Soy puta. En la ciudad
En mi último relato (Conociendo a Juan) cuento cómo conocí a Juan, un hombre que más o menos me doblaba en edad y fue uno de mis clientes en el club. Tras varias visitas que me hizo, en las que echamos unos polvos tan tiernos como salvajes, yo acabé prendada de él, y él se encaprichó conmigo, tanto que me ofreció ir a la ciudad con él. Acabé aceptando su propuesta y me fui a la capital de la provincia, me instalé en su piso donde vivía él solo y me dediqué a las labores del hogar y a echar una mano en el disco-pub del que él era dueño. Los primeros meses todo iba genial, me fui adaptando a la vida en la ciudad.
SOY PUTA. En la ciudad
(Relato escrito el 19-06-2009)
Hola, antes de nada voy a presentarme para quien no me haya leído aún. Me llamo Irati, tengo 28 años (soy del 80) y vivo en una gran ciudad de España, aunque soy de un pueblo del norte del país. Para ser sincera no soy una chica especialmente guapa, más bien del montón, y no tengo los pechos grandes, tengo más desarrollada la cadera con un culo carnoso y respingón que normalmente resulta atrayente a los hombres (de hecho es mi arma más recurrida cuando quiero cazar a un macho).
Esta es la continuación de mi saga de relatos SOY PUTA, que aún no sé cuándo decidiré ponerle fin. Recomiendo que antes de leer éste, leáis los anteriores. También quiero agradecer la cantidad de lecturas que han tenido mis demás relatos, y cómo no los comentarios, tanto los halagadores como los críticos. A los segundos, acepto las críticas si éstas son constructivas, como ha venido siendo hasta ahora. Este es mi estilo, cuento vivencias a mi manera y supongo que evolucionaré como autora de relatos, al igual que ha evolucionado mi vida, quizá para bien, o quizá para mal. De todas formas nunca llueve a gusto de todos.
En mi último relato (Conociendo a Juan) cuento cómo conocí a Juan, un hombre que más o menos me doblaba en edad y fue uno de mis clientes en el club. Tras varias visitas que me hizo, en las que echamos unos polvos tan tiernos como salvajes, yo acabé prendada de él, y él se encaprichó conmigo, tanto que me ofreció ir a la ciudad con él. Acabé aceptando su propuesta y me fui a la capital de la provincia, me instalé en su piso donde vivía él solo y me dediqué a las labores del hogar y a echar una mano en el disco-pub del que él era dueño. Los primeros meses todo iba genial, me fui adaptando a la vida en la ciudad. Por las mañanas yo me dedicaba a mantener la casa mientras él hacía negocios fuera, y luego por las tardes salíamos o trabajábamos en el bar. Los fines de semana yo tenía que trabajar también en el bar sirviendo copas, pero me lo compensaba llevándome de escapadas una o dos veces al mes a distintos lugares del norte de España, como Asturias, Cantabria, La Rioja, Navarra, Mi vida había cambiado totalmente: cambié de aires, le era fiel a un solo hombre (aunque he de decir que su hombría contribuía mucho a ello), y tenía esa constante sensación de plenitud a la que muchos llaman felicidad. Sus amistades me trataban muy bien a pesar de mi juventud, y no tardé mucho en sentirme completamente integrada. A su familia no la conocía, pues él no era de allí, sino de otra parte de España, pero nunca tuve curiosidad: los dos teníamos en común ser proscritos de nuestras propias familias, y eso nos unía mucho.
Yo al principio no sabía ni tenía curiosidad en saber en qué consistían esos negocios que tenía Juan por ahí, aunque esa curiosidad fue aumentando a medida que me fui dando cuenta de que vivíamos muy por encima de las posibilidades que nos podría ofrecer el bar, que aunque no nos iba mal, no me cuadraba que nos diera para tantos lujos: el piso donde vivíamos tenía más de 100 metros cuadrados, en el centro de la ciudad, nos permitíamos bastantes caprichos para el hogar, Juan tenía dos buenos coches, y aunque yo no ostentaba demasiado en ropa (nunca me gustó vestir como una "niña bien"), él tenía trajes y ropa bastante caros.
Pero a los tres años empezaron a ocurrir cosas raras. Empezaron a desaparecer cosas de la casa, Juan vendió uno de sus coches y fue cuando a mí me entró la curiosidad, pues el bar funcionaba como siempre, así que un día decidí seguirlo a ver en qué asuntos andaba metido. Una tarde dejé el bar en manos de uno de los chicos que tenía Juan a sueldo alegando que no me encontraba bien, y en vez de subir a casa esperé en una esquina a que saliera Juan por el portal. Cuando salió le seguí hasta que llegó a un portal, donde se metió. Esperé unos diez segundos para entrar yo para no perderlo de vista y le vi subir las escaleras, a un quinto piso sin ascensor. Subí tras él cuidando de que no me viera ni oyera y le ví entrar en una de las casas. Una vez cerró, subí las últimas escaleras y asomé la oreja. Desde fuera le oí echar una bronca bastante fuerte, además de unos lamentos de mujer con acento brasileño. También se oía la voz de otra mujer extranjera como plantándole cara, y una voz también fuerte pero más calmada que la de Juan, que salía de otro hombre. Yo estaba asomando la oreja tan concentrada en distinguir lo que decían que no me dí cuenta de que el otro hombre había dejado de hablar, y mientras oía a Juan decir algo así como:
-No sabe cuánto lamento lo ocurrido, espero compensarle por esto,
Oí de nuevo al otro hombre decir:
-Esto será difícil compensarlo, además ya nos debes demasiado .
Y para mi sorpresa la puerta se abrió, y ví de cerca al hombre cuya voz había estado escuchando. Nos miramos con sorpresa y dijo con su fuerte voz:
-Quién coño es esta zorra?
Y apareció Juan diciendo
-Qué zorr..oh vaya. Qué haces aquí?- me preguntó.
Yo no sabía qué contestar, me había quedado bloqueada, y noté cómo el hombre me miraba con curiosidad. Era un tipo bajito pero muy corpulento, calvo y con patillas. Me miraba de arriba abajo como si le interesara algo de mí, incluso me pidió que me diese la vuelta. Yo le dije:
-Qué? Ni hablar, y zorra lo será tu
pero antes de terminar la frase, Juan me interrumpió.
-Es mejor que lo hagas, hazme caso por favor.
Le miré con cara de no comprender nada, y no fui capaz de moverme hasta que un grito de aquel hombre calvo me dio un susto de muerte.
-Que te des la vuelta, cojones! No me has entendido o quieres que te lo diga en otro idioma?!!
Miré a Juan pero él estaba mirando al suelo. Yo me dí una vuelta dejando que aquel hombre me mirara, e incluso se atrevió a tocarme el culo, y dijo:
-Sí, con esta no vas a pagar nada de lo que nos debes, pero al menos ganarás tiempo. Tenlo en cuenta como un favor personal mío. Ahora muñequita, tú te vienes conmigo al cuarto.
Juan protestó, diciendo que yo no era una de sus chicas, pero el hombre se giró hacia él y le dijo con tranquilidad, pero contundentemente:
-Ya entiendo, así que esta es tu novia, verdad? Me parece que no estás en posición de protestar ni reclamar nada. Ya hemos tenido bastante paciencia contigo, así que me parece que le voy a taladrar el culo a esta mientras tú miras cómo lo hago. Y si quieres que te dé el tiempo que me pides, esto se repetirá unas cuantas veces en las próximas semanas.
Me agarró del brazo y me llevó por el pasillo de aquella casa. Paramos por al lado de una de las habitaciones y allí estaban las dos chicas que había oído desde la puerta. Una, de una edad parecida a la mía, estaba llorando con hielo en la cara, que la tenía hinchada y la otra, algo mayor, la estaba calmando. El hombre me agarró del pelo, mi hizo mirar hacia ellas y me dijo:
-Has visto lo que les pasa a las putitas impertinentes? Se ha llevado una hostia porque se creía que su culo tenía más derechos que mi bazooka. Si eres buena y me das el tuyo sin rechistar, no te pasará nada malo..
Yo no comprendía bien qué pasaba, le pregunté:
-Quién es usted? Por qué me hace esto?
Él me dijo que no era él quien tenía que darme explicaciones, y me metió en una habitación, empujándome la cabeza mientras me soltaba el pelo. Me senté en la cama y él se sacó la polla del pantalón. En la vida había visto nada igual, era la polla más fea y grande que había visto nunca. La miré horrorizada y él se echó a reir. Me dijo que se la chupara y así lo hice. No estuve mucho tiempo así, pues lo que él quería era metérmela por el culo. Era un tipo que disfrutaba haciendo daño a las mujeres, y la naturaleza le había dado el arma perfecta para ello. Me puso a cuatro patas y comenzó su sesión de black&deker. Yo pensaba que me moría, y el hombre le dijo a Juan:
-Te gusta ver esto? A que te pone cachondo ver cómo taladro a tu perrita? Menudo culo tiene, da gusto follárselo eh? Por qué no me la habías mencionado antes? Podíamos haber conseguido tratos muy buenos con ella.
Juan no respondía, pero tampoco parecía pesarle demasiado. No me podía creer lo que estaba oyendo. Eran demasiadas humillaciones juntas. Un hombre me estaba follando el culo mientras mi pareja estaba delante sin decir "esta boca es mía", descubriendo en ese momento que Juan tenía no sé qué negocios con una especie de mafiosos, negocios que me imaginaba de qué iban, viendo a aquellas dos chicas en la casa. Y para colmo también estaba viendo cómo aquel hombre tenía razón en que Juan se estaba poniendo cachondo viendo la escena, perdiendo la poca dignidad que le quedaba. El hombre le hizo traerse una de las chicas al cuarto y que le chupara la polla para calmarle la calentura que le estaba provocando ver cómo él me estaba dando por el culo. Después de un rato de aquella ridícula y humillante escena, ví con lágrimas en los ojos a Juan correrse en la boca de la chica, sin apartar la vista de mí, pues así se lo había ordenado el otro hombre, y eso pareció darle morbo porque en seguida se corrió dentro de mí en mitad de unas pequeñas convulsiones y gruñidos. Una vez terminó, me dio un azote en el culo, se levantó de la cama, se subió el pantalón y el calzoncillo y se fue. Al pasar por al lado de Juan, se paró y le dijo:
-Date con un canto en los dientes por haber encontrado el modo de acercar nuestras posturas. Con ella la cosa cambia, puedo romper alguna lanza en tu favor. Pero no nos toques los cojones, más te vale darnos lo que es nuestro y girándose hacia mí, siguió-. Hasta la próxima señorita, que me parece que va a ser muy pronto.
Cuando se fue, Juan me cogió y me llevó a casa. No cruzamos palabra hasta el día siguiente, pero me mostré muy fría con él. Aquel era el comienzo de una historia que tardaría mucho en terminar.