¿Soy puta o me putea? Este es el dilema.

Me hicieron zorra como toda mujer desea, sin poder oponerme, sin querer evitarlo. Cuando se suceden incidentes morbosos, su causa es que soy puta o que soy accesible al puteo. Mi último relato os ayudará a clarificarlo.

Me he descrito alguna vez ya, soy Mayte, de Cartagena, 34 años, 165 cmts. de altura, bonito y cuidado cuerpo, y aunque he dudado, al final he decidido contaros a todos una aventura real, que me sucedió hace unos días.

El pasado jueves, mi marido me informó que sus amigotes y él pensaban realizar una cena “de negocios” en un conocido restaurante de Cartagena. Demasiado sé, cuales son los negocios que se llevan, comida, bebida, copas, y chicas, aunque parezca extraño leyendo algún otro de mis relatos, soy bastante celosa y no me gusta que andes con “zorritas” por ahí, y sabía perfectamente que la cena era una excusa para echar una “canita al aire”. Por el olor a alcohol, a tabaco que traía a su vuelta a altas horas de la madrugada estoy segura que venía de pasarlo muy bien.

Al día siguiente me desperté de muy mal humor, sin esperar a que se levantase, me duche, arreglé mi pelo, me puse una minifalda vaquera, y un ceñido top, cogí la cartera repleta de tarjetas de crédito y decidí cobrarme en compras mis presuntos cuernos. Ahora lo pienso, y no le veo relación a la minifalda con las compras, supongo que pensaba en gustar y en que me mirasen los tíos al pasar, me encanta que me digan piropos y guarrerías, si no se pasan mucho de rosca. Me monté en su coche, y disparada para Murcia, en la mesilla dejé una nota que ponía:

Cariño, como estarás cansado y no quiero molestarte, me voy a Murcia, en tu coche, a gastarme una cantidad indecente de dinero. No te importa, ¡verdad! Cuando acabé volveré. Hazte tú el desayuno y si no he venido a la hora de la comida… ¡Te buscas la vida!

Una vez en Murcia, dejé su querido coche en el parking de “El Corte Inglés”, cuando ascendía por la escalera automática del parking al centro comercial, empecé a notar miradas lascivas de los hombres que pasaban a mi lado, y es que la minifalda tapaba muy poco, y en la escalera automática nada. Los hombres que subían unos cinco o seis escalones detrás podían observar la mitad de mi culito perfectamente.

Me pregunté por qué me había puesto una falta tan corta, y tras volver a mi mente el ataque de cuernos de la fiestecita de mi marido, pensé… ¡Por eso para que disfruten otros machos también conmigo!

Vuelto al estado de derroche malhumorado que había decidido y presidido mi huida temporal del hogar, fui de forma metódica visitando  todas las boutiques que encontraba a mi paso, Síntesis, Amitié, Burberry, Tommy Hilfiger, Purificación García, Adolfo Domínguez, Liz Claiborne, Roberto Verino, y un largo etcétera. No sé por qué no fui enviando las bolsas de compras a la recogida del parking, pero el caso es que tres horas después llevaba tantas bolsas que casi no me cabían en la mano, y una factura que ascendía a alrededor de 2.500 euros. Como comprometía mi equilibrio decidí bajar al garaje a dejar las bolsas en el coche e irme a comer a algún sitio. Pasé por delante de la boutique de Kalvin Clein Denim (tienda vaquera), y vi una blusa rosita que era una preciosidad, de la que emanaba el estilo Kalvin por los cuatro costados, no podía esperar, ¡desde luego que no!. La dependiente me miró asustada, con tanta bolsa no podía coger la blusa, así que optó por sujetarlas y tras comprobar mi exceso de interés por la prenda, me indicó que ella me guardaba las bolsas mientras entraba al probador.

Toda ilusionada, pensando en engordar la factura a mi marido, cien euros no vendrían nada mal, me dirigí hacia el probador. De pronto me percaté de la presencia de tres chicos, rubios, bastante atractivos, jóvenes (unos veintidós años como mucho) y muy altos, y cuando digo muy altos, me refiero a casi dos metros. ¡Joder que pértigas!… pensé.

Al pasar por su lado, oí risitas y miradas de soslayo, no parecían españoles ninguno de los tres, y el idioma les delataba. Alguna guarrería debieron decir para que les oyera, pero como no les entendí, no les hice ni caso. Juro que fue sin querer, pero la blusa, al ser tan fina, se me escurrió de las manos, yendo a parar al suelo, a unos tres metros de los chicos. La vergüenza me hizo que me agachara a recogerla sin tener en cuenta la longitud de mi minifalda, doblé mis piernas y me agaché frente a ellos, no sé si pudieron llega a ver algo o no, pero por la exclamación, que por supuesto no entendí, debieron ver, al menos, el color de mi tanguita perfectamente.

Me levanté, ya las piernas me temblaban, un poco de nerviosismo y un poco de gustito por una exhibición inesperada y además no buscada. Anduve entre sus miradas y comentarios hacia el probador. Al mismo se entra por un quicio sin puerta, que da a un pasillo a derecha e izquierda, siendo todo el frente de probadores, torcí a la derecha, pero inmediatamente me lo pensé mejor y volví sobre mis pasos, metiéndome en el probador frente a la puerta, pero escorado a la izquierda.

Colgué la blusa en el perchero, y cogí la puerta para cerrarla, obviamente hice como que intentaba cerrarla, y no pudiendo hacerlo la dejé entornada. Desde el interior podía observar parte de la tienda vaquera, al estar el probador hacia la izquierda y cerrarse la puerta hacia la derecha, quien se colocará en esa parte de la tienda podía observar parcialmente el interior, y por tanto a mí.

De reojo miraba para ver si los jóvenes se colocaban en el sitio apropiado, esperé unos treinta segundos que me parecieron eternos, ya desesperaba y comencé a tirar del top hacia arriba para sacarlo por mi cabeza, cuando la pieza iba subiendo pude observar que uno de ellos, se encontraba colocada en el lugar idóneo y hacia señas a los otros dos para que se acercaran a mirar por el hueco.

Mas contenta y excitada continué quitándome el top, quedando en sujetador, me encanta ese sujetador, es muy erótico y bonito. No tenía prisa para probarme la blusa, así que opté por masajearme un poquito las tetas, por encima del sujetador. Con el rabillo del ojo, observaba que hablaban entre ellos, debían estar diciendo burradas, pero ni les oía ni seguramente les entendería.

Una vez que había ganado su atención me puse de espaldas y me quité el sujetador, algo que evidentemente no hacía falta, seguí dándome masajes a las tetas de espaldas, y poco a poco fui girándome, cuando por fin estuve frente a la abertura, quité las manos de los pechos, quedando a la vista. Los chicos estaban muy contentos, y decían palabras que escuchaba pero no entendía. Me hice la tonta un rato, me probé la blusa, me quedaba perfecta, enseguida me la quité y volvieron a arreciar los comentarios, tras unos segundos de exhibición, me puse el top esta vez sin sujetador.

Los  chicos querían más, así que con cuidado metí la mano debajo de la minifalda, y moviendo mis caderas para no enseñar nada, fui bajándome la tanga, hasta los tobillos, una vez allí, jale de ellas y me las saqué levantando respectivamente una y otra pierna, en ese tiempo no pude observar sus caras, pendiente de la maniobra, pero cuando terminé, se movían nerviosos poniéndose las manos en la cabeza y comentando algo en su idioma. Estaba tan caliente como ellos, mi coñito estaba tan húmedo que cuando guardé la tanga y el sujetador en el bolso, noté con la yema de mis dedos la humedad de la zona de la tanguita que estaba en contacto con mi coñito.

Salí del probador cruzándome con los chicos, que seguían hablando en su idioma, apresurando el paso, me acerqué a la dependienta, que ajena a todo, doblaba y ordenaba unas prendas de vestir. Le dije que quería quedármelo, y pagar con la tarjeta VISA, la saqué de mi cartera y se la entregué a la dependienta, firme el justificante de la compra. No quería mirar a los chicos, sentía una cierta vergüenza una vez fuera del probador en contacto con la realidad. Cogí mis bolsas y apresurando el paso salí de la tienda vaquera, y bajé por las escaleras automáticas hasta el parking, donde guardé las compras en el capó del coche de mi marido. Una vez liberada del peso, me senté al volante, encendí el alumbrado de cortesía interior, y me eché colorete y me repasé la pintura de labios.

Sintiéndome más atractiva, salí del vehículo, volviendo a subir por la escalera automática, en esta ocasión un joven de unos dieciocho años escasos, no dudó en bajar la cabeza para poder observar mi culito en su totalidad, la falda no tapaba mucho, menos mal que llevaba las piernas cerraditas, sino hubiese podido observar mi coñito.

Salí y con premura me dirigí al Restaurante Mississippi, es uno de mis preferidos en Murcia, se come de locura, además se encuentra a escasos cien metros del centro comercial. Como iba sola opté por sentarme en la barra y no coger una mesa, aunque siempre está lleno y es difícil pillar una.

Sentada en el taburete, abstraída, pensaba en mi exhibición y en los chicos, me habían parecido muy atractivos, pero era absurdo intentar intercambiar unas palabras, al ser extranjeros y desconocer su idioma.

Fui a pagar la comida, saqué la cartera y…   sin rastro de la tarjeta VISA, no estaba en ningún sitio, el camarero me miraba con aíre de pensar …¡Ya lo sabía yo!, busqué y busqué, pero no aparecía por ningún lado. El camarero se impacientaba, y ponía una absurda cara de hastío. Por fin me rendí…

  • ¡No está la tarjeta! Exclamé.

  • ¿Y como piensa pagar la cuenta? Me preguntó escéptico el camarero.

Estuve a punto de decirle una grosería. Me estaba poniendo nerviosa y me sentía ridícula. De mi derecha surgió una voz masculina que dijo…

  • ¿Cuánto importa la cuenta? No se preocupe señorita, yo la pagaré, con mucho gusto.

  • No, no, por favor, no es necesario, llamo a mi marido y que venga a pagarla.

  • Señora le repito que no es preciso que llame a nadie. No creo que sea excesiva y para mí será un honor invitarla.

  • Me da mucha vergüenza, no sé como he podido perder la tarjeta. Y el caso es que la he usado hace un rato en el Corte Inglés. Al decir esto caí en donde la había extraviado, y recordé como no la había recuperado tras ser usada para el pago de la blusa. Estaría en poder de la empleada del Corte Inglés.

  • ¡Ya caigo dónde está! Me la he dejado olvidada en el Corte Inglés. Si es tan amable de esperarme, voy y la recupero, vuelvo y le pago. Le dije al camarero mirándole a la cara. Su cara denotaba la indecisión, no sabía si acceder y fiarse, o correr el riesgo de dejarse estafar.

  • Insisto, yo pago la cuenta. Dijo amablemente el señor. Le doy mi número de cuenta y usted cuando quiera ingresa el dinero. ¿Se siente más tranquila así?

Viendo una solución a mi problema accedí.

La cuenta era poco dinero, 32 euros. El señor pagó dejando los 3 euros hasta los veinticinco de propina.

  • Gracias, muchas gracias. No sé como agradecérselo.

  • Pues aceptando que la invité a tomar café, pues una buena comida sin café no es de personas decentes.

Sonreí y con una leve inclinación de cabeza acepté la invitación. Fui a indicarle al camarero que quería y…

  • No, no, aquí no. Le invitó en la “Cafetería de los 9 pisos”, que está aquí al lado.

Salimos y nos dirigimos allí. Nos sentamos frente a frente en una mesa pequeña para dos. Y comenzamos a hablar de cosas banales, de donde éramos, nuestro estado civil, etc.

Pasado unos quince minutos, tocaba despedirse, a pesar de ser un gran conversador, pasó un minuto en silencio, que fue interpretado por mí con que ya era bastante y tocaba despedirse. Abrí la boca para proponer mi marcha, y me quedé con ella abierta, paralizada con el inesperado comentario que escuché…

  • He podido comprobar tanto el restaurante como aquí que no lleva usted bragas… Y no es que me moleste, muy al contrario, poder observar esa maravillosa tira de pelitos que asciende por su pubis, me ha encantado.

Debía tener una cara de gilipollas con la boca abierta y los ojos que no llegaban a parpadear impresionante, y más cuando siguió con su exposición…

  • Aunque he de decir, en honor a la verdad, que me habría encantado poder contemplar su vulva en todo su esplendor, por eso pagué su cuenta para poder traerla a una mesa más baja, donde poder en un descuido deleitarme con su sexo.

¡Esto es la leche! Pensé. ¿Y ahora qué? Debió leer mi pensamiento, pues añadió…

  • Soy un caballero, y usted una señora, que por lo que veo, no está falta de clase y estilo, aunque he de admitir que vestida con poco recato y sorprendentemente… …sin bragas. Paso sin más a decirle el objeto de invitarla a café, pues la invitación a comer puede darla por olvidada, sería incapaz de pedirle la devolución de este dispendio. He de admitir que he sido afortunado en los negocios y el dinero no es un problema, más bien un disfrute para mí, el exceso de tiempo libre me hace plantearme otras cosas, que podrían llamarse morbosas y  que para mí se llaman “vida”. Sin más paso a proponerle una aventura urbana, que me encantaría hiciera realidad, y que en ningún momento supondrá para usted un peligro físico. Sería para mí un grato aliciente y me consideraría pagado en exceso si durante quince minutos  fuera usted sumisa a mis consideraciones y órdenes, convirtiendo mis deseos en realidad, y superando sus comprensibles reticencias, con mi promesa de que en cualquier momento puede negarse a su comisión.

  • Me deja de piedra, no esperaba esto. Le respondí.

  • Debía usted esperarlo, es usted muy atractiva, tiene un cuerpo precioso, y le repito… …va sin bragas por la vida.

Pensé durante un minuto si aceptar o no la petición. La verdad es que el señor no desmerecía para nada, unos cincuenta y tantos años, tan bien llevados que parecía un actor de cine, guapo, perfectamente vestido con un traje de Hugo Boss, que no debía bajar de los mil euros, educado, cortes, rico, y…   …muy morboso.

Me sorprendí a mi misma diciendo…

  • Acepto, ha sido usted muy amable conmigo, y aunque no debiera, aceptó la propuesta, eso sí, rebajando el tiempo a diez minutos.

  • Acepto su propuesta. Respondió rápidamente, antes que cambiase de opinión. Son las quince horas veintiocho minutos, es usted mi esclava hasta las quince horas cuarenta minutos.

  • De acuerdo. Dije expectante (asumiendo que me había robado dos minutos) y comenzando a estar animada ante la propuesta, y el hecho de hacer algo hasta ahora desconocido e inédito en mi vida.

  • Abra usted sus piernas, y levante un poco la pelvis que pueda ver bien su coñito. El tono fue de orden, y no admitía dudas en lo tocante a su cumplimiento.

Moví la silla a la izquierda, para dejar expedita la visual, subí un poquito más mi minifalda, resbalé en la silla mis muslos, y elevé un poco la pelvis. Como él me indicó. Todo mi coño quedó en exposición. Lo miraba sin titubeos, examinándolo, con descaro, como si fuera suyo.

Volví la cabeza para detrás y la situación no había pasado inadvertida como yo creía, una pareja de unos veinticinco años, observaban embobados, con la boca abierta.

Durante un minuto, estuvo mirándome fijamente el coño. Torcía la cabeza a ambos lados  como buscando una mejor visualización y poder verlo en todas sus dimensiones.

  • ¡Precioso! Exclamó, ¡Precioso! ¡Precioso! repetía de forma incansable.

  • ¡Levántese y acérquese a mi lado, cerca de mi mano!

Así lo hice, y me paré pegada al reposabrazos de la silla. Aplicó su mano en mi muslo derecho, y la subió arriba y abajo.

  • Unos muslos de seda. Como deben ser.

La mano comenzó a subir lentamente, y se posó en mi pubis, acariciando mis cortos pelitos en forma de tira que tanto le gustan a mi marido.

  • ¡Abra las piernas!

Inmediatamente separé las piernas. Y sus dedos tocaron mis labios, mi coñito rezumaba.

  • ¡Está muy mojado! ¡Me encanta! Después de subir y bajar los dedos hasta que no quedó nada por tocar del coñito, metió dos dedos poco a poco. A estas alturas, para nada me dolió, me estremecí de gusto. Era un plus de placer el saberme observada, al menos por la pareja de veinteañeros.

Levantó la mano, en señal de que el camarero se acercará para pedir. Esté debía estar en viendo de lo que pasaba, pues inmediatamente estuvo con nosotros.

  • Camarero. Le dijo. ¿Puede usted observar donde tengo la mano metida?

  • Sí, sí, claro. Dijo tartamudeando el camarero.

  • ¿A usted le gustan los coños?

¡Vaya preguntita! Pensé, aunque ni me movía de lo impresionada que estaba.

  • Sí, sí, claro. Seguía tartamudeando.

Levantó mi minifalda, dejando a la vista mi pubis y sus dedos parcialmente dentro de mi coño.

  • ¿Le gusta el coño de esta mujer?

  • Sí, sí, claro. Digo no, no, no me gusta. Digo sí, sí. ¡Bueno no lo sé! ¿Quiere usted que me gusté o no? Replicó nervioso.

  • No sé chaval, lo que tú digas. Si te gusta te lo puedo ofrecer, pero si no te gusta, no es cuestión.

El camarero si le cae el techo encima en ese instante no se hubiese enterado y mucho menos apartado. A los tres segundos dijo…

  • Pues sí, sí que me gusta, y mucho.

  • ¿Te gustaría tocarlo?

  • ¿Puedo?

  • Sí claro, pero no aquí en el bar delante de todo el mundo.

  • Entonces…

  • Esta cafetería no tiene almacén.

  • Sí claro

  • Pues vamos allí, y por las molestias, te dejaré sobar además del coño, las tetas.

  • Vamos. Dijo, con un tono de ansiedad.

Mi circunstancial amo sacó sus dedos de mí, se levantó, y me dio un toquecito en el hombro para que echara a andar detrás del camarero que ya iba con prisas hacia el almacén.

Como un zombi pasé entre las mesas, miré a la parejita que seguía alucinando con mi actuación. Y al pasar cerca de la barra, se me heló la sangre…  Allí estaban los tres extranjeros. Sus sonrientes caras denotaban que habían comprendido que pasaba y se lo estaban pasando genial. No quise mirarlos más y decidí continuar mi marcha, pensando… Menos mal que estoy en otra ciudad que no es la mía, sino se entera hasta el gato ¡Miau!

El camarero, tras comprobar que su jefe estaba a lo suyo en la barra, hablando con los clientes, sacó una llave del bolsillo, abrió la puerta y con gestos de prisa, nos metió dentro del almacén. Una habitación de unos cuarenta metros cuadrados, llena de cajas de cerveza, refrescos, alcohol, con un fuerte olor a café, en un lado había una silla y una mesa de despacho pequeña llena de papeles.

Mi amo le ordenó al camarero…

  • ¡Tú, quita todos esos papeles de la mesa!

No los quitó de forma ordenada, sino que pasó la mano como una rasera y todos fueron volando al suelo.

  • ¡Apóyate en la mesa! Me ordenó mirándome fijamente. Le obedecí.

  • ¡Quítate el top, que podamos ver tus tetas! Jalé el top hacia arriba y salió por mi cabeza. Mis tetas se movieron alegremente arriba y abajo una vez liberadas de las apreturas del top. Ambos se quedaron mirándolas como hipnotizados. Tengo unas tetas bonitas, no muy grandes, aunque tampoco pequeñas, eso sí duras y ligeramente inclinadas hacia arriba.

Para animarlos, me las sobé, cada una con su respectiva mano.

  • ¿Qué esperas, idiota? Le dijo al camarero.

Éste se abalanzó sobre mí, y puso sus manos cada una en uno de mis pechos, apretándolos con miedo de hacerme daño, comenzó a girar sus dedos alrededor de mis pezones, dándole de vez en cuando pellizquitos. Alguno de los pellizcos me hacía un poquitín de daño, pero salvo por mis gestos faciales en nada se notaba. Mi amo, entendiendo la situación dijo…

  • ¿Qué esperas para comerle las tetas? ¡Rápido que el tiempo se te acaba!

El camarero bajó su cabeza y comenzó a comerme los pezones de forma alternativa, y ansiosa, llenándolos de saliva, uno y otro, uno y otro. Al principio bien, hasta que decidió morderlos, los primeros bocaditos, fueron excitantes, pero poco a poco se le iba yendo la cabeza y en uno de los bocaditos lancé un gritito de dolor.

  • ¡Basta! Eres una bestia. ¿No ves que le haces daño? ¡Súbela a la mesa!

El camarero me cogió de las axilas y me levantó sentándome en la mesa. Comprendí que ambos éramos esclavos de un hombre con mucha más personalidad y fuerza que nosotros.

  • ¡Échala en la mesa y ábrele bien las piernas! Así lo hizo.

  • Mira que coñito tan precioso tiene esta hembra. ¡Tócalo, pero con cuidado, es muy sensible!

Comenzó a acariciar mi sexo de forma lenta y cuidadosa, entreteniéndose en el clítoris, lo que hacía que mi respiración se entrecortase cada vez más, la sumisión me excitaba y el placer iba en aumento.

  • ¡Métele los dedos! Es lo único que le vas a meter.

Se llevó dos dedos a la boca, no sé para qué, mi coño estaba tan húmedo y abierto que hubiera podido meter cualquier cosa.

Bajó la mano y metió los dedos índice y corazón, con la finura que le caracterizaba; es decir, de un solo golpe. Siguió con un mete y saca, más, más y más, durante un par de minutos parecía no tener fin. Su otra mano se posó en mi pecho derecho, y de nuevo llegaron los pellizquitos.

  • ¡Sácate la polla, que mi chica pueda disfrutar de ella! Dijo mi amo.

Sin pensarlo bajó la cremallera de su negro pantalón, buscó con la mano dentro de la misma, y presentó su atributo sexual.

La verdad es que dejaba mucho que desear, no voy a mentir diciendo que era una tremenda polla, no, no, era una polla lo justo, aunque mi experiencia me dice que eso en la mayoría de casos es lo normal.

  • ¡Cógele la polla y haz que se corra rápido! Me dijo.

Echada en la mesa, con dos dedos follándome el coño, la otra mano había vuelto a mi teta, cogí su pollita y la repasé  de arriba abajo. El chico mantenía una erección desde hace rato, y se notaba la humedad de haber emanado ya alguna cantidad de semen de su interior. Comencé a mover la polla arriba y abajo, como no iba lo suficientemente rápida, me mojé la mano con saliva, y al apretar su glande noté que le gustaba, seguí masajeando su polla durante un par de minutos.

Nuestro amo, harto de la inexperiencia del camarero, apartó su mano de mi coño. Y le dijo…

  • Dedícate a las tetas, y aprende…

Levantó mis muslos y los abrió aún más, dejando toda mi almejita abierta, notaba como palpitaba y lo caliente que estaba. Su boca se acercó y golosa su lengua lamió mi coñito, era una lengua ancha y gorda. El primer lametón me produjo un estremecimiento, mi mano apretó aún más fuerte la polla del camarero. Aplicó su lengua a mi clítoris, y con una experiencia desconocida para mí, lo  lamía arriba y abajo. Mis grititos, propios del placer eran continuos, entonces bajo un poquito la lengua y la metió en mi vagina, como una pequeña polla, invadió mi intimidad, el placer era inaguantable. No quería resistirme a correrme, y me dejé llevar, procurando ahogar el grito de mi clímax en mi interior, desconozco si lo conseguí o si grité de una forma audible, pero la corrida fue sensacional.

Mi mano no paraba de apretar, subir y bajar a lo largo de la polla del camarero, mientras éste no paraba de decir…

  • ¡Me corro, me corro! ¡Madre mía, que gusto! ¡Me corro, me corro!

Y efectivamente se corrió, en mi mano, debía estar días sin eyacular, pues aquello parecía un río de rica leche. Me llenó la mano y al apretar, para impedir que nos manchásemos conseguí el efecto contrario, que saliese disparado un chorro, que me impactó en el top. No me hizo gracia así que me icé con la mano llena de semen.

  • ¡Me has manchado el top, idiota! Le dije, aunque el pobre chaval no tenía culpa.

Así como estaba, con la mano en la polla para evitar chorreo, y las piernas abiertas, se acercó a un paquete y sacó unas servilletas de papel para el bar, acercándome unas pocas. Intenté quitar la mancha infructuosamente.

  • ¡Hemos terminado! Dijo mi amo, que con ello dejaba de serlo.

El chico se subió los pantalones, yo me arreglé la ropa, y salimos por la puerta. Nadie nos hizo especial caso, incluido el jefe del chico que seguía charlando en la barra. Los extranjeros ya no estaban allí, ni la pareja de antes. Sin mirar atrás salimos del bar.

  • Llego la hora de despedirnos. Le dije. Entonces reparé en que desconocía su nombre. Así que añadí… Sr.. (dejando que llenará los puntos suspensivos).

  • Román, llámeme Román, es mi verdadero nombre. Quiero significarle que nunca olvidaré lo que usted ha hecho por mí. Hace ya diez años que soy completamente impotente, y mi vida sexual se reduce a ver películas porno, y recordar mis aventuras eróticas de otro tiempo. Usted ha hecho posible una de mis mayores fantasías y siempre le estaré agradecido. Quisiera darle mi tarjeta de visita, para que en caso de cualquier circunstancia adversa pueda usted requerirme, asegurándole que siempre estaré a su servicio.

Dicho esto me entregó un sobrecito pequeño, del tamaño de una tarjeta de crédito, que guardé en mi bolso ceremoniosamente.

Nos despedimos, cortesmente con un par de besos y me dirigí al Corte Inglés para recuperar mi tarjeta de crédito.

Por el camino, recordé la tarjeta y abrí el sobrecito. En su interior una tarjeta a nombre de Román ……… (obviamente no voy a reproducir los datos)… y.. quinientos euros, perfectamente doblados y tan apretados que no habría jamas detectado que se hallaban ahí. Eso hizo que me sintiera aún más puta. ¡Que gustito!

Subí a la segunda planta, y me dirigí a la dependienta de Calvin Klein. La chica no sabía nada de mi tarjeta, y aseguraba que no me había dejado nada allí. Nerviosa cogí mi teléfono para llamar a Visa y anular la tarjeta ante el posible uso fraudulento de la misma. La búsqueda del número en un teléfono táctil, no es rápida, y menos nerviosa como ya me encontraba. Con la cabeza agachada pasaba por la agenda número tras número, cuando una mano me tocó en el hombro.

Volví la cabeza y me encontré con la cara de un chico rubio muy alto, que sonriente con un acento extranjero me dijo…

  • Busca usted su tarjeta de crédito.

Me quedé de piedra.

  • Sí, sí, se me ha perdido. ¿Usted cómo lo sabe? ¿La tiene usted?

  • No se preocupe señora, la hemos encontrado nosotros.

¡Nosotros!, pensé, si solo hay uno. Entonces recordé donde había visto al chico rubio. Era uno de los tres chicos a los que había hecho la exhibición en ese mismo lugar hacía un par de horas. Los mismos que habían observado los hechos acaecidos en la Cafetería de los Nueve Pisos.

  • Cómo le digo. Continúo en un extraño español. Mis amigos y yo, encontramos su tarjeta de crédito, y aunque intentamos devolvérsela no fue posible. Tampoco pudimos hacerlo en el bar donde tomamos café, pues usted estaba algo atareada, y no estabamos seguros de que fuera buen momento. Por eso la he seguido hasta aquí.

Ah perdón… mi nombre es Albert, soy alemán. Dijo mientras extendía su mano, en señal de confianza. Le di la mía, que apretó con fuerza, mientras le decía…

  • Yo me llamó Mayte. Si es tan amable de devolverme mi tarjeta se lo agradecería.

  • Por supuesto, aunque su tarjeta la lleva Derek, y como puede ver, no me ha acompañado en su busca, debido a que no habla nada de español. Si me sigue al pub donde se encuentran se la devolveremos gustosos.

Después de mi experiencia con Román, me temía lo peor de las intenciones de Albert, pero no tenía más remedio así que accedí, con un leve inclinación de cabeza, eché a andar hacía las escaleras automáticas para dirigirme no sé donde.

Albert, es un chico alto, casi dos metros, de unos veintipocos años, rubio, con pelo muy corto (posiblemente ha crecido después de haber sido rapado), con unos grandes hombros y poderosos brazos, y bastante guapo. El acento alemán, le confería una especial masculinidad, que me resultaba atractiva. Aunque prevalecía la preocupación por el desconocimiento de hacía donde me llevaría el intento de recuperar mi tarjeta.

Salimos del Corte Inglés, sin hablar, y entonces me dijo…

  • Mis colegas están en el pub Kennedy esperándonos, por favor acompáñeme.

Como un autómata, callada, y expectante le seguí.

El pub Kennedy es un local enclavado en una especie de palacete, con arcos y techos altos, muy bonito, agradable, cálido y con una escogida música ambiental. Además, se encuentra muy cerca de la cafetería de antes, así que desandé el camino y volví sobre mis pasos.

Entramos y la cálida atmósfera del local nos envolvió, en un discreto rincón, una mesa se hallaba ocupada por los dos amigos de Albert, su aspecto los delataba. Cuando alcanzamos la mesa, ambos cortésmente se levantaron, dos gigantes, que sobrepasaban sin problemas los dos metros, y que fueron presentados por Albert.

  • Te presento a Derek. Derek es el más joven de los tres, de entre dieciocho y veinte años. También rubio, pero de pelo largo, con unos preciosos ojos azules, y una mirada perversa y enigmática.

  • Hola, le respondí, soy Mayte. Nos dimos dos besos, mientras me respondía con un… ¡Hola!

  • Este es Ferdinand, Ferdi para nosotros. Puedes llamarlo así. Ferdi ella es Mayte.

Otro par de besos sello nuestra presentación.

  • Siéntate a tomar algo con nosotros. Dijo Albert.

  • No, creo que no debo. Si sois tan amables de devolverme mi tarjeta, os lo agradecería. El tal Ferdi ni se movió, respondió en alemán. La respuesta motivó que Albert me dijera…

  • Lo siento pero dice Ferdi, que la tarjeta se la ha dejado en el coche. No sabes cuanto lo siento. El coche está en el parking Almudí, lo siento, lo siento. ¡Este Ferdi es gilipollas! Ahora mismo vamos a por la tarjeta.

Se dirigió a los amigos, y estos con gestos le indicaban que esperase un poco.

Les entendí, y para no generar más problemas le dije.

  • No hay prisa, que tus amigos acaben sus bebidas y ahora vamos a por la tarjeta.

  • Ah, vale, mejor, gracias.

Nos sentamos con ellos y comenzó una ralajada charla entre Albert y yo, y lo que éste traducía de lo que decían sus amigos. Así me enteré que eran jugadores de basket, que estaban de prueba en un equipo de Murcia, y que se aburrían bastante. Me temía que hicieran alguna referencia al tema anterior con Román, pero fueron educados y no dijeron nada al respecto.

Pasado un rato de charla en la que el tema único fue las diferencias entre Alemania y España, todo traducido por Albert. Se hizo el silencio y decidimos ir a por mi tarjeta de crédito.

Llegamos al parking Almudí, yo les indiqué que les esperaba en la calle, en la entrada del ascensor, pero ellos insistieron en que les acompañara, así luego me acercaban al Corte Inglés y tendría que andar menos, para ir más rápido, decidí aceptar su propuesta.

Montamos en el ascensor los cuatro, y bajamos a la quinta planta, el ascensor se abrió y ante nosotros se extendía un parking vacío, salvo un todo terreno de color negro al fondo del todo.

  • Podíais haber aparcado más lejos. ¡Joder con los alemanes!

  • Es que el todo terreno es de un compañero español, del equipo, y no queremos líos con el seguro, así que cuanto más lejos de los malos conductores mejor. Dijo Albert.

La verdad es que razón no le faltaba, aunque daba miedo cruzar todo el parking, completamente vacío. Aunque con tres tíos de dos metros no tenía que tener miedo alguno. ¡Salvo por ellos! La idea me estremeció, no había pensado que ellos pudieran ser un peligro. Aunque sus ademanes me hicieron desechar rápidamente la idea.

Cuando por fin llegamos al vehículo. Ferdi abrió el vehículo con el mando a distancia, abrió la puerta y se sentó en el asiento del conductor, el resto nos quedamos en la puerta esperando.

  • Dkdlsld (algo inpronunciable) “die Karte”,  repetía Ferdí, echado sobre el asiento del acompañante y buscando en la guantera del acompañante.

  • ¿Qué dice? Pregunté

  • Que no encuentra la tarjeta. Me tradujo Albert. Ya te he dicho que Ferdi es tonto. ¡Grande pero tonto! Apostilló. Dicho esto, dio la vuelta al todo terreno, y se subió por el lado del acompañante. Ayudándole a Ferdi en la búsqueda y repasando los papeles que el otro sacaba. Hablaban entre ellos, aunque nada se entendía.

  • Mayte, es esta tu tarjeta. Dijo Albert dirigiéndose a mí.

  • A ver. Miré por encima de Ferdi. Sí, sí esa es.

  • Ya te dije que es tonto. Toma, cógela.

Me la acercó un poco, no mucho, de forma que (aún no sé por qué tuve esa idea), introduje parte de mi cuerpo por la puerta del conductor. Ferdi amablemente se echó hacia atrás para no molestarme con su cuerpo. Alargué la mano para cogerla y…

Sólo cogí aire, Albert, había cambiado ágilmente la tarjeta y la mano de sitio, y cuando rectifiqué, volvió a hacer lo mismo. Otra vez intenté cogerla y un nuevo cambio. Parecía un juego infantil. Iba a mostrarle mi enfado, cuando la risa alegre de Albert y de Ferdi, me hizo reflexionar que sólo eran unos niños con cosas de niños.

  • Venga Albert, no seas malo.

  • ¡Ah, no! Tienes que cogerla. Inténtalo otra vez.

Alargué mi mano pero Albert era más rápido y la posición permitía poco. La mano con la tarjeta en vez de acercarse a mí, se alejaba a cada intento, y ya me hallaba con casi todo el cuerpo dentro del todo terreno, y un pie apoyado en el estribo para servirme de lanzadera y poder atrapar la tarjeta. Lo intenté con un par de saltitos  de nuevo, y nada, no había manera. Fui a sacar la cabeza del vehículo, un poco harta de las tonterías infantiles de Albert. Y de pronto…

Una fuerte presión sobre mi cabeza, por arriba (por la coronilla) impedía que la sacara, una tremenda fuerza la sujetaba, en ese instante desconocía que era la inmensa mano de Ferdi, que como una pelota de basket, la sujetaba, con una sola mano, y obligando a mi cuello a descender como si mi cabeza fuera la pelota y estuviese ejecutando un “mate” de baloncesto. Mis ojos pudieron ver a tiempo, como un objeto se acercaba a mi cara despacio, a la suficiente velocidad para evitarlo con la boca, pero no con la mejilla, su tacto era claramente indicativo del objeto… Ferdi se había sacado la polla en el juego de la tarjeta, y había decidido que su sitio era mi boca.

  • “Kdkslsl… (de nuevo algo inteligible) …jure”. (Unos días después aprendí que se escribe “hure”, y se pronuncia “jure”, y significa “puta”).

  • Abre la boca, ¡Puta! Tradujo con voz firme como una orden, Albert.

De nuevo la tremenda presión obligó a mi cabeza a bajar. Obedecí por miedo, o por acabar rápido o yo que sé por qué motivo, pero abrí la boca y en ella se introdujo una pene largo, aunque no muy gordo.

  • Chupa, zorra. Me indicó Alberto, sin necesidad de que Ferdi dijese nada.

Comencé a chupar la polla de Ferdi, mientras él, subía y bajaba rítmicamente mi cabeza, follándome la boca. No era un acto voluntario, mi cabeza subía y bajaba, y bastante tenía con no ahogarme, y eso que estaba colaborando, esparciendo mi saliva a lo largo de su polla.

Doblada sobre los muslos de Ferdi, con medio cuerpo fuera y medio cuerpo dentro, muerta de miedo, chupando una polla, creía que no debía de pasarme nada peor.

En ese momento Derek (el más joven de los tres) que había permanecido callado en el pub, y en todo el trayecto al parking, y durante la violación de mi boca, agarró mis caderas, fuerte, fuerte, las dejo estáticas.

En est momento recordé que había tenido la mala idea de quitarme la tanga delante de ellos, así que sabía que nada impediría el camino para apoderarse de mi coñito, más aún con la boca ocupada que no permitía queja alguna.

Me agarraba con las dos manos, tan fuerte que me inmovilizó de cintura para abajo. Sus dedos se clavaban en mis caderas como acero. De pronto Albert dijo…

  • Mayte. Debo informarte que Derek es virgen. Sí, sí, se que cuesta creerlo, pero es cierto, habíamos pensado llevarlo de putas y desvirgarlo, pero para que pagar por lo que tu puedes hacer gratis. Además puta eres bastante, te has exhibido y te han hecho de todo en el almacén de la cafetería, así que ahora nos toca a nosotros, que nos agradezcas devolverte la tarjeta.

Intenté lanzar una queja, pero el pene de Ferdi, me lo impedía.

Sus palabras aún resonaban en mis oídos, cuando noté algo que chocaba contra uno de mis muslos. Una mano no era pues las dos estaban en mis caderas, pensé en lo peor, pensé que fuera el rabo de Derek. Efectivamente acerté.

Otra vez fue a dar contra mi muslo, parecía que un palo estuviera dando golpes de ciego, buscando mi agujerito con poca suerte. Esta vez note como se deslizaba a lo largo del muslo y se apoyaba en cuevita.

Las manos no sólo sujetaban mis caderas, ahora apretaban con fuerza hacia sí, yo intentaba retraer mi bajo vientre de la penetración que parecía inevitable. Efectivamente así fue. Mi coño no pudo resistir el “torpedo” que entraba abriéndose paso sin piedad alguna. Mis carnes se abrían, dejando paso a su “misil”, el tamaño del glande debía ser descomunal, mi coñito se negaba a abrirse tanto tan rápido sin dilatación alguna, pero eso no impedía que entrase dentro de mí semejante mástil. Siempre había deseado ser follada por una gran polla, como esas de las pelis porno, y ver que se siente, por fin lo iba a sentir, de hecho lo estaba sintiendo, el dolor me atenazaba, y sólo mi boca llena de otra polla impedía que gritara.

El violador germano, insistía en meter su descomunal y virgen polla dentro de mí, centímetro a centímetro, ganaba la batalla, tocó fondo. La mano de Ferdi bajó mi cabeza y paro su sube y baja, dejándome parte de la polla dentro. Albert no hablaba sólo miraba. Estaban pendientes del desvirgamiento de Derek, y de mi violación. La verga de Derek, continuaba entrando, imaginé una gran boa entrando dentro de mí, no se acababa nunca. Ya había sobrepasado mis límites conocidos y seguí hacia dentro, apretaba el final de mi vagina, resintiéndose mi interior. De pronto marcho hacia atrás, pero sólo fue para tomar fuerza, volvió a entrar, esta vez más fácil, mis fluidos empezaban a colaborar, aunque las paredes de mi vagina estaban heridas y doloridas.

Otro tremendo pollazo me dejó sin aire, con la boca abierta, no podía chuparla a Ferdi.

Note que estaba generando más flujo del que imaginaba. Un grito similar al de un oso herido, salió de la garganta de Derek. ¡Se estaba corriendo! Su falta de experiencia y la excitación hacía que no hubiese aguantado ni un minuto. Así que apretó fuerte hacia dentro y comenzó a llenarme de semen. No se molestaba en darme polla se quedó quieto, como si no supiera que pasaba y no pudiera contener semejante inundación. Por sus espasmos, estuvo más tiempo corriéndose que follándome. El semen ya salía por mi coñito y mojaba mis muslos, y el seguía respirando entrecortado, como una fiera herida, y apretando hacia dentro su polla, que seguía dura como el primer momento.

Por fin decidió sacarla. En ese momento excitado de lo que sus ojos veían, Ferdi no aguantó más y comenzó también a correrse. Más experto, volvió a subir y bajar mi cabeza, follando mi boca mientras se corría. La falta de aire, hacía que respirase lo mínimo, pero tragase su semen, expulsando de mi boca sobre su pubis todo lo que no podía engullir. Por fin cedió la prisión de mi cabeza, y pude levantar la cara. El panorama que vi era tremendo, Ferdi con la cabeza hacia atrás restregándose con la mano el glande lleno de semen para notar más placer. Volví la cabeza hacia Derek, era lo más parecido a un elefante que he visto en mi vida, de su entrepierna colgaba una polla que era la más grande que había visto nunca, estaba semidura, y aún así era descomunal. Si no sintiera aún el dolor de la penetración, no habría creído que en mi coñito cabía semejante pieza.

Saque medio cuerpo del coche, mientras Albert le daba la vuelta.

  • ¡Ah, no, no! No puedes irte sin que te folle yo. No, no. Decía el majadero de Albert.

  • Claro que no, me habéis violado os voy a denunciar ¡Cabrones!

  • No, no, serás una niña buena y pasarás al asiento trasero que vamos a follar tú y yo.

  • ¿Pero que te has creído? Me habéis violado, os voy a denunciar.

  • No, no, no nos vas a denunciar. Mira me siento aquí detrás, dijo mientras abría la puerta trasera y te espero para follar los dos y que estos nos miren.

  • Que no paso, que me voy, dame la tarjeta. Dije algo nerviosa.

  • Toma tu tarjeta. Dijo mientras me la entregaba en la mano esta vez sin  juegos. Y ahora pasa aquí quiero follarte desde que te he visto, lo necesito, me encantas. Ven…

  • Que no, que me voy.

  • Ven aquí, tú eres folladora, y yo te deseo, vamos a demostrarle a estos dos como se folla en España.

Debía estar poseída, pues lejos de repudiar la idea, empezó a gustarme. ¡Creo que soy una puta! Decidí pasar al asiento trasero con él. Metí mi cuerpo dentro, pasé mi pierna izquierda sobre él, y me senté en sus piernas.

  • Sabía que eras una zorra. Que no puede resistir follarse todo lo que se menea. Te voy a dar sexo del bueno. ¡Puta!

Me estaba encantando lo que decía, era tal mi estado de emputecimiento que si me hubiera tratado de otra manera no me lo follo.

Levante mi cuerpo, agarré su falo, apunté con él a mi coñito. Por un instante me dio reparo volver a meterme algo dentro, después de que notaba un cierto dolor por tanta penetración mal lubricada. Pero mi ansia de polla pudo más. Me clave en ella, entraba en mí como una puñalada de carne, abriendo mis entrañas, llenándome toda, a pesar de ser más pequeña que la de Derek, era una pieza digna de adoración.

Me penetró hasta dentro.

  • ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! Repetía una y otra vez Albert. Eres una guarra, la tía más zorra que he conocido nunca.

Me partía en dos, entre las piernas abiertas, apoyada en las rodillas, sentada en su pubis, y con su mástil dentro de mi vagina, me sentía en la gloria. El orgasmo se acercaba, notaba que llegaba a mí, que me invadía con su carga eléctrica, y… …mis músculos se tensaron, mi cuerpo se irguió, un grito salió de mi boca, abierta de par en par, que puedo oírse en todo el parking.

  • Ahora me correré yo. Dijo Albert, que estaba aguantando sus deseos.

Se dejó llevar, y sólo con un par de sube y  bajas de su culo, su polla pareció explotar dentro mío, su semen se mezcló con el de Derek que aún quedaba dentro de mí, mientras echaba hacia atrás la cabeza en señal de infinito placer.

Quedamos abrazados, con los ojos cerrados, esperando no sé qué…

  • ¡Vámonos! Exclamo de pronto abriendo los ojos de par en par.

  • ¡Aparta de encima mío! Apostilló

Obediente me alcé sacando su polla de dentro mío, ya flácida y chorretosa, me bajé del todoterreno, no sin antes coger la tarjeta de crédito, y eché a andar hacia la puerta de salida de la planta del parking.

  • Adios, Adios, repetía Albert una y otra vez como saludo de despedida.

No volví la cabeza seguí y seguí andando hacia la puerta, cogí el ascensor y en vez de ir a la calle, me baje donde está la cabina de control. Me acerqué a ella, debí reparar en mi lamentable estado, mi top y mi falda machadas de semen (de mi minifalda, colgaba a modo de medalla un chorretón de semen), y le pregunté al chico de control por los servicios.

Me indicó su situación, aunque me hizo ver que no podría entrar sin llave, ya que estaban cerrados.

  • ¿Quiere que le abra señorita!

  • Sí, si es usted tan amable.

  • Le acompaño, no se preocupe.

  • Gracias. Le respondí.

Echamos juntos a andar hacia los servicios, que se encuentran relativamente cerca, el silencio se rompió cuando me dijo.

  • ¡Vaya fiestecita se ha montado usted con los guiris!

Me paré en seco.

  • ¿Pe, pe, pe, pero usted lo ha visto todo? Pregunté balbuceando.

  • Sí claro, por las cámaras, es más lo he grabado todo, todo, todo.

  • ¿Cómo? ¿Me está diciendo que ha grabado la violación?

  • Yo no diría que es una violación, folla usted de miedo. Aunque deberían asegurarse la próxima vez que no lo hacen justo debajo de una cámara de video. Hay unos primeros planos impresionantes. Y desde luego nadie le obliga a follarse a los chicos.

  • Deme usted la grabación. Pedí intentando ser autoritaria.

  • No, no, nada de eso, esto va para youtube. Y si puedo mejor la vendo, a ver que me dan por ella.

  • No, por favor no me haga eso, supliqué.

  • Mira me gustaría cambiarte la grabación por una buena follada. ¡Yo también tengo derecho! ¡Vamos digo yo! Pero creo que ya estas bastante jodida.  Mira voy a comprobar cómo estás de trabajada y si me gusta lo que toco, igual te cambio un buen polvo por la grabación.

Sin mediar más palabra, metió la mano por mi top y agarro mi teta derecha, con la otra mano tiro del top hacia abajo y liberó ambas. A mí esto ya me parecía subrealista, creía que no era posible que me pasara eso, estaba perdiendo la cuenta de cuantos tíos se habían aprovechado de mí esa tarde.

Me sobó tranquilamente mientras yo miraba al cielo.

  • Vale, las tetas las tienes comestibles. Vamos a ver el coño.

Jaló mi minifalda hacia arriba, y la ausencia de bragas propició que mi coñito quedará a su vista, metió impunemente su mano y restregó arriba y abajo, con un movimiento rápido metió un dedo dentro de mí, no le costó trabajo, estaba todo mojado, lo restregó y lo sacó, por mis muslos aún caía el semen de los alemanes, y mi coño rezumada por todos lados.

  • Pero mira que eres golfa. Estas inundada de semen.

Mira, sí que el sistema ha grabado un vídeo, pero ya no lo tengo, un hombre trajeado, me lo ha comprado por quinientos euros, me dijo que te lo dijera, y que se llama Román. También me dijo que te dijera que ya te llamará y te dirá que tienes que hacer para recuperarlo. Que sabe tu número de móvil. ¡Y ya está! Nada más.

Lo de sobarte tetas y coño es que me apetecía mucho. Es que eres muy muy puta.

Bueno me voy al control, ¡Adiós zorra!

Recompuse mi top, mi faldita, y eché andar hacia la salida. El aire fresco de la calle impactó en mi rostro, era ya de noche. Eché andar hacia el parking donde había estacionado mi coche, para volver a Cartagena. Con unas toallitas húmedas limpié mis muslos y coñito cuando ya me encontraba en él. Arranqué y volví a mi casa. Con muchas compras y bien folladita, ¡Como debe ser!