Soy un juguete lésbico (segunda parte)

Por fin llega la madre de mi madrastra para iniciar juegos morbosos.

Nunca una hija se pareció tanto a su madre. Aquella mujer era una copia avejentada de su hija o ésta última una copia rejuvenecida de la primera. Misma cabellera teñida de rubio, mismas curvas donde la grasa ya empezaba a derrapar e iguales tetas aunque ya vencidas por la gravedad. Llegó conduciendo un coche destartalado cuando mi padre se había ido. Ana me la presentó, le di dos besos y me marché con mis amigos. Casi no la miré, pero podría haber sido mi abuelita, no había nada que temer. La hija me había anunciado que le gustaban jovencitas y supuse que su amor sería como el que se siente por las nietas.

Antes de que abandonara precipitadamente la casa Ana me hizo prometer que estaría allí a una hora decente. Le dije que sí, porque para mi la decencia es un término confuso. Me había prometido que llegaría tarde, cuando la noche ya fuera día, y así la conseguiría evitar. Si de lo que había pasado con ella se enteraba mi padre habría tenido problemas. Si además se repetía, intuía que sería funesto.

Regresé como me prometí, al alba. Había cenado con mis amigos, calenté un par de pollas en la discoteca para acabar bailando pegada a una chica preciosa con la que me magreé las tetas en el baño de chicas. Podría haber rematado la noche con ella pero preferí fisgar a una pareja que follaba en el aseo, él sentado en el inodoro y ella cabalgando igual que Ana había cabalgado a mi padre. Apoyaba el rostro en mi vodka con limón, un poco mareada, un poco excitada.

con

Entré con un sigilo inútil. Las dos mujeres seguían despiertas hablando en la cocina y por su aspecto y vestimenta dedije que no se habían ido aún a dormir. Sobre la mesa había dos botellas de vino casi vacías. Para ir a mi habitación debía pasar delante de la cocina de manera que era imposible pasar desapercibida. Me apoyé en el quicio de la puerta y les deseé buenas noches.

  • ¿No me habéis estado esperando despiertas, verdad? - pregunté divertida.

Negaron con una carcajada. Habían estado hablando - mucha conversación me parecía a mi - y bebiendo vino, aunque no parecían tan borrachas como yo. Ana instó a que me sentara para prepararme algo para desayunar. Rechacé la oferta pero ella se dirigió a los fuegos para hacerme algo sólido. Escuché enseguida el batir de huevos en un bol de loza. Me quedé sentada a la mesa cerca de su madre que con los brazos cruzados y apoyados sobre la madera me miraba divertida. Me preguntaba qué conversación podía entablar con una mujer de sesenta años mientras esperaba la tortilla cuando ella me despejó el camino.

  • Me ha dicho Ana que tu "entiendes", ¿es verdad? - preguntó con el tono bajo y meditabundo del que conspira.

Estaba muy espesa.¿Entender? ¿el qué? ¿el inglés? ¿el manual de la lavadora? Me quedé unos segundos como atontada. Entonces recordé, precisamente mirando el culazo de Ana meneando los huevos - toda una metáfora - lo que había pasado ayer - o anteayer - o lo que se me había prometido de mi abuelita postiza. Su mano de venas marcadas y manchas dispersas apoyada sobre la mía me acabó de despejar. Iba a abrir la boca y escabullirme con una excusa cuando Ana depositó la tortilla delante mío y una aclaración a su madre :

  • No, mama, ella no es como nosotras. A ella solo le gusta mirar o ser mirada. Y masturbarse.

"¿Como nosotras?", pensé. Alcé las cejas perpleja. Ana se sentó al lado de su madre y para despejar mis dudas, pasó la mano tras su nuca para estamparle el beso con más lengua y más sucio que hubiera visto jamás. Pasaron treinta largos segundos. Me pregunté si realmente eran madre e hija. Lo dudaba, pese al evidente parecido físico. Sin poder apartar los ojos agarré la botella de vino y escancié en el vaso lo poco que quedaba, apurándola de un sorbo. Fue entonces cuando la vieja separó los labios de Ana y mirándome con cara viciosa me preguntó si yo no follaba con mi madre.

Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra. Luego pasó a enumerarme las "increíbles" ventajas de acostarse con la madre de una. Lo que se aprende en cuanto a la propia sexualidad. Lo que se evita dejando que tu hija disipe sus furores uterinos con hombres que no le convienen. El profundo vínculo que se estable entre madre e hija. No me podía creer lo que me estaban contando. Y allí, sobre el plato, la tortilla se desinflaba ante mis ojos incapaz de probarla.

  • ¿Quiéres vernos? - me preguntó Ana alegremente, como si me invitara a bailar o a un picnic.

Iba a decir que no, a preguntar si de verdad eran madre e hija, si mi padre estaba enterado de aquella extraña relación pero como si estuviera hipnotizada asentí como una idiota. Entonces la vieja me volvió a colocar la mano sobre la mía y con una sonrisa amistosa me preguntó si me gustaba que me miraran. Estaba tan aturtida que dije que sí sin saber muy bien qué estaba aceptando y ella, que contenía la respiración esperando mi negativa, se aprovechó para pedir verme

  • ¡Uy, ya te dije que le gustan mucho las chicas jóvenes! - dijo Ana agitando la mano para demostrar cuánto le gustaban los cuerpos jóvenes.

La madre me levantó cogiéndome de la mano como si fuera una damisela de la antigüedad descendiendo de un carruaje y ella fuera un servicial paje. "¡Qué bonita! ¡qué bonita!" no paraba de repetir. Me peinó con sus dedos para luego descender la mano por mi rostro y mi cuello para finalmente recorrer el perfil de mi pecho sonriendo al notar el pezón erecto. Ana estaba como congelada. Solo sus ojos húmedos parecían tener algo de vida.

Mi abuelita llevó sus manos de toque delicado a mis caderas para luego deslizarse hasta la cremallera de la minifalda. Sin dejar de mirarme a los ojos la bajó hasta que la flojedad de la ropa le hizo entender que la prenda se deslizaría sin esfuerzo piernas abajo. Así ocurrió. Me quedé solo con la blusa y las parte de abajo del bikini que aquella noche había utilizado como braguitas. Sentía una espiral en mi cabeza. Aquellos ojos que me admiraban adornados con comentarios susurrados sobre una belleza que yo no veía en mi. Ningún hombre ni mujer me había hecho sentir de aquella manera. Con cualquier otro u otra ya habría sido manoseada, mi teta agarrada para demostrarme posesión y mis intimidades palpadas aprovechando la debilidad que mostraba. Nada que ver con aquella mano anciana que me delineaba como si fuera un cuadro.

. ¿Puedo? - preguntó casi con reverencia.

Ya no podía negarme. Con suavidad deshizo el nudo lateral de la braguita que cayó a mis pies. Sus ojos clavados en mi sexo me hicieron arder.

  • A ver, preciosa, ¿quieres abrir para mi esa flor?

Separé las piernas y cuando ya llevaba mis manos hacia abajo para abrir la vagina en todo su rosado esplendor me dijo que no hacía falta, que así era suficiente. Las dos mujeres admiraron la "inocencia" de mi rajita sin tocarla en ningún momento. Me pidieron que me diera la vuelta y con el dorso de la mano me acarició la nalga casi sin rozarla hasta erizarme el vello. Me pidieron que permaneciera así y yo, deseando ser admirada, me incliné un poco para que vieran mi rajita a través del arco de los muslos. Encantada con sus alabanzas me atreví a preguntar, girando la cabeza, si de verdad eran madre e hija. La madre me miraba mientras Ana, excitada le chupaba la oreja a la vez que le masajeaba las tetas como si en ello le fuera la vida.

  • Que mona que eres cariño, de verdad que eres monísima - repetía como un tantra mientras se dejaba violar por su hija.

Cuando comenzamos a subir las escaleras ya estábamos las tres desnudas. Las dos mujeres me precedían. La oronda voluptuosidad del culo de Ana me dieron ganas de azotarla pero me abstuve. En cambio ella no dejaba de darle nalgadas a su madre hasta enrojecerlas. La mujer se quejaba aunque se notaba que le gustaba.

  • Fíjate, fue ella la que se metió en mi cama por primera vez y la que me hizo lesbiana, no pienses que yo la pervertí.

Llegamos a la habitación donde Ana dormía y follaba con mi padre. Antes de que se metieran en la cama corrí las cortinas, que por fortuna eran tupidas, y abrí todas las luces para verlas bien. La madre hizo casi un amago de cubrirse el sexo y los pechos. Decía que le daba vergüenza que la viera vieja y fea. Era cierto que sus tetas estaban caídas y su coño depilado era una especie de raya hundida en una vulva obesa pero no carecía de encanto. Ana la agarró por los hombros para lanzarla sobre la cama de manera que quedara boca abajo.

  • ¡No, nena, eso no! ¡Que no quiero que me vea el culo!

Era un trasero enorme y de una blancura cegadora. Ana se arrodilló y abriéndole las nalgas comenzó a lamerle el ano con lo que consiguió arrancarle los primeros jadeos.

  • Ay nena, si quieres participar nosotras encantadas.

Pero dije que no, que prefería mirar.

  • Bueno,- aceptó resignada - deja al menos que te vea - agregó con voz entrecortada porque Ana, como una taladradora, metía la lengua por su culo como si fuera un pequeño pene dándole un placer indescriptible.

Acerqué un pequeño sofá que había en la habitación para ponerme tan cerca de ella como pude. Levanté la pierna sobre uno de los brazos del mueble para que me viera frotarme el coño. Me recordaba mentalmente que eran madre e hija o fantaseaba con mi propia madre o con que mi padre llegaba de repente y nos violaba a las tres. Con cada fantasía una oleada de jugo descendía por la vagina.

  • Qué bonita, - repetía sin cesar - qué tetitas tan bonitas...me llega el olor de ese coñito tan bonito - decía relamiéndose.

Cuando la hija se cansó de comerle el culo le dio la vuelta como si fuera un muñeco. Le abrió tanto las piernas que se hubiera podido romper en dos mitades. Ahora sus cuatro ojos me miraban aunque en su lengua y su clítoris estuviera realmente el placer.

  • Dime Ana, - pregunté en medio de una oleada de placer - ¿también le comes el culito a papá?

  • Sí cariño, - respondió la madre para mi sorpresa, como si fuera un tema del que hablaba sin tapujos con la hija - Ana te hace ver las estrellas por el culito. Ay cariño - se lamentó - que penita que no te guste que te comamos, ¡ con las ganas que tenemos !

  • ¿Y le gusta?

  • Sí, mucho, y le hago muchas más cosas que me da vergüenza explicarte.

Me reí con ganas. ¿Más vergüenza que follar con tu madre delante de tu hijastra? No debía haber nada más pervertido.

Follaron una hora larga y con ellas pero sin ellas alcancé el orgasmo al menos una decena de veces. Cada vez que veían arquear mi cuerpo o enmudecer por el pico de placer ellas redoblaban los besos, las caricias y las penetraciones, en realidad cualquier cosa que intuyeran que había hecho correrme. En realidad era todo lo que veía más aquello que imaginaba y que ellas no podían siquiera adivinar. Eran los olores a sexo húmedo. Los chupeteos con que movían las lenguas en la boca de la otra. Las poses indecentes que quedaban al descubierto en las contorsiones amorosas. La manera en que una se dirigía a la otra como mamá y la otra replicaba con un hija de descarado incesto.

Había en la forma en que trataba Ana al cuerpo de su madre algo de violación. Ella pedía que solo fueran dos dedos y luego iban tres hacia dentro. Empujaba el vibrador con violencia en un coño sin la suficiente lubricación, algo que la madre recibía pidiendo un poco de tranquilidad, mientras le apretaba las mamas como si se las fuera a arrancar de cuajo. Cuando ya parecía que aquella mujer no podía recibir más la puso boca abajo para azotarle el culo hasta que se tornó de color escarlata.

Me invitaron a dormir con ellas pero decliné el ofrecimiento. La cama no daba para tres mujeres y entre tanta carne al final sería tratada con la misma dosis de cariño y violencia que había visto desplegarse hacía unos minutos. Ana ya dormitaba cuando me levanté del sofá masturbatorio para volver a mi habitación.

  • ¡Cariño! - me llamó mi abuelita. - Un besito de buenas noches.

Me acerqué al borde de la cama dispuesta a satisfacerla aunque el sol ya se adivinaba tras las cortinas. Sus ojos miraban mi coño con deleite. Bajé la cabeza y le propiné en la mejilla el beso que me solicitaba.

  • ¿Puedo? - suplicó. Le dije que si.

Levantó un poco la cabeza y con suavidad me besó la húmeda vagina que adelanté en una pose indecorosa para que la pudiera alcanzar con sus labios.

  • Ay nena, no sabes lo feliz que me has hecho, ¡huele a gloria! - dijo relamiéndose - y tan bonita, no con los colgajos que tengo yo.

  • Lo tienes también bonito - dije dándole un suave meneo con la mano que quiso prolongar con vana esperanza abriéndose de par en par. Para agradecerle su ternura bajé mi boca, se lo besé con suavidad pero sin lujuria, despidiéndome a continuación apagando la luz.

Dormí muchas horas. Pasó la comida sin que me diera cuenta y cuando sonaron las cuatro de la tarde desperté al recordar que había quedado con los amigos para ir a la playa.

Las dos mujeres estaban en la cocina, cocinando algo que supuse era el almuerzo pues debían haber dormido hasta tarde y más con el ajetreo sexual de la madrugada. Insistieron en que comiera algo pero me negué. Tenía algo de resaca y ganas de ir con mis amigos. Si alguien hubiera pasado por allí y le hubiera explicado que ambas mujeres mantenían una relación incestuosa y algo raro conmigo, incalificable e inclasificable, no me habría creído. Parecíamos una familia discutiendo por una nadería.

La madre me preguntó si me había puesto crema solar. Respondí que me la pondría en la playa. Supongo que de forma inocente no imaginé que aquello iniciaba un nuevo juego sexual. Ana se acercó con crema y sonriendo me dijo que el prospecto indicaba que era mejor ponérsela media hora antes de llegar a la playa. Ya iba a contestar cuando la madre me invitó a subirme a la mesa de la cocina dando unas palmaditas sobre ella. Reconocí de inmediato aquella mirada viciosa y mi corazón se puso a latir con fuerza. Ana me rodeó por detrás para deshacer el nudo de la camiseta. Luego la retiró para tirarla en el suelo liberando mis tetas al retirar las copas hacia los lados con aquella violencia violadora que la caracterizaba. Excitada eché la cabeza hacia atrás, cerré los ojos y le susurré que ya puesta me quitara el sujetador del todo. Así lo hizo, acariciando mis pechos casi sin tocarlos. El roce de las palmas de las manos en mis pezones los pusieron duros.

Miré hacia abajo. La madre se afanaba en desabrocharme el pantaloncito tejano y luego, sin miramientos, me bajó las braguitas quitándomelas para llevárselas a las narices como si olieran a perfume. Como hizo el día anterior, me cogió de la mano como si fuera una damisela para subirme a la mesa de la cocina para posicionarme en una sucia posición a cuatro patas, cuidando con esmero que mis piernas quedaran separadas. Las dos mujeres, de forma diligente, extendieron en sus manos la crema solar para empezar a embadurnarme todo el cuerpo. Ana se dedicaba a mis piernas, el vientre, al interior de los muslos y el culo. La madre extendía el viscoso producto por mi espalda, los hombros y las tetas, que recibieron un masaje como nunca habían recibido, procurando de forma cuidadosa que los pezones no perdieran su erección. Las cuatro manos recorriendo mi cuerpo en un masaje delicioso, pero sobre todo que nadie tocara mi coño, me estaban poniendo tan cachonda que comencé a mover la pelvis haciéndoles saber que habría agradecido una lengua o un dedo que hurgara en mi interior. En ese instante llamaron a la puerta. Las tres mujeres nos quedamos detenidas en el tiempo, esperando una confirmación del timbrazo o que se desvaneciera en la nada. La siguiente llamada, mucho más insistente, nos despertó del cuadro en que nos habíamos convertido. Recordé entonces que era el día en que venía una mujer a hacer las faenas de casa. Cada una se vistió como pudo y yo me puse una bata sobre la piel desnuda y pegajosa para franquear la puerta. Luego me puse el bikini y desaparecí camino de la playa, sin decir nada a nadie.

Regresé tarde, cuando ya todos mis amigos se habían refugiado en sus casas y apartamentos al abandonar el sol la playa. Entre con sigilo esperando encontrar a las pervertidas en la cocina, como siempre. La casa parecía vacía. La mujer de la limpieza se había ido y no había ni rastro de Ana y su madre. Las llamé en voz alta y no hubo respuesta. Me iba a meter en mi habitación cuando las escuché murmurar en el piso de arriba. Suspiré. Estaba cansada y me quiera duchar, pero también quería mirar lo que estaban haciendo. Al final el deseo venció a lo razonable.

Se encontraban bañándose juntas. La bañera no era muy grande así que había un extraño enredor de piernas, brazos y tetas que sobresalían por encima de la espuma. Al verme mostraron una alegría casi infantil. Había metido solo medio cuerpo en la sala y lo balanceaba para escabullirme escaleras abajo ahora que veía que, dentro de lo anormal de la situación, al menos no había sexo entre ellas. Me llamaron para que acudiera hasta la bañera. Que podría bañarme con ellas ("¿dónde?", me pregunté) y cuando les dije que prefería la ducha de mi baño Ana me tendió con una mirada pícara la esponja para que le frotara la espalda. No era una orden pero la tomé como tal.

Primero me puse de rodillas. En aquella posición me costaba frotar la espalda de Ana así que me senté al borde de la bañera. Ella se inclinó abrazando sus rodillas para ofrecerme toda su espalda. Su madre me miraba con su habitual expresión de admiración. Hacía mucho calor y así lo expresé. Las dos mujeres me pidieron que me desnudara porque el sol de la playa y la humedad del baño debían ser inaguantables para mi. Me desprendí de la camiseta y del sujetador del bikini. La madre adelantó el cuerpo para colocarse de rodillas e implorarme que le permitiera quitarme las braguitas. Después de unos segundos de pensármelo la dejé hacer. Las bajó de golpe, clavándome la mirada en la rajita. No dejaba de decir "qué mona esta niña" y cosas parecidas que me mojaban la vagina mucho más que sus cuerpos desnudos. Envalentonada por la facilidad con que me había desnudado me pidió tocarme pero me negué. Volvió entonces a su posición en la bañera esperando acontecimientos. Mojé la esponja en el agua jabonosa y froté los pechos de Ana hasta que los pezones se pusieron duros. Hice lo mismo con su madre que acogió el baño con evidentes muestras de placer. Cuando ya retiraba la esponja de su cuerpo alzó las caderas para mostrarme el coño de la manera más impúdica posible, reclamando que "aquella" zona también requería ser limpiada. La froté con fuerza, arrancando unos suspiros que Ana miraba con evidentes muestras de desear tocarme pero reteniendo la mano para evitar mi previsible huida. Cuando la vieja se cansó de la pose indecente se volvió a sentar en la bañera y mi mano, ya sin instrumento alguno que intermediara con su cuerpo, jugó con los labios colgantes y el culito mientras ella, ya en éxtasis, repería : "sí, así cariño, que estaba sucio por ahí".

Luego fue el turno de Ana a la que apliqué el mismo tratamiento. Luego las hice incorporarse y con la ducha las liberé de la espuma. Estaban tan excitadas que se empezaron a besar con lengua mientras se abrazaban para que sus coños se tocaran. Luego bajaron las manos para acariciar los labios de la contraria con una pasión que me decía que en realidad soñaban con que la otra era en realidad mi persona.

"Listas", dije haciendo ademán de abandonar a las dos mujeres en su enredo de lenguas para irme a duchar al baño del piso inferior. Ellas me retenieron, saliendo de la bañera con sorprendente agilidad. Se ofrecieron entonces a ser ellas la que me bañaran. Me resistí alegando, más por ganas de excitarlas que por miedo real, que me iban a violar. Lo negaron rotundamente aunque era evidente que igual que había recorrido las partes más íntimas de su cuerpo ellas iban a hacer lo mismo con el mío. Ana vació el agua de la bañera para llenarla de nuevo con agua limpia y sales de baño. Su madre estaba detrás de mi, acariciándome las caderas y apretando sus tetas caídas contra mi espalda, en parte por darse placer y en parte para evitar que saliera huyendo escaleras abajo.

Me ayudaron a entrar en la bañera pero entonces me di cuenta de que estando de pie mi cuerpo y los suyos se reflejaban en el espejo dispuesto sobre el lavabo. Ellas miraron hacia atrás y aceptaron bañarme de aquella manera sonriendo mientras se daban cuenta de la masa desnuda que escupíamos sobre el cristal.

Como había imaginado sus manos no respetaron ningún rincón aunque a su favor he de decir que no metieron sus dedos donde no debían ni me trataron con brusquedad. Cuando se excitaban por encima del límite que se habían marcado conmigo, se enlazaban a besarse con fuerza y palpar o penetrar aquellas partes que les negaba. Ana me hizo subir los brazos para que sus manos liberaran mis pechos de una suciendad inexistente. La madre, con voz ronca por el placer, notó que mis pechos casi desaparecían cuando subía los brazos y que solo seguían mostrando cierta feminidad por los pezones erectos. Mis tetas diminutas, en lugar de desfraudarlas, parecían excitarlas enormemente. Las veía a través del espejo, con sus culos gordos y sus curvas exageradas, entregadas con ansía en mi cuerpo y eso me excitaba sobremanera. Luego fueron bajando. Ana me frotaba el culo con las manos desnudas hasta que se atrevió a limpiar entre mis nalgas mirándome a través del reflejo con el temor de la que teme un rechazo. Su madre también bajó, sentándose en el borde de la bañera. Primero con la esponja me frotó hasta hacer que mi clítoris fuera el más limpio de la ciudad. Luego, con la mano desnuda, jugó con mis pliegues mientas no dejaba de adorarme con palabras y miradas que me mojaban por dentro. Me pidió permiso para limpiarme con gel íntimo la vagina. Rápidamente aclaró que no pensaba sobrepasarse - eso me hizo sonreír - que solo iba a limpiar "la puertita". Dije que sí. Me mostró su dedo índice mojado con un poco de jabón íntimo y cuando asentí lo deslizó hacia dentro con suavidad.

  • Ay niña, que estrechita que estás. Lo bien que lo deben estar pasando los hombres con un chochito tan apretadito.

Luego su hija pasó la mano por detrás y sin jabón ni justificación alguna metió el dedo medio mucho más hondo mientras se convulsionava con un orgasmo.

  • Sí, mama - dijo con la voz rota por el evidente placer - qué estrecha que está. Que niña más mona...