía que… que… quitar… No. No había manera. Su cuerpo no respondía. Era como si su mente fuera incapaz de procesar la orden de quitarse esa ropa de… puta. Su cerebro era un cerebro de puta… Ella era una puta… Tenía que llevar ropa de…

¡Era de locos! ¡Una auténtica locura! Esa condenada caja la había pillado con la guardia baja y había empeorado su situación, pero le había dado una pista. Era obvio que alguien se la había enviado específicamente a ella. Alguien que estaba al tanto de lo que le estaba ocurriendo en esos momentos y que buscaba aprovecharse de ello. ¡Alguien que posiblemente fuera responsable de su situación! ¡Alguien que había estado jugando con ella como si fuera un juguete! Pero ella no era una marionetita sin cerebro. Bea era una…

-¡Puta!

… puta estúpida y desinhibida que no sabía hacer otra cosa aparte de meterse pollas por el coño. Pero con la suficiente fuerza de voluntad como para resistirse a…

-¡Puta!

… esa fantástica y maravillosa caja de los placeres, llena de juguetitos y accesorios pensados para hacerle ver las estrellas y transportarla a un mundo de lujuria y desenfreno mientras pedía a gritos a los hombres…

-¡Puta!

… que se la follaran como el putón verbenero que era. ¡Sólo pensar en el contenido de la caja roja la ponía más cachonda de lo que recordaba haber estado en la vida! Pero tenía que ser fuerte y resistir…

-¡Puta!

… sus instintos de puta ninfómana chupapollas... Mmm… ¡Pollas! Sí. No había nada comparable a ese impulso incontrolable de chupar pollas descomunales y dejar que los desconocidos se la follaran por detrás en los baños públicos mientras ella gemía a pleno pulmón como una…

-Puta… ¡Soy una puta!

¡… puta en celo! La puta con el culazo más despampanante de toda la emisora de Appletown. ¡La puta más puta de las putas de Appletown y probablemente del…!

-¡PUTA! ¡Puta, puta! –Bea se sorprendió al descubrir que su mano derecha estaba bajo su falda, rebuscando para dar con su travieso chochito moreno de put…

-¡Soy una puta!

¡No! ¡No! ¡NO! ¡Ella no era una puta! Esos malditos pensamientos eran más fuertes de lo que esperaba. Tenía que ser especialmente cuidadosa si no quería que se apoderaran de ella esas diabólicas ideas que le habían metido en la cabeza. ¡Esas ideas no eran suyas! ¡Ella no era una puta!

-Soy una… -dijo Bea, despacio, cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo sobrehumano para ignorar la caja roja-. Soy… Soy… ¡SOY…!

No era una puta. Tenía que recordarlo. ¡Ella era Beatrice Bergman! Una joven y carismática promesa con un futuro brillante en la radio. La gente la adoraba. Sus oyentes confiaban en ella. En su criterio. ¡En su voz! Una voz fuerte e indómita que no se dejaba manipular por nada ni por nadie. ¡Ella era Bea!

-Soy una… unab… unabe… Be… Be… ¡BEAUUUUTAAAAAAHHHH! –gritó, agotada, casi cayendo de rodillas.

¡Lo había conseguido! ¡Casi había dicho su nombre! Eso significaba que tenía algún tipo de control sobre esa especie de maldición. ¡Podía derrotarla! ¡Ella era más fuerte! ¡Era poderosa! ¡Era una puta!

-¡Soy una puta!

¡Mierda, mierda, mierda! La morena pateó el suelo varias veces, maldiciendo con toda su alma esos zapatos de tacón de aguja de puta, a juego con las medias de puta y el jodido microvestido rojo de ¡puta! La sola idea de quitarse de encima ese conjunto era absolutamente impensable. Y cuanto más tiempo pasaba, más crecía en su cabeza el deseo de volver a abrir la caja roja para sacar aún más regalitos de puta para su cuerpazo de zorra calientabraguetas.

-Soy… soy…

Ella… la caja… ¡La persona que había puesto ahí la caja! Sí. Bea tenía que concentrarse en esa idea. Estaba siendo víctima de un ser sin escrúpulos. Una mente maquiavélica y retorcida que estaba valiéndose de algún tipo de trampa psicológica para manipular su mente.

-¡Soy una puta! –exclamó, en mitad de una epifanía.

Un recuerdo remoto despertó en la memoria de Bea. Realmente, había sucedido sólo una semana atrás, pero se trataba de algo tan irrelevante que la locutora de radio no había vuelto a pensar en ello hasta ese momento. Había un técnico de sonido en la emisora de Appletown llamado Andrew que apenas llevaba trabajando un par de meses con ellos. Durante un descanso, se había acercado a ella para comentarle no sé qué de una especie de proyecto en el que llevaba tiempo trabajando. Bea apenas podía recordar los detalles, pero el tal Andrew había mencionado algo acerca de una técnica para controlar el subconsciente de las personas utilizando frases muy específicas como por ejemplo…

-Soy una puta –susurró, pensativa.

Una frase que el cerebro repetiría de forma constante mientras la mente iba siendo moldeada alrededor de ella, a su imagen y semejanza. Pero para fijar la frase hacía falta algo... Una serie de símbolos o algo así, según recordaba. ¿Acaso alguien había usado unos símbolos con ella sin que se percatara? ¿Qué era lo último que había hecho el día anterior, antes de irse a la cama? Bea no conseguía centrarse, pero ya había logrado su objetivo. Estaba más cerca de entender la situación. Cada vez estaba más claro: el método de control mental del que le había hablado Andrew… la frase… su cerebro de puta… ¡Todo tenía sentido!

-¡Soy una puta! ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! –gritó, casi dando saltos de alegría.

Ya sabía lo que pasaba. Alguien había usado una técnica de control mental con ella. Y Andrew… ¡Sí! ¡Andrew! Era él… ¡Él la… ayudaría! Sólo tenía que buscar entre los datos de contacto de la emisora que tenía en su ordenador y encontrar la dirección de Andrew. Después, ella y su espectacular culazo de puta embutido en cuero rojo irían a hacerle una visita para suplicarle a gritos que la ayudara a librarse de ese desesperante mantra. ¡Andrew! Oh… ¡Andrew! Lo necesitaba tanto como una puta necesita un buen falo en su coño.

Bea ni siquiera tuvo que ir al ordenador a buscar la dirección. Fue directa a la caja roja, la abrió y sacó un par de argollas brillantes para las orejas y un preciosísimo colgante con la inscripción “SOY UNA PUTA”  bien a la vista. La infartante morena bailó de alegría al descubrir un set de maquillaje para putas, un bolsito de puta lleno de preservativos y un montón de juguetes sexuales de puta. Fue al baño a aplicarse meticulosamente el maquillaje y se recogió el pelo en una coleta. ¡Tenía que estar guapa para ver a Andrew! ¿Si no, cómo la iba a ayudar?

-¡Una puta! –dijo, entre risas.

Cogería el bus, iría a pie o haría auto-stop. ¿Qué más daba? Bea tenía muy claro a dónde se dirigía. Antes de salir, fue una vez más hasta la caja roja y cogió de su interior una pequeña cartulina blanca. La inspeccionó, sonrió y se la guardó entre las tetas. Tenía escrita la dirección de Andrew.


Bea tocó el timbre con una mano temblorosa. Estaba tan jodidamente cachonda que el simple acto de pensar era toda una proeza. La locutora dejaba escapar ligeros gemidos mientras su corazón latía a mil por hora. Bajo su falda de cuero rojo, notaba como su entrepierna desnuda se humedecía más y más a cada segundo que esperaba a que contestaran. ¿Sería capaz de explicarle la situación a Andrew en ese estado? ¡Joder! ¡Era casi imposible concentrarse en algo coherente!

La puerta se abrió y ahí estaba Andrew, con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro. Bea suspiró aliviada al encontrarse cara a cara con el técnico de sonido. Ese hombre era su única esperanza para salir de esa terrorífica pesadilla. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y abrió la boca para explicarse de la forma más concisa y adecuada:

-Soy… soy… soy una puta. ¡SOY UNA PUTA! –gritó, fuera de control.

-¡Claro que lo eres, Bea! Eres la puta más puta del mundo, nena –rió Andrew, recorriéndola con la mirada desde los pies a la cabeza.

Bea puso los ojos en blanco y por poco cayó al suelo de rodillas. Sólo con escuchar como Andrew la llamaba “puta” a la cara había sido suficiente para provocarle el orgasmo más devastador que había tenido en su vida. Andrew siguió riendo mientras la cogía de la mano para invitarla a entrar. La locutora se dejó guiar, sumisa, sin hacer nada más que seguir gimiendo de puro placer.

Tras cerrar la puerta, el técnico de sonido comenzó a besar a su invitada en el cuello, mientras agarraba firmemente sus pechos. Bea sabía que no era eso lo que debía estar haciendo. No debía permitir que Andrew se aprovechara de ella de esa manera… ¡en una situación así! Pero estaba… estaba tan cachonda… ¡y se sentía tan bien!

-Uh… ¡UH! Una… puta. ¡Soy una puta! Soy u… uuuuuna…puuuu… ¡Puta! –aulló, tirando al suelo su bolsito de puta y ayudando a Andrew a acabar de desabrochar el condenado microvestido-. ¡Soy una puta!

La mano del hombre se deslizó lentamente, siguiendo el contorno de la espalda de Bea hasta llegar a su culo. Estaba medio desnuda y el técnico de sonido acababa de hundirle la cara entre las tetas, pero Bea apenas pensaba en lo inapropiado de la situación porque…

-¡Soy una puta! –gritó otra vez, cada vez más convencida de ello.

-¡Mi puta! –proclamó Andrew, pellizcándole el trasero.

Una nueva oleada de placer recorrió el cuerpo de Bea, provocándole un escalofrío que remató en un potente gemido lascivo que poco a poco fue tornándose en un aullido de placer.  Aún lo sentía… Sentía que lo que estaba haciendo no estaba bien… ¿Pero qué coño le importaba? Andrew había hablado, y la había señalado a ella como

su

puta. Bea no entendía el motivo, pero se sentía más feliz de lo que jamás hubiera podido imaginar. Conseguir su propio programa de radio no era nada comparado con esa dicha. Ella era…

-¡UNA PUTA! –gritó, besando a Andrew con lujuria animal-. ¡Soy una puta!

Ahora era Bea la que guiaba a Andrew, cogiéndolo de la mano y arrastrándolo hacia lo más profundo de la casa, en busca del dormitorio. Tan pronto como Bea vio la cama, soltó a Andrew y se lanzó sobre el colchón de un salto, recostándose con las piernas abiertas para regalarle al hombre una visión sublime de su coño desnudo y empapado en sus propios fluidos. Desnuda, cachonda y con su bronceada piel perlada de sudor, Bea miró a su hombre y, con el más seductor de sus registros, dijo tres palabras mágicas:

-Soy. Una. Puta.

-Oh, joder…  -alcanzó a decir Andrew, quitándose la camiseta y saltando junto a la mujer.

Bea repartía besos y caricias a lo largo y ancho del pecho desnudo del técnico mientras este forcejeaba con sus pantalones, tratando de quitárselos.

-Un… un momento, nena –dijo Andrew, echándola a un lado mientras le acariciaba el pelo-. Tengo que ir a buscar un condón… Creo que tienes unos cuantos en ese bolsito tuyo que tiraste por ahí. Ya nos encargaremos más adelante de ponerte un DIU, pero de momento no quiero correr el riesgo de dejarte preñada –rió-. Una puta tan loca como tú sería una madre espantosa, desde luego.

-¡Soy una puta! ¡Soy una puta! –gritó Bea, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos mientras Andrew la dejaba desnuda, sola y caliente como una perra sobre la cama. ¡Quería follar ya!

Bea no podía esperar más. Había empezado a tocarse su chochete de putón mientras gimoteaba su frase, cuando notó algo extraño en la pared frente a la cama del técnico. Andrew debía de haber estado trabajado muy duro en algún proyecto personal, porque había un montón de papeles y fotos pegadas en un tablón de corcho. A pesar de lo increíblemente cachonda que estaba, Bea no pudo evitar fijarse en una instantánea de Nina, su copresentadora, fácilmente reconocible por su larga melena pelirroja y sus enormes ojos verdes.

No cabía duda, se trataba de ella. Con la mano entre las piernas, Bea se irguió para leer lo que había escrito en las notas pegadas junto a la foto de Nina. No era fácil distinguir el texto en cursiva con tantos símbolos y dibujos raros alrededor, pero Bea entornó los ojos y… ¿Qué clase de letras eran esas?

-¡Bien, ya estoy listo para empotrarme a Bea la Puta! ¡Prepárate, bombón! –dijo Andrew desde la puerta, frotándose la polla erecta y envuelta en su funda de látex.

-¡Soy tu nena, papi! –gritó Bea, imitando lo mejor que podía la voz de una colegiala. Se veía tan sorprendida como el propio Andrew.

El hombre reparó entonces en los papeles que colgaban del corcho frente a su puta y comenzó a reírse a carcajadas como un maníaco.

-¡Puta tonta! –dijo, sin dejar de reír-. ¡Esas palabras no son para ti!

-¿Soy tu nena, papi? Soy tu nena… ¡PAPI!

Tal vez esas palabras no fueran suyas, pero seguía poniéndose aún más cachonda cuanto más las repetía. Deseaba que su papi… que Andrew la penetrara hasta el fondo de su coño de nena… ¡De puta!

-Las hice para tu amiguita Nina, puta. No puedes imaginar lo cachondo que me pone cada vez que la oigo poner esa vocecita chillona de colegiala… Joder, una vez hasta me hice una paja en la sala de mezclas mientras la oía discutir con otro de los técnicos –dijo, frotándose la polla-. No puedo esperar a tenerla aquí conmigo ofreciéndome su cuerpo para hacerle guarradas… ¡Y después del éxito que he tenido con mi primer experimento, estoy seguro de que es sólo cuestión de tiempo!

Bea no entendía nada. ¿Qué decía Andrew de Nina y por qué no estaba metiéndole la polla dentro de su coño de puta putona? ¡Necesitaba a su pap…! ¡Un momento! ¿Era su papi? ¿No era ella una puta? ¿Pero qué…?

-Nena quiere… puta… soy un… ¡papi! ¡Soy una nena, papi! –dijo, alternando su voz de zorra ninfómana con la de niñita inocente sin ningún tipo de control. Estaba tan confundida… ¡y cachonda!

-¿Ves? Esa nota que has leído ha sido confeccionada para ajustarse a los patrones cerebrales de Nina. Tu cerebro no será capaz de retener la sugestión por mucho tiempo –Andrew agarró a Bea por la cintura y la condujo de vuelta a la cama-. ¿Qué eres?

-Nena soy… puta…

-¿Qué?

-… una puta… ¡Soy una puta! –Bea sonrió. Todo volvía a ser normal-. ¡Soy una puta!

-¡Y la próxima semana tendrás un par de amiguitas tan guarrillas como tú, mi putita! –rió el técnico de sonido-. ¡Pero ninguna te llegará ni a la suela de los zapatos, pedazo de puta!

-¡Soy una puta! –añadió Bea, dejando claro que ya estaba harta de oír historias. ¡Lo único que le apetecía en ese momento era que Andrew se la follara como el putón insaciable que era!

Y así hizo él. Andrew llevaba fantaseando con esa diosa morena desde el mismísimo instante en que la había visto en el estudio. El cuerpo de una diosa y la voz de un ángel… ¡Se ponía cachondo sólo de escucharla hablar! Cuántas veces se la había imaginado diciendo guarradas con esa voz dulce y melosa. Y ese culo de ella… Dios. ¡Ese culazo! El joven no desaprovechó la oportunidad de agarrarla bien fuerte por la retaguardia mientras penetraba el coño de su puta personal, que gritaba su frase y gemía sin el menor pudor. Era una puta y necesitaba que le dieran bien fuerte lo que se merecía. Bea la Puta ya no pensaba en su futuro en la radio ni en si alguna vez sería capaz de volver a hablar con normalidad. Su hombre, su dueño, su amo se la estaba follando como la puta que era y que sería siempre. Una puta… ¡Su puta!

-¡Soy una puta! ¡Soy una putaaaaaaaaaaaa! –gritó agarrando bien fuerte sus pechos y masajeándolos.

“Pechos de puta”, pensó, riendo ante su ocurrencia.

-Por… por ciertooooOOH BEA! –dijo Andrew, jadeando mientras mantenía el ritmo-. Es… ¡estás despedida, cariño! Al señor Murphy no le hizo ninguna gracia tu ausencia el primer día del… ¡prograaAAAH… ma!

-¡Soy una puta! –respondió Bea, acariciando el pecho de su amante con ambas manos. El señor Murphy podía irse a tomar por culo.

-¡Pero no te preocupes, putilla! Mi primo Martin tiene una emisora pirata con programas para gente con… eh… gustos especiales… ¡Oh! ¡Oh, sí! ¡Pero qué puta eres!

-¡Soy una puta! ¿Puta? ¡PUTA!

-¡Estoy seguro de que un montón de gente se lo pasará genial escuchando a Bea la (¡ah!) Puta gimiendo y diciéndole al mundo lo puta que es!

-¡SOY UNA… una… UNA PUTA!

Bea sonrió, colmada de felicidad. ¡Era una idea estupenda! Tendría su propio programa y podría pasarse horas masturbándose delante del micrófono, repitiendo su coletilla y calentando a toooodos sus radioyentes con su sensual voz de puta. ¡Estaba impaciente por empezar!

-¡Y será mucho mejor cuando la pequeña Nina se una a ti! Al final sí que vais a tener que trabajar juntas, después de todo –dijo Andrew, riendo-. No creo que dure mucho en la emisora de Appletown cuando sólo pueda hablar con voz de niñita llamando a su papi.

-¡PUTA! Soy una… una… ¡uuuUUUUAAAH!

El orgasmo sorprendió a Bea justo cuando se estaba imaginando a esa zorrita preciosa con voz de bebé de Nina masturbándose junto a ella en la emisora de radio del primo de Andrew. ¡Esa dulzura sería el fichaje perfecto para “Las Marranadas de Bea”! ¡Oh, Dios! ¡Pero que puta era! ¡Una puta tragarrabos! ¡Un pedazo de putón ninfómano de los pies a la cabeza! ¡Del culo al coño! ¡Del coño a las tetas! ¡La puta más guarra de la radio de Appletown y del mundo mundial! ¡Puta! ¡Puta! ¡Era una puta!

-Soy uuu… ¡uuaaAAAH…! ¡PUTA! ¡Soy una puta! ¡Una puta! Unaputa-unaputa-unaputa-unaputa-unaputa-unaputa… Soy… soy… ¡¡¡SOY UNA PUTAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!

Bea no iba a necesitar más palabras ese día. De hecho, no iba a necesitar más palabras durante el resto de su vida.

FIN


Lamento muchísimo mi larga ausencia. Vuestros comentarios me animan a seguir creando estos escenarios demenciales de erótica humorística. Un patio de juegos llamado Appletown que espero que cada vez crezca más y más. ¿Y quién sabe? Tal vez en un futuro haya incluso crossovers…

Tengo un par de relatos más en la recámara que tengo que acabar de pulir, pero espero poder subirlos pronto. Una vez más, agradezco cualquier muestra de apoyo y/o sugerencias. Un saludo.