Soy un juguete lésbico (primera parte)
Mi madrastra y su madre me convierten en su putita
Esto me ocurrió hace dos años, recién terminado mi primer curso universitario. Por aquel entonces mi padre se había vuelto a casar. Ana era una mujer de unos cuarenta años que me parecía guapa pero vestía y actuaba como un putón : teñida de rubia, vestidos ceñidos, escotes exagerados y siempre sobando a mi padre hasta hacerme sentir avergonzada. No sabría cómo definirla sin usar la palabra vulgar.
Como mi madre tenía que trabajar y yo tenía quince días libres hasta que me fuera de viaje por España con unas amigas decidí acompañar a mi padre a la casa de la playa y de paso ver a los amigos de la urbanización. No tenía gran interés en convivir con mi madrasta pero entre salidas diurnas y nocturnas estaba convencida que la podría esquivar. Por aquel entonces ya no era virgen pero de mis encuentros sexuales con chicos y chicas no había obtenido la satisfacción esperada. No era lesbiana ni hetero ni bisexual. Era algo peor que me avergonzaba : una masturbadora compulsiva. Me masturbaba cinco y hasta seis veces al día y en una jornada llegué a contabilizar hasta diez veces en que mi mano bajó para darme placer. Esperaba las noches para desnudarme en la cama y poniéndome boca abajo atrapar la mano entre la vulva y el colchón para frotarme hasta hacerme daño. Y me gustaba mirar, espiar a las chicas que en verano descuidaban el sujetador, mirarlas en playa esperando que un pezón escapara o contemplar los chicos e imaginar el tamaño de sus pollas por lo que abultaba el paquete. En Internet buscaba siempre las fantasías más pervertidas y cuando llegó un momento en que no las encontré me hice aficionada al anime japonés porque solo sus exageraciones me satisfacían sexualmente. A mis 20 años me consideraba una pervertida y solo me redimía el hecho de que la realidad del sexo me repelía : si hubiera llevado a cabo todo lo que alborotaba mi mente hubiera sido una viciosa de conducta enfermiza. Esperaba que el tiempo o que una pareja adecuada calmara el furor vaginal que sentía.
Iba pronto a la playa y quedaba con los amigos, así que aparte de dormir y algún esporádico almuerzo, mi presencia en la casa era casi nula. Eso no evitaba que tuviera que refugiarme bajo las sábanas cuando desde mi habitación les oía darse el lote de noche con un escándalo que me desvelaba y sobre todo me enfadaba, reclamando en silencio que pararan de una vez, que hacer aquello estando yo en la casa no era ni decente ni apropiado. Lo peor era cuando no medía bien los tiempos y me tenía que cruzar con Ana por la casa. No vestía de manera apropiada para su edad, con camisetas ajustadas y sin sujetador y pantaloncitos cortos tan ceñidos que estaba segura que tarde o temprano la tendríamos que llevar de urgencias a causa de una trombosis. Trataba de hacerse la simpática conmigo, pero entonces la odiaba todavía más, con aquella voz de gata y aquellas sonrisas falsas de la que se sabe odiada pera aún así trata de incrementar la empalagosa dulzura de la que precisamente huyes, como si fuera una dosis que por doblarla o triplicarla al final vas a aceptar.
Precisamente para evitarla aquel día me desperté temprano y marché a la playa sin desayunar. Había poca gente y el sol iba y venía, oculto entre nubes altas. Sin poder tomar el sol, aburrida hice como todos los jubilados, que caminan arriba y abajo por la rompiente de las olas como si algo increiblemente bueno les esperara al otro lado. Llegué al extremo de la playa y allí me sorprendió una pareja de jòvenes de aspecto hippy completamente desnudos. Enrojecí, evitando mirarles, y seguí avanzando. Me di cuenta que había entrado en la zona nudista de la playa porque los bañadores fueron desapareciendo para dejar paso los cuerpos desnudos hasta que llegó un momento en que solo los paseantes, entre los que me encontraba, íbamos vestidos por muy minimo que fuera mi bikini. Era la primera vez que entraba en una zona nudista y aunque evitaba mirar algunos cuerpos y algunos sexos llamaban mi atención, tanto de hombres como de mujeres. Los primeros porque no me eran indiferentes las pollas largas y bien formadas, y las segundas por compararme con ellas. En un determinado momento pensé en desprenderme de la poca ropa que llevaba pero desistí. Mi cuerpo de veinteañera poco hecha me parecía poco femenino y nunca me había desnudado en público, así que aceleŕé el paso para dejar la zona nudista a mi espalda sin siquiera hacer el ademán de bajarme la braguita o quitarme el sujetador. Estaba excitada tras la visión de tanto cuerpo desnudo. Llegué a una zona de rocas y ya me creía a salvo cuando en una caleta diminuta una pareja follaba sin importarle que pudieran ser vistos. Me detuve en seco. La muchacha, tendida de espaldas, recibía los empujones de un chico rubio atlético que la penetraba metiendo y sacando la polla en su totalidad con cada embestida, como si desearan que los genitales de ambos estuvieran bien a la vista de los posibles mirones. Me quedé paralizada. Si continuaba hacia delante tendría que haber pasado casi rozándoles. Y la verdad es que deseaba mirar porque aquella pareja había hecho que un chorro húmedo mojara mis braguitas. Así me quedé paralizada, a punto de llevar mi mano a mi vulva de pura excitación. Pasó entonces una mujer mayor, con una gran panza y tetas caídas, también desnuda, que miró a la pareja que follaba sin expresar nada y luego me miró a mi sonriendo de forma amistosa. Mi mano, que ya bajaba se detuvo y confusa no supe que hacer. La mujer desapareció y volví a quedarme a solas con la pareja que parecía ausente de todo.
En ese momento el chico extrajo la polla de la vagina de la chica y bajándola un poco llamó a la puerta del ano. Pensé que era un error de "apuntamiento" pero en lugar de eso la mujer, adelantando y levantado un poco el culo, agarró la verga con la mano para llevarla al estrecho agujero. Mi corazón se puso a latir a mil. Instintivamente me aparté un poco para medio ocultarme tras una gran roca. Nunca había visto a nadie ser sodomizado a no ser en los vídeos de las páginas web con los que a veces me masturbaba. Estaba tan excitada y centrada en lo que veía que no noté que una mujer se había colocado a mi espalda.
- ¿La está enculando? - preguntó con una vocecilla que reconocí de inmediato.
Ana me había sobresaltado. No sabía de dónde había salido pero avergonzada traté de buscar una excusa.
Estaba paseando y me he encontrado con esto, pero ya me voy - susurré para no molestar a los amantes.
Lo se. Te he visto pasar. Estaba tomando el sol en la zona nudista. - dijo con una sonrisita, imitando mi voz casi inaudible.
Bajé la vista y por fortuna llevaba un bikini puesto. Diminuto, dos tallas por debajo de lo que le hubiera correspondido, pero vestida. Me di cuenta que no tenía líneas de bronceado así que supuse que tomaba el sol desnuda a menudo. Recé para que mi padre no estuviera también allí en pelota picada.
Me voy ya.
No te vayas, vamos a mirar un poco - dijo con picardía.
Protesté un poco pero su cuerpo, inamovible, me impedía retornar. La polla del muchacho entraba y salía con la misma fiereza y velocidad con que había penetrado la vagina. El movimiento del mete-saca, el cuerpo de Ana a mi espalda con sus grandes tetas rozándome los hombros, todo me parecía hipnótico, casi mareante.
¿No le duele? A mi me dolería - susurré
Está acostumbrada. Tu eres aún jovencita. Cuando tengas más experiencia y si te gusta se te abrirá como una flor - y dicho esto bajo su mano para apretarme el culo con fuerza, de manera que sus largos dedos alcanzaron mi vulva por encima de la tela. No fue un toquecito amistoso, ni siquiera una metida de mano como antes me habían hecho. Aquello fue un agarre que solo se permite entre parejas que follan. No dije nada, pero me quedé muy sorprendida. Y luego me enfadó, pero he de reconocer que el primer toque, rozando mi mojada vagina, me gustó. Y mucho.
Ana no pareció darle mayor importancia. Seguí contemplado a la pareja y cuando giré la cabeza para mirarla de forma recriminadora ni siquiera cruzó los ojos conmigo. Confusa y algo torpe, dije que regresaba a la casa. Ya no me importaba que la parejita folladora me escuchara. Ahora estaba enfadada, me sentía violada y nada menos que por otra mujer. Ana, sin percatarse de mi enfado, se ofreció a acompañarme hasta la zona nudista porque deseaba continuar tomando el sol y cuando notó mi sorpresa me dijo que tranquila, que mi padre no la había acompañado.
La dejé donde había depositado la toalla y me despedí atropelladamente. Antes de abandonar la playa miré hacia atrás justo a tiempo de ver su voluptuoso cuerpo desnudo. En ese momento ella tumbó la cabeza y con la mano hizo un gesto perezoso para despedirse.
En casa mi padre estaba tomando el desayuno y estuve tentada de explicarle lo que había visto y lo que Ana me había hecho. Pero me callé. Siempre minimizaba mis problemas y donde yo veía cosas raras el encontraba naturalidad. ¿Que te ha tocado el culo? Bueno, tranquila, eso es natural, es tu madrastra. ¿Que te ha parecido un toque sucio, una metida de mano en toda regla? Te lo habrás imaginado. Me tendí en la cama con un cabreo de espanto. Cuando me gritó que se marchaba a dar un paseo y oí la puerta cerrarse a su espalda. Aún con el bikini puesto, bajé mi mano para separar la tela de la braguita de mi vulva y lentamente comencé a acariciarme recordando a la pareja de la playa. Pero mi mente me llevaba a la metida de mano de Ana y era entonces cuando el coño de verdad se me humedecía.
Había salido con mis amigas de la urbanización y a la mañana siguiente escuché desde la pesadez del sueño la puerta de la casa abrirse y cerrarse con el cuidado de quien teme despertar a los que aún duermen. Alguien salía. Debía ser Ana para ir a comprar algo para el desayuno o, y ese pensamiento me despertó, para ir a la playa nudista. O eso era lo que deseaba en el fondo, por mucho que estuviera enfadada con ella.
Esperé unos minutos y salté de la cama para ponerme el bikini, coger la toalla y el bolso y salir por la casa, con el mismo cuidado con que Ana había silenciado su salida. Era temprano, lucía un sol radiante y en la playa había apenas una docena de personas. En mis prisas por salir no había cogido mi libro, ni podía escuchar música en el móvil porque casi no tenía carga. Podría haber enviado un mensaje a mis amigas pero a esas horas estarían durmiendo. Así pasé media hora. Sabía a lo que había salido pero me negaba a aceptarlo. Todo podría haber sido una tontería pero si no lo fuera entonces yo misma no me reconocería.
Al final decidí dar un nuevo paseo, en la misma dirección del día anterior. Si en la playa textil había poca gente, en la nudista solo había tres y una de ellas, se me desbocó el corazón, era Ana con su cabellera rubia que tanto me molestaba. No estaba desnuda de todo. Se había dejado la parte superior del bikini pero estaba claro que estaba desnuda de cintura para abajo. No entendí el propósito de semejante atuendo. El sujetador era tan desproporcionadamente pequeño en comparación con el pecho que hubiera parecido más natural dejarlo a un lado. Iba a pasar por la rompiente sin saludarla cuando me llamó con un gritito de gata. Se sentó sobre la toalla y me hizo un gesto para que me acercara. Lo hice con cierta pesadumbre.
¿Dónde vas? - preguntó guiñándome un ojo - ¿A ver si la parejita está?
No, no - dije colorada como un pimiento -, a dar un paseo. No tengo ganas de ver eso otra vez. Ya me iba a volver a la toalla que la he dejado sola en la otra playa.
No sabía donde mirar para evitar mirar su sexo aunque en la posición que estaba con las piernas juntas, solo se podía ver que estaba desnuda y nada más.
- Pues tráela aquí y tomamos el sol juntas -.
No se por qué lo hice, pero al final regresé con mis cosas no sin antes indicarle que no me desnudaría, que aquello no iba conmigo. Me respondió encongiéndose de hombros mientras decía que nadie estaba obligado a estar desnudo. Al volver ella seguía con el sujetador puesto pero estaba estirada, con las piernas ligeramente abiertas, de manera que podía ver a la perfección su coño depilado.
- Me vienes de perlas - dijo al verme aparecer. Se dió la vuelta, desprendiéndose finalmente del sujetador a la vez que me tendía la crema solar. Ahora ya estaba desnuda del todo y con cierta resignación comencé a extender la pegajosa crema por la espalda y los hombros. Era la primera vez que tocaba así a una mujer. Era muy voluptuosa de manera que el volumen de sus nalgas me ocultaban la rajita. Me sorprendió sentirme decepcionada por esta ocultación de su sexo. No me gustaban las mujeres ni me atraían en absoluto, pero deseaba mirar. Cuando terminé de cubrir con la crema la espalda dudé unos segundos. Para no parecer una mojigata también le unté el culo aunque sin entrar en detalle. Superado el escollo del trasero las piernas fueron mucho más fáciles tras lo cual ella se ofreció a untarme. Acepté a regañadientes. Aparté la melena de mi espalda para que me extendiera con suavidad la crema sin propasarse en ningún momento. Tenía un toque delicado y así se lo indiqué. Me explicó que daba buenos masajes y como ambas sabíamos quién era el receptor de los mismos callamos sin que ella explicara nada ni yo me atreviera a preguntar. Supongo que debíamos parecer madre e hija, la primera desnuda, desprendida de todo pudor, y la segunda adolescente y puritana.
Permanecimos juntas algo menos de dos horas. Era una de esas mujeres que adoran el sol y entran en una especie de trance místico al recibir los rayos solares. Solo me sugirió una vez que me desprendiera del bikini y cuando me negué no volvió sobre el tema. Aparte de eso no volvió a abrir la boca, sumiéndose en un letargo entre la modorra y el coma. Aproveché para mirarla bien. Tenía las tetas grandes y redondas, nada caídas, con unos pezones sonrosados como la areola. Las caderas eran anchas con un volumen acorde al tamaño de su culo. El pubis, totalmente afeitado, dejaba entrever una rajita definida que a ratos era rosada como sus pezones y a ratos se oscurecía cuando con un movimiento perezoso de las piernas se abría levemente como la solapa húmeda de una carta mal cerrada. Comprendí sin compartir la razón que había llevado a mi padre a compartir su vida con aquella mujer.
La descripción de su cuerpo la obtuve de miradas distraídas porque aunque mis ojos se iban detrás de jóvenes y hombres bien formados, con sexos que se suponía debían atraerme más que el coño depilado de mi madrastra llegó un momento en que su desnudez fue tan enervante que opté por marcharme a lo que ella, medio ausente, asintió con una sonrisita. Aprovechando que parecía dormida cambié el camino que me habría conducido a casa por el de las calas donde el día anterior había visto a la parejita retozar. Allí no había nadie, ni siquiera paseantes. Me quedé como una tonta en medio de la minúscula playita donde los había visto retozar y excitada por aquello y por mi madrastra, me quité el sujetador y finalmente la braguita del bikini. Era la primera vez que me desnudaba en público, por mucho que allí nadie pudiera verme. Me senté en una roca, cohibida, con el bikini apresado en mi puño dispuesta a vestirme con rapidez en cuanto intuyera que alguien me podía ver. El sol lamía las partes siempre blancas de mi cuerpo que poco a poco enrojecían. Tenía los pezones erectos y las areolas marcadas. Miré mi sexo, con el pubis descuidado de pelos ralos y ensortijados, la raja oscura con unos labios que sobresalían como si mi inocencia hubiera sido violada a menudo y por donde manaba el jugo suave del placer involuntario. Me amasé las tetas, apretándolas para subirlas y hacerlas parecer mayores de lo que eran. Luego bajé la mano y mi dedo empezó a acariciar el clítoris erecto. Allí, dándome placer temiendo ser descubierta pero disfrutando de la libertad de estar desnuda, sentí por primera vez un orgasmo de verdad indescriptible. Al final acabé sentada en la arena, abierta de piernas, frotándome el coño para prolongar el placer que poco a poco se extinguía. Para excitarme durante la masturbación había proyectado mi propia imagen desnuda y la pareja que follaba, pero sobre todo el cuerpo desnudo de Ana y la forma en que me había agarrado el culo el día anterior. El orgasmo, y no me sentía culpable por ello, había llegado cuando recordé cómo se habían abierto sus labios, con hilillos de moco uniéndolos, en un movimiento involuntario e inocente de las piernas.
Sentí un rumor y retorné a la realidad. Hice un amago por cerrar mis piernas pero me detuve. Estaba deseando ser vista. Frente a mi, a escasos centímetros, pasó la mujer anciana desnuda del día anterior. Me miró y me sonrió para luego bajar la vista y mirarme el coño con despreocupación. Abrí aún más las piernas para que no se perdiera detalle y porque su mirada me hacía disfrutar. Estaba tan caliente que si se hubiera detenido para tocarlo o lamerlo yo me habría dejado como una gatita caliente. Y no me hubiera disgustado que fuera una mujer quien me tocara.
Anduve los siguientes días igual de huidiza que los primeros, con escaso contacto con mi padre y su mujer. Estaba confusa, igual que cuando había descubierto la masturbación hacía mucho mientras me duchaba. Recuerdo que entonces no paraba de tocarme hasta el punto de que mi clítoris estaba escocido, como si estuviera molesto por haber sido descubierto como mi nuevo juguete. No me había ocurrido lo mismo con mis novios y aunque había disfrutado del sexo con hombres nunca había encontrado ese punto de excitación que hallaba conmigo misma, algo que siempre achacaba a la poca pericia de mis parejas. Tras la experiencia en la caleta explicaba que me iba a la playa textil con mis amigos pero en realidad me iba a las caletas del extremo de la playa nudista, evitando a mi madrastra, para desnudarme y exhibirme. El placer empezaba cuando deslizaba la braguita del bikini hacia abajo. En lugar de quedarme quieta en un lugar, tomando el sol, fingía que recogía conchas, agachándome para mostrar a los paseantes mi rajita desde atrás, o trepaba por las rocas para que mi sexo se abriera en eróticas poses ante la vista de los que tomaban el sol o paseaban por la línea de la rompiente. Cuando esto ya no me satisfizo para usarlo en mis masturbaciones nocturnas, fingí que buscaba fuego para encender un cigarrillo que había robado a mi padre, aunque no fumara. Me acercaba a una chica o chico o incluso parejas que tomaban el sol desnudos o en bañador y completamente desnuda me ponía en cuclillas para pedir fuego. Con esa pose indecente mostraba mi coño y aunque muchos no llevaban fuego sus miradas lascivas o curiosas dirigidas a mi sexo me llenaban las noches masturbatorias. Luego pensé que no estaba suficientemente desnuda y me depilé. Ya no había nada entre sus miradas y mi placer, nada que ocultara mis íntimos secretos a su vista. Recuerdo que tras afeitarme recorrí la casa desnuda. Mi padre y su mujer se habían ido a cenar y estaba sola. Me acariciaba de vez en cuando, disfrutando de la piel de melocotón recién estrenada, de pasearme desnuda por lugares comunes. Caliente como una perra en celo me deslicé hasta la habitación de matrimonio y busqué por los cajones y armarios algo con lo que frotarme o con lo que excitarme aún más. Fantaseaba con ser descubierta desnuda. Que ella, tras la sorpresa, se acercaba a mi para apretarme con la mano el culo y tumbarme en cama para ofrecerme a mi padre y así disfrutar como una mirona de un incesto impuesto, por mucho que aquello me repugnara.
No encontré nada lascivo ni fui descubierta. Cuando regresaron, ya de madrugada, dormía en mi cama. Desnuda de cintura para abajo y con mi mano entre las piernas, pero dentro de la normalidad aparente. De la incursión en la habitación matrimonial no me había ido con las manos vacías. Entre la ropa interior de ella había encontrado unas braguitas tanga diminutas que me había traido a mi habitación. No la podía imaginar con aquello puesto. Eran pequeñas hasta para mi. Me las había puesto nada más llegar a mi habitación. Me había mirado en el espejo del baño y hasta yo, que era una mujer sin curvas, parecía una furcia con tan poca tela. Si aún conservara el vello púbico habría desbordado todos los límites del trianguilito de tela. Para cuando me las quité el flujo ya las había manchado pero no me importaba. Estaba convencida sin lógica aparente de que no las echaría de menos y pensaba hacerlas desaparecer en cuanto terminara de jugar con ellas. Como una pervertida, cuando volvía tener la prenda en mi mano, la enrollé en mi dedo y de esta guisa me penetré la vagina y el ano hasta hacerme aullar de placer, pensando que era Ana quien me metía los dedos desde atrás. Recuerdo que antes de que llegaran desperté con molestias en la vagina. Miré hacia abajo y el tanga surgía de mi agujero como un nenúfar brotando del lodo. La extraje y lancé al fondo de la cama conjurándome a deshacerme de la prenda al día siguiente.
El día siguiente comenzó con un olvido del que no me di cuenta y con la misma lascivia. De nuevo me escapé a la playa mintiendo sobre mis amigos y de nuevo hice todo lo posible por exhibir mi coño desnudo, esta vez de manera literal. Una vez sacié mi necesidad de ser mirada tendí la toalla en una pequeña cala y bien abierta de piernas, indiferente a los paseantes, me masturbé. Solo uno de aquellos paseantes se detuvo. Era un anciano nudista de piel bronceada con los genitales depilados. Me sonrió e hizo ademán de acercarse a mi pero le detuve con un gesto de la mano. Igual que hacía yo, comenzó a tocarse y luego a pajearse sin apartar la mirada de mi sexo. No parecía que se le estuviera poniendo dura pero aún así no se me ocurrió, ni me excitaba hacerlo, ayudarle de alguna manera. Igualmente él respetaba la distancia que le había marcado. Sin tenerla todavía dura empezó a acelerar la masturbación emitiendo jadeos cada vez más constantes. En un momento explotó y el impacto del semen me alcanzó la barbilla, el cuello, las tetas y el vientre. Su pene bajó del todo, si es que alguna vez había subido, y una nueva bocanada de leche, más abundante, cayó sobre mis muslos. Suspiró con alivio. Me hizo indicaciones de que me bañara para quitarme la corrida - era extranjero - pero como vio que no me movía me hizo un gesto de agradecimiento y se marchó.
Me miraba sin reconocerme. Las partes más líquidas del semen rodaban por mi vientre hasta alcanzar el pubis afeitado, deslizándose por mis ingles e incluso los labios externos.No había peligro que entrara pero en lugar de bañarme fui dando vueltas bañada en esperma por la playa. Dos mujeres nudistas de bastante edad a las que pedí fuego se percataron del líquido blanquecino que me bañaba y al marcharme murmuraron. Sobre una roca solitaria, al borde de la rompiente, dejé que se secara la lechada y cuando solo quedaba una gota sobre una de mis tetas la levanté para chuparla con la punta de mi lengua. Era la primera vez que probaba el semen y me gustó. Más sucia no me podía sentir.
Los siguientes días me lo tomé con calma. Fui realmente con mis amigos a la playa y salía durante las noches también con ellos. La lujuria no habia cesado pero la traté de reconducir hacia gustos más "normales". Le chupé la polla a uno de ellos y cuando me avisó para que apartara la cabeza en lugar de eso la mantuve firme para degustar y tragarme enterita toda la corrida. Por alguna razón no me gustó tanto como la ducha que había recibido del viejo pero excitó tanto a mi amigo que al día siguiente me había convertido en la chica más popular del grupo. Todos querían estar conmigo pero a mi ya no me interesaban. No me gustaba comer semen de aquella manera y desde el día anterior mi vientre andaba revuelto. También corrió la voz entre mis amigas. Unas me miraban como si no me conocieran y otras que no sabían si les gustaba la carne o el pescado se apretaban a mi en la discoteca suponiendo que si mamaba pollas tampoco haría ascos a una vagina babosa. Una de ellas me llevó a un descampado detrás de la discoteca. Se bajó la minifalda y las bragas. Yo también hice lo mismo pero cuando su mano se dirigió a mi coño no se me ocurrió otra cosa que mear en ella. Porque estaba borracha o porque me apeteció mojarla de otra manera. Y por sus gritos resultó que no, que no le había gustado y que era yo la pervertida.
Nada de aquello me interesó. Había llegado a un punto en que solo me excitaba mirar o ser mirada.
- ¿Me puedes decir qué ha pasado aquí?
La escuché entre sueños. Su voz de gata se había transformado en algo más duro y severo. Me recordó a mi madre, la auténtica. Abrí los ojos y allí estaba Ana, sujetando entre sus manos una tela sucia y retorcida que reconocí como su mini tanga. Me desperté de golpe balbuciendo que no sabía.
- Pues la encontré en tu cama ayer - dijo con voz enfadada mientra apartaba la sábana para mostrarme el lugar del hallazgo.
Estaba desnuda, como siempre, de cintura hacia abajo y Ana me vió pues noté su cara de perplejidad. Colorada, gritando, ofendida y enfadada, me tapé el sexo con una mano mientras con la otra recuperaba la sábana para cubrirme. En ese breve instante había urdido una explicación con la que esperaba convercerla. Le dije que buscaba una braguita para llevar con unas mallas y no tenía nada en mi cómoda. Como estaba fuera cenando con mi padre la había tomado prestada y no me había acordado de devolverla.
Me creyó a medias. Podría, y seguramente lo había hecho, abrir mi cómoda y comprobar que allí había braguitas para cualquier ocasión, pero no lo hizo. Dijo "de acuerdo", más para zanjar el asunto que por convencimiento e hizo ademán de marcharse. Tendí la mano para arrebatarle el tanga diciendo que la iba a lavar, pero ella me esquivó explicando que sería ella quien lo lavara. Aquella prenda había frotado mi coño, había estado incluso dentro de él y hasta de mi culo, necesitaba hacerme con ella y destruirla o lavarla. Verla entre sus manos, tal y como la había dejado, me llenaba de vergüenza.
Me tendí en la cama, no sin antes ponerme un pantaloncito de deporte que por fortuna estaba tirado por el suelo de mi desordenada habitación. Pensé que a buenas horas y con las manos me tapé la cara esperando que la rojez desapareciera. En ese momento volvió a aparecer, ahora con una sonrisa e invitándome a ir a la playa. Me excusé como pude pero ella insistió. Iríamos a la playa nudista y mi padre se había ido a Barcelona. Estaríamos solas "las chicas". Supuse que quería tener una conversación materno-filial, pero yo no era su hija y ella tampoco era madre.
Al final me convenció. Nos encaminamos a la playa nudista y como era fin de semana estaba bastante más llena de lo habitual. Nos costó encontrar un hueco libre entre tanta carne desnuda desparramada. Me quité los shorts y la camiseta para quedarme en un bikini que casi nadie llevaba. Ana se quitó el vestido playero para enseñar sus voluminosas tetas y, me quedé helada, un tanga que enseguida reconocí. Era la braguita que me había puesto y con la que había jugado. Igual de sucia que la había dejado. No le había dado a lavarla y desde luego no parecía que eso le importara.
Al ver mi cara de pasmo sonrió, bajándose el tanga a continuación para mostrarme el coño en todo su esplendor. El tanga, tirado sobre la toalla, me sonrojaba. Se tendió boca abajo para que su cara quedara cerca de la mía. Abierta de piernas lo suficiente para que las nalgas no ocultaran el bollito a los despistados que empezaban a circular tras nosotras.
No te preocupes. Yo también he tenido tu edad y he jugado con la ropa interior de mis padres. No pienses que eres una pervertida.
¿Ah sí? ¿Cómo lo has sabido?
Se hecho a reir.
- ¡Por el olor ! ¡Y que no soy tonta ! ¿Qué iba a hacer si no uno de mis tangas en tu cama?
Me relajé. No hay nada como que la persona que te ha descubierto en falta declare que una vez también pecó. Me explicó que cuando era jovencita rebuscaba en el cesto de la ropa sucia para buscar braguitas de su madre. Se las ponía, se frotaba con ellas y hasta se masturbaba. Incluso lo hacía con braguitas limpias porque le daba morbo que su madre las empleara colocando el coño donde ella había metido el suyo. Abierto el diálogo le expliqué lo que había estado haciendo en las calas de los nudistas y cómo un viejo me había rociado de semen. Lejos de de censurarme noté que aquello le gustaba. Movía la caderas como si estuviera frotándose el clítoris contra la toalla y no podía estar más abierta de piernas. Me atreví a preguntarle.
¿Te estás masturbando?
Sí - rió como una colegiala - el roce de la toalla hace maravillas. Haz tu lo mismo. - me invitó.
Como dije que no, me recriminó que me desnudara ante desconocidos y no ante ella. Un poco a remolque y otro poco porque era la única "vestida" de toda la playa, retiré el sujetador y la braguita ante su descarada y risueña mirada. Comentó que tenía el coño depilado pero que ya se habia dado cuenta por la mañana. Me apetecía que una mujer adulta me comentara sus perversiones y olvidando que era la mujer de mi padre me acomodé a su lado, cadera con cadera, y bien abierta de piernas para que los mirones no se fueran a casa insatisfechos.
Cruzamos historias, las suyas mucho más suculentas, hasta que alcanzamos el presente. Me explicó que a menudo, en sus juegos con mi padre, me utilizaban para fantasear. Según ella fingían que yo aparecía de repente y me unía. Ante mi palidez - el incesto no estaba para nada entre mis fantasías - me aclaró que solo era un juego que nunca se iba a llevar a la realidad pero que cuando aparecía en medio de la relación hacía que mi padre se la clavara con más fuerza y pasión que nunca. A pesar de mostrarme horrorizada no pude evitar que un chorro caliente mojara mi vagina. Puestas a confesar, excitada, le expliqué que el contacto físico con personas de cualquier sexo no era lo que más me excitaba. En cambio mirar, ser mirada, imaginar cosas morbosas y por encima de todo la masturbación era aquello que de verdad me agradaba.
Me escuchaba en silencio con la mirada húmeda y sin dejar de mover las caderas con un suave balanceo. Me preguntaba si mis confesiones llegarían a oídos de mi padre y si ello haría que su sexo fuera mejor. Me preguntaba también si era bisexual y trataría de acceder a mi, reproduciendo aquellas escenas lésbicas que tantas veces había disfrutado en internet de madrastra seduciendo o siendo seducida por su hijastra. No estaba interesada en aquella mujer por mucho que por su voluptuosidad hubiera podido formar parte de mis ensoñaciones entre otras cosas porque hubiera generado una situación extraña con mi padre. Cruzar la línea entre la fantasía y la realidad, como ya había experimentado antes, casi nunca merecía la pena.
Inclinó su cabeza hacia mi para depositar en mi oído un susurro :
- ¿Nos quieres mirar?
Me propuso dejar abierta la puerta de su dormitorio por la noche para que les pudiera ver follar. Respondí inmediatamente que no y ella, encogiéndose de hombros mientras se recostaba totalmente sobre la toalla, que igualmente la iba a dejar abierta. Que si quería pasara a mirar.
Llegó la noche y como siempre me metí en la cama desnuda de cintura para abajo. Utilicé el recuerdo de la conversación de la mañana y el de su cuerpo para masturbarme. Los orgasmos que encadené debían calmar el deseo pero en lugar de eso sentía una necesidad compulsiva de follarme en el siguiente asalto aún más fuerte porque no me sentía satisfecha. Me llegaron entonces desde el piso superior los ruidos de los amantes. Había dicho que no pero mi clítoris erecto pedía mucho más. Me puse unas braguitas y una camiseta larga que hubiera podido servir como camisón. Lentamente subí las escaleras y al llegar a la puerta del dormitorio la encontré entreabierta como me había prometido Ana. Dentro habia oscuridad y de repente, silencio. Parecía que mis jadeos tras subir la escalera podían haber alertado a los amantes y así, nada decepcionada, temiendo ser descubierta, empecé a valorar regresar a mi habitación. De repente los ruidos volvieron. Oía su voz de gata ordenando poses y acciones, y el silencio de mi padre cumpliendo lo que pedía. Me asomé en la distancia. No se veía el detalle pero su silueta, de pechos orondos, se recortaba contra la ténue luz que penetraba por la ventana. Ana, encima de mi padre, montaba como si en ello le fuera la vida. Luego se detuvo, como si recuperara fuerzas. Giró la cabeza y creo que miró hacia la fina raja de la puerta. Instintivamente eché un paso atrás pese a estar segura que no me veía aunque el blanco de sus ojos se cruzó un segundo con los míos. Volví a mirar. La salvaje follada se había reanudado y mi mano bajó para atraparse entre la braguita y mi vulva. La sensación de mirar, saber quiénes estaban allí, hizo que con apenas dos embestidas me corriera movida por el temblor incontrolable de mi cuerpo. Acababa de imaginar que me descubrían. Que me invitaban a unirme a ellos. Que mi madrastra se abría de piernas y que mi padre, excitado, me la clavaba bien dura por detrás, por el sucio agujero que aquella pareja había empleado en la playa con evidentes muestras de placer.
Regresé a la habitación. Me desnudé del todo y me metí en la cama, cubriéndome con la sábana hasta el cuello a pesar del pegajoso calor. Estaba decidiendo si necesitaba hacerme una nueva paja cuando entró Ana en mi habitación desnuda caminando de puntillas y con la mano apretando sus nalgas, como si temiera que se le fuera a escapar algo por detrás. Se asomó a la cama y me encontró tapada como si hiciera frío.
- Uf, chica, ¿qué haces así con el calor que hace? ¿Qué? ¿Te ha gustado? - preguntó mirándome con picardía. Luego se tendió sobre la cama, boca abajo, apoyándose sobre los codos de manera que su cara quedó a pocos centímetros de la mía. Sonreía esperando mi respuesta pero yo la miraba a ella, a su cuerpo desnudo y sudado, a sus tetas grandes enmarcadas en sus brazos.
Me había visto curiosear su follada y parecía satisfecha por mi curiosidad. Así lo había planificado. Me pregunté qué hacía en aquellos momentos mi padre. Si había venido a follarme, o si él aparecería en breve y allí los dos me violarían, sobre la cama de mi niñez. En un breve instante me lo imaginaba penetrándome mientras le recriminaba que me hubiera criado todos aquellos años para follarme de aquella manera, mientras la rubia apretaba su culo contra mis caderas para hacer la penetración tan profunda que me doliera como si me estuvieran desvirgando.
Nada de eso ocurrió. Mi padre se había dormido y ella me había visto fisgonear. Me relató con detalle lo que habían hecho, deleitándose con mis reacciones.
- ¿Siempre te pones encima? - pregunté
Me aclaró que no siempre pero lo que sí hacía era dejar que mi padre "terminara" en su ano. Así no tenían que utilizar preservativo.
- Ábreme las nalgas y verás.
Cumplí su orden tal y como mi padre había hecho durante la follada. Me puse de rodillas, sin importarme quedar desnuda, y le separé las nalgas. Tenia un agujerito rosado, apretado y repleto de arrugas finas que lo hacían asemejar un sol radiante. En efecto, parecía algo dilatado.
¿Lo has visto? - preguntó.
Sí...está abierto.
No, no, dentro. - y dicho esto lanzó sus manos hacia atrás para abrirse tanto que el agujero se hizo tan grande como fue posible.
Me asomé. Allí, dentro del ano, se veía un moco blanquecino. Hipnotizada, metí el dedo y luego lo extraje, mojado en el semen de mi padre.
- Uf, he venido desde arriba tapándome el culo para que no cayera y lo vieras - dijo incorporándose. Luego se abrió de piernas y metiéndose a su vez el dedo en el ano dejó que el semen manara en borbotones espasmódicos sobre mi cama.
Estaba tan excitada por lo que veía que llevé mi dedo al clítoris para empezar a meneármelo sin reparar que lo estaba mojando con el esperma de mi padre. Ella se colocó a mi espalda para deleitarse con mi masturbación. Notaba sus pechos contra mi espalda y su voz susurrante en mi oído, pidiéndome que me machacara el coño, que lo hiciera sonar con el chasquido del cuero mojado. Apretó su cuerpo contra el mío. Podía sentir sus labios húmedos contra mi culo, derramando el jugo para perlar mi raja con su viscosidad, el abrazo con el que me había envuelto por el vientre y que me encerraba en su sudor y su aliento. Cuando mis jadeos eran profundos y mi vagina comenzó a moverse de forma incontrolable acompasando el temblor orgásmico de mi cuerpo ella comenzó a pellizcar mis pezones, a tirar de ellos hasta darme dolor y placer y en ese momento el descontrol fue total. Rendida me deslicé por su cuerpo como si su cuerpo fuera un tobogán y el sudor el mejor lubricante.
- Y ahora voy a acabar contigo como hace tu padre conmigo.
Fingió o tal vez aún quedaba semen en su culo. Metió el dedo para llevarlo hasta mi ano que penetró haciendo que me arqueara.
- Y suerte tienes que no te preñado metiéndote el dedo en el coño - dijo con una voz ronca por la lujuria.
Luego me dejó, tan sucia y caliente como nunca había recordado estar.
A la mañana siguiente desayuné con ellos. Quise escapar con sigilo pero mi encantadora violadora me detuvo para llevarme a la cocina. Casi no podía mirarles a la cara. Mi padre se excusó. Tenía que ausentarse unos días para ir a su empresa y mi madrastra dijo que venía su madre a pasar unos días, si no le importaba. Y no, no le importó. Parecíamos la familia más encantadora y empalagosa del mundo. Y ella me trataba como si no hubiera pasado nada la noche anterior. Mi padre fue al baño y entonces ella me preguntó, con la misma sonrisa con la que había atendido a su marido, si me había limpiado bien a lo que contesté con un sí y un sonrojo. Luego me anunció que los próximos días lo íbamos a pasar muy bien las tres mujeres de la casa. Por si no lo habia entendido, me aclaró que su madre era tan cariñosa como ella...y que le encantaban las jovencitas..Sentí un fuerte estremecimiento.