Soy Puta (II)

— ¿Soy bonita verdad? —sonrió Lucía apoyada en su pecho mientras comenzaba a...

2

Esa noche quedó con un cliente, éste la había llamado a una agencia de modelos que se anunciaba en internet y en los principales periódicos con el eslogan “señoritas de compañía”, en la que Lucía ofrecía sus servicios al efecto. Con sus reservas habituales concertó una cita en un restaurante de la ciudad. Por supuesto la cena correría por su cuenta y luego llegaría el polvo, que podría prolongarse tanto como el cliente quisiera, pues cada minuto contaba para la factura final.

Tras la velada ella cobraría sus honorarios habituales en estos casos a través de la agencia, para así no tener que llevar dinero encima. Todo muy sencillo, todo muy discreto.

Cuando se acercó al restaurante, previamente se sentó en la barra y se pidió un cóctel. Diez minutos después llegó su cliente, vestido con traje negro y corbata. Se lo veía nervioso, cuando le preguntó al camarero por su reserva apenas consiguió explicarse. Finalmente éste le confirmó que tenía la mesa preparada y lo condujo hasta ella.

Lucía dedicó unos minutos a estudiarlo desde su posición estratégica en la barra del bar. Ella estaba impecable, también llevaba un vestido ajustado y negro, con abrigo del mismo color y bufanda de piel de zorro, collar de perlas blancas con diamantes a juego y reloj de oro.

El hombre no hacía más que mirar a uno y otro lado, buscando su acompañante de esa noche. A Lucía le divirtió observarlo y prolongó la espera unos minutos más mientras se terminaba su coctel. Finalmente como una estrella de cine, bajó de su taburete y despacio fue caminando hasta donde estaba el camarero que recibía a los comensales, le dio el nombre de su cliente y éste la condujo hasta su mesa.

Al acercarse vio cómo el pobre incauto tragaba saliva, cuando estuvo frente a la mesa éste se levantó nervioso, ella se deshizo del su abrigo, que fue recogido por el camarero y se acercó a él soltándole sendos besos con sus rojos labios.

— ¡Hola cariño! —le dijo en un tono familiar.

— ¡Hola! —balbuceó su cliente.

Finalmente se sentó en la silla que previamente el camarero había separado de la mesa para ella. Sin duda  toda una señora. El caballero hizo lo mismo y se sentó frente a ella, cruzando sus manos sobre la mesa. Otro camarero se acercó al instante y les preguntó qué deseaban para beber. En ese momento Lucía se adelantó y pidió una botella de vino.

Como siempre al principio la situación era tensa y ella detectó al instante que su cliente no estaba precisamente experimentado en estos temas, casi no hablaba, de forma que ella tuvo que soltarse la lengua y hablar por los dos, tratando así de crear un ambiente relajado y tranquilo, sonriéndole todo el rato.

La charla fue un poco intrascendente al principio, ya mientras comían el hombre comenzó a hablar de su vida y le confesó que estaba en trámites de divorcio de su mujer y que desde hacía mucho tiempo no mantenía ningún tipo de relación con su ya casi ex. Finalmente su cliente se fue tranquilizando a medida que el vino y la comida corrían y la velada se hizo agradable. Por cierto, el hombre dijo llamarse Juan, seguramente un nombre inventado, al igual que el de ella.

Finalmente Lucía le propuso marcharse y ya en la puerta, se subieron al BMW X5 que les estaba esperando, traído hasta allí por el aparca coches del restaurante justo a tiempo. Se montaron en el vehículo y se marcharon. A Lucía le volvían loca estos coches, con tapicería de cuero blanco, sus acabados cromados y en madera pulida, sin duda aquel tío tenía pasta y se podía permitir su compañía toda la noche si hacía falta.

El hombre se dirigió al hotel de cinco estrellas en el que previamente había reservado habitación, entró en el parking y al estacionar para su sorpresa Lucía se le aproximó y echando mano a su paquete descubrió que no estaba precisamente excitado.

— ¿Oh cariño, quieres que comencemos aquí antes de subir a la habitación?— le dijo mientras le manoseaba su flácido miembro encima de su bragueta.

— ¡No, espera, aquí no! ¡Mejor subamos a la habitación!— exclamó nervioso su acompañante zafándose de sus caricias y saliendo del vehículo.

— ¡Está bien, tranquilo! Haremos lo que tú quieras...— contestó Lucía melosa.

Accedieron al ascensor y para su sorpresa vio como pulsaba directamente la quinta planta, eso quería decir que el muy pillo ya había recogido la llave de la habitación, antes de cenar, así evitaría la incómoda situación de pedirla con ella a su lado a esas horas de la noche.

El Hotel era todo un cinco estrellas, estaba súper bien, al entrar en la habitación Lucía descubrió con agrado que era toda una suite con una cama enorme, flores por la habitación y un centro de mesa repleto de frutas junto a una botella de champán francés al lado enfriándose en un recipiente lleno de hielo, todo había sido dispuesto al detalle.

Se acomodaron, Lucía pasó primero al servicio y se alivió la vejiga, después procedió a lavar su sexo en el bidé, dejándolo listo para la acción. Se secó y se puso de nuevo un tanga transparente de color rosa con piedrecitas brillantes en sus caderas. Se desvistió y salió únicamente ataviada con el citado tanga, lo cual le confería un aspecto poco menos que impactante. El incauto partenaire estaba sirviendo el champán cuando la vio e inmediatamente comenzó a regar la mesa con el espumoso y dorado líquido. Ella al ver su torpeza no pudo por menos que sonreír.

— ¡Oh vaya, no te pongas nervioso! —rió—. En vez de tirarlo en la mesa me lo podrías echar a mi por el cuerpo y luego beberlo de mi piel, ¿te gustaría? —le dijo mientras se acercaba a él con su cuerpo esplendorosamente semi desnudo.

La bella chica se acercó como una gata en celo y le restregó todo su cuerpo desnudo sobre el caro traje de ejecutivo que lucía aquel hombre. Su perfume lo embriagó y no pudo por más que echar mano a su culo descubierto, suave y sedoso, al tiempo que probaba sus pequeños pechos, chupando sus pezones sabiamente excitados en el baño hasta ponerlos duros y puntiagudos, haciéndolos entrar en su boca y chupándolos dulcemente, mientras Lucía se os ofrecía sujetándolos con sus manos.

Ella se pego a conciencia contra sus ingles, pegando su monte de venus allí donde dormía el monstruo de su amiguito, monstruo o más bien monstruito, el caso es que el durmiente despertó. Entonces ella echó mano a él y continuó desperezándolo acariciándolo encima de su bragueta. Tras el calentón inicial, él la interrumpió.

— ¡Tengo que ir al lavabo!

— Adelante cariño, haz lo que tengas que hacer pero aséate bien al final, ¿vale? Quiero que estés bien limpito para que yo pueda hacerte un regalito —le advirtió señalando el mostruito que había nacido en su entrepierna.

Esperó un tiempo prudencial y cuando oyó el agua del bidé correr decidió entrar a ver que tal iba su acompañante. Éste, de nuevo, se sobresaltó al verla.

— ¡Vaya estamos nerviosillos hoy! ¿Verdad? —sonrió Lucía tranquilizadora—, sólo quería echarte una mano en el aseo.

Tras lo cual se arrodilló junto al tipo, que estaba ya completamente desnudo y sentado en el bidé y procedió a lavar su miembro, enjabonándolo primero, aprovechando para darle un buen masaje de jabón y aclarándolo después con abundante agua tibia, hasta que el monstruito quedó reluciente.

Entonces lo hizo levantarse y en cuclillas comenzó a chupársela, bebiendo las gotas de agua que aún la envolvían con su ardiente boca, haciendo brillar su glande al sacarla de su boca, mientras con su lengua que se enroscaba una y otra vez sobre su punta, provocándole unas sensuales cosquillas.

El hombre quedó absorto y puso sus ojos en blanco antes de cerrar sus párpados y mirar al cielo, como acordándose que tales placeres de la naturaleza aún existían para él. Tras unos segundos Lucía cogió un condón que previamente había ocultado en su mano y sin que él se diese cuenta lo introdujo en su boca y vistió al monstruito con él, en un juego ya bien aprendido para enfundar los falos sin que el cliente apenas lo notara y sin que protestase por dicha acción.

— La chupada a pelo, es un detalle de la casa con su cliente en la primera vez, si quieres que siga tienes que demostrarme que eres un tío sano— le dijo dando por finalizada la mamada.

A continuación pasaron a la cama, ella lo tumbó de espaldas y se subió a su cuerpo como una tigresa, de un salto. Frotándose el coño antes de metérsela, se abrió sus labios y poco a poco la condujo hasta el fondo, quedando sentada sobre sus huevos.

— ¡Qué bonita eres!— exclamó Juan en el momento en que su polla entraba en el ardiente interior, a lo que siguió una exhalación muestra del mayor de los placeres.

— ¿Soy bonita verdad? —sonrió Lucía apoyada en su pecho mientras comenzaba a cabalgarlo—. ¡Pues esta noche te enseñaré además las cositas que sé hacer!

— ¡Házmelo despacio!— le rogó él.

— Está bien cariño, lo haremos como tú quieras— contestó Lucía mientras colocaba suavemente su falo bajo su rajita y se lo restregaba suavemente jugueteando en su entrada con él.

Cuando se cansó, lo hizo desaparecer de nuevo en su caliente interior y suavemente comenzó a subir y bajar continuando con la cabalgada.

— ¡Jo, qué bueno!— exclamó el sumiso cliente bajo aquella gatita encelada.

— ¡Oh si!, ¡me está gustando a mi también! —gritó Lucía acordándose de porqué le gustaba aquel oficio: ¡Buena comida, buenos vinos, suites de lujo y sexo!

Ella, que conocía los entresijos de su trabajo a la perfección, se echó sobre el pecho del individuo haciendo que este se aferrase a su espalda y le comiera los pezones, mientras ella, con rítmicos movimientos de su cintura de avispa, lo fue follaba despacito como le había pedido él.

Mientras tanto el hombre disfrutaba mamando de sus tetitas, como golosinas en la boca de un niño, al tiempo que apretaba su culo prieto y redondo con ambas manos mientras ella ejercitaba sus caderas arriba y abajo. Sin duda todos sus sentidos estaban puestos en aquella hermosa chica que se lo elevaba al cielo, y le hacía recuperar parte de su autoestima, perdida por el trámite del divorcio al que le había dicho durante la cena que se enfrentaba.

Lucía se recreaba en el acto subida encima del caballero al que apenas conocía. Había llegado a ser capaz de de abstraerse mientras follaba a aquellos hombres, la mayoría de veces no le gustaban mucho, por eso recurría a la imaginación, bien para cambiarles el aspecto, bien para verse en una playa caribeña de blanca y fina arena, tumbada sobre una hamaca disfrutando de un cóctel mientras un hermoso joven la poseía.

Esta ocasión era distinta, pues era su primer cliente en bastante tiempo, desde su incidente y lo cierto es que le había caído bien con sus inseguridades durante la cena y también echaba de menos el sexo. El sentir una verga en su interior, el sentir su poder encima de un hombre, controlarlo con su pequeño y fibroso cuerpo, que tanto gustaba a ellos por su aspecto infantil pero tremendamente erótico.

Por eso, ensimismada en sus pensamientos, no sorprendió que apenas llevasen unos minutos cuando el tipo comenzó a gemir airadamente, apretando sus dientes, sus manos en su culo y tensando todo su cuerpo levantándola con él sobre la cama.

— ¿Ya cariño? —le preguntó extrañada.

— ¡Oh si! ¡No he podido evitarlo! —confesó el cliente entre dientes.

Bueno, no había más que hacer, se limitó a echarse sobre su cuerpo y hacerle arrumacos en el oído mientras apuraba los últimos espasmos de su corrida. Cuando hubo terminado, desmontó y se tumbó a su lado.

— Me gustaría ver cómo te masturbas —le propuso su cliente.

Dado el poco tiempo que había durado la penetración a Lucía no le pareció mal seguir jugando con él, después también era de carne y hueso y le hubiese gustado que aguantara un poco más para darse placer.

Así que se bajó de la cama y se acomodó en una butaca que había a los pies de la misma. Levantando una rodilla por encima del reposa manos, apoyó su talón en él, dejando su pequeña rajita exageradamente al descubierto. Luego lamió delicadamente la punta de sus dedos y procedió a separar los finos labios de su afeitada flor, deleitándose con caricias sensuales y atrevidas sobre su clítoris y labios.

— Métete los dedos, quiero ver cómo lo haces —le exigió el cliente.

Lucía lo complació y se introdujo dos y hasta tres de sus dedos. Jugaba con su almeja como una experta y como sabía lo que ponía a los hombres se deleitaba estirándose los pliegues de su coño, mostrándolo tan abierto y explícito como le era posible. Incluso se permitía introducir sus dedos en ese oscuro agujero del deseo prohibido, algo que también los volvía locos.

Lo cierto es que estaba tan abandonada, que descubrió lo caliente que se estaba poniendo en aquellos momentos y le apeteció correrse delante de aquel tipo. De manera que cuanto más pensaba en esta idea más le excitaba el hacerlo.

— ¿Te atreverías a comérmelo? —le propuso tan cachonda como ya no recordaba haber estado con ningún cliente.

El hombre la miró extasiado en la visión de su preciosa y pequeña joya. Tal proposición le turbó y aunque dudó, pues ella para él también era una extraña, finalmente claudicó y aproximándose a ella a gatas puso su boca tan cerca de su raja que Lucía pudo sentir su cálido aliento sobre su piel.

— ¡Oh si Juan, qué rico! —exclamó airadamente al sentir su lengua clavarse en su coño.

Se había atrevido a pedírselo y él había aceptado, no era algo que soliese hacer pero aquella noche era distinta lo deseaba y quería correrse, pues también ella tenía derecho.

El hombre se portó tan bien que ella para recompensarlo lo tumbó de nuevo en la cama y le comió la polla a pelo una vez más hasta recuperar una aceptable erección de aquel tipo.

— ¡Vamos, fóllame por detrás! —le ordenó como si fuese su ama.

Él sin rechistar se puso tras su pequeño culo respingón y le clavó la verga en su sonrosada rajita.

Lucía la sintió entrar y ahora fue ella quien exhaló de puro placer. El tipo se aferró a sus estrechas caderas y apretó con furia ahora contra su culito, lo cual le hizo un delicioso daño. Después de todo no follaba mal el tío.

Se soltó en una serie de gemidos y alaridos como gustaba oír a los hombres que la follaban, apoyó los codos sobre las sábanas y dejó su culito en pompa y se dejó follar por él, para que sintiera que sumisamente se rendía a su polla y adoptó el papel que tanto gustaba a sus clientes a veces.

Secretamente deslizó sus dedos en aquella postura por su vientre y se acarició su clítoris mientras la follaba, disfrutó con cada embestida e incluso sintió cómo éste le deslizaba el dedo gordo por su ano, algo que seguramente hacía con su mujer y que ella también apreció, pues la excitó un poco más si cabe.

Y corriéndose por todo lo alto se contrajo y convulsionó con su pequeño cuerpo sometido a aquel tío que acababa de conocer, placeres del trabajo que sólo muy de tarde en tarde ocurrían, pero que cuando pasaban le hacían reponerse y continuar con su oficio, que por otra parte le proporcionaba además pingues beneficios.

— ¡Qué bueno, joder! —dijo mientras terminaba de correrse.

Pero Juan, que así se llamaba, al sentir las contracciones de su pequeño cuerpo de universitaria, apretó sus embestidas y mientras ella terminaba fue él quien comenzó a dar alaridos y alcanzar así su segunda corrida.

Sólo entonces Lucía fue consciente de que esta segunda vez se había olvidado de los condones y casi de inmediato pensó en el peligro que corría por aquel imperdonable despiste. Aún así lo analizó con frialdad y pensó que probablemente aquel tío no iba de putas desde hacía años y que sólo ahora, a raíz de la tensa relación con su esposa había claudicado, se fijó en que aún llevaba su anillo y pensó que no era probable que le contagiase nada, aunque eso sí, tomó nota para próximas ocasiones.

Mientras tanto el tío terminó de sacudir su pequeño cuerpo y rendido se echó a un lado, liberándola de su cintura, momento en el que Lucía aprovechó para salir rauda hacia el cuarto de baño, buscando un poco de intimidad.

Se sentó en la taza del váter y el pipí cayó con su chorrito característico, también sintió otros flujos bajar, fruto de su inconsciencia de antes. Respiró hondo y se relajó unos instantes. En su mente se sintió liberada, volvía al trabajo y esta noche se sacaría una buena tajada. Entró en la ducha y se aseó bien su rajita, dejó que el agua caliente corriese por su rostro, limpiando su maquillaje, pues ahora ya no le importaba y tras esto salió de la ducha cogiendo la primera toalla que tuvo a mano.

Mientras se secaba se estuvo mirando en el espejo, viendo su cuerpo desnudo, sin duda era narcisista y le gustaba verse reflejada en todo su esplendor.

— ¿Estás buena, eh? —se dijo como Narciso al mirarse al estanque.

Al salir sorprendió al hombre dormido, este se sobresaltó un poco y ella se disculpó. Le dijo que se tenía que marchar y este se envolvió perezosamente en las sábanas mientras la despedía.

— Volveré a llamarte, has estado genial —le dijo antes de que saliese por la puerta.

— Cuando quieras estoy a tu disposición “guapetón” —respondió ella girándose y devolviéndole la mejor de sus sonrisas mientras le tiraba un besito al aire.

Se vio un poco cursi, pero sabía que aquel tipo lo había pasado bien y que sin duda volvería a picar en sus redes, haciéndose un cliente fiel, y a juzgar por su nivel de vida, ¡sin duda le convenía!

3

A la mañana siguiente tras la cena y todo el vino que bebieron, Lucía se despertó tarde, faltando ya poco para el mediodía. Sin duda disfrutaba de su vida en aquellos momentos y uno de esos placeres era levantarse tarde, le gustaba remolonear en la cama hasta que ya no podía dormir más.

Se levantó, preparó café y se hizo un par de tostadas de pan de molde y sentó a desayunar en la cocina mientras consultaba en el móvil las noticias del.

Por la ventana entraban los rayos del sol, proyectándose como haces de luz perfectos sobre el suelo porcelánico. Lucía se quedó extasiada viendo como millones de motas de polvo en suspensión flotaban en el aire, desplazándose majestuosamente como las abejas en una colmena. Hoy se sentía muy bien, estaba a gusto consigo misma y en paz.

Pero de repente, su subconsciente la traicionó y por unos momentos volvieron a su mente los días del hospital, entonces cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, apartando aquellos malos pensamientos de su mente.

El truco funcionó, se vistió y decidió ir de compras para mantener su mente ocupada, necesitaba ropa apropiada para salir por la noche, casi todos sus vestidos los dejó en el último piso y no quiso volver por miedo a que el tío que le pegó estuviese esperándola.

Al salir fue caminando hasta la parada de taxis más próxima, y pasando por el mismo parque que el día anterior, aprovechó para ver si estaba su amigo Fran arreglando los jardines.

Efectivamente estaba con el resto del grupo, en el centro bajo unos árboles, plantando flores, así que no quiso molestar y siguió su camino.

Volvió ya por la tarde, cuando el Sol se disponía a ocultarse bajo el horizonte y para su sorpresa vio a Fran en el portal, así que se sentó con él a charlar.

—  ¡Hola Fran!— le gritó con alegría mientras le daba una palmada en el hombro.

—  ¡Hola Lucía!— respondió igualmente el muchacho.

Lucía se acercó a él e inclinándose le dio un beso en la mejilla, el chico despertaba mucha ternura en ella y la hacía sentirse muy bien. Le preguntó por su trabajo y estuvieron hablando un buen rato sobre las flores y el césped. Su madre lo llamó por la escalera, así que se levantó y subieron juntos. Al llegar al portal su madre salió y se saludaron. Al parecer tenía la merienda lista y lo llamaba para que se la tomase. Marisa la invitó a pasar y acompañarlos. Ella se excusó pero su vecina la tomó del brazo y literalmente la metió en casa. Así que disfrutaron de café y magdalenas caseras, Fran tomó leche con cacao y dio buena cuenta del plato de dulces que había preparado su madre en el horno.

Lucía la felicitó por su destreza como pastelera y estuvieron conversando y conociéndose. Al parecer Marisa era funcionaria del ayuntamiento y trabajaba por las mañanas solamente, vivían solos Fran y ella, pues su marido murió trágicamente en un accidente de tráfico hacía ya unos cuatro años. Su madre se trasladó a vivir con ellos tras esto y también había fallecido hacía unos meses, así que volvían a estar solos de nuevo.

Lucía estaba sentada junto a Fran en un sofá, él estaba muy contento, al parecer por la compañía de su nueva a miga, al menos eso fue lo que le dijo su madre, quien sin duda lo conocía bien.

Marisa estaba junto a ella en una butaca. Ella por su parte le contó a Marisa que era universitaria y que estaba estudiando al tiempo que trabajaba esporádicamente como azafata de congresos, Marisa la felicitó por lo guapa que era y le dijo que sin duda con su cuerpo y siendo tan guapa no le faltaría trabajo, y en cierta medida no se equivocaba, salvo por el tipo de trabajo que ella desempeñaba. La verdad es que se tenía ya la mentira bien aprendida, pues lo que menos le gustaba era ser el centro de atención de las habladurías de marujas sin nada mejor que hacer.

Pasó la tarde y cuando llegó la hora de la cena Lucía se despidió, Marisa le ofreció que se quedara a cenar, pero Lucía esta vez no aceptó y su vecina tampoco insistió más.

Esa noche Lucía ya había quedado con otro cliente, esta vez no fue muy de su agrado pues el hombre estaba bastante gordo y estuvo metiéndosela por el culo de una forma bastante poco acertada, hasta que se corrió.

Lucía se alegró de terminar por fin el servicio y salió a toda prisa del hotel, el gordo después de todo se portó bien y le dio una generosa propina en metálico. A veces pasaba, no todos los tipos eran agradables y le gustaban, pero era su trabajo y así se había mentalizado.

A la mañana siguiente era sábado, por eso le extrañó cuando le tocaron en la puerta, aún así Lucía salió de la cama, aún con el pijama puesto a ver de quién se trataba. Era su vecina y con ella venía Fran.

— ¡Oh Lucía! ¿Estabas durmiendo?— preguntó su vecina ante lo evidente—. No quería despertarte— se excusó.

— ¡No importa, ya me iba a levantar! Es que anoche quedé con unas amigas y me acosté tarde —se excusó.

— ¡Oh claro, claro! Eres joven haces bien y salir y divertirte. Verás es que necesito ir al centro, porque una amiga está en el hospital, ayer se calló y se hizo daño y a Fran le dan miedo los hospitales, así que no tengo con quien dejarlo. ¿Te importaría quedarte con él hasta la hora del almuerzo? Si no puedes no pasa nada, no quiero molestarte.

—  ¡Oh claro que no! Estaré encantada de que se quede conmigo, de todas formas no tenía pensado hacer nada esta mañana.

—  ¡Pues muchas gracias Lucía, te debo un favor!— le dijo Marisa soltándole un beso en la mejilla.

Fran pasó a su piso y ella lo acompañó al salón. Allí puso la tele y le dijo que esperase que quería ducharse.

De modo que se encerró en el baño y se dio una ducha rápida, luego salió y se fue a cambiar a su cuarto. Como no tenía costumbre de cerrar la puerta, pues vivía sola, la dejó abierta, y se desnudó. Cuando se estaba cambiando la ropa interior vio cómo Fran se asomaba a la puerta y se sobresaltó, escapándosele un grito mientras se tapaba sus partes.

Fran se asustó, se dio media vuelta y se fue rápidamente mientras rompía a llorar. Lucía pensó que lo había asustado con su grito, así que se puso rápidamente una camiseta y unas braguitas y salió a ver cómo estaba.

Lo descubrió en el salón, sentado en el sofá tapándose los ojos mientras sollozaba. Pese a ser ya mayor, en el fondo era inocente como un niño y debió pensar que ahora Lucía le regañaría por lo que había hecho.

— ¡Vamos Fran! ¿Te he asustado? No quería hacerlo, lo siento... —le dijo mientras lo abrazaba.

— ¡Fran ha sido malo, ha mirado mientras Lucía estaba desnuda! —exclamó él mientras se dejaba abrazar por la chica.

Fran era bastante grandote y sus hombros eran anchos y fuertes. Lucía era pequeña y delgada, por lo que con sus finos brazos sólo le llegaba a los hombros y él la eclipsaba literalmente con su cuerpo. Allí abrazada a él le impresionó lo grande y fuerte que se veía tan de cerca.

Cuando lo hubo consolado un poco, se separó.

—  ¿Estás bien?

—  Si —dijo él aún con lágrimas en la cara.

Se levantó y buscó unos pañuelos de papel para que enjugara las lágrimas y se sentó de nuevo a su lado.

— No pasa nada Fran, antes he gritado así porque me he asustado al verte y por un momento te confundí con otra persona, ¿lo entiendes, verdad?

— Es que me aburría y estaba viendo tu casa. Los cuadros son bonitos, me gustan —asintió Fran ya completamente repuesto.

— ¿Ah si? ¡Los escogí yo misma! Son de Van Gogh, me encanta Van Gogh —exclamó Lucía.

De repente Fran comenzó a reírse, y Lucía pensó que tenía algo en el pelo que le hacía reír así que buscó si se le había enchanchado algo sin éxito.

— ¡Qué! ¿Es que tengo algo colgando? —preguntó ella ahora con inocencia.

— ¡No, es que... Lucía es bonita! —le soltó de sopetón.

— ¡Ah, es eso, antes me viste y ahora…! —dijo Lucía descubriendo el porqué de sus risitas—. ¡Es por lo de antes, no pillín! Oye, esto no se lo digas a tu madre, ¿eh? —le dijo, pues sólo le faltaba que le comentara a su madre que la había pillado en pelota picada.

— ¡No, será nuestro secreto! —exclamó Fran con mirada de complicidad.

Fran era la inocencia personificada, pero a Lucía le sorprendió que se fijase en ella y concluyó que después de todo él también era hombre y se sentía atraído por ella como mujer, aunque pensó no tenía nada que temer, él era tan bueno que nunca le haría daño y en el fondo se sintió alagada y le divirtió la situación.

— Pero Fran, ¿tú tienes novia?

— No, no tengo, sólo amigas, amigas del trabajo —aclaró.

— ¿Y no te gusta ninguna?

— No, me gusta Lucía —insistió Fran una vez más.

— ¡Venga chico, yo soy tu vecina! ¿Alguna amiga del trabajo te gustará no? —siguió Lucía intentando distraerlo de su persona.

— Bueno si, me gusta Laura, ¡un día me tocó el pito!— admitió entre risitas.

— ¿El pito? —preguntó Lucía extrañada—. ¿Y eso?

— Estábamos juntos en los jardines y me hacía piss así que me puse contra un árbol, ella me vio, se acercó a mi y me lo cogió.

— ¿En serio, y tú que hiciste? —Lucía no salía de su asombro.

— Pues nada, la dejé que lo tocara... y se me puso muy dura —soltó de nuevo más risitas.

— ¡Oh, pero Fran, estás hecho un bribón! —exclamó ella dándole una palmada en el hombro.

— Luego hizo piss ella y le vi eso… —confesó señalando sus ingles—. Pero el tuyo es más bonito, no tiene pelillos.

— ¡Oh Fran, qué vergüenza, me vas a poner colorada! —exclamó Lucía divertida por la conversación con el chico.

A pesar de su inocencia Fran debía pasar ya los veinte años, con lo que era un volcán de hormonas en erupción pese a su discapacidad.

— Estábamos solos, se habían ido todos al otro lado del jardín. Ella se levantó luego y se acercó y me pidió que se lo tocara, así que lo hice.

— ¿De verdad? —preguntó Lucía guiada ya por el morbo de la confesión.

— Si, luego la mano me olía a pipí— afirmó con su sinceridad habitual— . Luego ella me dijo que me tumbara en el césped y se sentó encima, encima de mi pito —le aclaró tras una pausa.

Lucía estaba ciertamente escandalizada, no lo podía creer lo que aquel chico inocente le contaba.

—  Pero Fran, Laura es una compañera, como tú, ¿no?

—  Bueno Laura es una monitora, como Antonio.

— Vaya tela con la tal Laura —pensó Lucía para sus adentros.

— Laura es muy buena amiga y se porta muy bien conmigo, me dice que me quiere mucho y ese día estuvo bastante rato conmigo, lo que me hacía me gustó mucho, luego me mareé un poco allí tumbado, sentí muchas cosquillas en el estómago y sentí que me hacía pipí dentro de... ella.

A medida que el muchacho contaba su secreto, más morbo le daba a Lucía el conocerlo. Se imaginaba a la tal Laura tirándoselo en el parque a escondidas, con el riesgo que implicaba el que los viesen otros chicos como él, ¡en público!

— ¿Tú quieres tocarme el pito también?— le preguntó mientras Lucía estaba ensimismada en sus pensamientos.

—  ¡Oh no Fran, yo no...!

—  Mira mira, se me ha puesto grande —le dijo levantándose y bajándose el pantalón a la vez que los calzoncillos, mostrando una gruesa polla en erección.

A Lucía le subieron los colores viendo aquel miembro, que sin esperarlo había aparecido ante ella. Trató de ignorarlo y le dijo que se subiera los pantalones y se sentara de nuevo tirando de ellos para ayudarle a subírselos.

— Oye, Fran, pero tu amiga Laura, ¿lo ha hecho más veces? Me refiero a lo de sentarse encima tuyo.

— No sólo aquel día, luego no lo ha hecho más pero es porque no nos hemos quedado solos más veces. Ella me dijo que si era bueno y no lo contaba lo haríamos otro día también.

Vaya lagarta que está hecha la tía esa —pensó de nuevo Lucía escandalizada ante la perversión de un alma como la de Fran. Pero luego recapacitó y pensó en el muchacho, sin duda, a su edad las hormonas tenían que correr necesariamente por sus venas igual que por las de cualquier otro chico, y este pensamiento la hizo recapacitar sobre sus necesidades.

— Fran, ¿a ti te gustaría que hiciéramos tú y yo, lo mismo que con tu amiga Laura?

— ¡Oh si, tú eres más bonita que ella! —asintió el chico sin dudar.

Aunque Lucía seguía con dudas, por un lado le daba morbo hacerlo con él, tan inocente, tan cálido, y por el otro, le remordía la conciencia. Pero el chico estaba empalmado y tenía una buena polla como ya le había mostrado justo hacía un momento, pensó que sería como hacer una obra de caridad por él.

Pero finalmente decidió apartar aquellos pensamientos de su mente, entre otras cosas, porque le aterró la posibilidad de que se lo contara a su madre y ésta se enterase de lo que había hecho. Si a ella le había contado lo de Laura, nada le garantizaba que no se lo soltara otra persona y llegara a oídos de su madre o incluso directamente a ella. Así que para despejarse decidió llevarlo a pasear al parque.

Salieron de la casa, el sol brillaba ya en todo lo alto y estuvieron paseando por el bonito parque donde trabajaba Fran. Él no paraba de contarle lo que habían estado haciendo en él durante toda la semana, desde luego el muchacho hablaba por los codos. A Lucía le hacía gracia y la hacía reír con las tonterías que hacía o decía.

Como ya era un poco tarde decidieron volver, Lucía tocó en su piso, a ver si ya había llegado su madre y efectivamente así era. Cuando le tocó y no los encontró dedujo que habían salido a dar una vuelta y pensó en invitarla a comer para compensar las molestias. Una buena comida casera y familiar, así fue como se lo definió, así que Lucía no pudo negarse.

Durante la comida le estuvo hablando de lo mal que comían las estudiantes y que sin duda ella estaba tan delgada por lo poco que comía. Marisa no es que estuviese gorda, digamos que a su edad se conservaba medianamente bien, aunque el apetito hubiese saciado su carne y ésta fuese abundante pero no en exceso.

Tras la comida se sentaron en el sofá del salón y estuvieron viendo una película de sobremesa que echaban por la tele, de esas donde hay una mujer mala malísima que los va matando a todos. El pobre Fran casi en seguida se quedó dormido, mientras su madre y la propia Lucía hacían lo propio con el sopor que produce la digestión.

A la hora o así Lucía despertó, no se podía creer que se hubiese quedado dormida con su nueva familia. Lo cierto es que la escena era de lo más familiar, sentada entre la madre y el hijo. Decidió levantarse e ir a la cocina a tomar un gran vaso de agua, pues, después de la comida se había quedado seca.

Estuvo curioseando un poco por la nevera y los armarios picó algo dulce, dándole la impresión de que estaba como en su propia casa. Luego fue al servicio a hacer un pis, sus anfitriones aún estaban sopa cuando pasó por el salón.

No pudo evitar echar una mirada por el baño, estaba bastante limpio y cuidado, aunque entre los botes uno llamó su atención, era de color rojo y tenía un dosificador, al examinarlo más detenidamente descubrió que era un lubricante sexual, que daba sensación de calor.

— Vaya con la señora Marisa, después de todo aún está viva entre sus piernas—  pensó entre risas mentales.

Y lo dejó donde estaba. Luego echó un ojo al dormitorio, nada de particular, curioseo algunos cajones de la cómoda donde guardaba braguitas y sujetadores. Sin duda ahí debía guardar algún artilugio de placer, para combinar con el lubricante del baño pero no lo encontró, no estaría guardado a la vista. Finalmente abrió el último cajón de la mesilla de noche y escondido entre los calcetines apareció una réplica, en látex suave y sedoso, del miembro masculino, algo grande para su gusto, pero bien moldeado. En ese momento los ruidos la alertaron así que súbitamente cerró el cajón y salió de la habitación.

Marisa se había despertado, ella entró justo cuando se estaba levantando del sofá.

— ¿Te apetece un café? —le preguntó nada más verla aparecer.

— Vale —se limitó a asentir Lucía.

El resto de la tarde lo pasó conversando con su nueva amiga, hasta que se despidieron ya entrada la noche. Lucía tenía una nueva cita y se fue a prepararse. Era de nuevo con su primer cliente en la ciudad, así que estaba relajada, pues ya lo conocía. Al final cumplió su palabra y volvió a llamarla.

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De Soy Puta guardo un cariño especial hacia su protagonista, no es la típica novela de sexo que suelo escribir si es que tengo novelas típicas, en fin, por si os interesa, aquí os dejo su sinopsis:

Lucía es una prostituta de lujo, durante el día su tapadera es la universidad, durante la noche, se transforma y sale con hombres que la invitan a cenar, a copas y a cama. Y casi todos repiten, pues Lucía es muy buena en lo que hace.<

Pero en esta vida nada es para siempre, Lucía recibe una paliza de un cliente obsesionado con ella y decide cambiar de ciudad para que éste no la encuentre. Allí conocerá un alma pura: Fran; con el que sentirá una especial empatía desde el principio y éste sacará lo mejor que hay en ella.