¿Soy puta?

No cabe duda de que es una de las peores experiencias que puede sufrir una mujer pero, aunque pueda resultar increíble, me he encontrado con algunos casos en los que la agredida a llegado a excitarse y experimentar placer.

¿SOY PUTA?

Por mi profesión de psicóloga y colaboradora en una asociación de mujeres que han sufrido abusos, han llegado hasta mi bastantes casos de chicas y mujeres violadas. No cabe duda de que es una de las peores experiencias que puede sufrir una mujer pero, aunque pueda resultar increíble, me he encontrado con algunos casos en los que la agredida a llegado a excitarse y experimentar placer. El que voy a narrar, ocurrido hace unos 20 años a las afueras de una pequeña capital de provincias, me llamó especialmente la atención.

Asun era una chica de 18 años, aunque no aparentaba más de 16;  pelo castaño y, aunque bajita y algo regordeta (mide 1,59 m y pesa 61 kg), tenía una buena figura y cara de niña. Tenía novio desde hacía algún tiempo aunque hacía solo unos meses que había tenido relaciones sexuales con un hombre (el novio) por primera vez.

Para ser más fiel al testimonio, lo contaré en primera persona, tal y como ella me lo fue contando en varias sesiones de terapia, expresando los sentimientos que la embargaban en cada momento, tal y como yo le pedía que me lo contara.

"Estaba paseando por el bosque, serían las dos y media, ahora en el verano a esa hora no hay nadie por allí. De repente sentí que me agarraban la blusa desde atrás y después una mano me tapo la boca y otra me agarró del cuello apretando con fuerza. Desconcertada y paralizada por el pánico me llevaron entre los matorrales hasta un lugar entre la maleza separado del camino. No pude verle en ningún momento pero parecía un hombre muy alto y fuerte, como de unos 30 a 40 años. Con un tono muy amenazante me dijo que no se me ocurriera levantar la vista del suelo ni tampoco gritar u oponer resistencia porque si no me iba a arrepentir. Con voz más relajada añadió que si colaboraba iba ser rápido y no lo pasaría tan mal.

El hombre me empujó hasta que quedé tumbada boca abajo sobre la hierba y luego se puso sobre mí,  aplastándome con su gran peso. Noté

directamente su enorme aparato apretando mis nalgas. No me moví ni tan siquiera un milímetro, paralizada por mi propia excitación y el miedo a lo completamente

desconocido por mí hasta entonces. No me dijo nada, simplemente se dedicó a sobar mis pechos por encima de la camisa, sacándolos del sujetador y pellizcando mis pezones; mis deseos de gritar por el dolor se ahogaron en mi interior para evitar que alguien advirtiera que estábamos allí. Era una sensación muy humillante pero al mismo tiempo me producía una extraña sensación de excitación que me enervaba. Varias veces quise decir algo, pero me era imposible articular

palabra.

Al poco rato noté que se incorporaba y entonces me bajó los pantalones cortos que llevaba y las braguitas. Yo estaba muy asustada pero no era capaz de hacer nada. Noté que me manoseaba y me separaba las nalgas y de repente sentí que algo duro empezaba a presionar en mi ano. En ese momento comprendí sus intenciones y traté de zafarme  pero me sujetaba con mucha fuerza. Me dijo que me era mejor que me dejara hacer porque si no me preparaba primero me iba a doler demasiado. Nunca me lo habían hecho por detrás pero pensé que, por muy doloroso y humillante, que fuera al menos evitaría quedarme embarazada. Así que me resigné y dejé que me anduviera ahí.

Me introdujo el dedo y lo estuvo metiendo y sacando unas cuantas veces, impregnándome con una sustancia fría y como grasienta. Lo notaba abierto y palpitante y muy irritado y una sensación muy molesta de ganas de ir al baño.

De repente el dedo se salió y a continuación oí el ruido de una cremallera: algo mucho más grueso quiso ocupar su lugar haciendo presión en la entrada. Me parecía enorme aunque ni siquiera lo llegué a ver en ningún momento. Me puso la punta  en la entrada, manteniéndola así, sin más. Notaba la presión cada vez más fuerte, produciéndome una sensación extraña. Traté de impedir su entrada haciendo fuerza pero no sirvió de nada.

De pronto dio una embestida y el glande se coló en mis entrañas,

produciéndome un dolor insoportable y nuevo para mí (pues, como ya dije, yo era virgen de esa parte de mi cuerpo) acompañado de una sensación de horrible humillación. Se me saltaron las lágrimas y tuve que apretar los dientes con fuerza mientras él seguía empujando y abriéndose paso dentro de mi hasta que noté sus testículos apoyándose en mis nalgas. El hombre, con tono satisfecho, afirmó que ya me  lo había roto  y que ahora tenía todo su miembro en mi interior. Ahí fui consciente de que la cosa ya no tenía solución, así que me resigné por completo esperando que todo acabara rápido.

Realmente lo tenía muy grande, mucho más grande que el de mi novio, que era el único que yo conocía. Y aunque me dolía menos de lo que yo había pensado, me resultaba muy difícil soportar la presión de aquella cosa enorme y la quemazón constante que me causaba.  Lo dejó reposar un poco, según me dijo, para que me acostumbrara, pienso que después de todo se puede decir que fue bastante considerado.

Después de tenerme un rato así,  volvió a hablar para decirme que aguantara,  que solo iba a ser un momento."Tu nada más aflójate y si

eres puta de verdad verás cómo te va a gustar. Y más te vale que lo seas, así no lo pasarás mal". Luego empezó a moverse con movimientos de mete-saca muy lentos, mientras me amasaba los pechos, penetrando muy dentro de mi y produciéndome un ardor terrible y una sensación como si estuviera defecándome. No puedo decir que me acostumbrara a  aquello pero sí que había terminado  aceptando dentro de mí a ese miembro duro como un roca que me perforaba sin piedad. Debo decir que en esos momentos me llenaba un sentimiento morboso de sumisión ante aquel hombre que me estaba sometiendo virilmente.

Cada vez me daba fuerte, con potentes sacudidas, notaba cómo sus testículos chocaban una y otra vez contra mi vulva. Yo apretaba los puños y jadeaba intensamente para coger aire  mientras escuchaba sus rítmicos gruñidos de placer.  Al fin aceleró sus embestidas y ,de repente, noté que tenía como espasmos en su miembro : un interminable río de líquido caliente corrió por mi interior. Al notar a aquel hombre descargándose en mis intestinos sentí una sensación morbosa de vergüenza, me sentía humillada como si fuera una cualquiera. Finalizó el bombeo de su esperma y, bruscamente, se detuvo dejando caer todo su peso sobre mí, pero sin sacarme el pene. Sentía el aliento de sus jadeos acelerados junto a mi nuca y las pulsaciones del miembro en mi interior.

Yo esperaba que se saliera pero no fue así. La presión de su miembro no aflojaba y,  a los pocos segundos, reanudó el bombeo;  estuvo dándome un rato más, mucho más largo que el anterior. Cada vez me daba más deprisa y más profundo hasta que llegó un momento en que, para mi vergüenza, empecé a notar una sensación incontrolable y enfermiza de placer: yo no quería,  pero no puede evitar que me diera tanto gusto... Descargó otra vez dentro de mí mientras gemía como enloquecido, me gozaba mucho el muy...Esta vez, al sentir el semen caliente invadiendo de nuevo mis entrañas, lo que sentí fue una sensación salvajemente morbosa. Creo que me voy a morir de vergüenza. Dígame, señora psicóloga: ¿usted cree que soy puta?

Después siguió dentro un rato todavía, mientras seguía manoseándome y humillándome con sus comentarios asquerosos. Al fin me lo sacó y, con sorna, se disculpó por haberme eyaculado dos veces en el culo. Cuando se salió, las piernas me temblaban y mi ano expulsaba espasmódicamente regueros de líquido que resbalaban hasta mi húmeda y caliente vulva. El hombre se rió e hizo unos cuantos comentarios soeces y humillantes, me decía “ahora ya eres puta” y  “nunca me he jodido un culito tan

rico”.

Al fin se levantó y yo me quedé sollozando inmóvil, mientras él desaparecía entre la espesura. Notaba mi trasero muy abierto y escocido, con muchas ganas de hacer de vientre, pero no me atrevía a moverme. Al fin me levanté, me limpié un poco con el pañuelo y puse mis ropas en orden para emprender el camino de la salida del bosque. Caminaba con dificultad, pues tenía las piernas como sin fuerza y el culo me dolía horrores . Al poco rato, tuve que detenerme y, oculta entre los matorrales, evacuar mi recto, sintiendo desagradables molestias.

Cuando llegué a casa, me metí en el baño y, con agua fría, intente calmar mi ano dolorido. Me senté en la taza y, cuando estuve relajada, empecé a masturbarme: tuve  el  orgasmo más intenso de mi vida. Estuve cerca de un mes con el ano en pésimo estado y,  cuando estaba sola, esa sensación de dolor me hacía recordarlo todo y me volvía a correr.

Después de aquello, el sexo normal con mi novio me parece insulso. Yo le quiero, pero ardo en deseos de entregarme a  un hombre de verdad que me vuelva a poseer de ese modo salvaje y brutal.  Nunca me he sentido tan mujer como aquel día. Me siento culpable y sucia, no sé qué hacer.

”