Soy un juguete lésbico (tercera parte y final)
Sigo con mi lésbica relación con mi madrastra y su madre.
Al final las detuve cuando sus manos parecían estar peleándose entre mis piernas para meter los dedos así parecía que el de la contraria se había retirado por un instante. La penetración de Ana era especialmente profunda y al final me cansé de que el sube baja con el que me masturbaba pareciera hecho por una mujer que se comportaba como un hombre que no sabía ni le importaba el delicado mecanismo de una vagina.
Se quedaron un poco decepcionadas cuando me sequé con la toalla dejándolas con la aparente insatisfacción de tener que consolarse mutuamente después de haber probado el sexo de una jovencita. Ni siquiera que alegara dolor en la vagina les pareció suficiente, así que me rogaron que follara con ellas, prometiéndome delicadeza y suavidad. No me apetecía nada follar, ser protagonista, no poder mirar ni ser mirada si no intéprete principal. Y sobre todo no me apetecía ser juguete de ambas mujeres, la loncha de fiambre entre dos rebanadas de pan blanco. Así que miré los ojos suplicantes de ambas mujeres desnudas y dejando caer mi toalla cogí de la mano a la madre de Ana para follar con ella en primer lugar. Los ojos de Ana eran un poema a la desolación.
Bajamos desnudas a la planta de abajo, ella llena de gratitud, cogida de mi mano como quien sigue a una diosa resplandeciente.
Me apetecía follármela y que me follara en la habitación que ocupaba desde que era una niña. Me tendí en la cama y ella lo hizo a mi lado, girándose para que sus grandes tetas se volcaran sobre las mías. Comenzó a besarme los labios, a buscarme la lengua, a bajar por mi cuello y acabar en mis tetas, chupando y mordiendo con suavidad los pezones tiesos arrancándome un gritito de placer. Entonces, mirándola, le dije :
- ¿Te das cuenta que te vas a follar a tu nieta?
Se quedó detenida, mirándome a los ojos como si hubiera sido descubierta en falta. Farfulló que en realidad no era mi abuela, que Ana no era mi madre y que con ello el pecado no existía. Como respuesta le di un beso muy sucio y luego, de nuevo deteniéndola continué con mi reproche :
- Seguro que si fuera de verdad tu nieta no te importaría follarme, ¿verdad? Habría estado esperando a que creciera para poder chuparme, ¿verdad?
Entonces comprendió que aquello formaba parte de un juego para auto excitarme y dijo que sí, que me hubiera follado aunque fuera su verdadera nieta, que estaba loca por mi chochito. Desprendiéndome de su abrazo le expliqué que haríamos aquello bien. Sentada en la cama, llena de deseo, sus tetas colgaban casi sobre sus piernas sin entender qué estaba haciendo.
Me hice un par de coletas y buscando en el armario me puse una falda tableada del colegio que con el paso de los años seguía entrando en mi cuerpo pero ahora convertida en minifalda que apenas ocultaba mi culo desnudo. Luego me até una blusa sobre los pechitos desnudos y tendiéndome sobre la cama abrí mis piernas de par en par.
-Ven abuelita, cómeme toda.
Y ella, de rodilla en el suelo, hincaba su hocico ahogándose en mi sexo depilado mientras se masturbarba con violencia. En el quicio de la puerta Ana miraba como hipnotizada con un vibrador clavado en el coño, comi si estuviera congelada contemplando el espectáculo que ofrecíamos, a pesar de que con mi mano le indicaba que entrara y se uniera a la feliz familia lésbica.
- ¿Has visto cómo tu mamá me está violando? - dije antes de que se rompiera en un convulso orgasmo que la hizo precipitarse a lamer, como una adoratriz, mi ano lleno de babas de su madre. Al girar la cabeza me vi con las piernas alzadas y entre ellas las bocas y cabezas de las dos mujeres que luchaban por lamer mis intimidades. Fue entonces, al ver mi reflejo, no sus lenguas, no sus respiraciones entrecortadas, las que me hicieron venir tan fuerte que mi coño escupió un chorro potente que las bañó entre muestras de felicidad.
Sí, aquel día fuimos felices las tres. De esas felicidades sucias que por las mañanas, y así llevamos dos años, nos impide mirarnos a la cara durante el desayuno.
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