Soy una mujer y pago por sexo

Sus noches como observadora cobrarán un protagonismo inesperado.

Yo pago por sexo.

Pero no es lo que todos están pensando. Pago sólo para ver.

Lo único que voy a decir de mí es que tengo treinta y un años, el dinero para mí no es un problema y tengo un deseo contenido de sexo que me está volviendo loca.

Hace tres meses que encontré esta especie de solución a mi situación aunque no sé por cuánto tiempo más sea efectiva.

Todos los viernes a las ocho y treinta de la noche me subo a mi auto desde la oficina y me dirijo hasta este lugar donde por una cuantiosa suma de dinero puedo ver a través de un espejo doble mientras una pareja de actores porno hacen lo que mejor les sale.

No tengo ninguna preferencia en particular, sólo tengo una condición y es que la chica se acabe. En algún punto me pregunté si el gusto por observar a otra mujer deshacerse bajo el devastador efecto de un orgasmo me hacía lesbiana. Después de un tiempo no le di más vueltas al asunto. Creo que en el fondo me gusta mirar porque me imagino a mí misma en esa situación, experimentando esas sensaciones y eso despierta algo del deseo salvaje que aguardo en mi interior y que ningún hombre ha podido saciar.

Es viernes, son las nueve treinta de la noche y me preparo para irme. Tengo más calor que cuando llegué, como siempre me pasa. Mi cuerpo experimenta algo de las sensaciones que le robé con los ojos a mi intérprete sexual, fue una escena memorable.

Abro la puerta para salir y suena mi teléfono. De inmediato me meto de vuelta a la habitación donde estaba y acallo al maldito aparato atendiéndolo en seguida. Se supone que mi presencia aquí debe pasar inadvertida.

Tras media hora de discutir con mi socio sobre unos problemas del trabajo que no vienen al caso finalmente logro salir de esa habitación lo más rápido que puedo. El tiempo se pasó volando, yo no debería estar aquí.

–  ¡Auch! – es lo único que alcanzo a decir después de chochar con algo, ¿o alguien?

–  Perdón, no te vi.

Mi cerebro en seguida se puso en alerta. Esa voz me resulta muy familiar…

Estoy de rodillas, torturada por mi pollera tubo y mis taco aguja, juntando los papeles y la cartera que se cayeron al piso. Levanto la vista y veo al protagonista de mis escenas de los viernes. Me mira con una sonrisa de lado disfrutando de mi despliegue de torpeza. Bajo un poco la vista intentando disimular mi vergüenza y me quedo mirando su entrepierna que atrapa un bulto considerable. ¿Pero cómo puede ser si acaba de…? Pero no puedo pensar más. Finalmente se apiada de mí y me tiende una mano para ayudarme a levantar. Se la tomo porque con esta maldita pollera sería casi imposible hacerlo por mis propios medios.

Una vez recobro una postura más digna musito un “gracias” y me doy la vuelta para salir del bendito edificio cuando su voz perturba nuevamente el hilo de mis pensamientos.

– Espera, no te vayas así.

Mi cuerpo obedece a su mandato, mi mente intenta reestructurarse. ¿Me está dando órdenes? Yo soy la que da las órdenes, siempre, siempre… Es lo que la gente espera de mí, pero me agota, me agota hacerlo todo el tiempo. Esto se siente extraño, que otra persona me de una directiva tan simple y verme tan afectada. Pero creo que me gusta.

Al segundo siguiente está a mi lado, tomándome por la cintura y arrastrándome hacia fuera. Me tiene desconcertada, ni siquiera atino a resistirme y él se muestra tan natural en esta actitud dominante…

– Te acompaño a tu auto. ¿Dónde lo dejaste? ­

­– Es ese – digo señalándolo.

­– Lindo coche.

No sé si se hace el disimulado pero no le da mayor importancia. Todo el mundo babea por ese auto, en especial los hombres pero en él no parece surtir mayor efecto.

– La verdad es que necesito que me lleves. Es lo menos que puedes hacer por retenerme hasta tan tarde.

No puedo creerlo. Debo estar mirándolo con cara de idiota porque prácticamente esta aguantando la carcajada. ¡Qué descarado! ¿Quién se cree que es?  ¿Y quién cree que soy yo? Definitivamente no tiene ni idea o lo sabe disimular muy bien. Mmm. Eso no tiene por qué ser malo. No le voy a dejar saber que me tiene descolocada.

– Está bien. Te llevo. Súbete.

Tras unos momentos de incómodo silencio me pregunta algo que hace que todos mis planes de parecer en control de la situación se vayan por la borda.

– Entonces, ¿por qué lo haces?

– ¿Por qué hago qué? – pregunto intentando sonar despreocupada.

­– ¿Por qué pagas por ver sexo?  No me tomes a mal, estoy más que contento con el pago extra. Sólo pregunto por curiosidad. ¿Te calientas para ir con tu marido?

­Insolente.

– No tengo marido.

– ¿Novio, amante?

– No – Me está haciendo enojar. ¿Qué le importa mi vida?

– Entonces ¿Por qué lo haces?

– No te importa.

– ¡Para!

– ¿Qué? No vas a tratarme así ¿Que te piensas?

­– Que pares porque esa era mi casa.

– Mierda. – Clavo los frenos y doy una marcha atrás un poco descontrolada.

– Esa de ahí.

­Paro frente a la susodicha casa y me quedo mirando al frente mientras él se baja. Cierra la puerta y se asoma a la ventanilla.

– Ven, todavía no me contestas lo que te pregunté.

­– No puedo, tengo cosas que hacer.

– Te aseguro que conmigo te vas a divertir más. No me hagas arrastrarte hasta adentro. Ven.

Y otra vez la firmeza de sus órdenes me desarma por completo. Bajo del auto y voy tras él mientras no pierdo de vista su apretado culo que se mueve deliciosamente frente a mí. Lo conozco bien, muy bien.

Entro a la casa y me sorprende otra vez cuando se empieza a desvestir sin miramientos, camisa, zapatos, medias, pantalón y engancha los pulgares en el borde del boxer. Se detiene por un momento, mira por arriba de su hombro y me ve con la peor cara de hembra en celo de la historia, observándolo de forma lasciva. Se sonríe satisfecho y termina de desnudarse.

– Me voy a dar una ducha. ¿Quieres venir? – El descarado se dio vuelta y se ve que le esta gustando bastante este jueguito porque su pene esta completamente erecto.

No puedo evitar mirar ahí fijamente y saborearme. Cuando me doy cuenta de lo que acabo de hacer siento que mi rostro se incendia.

– Si me acompañas te dejo darle una probadita – dijo agarrándoselo con una mano.

– Esto no es una buena idea – murmuro pero mis palabras no me las creo ni yo. Sigo con la vista clavada en su pene, lo deseo, lo deseo tanto. Siento que mi capacidad de razonamiento se extingue. Esta vez  puede ser diferente a las otras, él no sabe quién soy, no espera nada de mí. Tal vez me pueda dar lo que necesito. Me muerdo el labio, dudando pero él decide por mí. Avanza hacia donde yo estoy, me toma por la cintura y me aprieta contra su cuerpo desnudo, restregando su erección contra mi pelvis. Libera mi labio con su pulgar y me besa aunque decir que esto es un beso es un eufemismo. Me está devorando la boca, su lengua embebida con su saliva busca la mía, la subyuga, la posee mientras sus labios se funden con los míos. Me está dejando sin aire, sin alma, sin sangre. Tan violentamente como me arranca ese beso lo termina, dejándome jadeante, sedienta de más, totalmente descontrolada. Me mira a los ojos y se sonríe triunfante. El muy desgraciado sabe que me tiene en sus redes y yo no pretendo zafarme de ellas.

– ¿Te vas a duchar conmigo o no?

Asiento, incapaz de emitir sonido.

– Muy bien. Entonces hay que desvestirte.

Se pone de rodillas frente a mí sin dejar de mirarme y coloca sus manos en mis tobillos. Tortuosamente lento comienza a subir por mis piernas mientras yo siento que toda mi piel hierve. Llega hasta el borde de mi pollera, se detiene por unos segundos y se mete por debajo. Con sus pulgares acaricia muy suavemente la parte interna de mis muslos. El calor que siento en mi entrepierna se está tornando insoportable. Él avanza más y más  hasta llegar a mi sexo. Presiona con sus dedos y masajea por encima de mis panties. Estoy tan húmeda que seguro ya las empapé. Cierro mis ojos disfrutando de esas caricias. Estoy apoyada en sus hombros y mis piernas se sienten extrañas.

Deja de hacer lo que se sentía tan bien y yo vuelvo a la realidad brevemente porque en seguida toma mis panties y me las baja hasta el piso. Salgo de ellas y él rápidamente atrapa el borde de mi pollera y me la hace cinturón, dejándome completamente expuesta.

– Mmm, ¡qué sorpresa! Completamente depilada. Tengo que probar esto.

Y sin más lame todo mi sexo, saboreando mi excitación que no logro mantener dentro de mi cuerpo. Un patético jadeo surge desde mis entrañas. Mis piernas me fallan pero él me sostiene apretándome el culo y obligándome a mantenerme en pie. Abro más mis piernas. Quiero más, mucho más. Él lo entiende.

– Viciosa… – alcanza a decir susurrándole más a mi sexo que a mí pero yo insisto en responder.

– Sí… – Tiro de su pelo pero esto parece desafiarlo porque entierra su lengua en mí, mojándome cada vez más. – Ah, sí… – gimo totalmente fuera de mí.

Otra vez interrumpe su ataque abruptamente. Se levanta y empieza a deshacer los botones de mi blusa. Rápidamente llega hasta el último botón y desprende también los de los puños. Apoya sus manos en mi cuello, me besa otra vez y va deslizando sus manos por mis hombros y mis brazos, llevándose consigo mi blusa que cae en el piso segundos después.

Mi pecho delata mi respiración entrecortada y superficial. Me envuelve en un abrazo apretado y accede al broche de mi soutién desprendiéndolo y despojándome de él. Sin esperar un segundo más ataca mis pechos, chupando, lamiendo y mordiendo de forma despiadada.

Por favor… Siento que mis pezones van a explotar de tanto placer mezclado con dolor también. Es una mistura exótica, peligrosa. Siento que me pierdo. Las piernas otra vez me fallan, las siento temblar.

– Parece que no te puedes mantener en pie. Arrodíllate, vas a estar más cómoda.

Me lo dice mientras me acaricia el pelo. Conozco sus perversas intenciones pero no puedo hacer más que seguirle el juego. Deseo tenerlo en mi boca, deseo probarlo, lo hice desde la primera vez que lo vi.

Me dejo caer sobre mis rodillas, lo tomo con ambas manos y con urgencia me lo meto en la boca todo lo profundo que puedo. Mmm. Sabe más delicioso de lo que me imaginé. Él marca el ritmo con su mano en mi nuca agarrándome del pelo, ejerciendo su control sobre mí. Se siente bien, tan bien, tan liberador.

– Ah, sí, sí – emite en un ronco gemido.

Tras unos segundos me tira un poco más fuerte del pelo haciendo que me detenga.

– Basta – me dice con voz firme. Me obliga a levantarme tomándome de los hombros y después me arrastra hasta su cuarto llevándome de la muñeca. Aún tengo los tacos puestos por lo que voy caminando un tanto torpe.

¿Qué va a hacer ahora? La expectativa me está matando y me encanta, me encanta todo este misterio. Llegamos al cuarto y se coloca de espaldas a mí. Me alisa la pollera sólo para desprenderla y quitármela del todo. Me toma de la cintura y se pega a mi cuerpo colocando su erección entre mis nalgas. Me besa y lame los hombros y el cuello y yo no hago más que ofrecérselo, me entrego más y más a sus caricias. Su mano viaja por mi vientre y se desliza más abajo, sus dedos exploran mi sexo palpitante, expectante por sus caricias. Hunde dos dedos en mí, sin previo aviso mientras me sujeta fuerte de la cintura. Estoy elevándome rápidamente, sintiendo oleadas de placer cada vez más juntas, cada vez más fuertes. Mi cuerpo se convierte en pura sensación. Me empuja más hacia la cama obligándome a arrodillarme encima de ella. Me presiona la espalda aun sosteniéndome de la cintura. Obedezco sin decir una palabra, pegando mi pecho a la cama, extendiendo los brazos hacia delante. Estoy abierta, completamente expuesta para él, puede hacer conmigo lo que quiera.

– Abre las piernas – me susurra al oído y hago lo que me pide. Siento que se aleja, dejándome exhibida. Mi cuerpo se contorsiona involuntariamente. Estoy demencialmente caliente. Ya no puedo más, estoy al borde de la explosión. ¡Que tortura! ¡Que deliciosa tortura! Siento que se acerca a mí otra vez por detrás.

– Qué hermosa vista – dice con voz ronca y yo me siento desvanecer.

Me acaricia las piernas deslizándose hacia mis pies y me quita los zapatos. Después vuelve a subir por mis piernas hasta mis nalgas y pone una mano en cada una de ellas. Su cuerpo está fresco en comparación con el mío que arde. Siento su aliento en mi sexo, exhala sobre él para hacerme desear todavía más. Me empieza a dar pequeños besos por mis labios, en mi clítoris, por todo mi sexo y de pronto empieza a subir y me sobresalto cuando su húmeda y caliente lengua moja mi ano. Instintivamente lo contraigo.

– No, no, no – me dice advirtiéndome ­– Relájate que te va a gustar.

Dudé un segundo y accedí. Hoy es el día de experimentar.

– Eso es, muy bien.

Me mojó aun más con su saliva. Sentía cómo el exceso se deslizaba hacia mi sexo abierto. Lo siguiente que sentí fue un dedo introduciéndose lentamente en mi ano mientras sus dedos expertos hacían delicias en mi clítoris.

­– Ah, sí, más… – rogué en una lastimosa súplica.

­– ¿Más?

­– Sí, por favor

– ¿Cuánto más?

– Todo lo que quieras – no me reconocía en estas palabras de rendición pero fue demasiado tarde cuando me di cuenta de su alcance. Siento su pene en la entrada de mi vagina colocándose, empujando apenas, tentándome. Quiebro aun más mi cadera y en un solo movimiento conciso me penetra hasta el fondo hundiendo a su vez su dedo en mi culo. Los dedos de su otra mano se entierran en mi cadera.

– Ah, sí… – grito con todas mis fuerzas. Se siente extraño, raro, pero exquisito. Es casi demasiado, demasiadas sensaciones a la vez. Empieza a moverse y a mover ese dedo dentro de mí cada vez más rápido, más duro. Mi cuerpo ya no puede resistir más la sobre estimulación, los temblores se hacen cada vez más violentos, más juntos entre sí. Me voy lejos, lejos, ya llego y un segundo antes de que todo estalle logra alcanzar mi pezón y lo pellizca y retuerce con vicio. Exploto en un orgasmo salvaje, bestial. Mi cuerpo tiembla, se retuerce, se quiebra en mil pedazos y se vuelve a juntar para estallar otra vez. Lloro y me río al mismo tiempo, incrédula, enloquecida, no entiendo nada, absolutamente nada. Él retira su dedo invasor. Me toma con ambas manos de las caderas y me embiste una y otra y otra vez haciéndome reflotar en mi orgasmo.

Gime, gruñe, me dice cosas entre dientes apretados que no puedo llegar a entender. Todo lo que me rodea se evaporó, todo menos él y yo.

Sale de mí y yo caigo rendida, exhausta, jadeante, volviendo a la realidad tras haber experimentado algo que no sabía que podía. Pero se que esto no terminó aun. Me mira sonriendo, satisfecho con lo que acaba de hacer. Me toma por las rodillas y las lleva a mi pecho. Se coloca encima de mí y me penetra otra vez. Muerdo mi labio con fuerza sorprendida de sentir este delicioso cosquilleo en mi vientre, este efecto residual del orgasmo exquisito y desproporcionado que acabo de experimentar. Él aumenta el ritmo de sus embestidas. Su respiración se acelera y su rostro se contrae concentrándose en su fin. Yo no puedo creer que este escalando otra vez rápidamente al ritmo de sus embestidas, hecha un ovillo bajo su cuerpo, recibiendo su sudor en mi piel. Me penetra a un ritmo casi imposible. Todo su cuerpo tenso, el mío también, jugando una carrera secreta para ver quién llega al próximo orgasmo primero.

Tras unas pocas embestidas más y casi sin poder moverse por la tensión de su cuerpo sale de dentro mío, se quita el condón y acaba sobre mi cuerpo, marcándome, dibujando hasta la última gota de su placer en mí. Yo estoy temblando por el erotismo de lo que acaba de hacer y porque me llevó hasta el borde y me dejó ahí, colgando del abismo. Me sonríe con la perversión pintada en su cara y se lanza a devorar mi sexo mientras me penetra con sus dedos a un ritmo frenético plegándolos de vez en cuando haciendo que me retuerza del placer. Así, con su lengua luchando con mi sexo y sus dedos bailando en mi interior estallo por segunda vez convulsionando, pateando, arañando y gritando. Él me sostiene firme de la cintura y eso intensifica aun más esta sensación arrolladora.

Unos momentos después, las sensaciones van disminuyendo, él quita sus dedos, se los chupa mirándome a los ojos y se arrastra por mi costado hasta llegar a mi boca. Me besa profundamente haciéndome beber mi propia excitación y me encanta mi sabor mezclado con su propia saliva y con la mía.

Se deja caer a mi costado y tras unos segundos de silencio habla.

­– ¿Mejor que mirar?

– Mucho mejor ­– respondo en una exhalación

Después de descansar un rato finalmente nos vamos a duchar.

Creo que mis citas de los viernes van a ser un poco diferentes de ahora en delante.