Soy puta. La segunda prueba

Mi polvo con Rafa, un pobre retrasado conocido en todo el pueblo con el que Pedro decide seguir jugando.

SOY PUTA. SEGUNDA PRUEBA.

(Relato escrito el 15-04-2008)

Hola, antes de nada voy a presentarme para quien no me haya leído aún. Me llamo Irati, tengo 27 años (soy del 80) y vivo en una gran ciudad de España, aunque soy de un pueblo del norte del país. Para ser sincera no soy una chica especialmente guapa, más bien del montón, y no tengo los pechos grandes, tengo más desarrollada la cadera con un culo carnoso y respingón que normalmente resulta atrayente a los hombres (de hecho es mi arma más recurrida cuando quiero cazar a un macho).

Esta es la continuación de mi saga de relatos SOY PUTA, que aún no sé cuándo decidiré ponerle fin. Recomiendo que antes de leer éste, leáis los anteriores. También quiero agradecer la cantidad de lecturas que han tenido mis dos primeros relatos, y cómo no los comentarios, tanto los halagadores como los críticos. A los segundos, acepto las críticas si éstas son constructivas, como ha venido siendo hasta ahora. Este es mi estilo, cuento vivencias a mi manera y supongo que evolucionaré como autora de relatos, al igual que ha evolucionado mi vida, quizá para bien, o quizá para mal. De todas formas nunca llueve a gusto de todos.


Pues bien. En mi último relato contaba cómo me fue en mi cita con Venancio, el hombre más sucio y desagradable del pueblo. Tras aquello, pasaron unos meses en los que Pedro me follaba cada vez que le apetecía, además de los chicos de la cabaña y de Venancio (que tras aquella cita también a él tenía que mantenerlo calladito) hasta que en una de nuestras citas me dio una copia de las fotos que me había hecho con Venancio, y casi me dan náuseas. Me costaba asumir que la chica que estaba dejándose hacer y magrear por ese viejo cerdo era yo, pero así fue, y encima en algunas yo tenía una cara de estar gozando como la más puta del mundo. Tras ver las fotos y guardarlas en el sobre, me dijo que apenas tenía tiempo pues había quedado en un bar con unos amigos, así que me dio 4 minutos para hacer que se corriera o me la metería por el culo. Yo sabía que él no acostumbraba a hacerlo y que no le iba mucho, pero con tal de mostrar su autoridad era capaz hasta de eso. A mí, naturalmente tampoco me gustaba la idea de que me perforara lo único que me quedaba virgen, así que rápidamente me puse manos a la obra: me acuclillé ante él y le acaricié el paquete hasta que se le endureció lo suficiente. Cuando le bajé el pantalón y el calzoncillo, el olor que desprendía su entrepierna provocó en mí un amago de apartarme. Pedro se dio cuenta y se echó a reír. Me dijo algo así como "Ahora que te ponen las pollas sucias, me he tomado la molestia de evitar que ‘mi amigo’ sea tocado por el jabón jajajaj!!!", con una risa de cabrón que buscaba mosquearme. El olor me recordó al de Venancio, pero aún así me la metí en la boca con toda la destreza que mi adquirida experiencia y mi naturaleza caliente me permitían. No sé si lo hice en tiempo record o si se me había hecho corto (pues una vez en faena, como ya sabéis de otros relatos, una pierde la noción del tiempo y de todo), pero cuando me di cuenta mi paladar y lengua ya estaban saboreando el amargo semen que desprendía su polla. Tras tragarlo todo y terminar de limpiarle el sable, me incorporé y él se puso a sobarme las nalgas. Me hizo ponerme de espaldas a él y mientras me seguía manoseando me dijo en qué consistía la siguiente prueba. Tenía que hacerlo con Rafa, un hombre de unos 35 años -por cierto, yo ya había cumplido los 15- que era conocido en todo el pueblo, pues era bastante retrasado el pobre y siempre iba dando el cante por la calle. Un típico friki del pueblo del que todo el mundo se ríe: vamos, lo que en mi región se llama un "xelebre". Además el chico al ser retrasado tenía problemas con su sentido de la vergüenza, y lo mismo podía ponerse a gritar, o dar golpes al mobiliario urbano -farolas, semáforos,… y llegaba a romperlos, tenía mucha fuerza-, o empezar a masturbarse en mitad de la calle (la verdad es que el pobre estaba bastante salido). Si era difícil superar lo de Venancio, Pedro había conseguido superarse con la elección de Rafa. El muy cabrón sabía a quién elegir para mantenerme subordinada a su juego cruel, un juego que además de dignidad me estaba quitando tiempo, teniendo en cuenta lo que he dicho antes de tener que alternarme entre Pedro, los chicos de la cabaña y Venancio.

Volviendo a Rafa, se rumoreaba que manejaba una ‘artillería’ digna de los mejores ejércitos, lo cual me hacía sentir una mezcla entre la esperanza de que al menos me iba a hacer con una buena polla y el temor de que fuera demasiado grande para mi. Dediqué un par de días a seguirlo para saber por dónde se movía en cada momento del día, y así poder abordarlo en algún lugar donde no nos viera nadie. Acordé con Pedro que el lugar elegido sería un lugar a las afueras del pueblo, pero evitando el cementerio, pues quizá tras la cita Rafa volvería, chafándole a Pedro su "escondite" preferido para follar conmigo. Así que quedamos una noche en el desguace que se encontraba fuera del centro urbano del pueblo.

Llegó el día y no fue nada difícil persuadir a Rafa: no hubo más que abordarlo en una calle, cogerle la mano y ponérsela en mi culo. Él enseguida quiso pellizcar, pero me aparté y le dije que me siguiera. Dimos un rodeo por las afueras del pueblo hasta llegar al desguace. Era una imagen graciosa, pues yo iba caminando lo más deprisa que podía, y cada vez que miraba hacia atrás le veía a él caminando hacia mi con la mirada fija en mi trasero y una expresión de auténtico salvaje en celo. En un momento se puso a gritarme pero me puse el dedo en la boca pidiéndole silencio y me obedeció al instante (menos mal!). Al fin elegí un buen lugar dentro del desguace y me detuve. Entonces Rafa me alcanzó y me abrazó mientras movía la pelvis como cuando un perrito intenta fornicar con la pierna de una persona. Me hizo gracia, pero me daba tanta pena que me enternecí un poco, calmándolo con suavidad. Me acuclillé ante él y comprobé que esa no iba a ser la primera vez que se corriera ese día, pues ya se había ‘manchado’ el calzoncillo y el pantalón. Tras echarle una cariñosa reprimenda, me puse a acariciarle la entrepierna, lamiéndole los huevos mientras le pajeaba la verga que crecía por momentos. Una vez que se le puso bien firme, me dediqué a admirar su tamaño y forma por unos instantes. No sólo era grande: era perfecta. Totalmente simétrica, parecía un consolador. Lo único que le sobraba era el frenillo, por lo demás aquel falo casi deslumbraba al verlo. En seguida quise para mí la sensación de tener esa polla bombeando dentro de mí, así que me puse a mamársela con buenas ganas, faena a la que él respondía sin moverse un solo milímetro, pero respirando muy fuerte, a resoplidos. Tras un par de minutos, me levanté, me puse de espaldas a él y apoyé las manos en uno de los amasijos de hierros que abundaban en el desguace, poniendo el culo en pompa y subiéndome la minifalda. Él poso las manos en mi cadera y envistió con fuerza, pero falló. Me dio tal golpe con la pelvis que casi me tira de bruces contra la masa metálica que me servía de apoyo, así que se la agarré y la guié hacia la entrada de mi coñito. Le susurré "despacio Rafa, despacio…", y él obedeció. Me la ensartó con suavidad y fue acelerando el ritmo hasta convertir aquello en un puro polvo animal, a la velocidad de un conejo y con la fuerza de un toro. Con semejante ritmo a mí se me estaba yendo la cabeza, y mi vagina agradecía el polvo lubricándose con solvencia ante las acometidas que amenazaban mis lumbares. Vaya macho, qué brutalidad. Aguantó con ese ritmo un buen rato, entre media hora y tres cuartos, bombeando y agarrándome con tal fuerza que incluso me hacía levantar los pies en el aire, hasta que me hizo una última embestida, la más fuerte y profunda de todas y así me tuvo, agarrada con sus manos por la cadera, suspendida en el aire y totalmente empalada mientras dejaba en las puertas de mi útero hasta la última gota de semen. Aunque me folló durante un buen rato y disfruté un montón, me quedé a las puertas del orgasmo, cosa que no me importó demasiado. Me estiré de nuevo la faldita, lo vestí y me marché de allí con algo de prisa, pues les había dicho a mis padres que llegaría sobre la una y ya era la una y media. Lo que no supe era dónde se había escondido Pedro para hacer las fotos, pues si la vez anterior con Venancio me di cuenta de algún flashazo que otro, aquella vez no distinguí nada alrededor. Tampoco me había acordado de él en ningún momento.