Soy una chica gamer 2

Javi se somete completamente a su Ama y pasará un par de pruebas.

Estaba sentada, con un pie reluciente sobre la cabeza de mi sumiso, presionándole contra el suelo. Él estaba a cuatro patas, con el culo levantado. Tenía cara de extasiado, de felicidad plena. Le había dejado que lamiera mis pies y a pesar de que él mismo los había llenado antes con su corrida, había acatado mi orden de mil amores, dejándolos bien limpios y sin rastro de su leche. Era el primer día que él y yo nos veíamos en persona y ya le había convertido en un dócil perrito.

—Muy bien, perrito, que sepas que estoy muy contenta contigo.

—Gracias, Ama —dijo, con dificultades para hablar porque seguía pisándole la cabeza.

—Pero a partir de ahora, si quieres correrte tendrás que ganártelo, ¿entendido?

—Sí, Ama.

—Bien. Ahora quiero que contestes a unas preguntas y sé detallado si yo te lo pido. ¿Le has hablado a alguien de mí?

—Sí, Ama, a mis amigos.

—¿Qué les has dicho?

—Que había conocido a una chica, Ama.

—¿Les has hablado de mis fotos?

—No, Ama.

—¿Por qué no? ¿Te da vergüenza?

—Sí, Ama —dijo con el rostro humillado.

—Hiciste bien en no contar nada, pero no debes sentir vergüenza, tienes que estar orgulloso de ser mi perro.

—Sí, Ama.

—Cuanto antes aceptes tu verdadera naturaleza, mejor. Aprenderás a ser feliz bajo mis órdenes, ¿entendido?

—Sí, Ama.

—Vamos, muestrame tu cuarto. A cuatro patas y delante de mí, que yo te vea.

Dejé de pisarle la cabeza y se puso a cuatro patas, presto a obedecer. Echó a andar hacia el pasillo mansamente.

—¡Menea tu culo, perro! —dije, dándole una patada con el pie.

Cambió el ritmo y comenzó a mover su culo torpemente en uno de los espectáculos más bochornosos que he visto nunca. Siguió gateando hasta que llegó a una puerta cerrada. Espero paciéntemente a que yo la abriera.

Llamar cuarto a esa pocilga era ser demasiado generosa. La apariencia general era sucia, aunque parecía que habia recibido reciéntemente una limpieza exprés. Olía a humanidad y a sudor concentrado. La cama mal hecha, un armario desordenado y una mesa con diversos aparatos electrónicos, entre ellos un ordenador y varias consolas, ocupaban el espacio, que por lo demás era reducido. Era, en definitiva, la cueva de un virgen.

—¿No te da vergüenza mantener así este estercolero?

—Sí, Ama.

—He visto a cerdos más limpios que tú.

—Sí, Ama.

—Ve y traeme tu tarjeta de crédito. Con la boca, nada de utilizar tus manos.

Javi abandonó la habitación y yo aproveché para abrir la ventana y dejar que se ventilara todo un poco. Baje la persiana a la mitad para tener privacidad. Encendí el ordenador y rebusqué un poco por la habitación, buscando algo que sabía que no tenía que andar muy lejos. Javi llegó obediente con la tarjeta sujeta con la boca. Se la saqué y la limpie con su pelo.

—¿Qué es esto? —pregunté, señalando un papel que había en el suelo.

—Un pañuelo, Ama.

Le crucé la cara de un bofetón.

—¡Que sea la última vez que me mientes! Te he hecho una pregunta y más te vale que me respondas bien. ¿QUÉ ES ESO?

—Un pañuelo de mis pajas, Ama —dijo, con las orejas rojas por el dolor y la vergüenza.

—Ahora por estúpido y mentiroso vas a cogerlo y te lo vas a meter en la boca. No lo sueltes pero tampoco te lo tragues. Ya te has comido tu inmunda leche así que estarás acostumbrado al sabor.

Hizo lo que lo decía y cuando se hubo metido el pañuelo, me devolvió una mirada con los ojos llorosos. No sé si por la humillación, por la vergüenza de haberme mentido o ambas.

—Has perdido el derecho a hablar hasta que me dé la gana. ¿Entendido?

Asintió.

—¿Esta es tu única tarjeta de crédito?

Asintió.

—Voy a utilizar tu ordenador. ¿Tienes protegida alguna de tus cuentas con contraseña o puedo acceder automáticamente?

Nego.

—¿Eso significa que puedo acceder libremente?

Asintió. Ya me lo esperaba, últimamente todo el mundo tenía acceso libre en sus dispositivos.

—Bien, arrodíllate debajo de la mesa con la cara pegando al suelo y el culo levantado. Voy a utilizar tu cuerpo de reposapies.

Hizo lo que le pedía. Yo me quité el pantalón, quedándome vestida únicamente con una braguita de encaje negra y el top que llevaba. Coloqué mis pies en su espalda, sentándome en la silla del ordenador. Estaba de cara a mí, pero como mantenía la cabeza a ras del suelo, no me veía. Lo único que él sabía en esa posición es que estaba donde le correspondía: a mis pies.

Lo primero que hice fue entrar a la aplicación en la que él y yo nos habíamos conocido: sabía que era la red social que más utilizaba. Revisé sus mensajes, curioseando un poco de todo. Llegué a un chat que compartía con los amigos que teníamos en común, al parecer sus únicos amigos. Era un chat que tenían ellos solos sin mí, así que ya me figuré de qué hablaban. Utilizando búsquedas de palabras clave llegué a varias conversaciones sobre mí. Como imaginaba, el resto de tíos eran unos babosos y me dedicaban varios comentarios ofensivos. Uno de ellos decía "malfollada" y otro aseguraba "que le ponía cachondo cuando me enfadaba". Sorprendentemente, Javi nunca me faltó al respeto ni mencionó nuestra especial relación. Sentí de pronto una oleada de afecto hacia él. Era verdad que guardaba lo nuestro en secreto.

Salí de la aplicación y me metí en sus archivos. Busca en el ordenador de cualquier hombre y encontrarás una carpeta de nombre sospechoso que no quiere que vean los demás. La suya se llamaba "proyectos informáticos" y me reí, pensando que a quién quería engañar, podría haberla llamado "porno" sin que nadie la supiera. Nadie excepto yo iba a fisgar en su ordenador. Dentro de esa carpeta había otra con mi nombre, con cada una de las fotos que yo le había mandado, ordenadas escrupulosamente. También había un montón de vídeos porno, probablemente sus favoritos. Me excité porque eran de una categoría similar a la que yo había explorado cuando empezó todo.

Generalmente, la mayoría eran de chicas jóvenes exhibiendo sus pies. Había algunos de milfs, pero la mayoría eran de chicas de mi edad y con un físico similar. Muchos de ellos describían una relación de Ama/sumiso a diferentes niveles. Desde unos más amateur en los que la chica en cuestión obligaba al hombre a rendir pleitesía a sus pies, hasta otros más crudos, con trajes de cuero, juguetes sexuales y demás parafernalia BDSM. Algunas optaban como yo y trataban a los sumisos como perros, otros los feminizaban... También había vídeos de mujeres satisfaciendo a machos musculados mientras su marido cornudo contemplaba todo. Estuve un buen rato mirando y en todo ese tiempo no dejé de tocar mi coño, apartando la tela de mi bragita para meterme un par de dedos. Mi sexo brillaba después de tanta excitación y los vídeos que estaba viendo contribuían a que estuviera aún más cachonda.

Decidí darle un buen premio a mi perrito por la fidelidad que me había mostrado, incluso antes de que empezara a dominarlo de verdad. Me levanté, me quité las braguitas, que estaban empapadas, y me dirigí hacia él, que en todo el proceso, obediente, no había levantado la cabeza.

—Sácate esa cosa de la boca y mírame. No hables a menos que te lo indique.

Hizo lo que le pedía y asintió.

—He decidido que voy a dejar que me des placer, si es que eres capaz de hacer algo bien. Pero antes, ponte esto.

Me miró con curiosidad, sin ver a lo que me refería. Yo cogí mis bragas empapadas y se las restregué por la cara, dejando que le embargara el olor que habían acumulado durante todo el día. Él las olisqueo sonoramente y yo le di un bofetón, esta vez suave, para que corrigiese su actitud. Le había dicho que se las pusiera, no que las oliese.

Como pudo, se las colocó en su cuerpo seboso. Javi estaba gordo (aunque no mucho) y mis bragas eran finas como yo, así que cuando logró introducírselas, la tela se tensaba a punto de romperse. En la parte de atrás se colaban en su culo y en la de delante no lograban ocultar su erección.

—Hoy te guiaré para que te acostumbres a lo que me gusta, pero te aviso, la próxima vez no tendré tanta paciencia. ¿De acuerdo?

Asintió emocionado. No solo le iba a dejar comerme el coño sino que había dicho que habría una próxima vez. Le puse de rodillas y con las manos en la espalda, agarrándole del pelo de la cabeza para guiar su ritmo.

Para ser su primera vez, no lo hizo mal. Javi tenía una lengua larga y gruesa, que ya había disfrutado en mis propios pies, y como había tenido dentro de su boca el papel, había formado mucha saliva con la que lubricarme bien. Dejé que me lo comiese lento y suave, como a mí me gusta al principio. No había prisas, quería que se acostumbrase a poder comerme el coño durante horas. De vez en cuando yo le tiraba del pelo y restregaba mi chocho contra su cabeza, empapándole con mis juegos. Era un buen perro y entendía perfectamente que quería una comida lenta, a menos que le indicase lo contrario.

Yo mientras utilicé su tarjeta de crédito para unas compras que quería hacer. Primero miré el estado de sus cuentas y me sorprendió que no era nada pobre, sobre todo teniendo en cuenta que vivía a base de publicar vídeos de juegos en Internet. Ingresaba cuatro o cinco mil euros más o menos, que apenas gastaba en nada, pues no era una persona de socializar ni de gustos caros. En sus facturas vi los gastos que me había hecho a mí a cambio de mis fotos. En total, tenía varias decenas de miles en la cuenta, nada mal. Eso me tranquilizo porque me permitía hacer varios gastos importantes y la verdad, pese a que el perro me había ofrecido su tarjeta sin pedirme explicaciones, tampoco le quería arruinar.

Me entretuve un rato mirando diferentes tiendas de zapatos que yo nunca me había podido permitir. Ya sabéis como somos las mujeres con los zapatos así que estuve un buen rato y no compré hasta estar segura de que eran los que querían. Elegí cinco modelos, tres de tacones de diferentes tamaños (uno de ellos con plataforma alta) y dos sandalias.

Seguí por diferentes webs, mirando por aquí y por allá, suspirando de vez en cuando por las atenciones que estaba recibiendo en mi coño. Como iba a ritmo lento no me corría, pero permanecía permanentemente excitada. Podía correrme varias veces seguidas sin problema pero prefería que la primera tardara en llegar, porque así explotaba con más potencia.

Después de aproximadamente media hora, terminé de comprar, pero todavía quedaba lo más importante. Estaba satisfecha: me había hecho con unos zapatos preciosos, varios modelos de lencería fina, algunos con ligueros, maquillaje, cremas y un par de conjuntos de ropa. Casi mil euros que su tarjeta tragó como si nada, al igual que su dueño tragaba los jugos de mi coño.

Quedaba lo más importante, como decía. Los zapatos y las demás cosas habían sido un capricho, pero esto lo necesitaba. Si quería educar a mi perro de verdad, necesitaba herramientas. Necesitaba un sexshop. Encontré uno online que hacía entregas en menos de 24h. Perfecto.

Tenía en mente lo que quería pero aún así repasé la página de arriba a abajo como había hecho con las otras. Lo primero que añadí al carrito de la compra virtual fue un body muy provocativo con entrepierna abierta, junto con unas medias de rejilla. Todo junto me daría un aire de dominatrix maravilloso. Me di cuenta de que antes había elegido lencería fina, la típica que se pone una chica para darle una sorpresa a su novio, pero yo no tenía novio. Tenía perro y le tenia que dejar claro mi superioridad. Elegí otro par, un picardías transparente de encaje, para tener un repuesto.

Dejé atrás la página con los satisfyers (no lo necesitaba, tenía a mi propio succionador de clítores de carne y hueso) y entré en la de los consoladores anales. Enterré mi coño entre la cara del perro, indicándole que quería que me lo comiese con más vehemencia. A pesar de tener seguramente la mandíbula dolorida, siguió comiéndomelo sin rechistar. Como él no veía lo que estaba comprando, empecé a hacer comentarios crueles en voz alta, del tipo de "Sí, este te abrirá bien el culo" o "Después de follarte con esto, no sé si tendré que empezar a llamarte perra". Elegí un set de plugs anales, un consolador de de tamaño monstruoso con venas marcadas en su superficie y varios botes de lubricante. También vi un bote de loción de crema depilatoria y compré un par.

Entré en la última sección que me quedaba. Parecía que estaba hecha para satisfacer mis morbos más oscuros. Apreté con más fuerza su cabeza contra mi coño, dejándole casi sin respirar. Por fortuna, yo me movía restregándome contra su cara así que no corría riesgo de ahogarse. Como estaba muy caliente a esas alturas, compré un poco de todo, sin la moderación que había tenido antes. Me dejé llevar. Me hice con un juego de muñequeras de cuero y hierro con cadenas, junto con un collar. Una mordaza en forma de bola. Pinzas para los pezones. Unos anillos que se ajustaban al pene (había también cepos para controlar su erección pero no quería comprarlos de momento, me gustaba que se tragase su propia corrida). Un latigo de cola y una fusta. Y la guinda del pastel: un plug anal que acababa en cola de perro.

Gasté casi tanto como en la compra anterior, pero aún más satisfecha con el resultado. Repasando la lista de objetos que había comprado, me abrí a mi orgasmo, que llevaba ya mucho tiempo aguantando. Le corrí toda la cara y el tragó con devoción. No fue un squirt pero casi. Le ordené que me limpiase bien el coño pero con cuidado de no mancharme más pues su cara estaba empapada. Terminó y le escupí en el rostro. En su tez se juntaban mi saliva y mis flujos. Javi hizo varios gestos con la boca, síntoma de que tenía la mandíbula dolorida, pero no protestó. Se le veía en la cara que estaba feliz por el trato recibido.

—Lévantate, perro. Lo has hecho muy bien.

Se puso de pie. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba a mi altura. Aun así agachó la cabeza, en señal de deferencia.

—Mira la pantalla del ordenador. He comprado unas cosas que te ayudarán a ser un buen perro.

Miró la pantalla con curiosidad y algo asustado en cuanto vio lo que era.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sí, Ama.

—Más te vale, porque varios de esos objetos los conocerás muy pero que muy bien.

—Sí, Ama.

—Bien. Yo me voy a dar una ducha. No quiero que estés ocioso así que te dejo unas tareas. Abre todas las ventanas de la casa y limpia todos los suelos menos el de la cocina. Cambia las sábanas de la cama y pon unas limpias. Aseguráte de que no haya más de esos asquerosos pañuelos porque si no la próxima vez te tocará comértelo. Cuando acabes con la limpieza, espérame de rodillas junto al baño. Ah —dije, saliéndote de tu habitación—. Ni se te ocurra limpiarte la cara ni quitarte las bragas: son mi regalo.

Me di una ducha reparadora tomándome mi tiempo. Estuve dentro como una hora entre que me lavaba el pelo y me lo secaba. También aproveché para correrme por segunda vez, esta vez yo sola, recordando lo ocurrido. Parte de mí estaba algo avergonzada por el trato que le había dado a mi amigo pero otra, más cruel, un poquito sádica, estaba henchida de poder. Salí del cuarto desnuda; hasta que no me llegara la ropa que había comprado, estaría un tiempo así. El perro estaba esperándome junto a la puerta. Le acaricié cariñosamente el pelo y eché a andar, exigiéndole que me acompañara. Me di cuenta de que el perro me estaba viendo desnuda así que decidí equilibrar las tornas. Fui al salón y me puse los tacones con los que había venido. Sí, así estaba bien, cada uno vestido con solo una prenda de ropa. Él, las bragas de puta; yo, los tacones de Ama.

—Llévame a la cocina —dije.

—Sí, Ama.

La cocina era pequeña y como había previsto, tenía poco uso. A pesar de eso, estaba un poco sucia. Como el resto de la casa, parecía que la habían limpiado apresuradamente hacía escasos días, pero eso me indicaba aún más que la persona que la utilizaba no cuidaba mucho la higiene. Bien, aprendería a hacerlo.

—A partir de ahora, no quiero escucharte hablar. Cada vez que me dirija a ti, me contestarás con un ladrido. ¿Entendido, perro?

¡Guau!, obtuve por toda respuesta. Me reí, comentando que era ridículo, instándole hasta que le saliera natural. Después de varias veces, hizo un ladrido de forma natural y me di por satisfecha.

—Perro, a mis pies, besándo las suelas.

¡Guau! Estuvo lamiendo mis zapatos mientras yo miraba una cadena de comida rápida. Con la tontería, se había hecho tarde y tenía hambre y un poco de sueño. Elegí un menú de hamburguesa para mí, junto con alitas de pollo, y una hamburguesa simple para él con patatas. Le pasé el móvil un momento para que apuntara su dirección y di a la opción de pagar sin tarjeta. Estos servicios son rápidos así que en unos 20 minutos oímos el timbre del telefonillo.

—Vete y dile al repartidor que suba.

¡Guau!

El perro volvió después abrirle el portal al repartidor, visiblemente nervioso. Entendía perfectamente su situación, sabía que le iba a humillar delante de ese pobre chico. Y no era para menos: estaba desnudo, a excepción de mis braguitas, que apenas tapaban nada, y tenía la cara resecosa de la corrida y el escupitajo que le había propinado antes. Era imposible que el repartidor no se diera cuenta de ello. Llamaron a la puerta y saqué un billete de 20 euros que tenía guardado entre la funda y el móvil. Acababa de gastarme casi 2.000 pavos de su dinero, no me importaba invitarle a una cena. Le coloqué el billete en la boca y le dije:

—Vete a abrir la puerta y ni se te ocurra taparte. Deja que coja el billete de tu boca. Si te pregunta, dile que tu Ama te lo ha ordenado.

¡Guau! Y fue a cumplir mi orden, temblando de pies a cabeza. Yo no iba a ver el espectáculo, pero si lo iba a escuchar. Me puse cerca de la puerta pero con cuidado de que no se me viera pues yo también estaba casi desnuda. Oí el ruido de la puerta al abrirse:

—¿Pero qué demonios es esto? —dijo una voz masculina.

Hubo un momento de silencio y supuse que Javi estaba haciéndole señas para que cogiera el billete de su boca.

—¿Es una broma esto o cómo? —dijo de nuevo la misma voz.

—Mi Ama me ha ordenado que pague al repartidor.

—¿Cómo? ¿Tu ama? ¿Pero quién...? ¿Cómo? —dijo con incredulidad.

—El perro obedece lo que su Ama le pide.

—Vale, vale, tío, lo que tú quieras, pero que sepas que aquí no vuelvo más. Toma y no me toques, puto pervertido —dijo y sonó un portazo.

El perro regresó a la cocina a cuatro patas y con una bolsa sujetándola con la boca. Estaba lloroso, tremendamente humillado. Posiblemente había sido la prueba más dura del día de hoy. Había tenido que mostrarse como el ser inferior que era delante de un desconocido. Yo cogí la bolsa y le acaricié la cabeza, susurrándole palabras cariñosas para tranquilizarlo. Saqué la hamburguesa y me puse a comerla mientras veía un vídeo en el móvil, distraídamente. Javi, más calmado, esperaba paciéntemente su turno para comer. Terminé y me dirigí hacia él:

—Ha sido un gran día, Javi, has superado todas mis expectativas. Quien te iba a imaginar que ibas a pasar de pagar por unas fotos a servir a tu Ama en todo lo que quisieras, ¿eh? ¿Te gusta servir a tu Ama, perro? —¡Guau!—. Claro está que todavía no eres un perro. Mañana iniciaremos el entrenamiento y después de este fin de semana decidiré si te mereces ese honor. No obstante, la primera lección la podemos tener ahora. Es importante que aprendas a respetar unas conductas básicas de higiene.

¡Guau! Me levanté y cogí un bol del estante, llenándolo del agua. Saqué su hamburguesa de la bolsa y sus patatas, junto a un paquetito de ketchup. Coloqué la hamburguesa en el suelo y las patatas desperdigadas. Vacié el paquetito encima, untándolo bien.

—Este suelo estaba sucio y por eso no te lo he mandado limpiar antes. Tienes que mantener unas normas mínimas de limpieza. Tú puedes ser un cerdo y orgulloso de serlo, pero yo no. Y estos suelos los pisan mis preciados pies. Vas a aprender por la fuerza que la casa debe estar impoluta. Ahora come, sin manos claro.

Ladró y agachó la mirada, olisqueando la comida. Al principio intentó comer de la forma más educada posible, mordiqueando patatas sueltas, pero pronto se dio cuenta de que no iba a poder acabar todo sin ponerse perdido. Atacó la hamburguesa, que se desmoronó, y después de un rato estaba comiendo un revoltijo de comida: una masa de trozos de hamburguesa, de pan, de patatas y ketchup. Le coloqué el bol a su lado. Disfruté de sus fútiles intentos por beber agua, que al parecer era bastante complicado, dadas las circunstancias. Con el tiempo, acabó toda la comida. Quedaban restos, sobre todo de salsa en el suelo, la misma salsa que tenía en su cara, que estaba realmente sucia.

—Limpia el plato, te dejas lo más importante.

Humillado (y ya había perdido la cuenta de las veces que lo había hecho sentir así) cumplió mi orden y no cesó hasta que la parte del suelo en la que había comido quedó reluciente. Yo le miré satisfecha y le conminé a que me siguiera. Era hora de dormir.

En el salón había una puerta a una terraza pequeña, un pequeño balcón cerrado, y le ordené que entrara. Le tiré una manta y le dejé en el suelo, diciéndole que por la mañana iría a buscarlo. Le cerré la puerta y corrí las cortinas.

Yo me fui a su cuarto, considerablemente más limpio que la primera vez que entré en él. Todavía me daba un poco de asco, pero al menos se podía dormir. Me metí en las sábanas frescas y cerré los ojos, realmente cansada. Me dormí con una sonrisa imaginando a mi perro, manchado, incómodo, desnudo en el frío de la terraza, completamente sometido en su propia casa.