Soy su puta
Mi amo me ofrece como puta.
Camino descalza por el frío suelo de mármol, con la cabeza agachada justo como se me ha pedido en la nota.
Me muerdo el labio inferior y avanzo despacio, sintiendo a cada pisada el miedo enroscándose en mi bajo vientre.
Todavía no tengo claro cómo empezó todo, como me vi envuelta en la necesidad que siento ahora por complacerle. Pero ocurrió y esto no es más que otra consecuencia de mis errores o mis aciertos, según se mirara.
Anduve hasta alcanzar la puerta doble de la que el hombre de la entrada me había hablado. Allí debía dejar el resto de mis pertenencias.
Me bajé el vestido de raso, no llevaba ropa interior, tal y como me había ordenado mi amo, así era como lo sentía, me debía a él, a sus deseos que inflamaban los míos, que me llevaban una y otra vez al borde del abismo.
Mi cuerpo se erizó, una ráfaga de viento acarició mis pezones endureciéndolos, mis pechos se mecían pesados y lujuriosos, necesitaban que los colmaran de atenciones, así cómo mi sexo que nadaba en flujos con la sola idea de acostarme con un desconocido.
Tenía muy claras las directrices, lo que se esperaba de mí.
Entré en el interior de la sala sin nada más que yo misma, mis miedos y mis necesidades, fustigándome a cada avance.
En el centro había una especie de altar de mármol, caminé hasta él y me tumbé, flexionando las rodillas y separando los muslos.
No tardé en oír pasos, pero mis ojos seguían clavados en el techo, mis manos afianzadas sobre la firme piedra y los jugos en los que se deshacía mi vagina, goteándome entre las piernas.
Noté el cálido aliento acercándose entre mis muslos y la boca del hombre tomando mi coño como si fuera suyo, como si tuviera el derecho y, de hecho, lo tenía.
Oía las palabras de mi amo resonando en mi cabeza.
«Eres mi puta y vas a hacer lo que yo diga»
«Pero amo…», me quejé impotente sintiendo su palma golpear la carne de mi trasero.
«No hay peros, sabes que te debes a mí y hoy voy a entregarte y cobrar por tus servicios para que te sientas como una auténtica zorra. Que, en definitiva, es lo que eres.»
«Pero solo soy suya», volví a protestar.
«Exacto, y como eres mía, yo determino lo que ocurre o no contigo. Hoy recibirás una nota del lugar y tu vestuario, solo has de tener en cuenta dos cosas. Que vas a acatar con todo lo que ocurra, que yo estoy de acuerdo y que quiero que te comportes obedientemente, como la puta que eres». La mano cayó de nuevo contra mi trasero para después penetrarme con los dedos y hacerme gemir.
«Di, ¿qué harás puta mía?».
«Me comportaré como lo que soy, su puta, amo y obedeceré todas las órdenes que me den».
«Eso es. El hombre con el que vas a estar es un cliente muy importante de la compañía, le encantan los coños jugosos como el tuyo, le gusta que se corran en su boca, el fisting, follar culos tan prietos como el tuyo y que le coman la polla, el culo y los huevos. Quiero que quede contento, tienes prohibida la palabra no. ¿Lo comprendes?». Sus dedos seguían penetrándome, dejándome sin resuello.
«Lo comprendo».
«Buena chica, ahora no te correrás, vas a aguantar, te llevaré una y otra vez al límite, pero es donde deberás quedarte, porque tus orgasmos de hoy serán suyos.»
«Sí, amo».
Volví a la realidad sintiendo la lengua regodearse en cada pliegue excitado de mi coño hambriento, él también lo parecía, su boca me comía con codicia, mis piernas se abrían más para darle mayor acceso. Oía el gorgoteo de su garganta tragando mis flujos.
Dos de sus gruesos dedos me penetraron sin dejar de sorber, gemí con fuerza y él me penetró con rudeza, follándome sin piedad mientras mi clítoris se hinchaba bajo sus atenciones. Coló el tercer dedo al poco tiempo, haciéndolo rotar junto a los otros. Mis caderas se elevaban buscando más, oía la voz de mi amo alentándome.
«Eso es puta, hazme sentir orgulloso, ofréceselo todo, dale de comer, no ves que está hambriento».
Dejé los pies al borde de la piedra, la cortante arista se me clavaba, pero no importaba nada más que no fuera complacerle, ser su puta y entregarme.
Ahí estaba el cuarto dedo. Mi vagina estaba muy tensa y la lengua azotaba mi clítoris sin descanso, notaba los comicios del orgasmo buscando abrirse paso, arrullado por mis jadeos que salían disparados como balas.
Cuando logró encajar el quinto dedo y enterrar la mano hasta la muñeca me sentí colmada. Me gustaba sentirme así de llena y eso que todavía no le había visto la cara. Pasó rato dilatándome, empujándome y follándome de aquella manera tan ruda que me encantaba. Aguanté hasta que los dedos se me tensaron y estallé en su boca, con un gritó que abrazó la sala.
Mi cuerpo convulso se agitaba y él seguía enterrando su mano en mí, hasta que ya no quedó rastro del éxtasis.
Fue entonces cuando escuché su voz ordenándome que bajara y me arrodillara entre sus piernas.
Me incorporé viéndole por primera vez.
Parecía limpio, que ya era mucho. No tenía un miembro muy grande, como el de mi amo, pero lo suficiente como para llenarme. Me situé y me dijo que ya sabía lo que tenía que hacer.
Tragué con dureza, me daba asco lamer culos y era justo lo que me tocaba hacer, lo sabía por el modo en que me miraba.
«Perra, cómele el culo», ordenaba la voz de mi cabeza.
Le separé los glúteos y deslicé mi rosada lengua entre ellos, el sabor acre y el aroma que destilaba no tardó en golpearme dándome la primera arcada.
«Ni se te ocurra devolver, haz que me sienta orgulloso».
Interné mi lengua en profundidad provocando su resuello, mi mano acarició sus huevos y él flexionó las rodillas para que profundizara mis acometidas. Su culo apretaba mi lengua y a mí seguía dándome un asco que me moría. Pero continué saboreándole, hasta que tiró de mi pelo negro y enterró su polla en mi boca, para follarla sin resuello.
Por suerte, mi amo tenía mayor tamaño, así que las arcadas se fueron disipando, y habría ido todo bien si no fuera porque noté su leche descendiendo por mi garganta. Me repugnaba tragar semen si no era de mi amo.
«Bebe perrita, recuerda que eres mi puta, mi zorra y te debes a mí», lo hice pensando en él, en sus órdenes, en complacerlo y cuando el hombre a quien me había entregado terminó. No me quejé cuando se puso a golpearme las tetas, las mordió y maltrató a su antojo y yo solo sentía la necesidad de satisfacer y ser usada.
Me levantó tirándome del pelo cuando tuvieron las suficientes marcas y me lanzó contra el mármol para que mi cuerpo quedara doblegado sobre él.
Sin miramientos escupió en mi culo y esta vez fueron sus dedos los que me follaron por detrás, dilatándome mientras seguía golpeando mis nalgas.
«Me encanta verte así, tan sometida, tan puta, dejándote hacer cualquier cosa por mí».
«Haría lo que fuera por usted, amo».
Los dedos pasaron de dos a tres, escuchaba sus gruñidos, la carne quejándose dolida por el maltrato que estaba recibiendo.
Su saliva caía empapándome el culo, para facilitar el acceso a los siguientes dedos. No paró hasta lograr lo mismo que con mi vagina, follarme con el puño encajado, ahondando en mi entrega mientras la golpiza seguía cayendo.
«Estás tan dilatada, tan roja, tan perfecta, huelo tu excitación de perra, te gusta ser mi puta».
«Sí, amo».
«Lo sé, me siento muy orgulloso de ti perra inmunda».
La mano desapareció y fue sustituida por su miembro, el cual apenas sentía después de tanto dolor. Le escuchaba gruñendo, le sentía tirando de mi pelo, su mano golpeando sin descanso mi otra nalga hasta correrse y llenarme por dentro.
Después me abrió el culo y fue él quien se dio un banquete saboreándose a si mismo y golpeando mi vagina hasta que logró arrancarme un segundo orgasmo que me dejó deshecha.
Tal y como vino, se marchó dejando sobre el suelo un billete de cinco euros.
Ese era mi precio, el que mi amo había pedido por mis servicios.