Soy puta. De nuevo en la cabaña

Tras más o menos un año yendo con Luis y sus chicos a la cabaña, sucedió lo inevitable: me desvirgaron.

SOY PUTA. DE NUEVO EN EL ESCONDRIJO.

(Relato escrito el 07-03-2007)

Hola, antes de nada voy a presentarme para quien no me haya leído aún. Me llamo Irati, tengo 27 años (soy del 80) y vivo en una gran ciudad de España, aunque soy de un pueblo del norte del país. Para ser sincera no soy una chica especialmente guapa, más bien del montón, y no tengo los pechos grandes, tengo más desarrollada la cadera con un culo carnoso y respingón que normalmente resulta atrayente a los hombres (de hecho es mi arma más recurrida cuando quiero cazar a un macho).

Esta es la continuación de mi saga de relatos SOY PUTA, que aún no sé cuándo decidiré ponerle fin. Recomiendo que antes de leer éste, leáis los dos anteriores. También quiero agradecer la cantidad de lecturas que han tenido mis dos primeros relatos, y cómo no los comentarios, tanto los halagadores como los críticos. A los segundos, acepto las críticas si éstas son constructivas, como ha venido siendo hasta ahora. Este es mi estilo, cuento vivencias a mi manera y supongo que evolucionaré como autora de relatos, al igual que ha evolucionado mi vida, quizá para bien, o quizá para mal. De todas formas nunca llueve a gusto de todos. Si alguno piensa que los que alaban mis textos sólo quieren llevarme al huerto, que todos sepáis que nadie lo conseguirá, escriba lo que me escriba, al menos por medio de esta web.

Pues bien. Tras aquella experiencia, todo el resto del curso y el siguiente curso entero fui una asidua del escondrijo, aquella coqueta cabaña de la que hablé en mi anterior relato. Para mi alivio, Pedro ya no venía, incluso su comportamiento la anterior vez provocó una fisura en su relación con los demás chicos, sobre todo con José y con Luis, testigo del lance y dueño de la cabaña (bueno, el dueño era su padre) respectivamente. Las orgías de sexo oral y tocamientos se sucedían con frecuencia, y le cogí el tranquillo a eso de hacer pajas y mamadas, además de acostumbrarme al sabor y la rara textura del semen, cosa que no me costó mucho pues ni siquiera la primera vez me desagradó. El cuerpo empezaba a pedirme más, mi conejito tenía hambre de zanahorias pero de mi boca no salía nada que lo sugiriera, en parte por miedo a ver cómo reaccionarían ellos y también por el dolor que me habían dicho que iba a sufrir al romperse los anillos. Por cierto, ya no estaba perdidamente loca por Luis como un año antes, pero me lo pasaba muy bien con él y sus amigos en la cabaña.

Una de aquellas tardes, ya con 13 años, me llevé una sorpresa. Ya era costumbre que uno de los chicos (Miguel) terminase poniéndome en cuatro y pajeándose frotándome los huevos contra el coñito hasta correrse encima de mis nalgas. Solía ser el último en disfrutar de mi boca, pero ese día fue el primero. En un principio me extrañó primero eso, y luego el estar tan poco tiempo chupándosela hasta que me pusiera en cuatro. "No tendrá hoy su día" pensé yo. Qué equivocada estaba. Tras ponerme en cuatro, noté cómo se la meneaba frotándome el coño, pero esa vez no me frotaba con los huevos, sino con la punta de su polla. Antes de que pudiera reaccionar sentí un dolor muy breve, pero muy intenso, como una punzada, algo así como una puñalada. No me había recuperado aún del dolor y ya estaba sintiendo un placer jamás sentido: el tacto de su polla contra las paredes del interior de mi vagina. Lo que en un principio creía que era un brotar de mis flujos que no era ni medio normal, me di cuenta de que era sangre que me manchaba los muslos. Me sentía muy sucia, pero no podía parar de gemir y disfrutar del bombeo de Miguel, que me estaba llevando camino a un inminente orgasmo que no me veía con fuerzas de superar. Mientras tanto José me metió su polla en la boca, y ahí estaba yo, en cuatro sobre el sofá, con la polla de Miguel desvirgándome la concha y la de José en la boca. Nuestros movimientos estaban completamente sincronizados, me dejaron llevar la pauta y bombeaban en función de que yo me moviera hacia delante para tragarme (no entera, si no me moría ahogada) la polla de José, y hacia atrás para encajarme en el coño la de Miguel. En menos de tres minutos yo ya estaba corriéndome como una perra, mi cuerpo me temblaba, en mi interior las contracciones eran salvajes y me empezaban a fallar las piernas. Entonces sí que mis flujos salían a borbotones, cosa que Miguel no pudo aguantar y sacó la polla para, esta vez sí, correrse encima de mis nalgas. Yo necesitaba respirar y me aparté de la boca de José. Me faltaba el aire y estaba agotada, pero aún así él -que estaba burrísimo- se puso detrás de mí, me levantó la cadera y siguió follándome. Yo apenas reaccionaba, pero eso no significaba que no me estuviera satisfaciendo. Me movía un poco al compás de su bombeo y soltaba suaves gemidos. Luis y el otro chico (Manuel) aún no entraron en acción: supongo que vieron que yo estaba muy cansada. José siguió follándome hasta que me sentó en el sofá y se puso de pie delante de mí. Supe lo que quería, y me metí en la boca su polla que por cierto sabía fatal, estaba impregnada de los restos de mi virginidad. Me dio asco, la verdad, pero seguí hasta que llené mi boca con su semen. De verdad, no sabía que follar iba a cansar tanto.

Luis y Manuel, que eran los que faltaban, me dieron una tregua para lavarme y descansar un poco. Cuando me recuperé fui donde ellos y me senté encima de Manuel. Mientras yo bailaba encima de Manuel, me inclinaba para besarme con Luis, que al poco se levantó y sacó la polla para que se la chupara. Manuel, en un habilidoso movimiento se escurrió un poco para sacarse la polla y me hizo levantarme por un segundo para bajarme de nuevo ya con la polla ensartada dentro de mí. Esa postura no se me hacía muy cómoda, aún así traté de aguantar lo que pude, hasta que me eché hacia atrás para no cansarme tanto, cosa que a Luis no le gustó porque se quedaba sin mamada. Entonces me pusieron en cuatro y me follaron de la misma manera que los dos chicos anteriores. Manuel se puso en mi boca, y Luis lo hizo en mi conchita. Esta vez la follada duró más que la mamada, pues Manuel no tardó mucho en correrse salpicándome toda la cara y sin embargo Luis siguió embistiéndome como un Miura rabioso. Después de unos quince minutos yo ya había tenido dos orgasmos y estaba chorreando litros, y pensaba que él ya no tardaría mucho más en sacarse la polla para correrse. Y acerté, pero a medias, pues de repente dejó de bombear y sentí su semen chocando en las paredes de mi vagina. Yo me quedé blanca y él se disculpaba mientras apretaba aún más su polla dentro de mí en los últimos espasmos de su orgasmo. Tuve suerte de no quedarme embarazada, pero tras aquello avancé un nuevo paso en mi vida sexual: el uso de anticonceptivos.

Al igual que dije en mi anterior relato, Pedro (el expulsado) acabó largando lo que ocurría en el escondrijo, lo cual desató consecuencias que marcaron el comienzo de mi vida sexual más allá de la cabaña de Luis.