Soy Santiago y esta es mi historia XX

Final

Nota:

Esta historia la comencé en el 2012 como una forma de matar el tiempo, poco a poco fui enamorándome de ella, a sufrir y alegrarme con cada línea que escribía. Fui mejorando como autor y madurando como persona, creo que puede notarse en la medida que avanzan los capítulos. Hace ya casi dos años de que publiqué el capítulo XIX, sé que la mayoría de los lectores que seguían esta historia desde hace casi cuatro años no debe recordarla, quizás la mayoría ni recuerde que alguna vez la leyó. A pesar de todo, acá dejo el final de esta historia porque me lo debo a mi mismo y porque sé que algunos pocos lo están esperando, a ellos les dedico este último capítulo.

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Santiago

A penas me desperté, me sentí raro.  Era como una sensación de vacío, nostalgia, o algo así. Lo atribuí a que ese iba a ser nuestro último día de vacaciones en la isla. Sin embargo, sentado en la arena y mirando al mar, pude identificar el porqué de mi sentimiento. Ese día Miguel estaba cumpliendo 21 años, esa fecha la recordaba perfectamente; primero por lo que había pasado entre él y yo hace ya 3 años justo el día previo a su cumpleaños; y segundo, porque aún lo quería. El día en que terminamos, o más bien el día en que Miguel se enteró de la verdad y terminó conmigo, fue muy duro, y los días y meses consecuentes, también lo fueron. Y es que cuando el portero me dijo que Miguel y su papá se habían ido de vacaciones, en ese momento murieron mis esperanzas. De alguna u otra forma sabía que él no volvería, ¿y para qué habría de volver? Yo lo entendía perfectamente. Pero por entenderlo, no dolía menos.

-¿Qué pasa? Estás tan pensativo hoy –me preguntó Marco dándole un trago a su cerveza-

-Es que hoy Migue está de cumple, y eso me ha hecho recordar muchas cosas.

-Todavía lo quieres, ¿no?

-Para que te digo que no, si sí –dije sonriendo-

Mark y yo nos habíamos graduado del colegio y decidimos ir juntos a la Universidad. Ambos queríamos entrar a la escuela de medicina, por lo que nos mudamos de ciudad, alquilamos un apartamento juntos y aplicamos para entrar a estudiar Medicina. Afortunadamente todo nos salió a pedir de boca, y ahora nos encontrábamos pasando dos semanas de merecidas vacaciones en la Isla de Margarita, luego de un período muy estresante.

Nuestra relación se fortaleció aún más mientras yo atravesaba por mi vulnerabilidad emocional. En varias ocasiones creí que Mark y yo pudiésemos trascender de nuestra relación fraternal a una relación amorosa, sobre todo cuando Esteban y él terminaron, pero eso nunca funcionó. Dejé de pensar en esa posibilidad cuando en una de tantas oportunidades que mi amigo se quedó a dormir en casa, sentí la necesidad de besarlo y así lo hice. Él me correspondió. Estuvimos besándonos por un rato, sólo besándonos. Nuestras manos no se atrevieron a acariciar el cuerpo del otro, mi corazón no se aceleró, era un beso frío y vacío.

-¿Sientes algo? –Le pregunté-

-Nada… ¿Y tú? –me contestó-

-Nada…

Con Albert la historia fue algo similar. Yo buscaba desesperadamente llenar el vacío que Miguel había dejado en mí, y que tampoco pude llenar con Marco. Su actitud para conmigo nunca varió, hacía el rol de hermano comprensivo y protector que tanto me gustaba, pero con el adicional de encuentros sexuales frecuentes. Me fabriqué con eso una felicidad y una estabilidad que sólo existía en mi mente. Mi mundo se redujo a Albert y Marco, a su compañía, a su cariño; por lo que pronto me volví muy dependiente de ellos, sobre todo de mi hermano, buscando la protección  que según yo, necesitaba. Hasta que un día mi nuevo mundo fue fracturado.

-Santiago, ¿que estamos haciendo? –Me dijo Albert mirándome a los ojos con preocupación-

-No entiendo, ¿por qué preguntas? –respondí confundido-

-Me refiero a esto, a lo que hacemos a diario. ¿Qué somos? ¿Hermanos que tienen sexo? Porque creo que novios no somos. Es decir… No lo tomes a mal Santi. Yo te amo en serio, y disfruto mucho estar contigo y tener sexo contigo, pero creo que esto no es sano. Más allá de todo, yo te sigo viendo como mi hermano pequeño que me necesita y al que yo quiero proteger. No te veo como mi novio o como mi amante. Siento que esta extraña relación que llevamos nos está estancando emocionalmente a ambos: yo me privo de tener una relación sentimental estable con alguien, porque pienso en ti, en que me necesitas. Y tú te privas conocer gente nueva, de salir, divertirte, porque piensas que conmigo en suficiente. Eso no está bien, Santi.

Las palabras de mi hermano en esa ocasión me dejaron devastado. Sobre todo porque era cierto, y segundo porque realmente me había vuelto dependiente de él. Eso me había hecho pensar y analizar hasta qué punto me había vuelto un parásito emocional, lo que trajo consigo un gran temor en volverme tan dependiente a alguien que terminaría alejando a todo aquél que me rodease. Por eso decidí alejarme de todos, incluso de Marco. Me limitaba a ir al colegio, a tratar de prestar atención a las clases sin lograrlo; mis notas con lo de Miguel habían decaído un poco, ahora con mi aislamiento, habían caído drásticamente. La realidad era que no podía concentrarme ni en clases, ni en mi casa cuando debía hacer las tareas, apenas comenzaba a leer o investigar, mi mente daba miles de vueltas. Me preguntaba cómo le estaría yendo a Miguel, si ya habría conseguido alguien más, si se había adaptado a su nueva ciudad, si me perdonaría alguna vez, si yo lograría superarlo, si me quedaría solo para siempre, en fin, una cantidad de cosas que me atormentaban y no me dejaban hacer nada, a veces ni dormir.

Sin embargo, un día desperté molesto con el mundo, sobre todo conmigo mismo. Ese día llegué a la determinación de que ya estaba bueno de andar lamentándome y sintiéndome vulnerable. Ese día me levanté de la cama con la determinación de continuar mi vida, así que me arreglé  lo mejor que me permitía el uniforme del colegio y salí con una actitud renovada; todos lo notaron. Decidí concentrarme al máximo en mis clases, necesitaba recuperar todas las notas bajas y graduarme de bachiller por la puerta grande. Me esmeré y así lo hice.

Terminamos de pasar el día en la playa de lo más relajados. En la noche, Mark propuso ir a un bar a tomarnos algo y divertirnos un rato antes de partir en la mañana.

-No me veas con esa cara, Santi. Es nuestra última noche aquí, no podemos simplemente quedarnos a ver tele en el hotel –me recriminaba Marco ante mi apatía a querer salir esa noche—

-Pero es que no tengo ganas.

-Ay no, por favor Santiago. Ambos sabemos que estás así porque te despertaste pensando en Miguel. Ya Santi, ya hace tres años que se fue, no puedes deprimirte cada vez que lo recuerdes.

-No estoy deprimido, no inventes –dije con algo de indignación- Bueno, está bien, vamos. Pero nos regresamos temprano, mira que mañana debemos estar en el aeropuerto a las 10:00 a.m.

Me vestí acorde a la ocasión: pantalón beige, una camisa blanca de marga larga la cual había arremangado y convertido en una de tres cuartos, y zapatos marrón. Mark se vistió con una camisa verde claro, jeans oscuros y zapatos negros. El bar quedaba en el mismo hotel a orillas de la playa, tenía dos ambientes: un espacio para comer tipo restaurant, y otro con una pista de baile, barra de licores y sillones cómodos ideales para escuchar música y poder tener una conversación sin necesidad de subir tanto la voz, pues el volumen de la música era adecuado.

A penas entré al sitio me relajé. Decidimos sentarnos a comer algo ligero primero. Y luego pasamos al otro ambiente.

-¿Qué quieres tomar, Santi? –Preguntó Mark-

-No sé, algo refrescante y dulce, escoge tú.

Mark regresó al poco tiempo con un mojito para mí y un cuba libre para él.

-Santi, lo que te dije antes en la habitación, te lo dije con genuina preocupación, en serio. Ya hace bastante tiempo desde que pasó lo de Migue y tu aún no terminas de superarlo.

-Es que entiéndeme Mark, no es fácil superar la primera, única y tan maravillosa relación. Además me siento súper culpable por todo.

-Es la única porque tú quieres. Porque has tenido oportunidad de probar e iniciar otra relación y siempre te cierras a las posibilidades.

-Claro que no me cierro, Mark.

-Sí lo haces. Ahí tienes a Adrián, está pendiente contigo desde que comenzamos la universidad. Es atento, lindo, buen estudiante. Pero tú te cierras y terminas arruinándolo. No se cómo anda todavía intentándolo.

-Pero es que Adrián no…

-No es Miguel, ¿cierto? –Soltó Mark interrumpiéndome-

No pude hacer más que desviar la mirada y observar lo poco que se veía de las espumas blancas que hacían las olas al reventar en la orilla de la playa poco iluminada. Mark tenía toda la razón. Siempre me cerraba a esas nuevas posibilidades y oportunidades con otros hombres, y también era cierto que Adrián era un excelente chico y todo eso, pero no sabía cómo hacer para dejarme llevar. Siempre que las cosas se intensificaban con Adrián, yo huía por la derecha y lo dejaba allí. También me sentía culpable de ello. Pero… Adrián no era Migue.

-Lo siento mucho, disculpen –un chico alto y rubio interrumpió mis pensamientos, tenía un acento estadounidense muy marcado, y apenas se le entendían las palabras que en español pronunciaba con dificultad- ¿Nos podemos sentar con ustedes? mi amigo y yo no conseguimos lugar.

- No problem –le dijo Mark sonriendo, yo también les sonreí-

Los chicos se sentaron en los sillones que estaban vacíos y pusieron sus vasos junto a los nuestros en la mesita del centro. Noté que nos miraban con curiosidad pero ninguno decía nada. Seguí observado lo poco que se veía de la espuma blanca del mar, también en silencio y disfrutando la agradable música que ambientaba el lugar.

-Discúlpame Santi, no debí haberte dicho eso –dijo Mark rompiendo el silencio del reducido grupo-

-No te preocupes. Además es cierto.

-Fino. Pero cambia esa cara, se supone que veníamos a divertirnos.

Lo miré y fingí una amplia sonrisa mostrando y apretando todos mis dientes. A Mark le causó risa y ambos terminamos sonriendo quedamente. Cada uno bebió un sorbo de su trago y devolvimos los vasos a su sitio.

-Mucho gusto, yo soy Bryan y él es mi amigo Scott. Mucho gusto en conocerlos –dijo el rubio alto que nos había abordado minutos antes. Ambos nos estrecharon las manos-

-Un placer conocerlos –dijo sonriendo Mark- Mi nombre es Marco y él es Santiago-

-¡Hola! –dije sonriendo-

Bryan era muy guapo: alto, rubio, de ojos azules, estaba muy rojo por el inclemente sol. Por su parte Scott era algo más bajo, con el cabello un poco más oscuro que su amigo y de unos ojos cafés preciosos, su aspecto era más latino que el de Bryan, estaba bronceado y no rojo.

-Si quieren conversamos en inglés, no tenemos problema. ¿Verdad, Santi? –Dijo Mark-

-No se preocupen, queremos practicar nuestro español, desde que llegamos no hemos tenido oportunidad de hacerlo –dijo Bryan con una amplia sonrisa-

-Es cierto, nos ha costado un poco relacionarnos en estas vacaciones. Demasiados tímidos supongo –agregó Scott-

-¿Desde hace cuánto tiempo están aquí? –Pregunté para mantener la conversación-

-Hace una semana. Nos iremos mañana por la tarde –dijo Scott con algo de pena-

-¿En serio? Nosotros también nos iremos mañana. Vinimos a este sitio a pasar nuestra última noche en la isla –Mark se notaba muy interesado en Bryan, se notaba por la forma en que lo miraba. Luego de tanto tiempo, he aprendido a percibir esos detalles en él- ¿Y de dónde vienen?

-Somos de Nueva York, vinimos de vacaciones y nos encantó mucho, ya quiero volver a venir –Bryan sonrió y miró a su amigo como confirmando que él también pensaba igual- ¿Y son novios?

-No. Somos hermanos –dije un poco sorprendido por la pregunta. Desde que iniciamos en la universidad, les decimos a todos que Mark y yo somos hermanos, y se nos había hecho costumbre decirlo–

-Lo siento, soy un… imprudente –dijo con algo de dificultad, separando cada sílaba con cuidado-

La conversación fluyó rápidamente y se hizo entretenida. A pesar de sus dificultades por el idioma, ambos se relajaron y su fluidez mejoró. Nos contaron que asistían a la universidad juntos y que eran amigos desde siempre, y decidieron viajar a algún lugar del Caribe a disfrutar sus vacaciones, y después de tanto pensárselo, decidieron venir. Ambos estaban encantados con la Isla y querían regresar. A partir de entonces, Bryan y Mark iban a buscar más bebidas a la barra, mientras yo me quedaba hablando con Scott, y me sorprendí al sentirme tan agradable con él, el chico era muy inteligente y sabía dirigir la conversación de manera que nunca fuese aburrida. De pronto comencé a imaginarme besando los labios provocativos que se gastaba Scott, y de allí los pensamientos fueron migrando a situaciones más eróticas. Decidí despojar mi cabeza de esos pensamientos, y prestarle atención a lo que decía. “Debe ser por el alcohol” –me dije a mi mismo-

-Santi, el barman dijo que ahorita en la playa tocarían y bailarían tambores –dijo Mark emocionado, quién venía con Bryan de buscar más tragos- Tenemos que ir, Bryan quiere que los enseñemos a bailar tambores.

-Ay Mark, estás loco. Hace mucho no bailo tambores, seguro y hasta se me olvidó.

  • Ah pues Santiago, que eso no se olvida. Mira, es allá –dijo apuntando a un grupo de personas reunidas en círculo en la playa a varios metros de donde nos encontrábamos-

- C’mon Santiago, yo también quiero ir a ver –Scott me dirigió una mirada casi de súplica, no pude resistirme a esos tiernos ojitos-

Nos dirigimos hacia el grupo e inmediatamente los tambores comenzaron a sonar. No recordaba la última vez que había visto a un grupo de tambores en plena orilla de la playa. Cuatro parejas comenzaron a bailar, eran del mismo grupo que tocaba pues usaban ropas iguales, mientras el resto mirábamos embelesados como movían su cuerpo tan excitantemente al ritmo de la música de la costa venezolana, heredada de melodías y danzas tribales provenientes de África. Los cuatro estábamos en primera fila observando sin perder detalle. Scott y Bryan observaban emocionados y haciendo comentarios de sorpresa de vez en cuando.

De repente paró la música y uno de los tamboreros dijo con voz fuerte: “Necesitamos cuatro voluntarias y cuatro voluntarios para que bailen con nuestros bailarines”. De un momento a otro Mark me toma de la mano y me arrastra hasta el centro. Quería matarlo en ese momento, pero me relajé y pensé que no sería mala idea, además, ver las caras de Scott y Bryan me animó mucho a darles un buen espectáculo a nuestros amigos extranjeros; adicionalmente, el alcohol había disminuido mi pudor.

Me tocó hacer pareja con una chica un poco más alta que yo, de estrecha cintura y un trasero bastante llamativo, con el cabello ondulado largo y negro, y un color canela en su piel bastante bonito. La chica me sonrió con picardía. Comenzó el repique de tambores y nuestros cuerpos comenzaron a moverse, decidí abandonar mi cuerpo al ritmo. Mi cuerpo y mi cintura se movían muy enérgicamente, dando pequeños saltitos de aquí para allá, siguiendo el ritmo de mi compañera experta. La chica me miraba constantemente con sensualidad, moviendo las caderas rítmicamente, con una soltura que envidiaría cualquiera, “Ha de ser una fiera en la cama” –pensé-, mientras yo le seguía el hilo a ese ritual de seducción que representaba en sí el baile. No supe cuánto tiempo duré bailando con  la chica; tampoco me había fijado en las expresiones de nuestros amigos americanos ni de cómo lo estaba haciendo Mark. Me limitaba  a seguir ciegamente el ritmo de la música; y cuando ésta se detuvo, mi cuerpo también paró en seco, sintiendo todo mi cuerpo empapado de sudor y electrizado con abundante adrenalina.

-¡Un aplauso para nuestros voluntarios! Lo hicieron muy bien –dijo el chico de antes- Siéntanse en libertad de sacar a sus parejas a bailar. Disfruten del ritmo.

Mark y Bryan no perdieron tiempo, y se metieron con el grupo de parejas a bailar al ritmo de los tambores. Marco lo hacía realmente bien, siempre había tenido buen oído para la música y bailaba de todo. En cambio Bryan era otra historia. Al verlo, no podías evitar reír, y es que se veía demasiado cómico moviendo su cuerpo como loco; sin embargo, algo de ritmo se podía percibir. Se notaba que los dos lo estaban disfrutando.

-¿Tú también quieres aprender a bailar tambor? –le dije a Scott sonriendo-

-No, no. Siento mucha vergüenza, hay mucha gente observando –su timidez se me hizo muy linda-

-Bueno, entonces te propongo algo: regresemos, busquemos otras bebidas, y si te animas, bailamos en la pista de baile, que es más discreta y oscura, allí quizás te dé menos vergüenza. ¿Qué dices?

- Okay –dijo animado-

Debo confesar que la mayoría de las veces que salgo “de rumba”, al principio no quiero tomar mucho alcohol, o bailar, o divertirme, pero a penas entro en ambiente, no hay quien me pare. Así que decidí que disfrutaría al máximo de esa última noche en Margarita, incluida cualquier tipo de “situación” que se presentase con Scott más tarde esa noche. Por lo tanto decidí que era hora de subirle a la temperatura; pedí una botella de ron, vasos y hielo y nos sentamos a esperar a que Mark y Bryan terminaran su intensísima dosis de tambores.

La música en el bar se había animado mucho más, la pista de baile estaba hasta el tope de gente bailando muy animados mientras eran iluminados por luces tipo discoteca. Scott y yo remprendimos la charla de hace rato, con un viraje de la conversación un poco más personal, sobre la familia y otros aspectos más privados de la vida de cada uno. En un momento determinado, comenzó a sonar una canción que realmente me gustaba mucho, y la consideraba muy sexy, era un reggaetón muy sensual. Si bien no me gusta mucho ese género de música, esa canción me daba muchas ganas de bailar.

- Let’s go -le tomé la mano a Scott y lo dirigí a la pista de baile casi a rastras, en su cara se veía cómo la vergüenza le salía por los poros-

Comencé a moverme al ritmo de la música, lento y sensual. Mientras le sonreía y le animaba a que bailase también. Empezó a moverse tímidamente pero con muy buen ritmo, el chico bailaba muy bien. Poco a poco comencé a disminuir la distancia que nos separaba y a llevar el control de los movimientos: lentos, suaves, sexys y profundos. Aparentemente la vergüenza se había ido por completo y ahora fue él quien tomó el control de la situación: posó una mano en mi cintura y pegó su pelvis completamente a la mía, mientras nuestros movimientos se sincronizaban a la perfección. Un calor comenzó a recorrer mi cuerpo, y la excitación me fue invadiendo. Pasé mi brazo alrededor de su cuello y no hubo distancias entre nosotros. En cuanto a mí, no hacía más que sentir el calor que me transmitía su cuerpo, y la firmeza de su anatomía, siendo acompañada por un delicioso olor a perfume muy varonil, que mezclado con el aroma leve del sudor y alcohol, formaban el cóctel perfecto. De repente me entraron unas ganas intensas de besarlo, sin embargo decidí aguantarme, y esperar a que él tomara la iniciativa en algún momento, si así lo deseaba.

Cambié mi posición y me puse de espaldas a él, pegando toda mi espalda en su pecho y abdomen, y mi trasero en su ingle. Continuamos con nuestros movimientos sensuales sincronizados, y pensé en que tenía mucho tiempo sin pasarla tan bien. Y realmente me hacía mucha falta, definitivamente no había mejor forma de cerrar mis vacaciones que esa.

Caí en cuenta que Scott tenía una erección bastante prominente que hacía presión en mi retaguardia. Él notó que me di cuenta de ello, se separó un poco y me dijo al oído que volviéramos a sentarnos. Sonreí al ver lo apenado que estaba y lo seguí hasta nuestro lugar.

-No te preocupes, yo estoy horny también –Al ver su cara luego de decirle esas palabras, me arrepentí de inmediato. Scott estaba avergonzado y me miraba con incredulidad- ¡Estoy bromeando! –Dije entre risas-

Y la verdad era que no estaba bromeando, hacía mucho tiempo que no bailaba de esa manera con alguien, y pues, la carne es débil. Ya me había hecho la idea de que quería ir más allá con Scott, y que no me iba a cerrar a esa posibilidad. Sin embargo, noté difícil que el tomara la iniciativa, así que sería yo quien tomara las riendas. Le propuse dar un paseo por la playa para que se relajara, y bueno, para también relajarme yo y así no forzar las cosas.

A medida que paseábamos, la brisa fría y el tacto de la arena en  nuestros pies descalzos, hicieron el efecto relajante que esperábamos. Pero no por mucho. Nos sentamos en una de las zonas más iluminadas de la playa, y en la que se encontraban varias parejas separadas entre sí por varios metros, todas en plan romántico pendientes de lo suyo únicamente.

-Qué lástima que te conocí justo cuando nos falta tan poco para irnos –dijo Scott con tono melancólico mientras hacía garabatos en la arena-

-Bueno, hagamos que esta noche sea épica –respondí con tono seductor-

-¿Cómo? –Scott me miró a la cara, sus ojos tenían un brillo especial. Él sabía a lo que me refería, pero aun así quería asegurarse-

No le respondí. Simplemente tomé su barbilla con mi mano y acerqué lentamente mi cara. En el trayecto, nuestro contacto visual no se perdió. Veía en sus ojos excitación, y su respiración agitada me lo confirmaba. Nuestros labios se tocaron al fin, y nuestros ojos se cerraron. Al principio, fue un beso tímido, dulce y tierno. Me dediqué a sentir en contacto de nuestros labios, al tiempo que nuestros alientos húmedos y tibios se mezclaban para ser uno. De nuevo decidí ser yo el de la iniciativa y comencé a introducir mi lengua en su boca. Scott suspiró y nuestras lenguas comenzaron a conocerse. El chico besaba realmente bien, y sumado al sonido de las olas y la brisa fría, era la escena perfecta. Nuestros cuerpos se mantenían calientes el uno con el otro. Y yo como siempre, me abandoné a las sensaciones.

Unos minutos después, Scott se separó y yo volví a la tierra.

-¿Qué sucede? –le pregunté intrigado-

-¿Podemos ir a tu habitación? Quiero ir a un lugar privado –dijo mirando a nuestro alrededor-

En camino hacia la habitación, no podía evitar mirarlo y sonreír. Había olvidado lo que se sentía estar en esa situación con alguien por primera vez, y actuar sin estar pensándolo mucho. A pesar de que en el pasado había actuado irracionalmente muchas veces y lo había pagado caro. “Ya deja de pensar en eso, Santiago; es hora de superarlo” –me dije mentalmente-.

Ya en la habitación, ambos nos sentamos en la cama matrimonial que Mark y yo compartíamos. Tímidamente, Scott comenzó a besarme, retomando lo que habíamos dejado en la playa minutos antes, y sólo bastó un rato de besos y caricias para que yo me pusiera a tope. Me puse a horcajadas sobre él, mientras el continuaba sentado en la cama apoyando su espalda en la cabecera de la misma. Comencé a besarlo nuevamente mientras dirigí sus manos hacia mi trasero. El comenzó a masajearlo suavemente sobre el pantalón, mientras yo acariciaba cada centímetro de su cuerpo que tenía a mi alcance. Pronto comencé a soltar uno a uno los botones de su camisa, sin que nuestros labios se despegaran un minuto siquiera.

Su torso desnudo era agradable a la vista: sin vello, bronceado y definido sin  llegar a ser musculoso. Mi boca se trasladó a su oreja derecha, comencé a besarla, lamerla, morderla; mientras Scott suspiraba profundamente. Emprendí el recorrido hacia su cuello, dándole muchos besos cortos a mi paso. El olor de su perfume me embriagó una vez más y me animó a seguir bajando. Una vez en su pecho, sus pezones captaron totalmente mi atención. Ambos estaban erectos y al posar la punta de mi lengua sobre uno de ellos, un escalofrío recorrió el cuerpo de Scott a tal punto, que lo hizo estremecerse y su piel se erizó notablemente. Lo miré y le sonreí para luego continuar con mi labor. Succioné con paciencia cada uno de sus pezones como si de allí manara un delicioso vino, al tiempo que daba pequeños mordiscos que lo hacían estremecer.

Por debajo de su ombligo se notaba una hilera de finos vellos color castaño que apenas fueron percibidos por mi lengua. Un beso a su bulto por encima de la tela gruesa de su pantalón puso pausa al trabajo de mi boca. Me incorporé aun a horcajadas sobre él, y comencé a quitar uno por uno los botones de mi camisa sin perder detalle de las expresiones de su rostro. Estaba absorto mirándome, con una expresión que no sabría describir: entre lujuria y un no sé qué que no puedo definir con palabras.

- You’re so beautiful –dijo mientras terminaba de sacarme la camisa. Sólo le dirigí una pequeña sonrisa como respuesta.

Dirigí mis manos hacia el cinturón en su pantalón y comencé a quitarlo lentamente. A pocos centímetros, el bulto en su entrepierna palpitaba y emitía calor, o al menos eso es lo que me parecía. Desabroché cada uno de los botones de su pantalón y fui retirándolo poco a poco, trayéndome, a su vez, la ropa interior.

Su pene me pareció muy lindo. De un tamaño y grosor más bien normales. Sin embargo era armonioso, recto y de un bonito color, estaba sin circuncidar y lo rodeaban escasos vellos castaños y recortados. Su tacto era caliente y agradable, palpitaba un poco. Al tomarlo con mi mano derecha, Scott emitió un leve suspiro. Miraba atento cada uno de mis movimientos, como a la expectativa. Lentamente y con desbordante paciencia (más para torturarlo que para otra cosa), fui acercando mi boca hacia su miembro, mientras él con su mirada fija en mi accionar seguía mis movimientos, abría también la boca como embelesado por lo que estaba contemplando.

Una vez su glande chocó con mi lengua, comencé a recorrerlo con igual lentitud, como si estuviese saboreando un rico helado. Poco a poco mi lengua se enroscaba en la cabeza de su miembro, tratando de cubrir la mayor extensión. Con una de mis manos acariciaba sus testículos y con la otra acariciaba hasta donde llegase: su pecho, abdomen, muslos, etc. De vez en cuando subía mi mirada para encontrarme con la suya, seguía atento a lo que yo estaba haciendo.

Mi lengua distribuía la atención entre su glande, el tronco, sus testículos y su periné. Con la misma lentitud que en principio. Teníamos tiempo, y además le había ofrecido una noche épica, así que quería hacerlo bien. De un momento a otro comencé a percibir tensión en sus muslos, supuse que estaba a punto de tener un orgasmo, por lo que paré mi felación, no quería que terminara tan rápido, apenas era el inicio.

De rodillas en la cama comencé a quitarme el cinturón, a quitar el botón y bajar el cierre de mi pantalón, el cual bajé poco a poco como si de un striptease se tratase. Una vez arrojado mi pantalón fuera de nuestro camino, gateé hacia él aun con el bóxer puesto y puse mi miembro a la altura de su cara. El miró el bulto de mi bóxer y me miró a la cara como pidiendo permiso, yo sólo asentí. Con ambas manos bajó el elástico de mi ropa interior y dejó libre mi pene. Lo tomó en su mano, lo observó con detenimiento algunos segundos, quitó el prepucio del glande y sin rodeos lo introdujo en su boca. La calidez y humedad de su boca me hizo suspirar por lo bajo. Los movimientos de sube y baja con su boca, a pesar de ser básicos, eran deliciosos. Con una mano sostenía mi miembro desde la base, y con la otra acariciaba mi trasero, mientras que yo con una mano sostenía mi cuerpo apoyándola en la pared, y con la otra acariciaba su cabello.

Después de un rato, retiré mi miembro de su boca y lo besé intensamente. Mientras lo besaba, palpé su miembro y noté que estaba bastante lubricado a causa del abundante líquido pre seminal que daba fe de lo excitado que estaba. Supe que era tiempo de continuar con más. Por mi cabeza pasó la idea de buscar un condón, sin embargo algo en él me inspiraba suma confianza. A pesar de que se debe ser precavido a la hora del sexo, y más con personas que acabas de conocer, mi lado impulsivo obvió cualquier duda, por lo que fui posicionándome a la altura de su pene y con mi mano dirigí la penetración. Al entrar el glande en mi interior, fue necesario que hiciera una pausa. Sentía un poco de dolor a pesar de contar con abundante lubricación natural, sin embargo dolía un poco debido al tiempo que tenía sin sexo.

Cuando el dolor fue disminuyendo su intensidad, proseguí con mi labor. Una vez tuve todo su miembro dentro, esperé unos segundos e inicié con movimientos suaves de arriba-abajo. Mientras mis manos se posaron sobre sus hombros, las suyas recorrían toda la extensión de mi anatomía. Scott estaba disfrutando mucho hasta ahora, su cara de placer me lo decía. El dolor que sentí inicialmente desapareció por completo y me dediqué a sentir el abundante placer que estaba recibiendo. Arqueé un poco mi espalda hacia atrás, cerré los ojos y me abandoné al placer, mientras las manos de Scott le dedicaban especial atención a mi trasero.

Cambiamos de posición luego de un rato. Yo me recosté sobre mi espalda y abrí mis piernas para recibirle. Acercó su cara para darme un corto beso. Continuó con su cara bien pegada a la mía, ambos mirábamos nuestros ojos como intentando ver más allá, como intentando descubrir el grado de placer que ambos estábamos sintiendo. Nuestros alientos cálidos continuaban fundiéndose para volverse uno. Mis ojos recorrieron otros puntos de su rostro para detallarlos. De sus rasgos muy finos resaltaba su boca, una de las más perfectas que había conocido, ahora estaba más roja que antes, y por ende más provocativa. Paralelamente, mi dedo índice trazaba caminos sin ningún destino en su espalda; dibujaba garabatos tan lentos como sus embestidas: suaves, pero a la vez firmes y profundas.

Nuevamente variamos nuestra posición, esta vez por iniciativa suya. Me recosté boca abajo sobre la cama con el culo ligeramente en pompa para facilitarle el acceso. Sus manos se agarraron firmemente de mis caderas e inició un mete y saca divino. De vez en cuando acercaba su nariz y trazaba líneas con ella en mi espalda, que en conjunto con el cosquilleo producido por su respiración, evocaban las sensaciones perfectas; todo esto era acompañado de besos ocasionales. Minutos después comencé a sentir los signos de un inminente orgasmo. Mis manos apretaban las sábanas de aquella cama de hotel, y mis dientes mordían suavemente la almohada. Sus embestidas se hicieron mucho más profundas, igual de lentas pero más profundas, para luego dar paso a varios chorros de semen que anegaron mis entrañas, y que al sentir su tacto viscoso y caliente apenas pude contener mi propio orgasmo, derramando mi semen entre mi abdomen y las sábanas.

Scott salió de mí lentamente, y se acostó a mi lado observándome mientras yo permanecía inmóvil en la misma posición, recuperando mi respiración. En su frente se notaban varias gotitas de sudor.

-Eso estuvo genial –dijo sonriendo-

-¿Quieres dormir abrazado a mí?

-¡Me encantaría!

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Miguel

Hace tres años que el día de mi cumpleaños pasó a ser mi día menos favorito. Más allá de conmemorar la fecha de mi nacimiento, me recuerda el fin de mi relación con Santiago, el fin de mi vida en mi país, mi ciudad, con mis amigos. Definitivamente lo odiaba, sin embargo, por más que lo intenté, no pude conseguir odiar al “responsable” de esas desdichas.

Cuando llegué a Nueva York, la ciudad me deslumbró. Era todo tan diferente a lo que estaba acostumbrado, comenzando por el clima. La primera semana fueron como vacaciones. Mi padre se encargó de instalarme en donde sería mi nuevo hogar, que a su vez fue su apartamento hace algunos años y donde mi madre y él iniciaron su noviazgo y, según mi padre, el sitio donde fui concebido. El apartamento era muy amplio; tenía una cocina de tamaño regular, un espacio para el comedor y una amplísima sala con un balcón, el dormitorio también grande y finalmente un baño. Me parecía completamente acogedor, lo sentí mi hogar desde que entré en él, aunque evidentemente debía reparar, pintar y acomodar ciertas cosas.

La semana siguiente de nuestra llegada, papá y yo fuimos al instituto de artes para conversar con su amigo, y coordinar la fecha de audición y otros detalles. Apenas me bajé del taxi y observé el lugar, me quedé sin aliento; el campus estaba conformado por varios edificios muy vanguardistas interconectados por una gran área central en donde había una fuente hermosa, una especie de plaza, lugares para sentarse y muchos otros detalles que mis ojos vieron con gran asombro. Al entrar al edificio central pude experimentar como mis pulmones sacaban fuera el aire que contenían y mis cejas se elevaban con sorpresa. Mi padre se limitaba a mirarme y sonreír con satisfacción.

El amigo de papá nos entregó un sobre con varios folletos informativos, y el instructivo de audiciones en donde se detallaban los aspectos que serían evaluados en la misma, así como una lista de obras que podría elegir para interpretar en la audición, el tiempo, fecha, hora y otras informaciones relevantes.

-Papá, necesitaré un piano –le dije con algo de preocupación al ver la lista de obras que debía elegir. Todas ellas eran de las más demandantes que existían, y considerando que mis conocimientos rayaban en lo aficionado, debía concentrarme en hacerlo muy bien-

-No te preocupes, hijo. En este momento deben estar subiendo el piano al apartamento –dijo mirando su reloj-

Días después, papá debió marcharse; y al verlo partir rumbo al aeropuerto a bordo de ese taxi, me hizo sentir en extremo vulnerable. Hice un gran esfuerzo por contener mis lágrimas, objetivo que sólo fui capaz de cumplir hasta subir y cerrar la puerta del piso. Me sentí solo, desamparado en un medio extraño para mí. Mientras de mis ojos brotaban abundantes lágrimas, mi cerebro analizaba muy en serio la posibilidad de regresarme, de decirle a papá que estos cambios tan repentinos en mi vida eran demasiado drásticos para mí. Estuve aproximadamente diez minutos sentado en el piso con mi espalda apoyada en la puerta principal, hasta que mi llanto comenzó a mermar y las ideas en mi cabeza fueron cambiando radicalmente.

-¡Tú sí puedes! Y estos cambios drásticos son justo lo que necesitas –me dije en voz alta intentando apropiarme lo más que pudiese esa afirmación-

Me levanté y me dirigí al escritorio que fue de mi padre, que estaba ubicado en una de las esquinas de la amplia sala. Comencé a leer detenidamente la lista de obras que sugerían para las audiciones. De inmediato busqué mi laptop, mis audífonos y comencé a buscar por la web todas y cada una de ellas, para luego escucharlas con detenimiento, escrutarlas, llegar hasta la más mínima nota, captar su esencia.

Finalmente, y luego de una ardua investigación me decidí por la Sonata Nº 16 en la menor de Franz Schubert, constaba de cuatro movimientos y era de una dificultad moderada alta. Los días previos a la audición me los pasé practicando arduamente. Por una semana todo lo que vivía, comía, y respiraba era Schubert. Para darme una idea del contexto en que él compuso la obra, de cómo era y todo eso, complementé mis ensayos con una investigación sobre el pianista. En una de mis lecturas, di con  la imagen de una pintura de Schubert cuando tenía 17 años, se titulaba “El Joven Schubert”. En ella se veía la imagen de un joven que, a mi parecer, era apuesto. Apoyaba su codo en un piano y su mano en la barbilla, esa imagen me agradó y permaneció en mi mente por unos días a tal punto, que una noche soñé que tenía un romance con ese joven Schubert.

Cuando el día de la audición finalmente llegó, me sentía muy seguro, sabía que me había esforzado y que haría un buen trabajo. Sin embargo, no podía evitar tener los nervios a millón, mi corazón golpeaba fuerte y podía escuchar mis propios latidos. Me presenté frente al jurado que me evaluaría y dije qué obra interpretaría. Sólo uno de ellos habló indicándome que debía detenerme al momento que sonara una campanilla que estaba sobre la mesa del jurado. Comencé mi interpretación y traté de concentrarme al máximo, visualizaba en mi mente al Joven Schubert, imaginaba el movimiento de sus dedos e intentaba figurarme su pasión y apropiarme de ella. Al cabo de unos minutos la campanilla sonó y me detuve al instante. El jurado completamente inexpresivo dijo que podía retirarme; lo hice con una gran preocupación al ver que la cara de esas personas no me dejaba leer ni el menor indicio de la opinión de ellos hacia mi participación. Al cabo de una semana me comunicaron que había entrado.

Mi vida en la academia fue en exceso ocupada, yo me propuse que así fuera. Pretendía comenzar mi nueva vida y tratar de pensar lo menos posible en Santiago, pues cada vez que lo recordaba una presión en el pecho me embargaba y terminaba deprimiéndome.

Poco a poco me fui interesando en la composición. Me parecía tan fantástico que de la mente sólo algunos escogidos, salieran piezas tan excepcionales como las que yo solía estudiar con detenimiento. Recreaba en mi mente los movimientos de las manos de esos grandes pianistas y me visualizaba con un desempeño similar. Comencé a cursar cátedras que concernían al área de la composición, una de mis mejores decisiones. Antes de componer, debía asegurarme de tener ese je ne sais quoi que te hace apreciar la música de una manera totalmente distinta, yo esperaba cultivar esa habilidad, y poco a poco lo iba logrando.

Casi todas las tardes, pasaba un par de horas en un café muy acogedor cerca de donde vivía. Ese día estaba leyendo un viejo libro que encontré en una de las cajas de papá que aún quedaban en el apartamento. En el momento que lo vi me llamó la atención, se trataba de las églogas del escritor romano Virgilio. Las églogas (o también conocidas como bucólicas), constituyen la primera gran obra de dicho escritor latín. Se trata de una serie de poesías en cuyos versos se muestran las diferentes actividades que se realizaban en la época, sobretodo trabajos del campo como el pastoreo.

Justo cuando estaba por terminar la primera égloga, un chico me saca del enajenamiento en que me había sumergido Virgilio con sus interesantes versos. Se trataba de un chico preguntándome si podía sentarse en la silla vacía que estaba en mi mesa, pues el lugar se encontraba completamente lleno. Me quedé observando su rostro por un instante sin decir nada. El chico era poseedor de una belleza bastante notable, de rasgos finos, piel blanca, cabello claro y un poco ondulado, llevaba lentes oscuros por lo que no pude observar el color de sus ojos; sus labios dibujaban una amigable sonrisa. Caí en cuenta que no le había contestado y me sentí un tonto.

-Por supuesto, puedes sentarte –dije con una sonrisa-

-Prometo no molestar

Seguí atento a sus movimientos mientras colocaba su taza de café en la mesa, su morral en el espaldar de la silla y finalmente tomaba asiento; sus movimientos poseían una gracia particular. Intercambiamos una última sonrisa y continué sumergido en el libro.

La frase con la que comenzaba la égloga segunda me impresionó mucho: “el pastor Coridón amaba con ardor al hermoso Alexis…”. No esperaba conseguirme en ese libro un texto sobre amor entre dos hombres, sobre todo por la época en la que fue escrita. En mi rostro se dibujó una sonrisa que se mezclaba con una expresión de grata sorpresa. Se trataba de un poema en el que el pastor Coridón intentaba conquistar al joven Alexis, sin mucho éxito; en el texto puede comprenderse muy fácilmente cuán frustrado se encontraba el pastor al ver que sus encantos, atenciones e incluso sus bienes, no surtían el efecto deseado en su amado.

Sonreía constantemente con mayor ímpetu al leer frases tan tiernas como “¡Oh hermoso mancebo!, no fíes demasiado en el color. Déjanse a veces las blancas flores del alheño y se recogen los amoratados jacintos” y “¡Oh! Plázcate solamente habitar conmigo estos campos incultos y estas humildes chozas y herir los ciervos y arrear un hato de cabritos con el verde malvavisco. Imitarás a Pan, cantando juntamente conmigo en el bosque”. Coridón termina su lastimera narración con una lapidaria afirmación: “Ya encontrarás otro Alexis, si este te desdeña”.

Al concluir esa lectura tan cautivadora, cerré el libro dejando mi dedo índice en la página en que había quedado, y me dispuse a reflexionar un poco sobre lo que acababa de leer. No pude evitar que Santiago irrumpiera en mis pensamientos.

-Ya que Santiago me desdeñó, tendré  que buscarme otro –Pensé.

Solo me restó soltar un fuerte suspiro.

-A puesto que acabas de leer la segunda bucólica de Virgilio –dijo el chico que se había sentado la silla vacía frente a mí hace apenas unos instantes. Su cara demostraba entusiasmo-

-Si –sonreí nerviosamente, tanto por haberme sacado abruptamente de mis pensamientos, como por que sus ojos azules, grandes y bonitos me miraban entusiasmados, se había quitado los lentes de sol- ¿Cómo supiste?

-Es que tengo el poder de leer mentes  -soltó una carcajada- Es que vi que leías un libro de Virgilio, además las expresiones que hacías con tu cara son las de alguien que lee la segunda bucólica por primera vez. Me encanta ese poema, de hecho es mi favorito de Virgilio.

-En realidad es muy bello. Es sencillo y a la vez tan cargado de emociones. Uno puede fácilmente identificarse con Coridón frente a un amor no correspondido.

-Algunos dicen que Coridón en realidad es el mismo Virgilio. Es posible. Me hace ilusión pensar que Virgilio haya sido gay –soltó otra carcajada que me contagió y también comencé a reír-

-Eso sí que sería muy interesante.

Me quedé observando como arrugaba su nariz mientras sonreía, Santiago también hacía eso. Mi sonrisa disminuyó un poco al percatarme de ese detalle.

-Me llamo Lev, un placer conocerte –dijo mientras me extendía su mano-

-El placer es mío, Lev. Mi nombre es Miguel –respondí mientras estrechaba su mano- Que nombre tan divertido, significa león en ruso, ¿cierto?

-Sí, exactamente

-Tu madre tiene buen gusto para los nombres

-¿Cómo sabes que fue idea de mi madre?

-Yo también puedo leer mentes –dije con expresión seria levantando una ceja. Ambos reímos-

Lev también estudiaba en el mismo instituto al que yo iba, sólo que él estudiaba canto. Rápidamente congeniamos y entablamos una amistad que a ambos nos sentaba muy bien, el hecho de compartir idioma nos facilitó el proceso, él era de España. También había llegado recién a la ciudad para estudiar, había dejado todo atrás. Me confesó que era gay y que había sido difícil crecer con un padre homofóbico, y que a pesar de encontrarse lejos de sus padres, de cierta forma era un alivio, por fin podría escapar de lo que había sido una vida bastante tormentosa.

Me confesó que un par de veces intentó quitarse la vida por la presión de su padre, por lo miserable que había sido su vida con los constantes regaños, reproches y desprecios que le hacía su progenitor. Su madre estaba del lado de su hijo, pero era tal el control que ejercía el padre sobre ambos, que las muestras de apoyo que recibía Lev de su madre eran pocas y casi a escondidas. Él era el menor de cuatro hermanos, todos sus hermanos mayores eran exitosos, varoniles, con esposas, hijos y trabajos asociados a la ingeniería.

-En cambio yo… Yo soy el hijo artista, sensible, delicado, debilucho y, para terminar de adornar el pastel: gay

Sentí mucho pesar cuando Lev me contaba todo eso, se supone que los padres deben estar allí para apoyarte, para hacerte sentir mejor, para decirte que todo estará bien, para protegerte. Lev hizo darme cuenta de lo afortunado que yo era por poder contar con un padre tan genial como el que la vida me había regalado, y por haber tenido alguna vez una madre excepcional.

Mi nuevo amigo también me contó que todo lo que había vivido con su padre le había impulsado a involucrarse con hombres mayores que él. Su primera relación había sido con un hombre de 35 años, cuando Lev solamente tenía 16. El hombre era casado, y la relación duró hasta que tuvieron relaciones sexuales, luego de eso, el hombre perdió total interés hacia él y lo sacó de su vida, dejándolo devastado y confundido. Ese fue el inicio de un historial de relaciones fallidas, que según él, le habían hecho ser desconfiado, inestable en las relaciones y con dificultades a la hora de expresar sus sentimientos.

Por mi parte, le conté todo lo ocurrido con Santiago: desde el momento que nos conocimos, pasando por lo maravilloso de la relación, las infidelidades de Santiago, mi incidente con Daniel, y la forma en que me fui, tratando de alejarme de quién me hizo mucho daño.

-Me parece que no debiste irte así tan precipitadamente –me dijo Lev con el rostro serio y reflexivo-

-¿Qué dices? ¿Te parece poco todo lo que me hizo Santiago?

-Sí, entiendo que fue difícil. Pero no sé, siento que él te quiere a pesar de todo, y que debiste esperar que los ánimos de ambos se calmaran y tuvieran una conversación sincera donde te dijera las razones de sus acciones. ¿Luego ya no hablaron nunca más? ¿Le extrañas?

-Nunca más hablamos. Aunque siempre le pregunto a mi padre sobre él, porque a pesar de lo que pasó entre nosotros, nuestros padres siguen siendo tan amigos como siempre. Supe que se había mudado a la capital del país y está estudiando para ser médico. Y sí, lo extraño demasiado y no creo haber dejado de sentir cosas por él.

Y era muy cierto. A pesar de lo herido que pude haberme sentido por largo tiempo, la verdad es que ese sentimiento de rabia y rencor hacia él habían desaparecido poco a poco. A menudo soñaba con él, cosas bonitas, situaciones simples pero que me llenaban emocionalmente, a pesar de ser un sueño. Cuando soñaba con él, me despertaba de muy buen humor, pero a la vez sentía un vacío indescriptible en el pecho, con mucha tristeza y nostalgia.

Pero a decir verdad, cuando Lev irrumpió en mi vida aquella tarde, las cosas fueron cambiando de a poco. Mi vida se fue equilibrando paulatinamente, ya no me sentía tan solo y tenía a alguien con quien distraerme y conversar largo rato.

Cierto día Lev y yo nos encontramos en la misma cafetería de siempre. Venía muy entusiasmado con un flyer en la mano. Me dijo que estaban abiertas las postulaciones para uno de los festivales más grandes que hacía el instituto, uno de gran prestigio y que se organizaba anualmente. En él los estudiantes de las diferentes disciplinas artísticas de la academia llevaban a cabo presentaciones a lo largo de tres días. Todos querían participar, pero sólo los mejores lograban superar el filtro de un jurado calificador.

-Quiero que nos postulemos –Se notaba que Lev estaba realmente entusiasmado- La última audición es el viernes.

-¿Acaso enloqueciste? Sólo quedan tres días. Además no tenemos nada preparado, no hemos ensayado, ni siquiera sabemos qué interpretaremos.

-Vamos Miguel, intentémoslo al menos. Te propongo lo siguiente: esta noche ambos buscaremos un pieza que tú puedas interpretar con el piano y que yo pueda cantar. Si mañana a mediodía no tenemos nada, pues desistimos, ¿vale?

Y así fue. Ambos buscamos como desquiciados por todos lados una obra que estuviese a la altura del festival y que además nos quedara bien a ambos. Sin embargo, no logramos encontrar nada acorde luego de una larga noche de búsqueda. Me sentí un poco frustrado, porque muy en el fondo me había entusiasmado con la idea de participar y presentarme delante del público en aquel majestuoso teatro del instituto, a pesar de que me mostraba pesimista delante de Lev.

A la mañana siguiente ambos acudimos a nuestras respectivas clases. En un receso a media mañana, salí a uno de los jardines para leer un poco de otro viejo libro que papá conservaba en unas cajas en el apartamento. Se trataba de un libro que compilaba algunos poemas sobresalientes de Goethe en Alemán y su traducción al español, en la contraportada figuraba la firma de mi madre y una fecha, lo que indicaba que había sido suyo. El primer poema se titulaba Der Erlkönig ,  apenas recorrí con la vista aquellas incomprensibles líneas en Alemán, mi  atención se centró en la traducción. En español se titulaba El Rey de los Elfos, me pareció muy interesante e inmediatamente captó mi atención. Se trataba de un padre que llevaba a su hijo enfermo en brazos, cabalgando a través del bosque en medio de la noche, el niño le avisa a su padre que ve al Rey de los Elfos y que le dice cosas tratando de convencerle de irse con él. Una nota a pie de página indicaba que según la mitología danesa, el Rey de los Elfos era presagio de la muerte y se le aparece a la persona que va a morir; además, su apariencia y expresión indican la forma en la que la persona ha de fallecer: una expresión de dolor es presagio de una muerte dolorosa, mientras que una expresión pacífica indica una muerte tranquila. La leyenda también dice que todo aquel al que toque el Rey de los Elfos, debe morir.

Mi curiosidad aumentó aún más cuando en una siguiente cita decía que Franz Schubert había convertido el texto en lied, es decir, le había puesto música al poema y era para ser interpretado por una voz solista. Un presentimiento me decía que podría servirnos para que Lev y yo participáramos en el festival. De inmediato saqué mi celular y me dispuse a indagar por la web. En una reseña de internet decía que la obra era bastante demandante, tanto para la voz como para la interpretación en piano. En primer lugar, el cantante debía interpretar alternadamente cuatro personajes: el narrador, el hijo, el padre y el Rey de los Elfos. Cada uno con un ritmo y una escala vocal diferentes. En el caso del acompañamiento en piano, la dificultad recaía en la rapidez de la pieza, la cual es tocada en octava para recrear el clima de terror y suspenso, además de contener tresillos de forma repetida para simular el galope del caballo.

De inmediato miré en YouTube para saber si se encontraba algún video de la pieza. Se desplegó una lista algo larga y al final me decidí por la interpretación del barítono Dietrich Fischer-Dieskau y el pianista Gerald Moore. Lo que escuché me fascinó de tal manera que la escuché una y otra vez por largo rato, prestaba atención a la intensidad de la obra, los cambios de tono del cantante, la rapidez de la melodía, todo me encantaba.

Cité a Lev de inmediato para darle a conocer mi descubrimiento. Él también escuchó varias veces la obra, con expresión seria. Movía su dedo índice sobre la mesa al ritmo de la música.

-Me encanta demasiado –dijo Lev-

-Está genial. Pero si te gusta, ¿por qué estás tan serio?

-Es que es bastante compleja Miguel. Tengo miedo de no poder estar a la altura.

-No te preocupes, practicaremos y nos saldrá de maravilla. Ya verás.

Los días previos a la audición nos dedicamos a practicar lo máximo posible. La primera vez que toqué la canción, terminé con la mano derecha acalambrada. Lev me miró con preocupación, pero yo le devolví una sonrisa de confianza. A penas se me pasó el calambre, continué. Poco a poco iba mejorando la velocidad de mis dedos sobre las teclas del piano. Escuché la canción miles de veces para conocerla de cabo a rabo. Vi como poco a poco lograba sumergirme en ella, a sentirla, a olerla e incluso saborearla. Todo ello me permitía mejorar mi desenvolvimiento.

A Lev le tomó menos tiempo compenetrarse y comprender completamente las variaciones de la obra. Se lo veía confiado, desenvuelto. Y es que Lev tenía una voz impresionante. Tenía un timbre potente, y además poseía la capacidad de variarla tan drásticamente y sin esforzarse demasiado, o al menos eso parecía. La primera vez que lo escuché cantar la canción, me convencí de que nos iría excelente.

-¿Por qué me vez con esa cara de tonto, lo hice mal? –Me preguntó con preocupación al terminar de cantar-

-Es que estoy emocionado. Cantas bellísimo –Lev se ruborizó y soltó una risita nerviosa-

La noche antes de la audición, la pasamos en mi casa practicando toda la noche. Debo reconocer que habíamos dado en el clavo, habíamos logrado interpretar esa obra casi a la perfección, ambos nos complementábamos y todo fluía de manera casi natural. A las 3:00 a.m. decidimos que ya habíamos practicado bastante. Preparé sándwiches para ambos y nos fuimos a dormir. Era la primera vez que Lev se quedaba a dormir, el apartamento sólo tenía una habitación así que compartimos cama. Me sentí un poco nervioso al principio puesto que hacía muchísimo tiempo no dormía junto a alguien, y menos junto a un chico tan hermoso y talentoso como Lev.

Al siguiente día ya frente al jurado nos dispusimos a interpretar la obra escogida por los dos. Entramos a la sala y nos presenté a ambos.

-¡Hola! Mi nombre es Miguel y él es mi compañero Lev. Les interpretaremos la adaptación del poema de Goethe Der Erlkönig hecha por Schubert.

Me dirigí al piano y tomé asiento mientras Lev se quedaba en el centro del escenario. Ambos proyectábamos seguridad, eso era lo que habíamos acordado a pesar de estar muriéndonos de nervios.

Comencé a tocar luego de la señal de uno de los jurados. Al poco tiempo inició Lev. De vez en cuando dirigía la mirada hacia el jurado y veía la cara de satisfacción de la mayoría. Nuestra confianza aumentó. Ambos nos dejamos llevar por la música, Lev complementaba lo que cantaba con su expresión corporal. Le imprimía una fuerza enorme a la interpretación, lo que hacía que el acento alemán sonara auténtico. Les estábamos rindiendo una especie de homenaje a Schubert y Goethe.

Al finalizar la presentación el jurado sonreía complacido.

-Nos gustó mucho su trabajo muchachos –dijo uno de los profesores que integraba el jurado- Hay ciertos detalles que perfeccionar para que sea una interpretación impecable. Pero nada de qué preocuparse.

-A mí me gustaría proponer algo, si me lo permite el resto de mis colegas –dijo la profesora que aparentaba ser la de mayor edad y la más experimentada. El resto de los profesores asintió- Me complacería mucho si este fuese el número de cierre del festival.

Los demás profesores expresaron su conformidad y les pareció una buena idea. Mientras que Lev y yo nos mirábamos las caras al sabernos con tal responsabilidad.

-Sin embargo –continuó la profesora- deben perfeccionar esos detalles que les indicó John, él mismo les ayudará. Felicidades muchachos y mucho éxito. Confiamos en ustedes.

Al día siguiente comenzamos a trabajar a toda marcha. Los profesores nos indicaban a cada tanto los detalles que debíamos mejorar. A Lev le indicaron que debía ser muchísimo más expresivo que en la audición, interpretar con gestos más pronunciados lo que iba pasando a lo largo de la historia contada a través de la canción: el desespero del padre, el terror del hijo y la maliciosa seducción del Rey de los Elfos. En cuanto a mí, las indicaciones se dirigían a cuidar la velocidad de la pieza, debía saber a la perfección en qué momento aumentar la fuerza, cómo hacer las variaciones de manera sutil y que no se escuchara un cambio demasiado brusco.

Todas y cada una de las recomendaciones fueron acatadas por nosotros. En las dos semanas previas al festival Lev literalmente se mudó conmigo a mi apartamento y pasábamos largas horas ensayando, leyendo, viendo televisión en nuestros ratos libres y haciéndonos compañía. Ambos teníamos mucha ansiedad y necesitábamos de alguien que nos transmitiera seguridad y tranquilidad. Y la verdad sea dicha, hace mucho tiempo que anhelaba una compañía como la de mi nuevo amigo Lev; era inteligente, sincero, agradable, muy entretenido, y lo mejor de todo era que teníamos muchas cosas en común, comenzando por la música.

No pasaron muchos días cuando ya por mi mente se cocinaba la idea de si tenía sentimientos hacia mi amigo. En principio eso me perturbó un poco, sentía que aún no había superado lo de Santiago, y además me parecía que estaba haciendo algo indebido, aunque no pueda explicar por qué, en el fondo sentía que no estaba bien sentir algo por él. Comencé a rememorar el inicio de mi historia con Santiago, como todo comenzó tan rápido, tan de repente, muy apresurado e intenso; ahora con cabeza fría podía darme cuenta de que fue algo bastante descabellado y que sin duda alguna fueron nuestros impulsos quienes guiaron nuestro actuar. Sin embargo eso no impidió que se formara algo lindo entre nosotros, que por mi parte estaba seguro era genuino y sincero, aunque no me atrevería a asegurar si de parte de Santiago era igual.

La mañana de la presentación desperté justo al amanecer; me pareció bastante raro considerando que la noche anterior nos habíamos quedado despiertos hasta tarde haciendo un poco de improvisación. Lev inventaba canciones y yo lo acompañaba con el piano. A decir verdad, esa fue una de las mejores noches de nuestra convivencia pues nos reímos a más no poder y sentí que nuestras preocupaciones, ansiedad e inseguridades respecto al festival se desvanecieron por completo. Pero esa mañana la percepción que tenía de mi amigo definitivamente había cambiado, y es que hice una de mis cosas favoritas en todo el mundo: ver a la gente dormir. Sé que suena a desquiciado, pero en realidad me gusta mucho.

La claridad de ese día despejado se colaba íntegramente por la gran ventana de la habitación, sin que las cortinas blancas fuesen un impedimento. La tez nívea de Lev relucía con ese brillo especial que sólo puede otorgar el astro rey. Se lo veía apacible, con su expresión completamente relajada, como si nada en este mundo pudiese despertarlo. Pude contemplar con detenimiento todos y cada uno de los detalles que formaban el conjunto armonioso de su cara. Me entraron unas ganas locas de tocarlo y sentir su suavidad, pero me controlé. En realidad sólo pude controlar mis manos, porque mi mente comenzó a imaginar cómo se sentiría su piel tersa y tibia entre mis dedos, imaginaba como sería la sensación de esa piel con escaso vello, en mis labios. Lev me inspiraba una ternura indescriptible, me despertaba unas ganas inmensas de abrazarlo y estrecharlo contra mi piel para sentir su calor.

En ese momento caí en cuenta en lo solo que estaba. A pesar de tener a Lev a mi lado en ese instante, en realidad no tenía a nadie; o al menos eso es lo que me parecía. Sin dudas tenía la necesidad de que me abrazaran, de que llenaran ese lugar que había dejado Santiago, y que estuvo vacío por mucho tiempo hasta que Lev irrumpió en mi vida aquella tarde. Nunca, hasta ese momento, me di la oportunidad de que alguien entrara en mi vida por estar siempre metido en mi música, queriendo sumirme lo más que pudiera en ese mundo tratando de que llenara todos los vacíos que habían en mi vida, incluso los afectivos. No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas. Lágrimas de dolor, de pena, de soledad.

Estaba tan sumergido en mis propios pensamientos que no me percaté de que Lev había despertado. Simplemente abrió los ojos, sin moverse, y ahora era él quien me observaba.

-¿Pasa algo, Miguel?

Su voz era un poco ronca, tal como es la primera voz que sale de nuestras bocas al despertarnos. No pude responderle al instante, me conocía muy bien a mí mismo y sabía que al abrir la boca no podría contener el torrente de lágrimas que tenía aguantando, así que simplemente le sonreí, negué con la cabeza, me paré de la cama y salí de la habitación. Al cerrar la puerta tras de mí, respiré profundo varias veces. Intentaba pensar en cosas positivas para darme ánimos. Salí al balcón a tomar aire y ver a la gente que pasaba por la calle a esa hora de la mañana. En ese momento sentí que una piel tibia hacía contacto con mi propia piel, era el torso de Lev que hacía contacto con mi espalda, ambos estábamos sin camiseta. Lev me estaba abrazando.

-No tienes por qué sentirte triste –dijo con en voz baja justo en mi oreja, pude sentir su aliento tibio- Hoy es nuestro gran día, y yo estoy aquí contigo. No estás sólo.

No pude evitar que mis ojos se humedecieran con lágrimas nuevamente, pero respiré profundo varias veces y logré calmarme. Me di la vuelta y lo miré directamente a los ojos.

-Gracias -fue lo único que atiné a decir. No podía más que agradecerle y devolverle ese abrazo cálido que tanto necesitaba.

  • Y ahora ¡andando!, tenemos muchas cosas por hacer hoy.

Y era cierto, ese día lo pasamos enteramente ocupados afinando los últimos detalles. Ese día debíamos recoger nuestros trajes e ir a la prueba de sonido. Desde la tarima, el lugar se veía imponente, las butacas y el telón aterciopelado rojos me hacían sentir en un teatro antiguo y que en pocas horas estaría lleno de personas importantes y aristócratas vestidas con ropa de época. La acústica era perfecta, se escuchaba el sonido muy fuerte y perfectamente nítido, allí hicimos nuestro último ensayo.

Justo a las 6:30 de la tarde dio inicio el último día de presentaciones del festival, mientras yo sentía que mi corazón iba a salirse y que mi estómago devolvería todo lo que había comido durante el día.

-Cálmate, todo nos saldrá excelente –dijo Lev mientras tomaba mis manos entre las suyas-

-¿Estás tratando de darme confianza mientras tus manos tiemblan y están heladas? –dije riendo al ver que Lev estaba en mi misma situación-

Finalmente era nuestro turno. Sentí que una ola de calor bajaba de mi cabeza hasta mis pies, mientras instantáneamente una ola de frío me atravesó de los pies a la cabeza. Al entrar al escenario pude observar que todo teatro estaba completamente lleno, y que la vista del público estaba atenta a nuestros movimientos, esperando en silencio que comenzáramos. Me senté en el banquillo frente al piano, en una silla justo a mi lado estaba un niño de unos 12 años sentado en una silla, era quién pasaría las páginas de la partitura, me miró aterrado mientras yo le sonreí.

A penas comencé a tocar, mis nervios desaparecieron completamente. Me enfoqué en el sonido de la música, y a penas Lev comenzó a cantar, supe que lo estábamos haciendo bien. Tal y como en los ensayos, Lev cantaba con el corazón, la voz le salía de lo profundo de sus entrañas y salía con una fuerza abrumadora. Cada vez que interpretaba las estrofas del niño, un escalofrío recorría mi espalda y mi nuca, el terror y la desesperación podían sentirse, además de la cara y los movimientos que hacía, era el complemento perfecto para que el espectador pudiese  transportarse a ese bosque oscuro y frío. Nuestra interpretación terminó tan abrumadora como es, con unas notas finales tétricas que anunciaban un desenlace fatal. En el teatro se produjo un breve silencio, como si todo el auditorio hubiese quedado mudo unos instantes para luego estallar en una gran ovación de pie. Esa noche era nuestra, nos habíamos lucido.

Esa misma noche en el ascensor de mi edificio, besé a Lev con mucha pasión, era primera vez en tanto tiempo que besaba a alguien. Me sentía extasiado por el éxito de esa noche, además habíamos bebido mucho, todo fue propicio para que diera ese paso que me había planteado la  noche anterior, y que rondó en mi cabeza desde que Lev y yo nos hicimos cercanos.

A pesar de estar un poco contrariado, él me correspondió el beso. Entramos al apartamento mientras nuestras lenguas luchaban ardientemente en nuestras bocas, y mientras uno respiraba el húmedo aliento del otro. Sentía la cara caliente y mis oídos zumbaban producto de mi excitación. No pasó mucho tiempo cuando comencé a recorrer el cuerpo de Lev con mis manos. Ese cuerpo firme y delgado me traía muchos recuerdos que decidí sacar de mi mente al instante. Entramos a la habitación y ya sólo traíamos puesto nuestra ropa interior. Una vez en la cama Lev se puso encima de mí y me miró a los ojos.

-¿Estás seguro de que quieres hacer esto? –me preguntó-

-Estoy seguro, ¿acaso tu no quieres?

-No es eso, sí quiero. Es solo que ambos tenemos asuntos sentimentales sin resolver, y pienso que… -lo interrumpí con un beso-

-No te preocupes por eso en este momento, Lev. Hoy sólo sintamos, luego resolvemos nuestros asuntos pendientes y veremos si de esto puede nacer algo hermoso.

Ahora era yo quién estaba encima de Lev. Besaba su cara entera, tal como hice con Santiago alguna vez: besaba sus ojos, su nariz, sus mejillas, su frente, todo. Continué mi labor besando su cuello tiernamente, sentía que debía retribuirle todo lo que había hecho por mí en el tiempo que había transcurrido desde nuestro encuentro por primera vez, y por eso me esforzaba en hacerlo sentir muy bien con muchas caricias. Mi boca prontamente besó uno de sus pezones, para luego chuparlo un poco antes de hacer lo mismo con el otro. Lev suspiró.

Luego de besar y lamer la mayoría de su cuerpo, Lev se incorporó e hizo que me recostara en la cama, era su turno. Sin mucho rodeo tomó mi miembro erecto en sus manos y comenzó a acariciarlo, luego lo introdujo en su boca y comenzó a succionarlos deliciosamente llevándome a la gloria. De pronto se detuvo y se incorporó con decisión, se puso sobre mí a horcajadas y tomando con una mano mi pene, lo dirigió hacia su ano y fue introduciéndolo poco a poco arrancándonos suspiros de placer a ambos. Subía y bajaba lenta y rítmicamente desbordando sensualidad, yo acariciaba su piel de porcelana con mis dedos, y él de cuando en cuando se inclinaba para besarme.

Poco a poco fue aumentando la velocidad de sus movimientos y yo me sentía cerca del orgasmo. Tomé su pene en mis manos y comencé a masturbarlo, mientras de su boca surgían leves suspiros y suaves gemidos. Ambos llegamos al orgasmo con segundos de diferencia. Permanecimos abrazados en mi cama sin decir nada hasta que finalmente el sueño nos venció.

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Santiago había regresado a la ciudad luego de haber pasado unas excelentes vacaciones en la Isla de Margarita; sin embargo, persistía su sentimiento de tristeza por haber recordado a Miguel el día de su cumpleaños. Ese recuerdo inicial hizo que Miguel se instalara en sus pensamientos los días consecutivos, y lo ocurrido con Scott hizo que extrañara aún más a su antiguo novio. Le hizo recordar aunque sea vagamente y por una noche, lo que se sentía estar en la intimidad de una habitación con alguien, de ser el centro de los besos y las caricias de otra persona.

Ahora se encontraba de nuevo en la capital, esperando que pasaran los pocos días que quedaban de las vacaciones para iniciar de nuevo las clases en la universidad, la vía de escape que lo alejaría de los pensamientos nostálgicos que lo acosaban últimamente. Estaba seguro de que tener todo el día y parte de la noche ocupados con sus múltiples obligaciones, le evitarían pensar en Miguel y la maravillosa vida que tendrían si no hubiese metido la pata hasta el fondo. Quizás y solo quizás sería una vida maravillosa, él no tenía la certeza de ello, pero le encantaba fantasear que así sería.

Santiago no pudo evitar la tentación de revisar el Facebook de Miguel, hace mucho tiempo que no lo hacía porque sentía que se torturaba a sí mismo; antes revisaba todos los días para ver si veía algo nuevo que le hiciera ver como era la nueva vida de Miguel, sus nuevas amistadas, pero nunca lo conseguía. Esta vez Santiago encontró que Miguel era más activo en esa red social, publicaba fotos y era etiquetado por otras personas en fotos en las que él aparecía.

Santiago se concentró en su nueva foto de perfil, le llamó mucho la atención y lo hizo sentirse orgulloso. La foto era muy imponente, en ella se veía a Miguel sentado frente a un piano de cola bastante impresionante, vestido muy elegantemente, y con una expresión en su rostro que a pesar de ser firme, transmitía pasión, mucha pasión. Lo siguiente que captaba su atención en la foto era un chico muy hermoso que estaba cerca del piano y aparentaba estar cantando, o más bien daba la impresión de estar actuando o declamando. La expresión de su rostro era bastante inquietante, parecía que estuviese atravesando por un intenso sufrimiento, la mano en su pecho reflejaba dolor. A la imagen la complementaba un escenario muy elegante y un chico al lado de Miguel que en ese momento pasaba la página del cuadernillo sobre el piano donde aparecen las partituras.

Continuó viendo las fotos de Miguel, tanto las que había subido él mismo como las que le habían etiquetado. Seguía siendo tan hermoso como siempre, sólo que ya no tenía la cara aniñada, sus facciones se hicieron un poco más fuertes, más masculinas, tenía el cabello un poco. Pero había dos cosas que no cambiaron en absoluto: su sonrisa y su mirada. Conservaba esa sonrisa que mezclaba a la perfección candidez y sensualidad en partes iguales, y esa mirada que te hace confiar en él y sentirte seguro pero que a la vez era vivaz y con una pizca de suspicacia.

A pesar de sentirse muy feliz por la nueva vida de antiguo novio, a Santiago lo entristeció el hecho de que en la mayoría de las fotos el chico rubio aparecía con él, aparentaban ser una pareja, y a su lado Miguel se veía muy feliz, en su mirada había un brillo especial.

Tal como ya sabía, ver las fotos de Miguel le harían empeorar su situación, sin embargo quiso tomar el riesgo, porque de alguna manera quería sentirlo cerca de nuevo, quería abrazarlo aunque fuese un instante y decirle de nuevo que lo sentía, quería recordarle que aún lo amaba, y que a pesar de todo, muy en el fondo albergaba la esperanza de volver a estar junto a él, de volver a tenerlo entre sus brazos.

Por su parte Miguel había regresado a su país un día antes de su cumpleaños, su papá le convenció de hacerlo puesto que él no podría viajar hasta Nueva York por encontrarse enfermo, a Miguel no le pareció mala idea así que aceptó.

Lev y Miguel intentaron iniciar una relación luego de haber estado juntos esa noche después de su presentación en el festival. Y la verdad es que las cosas no variaron demasiado, seguían actuando como cuando eran amigos, con la diferencia de que tenían sexo ocasionalmente y las muestras de afecto eran más íntimas. Sin embargo, Santiago siempre estaba presente en la mente de Miguel. No podía evitar recordar lo que hacía, sus expresiones, ocurrencias, y todas las innumerables cosas que le encantaban de él, casi nunca recordaba lo malo que había sucedido, y cuando lo hacía, ya no le dolía como antes. Se sentía un poco culpable de tener ese tipo de pensamientos, había aceptado que seguía teniendo sentimientos hacia su antiguo novio y albergaba muy profundamente en su corazón volver a estar con él y que las cosas fuesen como antes.

Una noche Miguel y Lev salieron juntos a una fiesta. En un primer momento a Miguel no le pareció una buena idea pues no conocía del todo a las personas que irían.

-No seas bobo Miguel, claro que conoces a Sarah, la fiesta es en un local que es de su hermano y va a ir muchísima gente del instituto. Además vamos juntos.

-Pero es que las fiestas no son lo mío. Ve tú, no quiero amargarte la noche.

-Me arruinarás la noche si no vas conmigo.

Lev dejó de rogarle y se sentó en el sillón con los brazos cruzados y cara muy seria, parecía un niño haciendo rabieta porque no le dejaron hacer lo que quería. A Miguel no le quedó otra alternativa que ceder y acompañarlo. En principio se sentía cohibido, sentía que no encajaba, pero Lev se esforzaba por hacerlo sentir bien y que finalmente entrara en ambiente; poco a poco Miguel se fue soltando gracias a los efectos del alcohol, hasta que quedó totalmente desinhibido. A Lev le encantaba esa personalidad que no había visto hasta ese momento y le encantó. Ambos bailaban y reían con sus amigos disfrutando al máximo de la noche.

Bailaron sin parar hasta las 4:00 de la mañana, Miguel  había bebido demasiado y estaba muy borracho, en cambio Lev estaba sobrio pues bebía con más moderación, nunca le había gustado esa sensación de estar borracho y además odiaba la resaca el día después.

Luego de un gran esfuerzo, Lev pudo acostarlo en la cama. Entre risas pudo quitarle la ropa y ponerle el pijama, la situación le divertía muchísimo porque su novio balbuceaba agradecimientos y halagos que  apenas se entendían. Entre esos balbuceos escuchó el nombre de Santiago.

-¿Qué pasa con Santiago, amor? –Le preguntó Lev con curiosidad- ¿Lo extrañas?

-Lo extraño… Lo extraño muchísimo. ¿Podrías perdonarme? Yo sé que no te merezco, eres tan bueno conmigo y yo aún pienso en Santiago. No mereces que te haga esto.

Al día siguiente Miguel se despertó con una resaca terrible. Al levantarse Lev estaba en la cocina preparando desayuno para ambos.

-Pensé que te levantarías más tarde. Siéntate, ya pronto estará el desayuno –le dijo Lev con una sonrisa algo burlona al ver la cara que traía Miguel-

-Esta era una de las razones por las que no quería ir –respondió Miguel refiriéndose a la resaca haciendo puchero mientras tomaba una taza de café que le había dado Lev-

Esa mañana mientras desayunaban, Lev le contó a Miguel sobre la pequeña conversación que tuvieron la noche anterior sobre Santiago. Miguel sentía morirse de vergüenza. No entendía como pudo beber hasta tal punto de no acordarse bien de lo que había sucedido la noche anterior. Pero sobre todo, no podía perdonarse haber puesto a Lev en esa situación tan incómoda. Sin embargo, la actitud de Lev fue siempre comprensiva, porque al fin y al cabo él sabía los sentimientos de Miguel hacia Santiago y estaba completamente convencido de que ambos debían hablar con calma y sinceridad alguna vez, para que finalmente pudieran superar esa etapa y curar esa herida que ambos tenían abierta.

-Créeme Miguel, a veces para terminar de irse, es necesario regresar.

Esas palabras de Lev quedaron profundamente marcadas en su pensamiento. Mientras iba en el avión con destino a su país, le estuvo dando vueltas a la idea de reencontrarse con Santiago a ver que sucedía. Finalmente llegó a la determinación de que lo haría, sin importar lo que sucedió o lo que pudiese llegar a suceder, buscaría a Santiago y hablarían con sinceridad, intentaría resolver ese asunto que ambos cargaban a cuesta.

Días después de su llegada, Miguel no había tenido tiempo de hacer lo que había resuelto. La celebración de su cumpleaños, las visitas de su familia y las atenciones de su padre no le habían dado la oportunidad de planear el reencuentro con Santiago, se sentía un poco frustrado por ello pues su tiempo era limitado, en pocos días debía regresar y ni siquiera había podido averiguar si Santiago estaba en la capital, si estaba en casa de sus padres o incluso en casa de sus abuelos por las vacaciones.

Una tarde, el padre de Miguel le pidió que fuese a recoger un paquete a un centro comercial que quedaba muy cerca del departamento de su padre. A Miguel encantó la idea porque le permitiría salir de casa un par de horas y podría pensar con tranquilidad qué haría para cumplir su cometido. Ese centro comercial le traía muchos recuerdos de su infancia. Muchas veces en vacaciones iba allí con su padre, veían una película en el cine, comían algo y luego subían a comer helados a la terraza  desde donde podía apreciarse una vista impresionante de la ciudad. A Miguel se le antojó muchísimo comerse uno de esos helados mientras veía el sol ponerse.

Santiago también había decidido ir a dar una vuelta al centro comercial para despejarse, pues quedaba muy cerca de donde él y Marco vivían. Deambulando por los pasillos viendo vitrinas sin realmente prestarles atención, le pareció ver a alguien parecido a Miguel. Trató de enfocar la mirada pero rápidamente le perdió de vista entre la gente. Su corazón latía muy fuerte y tenía el presentimiento de que se trataba de él, así que decidió caminar por el sitio en que lo había visto irse.

Recorrió pasillo tras pasillo por al menos media hora, pero no logró verlo. Sentado en un banquillo cercano a una fuente trataba de pensar, pero en realidad no podía. En su mente había un torbellino de pensamientos que hacían un ruido ensordecedor en la cabeza de Santiago. Agobiado y un poco mareado por la situación, emprendió el camino hacia la terraza del centro comercial con la intención de tomar un poco de aire fresco. Al llegar allí fue cuando se materializó la figura que antes había creído una visión. Miguel estaba recostado en una de las barandas de la azotea viendo hacia la ciudad. Desde su posición, Santiago podía verlo de espaldas, y aunque sólo podía verle uno de los perfiles de su rostro, sabía con toda seguridad que se trataba de Miguel, de su Miguel. El corazón de Santiago latía cada vez más fuerte mientras se acercaba hacia su amado lentamente con pasos inseguros. ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría al verlo? ¿Aceptaría hablar con él? Era la clase de preguntas que pasaban por su mente.

Santiago se detuvo súbitamente al ver que Miguel cambió de posición incorporándose, como si fuese a irse. Las piernas de Santiago temblaban y su respiración era entrecortada. Finalmente, Miguel giró y se vieron frente a frente, el tiempo se detuvo para ellos. Santiago continuó su recorrido mientras Miguel lo miraba con incredulidad. No podía creer que él estuviese allí, que los planes que estaba haciendo en su cabeza finalmente no servirían de nada porque la vida ya tenía sus propios planes, y esos planes los llevaron a ambos al lugar en donde estaban.

Frente a frente, Santiago pudo mirar de cerca nuevamente esos ojos verdes en los que tantas veces se había sumergido. Pudo detallar minuciosamente cada uno de los detalles del rostro de su amado, pudo confirmar que seguía tan hermoso como lo recordaba. Pudo comprobar que sus labios seguían siendo tan magnéticos como siempre. Sin poder contenerse, lo besó.

Lo besó profundamente como nunca había besado antes. Era como si quería hacerle saber a Miguel con ese beso que aún lo amaba con todas sus fuerzas, que no había día en su vida que no lo recordara y recordara todas las cosas que le había hecho, el sufrimiento que le había causado. Pero que también recordaba a diario la felicidad que le había regalado, las cosas que le había enseñado. Inevitablemente lágrimas cargadas de emociones rodaban por las mejillas de ambos.

-No puedo creer que estés aquí –dijo Santiago con dificultad por el llanto y la emoción - No sabes lo arrepentido que estoy de todo lo que pasó, Miguel. No sabes cuantas veces me lo he recriminado. Yo sé que no lo merezco pero quiero que me perdones, y quiero que sepas que aún te amo. Te amo con locura, te amo como la última vez que nos vimos.  Sólo quiero que sepas eso, no importa si no me perdonas, no importa si ya no me amas, sólo quiero hacerte saber que estoy arrepentido con sinceridad y que mis sentimientos hacia ti fueron y siguen siendo auténticos. Te amo Migue, te amo demasiado.

Para Miguel solo eso bastaba. Era lo que necesitaba escuchar, necesitaba saber que Santiago aún lo amaba y que su arrepentimiento era de corazón. Sus ojos se lo decían, sus lágrimas se lo confirmaban. No pudo hacer nada más que abrazarlo; era lo que su corazón le pedía. Necesitaba sentirlo cerca de él, necesitaba llenar el espacio que estuvo vacío por tres años y que sólo él podía llenar. Necesitaba sentir su calor, oler su perfume, sentir su piel.

Ambos se abrazaban con todo el amor que se tenían, como si deseaban fundirse y renacer en uno solo. Se aferraban a lo que tanto amaban, se aferraban para no dejarse ir  nunca más.

Fin