SOY PUTA mi primer trabajo

En este relato, el último de la saga SOY PUTA, cuento cómo me va en mi primera entrevista de trabajo en un Club a unos Km de mi pueblo. Esta saga termina, pero seguiré contándoos más cosas en el futuro.

SOY PUTA. FINAL INEVITABLE.

(Relato escrito el 17-04-2008)

Hola, antes de nada voy a presentarme para quien no me haya leído aún. Me llamo Irati, tengo 27 años (soy del 80) y vivo en una gran ciudad de España, aunque soy de un pueblo del norte del país. Para ser sincera no soy una chica especialmente guapa, más bien del montón, y no tengo los pechos grandes, tengo más desarrollada la cadera con un culo carnoso y respingón que normalmente resulta atrayente a los hombres (de hecho es mi arma más recurrida cuando quiero cazar a un macho).

Esta es la continuación de mi saga de relatos SOY PUTA, que aún no sé cuándo decidiré ponerle fin. Recomiendo que antes de leer éste, leáis los anteriores. También quiero agradecer la cantidad de lecturas que han tenido mis dos primeros relatos, y cómo no los comentarios, tanto los halagadores como los críticos. A los segundos, acepto las críticas si éstas son constructivas, como ha venido siendo hasta ahora. Este es mi estilo, cuento vivencias a mi manera y supongo que evolucionaré como autora de relatos, al igual que ha evolucionado mi vida, quizá para bien, o quizá para mal. De todas formas nunca llueve a gusto de todos.

Como decía en mi anterior relato (Desenlace Inevitable), en el siguiente contaría cómo comencé a dedicarme al sexo de manera profesional. Yo acababa de cumplir los 18 años y hacía unos meses que había perdido a mis padres en un accidente de tráfico. Vivía sola en la casa y sólo un par de primos míos se preocupaban de que no me faltara de nada. Con el resto de la familia no he vuelto a tener trato, pues mis padres ya no estaban y ya no había modales que guardar. Como no tenía ingresos necesitaba trabajar, y la verdad que no me costó mucho decidir cómo ganaría dinero para vivir. Sabía que en la carretera que pasa por mi pueblo había un par de prostíbulos a unos kilómetros, así que una tarde me puse una blusa, una minifalda, unas medias de rejilla y unos tacones altos, y así de mona fui a uno de ellos.

Tuve que coger un autobús y luego caminar unos 500 metros porque no hay paradas cerca, así que llegué que me faltaba el aire. Había dos matones en la puerta, con pinta de chulos, altos, delgados y muy macarras que me miraban de arriba abajo, extrañados y por encima del hombro. Uno de ellos me puso la mano en el hombro cuando estaba a punto de pasar el umbral de la puerta y me preguntó qué quería, entonces le contesté que iba a pedir trabajo allí, cosa que le hizo cambiar la expresión de extrañeza por la de asombro. Con esa expresión entró en el local, supongo que buscando a su jefe mientras el otro esperaba fuera conmigo. No paró de mirarme con detalle, como escrutando el material y luego miró hacia otro lado con cara de satisfacción. Volvió el otro matón y me dijo que le acompañara. Pasé adentro con él y vi por primera vez cómo era un "puticlub" por dentro.

Se trataba de un bar, un disco-pub. No había mucha gente, sólo un par de hombres acompañados cada uno de una chica, y cuatro chicas más haciendo un corrillo en una esquina que me fulminaron con su mirada, además de unos matones más. Ellos parecían españoles, ellas todas extranjeras. Nosotros pasamos de largo el bar y nos metimos por una puerta. Había un pasillo con puertas a los lados y una al final, por la cual entramos a un despacho, donde estaba el hombre que regentaba el local –nunca supe si el dueño era él o alguien de más arriba-. El despacho tenía un escritorio (donde estaba él sentado), unos sofás y una puerta. Me invitó a sentarme enfrente suyo y pidió al segurata que nos dejara solos. Empezamos a hablar, y se le veía claramente sorprendido con la situación. No era muy normal que una chica de 18 años se presentara en un club pidiendo trabajo, y pareció gustarle lo que tenía enfrente. Me dijo que quería asegurarse de algunas cosas, así que me preguntó sobre mi vida privada. Yo le desvelé lo justo, además de algunas cosas que supuse que querría oír. Me pidió el carnet de Identidad y comprobó que ya había cumplido los 18 años, y tras devolvérmelo me dijo que no era lo único que quería averiguar, pues yo debía también demostrar lo que soy capaz de hacer. Se levantó, se puso frente a mi, y me dijo que le hiciera una mamada allí mismo, sentada en la silla y él de pie frente a mi. Me puse a ello y después de un rato salivando, lamiendo y pajeando con los labios esa polla, me levantó de la silla, se sentó en la suya y me hizo ponerme de rodillas para seguir con la faena un rato más hasta que se corrió. No me gustó nada lo que hizo entonces: me agarró la cabeza y me hizo metérmela toda mientras se corría. Yo me ahogaba y cuando me soltó no paré de toser y dar arcadas. Le pregunté entre tosidos por qué había hecho eso y él me dijo que para trabajar allí había que aguantar eso y cosas un poquito peores. Entonces llamó a dos de sus seguratas - y les hizo venir al despacho. Mientras llegaban me dio unas toallitas de papel para limpiarme las lágrimas que me habían saltado con las nauseas y me dijo que ahora quería a comprobar mi resistencia a las pollas grandes. Les dijo a los seguratas que me metieran en el cuartillo y me "evaluaran", así que me cogieron de un hombro y me llevaron a la puerta que había en el despacho. Dentro estaba el cuartillo, con una cama, un par de sillas y un armario. Me dijeron que me pusiera en la cama y se desnudaron. Estaba ansiosa por ver con qué pollas iban a comprobar mi aguante, pero cuando vi con lo que me iban a taladrar me dio hasta pánico: aún estaban flácidas pero tenían toda la pinta de que iban a ser inconmensurables.

"Bueno putita, al tajo se ha dicho! -dijo uno de ellos, el moreno (el otro era castaño claro)- que no te vas a sentar en dos meses". Me asomé a gatas al borde de la cama para comerme aquellas pedazo de vergas, que por momentos iban ganando en tamaño y dureza, brillando con la humedad de mi saliva. Cuando ya estaban bien firmes y monstruosamente grandes, empecé a tener un poco de miedo, pues sabía que me iban a hacer daño. Me tumbaron boca arriba y mientras uno se puso entre mis piernas a lamerme el coño, el otro se puso a mi derecha para que se la siguiese chupando. Me encantó la manera que tenía el matón castaño de juguetear con su lengua y sus dedos entre mis piernas, yo me estaba poniendo a mil.

Cuando yo ya estaba en estado de trance por el placer, noté cómo había dejado de usar su lengua para empezar a abrirse paso con la punta de su polla entre mis labios vaginales. Me estaba doliendo menos de lo esperado, y mi vagina se estaba adaptando bien, aunque aquello cambió a medida que iba entrando toda su polla dentro de mi. Sentía cada micra que se introducía en una mezcla de dolor y placer irresistible, pero seguía aguantando. Lo que ya pudo conmigo fue cuando, una vez me la había metido casi toda, empezó a embestir con cada vez más fuerza. "Oh Dios, oh Dios, oh Dios!", sólo acertaba a decir yo: tenía la sensación de que me estaba destrozando el útero a golpes. Me era imposible chupársela al moreno entre las embestidas que me metía el castaño y los alaridos que pegaba yo, pero el moreno me dijo "Putita, yo que tú no dejaría de chupar, deberías seguir lubricando porque te voy a romper por detrás!". Yo seguía intentando chupársela como podía, y de pronto el castaño salió de mí y se puso a la altura de mis tetas. Se pajeó hasta que se me corrió en el pecho. Mientras se levantaba para vestirse, el moreno me hizo ponerme en cuatro, con el culo en el borde de la cama para empalarme él de pie desde fuera de ella. Éste tenía la polla algo más grande que el castaño, y eso se notaba: me dolía bastante, y eso que empezó despacio. Yo pensaba que en cuanto subiera el ritmo iba a sufrir muchísimo, pero de momento podía soportarlo pues el dolor era compensado con esa sensación de constante escalofrío tan placentero del sexo anal. Fue subiendo el ritmo y la fuerza de las embestidas y a su vez también aumentaban el dolor y el frío placer interno que hacía convulsionar mi cuerpo, que ya estaba sudando como en una sauna. Pasó a follarme como un animal, y si el dolor ya era bastante, los escalofríos eran ya tan fuertes que se hacían insoportables, y es que tanta caña iba a matarme. Por fin se corrió, bañando las paredes de mis entrañas y terminando con aquella tortura. Cuando salió de mí, yo me tiré espatarrada en la cama, cansada, dolorida, sudada y con semen en mi pecho y asomando por mi ano. El matón moreno se vistió y antes de irse me dijo: "Eres buena… no sé cómo habrán sido tus relaciones antes de hoy, pero tendrás que acostumbrarte a quedarte a medias". "Capullo" pensé yo. Me había corrido tres veces, y había pasado la prueba con creces.